Dentro del zulo el aire se rompe, aúlla, gime, desaparece.
Igual que nosotros, que al acabar la temporada
nos convertimos en huesos enjaulados,
en rumor de sogas,
en hambre y frío made in Spain.
Perdón, no me he presentado todavía.
Soy uno de los miles de perros de caza
que cada febrero se convierte
en estadística del abandono,
del olvido y de la infamia.
Dentro del zulo no existimos,
eso lo saben bien quienes nos abandonan.
Desde el nacimiento hasta la muerte,
pertenecemos a esos cementerios ambulantes
que se llaman cazadores.
Pertenecemos a quienes se deshacen de nosotros
cuando ya no les hacemos falta.
Dentro del zulo, de la soga, del hambre y del frío,
somos invisibles.
Pero, amigas, amigos, fuera del zulo tampoco existimos,
eso lo saben bien quienes legislan discriminándonos
de aquellos otros perros que viven en un hogar.
Ese hilo cruel que une a cazadores y legisladores
nos condena una vez más al maltrato, a la muerte.
Nos abandonan en el zulo
y nos abandonan en negociaciones infructuosas
donde somos una pieza de ajedrez sacrificada.
Una ley que discrimina a unos perros de otros
es una ley cruel e injusta.
Y una ley injusta no es una ley.
Dejad de llamar ley de protección a algo que no nos protege.
Llamadle trofeo político,
trampa para vender humo,
fracaso endulzado con sirope de maltrato.
Nos abandonan en el zulo,
nos abandonan en el Parlamento,
en pleno siglo XXI nos siguen abandonando.
Pero resistiremos,
porque algún día este país será digno
de todos los perros del mundo,
sin distinción.
¡Mismos perros, misma ley!
Marta Navarro García
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