Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

sábado, agosto 29

1968. El año sublime de la acracia

Miguel Amorós

El viraje del franquismo al abrazar el modelo económico del capitalismo norteamericano durante la década de los sesenta del pasado siglo (lo que el propio régimen bautizó como "desarrollismo"), provocó a partir de febrero de 1965 la emergencia de un pronunciamiento sostenido en los campus universitarios españoles, cuyas pulsiones rebeldes eran similares a las que estremecían el globo por aquellas fechas. Los recintos de Berkeley, Tokio o París, más allá de las reivindicaciones sobre el funcionamiento de la institución universitaria, mostraban el frontal rechazo al proyecto de modernización de aquel capitalismo, protagonizado por la primera generación surgida bajo su manto. El campus de Madrid no fue una excepción a la regla y, en el seno de unas protestas que culminaron con el Estado de Excepción de 1969, destacaría un grupo activista conocido como los "ácratas", cuya decidida intervención haría girar con más virulencia el torbellino de la revuelta. Que la chispa universitaria no prendiera en el estado español junto a la del movimiento obrero, como llegó a ocurrir en las vecinas Francia e Italia, e hiciera tambalearse así toda la dominación capitalista, tuvo más que ver con la inconsistencia de un "nuevo movimiento obrero" apenas nacido de una reciente industrialización, todavía tutelado por el reformismo católico estalinista, y que daría su propia batalla asamblearia durante la siguiente década cuando logró en parte desprenderse de aquella tutela. Porque si no hubo incendio generalizado no fue, en todo caso, por la falta de tesón y profundidad de la apuesta del grupo "ácrata", perfectamente al tanto de las consecuencias que les iba a acarrear su resolución. Como dijera uno de sus miembros: "Sabíamos que éramos los más radicales. Y no sólo lo sabíamos, sino que sabíamos que nos iba a costar caro. De hecho a algunos les costó la vida, a otros, la razón, y a bastantes, la marginación profesional".

Miguel Amorós, nos hace llegar la noticia y el análisis de aquellos hechos, a través del relato de los propios protagonistas y de los documentos del grupo, trazando por primera vez con rigor y criterio los contornos grupales y las gestas de aquellos estudiantes "ácratas", sin olvidar los contenidos y alcance del magisterio de una figura singular como la de Agustín García Calvo durante aquel particular periodo, para aportar un retrato vehemente de un sublime 1968, año de la culminación de una revuelta universitaria que desbordó tanto el cambio tecnocrático de la dictadura franquista como los planes pactistas de la oposición. El resultado es un volumen vibrante que coloca definitivamente en su lugar la contribución "ácrata" en aquellos tumultuosos tiempos en los que todo era posible.

 Muturreko burutazionak, Bilbao 2014

Audio-charla del autor sobre el libro: http://m.ivoox.com/1968-el-ano-sublime-acracia-audios-mp3_rf_5675503_1.html

miércoles, agosto 26

Cárceles y anarquismo

El anarquismo contemporáneo analiza la relación entre dominación y las instituciones carcelarias.

La abolición de la prisión no es posible sin la abolición O, mejor dicho, la destrucción de las relaciones sociales actuales. Los que todavía defienden la posibilidad de eliminar la tortura que conlleva el encarcelamiento en este mundo comenten un grave error, y realizan —incluso si se puede reconocer, en algunos casos, su buena fe— una obra claramente conservadora.

Pretender eliminar el uso del encarcelamiento por el Estado argumentando que la cárcel no siempre ha existido (que incluso es una invención mas bien reciente), en el mejor de los casos, no lleva a nada. Y en el peor, como ocurre con demasiada frecuencia, conduce a formular tesis que tendrían como objetivo reinsertar al "desviado" en la sociedad mediante medidas coercitivas alternativas.


La Neurosis o las Barricadas Ed., Colección Minianarquismos contemporáneos nº12. Madrid 2015

domingo, agosto 23

Bandera azul


Basura,
suciedad,
deshechos.

Desperdicios que arrastra la marea.

La playa ha amanecido
atestada de bolsas.

Bolsas llenas de sal
y ojos oscuros
como peces enormes
que alguien sirve a la mesa.

Manos verdes enseñan
uno a uno los rostros
hinchados de la muerte
y cierran otra vez las cremalleras.

Elena y yo miramos aterrados
con la respiración cortada y el cuchillo
suspendido en el aire,
clavado en las entrañas
del silencio más cómplice.

Basura, suciedad,
miseria, mano de obra.

Africanos huyendo
de la sed, muriendo de agua
al cruzar el estrecho.

Veinte ahogados
al borde de sus sueños

mientras al fondo ondea
la bandera azul
concedida este año a esa playa
por la Comunidad Económica Europea.




FERNANDO BELTRÁN en DISIDENTES: antología de poetas críticos españoles (1994-2014). Ed. La oveja roja, 2015


(De La semana fantástica; 1999)

jueves, agosto 20

El trabajo, los trabajadores y el anarquismo

El anarquismo contemporáneo ante el mundo del trabajo

Cierto que el proletariado revolucionario puso en marcha comunas, comités de fábrica, sindicatos únicos, consejos obreros, milicias colectividades, la parte no vencida de su movimiento, su legado a revoluciones posteriores. No obstante, el fracaso que representó construcción de un Estado totalitario en Rusia, la derrota de la revolución española y el antifascismo interclasista de la posguerra llevaban a cuestionar el rol histórico de sepulturero del capitalismo atribuido a la clase obrera internacional. Hechos como la participación masiva en comicios electorales, el consumo de masas y la industria del entretenimiento mostraban la realidad de una población asalariada que se sentía identificada con la moral burguesa. Otros, como la automatización expansión del sector servicios, resaltaban el alejamiento progresivo entre la producción y el proletariado; todos juntos, la presencia de una sociedad de clases en disolución, de una sociedad de masas.
Miquel Amorós

El trabajo, los trabajadores y el anarquismo es el segundo número de Minianarquismos. En este cuaderno encontrarás una serie de reflexiones contemporáneas más o menos elaboradas sobre el mundo del trabajo que tratan de plasmar algunas de las sensibilidades del anarquismo de hoy, siguiendo la premisa de que este cuaderno sirva para los lectores ampliamente conocedores del tema y, al mismo tiempo, sirva para un lector que no sepa gran cosa sobre anarquismo.
 

La Neurosis o Las Barricadas Editorial, Madrid 2013

lunes, agosto 17

Elisée Reclús y la ciudad sin límites

Elisée Reclus y la ciudad sin límites, de José Ardillo. Reclus es, junto a Kropotkin, el pensador anarquista que más influido en los reformadores partidarios de la ciudad jardín y la planificación regional, tales como Howard, Unwin, Geddes, Mumford o Hall. La actualidad de su obra no estriba en una reivindicación de la naturaleza contra la civilización, cuyos males están encarnados en las conurbaciones, sino precisamente en la fusión de ambas. Reclus es progresista y, aunque ama la naturaleza, busca en la ciudad el arte y la ciencia. La ciudad es para él un hecho civilizatorio definitivo, que no tiene por qué alejarse de la naturaleza, sino que ha de fusionarse con ella. La defensa de la naturaleza es también una lucha por la ciudad en consonancia con ella. La ciudad no se concibe sin estar en armonía con el territorio, ni el territorio con la ciudad.                                                                                
                                                     Publicado en Argelaga nº4.


Desde comienzos del siglo el interés por la vida y obra de Elisée Reclus ha ido en aumento. Por aquí y por allá menudean textos a él dedicados, reediciones, comentarios a su obra y pensamiento.

Con intención de acotar el terreno de debate y haciendo alusión a dos textos que aparecieron durante 2013, el primero, el libro de Philippe Pelletier, Géographie et Anarchisme. Reclus, Kropotkin et Metchnikoff; y el segundo, el artículo-ponencia de J. L. Oyón, «Reclus: la fusión naturaleza-ciudad», aparecido en el boletín del Ateneu Enciclopèdic Popular de Barcelona, queríamos llamar la atención sobre esta cuestión apasionante de la ciudad y sus desarrollos dentro de la obra del gran geógrafo libertario1.

Del riguroso y bien documentado estudio de Pelletier nos referimos sobre todo a su capítulo, «Elisée Reclus, les geographes anarchistes et la ville». Como es sabido, el también geógrafo Pelletier lleva desde hace años profundizando en la obra reclusiana y en este capítulo de su libro expone muy claramente la importancia que para Reclus tuvo el análisis de la ciudad en el conjunto de su obra. El mismo Oyón comenta en su artículo: «En los 19 volúmenes de la Nueva Geografía Universal publicados entre 1876 y 1894, durante su exilio en Suiza como antiguo communard, dedicó cerca de 2.000 páginas a las distintas urbes del mundo en las que, a su defensa de la ciudad como «lugar por excelencia del progreso» y quintaesencia de la civilización, unía a veces, como en Londres, la denuncia de los terribles contrastes urbanos que oponían a los barrios pobres, insalubres, ajenos a la naturaleza y con graves problemas de sobremortalidad, a los barrios ricos, más sanos y ajardinados.»

Todos los comentaristas que se han centrado en esta cuestión coinciden en la misma idea: la valoración ambivalente de Reclus por la ciudad moderna. A través de su dilatada obra, y esto también lo señala Oyón, asistimos a la evolución de su pensamiento, que oscila entre la condena de la insalubre y deshumanizada ciudad industrial y la apología de la ciudad como lugar de encuentro y enriquecimiento cultural, intercambio y expansión del espíritu. La ciudad es lo que es, sin duda, pero también lo que fue y lo que podría llegar a ser. Como lo explica Oyón, a Reclus no le preocupatanto la despoblación de los territorios causada por el crecimiento de la urbe y sus infinitas necesidades, como el proyecto de llevar a buen puerto el proceso de suburbanización de la ciudad, movimiento espontáneo de la población urbana hacia las periferias y campiñas exteriores.

Este movimiento de reflujo, momento segundo de la movilización de la población después del éxodo rural, obedece, como lo explica Reclus, al impulso humano de reencontrarse con una naturaleza que ahora le resulta ausente en los asfixiantes centros urbanos. El nuevo urbanita, el ciudadano de segunda o tercera generación, más adaptado ya a los ritmos de la ciudad, después de hacerse un pequeño nicho en su economía desquiciada, quiere ahora disfrutar de los espacios abiertos y aireados. Echa de menos el verdor y la paz de los rincones del campo. Como dice Oyón refiriéndose a Reclus: «Esa doble condición ideal del individuo suburbano de rural y urbano a un tiempo, esa imaginación de una ciudad unida al campo circundante no le abandonará jamás.»

En uno de sus textos más importantes, «Del sentimiento de la naturaleza en las sociedades modernas» (1866), escribía así:

Tanto o más que se desarrolle y se depure el sentimiento de la naturaleza, importa que la multitud de hombres exiliados de los campos, por la fuerza misma de las cosas, aumente de día en día. Los pesimistas se asustan, ya desde hace mucho tiempo, del incesante crecimiento de las grandes ciudades, y por lo tanto no siempre se percatan de la rápida progresión con la que podría operarse en lo sucesivo el desplazamiento de población hacia los centros privilegiados.

Aquí se podría pensar que Reclus es unilateral, y demasiado optimista, al juzgar un fenómeno como la despoblación de los campos. En cualquier caso, era muy consciente de la amenaza «ambiental» que podía suponer la progresiva urbanización de las campiñas exteriores y en algunos textos critica duramente la destrucción, que ya estaba en marcha, sobre el paisaje. Por lo demás, para Reclus, tal y como lo analiza Oyón, el proceso de suburbanización incluía la posibilidad de superar la división entre campo y ciudad y crear un medio híbrido donde lo seres humanos pudieran gozar a la vez de las ventajas del progreso y de las bendiciones de la naturaleza. Era necesario reconducir ese doble movimiento de atracción y repulsión del centro urbano hacia un orden diferente.

Este orden tendría que parecerse al funcionamiento orgánico de algunos sistemas naturales. El ejemplo por excelencia es el ciclo hidrológico tomado de su famoso libro Historia de un arroyo donde en el capítulo dedicado al paso del agua por la ciudad, Reclus explora las posibilidades de una circulación reciclable del agua y su reutilización como fluido potable, aprovechándose también los deshechos como abono para los huertos y jardines. Desde luego Reclus no se engaña en cuanto a las posibilidades que la ciudad de su época ofrecía: «Desgraciadamente, el organismo artificial de las ciudades aún está lejos de asemejarse en perfección a los órganos naturales de los cuerpos vivos.»

El análisis de otros textos fundamentales entresacados de El hombre y la tierra o de sus artículos centrados sobre la ciudad como «The evolution of cities» (1895), conduce a Oyón a redundar sobre análogas conclusiones. La ciudad ideal reclusiana no tiene unos límites precisos; proviene de una fusión gradual y ordenada de entornos urbanos y campestres. Citamos al mismo Reclus en «The evolution of cities»:

Así pues el desarrollo normal de las grandes ciudades consiste, de acuerdo a nuestro ideal moderno, en la conciliación de las ventajas de la vida rural y de la urbana; aportando aquella el aire, el paisaje, la deliciosa soledad, ésta la facilidad de comunicación, la distribución mediante redes subterráneas de energía, de luz y de agua.

En la visión de Reclus, los espacios céntricos de la ciudad han sido colectivizados. No hay que olvidar que Reclus participó activamente en la Comuna de París de 1871, por lo que fue deportado durante muchos años, y que nunca olvidó su filosofía libertaria. Para él el espacio privilegiado de la ciudad sería el ágora de discusión pública, accesible a todos, horizontal. Esta riqueza política y estética que puede ofrecer la ciudad debe combinarse también con la experiencia solitaria del campo y la naturaleza.

Por lo tanto:

Mientras que el hombre del campo se convierte día a día en ciudadano por su estilo de vida y su mentalidad, el urbanita, a su vez, mira hacia el campo y aspira a ser campesino.
En este mismo artículo también señala: «el único obstáculo para la extensión indefinida de las ciudades y su total fusión con el campo proviene no tanto de la distancia como del elevado costo de las comunicaciones […]» Pero concluye: «los límites a un libre uso del ferrocarril por los pobres retroceden gradualmente ante el avance del progreso social.»

Este artículo resume bien la filosofía positivista y progresista de Reclus sobre la ciudad, expresada en su muy citada formulación: «Allí donde crecen las ciudades, la humanidad progresa; allí donde decaen, la propia civilización está en peligro.»



No hace falta decir hasta qué punto hoy puede resultar controvertida esta afirmación. A Reclus no le asustaba la expansión de ciudades como Londres o Chicago, viéndolo como ese primer paso necesario hacia la suburbanización. Escribe Oyón: «Si en 1866 veía Reclus las áreas densas de las grandes ciudades como cementerios donde se enterraban los recién llegados, a finales de siglo y con la introducción de las redes técnicas higiénicas, fundamentalmente el alcantarillado, y la progresiva dispersión desdensificadora de la población hacia los suburbios ajardinados habían situada ya las tasas de mortalidad urbanas por debajo de las rurales.»

El capítulo ya mencionado del libro de Pelletier constituye una buena síntesis de todo lo anteriormente expuesto y, para no insistir en lo ya señalado, sólo apuntaremos lo que Pelletier resalta como de patente actualidad en la meditación reclusiana sobre la ciudad. Pelletier reitera la aceptación serena de Reclus en cuanto al crecimiento de la urbe. Señala además que Reclus se anticipa a la crítica «urbanófoba». Según Pelletier, para Reclus el crecimiento de la ciudad no tenía nada de patológico ni amenazante. Hay muchas causas que explican este fenómeno que no deja de ser enormemente complejo. A pesar de todas sus fallas, la evolución expansiva de la ciudad deriva de una lógica propia del proceso de civilización.

También indica Pelletier: «La crítica de las grandes ciudades denota un “moralismo” que podemos calificar de reaccionario. […] Según Reclus, la concentración urbana resulta de múltiples factores: la sociabilidad humana, el intercambio de bienes, la seguridad psicológica y social.»

Pelletier insiste sobre esa mirada doble que Reclus arroja sobre la ciudad. Reclus denigra en todo momento la fealdad de la ciudad industrial que devora masas de inmigrantes, pero eso no le impide admirar las bellezas arquitectónicas de ciertos barrios y monumentos. La ciudad es, en efecto, el lugar donde el bracero pobre va a enterrar su existencia, en el más crudo anonimato, pero también es el lugar donde este mismo bracero puede soñar con una vida más elevada y donde, a veces, consigue la prosperidad y la seguridad para su descendencia.

Como bien lo indica Pelletier, Reclus es consciente de la complejidad del fenómeno migratorio y del crecimiento urbano: denuncia enérgicamente el lenguaje de ciertos terratenientes y aristócratas moralistas que se espantan ante la desertificación de los campos y de la hipertrofia de los sucios suburbios obreros, cuando fueron ellos los causantes del tales calamidades. Como lo escribe Reclus en El hombre y la tierra:

¿Quién suprimió los comunales, quien redujo y después abolió completamente los derechos de uso, quien roturó bosques y eriales, privando así al campesino del combustible necesario? ¿Quién cercó la propiedad para marcar bien la constitución de una aristocracia territorial? […] ¿Qué tiene de extraño que la huida hacia la ciudad sea inevitable cuando el campesino no tiene ya tierras comunales, cuando las pequeñas industrias han llegado a faltarle, cuando los recursos disminuyen al mismo tiempo que se incrementan las necesidades y las ocasiones de gastos?

A Reclus, con su gran conocimiento geográfico e histórico, no se le escapa en ningún momento el cruce de factores sociales, económicos y jurídicos que ha contribuido a esta movilización general de poblaciones del campo. Su desarraigo, su miseria, su soledad, les ha conducido a buscar la salvación en la jungla urbana donde, al menos, brilla la llama de una esperanza nueva.

Ahora bien, como dice Pelletier, los factores negativos no pueden explicar por sí solos la atracción que las luces de ciudad ejercen sobre los parias del campo.

Reclus, en otro fragmento de El hombre y la tierra, amplía esta idea:

Pero también de esas reuniones de hombres [las ciudades] han brotados las ideas, y allí se han originado nuevas obras y han estallado las revoluciones que han desembarazado a la humanidad de las gangrenas seniles.

En términos parecidos a autores libertarios como Kropotkin, Rocker o Martínez Rizo, Reclus dedica extensas páginas a describir los ejemplos de libertad y autonomía que señalan el apogeo de las comunas medievales, de las pequeñas repúblicas durante el Renacimiento, etc. En otros tiempos ciertas formas de organización ciudadana encarnaron, aunque fuera parcialmente, ideales de libertad y convivencia, de trabaja asociado y cooperativo. Para Pelletier, Reclus sería sobre todo un crítico de la ciudad en su forma capitalista, la ciudad de los barrios opulentos y las barriadas miserables, de los contrastes intolerables y de la desigualdad. Pero en lo que se refiere a mejorar la ciudad, Reclus miraba con buenos ojos los proyectos de reforma que contribuían a hacer la ciudad más habitable e higiénica. De ahí su interés por el modelo de ciudad-jardín de Howard o los proyectos que desarrollaba Patrick Geddes en Edimburgo.

Pero ¿y en cuanto a la extensión, a los límites de la ciudad? ¿A su relación con el campo y la naturaleza que la rodea o que la rodeaba?

Escribe Pelletier:

Por supuesto, podríamos tachar a Reclus de optimista, al considerar que no podía conocer el crecimiento urbano formidable planetario del siglo xx, y que, en consecuencia, no podía prever los enormes efectos negativos. Pero esto no es así ya que Reclus prevé este fenómeno, al cual no se opone.

Pero esta conclusión no es satisfactoria. En efecto, Reclus prevé que ciudades como Londres o Nueva York seguirán creciendo y aumentando su población en el siglo xx. Ahora bien, si anticipa el crecimiento urbano no siempre es consciente de los problemas ambientales y logísticos, muchos de ellos insolubles, que generará la expansión de la ciudad y su transformación en conurbación. No hablamos ya, claro, de los conflictos sociales que irán unidos a estos procesos. Es difícil saber como Reclus articulaba al final de su vida la convicción de que sólo una transformación revolucionaria podía orientar el crecimiento urbano en un sentido liberador con su valoración de las tendencias urbanas que él consideraba espontáneas y que abrían posibilidades para dar pasos positivos. El problema está lejos de ser simple.

Varios interrogantes se abren aquí. El primero de ellos hace referencia a la misma razón de ser de la ciudad. Si la ciudad nació ya en un principio como espacio confiscado por el poder, también es cierto, como creía Reclus, que aquella era el producto de esa búsqueda de una sociabilidad más intensa y efusiva que anida en el corazón humano. Ahora bien, si este deseo es legítimo, siempre será necesario componerlo con los límites que el mundo físico le impone. En ese sentido: ¿cuál sería la extensión ideal de una ciudad? ¿cuál su número de habitantes? Estas preguntas resultan triviales al lado del interrogante más crucial: ¿todo el territorio debe ser concebido desde el punto de vista de la urbanización o suburbanización, tal y como la proyectaba Reclus? En otras palabras, incluso tratándose de estructuras respetuosas, higiénicas, armónicas… ¿la ciudad, como idea y como realidad, debe absorber todo lo que le es exterior hasta convertir la tierra en una sucesión de jardines, huertos, villas, enclaves productivos y espacios públicos?

Para tratar de contestar a esta última pregunta podríamos remitirnos al libro que JohnP. Clark dedicó a Reclus, La pensée sociale d’Élisée Reclus géographe anarchiste2, y ver como éste podía entender la relación entre humanidad y naturaleza. Clark le reprochaba a Reclus el ceder ante la facilidad de una naturaleza demasiado domesticada, «humanizada», aunque reconoce en él la lucidez suficiente para criticar los efectos más destructivos que la agricultura y las prácticas forestales podían tener sobre el territorio. No hay que olvidar que, para ser un hijo del muy progresista siglo xix, Reclus comenzó su investigación sensible del mundo dirigiendo su mirada hacia la naturaleza y descubriendo en ella la más auténtica fuente de nuestra libertad y de nuestro gozo estético. Clark señala que, de hecho, algunas de las posiciones urbanófilas y progresistas de Reclus podrían entrar en contradicción con otros aspectos de su pensamiento, lo que es inevitable en una obra tan extensa y variada.

Un ejemplo de ello es la fascinación que Reclus podía sentir por una ciudad como Chicago, por el dinamismo de esta ciudad, verdadero titán de la cultura industrial. Esta ciudad, a la que el poeta Carl Sandburg le dedicó sus Chicago Poems (1916), donde la llamaba «Tocinero del mundo», haciendo alusión a sus gigantescos mataderos, será el modelo de mecanización de la producción de carne extendido a otras ciudades y otros países.

La literatura de las primeras décadas del siglo xx, si hacemos caso a autores como Eliot, Lorca, Baroja, Dos Passos, Céline, Benjamin, el Kafka de su laberíntica América o Döblin en su novela de Berlín, donde justamente aparecen los mataderos en su forma más brutal, arroja un cuadro inquietante de la realidad urbana. Es evidente que Reclus no se propuso desmenuzar la dimensión existencial, paradójica, devastadora, de la megalópolis mecanizada. Sin embargo, los libros de dichos autores nos iluminan sobre esta nueva etapa histórica de la ciudad a la que él no pudo asistir.

¿Qué fue de la ciudad del siglo xx lanzada fuera de los raíles de un crecimiento limitado? Uno de los libros, Los límites de la ciudad, publicado por Bookchin a principios de los años setenta, supuso una actualización de la reflexión crítica sobre esta cuestión. El libro es contemporáneo de las obras de Bernard Charbonneau, Le jardin de Babilonie (1969) y Tristes campagnes (1973), que marcaron un hito en la reflexión sobre el problema urbano, pero hemos elegido la obra de Bookchin por cuanto ésta se inscribe explícitamente en la tradición libertaria a la que Reclus pertenecía. Sin hacer alusión a Reclus, ni a otros pensadores libertarios de la ciudad como Paul Goodman o Colin Ward, Bookchin, no obstante, recoge el testigo donde lo pudieron dejar sus antecesores y analiza de manera implacable la ciudad burguesa como espacio mercantilizado, valora las formas históricas de la ciudad como la polis griega o la comuna medieval y contrasta los diferentes proyectos utópicos urbanos, desde Tomas Moro, Fourier, Engels hasta Howard, Bellamy o Geddes. Concluye con una condena radical de la megalópolis capitalista. Bookchin escribe ya en una época muy diferente de la de Reclus: las ciudades norteamericanas se han convertido en un infierno automovilístico, la polución se extiende y los problemas de habitación y convivencia se multiplican. Las ciudades no son sólo sucias e inseguras, son además mentalmente desquiciantes. Al mismo tiempo, una conciencia generalizada sobre los problemas medioambientales ha ido naciendo por todos lados. Resulta de gran interés la valoración positiva que Bookchin hace de la contracultura como movimiento crítico, utópico, opuesto a la megalópolis. Bookchin no rechaza la ciudad, que para él seguía conteniendo un potencial valioso de socialización, lo que denuncia es la megalópolis, a la que considera «la negación absoluta de la ciudad». Nos dice: «Esta anti-ciudad, ni urbana ni rural en el sentido tradicional, no puede ser escenario de comunidad o asociaciones genuinas […] La megalópolis es una fuerza activa de disociación social y disolución psíquica, es la negación de la ciudad como escenario de proximidad humana y tradición cultural palpable y como lugar de convergencia de las energías creativas del hombre.»

La reflexión de Bookchin nos es contemporánea. Atrapados en la megalópolis… ¿a dónde dirigir nuestra mirada para buscar una salida?

Acudamos al mito. En su libro La invención de Caín (1999) Félix de Azúa nos ilustraba con el mito bíblico de la ciudad, creación de Caín al ser expulsado de su clan después de cometer su crimen. Para Azúa, la ciudad, la creación de Caín, coincide con el comienzo de la Historia. La ciudad es el único lugar donde pueden vivir los mortales, los que son conscientes de su muerte, a diferencia de los dioses y los animales. La ciudad es el lugar artificial por excelencia, creado por humanos y para humanos. Nos dice:

Y Caín, primera conciencia de la muerte, protegió su descubrimiento con las grandes máquinas de la urbe. Frente a la naturaleza eterna, infatigable, inextinguible, se alzó a partir de entonces la ciudadela de la muerte y de la conciencia. El lugar de los mortales. Nuestro hogar.

Por eso la visita y el estudio de las ciudades y de cada una de las ciudades nos proporciona datos imprescindibles sobre nuestra capacidad para vivir un orden nuestro, sólo nuestro, un orden de nuestra exclusiva propiedad, apropiado.

Según la reflexión de Azúa, la ciudad excluye las leyes de la naturaleza. La ciudad, como artificio total, establece una separación tajante con todo lo que es exterior. La naturaleza, en la ciudad, sólo es un resto excepcional que se limpia como mera suciedad o, como mucho, la amenaza de una catástrofe (la inundación, el terremoto, etc.) Si el cosmos natural es el orden de analogías donde todo está unido e interrelacionado, la urbe es el espacio de la separación y del análisis fragmentario. Nuestra condición, según Azúa, es la de vivir condenados en este reducto de la separación, único lugar genuino para la consciencia de la muerte: «Jamás volveremos al orden externo, jamás saldremos ya de la ciudad» concluye Azúa con acentos lapidarios.

Pero esta interpretación del mito bíblico es tan seductora como engañosa. A nuestro juicio, Azúa confunde voluntariamente la ciudad con su resultado final de megalópolis o conurbación totalitaria. Es evidente que la ciudad no siempre fue un lugar tajantemente separado del mundo natural y, de hecho, nos consta que las ciudades de otros períodos históricos, al no ser reductos totalmente artificializados, conservaban precisamente rasgos que hacen que una ciudad sea digna de ese nombre: la posibilidad de valorar la existencia colectiva en términos plurales, de los que no estaban excluidos los ritmos de la naturaleza ni las labores productivas. Las ciudades de menor tamaño, enclaves aún de una actividad semirrural, artesana, que no habían cerrado sus horizontes al campo ni a los bosques, eran paradójicamente espacios más genuinamente urbanos ya que sus poblaciones podían ser más conscientes de sus límites y sopesar mejor el precio de su existencia.

En ese sentido, es incongruente afirmar que sólo la ciudad, plenamente artificial, es el espacio de la conciencia de la muerte y al mismo tiempo de la ignorancia total de las leyes que rigen el cosmos, ya que nuestra extinción está inscrita en dichas leyes. Esas «grandes máquinas» de las que habla Azúa y que Caín construye para ocultar la muerte son el primer signo del engaño.

Sobre el desastre de estas «máquinas» urbanas, la literatura nos ha enseñado bastante. Volvamos a leer el terrible poema de Cernuda, Otras ruinas, epitafio a la ciudad y a su ambición desmedida:

La torre que con máquinas ellos edificaron
Por obra de las máquinas conoce la ruina

Con tono lúcido y distante, el poeta recorre las ruinas de la ciudad comercial, burguesa, la ciudad de la mercancía donde burócratas, financieros y grandes señores se dieron un día la mano. Ahora la prosperidad se ha ido y sólo queda el recuerdo culpable de la desmesura:

Toda ella monstruosa masa insuficiente:
Su alimento los frutos de colonias distantes
Su prisa lucha inútil con espacio y con tiempo
Su estruendo limbo ensordecedor de la conciencia


En efecto, la gran ciudad mercantilizada y total ensordece la conciencia, no la aviva.

Sobre la irrupción de la naturaleza, del cosmos, en la historia de la ciudad, podemos leer el breve relato irónico de Herman Hesse, La ciudad (1910). Hesse narra en pocas páginas el nacimiento de una ciudad floreciente, populosa, mecanizada, y su posterior decadencia e invasión por la jungla. El relato comienza como acaba, sólo que, si al principio es el ingeniero que exclama victorioso «¡Esto marcha!», al ver llegar el ferrocarril, al final del relato, después de la ruina total de la ciudad, es el pájaro carpintero el que lo dice. Y el pájaro «contempló jubiloso la pujanza de la selva y el maravilloso progreso renovador de la tierra.»



Ha sido la ciudad del capitalismo, la megalópolis, la urbe total, la que ha extremado esa artificialización, esa separación radical entre espacio urbano y naturaleza. Lo que contradice esa idea de que la ciudad es un orden construido con nuestras propias leyes, «apropiado», como sugiere Azúa. En ningún otro sitio más que en el centro de la megalópolis el ser humano puede sentirse expropiado de todo, ajeno a lo que le rodea y conducido por leyes que él jamás dictó. En ningún otro lugar como en la megalópolis se le puede robar su conciencia del nacimiento y de la muerte. ¿No era precisamente en las pequeñas aldeas de antaño donde las gentes se ocupaban ellas mismas de acompañar los partos y embalsamar a sus muertos? ¿No convivían con sus enfermos y con sus locos? Es en la megalópolis donde nacimiento y muerte, locura y enfermedad son ocultadas cuidadosamente. ¿Qué conciencia de la muerte puede tener hoy el urbanita informatizado y sobreequipado que cree que todo lo que le rodea es una segunda naturaleza inmutable y eterna? La expropiación de la muerte y la enfermedad en las sociedades industriales era, recordémoslo, uno de los temas centrales del ensayo Némesis médica de Ivan Illich.

Se nos objetará que en medio de la naturaleza el ser humano puede también sentirse perdido, ajeno, extraviado, conducido por leyes que se le escapan. Cierto, pero justamente, los núcleos de vida colectiva que la humanidad, incluso bajo el influjo de un poder político cuestionable, fue inventando y experimentando a lo largo de la historia suponían mediaciones, compromisos, refugios donde las personas podían hacer compatibles naturaleza y cultura. Algunas ciudades fueron frágiles aproximaciones de ello. Hoy ya no pueden serlo: los puentes se han roto.

La megalópolis completamente artificializada a la que tendemos encarna esa figura acabada de la ciudad de la perdición. Los mitos modernos nos alumbran sobre ello. Mike Davis comparaba el Dubai de rascacielos y hoteles climatizados con la Mahagonny de la obra de Beltolt Brecht. La comparación es oportuna. Mahagonny, la ciudad corrupta y hedonista, levantada de la nada por el Capital, amenazada por el huracán que llega, ignora que el cáncer de su propia destrucción está dentro de ella. No tiene necesidad de catástrofes exteriores:

Entonces ¿para qué hacen falta huracanes?
¿Y qué horrores puede traer el tifón
comparables a los del hombre cuando quiere diversión?


Las respuestas a esta profunda crisis que vive hoy la ciudad son variadas y, algunas de ellas, esclarecedoras. En el libro Crisis de la exterioridad. Crítica del encierro industrial y elogio de las afueras (2012) esta cuestión es tratada desde diversos puntos de vista. Dentro del libro, el texto de José Manuel Rojo, «Finis Urbis» nos parece que apunta algo esencial. Su autor se pregunta por los límites de la ciudad, por los lugares en donde la ciudad acaba o debería acabar. Relata su fascinación ante el hallazgo fortuito de elementos agrícolas o campestres que le recuerdan que su ciudad, Madrid, no siempre fue lo que es hoy. Una ciudad necesita de sus contornos para poder reconocerse y ser vivida. Como lo resume con bellas palabras: «Si ciertos puntos de Madrid están impregnados de la vocación de confín, es porque ese confín es necesario, es porque la propia ciudad reclama un límite que la distinga del afuera y la fortalezca en su propia esencia, haciendo posible que su vida no sea asistida, ni devore todo lo que la rodea.» Con esta visión poética coincide también el libro Lusitania fantasma (2010) del escritor Miguel P. Corrales, donde el encanto que emana de algunas de sus páginas viene del hecho de que describe las viejas ciudades portuguesas donde aún hace algunos años se vivía esa mezcla entre lo rural y lo industrial, lo artesano y lo contemplativo, la naturaleza con su misterio interviniendo en los espacios urbanos y creando paisajes inauditos.

Para concluir podemos decir que buena parte del pensamiento libertario de nuestros días ya no se hace ilusiones con respecto a la evolución natural de la ciudad. Tampoco con respecto a ciertas soluciones parciales. La ciudad vivible del futuro no llegará de la mano de decretos gubernamentales ni de estrategias de ecomarketing. Tomando el problema donde pudo dejarlo Bookchin en su momento, Miquel Amorós ha señalado recientemente que «la recuperación para el cultivo del espacio urbanizado y el fin de la dependencia unilateral, no es el fin del proyecto colectivo de convivencia ciudadana […]» Para Amorós se trata de «desurbanizar el campo y ruralizar la urbe, volver al campo y retornar a la ciudad». Esto coincide bastante con todo lo que hemos dicho anteriormente: el futuro de la ciudad está en el campo. Otra cosa es cómo movilizar la conciencia en el estado tan avanzado de adaptación a la urbanización totalitaria. Amorós señala también esas dificultades cuando añade que a los habitantes de la conurbación sólo les queda la opción de destruir, ya que apenas nada de lo que les rodea es reapropiable. De ahí su insistencia en combinar actitudes a la vez negadoras y constructivas, de la ciudad a lo rural, y viceversa. Falta pues más diálogo y comprensión entre ambos tipos de movimientos3.

Seguramente Reclus no habría estado del todo de acuerdo con nuestras conclusiones pero también es verdad que si pudiera asomarse al siglo XXI y observar el desarrollo urbano de hoy vería la cuestión con otros ojos. En su época empezaba a intuir que una ciudad sin apertura al campo sería incompatible con una vida colectiva y libre merecedora de esos calificativos. Hoy, en nuestras informes y gigantescas ciudades, que no nos dejan admirar las estrellas ni seguir el vuelo de las golondrinas y martinetes, sabemos que esta intuición era acertada.


Notas

1. Hay que decir que durante el año pasado aparecieron también publicadas en forma de libro las actas del coloquio que se celebró en Lyon en el año 2005, centenario de la muerte de Reclus. El libro, preparado por Isabelle Lefort y el mismo Pelletier, contiene una ponencia sobre Reclus y la ciudad, «La ville dans l’ouvre de Reclus», de Paul Claval. Este texto incide sobre las mismas ideas que aquí comentamos. Para la realización de este artículo nos hemos servido del valioso trabajo del investigador José I. Homobono,con el que también participó en el encuentro de Lyon, publicado en 2009 en el número 31 de la revista vasca Zainak: “Las ciudades y su evolución. Análisis del fenómeno urbano en la obra de Élisée Reclus” así como de su selección de textos y artículos que aparece en el mismo número. Todos los fragmentos de Reclus aquí citados provienen de esta traducción.


2. Citamos aquí la edición en francés.

3. De Miquel Amorós ver también su folleto El desorden urbano (2011), en especial, el texto que da título a la compilación, donde ya hay una clara revalorización de lo rural.

viernes, agosto 14

Contra un destino inaceptable. ¿Por qué el antidesarrollismo?


I.

La derrota del movimiento obrero fue la causa de que la crítica social quedara aislada en pequeños círculos de irreductibles. Los cambios profundos experimentados por el sistema capitalista junto con el crecimiento del aparato estatal bloquearon cualquier deriva que culminara en una organización de la clase orientada hacia objetivos revolucionarios. Las luchas se reorientaron hacia reivindicaciones inmediatas centradas principalmente en la conservación del empleo, mientras que la llama de las grandes metas emancipadoras quedó apagada por el vendaval participativo que produjo la apertura de las instituciones a los partidos “obreros”. Tuvo lugar entonces en el terreno teórico el paso de la crítica proletaria revolucionaria a la ideología social liberal burguesa y, en el terreno de la praxis, la trasformación de la lucha de clases en sindicalismo de concertación y contienda electoral. El proletariado no salió indemne de tanta sacudida, fundiéndose con las nuevas clases medias en una masa amorfa adicta al régimen productivista. Las crisis sucesivas nacidas de las nuevas contradicciones originadas por la globalización apenas han alterado la situación anterior. Las minorías radicales siguen empeñándose en reproducir un obrerismo ideológico sin sentido, aferrándose a las viejas fórmulas superadas. Las alternativas individualistas, primitivistas y ecologistas no son mucho más acertadas, ya que son simples ideologías de recambio y no expresiones de movimientos trasformadores apoyados en una comprensión real de las condiciones históricas presentes.

II.

El nuevo régimen social se desarrolló a partir de una fusión del Capital con el Estado, y, por consiguiente, de la economía con el sindicalismo y la política. El crecimiento económico era la condición sine qua non para el acceso a “la sociedad del bienestar”, objetivo que había reemplazado a la “autogestión” y el “socialismo” y, por lo tanto, el imperativo principal de cualquier política de partido. Según la mentalidad progresista de los nuevos dirigentes, la abundancia de mercancías y crédito, la propiedad inmobiliaria y los servicios estatales, frutos de un “desarrollo” tecnoeconómico creador de puestos de trabajo, disolverían cualquier antagonismo social y pondrían fin a una época de luchas de clase. Las masas, encerradas en su vida privada, dejarían de buen grado los asuntos públicos y salariales en manos de los profesionales de la negociación, obedeciendo puntualmente a las indicaciones trasmitidas por los medios de la comunicación espectacular. En consecuencia, la crítica social tenía que ser forzosamente contraria al desarrollismo, aunque solamente fuera por contrarrestar el conformismo producido por dicho “bienestar”. Y había de ser, complementariamente, antipatriarcal, antiestatista y antipolítica. Tenía que romper tanto con la tradición socialdemócrata y el obrerismo político, como con el machismo y la ideología del Progreso, creencias espurias con las que la burguesía había contaminado al proletariado.

III.

La integración de los trabajadores, en tanto que principal fuerza de consumo, unificaba la industria con la vida. El desarrollo era el arma mediante la cual el Capital colonizaba la vida cotidiana y destruía la sociedad civil –especialmente el medio obrero– privándola de la menor autonomía. La descolonización no podía ser más que antidesarrollista. La crítica de la idea de Progreso, como la de la neutralidad de la técnica y del Estado que le servía de corolario, era el nuevo punto de partida. Otras razones venían a reafirmar el antidesarrollismo como característica principal del anticapitalismo: las derivadas de la fusión del territorio y la urbe en detrimento del primero. El impacto destructivo de las políticas desarrollistas sobre los individuos y el entorno que ponía en peligro la permanencia de la vida misma en el planeta, contaminaba, trastornaba el clima, despoblaba el campo, agotaba los recursos, desequilibraba el territorio y forzaba un estilo de vida urbano artificial y alienado. Así pues, la crítica social incorporaba como elementos fundamentales la crítica de la agricultura industrial, del despilfarro energético, del consumismo y del urbanismo. La revolución no provocaría una aceleración de la economía, sino que activaría un freno de emergencia. La producción, la circulación y la distribución capitalistas no son autogestionables. La propiedad nacional o colectivista de unos medios de producción y circulación eminentemente destructivos no solucionaría ninguno de los problemas planteados, por cuanto que la solución sería más bien el resultado de diversos procesos de desglobalización, desmantelamiento industrial, desurbanización y desestatización.

IV.

La crítica social no puede prescindir de conceptos como el de alienación, ideología, razón o sujeto histórico, sin los cuales nunca rebasará el horizonte cultural de la dominación. El sujeto revolucionario es un ser histórico, una comunidad de individuos cuyos intereses son universales, producida en el tiempo y que camina hacia su realización plena en el tiempo. La crítica tradicional concedía el papel de sujeto de la historia y redentor de la humanidad al proletariado, pero dadas las condiciones económico-políticas actuales, no puede atribuirse ese honor a la masa desfavorecida de asalariados. Primero, porque ha perdido su centralidad, ya que no es la principal fuerza productiva, lo es la tecnología, la maquinización; segundo, porque no forma un mundo aparte en el seno de la sociedad, con sus propios valores, tradiciones y reglas. No puede constituirse un sujeto –una comunidad, una clase– exclusivamente basándose en la condición de asalariado. Tampoco los conflictos laborales, aunque legítimos, son capaces de abrir unas perspectivas anticapitalistas mínimas. Por otro lado, no son precisamente los asalariados de hoy quienes reivindican el honor de la primera fila en el combate por la abolición del Capital y el Estado, prefiriendo de largo dejarse llevar por las políticas posibilistas de las nuevas clases medias, las únicas que han mostrado capacidad de iniciativa institucional. El nuevo sujeto, es decir, la comunidad de combatientes anticapitalistas, ha de emerger de conflictos cuya resolución sea imposible en el marco del sistema actual de dominio.

V.

Habiendo alcanzado sus límites internos y externos, el capitalismo se ha instalado permanentemente en la crisis y prosigue su marcha a través de innumerables confrontaciones. Dejando aparte la geopolítica militar, responsable de las guerras por el control de recursos, y limitándonos a las condiciones locales, dos son los tipos de lucha capaces de cuestionar la naturaleza del sistema: las luchas urbanas y la defensa del territorio. En las conurbaciones tienen lugar resistencias contra la exclusión y el endurecimiento represivo que exige el control de las masas excluidas. Son un buen ejemplo de ello las luchas contra los desahucios, las privatizaciones, la precariedad y los abusos jurídico-policiales. Sin embargo, es en el territorio no urbano donde se generan los conflictos mayores, aquellos que agravan las condiciones de vida y ponen en peligro la supervivencia de la población, y que, por lo tanto, son los que pueden aportar mayor conciencia antidesarrollista. El territorio periurbano, expurgado de actividades agrícolas, se ha convertido en escenario de grandes proyectos especulativos sin ninguna utilidad para sus habitantes: prospecciones de petróleo y gas no convencionales, construcción de grandes infraestructuras, de macrocárceles, de vertederos, de plantas incineradoras, de centrales energéticas, de residencias vacacionales, etc. En consecuencia, la defensa del territorio contra su reordenación explotadora constituye el eje donde pivota la lucha antidesarrollista, defensa que cuenta con la particularidad de sobrepasar el horizonte rural: sus efectivos proceden mayoritariamente de las conurbaciones.

VI.

El tipo organizativo que surge de la nueva conflictividad se apoya en relaciones de vecindad, más que de lugar de trabajo. El sujeto se reconstituye ante todo como organización vecinal, no como sindicato, coalición o partido, y eso es así porque la cuestión social se presenta cada vez más como cuestión urbana y territorial. Esta clase de organización, que abarca todas las esferas de la actividad social, goza de la ventaja de estar mejor prevenida contra la burocracia, pues funciona horizontalmente, rotando cargos representativos y tareas. No presenta un perfil único, pues es producto de condiciones locales de lucha, actuando bien como asamblea o plataforma, bien como grupo de apoyo o “zona a defender”. Tampoco está a salvo de la recuperación o del reformismo, puesto que la conciencia antidesarrollista no acompaña las luchas con la suficiente contundencia como para volverlas irrecuperables y revolucionarias. Y no las acompaña en la medida que el grado de disidencia de los combatientes es pobre y el fetichismo de la política es grande, cosa que impide hacer de la segregación un arma. Pero precisamente porque el sistema es irreformable, la lucha no se ha de centrar solamente en sus aspectos negativos, sino también en aquellos que de alguna forma constituyen embriones experimentales de una sociedad nueva. La comunidad se crea tanto en la movilización y la resistencia como en la obra constructiva y creadora. Y así en el espacio urbano hemos visto aparecer ágoras de barrio, coordinadoras asamblearias de trabajadores, huertos comunitarios, comedores populares, clínicas alternativas, talleres autogestionados y otras iniciativas más o menos logradas como respuesta a problemas concretos. En el territorio se producen experiencias ruralizadoras como cooperativas integrales, ocupación de tierras, cultivos salvajes, recuperación de bienes comunales, reivindicación de prácticas de autogobierno tradicionales (juntas, concejos, universidades), etc. Son ejemplos dispersos, marginales, voluntaristas y mal equipados, pero de suma importancia, puesto que indican el camino a seguir cuando un verdadero movimiento social cristalice y supere el estadio de las barricadas.

VII.

Recapitulando, el antidesarrollismo es una reflexión crítica y una práctica antagonista nacida de los conflictos provocados por el desarrollo en la fase última del régimen capitalista. Es una teoría abierta que hace balance de la lucha de clases pasada e incorpora a la vieja tradición anarquista y socialista la crítica del urbanismo, la ciencia, la tecnología y el progreso. Y es a la vez un sentimiento difuso de futuro fallido que empuja a la acción. La obsolescencia programada de la humanidad no podrá pararse más que con el desmantelamiento de industrias e infraestructuras, el reequilibrio poblacional entre ciudad y campo, la descentralización social y la desestatización, asuntos que los desastres de la mundialización han llevado a la calle. El sujeto revolucionario surgirá de la confluencia entre esa sensación de pérdida irreparable que comunican las agresiones del Capital/Estado y la insurrección contra un destino inacceptable.

 
Revista Argelaga, junio de 2015.
https://argelaga.wordpress.com/

martes, agosto 11

Cómo la banca crea el dinero

El sistema financiero tiene el poder de dirigir nuestras vidas cuando nos endeudamos

Cualquier moneda de curso legal puede existir de tres formas: 1) en efectivo —billetes y monedas— 2) en reservas en el banco central -reservas que mantiene la banca comercial en los bancos centrales— y 3) dinero bancario —cuentas corrientes y depósitos en los bancos, creados mayoritariamente cuando los bancos conceden préstamos, créditos o compran deuda pública de los estados—. Seguimos los artículos Where does Money come from? A guide to the UK monetary and banking system de Josh Ryan-Collins, Tony Greenham, Richard Werner y Andrew Jackson y el artículo Money creation in de modern economy de Michael McLeary, Amar Radia y Ryland Thomas.
 
DINERO FIDUCIARIO
 
La mayor parte del dinero en la economía moderna es creado por la banca comercial cuando hace préstamos (alrededor de un 97%). Hay que tener en cuenta también que, en la actualidad, el dinero es fiduciario, es decir, que únicamente está respaldado por la autoridad que lo emite (antiguamente el rey, ahora el estado o los bancos centrales) y no por los bienes y servicios por los que se puede intercambiar. El billete de 10 euros en tu cartera o los 400 euros de dinero digital que puedas tener en tu cuenta corriente no están respaldados por ningún bien real y tampoco los puedes cambiar por oro o plata.

La creación del dinero difiere de lo que la gente común acostumbra a entender. Los bancos no actúan simplemente como intermediarios entre los ahorradores y los inversores, siendo la diferencia entre el interés que los bancos pagan a los ahorradores y el interés que cargan a los prestatarios lo que se llama diferencial de tipo de interés o margen. Tampoco únicamente convierten la base monetaria o dinero de alta potencia —efectivo en manos del público y reservas en los bancos centrales— en oferta monetaria —M4 en su sentido más amplio— a través de multiplicador monetario para crear préstamos y depósitos. Esto último es denominado banca de reserva fraccionaria y consiste en que el sistema bancario puede prestar unas cantidades muy superiores al efectivo y reservas que tiene en los bancos centrales.

Así por ejemplo, al comienzo de la actual crisis los bancos en Inglaterra por cada 100 libras que prestaban tenían en efectivo y en reservas en el banco de Inglaterra 1,25 libras. Esto se debe a que los bancos operan dentro de un sistema electrónico de compensación que hace que todos los días se cancelen un montón de operaciones de trasvase de dinero entre ellos, pudiéndose arriesgar a tener sólo en las reservas de los bancos centrales una pequeña proporción del dinero que prestan. Mientras en la antigua Babilonia se usaban tablillas de arcilla para llevar una contabilidad de los préstamos concedidos y deudas pendientes de pago, en Europa se usaron durante muchos siglos para registrar las deudas varillas hechas de madera de avellano. Cuando el comprador se endeudaba al aceptar bienes y servicios de un vendedor que automáticamente se convertía en acreedor, a los palos se les hacía una muesca para indicar la cantidad de deuda que se había contraído y se rompían en dos, asegurándose que ambas partes coincidían a la altura de la muesca y que no se podían falsificar. Este tipo de contabilidad se utilizó en Inglaterra hasta 1826. Hoy se pueden ver estos palos en el museo Británico.


LA USURA Y EL NEGOCIO

Después de la revolución gloriosa inglesa de 1688 y bajo el reinado de Guillermo III, se pusieron en práctica leyes muy beneficiosas para los bancos y que permitían la práctica de los préstamos con intereses, visto antes como usura. Debido a las bancarrotas anteriores como consecuencia de las elevadas deudas contraídas por los reyes en las guerras y a la relativa asiduidad de las mismas, el parlamento, en connivencia con los acreedores del estado, principalmente prestamistas de la city londinense abogaron por la creación de un gran banco privado con privilegios públicos —el Banco de Inglaterra, creado en 1694— y la cesión de una milla cuadrada en el centro de Londres que opera como un estado soberano dentro de otro estado (la city londinense). De esta manera el estado Inglés empezó a pedir préstamos con interés por primera vez en su historia a una entidad privada y como aval de su devolución se comprometía a que una parte de sus impuestos fueran a pagar los intereses y el principal de la deuda. Así el sistema de crédito privado reemplazó el anterior sistema público de emisión de dinero en forma de palos de avellano emitidos por el Tesoro. Para simbolizar este hecho, estos palos fueron enterrados en los cimientos del banco de Inglaterra. Era la primera vez en la historia que los impuestos se convertían en la herramienta del estado para devolver sus deudas a los prestamistas privados.

Desde el momento que un banco hace un préstamo, simultáneamente está creando un depósito a nombre del prestatario y por consiguiente está creando la oferta monetaria (M4 en su sentido más amplio). Así pues, la realidad de cómo se crea el dinero difiere de lo que dicen la mayoría de los libros de texto en materia económica.


DINERO CREADO DE LA NADA

En realidad la mayor parte del dinero en circulación se está creando de la nada por parte del sistema bancario cada vez que un ciudadano acude a cualquier sucursal a pedir financiación. Simplemente el banco lo que hace es un apunte contable en el activo de su balance por el importe del préstamo y otro en el pasivo por el importe del depósito que se crea. Eso sí, el banco pedirá avales y garantías por el dinero que está prestando y que se ejecutarán en el caso de que el cliente no pague. Así el prestatario tendrá que devolver con su trabajo, en caso de que lo tenga, un dinero que la banca privada crea de la nada simplemente porque la legislación le confiere esa autoridad y si no paga, la entidad financiera le embargará un bien que sí tiene un valor real en el mercado.

Del mismo modo que la realidad de cómo se crea el dinero difiere, en muchos casos, de cómo nos lo están contando, la relación entre las reservas de los bancos centrales y los préstamos de la banca comercial se produce de manera inversa a lo que dicen muchos de los libros especializados en economía. La banca comercial primero decide, en función del tipo de interés fijado por los bancos centrales (en la zona euro los tipos los fija el BCE) y las oportunidades de negocio que hay, cuánto dinero van a inyectar en la economía. Con este tipo de decisiones crean la contraparte de los préstamos, que como se dijo antes son los depósitos y éstos últimos son los que determinan cuánto dinero la banca comercial va a mantener como reserva en los bancos centrales de las diferentes zonas económicas para atender a la retirada de dinero por parte del público, hacer pagos a otros bancos o cumplir los ratios de liquidez que la legislación al efecto impone.

La descripción de la creación del dinero contrasta con la noción de que los bancos solo pueden prestar dinero que ya está creado. Los depósitos bancarios —entiéndanse englobados dentro de ellos las cuentas corrientes que todos o la mayoría de nosotros tenemos en cualquier banco o caja de ahorros— en realidad son un pasivo para el banco que indica la cantidad de dinero que éste debe a los titulares de los mismos. En otras palabras, es una deuda que estos tienen con sus clientes y no un activo que pudieras prestar, como en realidad hacen y además aplicando la reserva fraccionaria, y por lo tanto prestando mucho más que el depósito que fue creado con la concesión del préstamo correspondiente.

Otra falacia es que los bancos pueden prestar a sus clientes el dinero que tienen en reserva en el BCE. Este tipo de reservas solo pueden prestarse en el mercado interbancario, ya que el común de los mortales no tiene acceso a las reservas depositadas en las cuentas de los bancos centrales.


CREACIÓN Y DESTRUCCIÓN DEL DINERO VÍA PRÉSTAMOS


Así como mediante la concesión de préstamos se crea dinero, la cancelación de estos préstamos lo destruye. Veamos un ejemplo: Si mañana Manolo Pérez va a su banco habitual y pide un préstamo hipotecario para comprar lo que va a ser su vivienda habitual, el banco al concederle el dinero, está creando un depósito en el otro lado de su balance por la misma cantidad y que se cancelará cuando Manolo Pérez devuelva el préstamo. Esta es la forma más habitual de creación y destrucción de dinero, pero no la única. La creación de depósitos o su destrucción también ocurre cada vez que el sector bancario compra o vende instrumentos de deuda pública o privada.

La banca comercial con frecuencia compra deuda pública como parte de una cartera de inversión diversificada y de gran liquidez que puede vender con relativa facilidad para conseguir dinero del Banco Central en caso de que sus clientes quieran hacer retiradas masivas y simultáneas de dinero metálico.

Aunque la banca comercial crea la mayor parte del dinero en circulación (aproximadamente un 97% como se apuntó antes), no lo puede hacer de manera ilimitada. El precio de los préstamos es el tipo de interés y determina en gran medida la cantidad de dinero que las economías domésticas y las empresas van a pedir prestado y lo fijan los bancos centrales de las diferentes zonas económicas.



  
Chema
 

sábado, agosto 8

Cuestionario entregado a Miquel Amorós

Este cuestionario precede a una entrevista realizada por Nico, un miembro del colectivo chileno Metiendo Ruido, donde Amorós intenta responder con la mejor intención a las preguntas relativas a la crítica antidesarrollista, a los falsos críticos y a las propuestas de acción.
Primera parte: Contextualizando el desastre
  1. Has argumentado que en los últimos 30 o 40 años el capitalismo no solo ha tenido que enfrentarse a sus límites internos, sino también a los externos. ¿Puedes explicar en qué consisten los primeros y los segundos?
Los límites internos quedan marcados por la imposibilidad de cosechar beneficios al ritmo requerido por el crecimiento. Imposibilidad de acumular capital suficiente ante la productividad estancada de la inversión. Los límites externos quedan fijados por la disponibilidad finita de recursos, incapaces de satisfacer la demanda infinita exigida por el desarrollo.
  1. Has planteado que las ideas de desarrollo y progreso son pilares fundamentales del sistema de dominación y el capitalismo. ¿Podrías explicar en qué consisten y el grado de internalización que han alcanzado, no solo en la clase dominante, sino también en las clases subalternas e incluso en las facciones de éstas que se han pretendido revolucionarias?
La fe en el progreso es la convicción de que el desarrollo tecnológico y el crecimiento económico han de solucionar los problemas sociales, aportando necesariamente mayores cotas de bienestar material y humanización a la sociedad.
  1. En los últimos tiempos la vida en las ciudades, en un hecho inédito, ha superado la del campo. ¿Podrías escenificar las consecuencias de este modo de vida a nivel planetario, tanto a nivel interno (industrialización de la vida, imposición de la ideología urbana, etc.) como a nivel externo (consumo vertiginoso de energía, destrucción del territorio, etc.)?
El espacio urbano es el espacio del capital, allá donde no hay más nexo social que el económico. La conurbación es gran consumidora de recursos y gran productora de residuos. Está destinada a agotarse cuando los recursos se vuelvan escasos y no pueda eliminar su basura.
  1. Es impensable sostener el modo de vida y todo lo que implica sin los impresionantes volúmenes de energía que actualmente satisfacen el sistema. ¿Qué nos puedes decir respecto al panorama actual en materia de producción energética?
La sociedad capitalista pudo desarrollarse gracias al combustible fósil abundante y barato. En la medida en que siga haciéndolo, el combustible abundará menos y será cada vez más caro. Ni la energía nuclear ni la que proviene de fuentes renovables conseguirán detener ese proceso.
  1. Mas allá de una mayor o menor destrucción apreciable de los ecosistemas del actual sistema tecnoindustrial, ¿qué nos puedes decir respecto a la falta de libertad y autonomía que implica para las comunidades la imposición totalizadora de este sistema y modo de vida?
Más allá del vínculo que pueda establecer el dinero, la comunidad no existe en la sociedad capitalista. Como el crecimiento económico depende de la destrucción del territorio y de la tecnificación de la vida, el resultado final será un mundo arrasado y una humanidad vigilada en el menor detalle.

Segunda parte: Crítica a los falsos críticos

Podrías explicar por qué las siguientes ideologías o críticas al sistema no pueden generar un cuestionamiento radical al actual modelo:
  1. Ideología obrerista
Las ideologías obreristas se han formado sobre los análisis teóricos del periodo anterior del capitalismo, cuando las clases sociales existían en tanto que comunidades de lucha y el dominio del capital era únicamente formal. Hoy, cuando el dominio es total y las clases populares se disolvieron en masas informes, postulan la existencia de una clase obrera abstracta, ideal, con la misión histórica de acabar con el capitalismo a través de los conflictos laborales.
  1. Ideología del desarrollo sostenible
Es la ideología del poder. Sostenible quiere decir cíclico, proceso productivo cuyos residuos se convierten en nuevos recursos. Desarrollo implica linealidad en los procesos, y, por lo tanto, acumulación de residuos. Si hay desarrollo, es decir, si hay crecimiento, nada es sostenible.
  1. Ideología ciudadanista/estatista
El ciudadanismo es la ideología de las nuevas clases medias afectadas o amenazadas por la crisis. Cree en una clase especial, la ciudadanía, cuya característica principal es el voto, su condición electora. Predica una intervención en la política que devuelva al Estado capacidad de intervención en los procesos económicos a fin de que los intereses de dichas clases cuenten en el reparto de la plusvalía.
Tercera parte:

Más allá de la negación: propuestas, prácticas y perspectivas desde la historia y la actualidad
  1. Desde la historia han surgido distintos antagonismos a la destrucción de los territorios, la eliminación de las tierras comunales y el totalitarismo industrial. ¿Podrías explicar quienes fueron los Diggers y los luditas u otros grupos que elaboraron respuestas a estos sistemas?
Los Diggers o Cavadores fueron una fracción de los Niveladores, el movimiento popular de la Revolución Inglesa. Propugnaban el cultivo en comunidad de las tierras comunales expropiadas por los terratenientes que sostenían al partido en el poder.
Los Ludditas o seguidores de Ned Ludd son los miembros del primitivo movimiento obrero. Destruían las máquinas que, al suprimir el trabajo manual, reducían los trabajadores manufactureros a la miseria.
  1. La revolución española quizá no tuvo una crítica explícita y extendida a la ideología industrial, sin embargo ¿existieron experiencias interesantes de cuestionamiento respecto a la apropiación del territorio, la ideología urbana, lo industrial u otras que valgan la pena mencionar?
La revolución española fue una revolución obrera clásica, que aspiraba a destruir el Estado burgués y defendía la apropiación de los medios de producción por parte de los trabajadores, o sea, el comunismo. No podía ser de otra manera; la producción no se había desarrollado tanto como para manifestar su poder destructivo insocializable. No obstante, desde el campo anarquista, kropotkiniano y naturista, hubo atisbos críticos sobre el crecimiento urbano y el productivismo a ultranza.
  1. En los últimos 30 o 40 años con la imposición de la energía nuclear, los transgénicos y otros procesos derivados del fascismo industrial ¿han existido experiencias (más o menos radicales) de oposición a este sistema que sean interesantes de mencionar?
Las experiencias de vuelta al campo fueron constantes en los años setenta, después de los movimientos radicales americanos, el Mayo del 68 y la aparición del movimiento ecologista. Las primeras luchas contra la presencia de industrias contaminantes, así como la construcción de autopistas y centrales nucleares son de entonces.
  1. Es evidente que las condiciones del juego han cambiado en los últimos años frente a las visiones revolucionarias del pasado. ¿Podrías mencionar algunas ideas en relación a cómo deberían reestructurarse los movimientos antagónicos de la actualidad a nivel de teórico y práctico?
La cuestión social ya no se presenta como problema laboral de los asalariados, sino como cuestión territorial. La defensa del territorio toma pues la función que en otro tiempo tuvo la lucha de clases. El antidesarrollismo es el único anticapitalismo. El hábitat sustituye a la fábrica, porque el hábitat es hoy en día una fábrica. El capital no es dueño solamente del trabajo, sino de la vida entera. Un espíritu comunitario no puede formarse dentro de la sociedad capitalista, sino al margen. La única comunidad de lucha posible es una comunidad vecinal, no una laboral. La tarea más urgente sería la de constituirla a través del combate antidesarrollista y de la organización de redes cooperativas de abastecimiento, ajenas a los circuitos económicos.

miércoles, agosto 5

Marius Jacob ante el tribunal de Amiens (1905)

Salón del tribunal de Amiens. Marzo de 1905. El anarquista Alexandre Marius Jacob comparece acusado de más de un centenar de robos. Aunque es probable que termine en la guillotina, su voz no tiembla:


«Ahora ya saben quién soy yo: un rebelde que vive del producto de sus atracos. He incendiado además varios hoteles y defendido mi libertad contra la agresión de los agentes del orden. Pongo pues al descubierto toda mi existencia de lucha y la someto como un problema a sus inteligencias. Al no reconocer a nadie el derecho de juzgarme, no imploro ni perdón ni indulgencia. Nada pido a quienes odio y desprecio. Ustedes son los más fuertes: ¡dispongan de mí como gusten! Envíenme a chirona o al patíbulo, me da lo mismo. Pero antes de separarnos déjenme decirles una última palabra.
En cuanto ustedes califican a un hombre como ladrón o bandido, aplican contra él todos los rigores de la ley sin preguntarse sí hubiera podido ser otra cosa. ¿Quién ha visto hacerse atracador a un rentista? Confieso que yo no. Pero yo, que no soy ni rentista ni propietario, que no soy más que un hombre sin otra cosa que sus brazos y su cerebro para asegurar su supervivencia, he tenido que obrar de otra manera. 

La sociedad no me ha dejado más que tres medios de existencia: el trabajo, la mendicidad y el robo. El trabajo, lejos de repugnarme, me gusta. El hombre no puede pasar sin trabajar, sus músculos y su cerebro tienen una carga de energía que han de gastar. Lo que me repugna es matarme a trabajar por la limosna de un salario, crear riquezas que después me hubieran escamoteado. En una palabra, me ha repugnado darme a la prostitución del trabajo. La mendicidad es el envilecimiento, la negación de toda dignidad. Todo hombre tiene derecho al banquete de la vida.

El derecho a vivir no se mendiga: se toma.
Robar es restituirse, recuperar. Antes que estar enclaustrado en una fábrica como en un penal, antes que mendigar lo que es mío en derecho, prefiero levantarme y combatir cara a cara a mis enemigos, haciéndoles la guerra a los ricos, atacando sus bienes. Seguro que ustedes hubieran preferido verme sometido a sus leyes, que como un obrero dócil y humillado creara riquezas a cambio de un salario irrisorio y que, con el cuerpo gastado y embrutecido el cerebro, hubiera reventado en una esquina de cualquier calle. Entonces no me habrían llamado «cínico bandido» sino «honesto obrero». Como queriendo halagarme, me hubieran concedido la medalla al trabajo. Los curas prometen un paraíso a sus víctimas, ustedes son menos abstractos y les prometen papel mojado.
Les agradezco de todo corazón tanta bondad y gratitud. Pero, Señores, ¡prefiero ser un cínico consciente de sus derechos antes que un autómata o una cariátide!
Desde que tuve uso de razón me entregué al robo sin el menor escrúpulo. No creo en su pretendida moral que predica el respeto a la propiedad como una virtud cuando no hay peores ladrones que los propietarios. Pueden sentirse orgullosos, Señores, de que este prejuicio haya arraigado en el pueblo, ésa es su mejor policía. Conocedores de la impotencia de la ley (de la fuerza, por decirlo claro), han hecho ustedes de ese prejuicio el más sólido de sus guardianes. Pero estén alerta, todo tiene su tiempo. Todo lo que se construye por la fuerza y el engaño, la fuerza y el engaño pueden demolerlo.
El pueblo evoluciona todos los días. Ya verán cómo, instruidos en estas verdades y conscientes de sus derechos, todos los muertos de hambre, los miserables, en una palabra todas sus víctimas, se arman de ganzúas para darse al asalto de sus propiedades y recuperar las riquezas que ellos han creado y ustedes les han robado. ¿Creen, Señores, que iban a ser más desgraciados por ello? Presiento lo contrario. A poco que lo pensaran preferirían correr todos los riesgos antes que engordarles a ustedes lamentándose de su miseria. Sí, ahí están la cárcel, la mazmorra o el patíbulo. Pero ¿qué significan esas perspectivas en comparación con una vida embrutecida, hecha a base de sufrimientos? El minero que disputa su pan a las entrañas de la tierra sin ver nunca brillar el sol, puede morir en cualquier instante víctima de una explosión de gas; el albañil, que pulula por las alturas para acabar dando un traspiés y hacerse migas; el marinero, que conoce el día de su partida pero ignora si volverá a puerto, y tantos otros trabajadores que contraen enfermedades fatales en el ejercicio de su oficio, se consumen, se envenenan y se matan produciendo para ustedes. Hasta los propios policías, sus criados, a veces perecen en la lucha contra los enemigos de ustedes por un miserable hueso que les tiran para que roan.
Robar o ser robado.
Empeñados en su estrecho egoísmo, ustedes permanecen escépticos ante esta perspectiva, ¿verdad? El pueblo tiene miedo, parecen decir. Nosotros lo gobernamos mediante el miedo a la represión; si grita, se le encarcela; si se mueve, se le detiene; si actúa, se le ajusticia. Pues se equivocan, Señores, créanme. Los males que ustedes infligen no son un remedio contra los actos de rebelión. La represión, lejos de ser un remedio ni siquiera es un paliativo, no hace sino agravar el mal.
Las medidas coercitivas no pueden sembrar más que el odio y la venganza. Es un cielo fatal. Por lo demás, cortando cabezas y llenando las cárceles ¿impiden ustedes realmente las manifestaciones de rabia? ¡Respondan! Los hechos demuestran su impotencia. En cuanto a mí, sabía perfectamente que mi conducta no podía tener otra salida que la cárcel o el patíbulo. Comprobarán que ello no me ha impedido actuar. Si me he dado al robo no ha sido por motivos de ganancia ni lucro, sino por una cuestión de principios, de derecho. He preferido conservar mi libertad, mi independencia, mi dignidad, antes que convertirme en artífice de la fortuna de mi amo. En términos más crudos, sin eufemismos, he preferido robar a ser robado. Sí, yo también repruebo el que un hombre se apodere violentamente y con engaño del fruto del trabajo de otro. Pero precisamente por eso hago la guerra a los ricos, ladrones de los bienes de los pobres. También yo quisiera vivir en una sociedad en la que el robo estuviera proscrito. No apruebo el robo y no lo he usado más que como una forma de rebelión adecuada para combatir el más inicuo de todos los robos: la propiedad individual de los medios de producción.
Para destruir un efecto es necesario destruir previamente su causa. Si el robo se da se debe a que hay abundancia por una parte y carencia por otra; porque todo no pertenece sino a algunos. La lucha no desaparecerá hasta que los hombres no pongan en común sus alegrías y sus penas, sus trabajos y sus riquezas, hasta que todo nos pertenezca a todos.»

Marius Jacob escapó de la guillotina pero fue condenado a una vida de trabajos forzados en Cayenne (Guayana Francesa). Intentó escapar diecisiete veces sin éxito, aunque fue liberado unos años más tarde tras la abolición de los trabajos forzados.

domingo, agosto 2

¿Por qué estamos en contra de todas las prisiones?


Dicen que la prisión es necesaria para castigar a quienes transgreden las “normas de la sociedad”

Ahora, ¿esas normas representan la voluntad de las personas? ¿A lxs pobres les parece bien que su trabajo haga a los ricos más ricos?
Teniendo en cuenta la forma en que funciona esta sociedad, solo podemos decidir lo que hacer según las leyes que un gobierne ha impuesto sobre la mayoría de mujeres y hombres. Por tanto, antes de preguntar si está bien o no castigar con la prisión a aquellxs que transgreden las normas unx debe preguntarse: ¿quién decide (y cómo) las reglas de esta sociedad?

Dicen que la prisión nos protege de la violencia.

Pero, ¿realmente es así? Entonces, ¿cómo es que la peor violencia (tengamos en cuenta las guerras y las hambrunas infligidas sobre millones de personas) es perfectamente legal? ¿Por qué termina la gente en la cárcel cuando se rebelan o roban en tiendas pero hacen carrera o se convierten en héroes si bombardean poblaciones enteras?
La prisión solo castiga la violencia que molesta al Estado y los ricos o la violencia que les resulta más cómodo presentar como abominable. De hecho, es la violencia estructural de la sociedad y el Estado la protegida diariamente por la cárcel.

Dicen que la ley es igual para todo el mundo.

Sin embargo, las prisiones están llenas de mujeres y hombres semianalfabetxs, migrantes e hijxs de la clase trabajadora, encarceladxs por “crímenes contra la propiedad”, es decir, acciones estrictamente vinculadas a esta sociedad y su necesidad: la de encontrar dinero. Sin mencionar el hecho de que un gran número de presxs estaría fuera de la cárcel si tuvieron el dinero para pagar un(a) buen(a) abogadx.

Dicen que las prisiones ayudan a lxs delincuentes a redimirse e integrarse en la sociedad.

Pero la mayoría de lxs prexs, una vez que salen de la prisión, se encuentran las mismas condiciones (e incluso peores que las) que tenían antes de entrar en prisión.
¿Qué de bueno se puede sacar de estar encerradx lejos de lxs personas que unx quiere durante años, de no hacer nada interesante, condenadx a pasar el rato, forzadx a fingir ante lxs trabajadorxs sociales y sicólogos, de acostumbrarse a someterse a los carceleros?
Finalmente, ¿esta sociedad es tan virtuosa, está basada en valores tan ilustrados y relaciones tan igualitarias que es recomendable que unx se integre en ella?

Dicen que la prisión, si no redime, es una fuerza disuasoria para el “comportamiento criminal”.

Entonces, ¿por qué crece constantemente la población carcelaria? ¿Por qué los legisladores tienden a criminalizar los comportamientos más y más? Obviamente, esto forma parte de un programa social bien definido: quieren eliminar a lxs pobres y lxs rebeldes de las calles y, al mismo tiempo, quieren invertir en el gran negocio de la cárcel (tengamos en mente todas las empresas que hacen dinero del trabajo de la prisión o construyéndolas, amueblándolas o suministrándolas).

Estamos en contra de la prisión porque nació y se desarrolló para defender los privilegios de los ricos y el poder del Estado.

Estamos en contra de la prisión porque una sociedad basada en la libertad y la solidaridad (y no en los beneficios) no la necesita.

Estamos en contra de la prisión porque hasta el más atroz de los crímenes es un espejo de nuestros miedos y debilidades y no tiene sentido el esconderlos detrás de los barrotes.

Estamos en contra de la prisión porque los peores criminales son los que poseen las llaves de las celdas.

Estamos en contra de la prisión porque no se puede sacar nada bueno de la coacción y la sumisión.

Estamos en contra de la prisión porque queremos transgredir las reglas de esta sociedad y no tenemos ninguna intención de integrarnos pacíficamente en sus ciudades, fábricas, cuarteles y supermercados.

Estamos en contra de la prisión porque el sonido de una llave girada en la cerradura es una tortura diaria, el aislamiento es una abominación, el fin de una visita es sufrimiento y el tiempo que se pasa dentro es un reloj de arena que mata lentamente.

Estamos en contra de la prisión porque los carceleros están siempre dispuestos a defender todo abuso y violencia y están deshumanizados por la costumbre de la obediencia y el espionaje.

Estamos en contra de la prisión porque nos arrancó demasiados días, meses o años y demasiadxs amigxs y compas.

Estamos en contra de la prisión porque lxs que conocimos dentro no son ni mejores ni peores que lxs que conocimos fuera (muchas veces, son mejores).

Estamos en contra de la prisión porque las noticias de una fuga dan más calor a nuestros corazones que un día de sol.

Estamos en contra de la prisión porque, si miras el mundo a través de una cerradura, solo ves gente malintencionada y desconfiada.

Estamos en contra de la prisión porque el sentido de la justicia jamás se podrá encontrar en un código penal.

Estamos en contra de la prisión porque una sociedad que necesita encerrar y humillar es, en sí misma, una prisión.

¡Fuego a todas las prisiones!
Unxs anarquistas cualquiera.

~ La traducción en castellano se realizó a través de la versión inglesa (ligeramente abreviada) de un texto originalmente escrito en italiano: Perché siamo contro le carceri, tutte le carceri? —por anarquistas de Rovereto (octubre de 2005).
(Traducido por CNA-Mexico)