Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, agosto 30

Sociedad y clase. Rudolf Rocker

El período iniciado después de la pasada guerra mundial, y que hoy ha conducido a una nueva catástrofe de incalculable alcance, no solamente ha echado por la borda una cantidad de instituciones políticas y sociales, sino que ha dado también una nueva dirección al pensamiento y lleva hoy a la conciencia de muchos lo que algunos habían reconocido hace tiempo.

No sólo se ha producido una modificación en el pensamiento de las capas burguesas de la sociedad; el mismo cambio se advierte también en el campo del socialismo. La gran mayoría de los socialistas que han creído con Marx en la misión histórica del proletariado y sostuvieron con el marxismo que “de todas las clases que se encuentran hoy frente a la burguesía, sólo el proletariado es una clase realmente revolucionaria”, se encuentran ahora ante fenómenos que no se puede explicar con argumentos puramente económicos. Era muy cómodo ver en el proletariado al heredero de la sociedad burguesa y creer que eso obedecía a férreas leyes históricas, tan inflexibles como las leyes que rigen al universo.

Este es el defecto inevitable de todos los conceptos colectivos y de las generalizaciones arbitrarias. Pero el pensamiento y la acción del hombre no son sólo un resultado de su incorporación a una clase. Está sometido a todas las influencias sociales imaginables y, sin duda, también depende, en parte, de ciertas disposiciones innatas que encuentran la expresión más variada bajo la acción del ambiente social circundante. Seis hijos engendrados por el mismo padre proletario, dados a luz por la misma madre proletaria y crecidos en el mismo ambiente proletario, siguen, en el desarrollo de su vida ulterior, los caminos más divergentes y son atraídos por toda suerte de aspiraciones sociales, o son reacios a todo sentimiento social. Uno llega al campo hitleriano, el otro se vuelve comunista, socialista, reaccionario, revolucionario, librepensador o sectario religioso. ¿Por qué ocurre eso? No lo sabemos, y tampoco los mejores ensayos de explicación son capaces de descubrirnos absolutamente el desenvolvimiento del individuo.

Si el pensamiento de la evolución tiene un sentido, sólo puede consistir en el hecho que todo fenómeno lleva en sí las leyes de su formación gradual, leyes que se ajustan a las condiciones externas del ambiente social y natural. Ya el hecho singular de que la fe en la “misión histórica del proletariado”, la idea misma del socialismo, no han nacido del cerebro de los llamados proletarios, sino que han sido inventadas por descendientes de otras clases sociales y fueron presentadas a las clases trabajadoras como un condimento listo para el consumo, debería sonar algo críticamente.

Casi ninguno de los grandes precursores y animadores del pensamiento socialista ha surgido del campo del proletariado. Con excepción de J. P. Proudhon, E. Dietzgen, H. George y algún par de ellos más, los representantes espirituales del socialismo de todos los matices han surgido de otras capas sociales. Ch. Fourier, H. Saint-Simon, E. Cabet, A. Bazard, C. Pecqueur, L. Blanc, E. Buret, Ph. Buchez, P. Leroux, Flora Tristan, A. Blanqui, J. de Collins, W. Godwin, R. Owen, W. M. Thompson, J. Gray, M. Hess, K. Grün, K. Marx, F. Engels, F. Lasalle, K. Rodbertus, E. Düring, M. Bakunin, A. Herzen, N. Chernichevsky, P. Lavroff, Pi y Margall, F. Garrido, C. Pisacane, E. Reclús, P. Kropotkin, A. R. Wallace, M. Fluerschein, W. Morris, N Hyndman, F. Domela Nieuwenhuis, K. Kautsky, F. Tarrida del Mármol, F. Mehring, Th. Hertka, G. Landauer, J. Jaurés, Rosa Luxemburg, H. Cunow, G. Plekhanof, N. Lenín y centenares más, no eran miembros de la clase obrera.
No fueron las leyes de la “física económica” las que llevaron a esos hombres y mujeres al campo del socialismo, sino principalmente motivos éticos, aun cuando quizás en algunos también hayan intervenido otros factores. Su sentimiento de justicias se rebeló contra las condiciones sociales de su tiempo y dio a su pensamiento una orientación determinada.

Y, por otra parte, vemos que hombres como Noske, Hitler, Stalin y Mussolini, que han surgido de las más bajas capas sociales, se han elevado a la categoría de los peores enemigos de un movimiento obrero independiente y se convirtieron en vehículos conscientes de una reacción social cuya significación para el próximo futuro de la historia humana no se puede calcular todavía.
Si se pudiera probar que la pertenencia a una clase determinada influye tan fuertemente en el pensamiento y en el sentimiento del hombre que le distingue, por toda su esencia, de los miembros de las otras clases sociales y le lleva por una dirección completamente determinada, entonces se podría hablar, quizás, de “necesidades” y de “misiones históricas”. Pero como no es así, por esa senda no se llega más que a peligrosos sofismas que transforman el pensamiento viviente en un dogma muerto, incapaz de otro desarrollo. Lo que hoy se suele calificar como “contenido social” de una clase, como “psicología” de una raza o “espíritu” de una nación, es siempre el resultando de un trabajo mental individual que se atribuye luego, arbitrariamente, como supuesta “ley de su vida”, a la clase, a la raza o a la nación. En el mejor de los casos, no pasa de una ingeniosa especulación. Pero en la mayoría de las veces obra como una fatalidad, pues no estimula nuestro pensamiento, sino que lo condena a una infecunda parálisis.

La clase es sólo un concepto sociológico que tiene para nosotros la misma significación que la división de la naturaleza orgánica, por el hombre de ciencia, en diversas especies. Es un fragmento de la sociedad, como la especie es un fragmento de la naturaleza. Atribuirle una “misión histórica” es incurrir en un juego especulativo de nuestro pensamiento y no tiene mayor valor que si un naturalista quisiera hablar de la misión de los cocodrilos, de los monos o de los perros. No es la clase, sino la sociedad en que vivimos, y de la cual la clase no es más que una parte, la que influye continuamente hasta en lo más profundo de nuestra existencia espiritual. Toda nuestra cultura, el arte, la ciencia, la filosofía, la religión, etcétera, es un fenómeno social, no un fenómeno de clase, y se impone a cada uno de nosotros, cualquier que sea la capa social a que pertenezcamos.

¿No nos ha dado Alemania en este aspecto un ejemplo clásico? Hay todavía a estas horas bobos que no quieren ver en el movimiento hitleriano más que una rebelión de la pequeña burguesía, afirmación absurda privada de todo fundamento. En la institución del Tercer Reich han contribuido los hombres de todas las clases sociales y no en último término las grandes masas del proletariado alemán. En 1924 recibió Hitler en las elecciones 1.900.000 votos; diez años más tarde, en 1934, esa cifra alcanzó a 13.732.000. El ejército pardo de Hitler no se componía solamente de pequeño burgueses y de intelectuales, sino, principalmente, de obreros alemanes que, a pesar de su origen proletario, fueron tan subyugados por las ideas del fascismo como las otras capas sociales.
Si se quiere combatir eficazmente la barbarie general que amenaza nuestra cultura, hay que renunciar a más de un dogma muerto y arrojar al montón de desperdicios más de una “verdad absoluta”.

Rudolf Rocker

martes, agosto 27

El film "Tierra y libertad" y el anarquismo

Como hemos mencionado, en recientes entradas, esta película de Ken Loach, utilizada de manera irrisoriamente esquemática por Antonio Elorza en sus delirantes artículos, queremos dedicar unas líneas al análisis de lo que se nos muestra, a la veracidad de su contenido y a su vinculación con el anarquismo.

Antes de nada, y otorgando cierta legitimidad histórica a la historia de la película al margen de su calidad, diremos que es debería ser sabido que la inspiración se encuentra en gran medida en George Orwell y en su Homenaje a Cataluña. Orwell lleva a España a finales de 1936 y relata en el libros sus experiencias como miliciano en el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) mostrando la represión que sufrió esta fuerza política antiestalinista por parte de los comunistas. A pesar de mantenerse dentro de un partido marxista, Orwell profesa su admiración por la labor revolucionaria anarquista en la ciudad de Barcelona; será una agradable sorpresa la del británico cuando encuentra en los libertarios a los verdaderos constructores del socialismo, no solo en el terreno económico, también en los hábitos cotidianos de la vida y teniendo en cuenta siempre la libertad como factor primordial. Insistimos en que hablamos de las memorias de un escritor tan importante como Orwell, referente moral en su crítica a regímenes totalitarios; no hemos entrado todavía en los entresijos de un guión cinematográfico, todo lo realista que se quiera, pero ficción al fin y al cabo. Orwell narrará también sus avatares en el frente, de febrero a mayo de 1937; el 20 de mayo será herido en el frente de Aragón y enviado de vuelta a Barcelona para encontrarse una situación muy distinta a la vivida meses antes: los estalinistas se han hecho con el control de la ciudad y se ha retornado a los privilegios burguesas de antaño. Veremos como el film de Loach, aunque de manera muy somera e incompleta, nos narra hechos similares.

David, hablando ya de la película, es un militante comunista inglés que asiste a una conferencia en su ciudad natal en la que se pide ayuda externa para la República en España. Asistiremos a la evolución de este personaje, de una ingenua militancia comunista original y un desconocimiento absoluto sobre la política española a una progresiva concienciación sobre lo que será la verdadera labor revolucionaria. David, ante la imposibilidad inicial de encontrar a sus camaradas comunistas, acaba enrolándose en una milicia del POUM; la película encuentra un valor al mostrar convivencia igualitaria entre hombres y mujeres, y entre personas de diversas nacionalidades que han acudido al auxilio de la libertad frente al fascismo; este espíritu de milicia será muy diferente, tal y como se expresa en alguna línea de diálogo, al militarizado del Ejército Popular controlado por los comunistas. Es conocido el respeto que tiene Loach por otorgar la mayor veracidad posible y, efectivamente, los actores elegidos son de diversas nacionalidades (muy al contrario de lo que observamos tantas veces en determinadas producciones), por lo que es primordial ver la versión original subtitulada de una película en la que se habla en varios idiomas. No obstante, el afán de Loach por mostrar a una izquierda "heterodoxa", o si se quiere "antiautoritaria", perfectamente unida resulta cuanto menos sospechosa; la deriva de la guerra y de la revolución, más que cualquier otro factor, fue lo que supuso que anarquistas y marxistas antiestalinistas caminaran finalmente juntos en algunos aspectos (especialmente, siendo objetivo de la represión estalinista), pero no es ni mucho menos un frente común el que pudieron hacer antes de esos acontecimientos, no puede simplificarse tanto en la historia y en la política.


Es tal vez mucho exigir, a un largometraje de ficción, que nos explique claramente la compleja situación política dentro del conflicto civil español. No obstante, creemos que sí es un justo reproche denunciar el excesivo halo romántico que desprende el film, rozando el maniqueísmo en algunos momentos, cuando quiere mostrársenos un frente revolucionario unido al margen de ideologías. La secuencia de la colectivización de la tierra, en determinado pueblo liberado de los fascistas, es uno de los logros más evidentes del film, resulta encomiable y emotiva en muchos aspectos; por lo que se dice, se buscó la espontaneidad de actores y extras, buscados entre auténticos militantes anarquistas en la actualidad y también entre personas que no pudieran entender el desarrollo de la revolución, lo que la otorga un mayor valor añadido. Sin embargo, esa secuencia es más bien aislada en el conjunto de la obra y el film adolece de una mayor concreción y contextualización; es decir, al final lo que tiene mayor peso es que se trata de un bonito film de oprimidos tomando, por fin, la "tierra prometida". No queremos entrar demasiado en lo que fue la verdadera política revolucionaria de una fuerza como el POUM ni en las disputas reales que pudieran tener con los anarquistas; sin embargo, resulta muy sospechoso en una película de obvio espíritu libertario la omnipresencia de este partido máxime cuando no se desea detallar, en la narración, política alguna y sí mostrar a los propios campesinos y trabajadores tomando los medios de producción para gestionar sus vidas.

En Tierra y libertad aparecen, de manera fugaz, los conocidos como hechos de mayo del 37; estos sucesos enfrentaron en Cataluña definitivamente, incluso con las armas, a revolucionarios anarquistas y poumistas con los representantes de la legalidad republicana, especialmente  con los comunistas. El film de Loach nos muestra, sin dar mayores explicaciones, el sitio a la central de Telefónica en Barcelona, un bastión de la CNT. Se trataba de una claro símbolo de las conquistas revolucionarias, que las fuerzas catalanistas de la Generalitat, junto a los comunistas y otros miembros de la legalidad republicana, no dudaron en atacar. Fue una táctica de los estalinistas y de sus aliados para arrebatar el poder a los comités obreros, que chocó enérgicamente con los trabajadores en armas. 

Desgraciadamente, la derrota final se produjo y se convirtió en uno de los símbolos del ocaso de la revolución libertaria. Aunque se comprende que es imposible en un largometraje explicarlo todo, resulta increíble la conversión de David; renuncia a la milicia y se alista en el ejército republicano por sus convicciones comunistas, por lo que se ve obligado a atacar el edificio de Telefónica y solo después de intercambiar unos cuantos tiros con los sitiados, y de intercambiar unas palabras con un compatriota inglés que se encuentra en el otro bando, ve la luz definitivamente, comprende que es una marioneta de los designios de Stalin y retorna a la lucha junto a la milicia reconciliándose con Blanca. Para explicar la política de Stalin en la guerra española, se nos explica en algún momento que el dictador soviético desea dar una buena imagen ante las democracias capitalistas (que jamás ayudaron a la República española), destruyendo la revolución y usando a los trabajadores "como piezas de ajedrez", para así lograr tratados comerciales. Es, al menos, una buena base para comprender el chantaje al que se vio sometida la república y el crecimiento de fuerzas tan minoritarias como el Partido Comunista y su versión regional del Partido Socialista Unificado de Cataluña.


 El personaje de Blanca, objeto del interés sentimental de David, es paradigmático. Tantas veces se ha aludido a ella como anarquista, pero ¿lo es realmente? Parece más una figura que trata de conciliar el marxismo heterodoxo, representado por un partido político (las alusiones de Blanca al POUM, a sus medios y a sus dirigentes, son excesivas para un personaje libertario), con el anarquismo; es significativo que el pañuelo que porta, aunque tantas veces se haya querido ver como rojinegro, sea en realidad de color rojo y acabe apareciendo al final de la película convertido en un símbolo para una nueva generación que canta… ¡la Internacional! No sería justo tampoco aludir, sin más, como argumento para criticar su obra, a la filiación política de Ken Loach, que siempre se ha dicho trotskista, pero su película resulta manipuladora en muchos aspectos y acaba en un terreno de aspecto más comunista que antiautoritario; para respetar el espíritu del film, hubiera sido necesario un mayor respeto por la estética anarquista como símbolo obvio del socialismo antiautoritario (no de una suerte de marxismo antiestalinista). La muerte de Blanca a manos de los comunistas estalinistas, ya convertidos en un ejército (incluido algún ex miembro de la milicia, que ya anteriormente había usado la argumentación oficial comunista de vencer primero en la guerra y luego ya vendrá la revolución), aunque es inevitable no emocionarse por su simbología, a poco que reflexionemos, resulta también forzada y manipuladora. No parece, a todas luces, un final satisfactorio para una película valiosa, pero cuestionable en tantos aspectos.

Sin embargo, Tierra y libertad tuvo un valor incuestionable. El estreno de la película en España, en 1995, un país con tantos problemas de memoria histórica, puso de nuevo en el candelero aspectos que también habían sido silenciados por la izquierda oficial. No es casualidad que el film no gustara nada al inefable Santiago Carrillo, ex dirigente comunista y estalinista en los tiempos de la Guerra Civil, y tratara de atacar lo que en ella se sostenía calificando a los revolucionarios protagonistas de "aventureros irresponsables"; nada nuevo, la ya manida argumentación estalinista, que afortunadamente no puede ya parar el empuje de la verdad histórica. Afortunadamente, al margen de polémicas y de la calidad del film, la película tuvo cierto calado en el público más joven y supuso cierto reforzamiento para la esperanza de una alternativa libertaria al sistema económico y político que sufrimos.


Extraído del blog: Reflexiones desde Anarres

sábado, agosto 24

¡Nosotros, los anarquistas! Un estudio de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), 1927-1937



Stuart Christie

«Es un sofisma creer en la neutralidad del movimiento sindical y en la independencia de los sindicatos en cuanto a su postura ideológica y propaganda subversiva.»


Declaración emitida por el Comité Peninsular de la FAI en diciembre de 1929


«Nosotros, este Gobierno, cualquier Gobierno, ¿hemos sembrado en España el anarquismo? ¿Hemos fundado nosotros la FAI? ¿Hemos amparado de alguna manera los manejos de los agitadores que van sembrando por los pueblos este lema del comunismo libertario1. Siguiendo a Manuel Azaña, que eludía con ese cínico argumento las responsabilidades de su Gobierno en los sucesos de Casas Viejas, saldados con veintidós campesinos muertos, la historiografía liberal y marxista ha presentado a la Federación Anarquista Ibérica (FAI) como un nido de manipulación, violencia e irresponsabilidad, provisto, además, de unas pinceladas de mesianismo y fanatismo que terminan de conformar el retrato de una secta. La trabazón entre la FAI y la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) fue vista por los reformistas o gradualistas como un instrumento por parte de los militantes de la específica ―empleando la terminología con la que a veces se conoce a entidades como la FAI y la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias― para imponer su autoridad dentro de la sindical, y ésa es la perspectiva que ha sido adoptada por historiadores como Gerald Brenan y Raymond Carr, que achacan la crisis confederal de 1931 al «tiránico liderazgo» de una FAI que funcionaba «como grupo de presión semi-secreto»2. Otro autor que se sitúa en esa línea es Julián Casanova, para quien el comportamiento adoptado por el anarcosindicalismo a partir del verano de 1931 debe atribuirse a una suerte de golpe de Estado dentro de la organización perpetrado por «grupos de anarquistas dispuestos a reorientar a la CNT por lo que ellos suponían que era el buen camino revolucionario»3.

 Las específicas son uno de los aspectos peor conocidos del entramado organizativo libertario español. Es cierto que la FAI ha sido objeto de un mayor número de trabajos de investigación y síntesis que las Juventudes Libertarias, pero esos libros y artículos se limitan a la reproducción de lugares comunes que oscurecen todavía más su historia, salvando excepciones como la clásica obra de Juan Gómez Casas. Tampoco es el caso de ¡Nosotros, los anarquistas! Un estudio de la Federación Anarquista Ibérica (FAI). 1927-1937, que vio a la luz en inglés en el año 2000 y que, desde 2010, está disponible en castellano en una edición de la Universidad de Valencia.

 Un punto común de ambos textos es la adopción de lo que Gómez Casas denomina una «aproximación cuando menos real, llevada a cabo desde la interioridad del tema»4. Frente a aquellos investigadores que fingen abordar su objeto de estudio de una forma objetiva, ocultando tras una metodología supuestamente científica su toma de partido previa, inevitable en tanto que son sujetos políticos inscritos en la historia, Gómez Casas defiende que una condición necesaria del conocimiento histórico reside en la comprensión de la lógica interna por la cual se rige el funcionamiento del agente o proceso estudiado. Pese a estar plenamente admitido por la mayor parte de las tendencias historiográficas actuales, ese planteamiento parece inoperante cuando se habla del movimiento libertario español, lo que da lugar a errores de bulto, cuando no a una manipulación abierta de su trayectoria y contenido. La peculiaridad del anarquismo con respecto a las formas autoritarias de entender y encarar lo social hace que no sea posible estudiar los fenómenos de orientación ácrata aplicando categorías que quizá resulten válidas para otras expresiones políticas. ¿Qué historia de la FAI cabe si no se aprecia la diferencia entre un grupo de afinidad y un grupo de presión, o entre la trabazón CNT-FAI y la subordinación del sindicato al partido propia del marxismo?
Volviendo a la obra de Christie, ésta nos propone una historia de la específica desde la conferencia fundacional del 27 de julio de 1927 hasta la disolución del Consejo de Aragón, en agosto de 1937, que certificó la muerte de la revolución social iniciada el 19 de julio de 1936. La elección de ese marco cronológico se relaciona con la manera que tiene el autor de enfocar la evolución de la organización.

La FAI surgió durante los últimos años de la dictadura de Miguel Primo de Rivera, agrupando en su seno a los militantes confederales descontentos con el rumbo que los comités estaban  imprimiendo a su organización. Era una reacción, favorecida en buena parte por el regreso del exilio de los activistas anarquistas más jóvenes, frente a la amenaza reformista que se cernía sobre el anarcosindicalismo, sin que en ningún momento pueda sostenerse que actuara como una CNT paralela. El autor insiste en la idea de que «la FAI, todavía débil a nivel numérico y organizativo», era un sus comienzos «un instrumento mediante el cual anarquistas, anarcosindicalistas y militantes de la clase obrera ―la inmensa mayoría de los cuales no estaban afiliados a grupos de la FAI― podrían canalizar su oposición a la postura colaboracionista de clase adoptada por los dirigentes y reafirmar el contenido anarquista de la CNT»5.
 A partir de 1932, una vez contrarrestada la maniobra de los treintistas, dicha organización se fue convirtiendo «en una estructura de intereses creados que frenó la actividad revolucionaria espontánea de las bases y reprimió a la nueva generación de activistas revolucionarios de las Juventudes Libertarias y del grupo “Amigos de Durruti”»6. Ese proceso culminó con la orden de retirada de las barricadas que la FAI dirigió a los anarquistas y poumistas durante los sucesos de mayo de 1937. Por entonces, la federación de grupos anarquistas ya había dado paso a una fórmula organizativa más propia de un partido político que de una específica y se había alineado con la estrategia colaboracionista de la CNT, al integrarse en el Gobierno de Francisco Largo Caballero.

Christie explica esa ruptura atendiendo a la conformación de bases y cúpulas en las organizaciones libertarias como resultado de una situación de guerra, modelo explicativo que algunos han negado basándose en que «a la CNT no se le puede establecer con bases y cúpulas, porque tales cuestiones no existían en el seno de la organización»7, razonamiento absolutamente tautológico que nos sirve para introducir una reflexión complementaria a la de Gómez Casas: si no es posible conocer adecuadamente el anarquismo español sin comprender su lógica interna, tampoco es posible hacerlo prestando atención únicamente a su autorrepresentación, por el simple hecho de que el discurso y la práctica no siempre se avienen en armonía. Que el movimiento libertario se oponga al ejecutivismo y se dote de mecanismos para prevenirlo no invalida el hecho de que a lo largo de su historia hayan aparecido y sigan apareciendo en su seno dirigentes de la peor calaña.

Durante las jornadas libertarias celebradas por el Núcleo Confederal de Motril en conmemoración del 75º aniversario de la revolución social, José Luis García Rúa señaló en un debate la urgencia de analizar las causas de la degeneración ideológica sufrida por el movimiento libertario durante los primeros meses de la guerra de España. Además de una lectura desmitificada de la FAI, en la cual la específica fue, ante todo, el símbolo de las aspiraciones de una parte importante de la militancia confederal, tenemos ante nosotros una obra imprescindible para quienes compartimos la inquietud expresada por el compañero.


 [1] Citado en CASANOVA, Julián: República y guerra civil, en FONTANA, Josep y VILLARES, Ramón: Historia de España, v. 8, pp. 71-72.
[2] BRENAN, Gerald: The spanish labyrinth, Cambridge, Cambridge University Press, 1976, p. 255, y CARR, Raymond: The spanish tragedy, Londres, Weidenfeld and Nicolson, 1977, p. 41, citados en CHRISTIE, Stuart: ¡Nosotros, los anarquistas! Un estudio de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) 1927-1937, Valencia, Prensas Universitarias de Valencia, 2010, pp. 104-105.
[3] CASANOVA, Julián: De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1936-1939), Barcelona, Crítica, 1997, p. 85.
[4] GÓMEZ CASAS, Juan: Historia de la FAI (Aproximación a la historia de la organización espec del anarquismo y sus antecedentes de la Alianza de la Democracia Socialista), Madrid, Fundación Anselmo Lorenzo, 2002, p. 10.
[5] CHRISTIE, Stuart, ¡Nosotros, los anarquistas!, op. cit., p. 92.
[6] Ibidem, p. 12
[7] FERNÁNDEZ, Elías: «La otra historiografía justificativa. Ángel Viñas: El escudo de la República. El oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937 (Crítica, Barcelona 2007). 734 páginas», en Germinal. Revista de Estudios Libertarios, nº 4, 2007, p. 123.

Extraído de la revista Adarga

miércoles, agosto 21

La era de internet


Para abrirme una cuenta de correo
me dice el ordenador:
Demuéstrame que no eres un robot.

Qué hijo de puta.

domingo, agosto 18

Lxs anarquistas

Los anarquistas son como las chinches, viven agazapados en las costuras de la sociedad, son prácticamente invisibles hasta que un día, mejor una noche, abandonan sus madrigueras y atacan a los indefensos humanos que están a su alcance, saltan de los colchones y con sus picaduras soliviantan el merecido descanso de los trabajadores.

Los anarquistas son una plaga, están por todas partes pero solo se detectan cuando pican con voracidad salvaje. Su vecino de arriba puede ser un anarquista, cuidado con los anarquistas. Los anarquistas dice el jefe superior de Policía están preparando un gran atentado aunque ellos no lo sepan. El jefe superior está bien informado porque su ministro de lo Anterior tiene línea directa con el Espíritu Santo desde que este se le apareció en un casino de Las Vegas y le atrajo de nuevo al redil diciéndole: «De que te vale ganar al black-jack si pierdes tu alma». Los anarquistas no tienen alma porque son, ante todo, unos desalmados que no respetan nada, ni la propiedad privada, ni a Dios ni al Rey, ni a la Virgen. Y hasta ahí podíamos llegar, los artefactos pirotécnicos que colocaron los anarquistas del comando Mateo Morral han despertado de su letargo a los nuevos inquisidores y a sus centuriones, el anarquismo vuelve a estar ahí, entre los radicales, los indignados, los insumisos, los republicanos, los antisistema, los del 15 M, forman parte de todas las mareas y son más difíciles de detectar que los yihadistas, por ejemplo, porque a veces no llevan barba y nunca lucen turbante. Los anarquistas prefieren el desorden a la injusticia y saben que ha llegado el tiempo de desordenar a conciencia el tinglado de la antigua farsa que se tambalea y a la que quieren seguir apuntalando  los grandes partidos. Los anarquistas dan mucho miedo a las gentes de orden y de gobierno, los anarquistas siempre están ahí para cuando los gobernantes necesiten amedrentar a sus súbditos. ¡Que viene la mano negra!. O nosotros o el caos… pues el caos, porque a ustedes ya les conocemos y cada día va a ser más difícil que nos vendan su burra. Rebuznan, luego cabalgamos.

jueves, agosto 15

Apoyo mutuo

Apoyo mutuo es uno de los conceptos básicos de la futura sociedad anarquista y de la práctica anarquista actual. Hace referencia a una unión que rompe los esquemas del individualismo radical que hoy en día es el modelo dominante, ese que nos impone una visión de la sociedad como una suma de individuos atomizados que luchan por sus propios intereses siendo la competitividad la ley imperante. En esta sociedad, la solidaridad es sólo un lavado de conciencia que no se deja de ejercer desde la desigualdad y para mantener la desigualdad: es demostración de la superioridad, del distanciamiento que se tiene respecto al que recibe esa especie de caridad. El apoyo mutuo no es caridad basada en la condescendencia o la pena, es el codo a codo que se da en la unión de los oprimidos de todo el mundo. Los/as anarquistas no creemos en salvadores, figuras que se acaban convirtiendo en líderes a costa de usurpar el éxito de la lucha que sólo pertenece a aquellos/as que de verdad han luchado. Nos reconocemos a nosotros/as mismos/as como clase obrera, como los de abajo, nos reconocemos a nosotros/as mismos/as como iguales a nuestros/as compañeros/as y luchamos por un interés que nos es común: la liberación por parte de nosotros/as mismos/as de aquello que nos oprime. Cada ataque de las clases dominantes, aunque sólo sea a algunos/as, supone un ataque a todos/as nosotros/as porque implica el intento de perfeccionamiento de la dominación que busca romper, segregar, fragmentar toda forma de comunidad para extenderse como sistema de valores. Por eso, el apoyo mutuo, la ayuda entre iguales, como principio que sostiene la cooperación frente a toda forma de competición social es un poco de la anarquía aquí y ahora.

Extraído de la revista Adarga

lunes, agosto 12

El club de la lucha


"Si estás leyendo esto, el aviso va dirigido a ti. Cada palabra que leas de esta letra pequeña inútil, es un segundo menos de vida para ti. ¿No tienes otras cosas que hacer? ¿Tu vida está tan vacía que no se te ocurre otra forma de pasar estos momentos? ¿o te impresiona tanto la autoridad que concedes crédito y respeto a todos los que dicen ostentarla? ¿lees todo lo que te dicen que leas? ¿Piensas todo lo que te dicen que pienses? ¿Compras todo lo que te dicen que necesitas? Sal de tu casa, Busca a alguien del sexo opuesto. Basta ya de tantas compras y masturbaciones. Deja tu trabajo. Empieza a luchar. Demuestra que estas vivo. Si no reivindicas tu humanidad te convertirás en una estadística. Estas avisado..."

"Desempeñas trabajos que odias para comprar cosas que no necesitas."

"No sois vuestro trabajo, no sois vuestra cuenta corriente, no sois el coche que tenéis, no sois el contenido de vuestra cartera, no sois vuestros pantalones, sois la mierda cantante y danzante del mundo".


"El club de la lucha". Chuck Palahniuk

viernes, agosto 9

Compartir sabiduría para elegir libremente: mi parto, mi decisión


Este texto pretende ser una reflexión escrita por una comadrona que está cansada de ver cómo las mujeres y personas con útero, en nuestro día a día seguimos siendo juzgadas por lo que decidimos hacer con nuestros cuerpos. Hay muchas situaciones, como son la decisión de abortar, de dar en adopción, de parir o de negarnos a la ruta única que la medicina y sociedad han planeado para nuestros cuerpos. Y todas son juzgadas por la sociedad y la medicina día tras día.

Voy a centrarme en dos noticias ocurridas en los últimos meses en el Estado Español.

La más reciente, relacionada con el caso de la mujer que dio a luz en Oviedo el pasado abril. Esta mujer fue arrestada por la policía y llevada al hospital para someterse a una inducción a la que ella unas horas antes se había negado. En este caso el hospital denunció a la mujer porque estaba poniendo en riesgo a su bebé, lo cual clínicamente es mentira. No existía ningún riesgo para esa madre y ese bebé y lo que es más importante esa madre rigurosamente informada había decidido dónde y con quién quería parir. Y no era en un hospital.

Lo que se le castigó a esta mujer es su libertad de elección. Y esto parece ser que al personal hospitalario no le gustó. Se vulneraron varios derechos, entre ellos el de autonomía de la paciente, la libertad de negarse a cualquier tratamiento clínico o el hecho de que los bebés mientras siguen en el vientre no tienen derechos y la persona embarazada tiene derecho a decidir lo que le ocurre a su cuerpo. La gente opina sin saber en los medios de comunicación. “La mujer estaba poniendo en riesgo a su bebé”, “Estamos de acuerdo en la actuación de los médicos”. Pero ¿y la mujer? ¿Y su capacidad adulta de escoger lo mejor para ella y su familia?

Esta mujer había planeado un parto en su hogar. Al pasar las 42 semanas de gestación, la recomendación médica es someterse a una Inducción, ya que el riesgo de muerte intrauterina aumenta. Lo cierto es que si miramos las estadísticas el riesgo de perder al bebé es más alto a las 36 semanas (0.18%) que a las 43 semanas (0.16%) (Cotzias et al, 1999).

 Es verdad que existen riesgos, siempre. En cualquier decisión que tomamos en nuestra vida. El riesgo cero no existe. Y los profesionales médicos en este caso miran al riesgo del bebé, pero no a los riesgos que supone someterse a una inducción en vez de esperar a que el parto se desarrolle espontáneamente. Los riesgos de inducción incluyen: impacto en la experiencia de parto, 15% de riesgo de parto instrumental (fórceps o ventosa), 22% de riesgo de cesárea, incremento del riesgo de hemorragia postparto, riesgo de prolapso de cordón por ruptura de bolsa, riesgo de rotura uterina por hiperestimulación, mayor necesidad de analgesia, proceso más largo y agotador que en un parto espontáneo (Grobman, 2018).

La otra noticia que quería comentar es la de la muerte de un bebé que estaba de nalgas en un parto en casa, el pasado diciembre. La pareja, ante la única opción que le daba el hospital, que era la de una cesárea, decidió parir en casa y él bebe murió. En este caso es muy triste que esta pareja no tuviera más posibilidades. Los partos vaginales de nalgas atendidos por profesionales formados en esta desviación de la normalidad conllevan riesgos, pero mucho menores de lo que normalmente se presenta. En el 2000 se presentó un estudio en el que se recomendaba la cesárea en partos de nalgas para reducir el riesgo de muerte maternal y neonatal. Durante este estudio varios bebés murieron o tuvieron complicaciones. El estudio se paró porque no estaba siendo muy riguroso y una de las conclusiones que se obtuvo es que los profesionales que atendían los partos vaginales de nalgas no estaban formados en esa especialidad. La evidencia obtenida en subsecuentes estudios presenta los riesgos del parto vaginal de nalgas atendido por un profesional competente como: un 2% de riesgo de muerte neonatal comparado con 1% en partos de cabeza, mayor necesidad de resucitación y mayor riesgo de hematomas o rotura de clavícula. Por otro lado el riesgo de cesárea en presentaciones de nalgas es de 0.05% de muerte neonatal, riesgo de cortes innecesarios durante la cesárea o la necesidad de admisión en la UCI neonatal.

Me gustaría sacar varias reflexiones sobre la incapacidad de la sanidad española de ofrecer opciones a las diferentes demandas sociales en torno al embarazo, parto y postparto. Una de estas opciones debería ser la cobertura por parte de la Seguridad Social del parto en casa basándose en la ley de autonomía del paciente. Por desgracia, en el Estado español como en muchos otros el parto en casa o el hecho de elegir un camino no recomendado por los protocolos médicos continúa muy criminalizado. Y el ejemplo es la noticia anterior y todas las que vemos en los medios estigmatizando las opciones del parto en casa, el rechazo a determinados tratamientos médicos o la libertad de vacunación, por poner algunos ejemplos.

Desgraciadamente, las muertes de recién nacidos o las pérdidas durante el embarazo ocurren en un determinado número de casos y nuestro apoyo debe estar siempre con las familias, hayan elegido el camino que elijan, porque aunque no suela aparecer en los medios, ocurre más comúnmente en el hospital. Lo cual es de agradecer por respeto a los y las familiares. La presunción de que el parto domiciliario conlleva más riesgos para madres y bebés que el hospitalario, debido al no inmediato acceso a intervenciones que pueden salvar vidas, no está apoyado con la evidencia científica. El caso es que no son los partos hospitalarios los que reducen la mortalidad maternal e infantil. La evidencia científica (BMJ, 2011) sugiere que el parto en casa con asistencia profesional es igual de seguro para la madre que el parto hospitalario (Bernhard et al, 2014) y está asociado a menos intervenciones innecesarias según el ACOG (Colegio Americano de Ginecología y Obstetricia). Por otro lado, la evidencia científica (BMJ, 2011) reconoce que el riesgo de complicaciones serias del recién nacido (incluida la mortalidad) sí aumenta en el primer parto en casa. 9 de cada 1000 bebés nacidos en casa sufrirá una complicación comparado con un parto hospitalario donde el riesgo del recién nacido es 5 de cada 1000 nacimientos (BMJ, 2011). En cambio en partos consecutivos el riesgo de complicaciones serias para el recién nacido es el mismo que en el hospital (BMJ, 2011).


Lo que la evidencia sí ha determinado que mejora las estadísticas es el seguimiento continuado por parte de una comadrona durante el embarazo. Tener un seguimiento por la misma profesional reduce el uso de epidural durante el parto, reduce las posibilidades de tener un parto asistido (fórceps, ventosa o cesárea), las probabilidades de pérdida gestacional, las de tener un parto prematuro, reduce el número de episiotomías y las mujeres se sienten más relajadas, más seguras y más capaces (Sandall et al, 2016). Además, la atención por la misma comadrona comparada con la atención ginecológica muestra que el uso de epidural se reduce, lo cual lleva a menor número de intervenciones relacionadas con el uso de la epidural (Sandall et al, 2016).

No conozco las noticias de primera mano y la única información de la que dispongo es la que los medios han compartido, de lo cual no sé cuánto hay de realidad y cuánto de ficción. Pero partiendo de la veracidad de la información de los medios me gustaría hacer una reflexión como profesional sanitaria más allá de criminalizar las decisiones de estos padres que estarán pasando por una situación muy dura en sus vidas. Y es el derecho como seres adultos y autónomos a decidir sobre nuestros cuerpos y los de las criaturas que gestamos. Los profesionales de la salud tenemos el deber, en mi opinión, de informar a la gente que cuidamos, es decir, compartir las estadísticas, las opciones y los riesgos que conlleva cada uno de ellos. Cada individuo entonces con toda la información estará dispuesto a asumir unos riesgos u otros dependiendo de sus experiencias, su noción de riesgo y sus deseos. Ningún camino es libre de riesgos y las comadronas y ginecólogas no podemos proveer un embarazo, parto y postparto 100% sin complicaciones y riesgos porque como en todo proceso vital, la muerte y el riesgo están presentes. Parir en un hospital tiene más riesgos de intervención innecesaria y parir en casa en el primer parto incrementa el riesgo de mortalidad infantil, ninguna opción es libre de riesgos, cada cual desde mi humilde opinión debería de poder elegir conociendo toda la información. Yo no puedo intimidar a la gente que acompaño con información sesgada desde mis miedos y mis creencias, que tristemente es lo que sigo percibiendo en las experiencias de la mayoría de personas embarazadas. Es verdad que hay situaciones que me generan miedos e inseguridad como profesional, pero también sé que las personas a las que acompaño han tomado una decisión consciente y responsable. La suerte es poder ser parte de una estructura de profesionales donde nos apoyamos y nos apoyan para poder acompañar a las embarazadas decidan el camino que decidan.


Actualmente yo tengo la suerte de poder realizar mi trabajo desde el consentimiento informado. Soy comadrona en Inglaterra donde el Gobierno Británico se ha propuesto un modelo de salud maternal basado en el acompañamiento por la misma comadrona y donde se recomienda el parto en casa a mujeres con embarazos de bajo riesgo. Este informe llamado “Better Births 2020” (“mejores Partos 2020”) se ha propuesto reducir la mortalidad maternal e infantil, pero también la depresión postparto, o las intervenciones innecesarias. Varios proyectos piloto se están llevando a cabo en diferentes lugares del Reino Unido para estudiar los resultados de este nuevo modelo. Yo tengo la suerte de trabajar para uno de estos proyectos en el que la atención durante el embarazo se hace en el domicilio con la única excepción de las ecografías. El seguimiento se realiza por la misma comadrona o su compañera y lo mismo durante el postparto, donde se hace seguimiento hasta entre 4 y 6 semanas después del nacimiento. Si la persona embarazada decide parir en casa, entonces le acompañarán las comadronas del equipo que estén de guardia esa noche, las cuales respetarán las decisiones de la familia. Las estadísticas hasta el momento demuestran un 78% de posibilidades de conocer a tu comadrona en el parto. Es un modelo que a nivel profesional es muy enriquecedor porque gracias a que las personas toman decisiones informadas muchos mitos y miedos desaparecen. Algunas personas deciden parir en su casa más allá de las 43 semanas de gestación, otras deciden parir en casa a su bebé de nalgas, otras rechazan tratamientos médicos y otras deciden cesáreas programadas. Pero todas conocen sus derechos, sus posibilidades y lo que quieren hacer con sus cuerpos. Y nosotras como comadronas no les juzgamos, si no que les apoyamos en aquellas decisiones que les ayudan como adultos a elegir cómo quieren vivir sus vidas.

Si las mujeres deciden parir más tarde de la semana 42, se hace un plan de manejo con monitores dos veces a la semana y una ecografía para asegurar que él bebe está bien. Algunas mujeres aceptan la inducción, otras la retrasan unos días, otras tienen partos en casa y otras prefieren una cesárea programada que una inducción. Pero todas y cada una de ellas son respetadas en sus decisiones. En el caso de que la presentación sea de nalgas, las familias tienen varias opciones: una cesárea programada o esperar a que comience el parto, la versión cefálica externa (que consiste en intentar dar la vuelta al bebé) o parir vaginalmente en casa o en hospital. En el caso de que decidan parir en casa nosotras hacemos un grupo de comadronas con experiencia en parto de nalgas que estarán de guardia para asegurar que los riesgos sean mínimos.


Ojala algún día todas las personas puedan elegir lo que es mejor para ellas con sus cuerpos. Y los profesionales de la salud entendamos que nuestra labor es facilitar, no juzgar ni intimidar.

Gracias a todes aquelles profesionales de la salud que día a día trabajan para y por los derechos y la autonomía de las personas y sus cuerpos.


María Martínez, comadrona

martes, agosto 6

Desmitificando la Revolución Francesa


La revolución francesa está mitificada. Tanto la izquierda como la derecha la han reivindicado y ensalzado como un proceso mediante el que el pueblo llano logró emanciparse del feudalismo. Pero después de 230 años disponemos de la suficiente perspectiva histórica como para hacer una valoración veraz de lo que realmente fue este acontecimiento histórico. De hecho, son cada vez más los estudios que ponen de manifiesto que el relato ideológico elaborado en torno a la revolución de 1789 no se corresponde con los hechos, y que esta mitificación obedece a una intencionalidad política que está íntimamente unida a, por un lado, las causas reales que la desencadenaron, y por otro lado los cambios que este proceso provocó tanto en Francia como en el resto de Europa.

Lo cierto es que la revolución francesa no fue ninguna ruptura con la época feudal que condujo a la sociedad hacia la emancipación. Primero porque el feudalismo había sido abandonado hacía siglos, y al menos en Europa occidental lo que imperaban eran Estados modernos altamente centralizados en los que la nobleza carecía de poder político y militar al haberse convertido en un grupo social cortesano, dependiente de los favores de la corona. Fue un proceso paulatino que en Francia se manifestó con claridad en el s. XV con la creación del primer ejército permanente con Carlos VII,[1] y que culminó en el s. XVII durante el reinado de Luis XIV, quien con la rebelión de la Fronda laminó a la nobleza y la despojó de cualquier poder que hasta entonces había ostentado. Desde entonces la nobleza se convirtió en un grupo social provisto de privilegios jurídicos y económicos, sobre todo fiscales al no pagar impuestos, mientras que la corona logró extender su jurisdicción sobre el conjunto del territorio mediante sus tribunales y burocracia.

En segundo lugar suele explicarse la revolución como un proceso en el que la burguesía, y en diferente medida el pueblo llano, se rebeló contra el orden feudal que hasta entonces había prevalecido. Dado que no había orden feudal en 1789, y lo único que quedaban eran los parlamentos regionales y el derecho señorial que todavía limitaban el poder de la corona, debemos examinar si la revolución fue realmente una insurrección de la burguesía contra el orden establecido. A este respecto cabe apuntar que los principales exponentes de la revolución procedían de la nobleza togada, funcionarios del Antiguo Régimen, burgueses ennoblecidos, mandos militares y miembros del clero.[2] Tal es así que todas las personas ricas de todos los estamentos poseían derechos señoriales, puestos en la burocracia y pertenecían a corporaciones privilegiadas de algún tipo.[3] Tampoco fue una revolución popular en la medida en que la gente común desempeñó un papel secundario que se limitó sobre todo a las áreas urbanas, fundamentalmente París. En líneas generales la población de las ciudades fue arrastrada a las luchas que se produjeron en el seno de la elite dirigente, mientras que en las zonas rurales el pueblo llano atacó a la nobleza y burguesía, así como sus propiedades, lo que produjo una alianza entre estos dos grupos sociales para reprimir a la población.[4]

Hechas estas aclaraciones preliminares es necesario explicar qué fue entonces la revolución francesa, y sobre todo cuáles fueron las causas y efectos principales de este proceso de cambio político y social. En lo que respecta a las causas debemos referirnos al contexto internacional de la época. Las rivalidades geopolíticas entre Inglaterra y Francia se habían agudizado como consecuencia de la derrota sufrida por esta última en la guerra de los Siete Años, que supuso la pérdida de sus colonias en Norteamérica. Para restablecer de nuevo el equilibrio estratégico en la política internacional Francia apoyó la insurrección contra la corona inglesa en América, lo que, sin embargo, no hizo sino deteriorar su ya de por sí maltrecha situación financiera. No hay que olvidar que como consecuencia de las guerras emprendidas por Luis XIV Francia arrastraba una fuerte deuda, lo que se sumaba a sus carencias en el plano institucional y organizativo al no disponer de un aparato fiscal propio y depender de una red de recaudadores de impuestos que en la práctica operaban como prestamistas del Estado, de manera que Francia tenía que pagar unos intereses mayores que Inglaterra que, por el contrario, tenía su propio fisco y un banco central que reunía todo el crédito del país.[5] Además de esto la estructura social de clases constituía un impedimento a la hora de recaudar impuestos, pues la nobleza no tributaba, mientras que en Inglaterra sí lo hacía. Por otra parte la recaudación de impuestos no era uniforme, y esta variaba en función del territorio y del estamento.[6]

La corona de Francia no logró, a pesar de todos los esfuerzos realizados durante siglos, establecer un gobierno directo sobre la población, sino que tuvo que contar con la asistencia de los notables locales, y con una burocracia venal superpuesta a las instituciones que existían a nivel provincial y regional. En Francia prevaleció hasta la revolución un gobierno por mediación, lo que entorpecía la labor ejecutiva debido a que la corona se veía obligada a negociar con un estamento de privilegiados para movilizar y extraer los recursos que necesitaba para financiar el ejército y su política exterior. Todo esto generó una crisis fiscal del Estado que lo situó al borde de la quiebra y forzó la convocatoria de los Estados Generales.

Por tanto, la estructura de poder internacional fue la que presionó sobre el Estado francés hasta el punto de generar una crisis interna que finalmente desembocó en la revolución. No hay que olvidar que Francia arrastraba una importante inestabilidad social debido a los desequilibrios que habían producido las sucesivas guerras en las que se había visto envuelta, produciendo escasez de productos de primera necesidad, aumento de impuestos sobre las clases populares, incremento de la inflación, etc. Digamos que las condiciones exteriores del escenario geopolítico internacional obraron a través de las condiciones internas de Francia, desencadenando así una crisis fiscal e institucional que desembocó en la revolución. Era necesario reunir los recursos precisos para que Francia pudiera hacer frente al desafío que representaba la preeminencia británica a nivel internacional, y esto pasaba necesariamente por poner fin al Antiguo Régimen al no ser políticamente útil para relanzar la política exterior del Estado. Es decir, el Antiguo Régimen no era capaz de reunir los recursos económicos, humanos, materiales, financieros, etc., necesarios para incrementar el poder militar del Estado con un ejército mayor.[7] Francia arrastraba una enorme factura económica que no podía pagar con los ingresos que recaudaba con el sistema político imperante, de forma que era imprescindible cambiar dicho sistema para ampliar las capacidades internas del Estado. La revolución no fue sino un proceso mediante el que fueron adaptadas las condiciones internas a las necesidades externas de la competición internacional, lo que requería la reorganización del conjunto de la sociedad para aumentar el poder del Estado tanto hacia dentro como hacia fuera.[8]

La convocatoria de los Estados Generales y la posterior abolición del Antiguo Régimen para su sustitución por un régimen de carácter parlamentario se inscribe en el marco del desarrollo político y social de Europa occidental. Con esto nos referimos a que desde la Edad Media existieron instituciones representativas que agrupaban a los grupos sociales más destacados, pudientes e influyentes del reino a los que el monarca acudía para conseguir su apoyo, generalmente en la forma de impuestos, para su política exterior y campañas militares. A cambio de la ayuda financiera los notables del país obtenían concesiones políticas, generalmente en materia fiscal, del monarca. Esto hizo que con el tiempo estas instituciones evolucionasen hacia el parlamentarismo.[9]

La revolución logró lo que durante siglos de monarquía no logró ningún rey de Francia que fue la implantación de un gobierno directo, desde la cúspide del Estado hasta la base representada por el pueblo llano. Unido a esto encontramos otros efectos no menos reseñables como el crecimiento del Estado, tanto en su burocracia como en su ejército, y el aumento de los impuestos. Esto produjo una tenaz resistencia popular. Esta resistencia, que obedecía en su mayor parte a luchas que tenían su origen en las diferencias de clase que se arrastraban desde el Antiguo Régimen, se manifestó en la forma de evasión, trampa y sabotaje, y no necesariamente en la forma de rebelión abierta. Esto explica que la población de la mayor parte de Francia se opusiese a algún aspecto del gobierno directo revolucionario, y que provocase una importante oposición a la expansión del poder del Estado. La oposición se centró fundamentalmente en la resistencia que el pueblo manifestó a las subidas de impuestos, a la imposición de las leyes de París y al reclutamiento de tropas para las guerras internacionales.[10]

La historiografía revolucionaria y republicana ha presentado la oposición popular como una lucha ilegítima que fue instigada por el clero y la nobleza, así como por los partidarios de la monarquía. En este sentido el régimen republicano no ha dejado de denostar al pueblo llano acusando de contrarrevolucionarias, y por tanto alineadas con la monarquía y el Antiguo Régimen, a todas las acciones políticas de resistencia al naciente sistema político que los revolucionarios no tardaron en imponer a punta de bayoneta. Tal es así que la revolución se convirtió en una guerra civil. El descontento popular entre el campesinado generó una crisis nacional de gran envergadura que no permitió que las revueltas populares fueran gestionadas o cooptadas por las autoridades constituidas. La solución que adoptaron las autoridades fue la represión a gran escala con el envío de ejércitos, tribunales y burocracia a las provincias para implantar las leyes aprobadas en París.

El crecimiento a gran escala del Estado implicó su intromisión en una cada vez mayor cantidad de ámbitos de la vida de las personas, y esto generó fricciones que desencadenaron un enfrentamiento directo entre el pueblo llano y las autoridades revolucionarias. La historiografía oficial ha ocultado esta realidad y la naturaleza sangrienta e incluso criminal que manifestó la revolución contra la población, especialmente en el mundo rural, mientras que por el contrario se han magnificado las ejecuciones de nobles cuando numéricamente fueron irrelevantes si las comparamos con la persecución que se llevó a cabo contra miembros de las clases populares. Todo esto no hizo sino alentar la guerra civil en la que Francia se sumió al mismo tiempo que lanzó sus ejércitos en todas direcciones para conquistar Europa entera. Así, hoy se sabe que la república perpetró un genocidio en la Vendée, quizá el primero de la historia moderna, cuando sus habitantes se resistieron a la conscripción.[11] Las insurrecciones se produjeron tanto en el Oeste como en el sur de Francia. En Bretaña, Maine y Normandía entre 1791 y 1799. Al sur del Loira también se produjo una rebelión armada abierta que afectó a zonas de Bretaña, Anjou y Poitou. Se inició en el otoño de 1792 y continuó de forma intermitente hasta que Napoleón pacificó la región en 1799.[12] Mientras tanto, la resistencia popular a la revolución en la zona occidental de Francia alcanzó su punto álgido en la primavera de 1793 como consecuencia de la demanda de nuevas tropas por parte del Estado.

La revolución francesa fue el primer experimento totalitario de la historia. Prueba de esto es que logró construir un Estado hiperpoderoso con una crecida burocracia compuesta por un abultado personal funcionarial, unos ejércitos que numéricamente sobrepasaban a todos los que Francia había tenido con anterioridad, a lo que cabe sumar la expansión del aparato policial tomado del Antiguo Régimen. A partir de entonces el Estado comenzó a regular y controlarlo todo para abastecer a sus ejércitos y a la burguesía de Estado que se formó en torno a unas aumentadas estructuras administrativas. Gracias a la revolución la administración central del Estado pasó a contar con una gran cantidad de oficinas y de funcionarios en activo.[13] Si antes de 1789 había 50.000 funcionarios, durante la revolución llegó a haber cerca de 250.000. Un claro ejemplo lo representa el personal de los ministerios centrales que en 1788 contaban con 420 funcionarios y en 1796 ya eran más de 5.000.[14] Esta evolución demuestra que la revolución fue, entre otras cosas, un proceso burocratizador que impulsó el crecimiento del poder ejecutivo. Con el Directorio esta burocracia recibió una renovada estabilidad que allanó el camino para el nuevo papel que más tarde jugaría durante el período napoleónico.[15] La centralización política alcanzó su máxima expresión durante la revolución.[16]

Otro ejemplo más del cariz totalitario de este proceso fue la forma en la que pasó a administrarse la justicia. En lo que a esto se refiere se instauraron y generalizaron los tribunales revolucionarios que estaban directamente sujetos al poder central de París, y que eran utilizados para eliminar a los enemigos políticos del gobierno y para aplastar cualquier rebelión contra la autoridad del Estado. Sus víctimas eran nobles, sacerdotes, algunos ricos pero sobre todo, y en una cantidad mucho mayor en términos absolutos, campesinos y pobres de las zonas urbanas. Quienes eran llevados a este tipo de tribunales carecían de cualquier garantía, con lo que las condenas se generalizaron. Finalmente el Estado se reservó el derecho a nombrar y a promocionar a los jueces, con lo que la subordinación de la magistratura al gobierno terminó siendo una de las principales conquistas revolucionarias.[17] Juntamente con esto el parlamento, en 1790, prohibió a los tribunales y a las cortes de justicia anular o suspender las actuaciones de la administración. Pero a esto hay que sumar la aprobación aquel mismo año de una ley con la que se prohibía a los jueces actuar contra los miembros de la burocracia. Era el reflejo de un proceso de expansión del poder ejecutivo con la instauración de medidas de tinte totalitario, y que vulneraban los derechos y libertades que los propios revolucionarios se encargaron de proclamar a partir de 1789. El sistema judicial no defendía al individuo de las extralimitaciones del poder constituido sino que más bien servía a este último propósito, con lo que estableció la más completa impunidad de los agentes del Estado en su trato con el resto de la sociedad. En definitiva, constituía una afirmación del derecho estatal, y sobre todo de la razón de Estado, frente a cualquier otro tipo de derecho y razón.[18]

En el terreno represivo tampoco puede pasarse por alto la creación de una fuerza de policía especializada. La revolución mejoró el aparato policial heredado del Antiguo Régimen. Al principio las labores policiales las desempeñaron los comités populares, la guardia nacional y los tribunales revolucionarios. Más adelante, tras la proclamación del Directorio, el Estado concentró las tareas de vigilancia y detención en una única organización policial centralizada. Ya para 1799 Fouché, procedente de Nantes, fue nombrado ministro de policía, lo que le otorgó la responsabilidad de un ministerio cuyo poder se extendía por toda Francia y sus territorios conquistados. La revolución creó la Gendarmería que en la práctica fue la policía del Antiguo Régimen con otro nombre. A este cuerpo se le sumarían todas las policías que existían a nivel local en las diferentes ciudades, y que estaban compuestas tanto por personal de a pie como montado. En términos generales el sistema policial francés era más fuerte después de la revolución que antes.[19] Tal es así que Francia era por aquel entonces uno de los países que disponía del aparato policial más perfeccionado del mundo.

Por último hay que destacar que la revolución construyó los mayores ejércitos con los que contó Francia hasta entonces, hasta el punto de que el estamento militar pasó a ostentar un papel dominante en la política francesa, lo que permitió el advenimiento de una dictadura militar comandada por Napoleón. Gracias a las medidas draconianas que fueron adoptadas para abastecer a la inmensa fuerza militar creada, Francia se expandió hasta convertirse en un imperio. La revolución y la guerra total fueron la respuesta de este Estado a la hora de hacer frente a su crisis nacional y al desequilibrio estratégico que sufría frente a Gran Bretaña. Supuso una transformación no sólo cuantitativa del poder militar francés, sino también cualitativa mediante su profesionalización a través de la introducción de un criterio meritocrático en la promoción interna. Pero además de esto supuso la creación de un ejército enteramente nacional, compuesto por población local, lo que difería de los viejos regímenes absolutistas que habían recurrido a mercenarios. La nacionalización del ejército provocó un vuelco en la situación y un desequilibrio del poder internacional en provecho de Francia. La hipertrofia estatal hizo que la guerra se convirtiera en un asunto del pueblo, en este caso de un pueblo que sumaba 30 millones de habitantes. Hay que apuntar que en los siglos XVII y XVIII las guerras normalmente no habían movilizado a más de un 3% de la población de los países beligerantes.[20] Sin duda la revolución trastocó esto completamente y dio origen a la guerra total en la que, tal y como Clausewitz señaló, al poner a toda la población del país al servicio de la guerra los medios disponibles no tuvieron ya límites definidos.[21] Fue creado, entonces, un ejército masivo, lo que requería su drástico e inmediato crecimiento junto a la expansión de la burocracia estatal para facilitar la conscripción a gran escala, pero también la administración y el abastecimiento de tales masas humanas. El resultado final, como ya se ha dicho, fue la militarización de la sociedad con la instauración de un sistema de levas en masa para ganar la superioridad numérica sobre los enemigos.

Las guerras que se desencadenaron revolucionaron a la propia revolución y facilitaron la expansión del poder estatal. La movilización militar, la manufactura de armamentos, el abastecimiento del ejército y de las ciudades, etc., desencadenó la regulación de la economía que pasó a ser tan extensa en el día a día como la capacidad de la burocracia estatal y el poder de coerción del Estado podían. Todo o casi todo pasó a estar regulado, desde los precios de los productos básicos hasta los salarios. La movilización total de recursos fue la pauta general de las actuaciones emprendidas por las elites políticas de este período para mantener en pie los enormes ejércitos levantados, y con ello hacer frente al creciente esfuerzo bélico. La guerra sirvió para una creciente centralización de la política. Esta militarización a gran escala impuso medidas que jamás hubieran sido soñadas por el régimen absolutista. Las constantes levas en masa,[22] las grandes requisas y expropiaciones forzosas efectuadas por los agentes del Estado para abastecer al creciente ejército, las medidas especiales tomadas en las zonas rurales, (redadas nocturnas, constantes registros, toma de rehenes de familias, etc...), donde la población ofrecía mayor resistencia a la conscripción obligatoria, y la propaganda masiva para manipular ideológicamente a la población con el objetivo de conseguir su mayor implicación en el esfuerzo bélico son, entre muchas otras actuaciones, parte de la política totalitaria que el Estado desarrolló en aquel entonces. La Francia revolucionaria robusteció en grado superlativo el poder del Estado que aumentó sus capacidades militares en torno a un millón de hombres entre 1793 y 1794 para, de este modo, lograr una superioridad numérica sobre sus enemigos con la que conquistar la hegemonía en Europa.

La tendencia a la guerra era un rasgo inherente al propio proceso revolucionario, y en cierto modo su finalidad inmediata. Con la revolución irrumpió la política de masas que puso fin a los límites teóricos en los objetivos y métodos de la guerra, pues con ella emergió la propaganda y el fanatismo como instrumentos de manipulación ideológica para emprender guerras totales. De hecho, la revolución fue prácticamente desde el principio, y sobre todo a partir del otoño de 1791, un llamamiento abierto a la guerra y por ello un desafío al resto de las potencias europeas. Los girondinos proclamaron abiertamente en el parlamento que la guerra era una verdadera bendición nacional y que el único miedo que debía tener Francia era el de no tener una guerra. Estas declaraciones hechas por Brissot aludían igualmente a que el interés nacional de Francia requería una guerra para recuperar su seguridad, crédito y grandeza. Esta atmósfera belicista que impusieron los revolucionarios condujo a considerar la guerra la consumación de la revolución.[23] Todo esto demuestra la naturaleza totalitaria de este proceso y de sus resultados, mientras que la ideología, en la forma de nacionalismo combinado con un difuso universalismo, sólo fue un instrumento justificador del obrar totalitario del Estado revolucionario y su elite dirigente, además de servir para azuzar la guerra entre la población.

Puede concluirse, entonces, que el balance general de la revolución francesa es más negativo que positivo, y que por ello no hay ningún motivo de peso para celebrarla a tenor de lo hasta ahora expuesto. Su celebración, por el contrario, se inscribe en el marco de los fastos de un Estado que conmemora su refundación, y con ella su conversión en una nueva gran potencia. En este sentido el nuevo comienzo que inauguró la revolución fue el de un Estado hipertrofiado e hiperpoderoso que buscó conquistar la hegemonía internacional, a expensas, claro está, de la libertad, la igualdad y la fraternidad. El experimento fue efímero al terminar en Waterloo en 1815, pero los cambios que la revolución generó fueron imperecederos y afectaron a Francia y al resto del mundo con la configuración del moderno sistema de Estados. El precio de la gloria, la hegemonía y la grandeza fue verdaderamente sangriento en términos humanos, y catastrófico en términos económicos. La vetusta opresión del Antiguo Régimen fue sustituida por la de un Estado que se convirtió en el propietario de los habitantes de su territorio, que militarizó a la población y que no dudó en sacrificarla al servicio de sus intereses en la esfera de la política mundial.[24] Por todo esto la revolución fue causa y consecuencia de la competición geopolítica internacional entre las grandes potencias del momento, y por ello la respuesta que a nivel inmediato dio el Estado francés para aumentar sus capacidades internas y colocarse a la cabeza de esta competición. Todo lo demás es historia.


                                                                                Esteban Vidal

 
Notas:

[1] El comienzo de este proceso se remonta a la Edad Media cuando la corona empezó a afirmar su supremacía política sobre el conjunto del reino. Fue Felipe IV, en el s. XIII, el que logró imponerse por primera vez con claridad a la nobleza y afirmar su autoridad tanto frente a este grupo social como frente a la Iglesia. El rey de Francia no sólo pasó a investir cargos de la Iglesia, sino que igualmente la hizo tributar por sus riquezas. No hay que olvidar que este monarca disolvió la orden de los templarios y se apropió de todas sus riquezas. Con anterioridad el Papa Inocencio III, en 1202, había reconocido formalmente la independencia de facto del reino de Francia a través de la decretal “Per Venerabilem”, en la que afirmaba que el rey de Francia no tenía ningún superior. Le Goff, Jacques, La Baja Edad Media, Madrid, Siglo XXI, 1979, p. 227. Carlyle, Robert W. y Alexander J. Carlyle, A History of Mediaeval Political Theory in the West, Edinburgh, Blackwell, 1903-1936, Vol. 5, pp. 143-148. Post, Gaines, “Two Notes on Nationalism in the Middle Ages” en Traditio Vol. 9, 1953, pp. 281-320. Kantorowicz, Ernst H., The King’s Two Bodies: A Study in Medieval Political Theology, Princeton, Princeton University Press, 1957, pp. 51, 97

[2] Parece olvidarse con bastante frecuencia que el principal ideólogo de la revolución, y sobre todo de sus sucesivas constituciones, fue un sacerdote católico, concretamente Emmanuel-Joseph Sieyès. Esto es importante remarcarlo, como también que hubiera diferentes mandos militares involucrados en el proceso revolucionario. Entre los miembros de la Convención Nacional había 55 curas y 36 oficiales del ejército. Mann, Michael, Las fuentes del poder social, Madrid, Alianza, 1997, Vol. 2, p. 257. Por otra parte hay que añadir que durante al menos los 150 años previos a la revolución se había producido un proceso de mezcla entre la nobleza francesa y la burguesía, hasta el punto de conformar una misma clase de propietarios. No existían, por tanto, enfrentamientos entre las familias privilegiadas y las que ascendían en la escala social, como tampoco existía una identidad de clase claramente burguesa, de tal manera que comerciantes e industriales, que constituían lo sustancial de la burguesía de aquel entonces, perseguían ennoblecerse, todo lo cual facilitó su mezcla con la nobleza. Barber, Elinor G., The Bourgeoisie in Eighteenth-Century France, Princeton, Princeton University Press, 1955. Lucas, Colin, “Nobles, Bourgeois and the Origins of the French Revolution” en Past and Present Vol. 60, Nº 1, 1973, pp. 84-126

[3] Behrens, Catherine B. A., The Ancien Régime, Nueva York, Norton, 1989. Ídem, “Nobles, Privileges and Taxes in France at the End of the Ancien Régime” en Economic History Review 2ª serie, Vol. 15, Nº 3, 1963, pp. 451-475. Para una lectura de las posturas críticas con aquella historiografía que presenta la revolución francesa como una revolución burguesa cabe recomendar la siguiente bibliografía. Cobban, Alfred, “The Myth of the French Revolution” en Cobban, Alfred, Aspects of the French Revolution, Nueva York, Norton, 1970, pp. 90-112. Ídem, The Social Interpretation of the French Revolution, Cambridge, Cambridge University Press, 1964

[4] En relación a esto consultar lo comentado en Moore, Barrington Jr., Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. El señor y el campesino en la formación del mundo moderno, Barcelona, Ariel, 2015. Un caso concreto de ataques del campesinado a las clases privilegiadas está recogido en Lefebvre, Georges, “The Murder of the Comte de Dampierre” en Kaplow, Jeffre (ed.), New Perspectives on the French Revolution, Nueva York, Wiley, 1965, pp. 277-286

[5] En 1780 la deuda nacional acumulaba 14 millones de libras anuales en intereses, el doble de lo que pagaba en aquel mismo momento el Reino Unido. Mathias, Peter F. y Patrick K. O’Brien, “Taxation in Britain and France, 1715-1810. A Comparison of the Social and Economic Incidence of Taxes Collected for the Central Governments” en Journal of European Economic History Vol. 5, Nº 3, 1976, pp. 601-650. Morineau, Michel, “Budgets de l’État et gestion des finances royales en France au dix-huitième siècle” en Revue historique Vol. 264, Nº 536, 1980, pp. 289-336. Behrens, Catherine B. A., The Ancien Regime, Londres, Thames & Hudson, 1967, pp. 138-162. Riley, James C., The Seven Years War and the Old Regime in France. The Economic and Financial Toll, Princeton, Princeton University Press, 1986. Para un mejor conocimiento de la situación financiera y capacidades fiscales de Gran Bretaña ver Brewer, John, The Sinews of Power, Nueva York, Knopf, 1989

[6] Existían diferentes tipos de regiones como los “pays d’État” que conservaban su derecho a negociar la concesión de tributos a la hacienda de la corona. Además, tampoco existía un sistema de pesos y medidas uniforme, lo que dificultaba seriamente la recaudación de impuestos debido a que estos eran pagados en especie.

[7] Para entonces el peso económico del ejército sobrepasaba con creces las capacidades financieras del Estado. Este creciente peso económico no sólo es atribuible a su aumento numérico y a la mayor logística necesaria para su abastecimiento, sino que también estaba el factor tecnológico que ha servido para encarecer sustancialmente los costes de los medios para preparar y hacer la guerra. McNeill, William H., La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y sociedad desde el 1000 d. C., Madrid, Siglo XXI, 1988, pp. 184-196

[8] No hay que olvidar que el Estado es esencialmente un maximizador de poder, y que busca en todo momento aumentarlo para garantizar su seguridad y, así, su existencia a largo plazo. En la esfera internacional esto es todavía más claro, pues “cualesquiera que sean los fines últimos de la política internacional, el poder es siempre el fin inmediato”. Y evidentemente esto exige adaptar las condiciones internas para disponer de las capacidades necesarias con las que aumentar el poder para, de esta forma, realizar la política internacional del Estado. Morgenthau, Hans J., La lucha por el poder y la paz, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1963, p. 43

[9] Bisson, Thomas N., “The Military Origins of Medieval Representation” en The American Historical Review Vol. 71, Nº 4, 1966, pp. 1199-1218. Downing, Brian, The Military Revolution and Political Change, Princeton, Princeton University Press, 1992. Ver también Tin-bor Hui, Victoria, War and State Formation in Ancient China and Early Modern Europe, Cambridge, Cambridge University Press, 2011

[10] Sirva de ejemplo el caso del puerto mediterráneo de Collioure, cerca de la frontera española, donde la acción popular durante la revolución persiguió mantener la independencia cultural, económica e institucional. Todo esto hizo que la acción popular se centrase en oponerse a las pretensiones del Estado francés de intervenir en la vida local para reclutar hombres para la guerra, así como en la modificación de la organización religiosa o en los intentos de la administración estatal de controlar el comercio a través de los Pirineos. McPhee, Peter, “Les formes d’intervention populaire en Roussillon: L’exemple de Collioure, 1789-1815” en Centre d’Histoire Contemporaine du Languedoc Méditerranéen et du Roussillon, Les pratiques politiques en province à l’époque de la Révolution française, Montpellier, Université de Montpellier, 1988, p. 247

[11] Secher, Reynald, A French Genocide: The Vendée, Notre Dame, University of Notre Dame, 2003. Tulard, Jean, Jean-François Fayard y Alfred Fierro, Histoire et dictionnaire de la Révolution française, 1789–1799, París, Robert Laffont, 1987, p. 1113. Shaw, Martin, What is Genocide?, Cambridge, Polity, 2007, p. 107. Levene, Mark, Genocide in Age of Nation State: Rise of the West and the Coming of Genocide, Nueva York, Tauris, 2005, Vol. 2. Otros autores, por el contrario, hacen uso del término democidio, concepto más amplio que comprende el asesinato de cualquier persona o personas por un gobierno, y que incluye el genocidio, los asesinatos políticos y los asesinatos masivos. Rummel, Rudolf J., Death by Government, New Brunswick, Transaction Publishers, 1997, p. 55. Pero incluso los historiadores afines a las tesis republicanas que se oponen al uso del término genocidio para describir lo ocurrido en la Vendée reconocen que allí se produjeron actuaciones que pueden catalogarse como crímenes de guerra. Martin, Jean-Clément, Contre-Révolution, Révolution et Nation en France, 1789-1799, París, Editions du Seuil, 1998, p. 218. En cualquier caso no deja de ser un hecho que después de la intervención militar del Estado la Vendée necesitó 25 años para repoblarse.

[12] Bois, Paul, “Aperçu sur les causes des insurrections de l’Ouest à l’époque révolutionnaire” en Martin, Jean-Clément (ed.), Vendée-Chouannerie, Nantes, Reflets du Passé, 1981, pp. 121-126. Le Goff, T. J. A. y D. M. G. Sutherland, “Religion and Rural Revolt in the French Revolution: An Overview” en Bak, János M. y Gerhard Benecke (eds.), Religion and Rural Revolt, Manchester, Manchester University Press, 1984, pp. 123-146. Martin, Jean-Clément, La Vendée et la France, París, Le Seuil, 1987

[13] Barker, Ernest, The Development of Public Services in Western Europe, Nueva York, Oxford University Press, 1944

[14] Thirsk, Joan, “Social Mobility” en Past and Present Nº 32,1965, p. 8

[15] Church, Clive H., “The Social Basis of the French Central Bureaucracy under the Directory 1795-1799” en Past and Present Vol. 36, Nº 1, 1967, pp. 59-72

[16] Son interesantes las observaciones hechas desde este punto de vista del proceso centralizador que significó la revolución por Tocqueville, y que constituyen un referente clásico. Tocqueville, Alexis de, El Antiguo Régimen y la Revolución, Madrid, Alianza, 1982, 2 Vols.

[17] Greer, Donald, The Incidence of the Terror during the French Revolution, Cambridge, Harvard University Press, 1935. Lucas, Colin, The Structure of the Terror, Nueva York, Oxford University Press, 1973

[18] No hay que olvidar que cuando Danton se convirtió en ministro de justicia en 1792 se puso en marcha un proceso de centralización del poder judicial para someterlo a las exigencias políticas del Directorio y de la Convención. Primero se estableció una renovación de los tribunales cada dos años cuyos integrantes eran sistemáticamente purgados a posteriori por el Directorio, hasta el punto de que llegaron a anularse las elecciones de jueces en 49 departamentos.

[19] Bayley, David, “The Police and Political Development in Europe” en Tilly, Charles (ed.), The Formation of National States in Western Europe, Princeton, Princeton University Press, 1975, pp. 328-379

[20] Wesson, Robert G., State Systems: International Pluralism, Politics, and Culture, Nueva York, The Free Press, 1978, p. 122

[21] Clausewitz, Carl von, On War, Harmondsworth, Penguin, 1968, p. 385. Al fin y al cabo la guerra total era parte de la doctrina militar revolucionaria tal y como se desprende de los textos de los mandos militares de aquel entonces. Strachan, Hew, Ejércitos europeos y conducción de la guerra, Madrid, Ediciones Ejército, 1985, p. 89

[22] El 23 de agosto de 1793 se decretó una leva en masa que constituyó una medida excepcional tanto dentro del proceso revolucionario como para aquella época al implicar la militarización de toda la población. Aquel decreto decía así: “Hasta que los enemigos de Francia sean expulsados del territorio de la República, todos los franceses deberán encontrarse dispuestos a servir y apoyar a nuestras fuerzas armadas. Los jóvenes irán a combatir, los casados forjarán armas y se encargarán de los servicios de transporte, las esposas e hijas tejerán las tiendas de campaña y los uniformes se servirán en los hospitales, los ancianos se levantarán en los lugares públicos para ensalzar la bravura de nuestros soldados y para predicar lo odioso de los reyes y la unidad de la república...”. Best, Geoffrey, Guerra y Sociedad en la Europa revolucionaria 1770-1870, Madrid, Ministerio de Defensa, 1990, pp. 80-81

[23] Knox, MacGregor, “Mass politics and nationalism as military revolution: The French Revolution and after” en Knox, MacGregor y Williamson Murray (eds.), The Dynamics of Military Revolution 1300-2050, Nueva York, Cambridge University Press, 2009, pp. 63-64. El desarrollo del concepto de guerra como consumación de la revolución se encuentra presente en los regímenes totalitarios y está explicado en Ídem, Common Destiny: Dictatorship, Foreign Policy, and War in Fascist Italy and Nazi Germany, Cambridge, Cambridge University Press, 2000

[24] La revolución produjo la militarización de la sociedad al haberla llevado a un estado de guerra permanente. Esto trastocó completamente el lenguaje, pues en tiempos de paz se llamaba a los ejércitos fuerzas militares, y sólo se hablaba de ejércitos en tiempos de guerra. El periodista francés Joseph Fiévée lo explicó del siguiente modo a principios del s. XIX: “On disoit autrefois les forces militaires de la France, de la Russie, de l'Espagne, de l'Autriche, de la Prusse, pour désigner la troupe de ligne que chacune de ces nations tenoit sous les armes en temps de paix; et le mot armée ne s'employoit jamais qu'en temps de guerre, et pour la partie qui se battoit; encore chaque armée prenoitelle un nom distinct, soit du pays auquel s'appliquoient plus particulièrement ses opérations, soit du chef qui la commandoit. Ce n'est certainement que depuis Buonaparte qu'on a appelé collectivement, en temps de paix comme en temps de guerre, les forces militaires de la France, l'armée; et cet exemple paroît avoir été suivi par toute l'Europe. On plaide aujourd'hui pour l'armée, on parle à l'armée, on fait parler l'armée”. Fiévée, Joseph, Correspondance politique et administrative, París, Le Normant, 1816, Vol. 1, p. 99. [Traducción: “Antiguamente se decía las fuerzas militares de Francia, de Rusia, de España, de Austria, de Prusia, cuando se quería designar a los soldados de línea que esas naciones tenían en armas en tiempos de paz; y la palabra ejército jamás era utilizada sino en tiempo de guerra, y aun así aplicada tan sólo a la fracción que combatía; más aún, cada uno de los ejércitos tomaba nombre distinto, según el país particular en el que se desarrollasen sus actividades, o según el jefe que se hallaba al frente. Tan sólo después de Napoleón se comienza a llamar colectivamente, tanto en tiempos de paz como en época de guerra, a las fuerzas militares de Francia, el ejército; un ejemplo que parece haber sido imitado en toda Europa. Se habla hoy en defensa del ejército, se le habla al ejército, se hace hablar al ejército”]. Extraída de Jouvenel, Bertrand de, Los orígenes del Estado moderno. Historia de las ideas políticas en el siglo XIX, Toledo, Editorial Magisterio, 1977, p. 162

sábado, agosto 3

Ser la diferencia que hace la diferencia

El otro día, una amiga mía describía desconcertada una escena que había vivido en su trabajo con adolescentes de 14 años en un instituto de la periferia norte de Madrid. Según le contaban lxs adolescentes, cuando publicaban una foto en Instagram, si pasado un tiempo -no mucho- la publicación no obtenía un número mínimo de likes, la borraban de la red. Como si esa imagen, producto de un momento determinado de sus vidas y cargada de intención, nunca hubiera sucedido. Como si el intervalo de tiempo vivido que la imagen reflejaba pudiera dejar de existir en el acto mismo de ser borrado. Creo que lo que más nos horrorizaba a las dos de esta escena era la mezcla entre la ligereza con que aparentaban eliminar su pasado y el patetismo de haberlo hecho a partir del juicio de otras personas, en su mayoría desconocidas. En ese punto, por pura asociación libre, me acordé de Nosedive, el episodio de Black Mirror en el que una chica enloquecía al intentar aumentar su popularidad en una red social que, de forma despiadada, otorgaba valor a las personas en función del número de likes que obtenían. Las dos historias se conectan en mi cabeza de manera siniestra. Necesito urgentemente una salida.

Leía hace poco que vivimos en una época en que parecen haberse cumplido gran parte de las distopías del siglo XX. En la era digital, la invasión de la tecnología en nuestras vidas, el control de la opinión pública a través de la desinformación o el aplastamiento de las emociones que interfieren con la productividad neocapitalista con psicofármacos, han dejado de ser un asunto de ciencia ficción. Aunque como especie llevamos milenios imaginando el fin del mundo, el apocalipsis se siente ahora más inminente que nunca. Los recursos naturales se agotan, el cambio climático amenaza con destruirnos, y el fanatismo identitario se expande alimentando discursos de odio y exclusión. Al mismo tiempo, tengo más capacidad de viajar que nunca en vuelos low-cost que contaminan el planeta, dispongo de todo el cine, la literatura y la música que quiero en el salón de mi casa gracias a la tablet, y puedo mostrarme al mundo instantáneamente en un click a través de los píxeles de mi teléfono móvil. Además de consumidora, soy prosumidora, o lo que es lo mismo, productora de capital para el Big Data mediante los datos personales que ofrezco gratuitamente a cambio de una aplicación cuyo efecto es similar al de un anestésico social. Me siento testigo de la putrefacción de un sistema al que nutro y del que participo a cambio de la comodidad cotidiana que conozco porque ¿qué otra cosa podría hacer? Solo soy una individua sumergida en un macrosistema demasiado poderoso. Todo está aparentemente en orden en el mini entorno que habito y, sin embargo, hay un malestar continuo que no deja de latir en mí y en el ambiente que respiro. Si todo esto no reúne los ingredientes para un relato distópico, que baje el dios que ya no existe y lo vea.

Cada mañana desayuno café con Prozac y me acuerdo, por pura asociación libre, del soma de Un Mundo Feliz. Es difícil imaginar qué hacer para cambiar las cosas cuando se vive dentro de una distopía. Necesito coger un poco de distancia para observar. Voy a pensar que esta distopía en la que habito no es más que un mito posmoderno al servicio de que nada cambie. Al fin y al cabo, los discursos del miedo siempre han sido una potente herramienta de control social. Las únicas líneas argumentales que me ofrece ese relato son la sumisión al sistema a costa de un estancamiento progresivo de mi fuerza vital o una revolución que parece pasar, inevitablemente, por la guerra.

Da miedo que todo estalle de una vez por todas después de acumular tanta presión. Así es como han estallado muchas de las personas con las que trabajo.

Soy psicóloga, aunque dentro del relato distópico que habito sería más adecuado llamarme personal técnico de lo psicoemocional —o algo por el estilo—. Trabajo con lo que consideramos locura. El encargo que tengo es reintroducir en el sistema a lxs que se quedaron fuera o se salieron del discurso oficialmente compartido. Vendo mi arsenal de ortopedias y lo pongo al servicio de lxs disidentes para que vuelvan a habitar la narrativa social convencional. Pero si observo la normalidad como un ingrediente más del mito posmoderno, la cosa cambia. Se abre una grieta. Se interpone una distancia. A lo mejor, igual que en psicoterapia, podemos intentar cambiar la narrativa social saturada por el problema. Abandonar la distopía. Construir otros relatos. Después de todo, nuestra forma dicotómica de pensar el mundo (hombre-mujer, loca-cuerdo, individual-colectivo, tú-yo, me someto o vamos a la guerra) es solo uno de los guiones posibles. Generalmente aparece como el único porque descansa sobre una estructura que lleva siglos acompañándonos con fuerza: la lógica agonística patriarcal, que divide el mundo pensable en polos contrapuestos y que encuentra en la dialéctica la vía regia de solución a las tensiones y al conflicto. Pero hay otras tramas narrativas, porque hay otras personas que, con sus cuerpos, ya están encarnando otras posibles formas de vivir no binarias, no cuerdistas, no capacitistas.

Desmontar la lógica que nos atraviesa significaría, por ejemplo, empezar a ocupar yo misma el lugar de una disidencia. Pero eso sólo sería el primer paso. La disidencia no es la alternativa, sólo una manera de resistir. Aunque quizás desde ahí sea más fácil tomar perspectiva y cambiar el foco para, en lugar de dedicarme a ser un agente normalizador de disidentes, intentar una revolución en mi propio modo de vida y hacerme con el control de mi energía vital usurpada. Apuntar hacia la autogestión radical de mí misma como fundamento de lo colectivo. Esto ya lo dijo David Cooper, pero lo hemos ido olvidando una y otra vez para repetir sin descanso nuestro síntoma distópico.

Dentro del relato oficial, salirse del esquema se registra como renuncia al confort cotidiano, pero a lo mejor eso solo es una estrategia más del propio relato, imprescindible para sobrevivir en él. Puede que no sea cierto, y que dirigir nuestra reflexión a analizar los discursos sociales vigentes y sus posibilidades de transformación no solo nos proporcione otros tipos de comodidad aún desconocidos, sino que además revierta en la estimulación de nuestro potencial creativo. Sabemos que dentro de un sistema, el cambio en uno de sus componentes afecta inevitablemente a todos los demás. La clave es inventar el tipo de diferencia que marque la diferencia. Por eso necesitamos la imaginación más que nunca, y para potenciarla, una vía es mantener la apertura a experiencias que la estructura considera subalternas. La esperanza está demasiado ausente de nuestros códigos compartidos. Pero es precisamente cuando todo ha sucedido y queda poco que perder, el momento de arriesgarse a hacer algo distinto, aunque no sepamos hacia dónde va a llevarnos. Al fin y al cabo, al deseo le gusta lo imprevisto, y como poco -que es mucho- podremos reapropiarnos de la dignidad de asumir riesgos.


Teresa Abad 
Extraído de coencuentros.es