Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, febrero 28

Anatomía política

 Declaración de la Renta de la Duquesa de Alba en 2012, pagó: 950'97 euros.

Ese año, ocupaba la novena posición entre la personas más ricas de España.


El capitalismo ensalza el trabajo pero castiga a quienes trabajan. Nuestra sociedad enaltece la verdad, pero nada nos gusta más que las dulces mentiras con que arrullan nuestros sueños desde la televisión. Nuestros Estados glorifican la justicia, la paz y la solidaridad pero sus prácticas cotidianas se cimentan en la injusticia, el nepotismo, la violencia y el canibalismo. Solo los delincuentes que miran desde sus rascacielos, sus clubs y sus residencias privadas parecen enterados de esto. Ellos, que son maestros de la depredación, el terror, la prevaricación y la mentira, son los más interesados en que el bulo se mantenga, se propague y todos los días la timorata clase media se alimente de él. Los delincuentes del lumpen son los únicos que no se engañan con esto, pero les vale de poco, y aún en su torpeza y falta de medios, hacen lo que pueden por imitarles. Al crimen organizado de aquellos remedan con el atropello y el zarpazo ciego, a la venta de países y recursos naturales de aquellos parodian vendiendo de saldo el fruto de sus asaltos. Los de arriba montan empresas de seguridad que ofrecen mercenarios al servicio de cualquier dictadorzuelo que haya que sostener en el poder, los de abajo se hacen sicarios para hacer en plan minorista lo que a lo grande y en televisado es tarea de sociópatas con el pecho lleno de medallas y la cabeza llena de serrín. Los de arriba fabrican las armas con que se matarán los de abajo, el dinero por el que se matarán los de abajo y las chucherías por las que matarán los de abajo.

La diferencia solo es de escala, porque, en realidad, todos estamos presos, presos del miedo a perder lo que se tiene, presos de la ansiedad por no tener lo que se debería, presos de la desconfianza en el prójimo, presos de soledad, de aburrimiento, de impotencia, de resignación.

Todos estamos presos. Atados a la pata de la mesa en el colegio, a la pata de televisión en casa, a la pata de la máquina en el taller, a la pata de la hipoteca en el banco, a la pata del velador en el espacio público, y uno termina por convencerse de que la vida es cualquier cosa menos una prisión. La realidad solo sirve para ser temida o para ser comparada. Nuestra memoria es un apéndice de la memoria del poder, y como el poder es poco memorioso, apenas recordamos más que lo que el poder quiere recordar de sí mismo, el monólogo elogioso de su existencia, su eficiencia y su sacralización constitucionalista, aunque en el fondo sea la racionalidad política de los regímenes totalitarios lo que se esconde detrás de nuestras democracias.

Arrullados por esta racionalidad política, nos resulta mucho más fácil aceptar que debe haber impunidad para los de arriba y sanción para los de abajo, éxito para los de arriba y fracaso para los de abajo, premios para los de arriba y castigo para los de abajo, héroes por arriba y villanos por abajo, riqueza arriba y pobreza abajo y, sobre todo, que los de arriba son inocentes de su riqueza y los de abajo culpables de su pobreza. Abajo las vidas valen poco, y hay más interés en llenarles la cabeza que el vientre, de ahí el atiborrarlos de todo tipo de informaciones para asegurarse de que no se enteren de nada, de atragantarlos con todo tipo de violencias (una cada tres minutos en la televisión), para que la gran lección con que se vayan a dormir cada día es que vivimos en un mundo violento que los medios amplifican sin cesar.

Lo terrible es que los delincuentes de cuello blanco tienen la llave de nuestros sueños, de nuestros mitos y de nuestras emociones, las fabrican en serie a través del cine y la televisión, y despojados de la realidad, de la verdad, de los demás y de la palabra ardiente que en otros tiempos creció entre los despiertos, los libres y los rebeldes, el único lugar que a los de abajo les queda para vivir es el miedo.

El hombre ha sido producido recientemente, decía Foucault. La identidad, los derechos, la conciencia, el cuerpo, la locura… no son más que las condiciones en las que el poder se produce, y entrar a diseccionarlas es realizar la anatomía política del orden burgués, donde constatar cómo se ejercita el poder sobre los cuerpos, cómo las técnicas disciplinarias los modelan no solo físicamente; también las actitudes, los comportamientos, las representaciones son formateadas con el fin de regular la vida de los sujetos a través de la escuela, el ejército, la fábrica, el centro comercial, el hospital, la prisión, la sexualidad, la infancia, los discursos, las vías de comunicación, los espacios públicos… todo se vuelve lugar para el examen, la fabricación de saberes y el ejercicio del poder que son claves para la buena marcha del orden social. Somos una sociedad tutelada, el poder nos dice constantemente que no somos de fiar, que hay que atarnos en corto, que el único estatuto que merecemos en sus democracias es el de la libertad vigilada, y ahí están su legión de psicoanalistas, psicólogos, pedagogos, asistentes sociales, conformadores de opinión y publicistas alimentando la gran máquina espectacular de la normalidad deseante y, por si todo esto falla, la policía.

Hasta el primer Marx, que aún tenía poco de marxista allá por 1844, escribió en el periódico Vorwaerts, del que era entonces colaborador, sus Acotaciones críticas al artículo El rey de Prusia y la reforma social, en el que reflexiona, siguiendo a Proudhon, cómo “ningún Estado puede proceder de otra forma; porque para suprimir la miseria debería suprimirse a sí mismo, puesto que la causa del mal reside en la esencia, en la naturaleza misma del Estado, y no es una forma determinada de él como supone mucha gente radical y revolucionaria que aspira a modificar esa forma por otra mejor”.

En efecto, el ejercicio del poder no reside en una clase, no está solo en el Estado y en sus aparatos, no está solo en la subordinación económica, en el modo de producción, en el conocimiento o la ideología que sustenta visiones del mundo, prácticas y discursos, sino que atraviesa todo el cuerpo social como una red de araña donde coacción, seducción y vigilancia se confunden, y donde sería necesario analizar cada trama en su compleja red de interacciones, por eso el poder no puede ser reformado, por eso el poder solo puede ser destruido.

El problema de nuestro discurso de contrapoder no es que permanezca oculto, sino que nadie lo compra por demasiado evidente. No nos resistimos al poder por la sencilla razón de que el poder somos nosotros. Nuestros esfuerzos hoy no están encaminados a impedir la apropiación material de nuestro trabajo, al contrario, nuestros esfuerzos están encaminados a intentar que alguien se apropie de nuestro trabajo. Tampoco tenemos ningún interés en impedir la apropiación de nuestras mentes, al contrario, nuestros esfuerzos, lejos de intentar elaborar mecanismos culturales y conductuales con los que dar cauce a un pensar otro, a la insubordinación ideológica, están encaminados a ofrecernos desarmados y cautivos a la ideología dominante. Si el poder no nos parece amenazante es porque nos amenaza con nuestra propia máscara, si apenas sentimos su vigilancia es porque ya nos encargamos nosotros de suministrarle cualquier dato que necesite sobre nosotros, si lo que hay detrás de la máscara no le preocupa es porque detrás de la máscara no hay absolutamente nadie, porque la omnipresencia de la máscara hace desaparecer todo rastro de realidad enmascarada. Vivimos en el engaño, hemos hecho de lo falso nuestra forma de vida y de la mentira nuestro hogar. Hacemos no solo lo que se espera que hagamos sino que cualquier otro hacer, desde nuestra mentalidad consentidora, se nos hace inconcebible, con lo que alimentamos la situación más dulce para eternizar la dramaturgia del poder.

Esto no significa que no existan los dominadores, significa que todo el discurso de la dominación es sistemáticamente desviado hacia la naturalización de las condiciones de dominación en forma de valores dominantes, hegemonía del discurso y relaciones de poder que se aceptan y en las que se participa voluntariamente, y hasta con entusiasmo. Esto no significa que no haya látigo, significa que el látigo entra dentro de la lógica del deseo cuando lo que sobran son espaldas que azotar.

Pero porque la presión no se puede contener indefinidamente, también es cierto que fuera de escena, en las periferias de la dominación, hay aún lugares para el encuentro, el rito, el ágape, la conversación, la parodia, la sátira y algún sueño menor de venganza violenta junto con los restos de visiones utópicas. En estos refugios, hay quienes articulan no solo actos de lenguaje no hegemónico, disidente, subversivo, de resistencia y de oposición, sino que desde ellos, se puede dar carnalidad a una extensa gama de prácticas que van desde las intervenciones furtivas y espectaculares en el espacio público al sabotaje y al hurto, desde el trabajo mal hecho a los atentados contra la propiedad, desde la holgazanería a la insumisión. El disfraz, el engaño, el comportamiento evasivo, pueden ser métodos eficaces para retratar aquello que las élites dominantes tratan de esconder o disimular en el ejercicio de su poder y también pueden ser elementos que sirvan para que los dominados evalúen hasta qué punto sus intereses son realmente los intereses de los dominantes.

Como dominados, nuestra representación colectiva no puede sino aspirar a configurar una puesta en escena que confirme la imagen que los dominantes tienen de nosotros, pero haciendo que esa imagen sirva a nuestros intereses, no a los suyos. La cultura oficial está llena de deslumbrantes eufemismos, silencios y lugares comunes, por lo tanto, nos corresponde a nosotros construir nuestra propia historia, nuestra literatura, nuestra lengua, nuestra música, nuestro humor, nuestro propio conocimiento y nuestras propias soluciones al capitalismo.

Tenemos que encontrar, además, maneras de transmitir nuestro mensaje y de extender nuestras prácticas. Hay que aprovechar todas las inconsistencias y ambigüedades legales que podamos poner de nuestra parte, bordear el límite de lo que las autoridades están obligadas a tolerar o no pueden impedir que suceda.

Nos llamaran radicales, terroristas, delincuentes, con el fin de desviar la atención de nuestras exigencias políticas. Tratarán de dar una apariencia de unidad entre dominantes y dominados, pero los desacuerdos seguirán ahí, los conflictos entre el capital y la vida seguirán ahí. Si conseguimos hacerlos evidentes, insoportables, esa apariencia de unanimidad se resquebrajará, el conformismo cederá ante las desigualdades, el consentimiento cederá ante las injusticias, la resignación cederá ante la destrucción del mundo, y el sistema se desmoronará.

El orden social actual no es inevitable. La convivencia con el mal no es inevitable. Las desigualdades de poder, riqueza y clase no son naturales sino producto de la violencia política y de una ideología al servicio de esta. Las promesas del sistema para aquellos que creen en él no se cumplirán. Nos toca actuar hoy, siquiera por desesperación ante el colapso civilizatorio en ciernes, y porque nos va en ello nuestra continuidad en el planeta. Es cierto que resistir abiertamente es una temeridad absurda ante la severidad de las represalias. La lucha por alcanzar el mundo que queremos tiene que darse en otros términos, bajo formas casi inéditas, practicando una resistencia que minimice la oposición, ocultando nuestras actividades, borrando nuestras huellas y atacando cuando sea relativamente seguro hacerlo mientras no se abra el camino del desafío abierto, solidario y colectivo. Necesitamos generar los espacios sociales en donde pueda crecer este discurso de la resistencia, la disidencia y la autoafirmación. Lugares donde se pueda crear cultura autónoma, donde experimentar rituales, preparar fiestas, inventar nuevos lenguajes, cantar, soñar, disfrazarnos, jugar, contar historias, discutir planes y trabajar en común.


Antonio Orihuela. Puntos ciegos (los cuerpos y las razones que preferimos ignorar). Ed. Fantasma, 2021

sábado, febrero 25

La vida administrada. Sobre el naufragio social

 

El progreso es probablemente la principal religión y el mito fundador de nuestra sociedad. De este se derivan otros conceptos como desarrollo o crecimiento que conforman los discursos y las prácticas gubernativas, incluso los modos de vida del mundo desmantelado que habitamos.

Tanto es así que las suturas abiertas de la relación con el territorio, y de la propia condición humana, convierten las necesidades, las opciones y los deseos en refresco embotellado; y cualquier política —incluida la alternativa—, se vuelca de manera contumaz en administrar el camino al desastre. En nombre de más seguridad y mejor nivel de vida, se han ido cediendo cada vez más parcelas de autonomía y libertad, conformando una comunidad incapacitada para elaborar sus propias alternativas a un barco que enarbola el naufragio social como seña de identidad.

La lucha por evitar el naufragio no está exenta de contrasentidos: «la contradicción entre las luchas ecológicas contra el modelo extractivista y la defensa de las condiciones de subsistencia por los trabajadores de la minería sería uno de los múltiples ejemplos». Ante esta versión sistémica del dilema del prisionero, la indolencia o el cinismo no serían más que un consuelo, una reacción autoinmune. Por eso, la necesidad actual reside en la construcción de nuevas políticas de emancipación social liberadas del falso binomio entre (estado de) bienestar y (estado de) malestar.

 

Juanma Agulles

Editorial Virus

miércoles, febrero 22

Howard Zinn: «el problema es la obediencia civil»

 

Seres de otro mundo

 


Un papel recogí del suelo cuando aquel encuentro de jóvenes estaba a punto de finalizar. Aquellas notas sueltas, sin ser grafólogo, parecían, por los trazos inacabados, escritas a mucha velocidad pero muy bien pensadas por como de apretados estaban cada uno de ellos. ¿Una carta de propósitos  o quizás un aprendizaje?



      Claro que somos unos flojos, no queremos sostener este mundo de mierda.

Claro que somos unas desheredadas, no queremos la herencia de su mundo.

Claro que somos analfabetos y analfabetas si su diccionario es machista.

Claro que no votamos, pasamos cuando la muerte son sus proyectos.

Claro que nos orgullecemos de lo viejo, su modernidad es un altar al olvido.

Claro que somos unos desinformados, su inteligencia televisiva o internauta es un puro secuestro.

Claro que hay que mirar atrás cuando su delante es opresión. Claro que reclamamos menos cuando su más es destrucción.

Claro que vestimos como vestimos pues sus estúpidas corbatas son sogas en el cuello. Bello es el amanecer, un huerto con sus hierbas y un grafiti de amor.

Claro que somos indecentes si su decencia es contaminar o escupir inmundicias sobre la Tierra.

Claro que somos impúdicos con nuestros besos, abrazos y roces pero a ellos no vamos a renunciar.

Claro que somos incrédulos de dioses y ciencias pues bien sabemos que la vida es un misterio.

Claro que somos unos marginados pues nos situamos al margen de sus podridas leyes.

Claro que somos unos payasos. Claro.

 

Para mí no hay duda, el papel que guardo en el bolsillo es una declaración de amor. De seres de otro mundo. De seres hacedores de otro mundo.

 

GUSTAVO DUCH GUILLOT. Autor de MUCHA GENTE PEQUEÑA

domingo, febrero 19

Doble horror en Siria

 


Hace pocos días, un terremoto terrible afectó a los países de Turquía, donde se produjo el epicentro, y Siria; los muertos se han contado por miles, que, con seguridad, serían muchos menos con unas condiciones de vida dignas. La solidaridad internacional se ha disparado pero la atención sanitaria de urgencia se dificulta en un territorio, el sirio, que lleva nada menos que doce años de conflicto armado con diversos facciones en litigio, gubernamentales, el Estado islámico o los kurdos, cada una de ellas con sus correspondientes aliados internacionales. Hace tiempo que esta guerra, como tantas otras, no ocupa sitio en los medios generalistas primando la invasión de Ucrania, por motivos obvios, ya que las emergencias humanitarias lo son más si afectan a los países desarrollados. Infinidad de personas, ahora afectadas por el terremoto, ya convivían con el horror al escapar de los ataques armados. ¿Qué sabemos sobre el conflicto civil sirio, con seguridad, alimentado por diversos intereses en juego? Al parecer, la zona siria devastada por el seísmo está dividida entre territorio controlado por las fuerzas del presidente Bashar al-Asad, mientras que la zona más al noroeste se encuentra dominada por los que resisten frente al régimen. Los refugiados, que huyeron de la guerra, se dice que al menos millón y medio, se han visto ahora afectados por la catástrofe natural en territorios como Alepo o Idlib; si hablamos ya del paso a Turquía, se baraja la cifra de tres millones y medio, que buscan refugio en ese país.

Esta gran crisis humanitaria, otra más, se explica por encontrarse el sur de Turquía, y parte de Oriente Medio, en una zona definida por los expertos como de gran riesgo sísmico: la superficie terrestre se encuentra fragmentada en placas tectónicas que se mueven a gran velocidad; cuando frotan entre ellas, se producen los temblores. A pesar de este conocimiento sobre una zona que sufre periódicamente terremotos de gran magnitud, hay voces que han señalado a las autoridades turcas, por haber contribuido a que la catástrofe haya sido mayor. Al parecer, los diversos gobiernos de ese país aprobaron unos permisos para que las empresas constructoras, a cambio de ciertas comisiones, no cumplan con las regulaciones de seguridad. De esa manera, se ha dicho que, aunque la intensidad máxima del seísmo ha sido obviamente muy violenta, no debería destruir edificios bien construidos; si la mayor parte de lugares afectados no lo han sido por ese máximo nivel, es fácilmente deducible que la mayor parte de los edificios se han venido abajo por negligencia en su construcción. En lo que atañe al territorio sirio, la cosa se complica por la ausencia de infraestructuras sanitarias debido al intolerable conflicto armado donde los continuos bombardeos ya habían destruido numerosas clínica médicas antes del seísmo.

El presidente al-Asad, no solo había castigado el noroeste del país controlado por los rebeldes con los bombardeos, también ha estado demorando la asistencia humanitaria internacional exigiendo que pasara antes por sus manos; se dice que otras ayudas durante la guerra y la pandemia ni siquiera llegaron a su destino. El gobierno de Damasco, por su parte, se ha excusado aludiendo a las sanciones establecidas contra Siria debido a tantos años de guerra y ha denunciado la politización de la tragedia, que me temo realizan unos y otros mandatarios. Y es que esta nueva catástrofe natural, la peor desde hace años, ha evidenciado una vez más la hipocresía de las potencias europeas y de Estados Unidos al repartir la ayuda humanitaria; solo la presión internacional ha hecho que el presidente Biden modere las sanciones sobre Damasco, por muy brutal que sea el régimen de al-Asad, para afrontar la crisis y, lo principal, asistir a gente necesitada, aunque las acusaciones se han seguido sucediendo echándose unos y otros gobernantes los muertos a la cara. Sea como fuere, la realidad es que seguimos viviendo en un mundo terriblemente desigualitario, donde los derechos humanos son papel mojado, con unas condiciones de vida indignas para tanta gente y con intolerables conflictos armados ante la mirada hipócrita, o directa connivencia, de las llamadas potencias democráticas junto a sus vendidos medios generalistas.


Juan Cáspar

jueves, febrero 16

Anarquismos no occidentales. Reflexiones sobre el contexto global

 


Autor: Jason Adams. Editorial: La neurosis o las barricadas. Páginas: 89.

Hace ya tiempo reseñamos la colección Lmentales de la editorial La Neurosis o Las Barricadas, breves y asequibles libros de máximo noventa páginas de extensión y por cuatro euros cada uno. Esta ocasión queremos destacar una de estas obras, que nos acerca a la historia del anarquismo en países periféricos y en la práctica de algunos pueblos no occidentales. Esa historia marginal que ha forjado lecciones de lucha y que no pueden encontrarse acumuladas en instituciones académicas.

Esta obra retoma la conexión entre el anarquismo y las latitudes en la periferia del sistema de dominación capitalista. Más allá de la estructura de pensamiento occidental, el anarquismo es un conjunto de valores colectivos de horizontalidad y de autonomía continuadamente presentes en determinadas comunidades sociales a lo largo del tiempo. El anarquismo ha sido un movimiento a escala global y no occidental en su origen; algunos de los países donde ha tenido mayor impacto han sido países no occidentales como Argentina, México, Corea o China.

Este libro analiza primeramente el territorio del continente asiático, y las principales corrientes anarquistas con dos líneas bien marcadas: la tradicionalista que defendía los valores comunitarios a pequeña escala frente a las ideas occidentalizadoras, y por otro lado la línea aperturista que veía en las ideas racionalistas y anarquistas una posibilidad de emanciparse de la cultura de dominación impuesta por la costumbre. En África no se menciona la eclosión de un anarquismo ideológico, sino más bien elementos sociales anarquistas vinculados a un comunismo primitivo y sociedades antiautoritarias. América es, sin duda, el continente donde el anarquismo ha fraguado los mayores movimientos de transformación social y ha sido más el más extendido entre las clases populares. El poder es comprendido como el reflejo de la voluntad moral del pueblo. Estos anarquismos de primera ola sentaron las bases globales para los anarquismos del siglo XX hasta la actualidad, y su influencia en un anarquismo postoccidental no universal de movimientos autónomos.

Esta labor de indagar en los anarquismos no occidentales es una lucha contra la desmemoria, y radica su importancia en conservar los mapas de los caminos no seguidos, esos caminos que seguimos explorando aún a día de hoy.

 

https://www.todoporhacer.org/ 

lunes, febrero 13

De la defensa del territorio a la sublevación de la tierra

 

Una de las características principales de nuestro tiempo es la concentración de la población en grandes aglomeraciones impersonales ilimitadas, vertebradas únicamente por ejes viarios, fruto de la globalización, o más claramente, de la disolución de un capitalismo de naciones acotadas en un capitalismo de regiones urbanas interconectadas. El fenómeno se conoce como metropolitanización. El tipo de asentamiento resultante, la metrópolis, determina una nueva forma de relación y de gobierno, luego una cultura distinta, individualista y consumista, y un estilo de vida diferente, más artificial y dependiente, más industrial y mercantilizado, determinado casi enteramente por los imperativos de la terciarización productiva. En efecto, las metrópolis son antes que nada los centros de acumulación de capitales más idóneos para la mundialización de los intercambios financieros, suceso responsable directo de los desastres ecológicos y sociales que nos asolan. La urbanización intensiva que las alimenta no es más que la readaptación violenta del territorio a las exigencias desarrollistas de la economía global. El área metropolitana es la concreción espacial de la sociedad capitalista globalizada. En esta fase, el crecimiento económico, inscrito en la naturaleza sustancial del capitalismo, es fundamentalmente destructivo, insostenible, tóxico, y por consiguiente, conflictivo. Los efectos sobre la salud física y mental de la población concentrada son terribles y los daños ambientales se asemejan a los de una guerra contra el campo y la naturaleza: desertificación y salinización de suelos, acidificación de océanos, rotura de los ciclos biológicos, polución del aire, las aguas y las tierras, acumulación de basuras, despilfarro energético, agotamiento de recursos, pérdida de la biodiversidad, calentamiento global, despoblación, etc. El capitalismo, que ha tropezado con sus límites internos, la obtención de plusvalías, alcanza los externos, la finitud de los recursos. Paralelamente, las economías autóctonas se arruinan, pues la producción local de bienes y alimentos no puede competir con la gran producción industrial. En consecuencia, la agricultura tradicional, la pequeña producción y el pequeño comercio tienden a desaparecer en favor de las plataformas logísticas, la industria deslocalizada y las grandes superficies. Igual que pasó con los artesanos en el periodo de arranque del capitalismo moderno, el campesinado se volvió superfluo, y su cultura, obsoleta. El territorio se vacía imparablemente y se degrada; los habitantes excedentarios de los pueblos y pequeñas ciudades se vuelven reserva de mano de obra y emigran a las cada vez más inhabitables conurbaciones donde reina la desigualdad y el desarraigo, mientras que las urbes medianas se estancan y declinan. Cuando la industria agroalimentaria y el turismo son preponderantes, el proceso de vaciado rural puede proseguir sin obstáculos, pues son necesarios para la conversión completa del territorio en capital, motor imprescindible de desarrollo desbocado y fuente mayor de los necesarios beneficios.

La cuestión social hoy menos que nunca se manifiesta como exclusivamente laboral, habiendo perdido el mundo del trabajo su antigua centralidad. Tampoco como problemática circunscrita a los conglomerados urbanos, por más que las consecuencias indeseables de la metropolitanización —formación de guetos periféricos, contaminación atmosférica y lumínica, ruido, servicios públicos insuficientes o inexistentes, gentrificación, precariedad, desahucios, pobreza, etc.— originen numerosas protestas. El territorio, convenientemente despoblado y ferozmente desequilibrado y esquilmado por prácticas extractivistas, se diversifica como manantial de ingresos y adquiere peculiaridades económicas complementarias a las de la conurbación: reserva urbanizable, soporte y contenedor de infraestructuras, productor de recursos energéticos, albergue de residuos, lugar de la agricultura industrial y la ganadería intensiva, espacio para el ocio, la segunda residencia o el turismo rural… La agresión al territorio produce involuntariamente un desplazamiento geográfico del eje de las luchas, que en los países turbocapitalistas ocurren en su defensa. La cuestión social reaparece entonces como cuestión territorial, y, dada la despoblación rural —casi absoluta en el Estado español, con el consiguiente abandono de decenas de miles de pequeñas explotaciones y millones de hectáreas de cultivo— su expresión más auténtica aunque más dificultosa es la vuelta al campo. Sin embargo, un verdadero sujeto colectivo con una finalidad unificadora y transformadora clara no consigue concretarse.

Los neorrurales no constituyen en ninguna parte un colectivo lo bastante numeroso como para formar con los jóvenes lugareños, los investigadores disidentes, las mujeres y el campesinado residual un verdadero sujeto político. El sujeto se constituye al segregarse radicalmente un grupo disconforme para construir su mundo; en cambio, la oposición al cáncer desarrollista en ninguna parte se distancia demasiado de los métodos convencionales. A menudo, recurre a la mediación de la política tradicional y acepta cohabitar con el viejo orden social. No se plantea la administración concejil, el acceso popular a la tierra o el desmantelamiento de su explotación industrial. A pesar de todo, en el territorio se despliegan con mayor profundidad todas las contradicciones del capitalismo y estatismo, pero la dominación —el sistema, el poder, la clase dirigente— aún es capaz de neutralizarlas con mecanismos de cooptación y fórmulas de estabilización del estilo de la “economía social”, el “desarrollo rural”, la “transición energética”, el “decrecimiento” no conflictual o el “nuevo pacto verde”. La defensa del territorio es objetivamente anticapitalista, pero subjetivamente todavía no lo es. El éxodo rural acabó con la sociedad campesina en Europa e hizo imposible la comunidad de intereses en el campo y, por lo tanto, la formación de una clase sólida y activa. Por eso, se da el caso de un sujeto en estado gaseoso, concretado en “entidades”, plataformas o coordinadoras, que busca cambiar la sociedad sin molestar a sus elites y trata de salir del capitalismo sin romper la puerta. Y, por eso, la actual defensa del territorio es incapaz de revertir la situación a pesar de la contribución no desdeñable de las insatisfechas masas periurbanas, pues la meta proclamada consiste solo en “cambiar el modelo de desarrollo”, por supuesto, gracias a una benévola disposición de las instituciones “repensadas” o “reinventadas” por no se sabe quién, no en acabar con el capitalismo, la jerarquía y el Estado. En verdad, sobre la defensa del territorio pende la espada de Damocles de la institucionalización, la promoción de líderes y el malestar encauzado. Solamente un colapso urbano podría alterar tales limitaciones, habida cuenta de que las metrópolis son cada vez más vulnerables, ya que los problemas derivados del cambio climático o las dificultades en el suministro de agua, electricidad, combustibles o alimentos podrían fácilmente volverlas inviables.

Únicamente en tierras latinoamericanas, determinadas condiciones históricas opuestas a lo que los dirigentes llaman “progreso” han permitido subsistir a un campesinado numeroso, en parte indígena, que mantuvo sus tradiciones comunitarias de autoproducción, autodefensa y autogobierno. Allí la resistencia a las acometidas de la globalización ha podido reconstruir una identidad revolucionaria, o sea, una clase peligrosa. La actividad eminentemente defensiva de las comunidades rurales ha colocado el problema agrario en el centro de la cuestión social, irradiando la influencia del campo sobre las barriadas marginadas de la urbe. Es así como la defensa del territorio da un salto cualitativo hacia la sublevación de la tierra y se convierte en espejo donde ha de contemplarse la lucha urbana. Políticamente, con la reivindicación del poder de decisión —de la soberanía— para las asambleas territoriales autónomas; económicamente, con la voluntad de transferir los recursos de la metrópolis al campo; socialmente, con las prácticas autogestionarias y autoorganizativas. Indudablemente, en ese contexto de contradicciones emergentes que impide al sistema dominante presentarse como parte principal de la solución, como hace por aquí, el antagonismo entre campo comunitario y extractivismo industrial se acentúa, volviéndose a la vista de todos irresoluble en el marco de un régimen capitalista y estatista. Cada trecho que se avance en la producción y distribución alternativas, cada terreno que se ocupe, cada jerarquía que se suprima, significará un retroceso de dicho régimen, o sea, de la dominación, por lo que cabrá esperar una contraofensiva a la que parar, que, lógicamente, será autoritaria en su concepción, y policial, incluso militar si la situación lo exige, en su realización.

No entiendo la sublevación de la tierra como una mera expresión típica de la neo-lengua de la izquierda doméstica, ni creo que con ella se aluda al levantamiento retórico de un 15M o a las inocentes demandas dirigidas a los gobiernos de la seudomovida Extinción-Rebelión o de los colapsólogos patentados. Hay que entenderla en su significado literal: la revuelta contra el poder establecido de un amplio sector de la población erigido en sujeto colectivo —en clase— que quiere vivir según sus deseos, sin mediaciones exteriores, y para eso exige cambios revolucionarios en la economía, la política y la sociedad. Es una respuesta insurgente ante las consecuencias catastróficas del crecimiento económico y también la etapa culminante de un proceso de lucha social. En los países sin agricultores el proceso apenas está empezando; se busca el camino a través de tanteos, discusiones, liberación de espacios, escaramuzas y experimentos. El objetivo es una sociedad civil compuesta por comunidades autoorganizadas, con raíces en la tierra, separada lo más posible del Estado y de “los mercados”, y en consecuencia, desurbanizada, desestatizada y desglobalizada. Este desde luego no se alcanza con SMS (el arma preferida de Negri), monedillas, simulacros circenses, quejas mesuradas a la autoridad o manuales de colapsología. Para salir del capitalismo hay que enfrentarse decididamente a él. Pero, a pesar de multiplicarse las situaciones críticas de todo tipo y las implícitas amenazas de derrumbe, el régimen capitalista y estatista continúa reproduciéndose, porque encuentra nuevos aliados por el camino con los que perseverar en la misma dinámica de poder y crecimiento. Su capacidad destructora del espacio público, y por consiguiente, de la percepción de la verdad, es infinita. Las predicciones apocalípticas no le arredran, más bien lo contrario. La catástrofe lo nutre. Así pues, nunca le detendrán desfiles carnavalescos, candidaturas electorales, fórmulas asociativas prodigiosas o cualquier otra clase de sucedáneo convivencialista. Todo eso forma parte de su mundo. Tal como antes se decía, en la guerra como en la guerra, si es que realmente hay que evadirse de él.

 

Miguel Amorós

Para el ciclo de debates online «Sublevaciones de la tierra», moderado por la Revista SABC, el 15 de noviembre de 2022

viernes, febrero 10

Lo que no ves por el retrovisor: cuatro desgracias de los vehículos a motor

 


El coche privado es una máquina de generar desgracias. Producen multitud de traumatismos y muertes por accidentes, además de enfermedades y muertes por su contaminación (atmosférica, acústica, hídrica o turística, entre otras).

Los destrozos ambientales por los automóviles son ingentes. A la minería de sus productos, hay que sumar el desgaste de los neumáticos y la muerte de orangutanes. En todo esto, el coche eléctrico solo elimina una parte de los gases de combustión que, en muchos casos, simplemente se trasladan de lugar. Las baterías de litio tienen un elevado coste ambiental.

Examinemos los daños que producen los automóviles, en cuatro aspectos clave, de los que los dos primeros son más conocidos que el resto.

1. La minería para los automóviles destruye la naturaleza

Una batería para un coche eléctrico necesita litio, cobalto, níquel, grafito, cobre, acero, aluminio y plástico. Para ello, se requiere extraer y procesar 500 veces su peso en materiales. O sea, una batería de 500 kilos, requiere remover y alterar de la naturaleza 250 toneladas de tierras (y podrían ser bastante más, dependiendo del tipo de minas; y eso sin incluir los productos químicos empleados para procesar los minerales). Aparte de las baterías, el resto del coche necesita acero, aluminio, magnesio, termoplásticos, cuero, fibra de vidrio y de carbono, hierro, etc. El peso medio de un coche ronda los 1.400 kilos (y solo sirve para mover los pocos kilos de entre 1 y 5 seres humanos).

“Fabricar un coche eléctrico produce las mismas emisiones de CO2 que fabricar dos coches de combustible”, dice Laurentino Gutiérrez. Es decir, hasta que el coche eléctrico no ha recorrido entre 30.000 y 40.000 kilómetros, no empieza a ser más ecológico que un vehículo de combustión.

A toda la devastación ocasionada por las minas hay que sumar la contaminación por las ingentes cantidades de energía necesaria para procesar el material. Por todo el planeta crecen las zonas de sacrificio, zonas asesinadas en nombre del progreso (como denunció Klein en su libro En llamas). Pero hablemos claro, un coche es «asequible» porque no estamos pagando los costes ambientales, y lo vemos «razonable» porque miramos para otro lado cuando nos dicen lo que conlleva.

2. Gases tóxicos que salen por el tubo

El tubo de escape de un coche es una fuente terrible de contaminación que depende, entre otras cosas, del tipo de combustible. El CO2 y los NOx (óxidos de nitrógeno) son los más famosos, por sus consecuencias en el calentamiento global y en la salud humana. No obstante, hay muchos otros contaminantes, como óxido de carbono (CO), benzopirenos, azufre y sus óxidos (responsables de la lluvia ácida), carbono negro, hollín, hidrocarburos no quemados (HC), anhídrido sulfuroso, así como otras partículas finas, conocidas como PM2,5 y PM10. Los benzopirenos son partículas consideradas como muy cancerígenas y forman nubes tóxicas en las ciudades. El ozono es otro contaminante poco conocido, aunque suframos sus mortíferos efectos.

Algunas partículas, como las de carbono negro, son tan pequeñas que pueden penetrar hasta lo más profundo de los pulmones. De ahí, pasan al torrente sanguíneo, al corazón y al cerebro, originando respuestas inflamatorias y otros efectos sobre la salud no muy bien conocidos. El cáncer es solo una de las consecuencias posibles.

Los gases contaminantes causan un tercio de las muertes por accidentes cerebrovascularesenfermedades respiratorias crónicas y cáncer de pulmón; así como de una cuarta parte de los decesos producidos por ataques cardíacos. Se ha estudiado que la exposición a la contaminación del aire pone a los adolescentes en riesgo de enfermedades del corazón.

Hay que decir que los motores de combustión no son las únicas fuentes de estos contaminantes del aire. Industrias (como las cementeras), chimeneas domésticas de leña, y las quemas agrícolas son la causa de que haya zonas muy contaminadas, alejadas de las grandes ciudades o de las zonas de tráfico denso.

3. Los neumáticos contaminan casi 2.000 veces más que los tubos de escape

Esta conclusión es disruptiva, porque saca del foco la contaminación del tubo de escape. Al rodar, los neumáticos desprenden sustancias tóxicas peligrosas, cancerígenas y para las cuales no existe una regulación legal. Las minúsculas partículas por debajo de 23 nm son difíciles de medir y actualmente no están reguladas ni en la UE ni en Estados Unidos. Son partículas tan finas que vuelan y son respiradas. No son solo partículas, sino que también hay compuestos químicos cancerígenos, como los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP).

Cuanto más pesa el coche, más desgasta sus neumáticos y más partículas emite. Los coches eléctricos no emiten gases en las ciudades, pero a cambio, pesan más, por las baterías, por lo que sus emisiones por los neumáticos son superiores. También influye la forma de conducir. Un tipo de conducción agresivo (con acelerones y altas velocidades) emite casi el triple de este tipo de partículas. A ellas hay que sumar las del tubo de escape o la de las chimeneas de las centrales eléctricas.

Estas partículas que sueltan los neumáticos son parte de los microplásticos que contaminan los océanos. Uno de los compuestos de los neumáticos está relacionado con la muerte de salmones en EE.UU. Tengamos en cuenta que los neumáticos tienen multitud de compuestos: pigmentos, aceites, resinas, metales pesados (cadmio y plomo), ftalatos, benzotiazoles, bisfenoles, etc. Los expertos dicen que se podría reducir mucha contaminación eliminando los neumáticos más tóxicos.

4. El efecto secundario de reciclar neumáticos

Es bien sabido por los ecologistas de verdad que el reciclaje no suele ser ecológico. Para que lo sea, primero hay que reducir y reutilizar, lo cual no suele hacerse. Y segundo, porque el proceso mismo de reciclaje es tan complejo que no es rentable hacerlo bien. Por eso, el reciclaje suele usarse más como greenwashing que como técnica de economía circular. Los neumáticos son un buen ejemplo de todo esto.

Las ruedas gastadas se han empleado en el suelo de parques infantiles, en campos de césped artificial y también para hacer carreteras. Los científicos han descubierto que los gránulos de caucho son una fuente de contaminación en el mar y que esto afecta a las especies marinas. Además, sus consecuencias son a muy largo plazo, porque esas partículas se van degradando lentamente. Algunas son tan finas que se las lleva el aire y acaban cayendo hasta en las zonas polares.

Hay tantos neumáticos que no hay capacidad para reciclarlos. Por tanto, muchos se almacenan en vertederos (legales o no), algunos de los cuales acaban ardiendo de forma incontrolada y otras veces acaban como combustible de industrias tan contaminantes como las cementeras.

En 2017, la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza) estimó que el 28,3% de los microplásticos en el océano provienen de la erosión de los neumáticos al conducir. Ese dato solo tiene por encima los microplásticos que se liberan al lavar la ropa (34,8%).

5. Y al final mueren los orangutanes

Los bosques de Sumatra están siendo arrasados para ser sustituidos por vastas plantaciones de caucho y aceite de palma. Como ves, no importa que el coche sea o no eléctrico. Los neumáticos están quitando selvas de los orangutanes y bosques a países como Camboya, Tailandia, Myanmar, Indonesia y el Congo.

Estamos pagando con enfermedades colectivas, que algunos vivan cómodamente. Esa comodidad puede que la percibas como generalizada, pero la realidad es que los que más enferman y los que más pierden sus hogares no son los que más cómodamente contaminan.

 

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martes, febrero 7

Fuera policías espías de nuestras vidas

 

 

A finales de enero, el medio catalán La Directa publicaba el resultado de una ardua investigación –en la que han participado 13 personas que han invertido un total de 540 horas– que revela que un policía nacional, cuyo nombre corresponde con las siglas D. H. P., se había infiltrado en los movimientos sociales libertarios del barrio barcelonés de Sant Andreu.

 Dani, como se le conocía en estos círculos, se infiltró en el centro social La Cinètika en junio de 2020. En los siguientes años, estableció relaciones sexoafectivas instrumentales con al menos ocho mujeres, utilizándolas para integrarse en diferentes grupos, desde asambleas de vivienda hasta el sindicato CGT. En este tiempo, ha participado en manifestaciones contra la entrada en prisión de Pablo Hasél o en concentraciones antidesahucios y pasó por espacios autogestionados de Móstoles (como el CSO La Casika) y Euskadi.


 

Hasta la fecha, cinco mujeres que habían tenido relaciones con el espía se han querellado contra él y su superior jerárquico por delitos de abusos sexuales y contra la integridad moral. El testimonio de Clara, una de las parejas de este ser, es desgarrador: “Si hagués sabut que era policia, mai hi hauria mantingut una relació. […]Res justifica que l’Estat i la policia es fiquin en la meva vida. Sento que m’ha violat, he estat amb algú que ara m’adono que no coneixia i això genera molta por. El que m’ha fet com a dona és molt fort, però crec que és igual de greu que s’hagi introduït en la vida dels seus amics o en les activitats polítiques”.


 


No es la primera vez que ocurre algo así. En junio del año pasado, La Directa destapó a otro agente (I.J.E.G.), infiltrado en el movimiento independentista. En todos los países la infiltración de policías en movimientos sociales es la norma, tal y como explica la campaña Police Spies Out of Our Lives (“policías espías fuera de nuestras vidas”). En el Reino Unido, un agente llamado Mark Kennedy (usando el alias Mark Stone) se infiltró en el movimiento ecologista y animalista durante siete años, incitó enfrentamientos contra la policía en manifiestaciones, se acostó con varias mujeres activistas e incluso llegó a tener un hijo con una de ellas.

En el Estado español, las infiltraciones policiales –que sólo están justificadas en caso de delitos extremadamente graves– tienen que estar sometidas a control judicial. ¿Aparte de ordenar el Ministerio de Grande Marlaska –ministro del Gobierno más progresista de la historia– la infiltración, algún juez autorizó que se mantuvieran relaciones sexoafectivas?

Animamos a leer toda la investigación publicada por La Directa y El Salto, a acudir a las concentraciones que se están llevando a cabo en Barcelona, Móstoles y más lugares y a gritar, alto y claro, “fuera policías espías de nuestras vidas”.


 




sábado, febrero 4

Dentro del zulo



 


Dentro del zulo el aire se rompe, aúlla, gime, desaparece.
Igual que nosotros, que al acabar la temporada
nos convertimos en huesos enjaulados,
en rumor de sogas,
en hambre y frío made in Spain.
Perdón, no me he presentado todavía.
Soy uno de los miles de perros de caza
que cada febrero se convierte
en estadística del abandono,
del olvido y de la infamia.

Dentro del zulo no existimos,
eso lo saben bien quienes nos abandonan.
Desde el nacimiento hasta la muerte,
pertenecemos a esos cementerios ambulantes
que se llaman cazadores.
Pertenecemos a quienes se deshacen de nosotros
cuando ya no les hacemos falta.

Dentro del zulo, de la soga, del hambre y del frío,
somos invisibles.
Pero, amigas, amigos, fuera del zulo tampoco existimos,
eso lo saben bien quienes legislan discriminándonos
de aquellos otros perros que viven en un hogar.
Ese hilo cruel que une a cazadores y legisladores
nos condena una vez más al maltrato, a la muerte.

Nos abandonan en el zulo
y nos abandonan en negociaciones infructuosas
donde somos una pieza de ajedrez sacrificada.
Una ley que discrimina a unos perros de otros
es una ley cruel e injusta.
Y una ley injusta no es una ley.
Dejad de llamar ley de protección a algo que no nos protege.
Llamadle trofeo político,
trampa para vender humo,
fracaso endulzado con sirope de maltrato.

Nos abandonan en el zulo,
nos abandonan en el Parlamento,
en pleno siglo XXI nos siguen abandonando.
Pero resistiremos,
porque algún día este país será digno
de todos los perros del mundo,
sin distinción.
¡Mismos perros, misma ley!




                                                       Marta Navarro García

miércoles, febrero 1

Libros en tiempos de miseria

 


Las personas de mi generación, nacidas a finales de los sesenta y principios de los setenta, hemos vivido dos grandes fenómenos que han condicionado nuestra forma de leer y de enfrentarnos al mundo. El primero fue —y es— la televisión. Fuimos, nos referimos siempre al caso español, la primera generación educada íntegramente bajo la tutela de ese sagrado electrodoméstico que ya nos empieza a parecer añejo. El segundo fue la decadencia del hábito de lectura entendida ésta como vehículo apasionante de grandes ideas y anhelos de rebelión. Para comprender este segundo fenómeno basta con advertir cómo en los años ochenta, cuando nos hacíamos adolescentes, la sociedad entró en una fase de estancamiento político que coincidió con la extinción, paulatina o súbita según los casos, de antiguas esperanzas de emancipación. Hasta entonces, y sobre todo entre la población joven y estudiante, ciertos libros y autores habían sido emblemáticos de esa inquietud compartida por otra forma de vida. La lectura, esperábamos, debía llevarnos más allá de los lugares comunes, de la resignación y cinismo de los que ejercían nuestra tutela.

No es que a partir de aquella época, los años ochenta, la gente joven dejara automáticamente de leer, como obedeciendo a una oscura e imperiosa voz de mando. Pero es verdad que a partir de entonces la lectura fue perdiendo ese carácter un tanto clandestino y heroico. Ya no era el acto privado que se dirigía hacia lo colectivo justamente a través del esfuerzo del individuo aislado que era capaz de elevarse hacia las cuestiones universales y candentes. La lectura ya no guardaba su fragor de combate subterráneo. Era el acto privado, a secas. Nosotros quisimos leer aún como habían leído nuestros antecesores, seguros de seguir viviendo bajo una tiranía injustificable. Así que nuestra lectura era el acto póstumo, el homenaje a una generación que había sido derrotada. Delante de nosotros, cuando levantábamos los ojos del libro, se nos abría un enorme espacio de incertidumbre y de trampas. No sabíamos que nos esperaba el vacío. Suponíamos que la Industria del Ocio, nuestro particular O’Brien orwelliano, había preparado para nosotros ese pequeño margen donde podríamos creernos elegidos. Estábamos condenados a vivir en un nicho, pero ¿cómo esquivar la trampa sin al mismo tiempo renunciar a todo?

Para las personas que aman leer podemos suponer que las lecturas que marcarán para siempre su espíritu y su visión del mundo se realizan entre la adolescencia y el fin de la primera juventud, algo así como entre los quince y los veintidós o veintitrés años, tomando, claro, estas cifras como datos aproximativos. A partir de esa edad, haremos sin duda lecturas interesantes, fascinadoras, decepcionantes o perturbadoras, pero, salvo en casos excepcionales, es dudoso que puedan tener ese carácter deslumbrador que suelen tener las primeras lecturas de adolescencia y temprana juventud. 

En realidad, los lectores de mi generación no tuvimos autores o libros en particular, novedosos, exclusivos. Más bien nos apoderamos de todas esas obras que habían impresionado a los que vinieron antes. Era un tótum revolútum donde se mezclaban Kafka, Hesse, Orwell, Sábato, Fromm, Cortázar, Rimbaud, Dostoyevski, Breton, Melville, Thoreau, Huxley, Salinger, Lawrence, Vian, Kerouac, Kesey, Dos Passos, London, Camus, Lorca…

Cuando leímos El castillo de Kafka, nos identificamos con el agrimensor K y su conmovedora constancia frente al hermetismo del Poder inasequible. Nos identificamos también con los personajes melancólicos y desarraigados de Herman Hesse, como su Peter Cammezind. Leyendo Autopista hacia el sur de Cortázar, vimos retratado el absurdo de la sociedad moderna en la que vivíamos. Sábato nos mostró ese mismo absurdo en su ensayo Hombres y engranajes, mientras Orwell, en sus Homenaje a Cataluña y Rebelión en la granja, nos alertaba de las amenazas que se ciernen sobre todo proceso revolucionario. Thoreau nos enseñaba un camino de deserción que se perdía en el bosque, y André Breton, en Los pasos perdidos, nos mostraba otro camino que iba hasta la rebelión de la poesía moderna.

Nos hundimos en el Madrid miserable pero vibrante de Luces de bohemia, en el Nueva York alucinante de Lorca. Leyendo La peste escarlata de London y El corazón de las tinieblas de Conrad, aprendimos lo frágil que es la frontera que separa lo que consideramos civilización de lo que consideramos barbarie. Nos entusiasmamos leyendo las páginas del Hiperión de Hölderlin y nos contagiamos de su luminosa y revolucionaria esperanza. Al día siguiente, los poemas en prosa de Baudelaire nos conducían a un terreno opuesto pero igualmente instructivo, el del desengaño y la visión cruel de la urbe, donde todavía quedaban vestigios de una poesía sacrílega… Al final, todos estos autores, aunque entonces solo lo sospechábamos, tenían algo en común: todos habían avistado una dimensión diferente de la tiranía que debíamos combatir. Esa tiranía se podía llamar Dictadura, Iglesia, Ejército, Capital, pero también Democracia, Sociedad del Bienestar, Desarrollo Sostenible, Servicio Público, Derechos Humanos… todas ellas máscaras hipócritas del Tiempo y del Orden, de la Jerarquía intocable que se nos quería, y se nos quiere, imponer.

Ha pasado el tiempo, pero el fulgor de esas lecturas persiste. Hoy se dice que la lectura, y los libros en general, está amenazada por la fluidez insensata del mundo digital. Es cierto. Pero, más que los libros en sí mismos, es la lectura inteligente y consecuente la que desde hace tiempo está amenazada por la industrialización de la cultura y por el abandono de la sociedad ante las cuestiones que verdaderamente cuentan. Sin pasión por la ética y la política, la lectura se convierte en una especie de vicio confesable y anodino. 

¿Dónde están hoy los lectores que volverán a leer buscando apoyos para combatir

 

José Ardillo

Publicado en Cultura Libertaria núm.1