El progreso es probablemente la principal religión y el mito fundador de nuestra sociedad. De este se derivan otros conceptos como desarrollo o crecimiento que conforman los discursos y las prácticas gubernativas, incluso los modos de vida del mundo desmantelado que habitamos.
Tanto es así que las suturas abiertas de la relación con el
territorio, y de la propia condición humana, convierten las necesidades,
las opciones y los deseos en refresco embotellado; y cualquier política
—incluida la alternativa—, se vuelca de manera contumaz en administrar
el camino al desastre. En nombre de más seguridad y mejor nivel de vida,
se han ido cediendo cada vez más parcelas de autonomía y libertad,
conformando una comunidad incapacitada para elaborar sus propias
alternativas a un barco que enarbola el naufragio social como seña de
identidad.
La lucha por evitar el naufragio no está exenta de contrasentidos: «la
contradicción entre las luchas ecológicas contra el modelo extractivista
y la defensa de las condiciones de subsistencia por los trabajadores de
la minería sería uno de los múltiples ejemplos». Ante esta versión
sistémica del dilema del prisionero, la indolencia o el cinismo no
serían más que un consuelo, una reacción autoinmune. Por eso, la
necesidad actual reside en la construcción de nuevas políticas de
emancipación social liberadas del falso binomio entre (estado de)
bienestar y (estado de) malestar.
Juanma Agulles
Editorial Virus
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