Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

lunes, agosto 29

Los medios, al servicio de la dominación

 


El propósito de este breve texto es aportar algunas pinceladas sobre el papel de los medios de comunicación de masas en la coyuntura actual(1). Las dos últimas grandes crisis en las que estamos inmersos(Covid-19 y choque entre la OTAN y Rusia en el escenario ucraniano) han puesto de manifiesto una agudización y radicalización de tendencias tradicionales ya insertas en los medios dentro de la dinámica del capitalismo.

Podemos destacar así algunos aspectos de esta tendencia mediática:

La información convertida en consignas y propaganda. Los mass media se han convertido en herramientas de difusión constante, directa y repetitiva de mensajes unidireccionales, que tratan de fijar ideas y forzar a comportamientos sociales. Ante un contexto bélico la información se convierte en un arma de guerra más y se cumple nuevamente aquello de que”en las guerras la primera víctima es la verdad”(2). El aparato mediático se utiliza como un arma propagandística cuyo objetivo es construir una determinada imagen del enemigo (en la que se mezclan elementos reales y falsos) y destruirlo simbólicamente. Se busca, en definitiva, la alienación y la alineación de la sociedad en torno a las decisiones de las elites.

Homogeneización de los mensajes y las agendas mediáticas, derivada en buena medida de la concentración y el control que grandes grupos económicos, políticos y militares mantienen sobre el caudal comunicativo. La dependencia de los medios no solo se restringe a determinados intereses empresariales o corporativos, sino también a la ayuda institucional(3). Este proceso-como elemento a destacar y relativamente novedoso- también afecta a medios independientes o situados en un espacio que se podría denominar crítico o progresista, al aceptar de facto un relato o una visión hegemónica de la realidad, a la que en todo caso, trata de dar un enfoque social(4).

Emocionalidad y sensacionalismo por encima del análisis y la contextualización. Los medios buscan incidir fundamentalmente en la emocionalidad y la visceralidad. Se trata con ello de generar reacciones empáticas, movilizadoras-desmovilizadoras, paralizantes o promotoras de odio ante situaciones traumáticas o excepcionales (guerras con sus secuelasd de sufrimiento generalizado, amenazas sanitarias, etc). Se elude, en definitiva, poner en contexto coyunturas complejas, que permitirian entender (que no necesariamente justificar) el desencadenamiento de determinadas situaciones o las motivaciones de los actores implicados.

Simplificación e individualización. La construcción de una realidad en blanco y negro, sin matices que puedan aportar luz o facilitar la resolución menos traumática de lo que de hecho son siempre situaciones sujetas a múltiples matices, por un lado, dirige el foco social hacia un objetivo y, por otro, permite descargar de responsabilidad a otros actores. En este sentido la creación del “enemigo” o del “chivo expiatorio” sirve como “los dos minutos de odio” orwellianos(5) para deshumanizar o estigmatizar al otro y a la vez canalizar el descontento o la reacción social en una dirección determinada(6). De igual forma, un manejo mediático típico en lo que se refiere al tratamiento que se da a sectores disidentes es el de la serie silenciamiento-ridiculización-criminalización, en función de cómo sea percibida su capacidad de incidencia social.

Imperio mediático de la sinrazón. La constante legitimación o justificación acrítica de determinadas situaciones (decisiones erráticas, absurdas, ilógicas o contradictorias, conculcación de derechos fundamentales, ilegalidades, etc) conduce a la naturalización de una sumisión irracional y acrítica a discursos cambiantes generados desde el poder. A ello contribuye igualmente la manipulación de las cifras estadísticas y el ocultamiento, descontextualización o reinterpretación de datos o informaciones relevantes que permitan conformar una opinión fundada.

Los medios de comunicación como actores partidistas y no como intérpretes o relatores de la realidad. Los medios se convierten en “hooligans” o en grupos de poder que presionan para que las instancias políticas tomen decisiones, generalmente en beneficio de intereses antisociales, fomentando el odio, el militarismo, la escalada bélica(7), las medidas represivas, etc. cuyas consecuencias pueden ser catastróficas (ej. conflicto nuclear). En este sentido, operan, tanto las noticias como la opinión, através de un ejército de “expertos”, “analistas” o “tertulianos” que reafirman una y otra vez el relato que se pretende extender socialmente.

Doble rasero. La guerra de Ucrania a puesto en evidencia una vez más la distinta percepción o estrategia comunicativa en función de quiénes sean los sujetos implicados. La guerra de la exYugoslavia, la invasión de Irak, las contiendas de Siria, Libia o Yemen, la demonización o blanqueamiento de Irán o Venezuela en base a las distintas coyunturas políticas, etc. serían solo una pequeña muestra de este desempeño de los medios occidentales. Hechos similares, que ocurren en situaciones de conflicto pueden silenciarse, denunciarse o jalearse según los intereses en juego, manipulando el lenguaje para convertir, por ejemplo, a los ucranianos (incluyendo a los neonazis) en “luchadores por la libertad” y a los palestinos en “terroristas”.

Falta de deontología periodística. La deontología es la rama de la ética que trata, entre otros aspectos, de los deberes, especialmente de los que rigen las actividades profesionales. En el caso del periodismo actual, existe una quiebra respecto a lo que debería ser una labor basada en determinados valores (ética, ecuanimidad, principio de precaución, contraste de informaciones, sentido crítico, etc), lo que lleva a la aceptación incuestionable de la narrativa del poder.

Manipulación , censura y autocensura. Los parámetros de manipulación y censura alcanzados durante la covid y el conflicto de Ucrania(8) parecen ya no tener límites, con un manejo obsceno de los medios y con un escaso cuestionamiento de la mayor parte de la sociedad. En cuanto a la autocensura, es algo que ya ni se discute(9). El mundo del periodismo se ve, de esta manera, envuelto en un drama existencial, ante la pérdidad de lo que deberían ser sus elementos definitorios: la libertad de expresión y la libertad de conciencia.

Doctrina del shock. Los medios ayudan en la imposición y extensión de determinaddas visiones de la realidad al calor de acontecimientos que golpean profundamente la subjetividad y la vida cotidiana de las personas.

Internet, sombra y luz. Estamos en la época de la postverdad y de las “fake news”, de los “verificadores”, de la crisis de modelos comunicativos “clásicos” (ej. prensa en papel) y de un cierto descrédito y desconfianza social (crecientes) hacia “el sistema”(del que también se conciben como una parte importante los medios de comunicación de masas). La red se ha convertido en un espacio donde, por un lado, se ha generado un enorme “ruido” y confusión, una maraña de datos e informaciones (en muchos casos banales y superficiales) que generan una suerte de narcosis, a la vez que una sensación de caos e ininteligibilidad de la realidad. En ese contexto es donde los intereses económicos e ideológicos de las empresas multinacionales (Youtube, Google, Meta…) imponen y dirigen la mayoría de los contenidos. Por otro lado, y en parte también contribuyendo a ese mismo “ruido” informativo, se han desarrollado una multiplicidad de iniciativas comunicactivas alternativas, individuales y colectivas, que en muchos casos -y a pesar del peso abrumador de la verdad oficial, de los obstáculos y la censura- han conseguido abrir una grieta en el discurso dominante. Esto ha sido patente en el periodo pandémico, tanto para generar contrainformación como para provocar la movilización social.

 

NOTAS:

(1)Existen en el mercado y en la red múltiples libros y artículos que nos pueden ayudar a profundizar sobre el papel social de los medios de comunicación y su poder para conformar mentalidades y estados de opinión.

  1. Ya en el contexto de la pandemia del Covid-19 las primeras declaraciones de gobiernos como el español o el francés hablaban explícitamente de “guerra”, con las connotaciones que ello conlleva.

  2. Por mencionar un dato, en el Boletín Oficial del País Vasco del 13 de diciembre de 2021 se hacían públicas una serie de subvenciones a diversos medios de comunicación con “el compromiso de mantener la misma línea de informaciónde cercanía y servicio a la ciudadanía en relación a la pandemia”. Línea en general y en muchos momentos muy unitaria y acrítica en torno al relato dominante.

  3. Esta cuestión se ha evidenciado, por ejemplo, a la hora de abordar la covid-19, donde ha habido una aceptación mayoritaria y una falta de crítica al discurso oficial (a pesar de sus múltiples deficiencias y contradicciones), apoyado en una determinada visión de la ciencia y de la vida.

  4. En la novela 1984, de George Orwell, el Gran Hermano y su estructura opresiva organizan diariamente lo que llaman “Los dos minutos de odio”. Durante ese tiempo, las telepantallas emiten información sobre enemigos del sistema hacia los que los miembros del partido deben expresar su ira.

  5. La constitución mediática de Putin como el “gran demonio” desvía la atención de complejas y profundas cuestiones geoestratégicas que están insertas en el conflicto de Ucrania. Por otro lado, y en el caso de la Covid-19, la figura de los “negacionistas” ha servido como catarsis para la tensión social generada por la pandemia.

  6. “El coro de los medios de comunicación a favor de “más guerra” parece estar sirviendo a una operación de blanqueamiento ideológico que despeja el camino a los gobiernos mientras se preparan para una propaganda más extrema y medidas antidemocráticas” Jonathan Cook, “Los medios occidentales actúan como promotores de la guerra”, Ctxt, 01/03/2022.

  7. Es significativo, por ejemplo, el silencio de algunas asociaciones profesionales de periodistas frente a la censura de medios rusos como RT o Sputnik. Asimismo, en el contexto de la covid-19 ha sido habitual la ausencia en general de opiniones críticas o disidentes, modulada en función de los momentos. Por otro lado, Internet ha sido campo de censura sistemática de contenidos “no adecuados”.

  8. Una forma extrema de potenciar la autocensura son los asesinatos de periodistas que ocurren en diferentes partes del mundo. A ello hay que añadir el acoso o el condicionamiento de la actividad informativa por parte de las autoridades u otros autores en diferentes situaciones. Un caso reciente es el del periodista Pablo González, detenido en Polonia el 28 de febrero de 2022, bajo la acusación de ser un espía ruso.

 

(Artículo extraído de la revista libertaria “Ekintza Zuzena nº48 de 2022)

viernes, agosto 26

La Llave. Las profesiones de integración como instrumento de control social. Julio Rubio Gómez

 


«La llave. Las profesiones de integración somo instrumento de control social» es el decimotercer título de nuestra colección central. Esta breve investigación de Julio Rubio Gómez sirve para aproximarse a la historia y al presente de los movimientos sociales, en concreto, a los movimientos vecinales y comprobar la pugna con las instituciones desde eso que la historia oficial ha denominado la Transición hasta hoy. Las preguntas sobre si la profesionalización de la ayuda ha sido una eficaz herramienta contra la desigualdad sirven a Julio Rubio Gómez para acercarnos a un debate que creemos más que interesante:

Durante los años 60 y 70, los movimientos vecinales tuvieron fuerza suficiente como para organizar las reivindicaciones de los barrios obreros en temas tan importantes como la vivienda, la sanidad o las infraestructuras. Miles de militantes, de manera voluntarista, contribuyeron a que estas asociaciones fuesen, además, punto de encuentro y referente de compromiso con unas ciudades más humanas y una sociedad más justa, apoyándose en la práctica cotidiana de la solidaridad.
 

A partir de los años 80, además de la llegada al poder del PSOE, que hizo todo lo posible para que los barrios se desorganizaran y las asociaciones perdieran espacios en favor del debate parlamentario y las estructuras municipales, se crearon carreras y profesiones especializadas en problemas sociales. Educación Social, Trabajo Social, monitores de ayuntamientos, psicólogos de diferentes instituciones y un largo etcétera de personas con títulos desembarcaron en esos barrios. Sin embargo, los movimientos vecinales no solo no volvieron a crecer, sino que, en muchas ocasiones, contaron con la nula colaboración de los profesionales de lo social. Algunos vecinos, incluso, empezaron a comprender que ese desembarco no solucionaba sus problemas, sino que suponía una intromisión del Estado en las relaciones vecinales e incluso en la vida privada de las personas, con las consecuencias de fiscalizar, juzgar o castigar comportamientos o formas de vida que no se ajustaba a lo que el sistema había fijado como ideal. En definitiva, las profesiones sociales eran la llave de acceso del Estado a un territorio antes vedado para él.
 

Partiendo de entrevistas a vecinos de su barrio, Julio Rubio despliega esta tesis en un libro que mezcla la profundidad de análisis con la sencillez de estilo. Una aportación a las luchas barriales desde el conocimiento más cercano.

Edita: La neurosis o las barricadas

martes, agosto 23

6 poemas de “EL GOL DE INIESTA Y OTROS ÉXITOS RADIOFÓNICOS” de ANTONIO REVERT

 



DONALD TRUMP Y TÚ ANTE EL ESPEJO


                                                                      Para Leo y Esther


EEUU: una inmigrante latina votando por Trump

a favor está de deportar

a once millones de inmigrantes.



ESPAÑA: un trabajador en paro, dice “somos culpables de la crisis”.


“Hemos vivido por encima

de nuestras posibilidades”, apostilla.


El lobo se frota las manos.

Es de noche.



EL GOL DE INIESTA


Miles de obreros almorzamos gol de Iniesta en la pausa del trabajo durante meses, quizá años.



Nuestros padres comían goles de Zarra y Marcelino dejando la azada por un rato.



Jóvenes peones, más tarde, guardaron en papel de aluminio goles de Messi y de Cristiano.



Y en el césped crecerá más trigo.

Y botas fabricadas en Tailandia

serán molinos siempre, triturando el grano.


Y gritos como aspersores –siempre–

y saliva fertilizando el córner.



Y saber que nunca

se ha de acabar este partido,
aunque ya hayamos sido derrotados:
el despertador a las siete, cada día,
cantará para que no lo olvides.





Hay panes que no caducan nunca.


Lo saben quienes nos observan desde arriba,

gin-tonic y palco en el Bernabéu.



Siestas perennes, revolución insomne;

tiernas maletas en el aeropuerto.




SÁBADOS



No está hecho el hombre para el sábado sino el sábado para el hombre.



Por eso –y por más cosas–

un centro comercial en sábado es el último rescoldo

de todo lo que éramos: caricatura de las alas perdidas,



mueca silenciosa de sepelio. Macabro rito de aceptación.



El lunes te espera ya, con su sonrisa.




***




Lo llaman sueldo, a la cara.



A tus espaldas, limosna.





***



LOS ABDOMINALES DE CRISTIANO RONALDO



Espejo de la clase obrera, los abdominales de Cristiano;

los músculos de cada futbolista. Su coche. Su cuenta. Su peinado.



Opaco tablero de ajedrez, en él se mira el trabajador.


Reticulada envidia del peón.

Olvidar así que hoy es lunes

y que te deben ya dos nóminas.



“Espejito, espejito,

¿podré pagar la calefacción

y los libros de texto de mis niñas?”



Ronaldo sonríe.

Y escupe –otra vez– sobre el césped.



SOLUCIÓN HABITACIONAL



Abre la escotilla de tu casa, que entre el agua

y podáis miraros a los ojos mientras se hunde todo lo que sois.



Levanta los brazos.

Con el móvil agarrado manotea buscando cobertura. Podría entrar, sí,

podría llegar justo ahora

el último mensaje de whatsapp.




Antonio Revert . “EL GOL DE INIESTA Y OTROS ÉXITOS RADIOFÓNICOS”, EDITORIAL VERSÁTILES, 2021

sábado, agosto 20

Tal vez no habrá paisaje después de la batalla

 

 

Las tecnologías son moral materializada, son política por otros medios, pautan formas de vida, posibilitan e inhiben mundos. La nuclear también. Muchos críticos de la energía nuclear han apuntado no sólo a sus peligros ecológicos, sino a su nocividad social. 

  

Hoy se entiende mejor que nunca por qué a los Obús de 1981 les quitaba el sueño una Pesadilla Nuclear. El intercambio de amenazas nucleares entre Estados Unidos y Rusia a raíz de la invasión de Ucrania no tiene precedentes desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962. Tras el anuncio a finales de febrero por parte del Kremlin de la puesta en alerta de su fuerza de disuasión, son cada vez más la voces que afirman que Rusia puede haber empezado a considerar el ataque nuclear, especialmente en su versión táctica, como una estrategia de guerra viable. Además de los terribles estragos de la guerra en forma de muerte y dolor, el escenario internacional de escalada bélica, con invocaciones explícitas al “riesgo real de una tercera guerra mundial”, es especialmente desasosegante tras años de retrocesos en los acuerdos de no proliferación nuclear, con la excepción del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN), que entró en vigor el pasado 22 de enero de 2021, pero que no fue ratificado por ninguna de las potencias nucleares. Las agujas del reloj del Bulletin of the Atomic Scientists, que desde 1947 simbolizan el peligro de destrucción total, avanzan paulatinamente y marcan hoy cien segundos para la medianoche.

Parece evidente que, como humanidad, no hemos sido capaces de desprendernos de la ceguera ante el apocalipsis que diagnosticara el filosófo Günther Anders (1902-1992) hace ya más de medio siglo. Y es que, como afirmaba Victor Alonso recientemente, animado por una inquietud similar a la nuestra y acompañado de lecturas no muy distintas, ante esta amenaza existencial nos hemos limitado mayoritariamente a cerrar los ojos y continuar adelante con nuestro día a día. En su ensayo Sobre la bomba y las raíces de nuestra ceguera del apocalipsis, que forma parte de su libro La obsolescencia del ser humano (1956), Anders exploró nuestra existencia bajo el signo de la bomba. Esto es, las consecuencias de que los seres humanos hayan adquirido la capacidad técnica de aniquilar la vida humana sobre el planeta. Ante esta situación sin precedentes, Anders constata que no sentimos suficiente miedo. Se habla del tema, se sabe, incluso se teme, pero no se comprende vivencialmente en todas sus consecuencias. Una ausencia de miedo que no es sinónimo de valentía. Según Anders, la raíz de nuestra incapacidad para baremar la gravedad de la situación presente se encuentra en las ideologías del progreso, que nos inhabilitan para concebir la posibilidad de un final, y en lo que el filósofo alemán llamó el “desnivel prometeico”: el hecho de que nuestras facultades de sentir e imaginar no son tán elásticas como nuestras capacidades creativas... y destructivas.

La bomba es, de hecho, el ejemplo más paradigmático de este “desnivel prometeico”, que nos impide comprender lo que ésta (no) es. Seguimos pensándola como un medio, como un instrumento que se puede utilizar para alcanzar finalidades específicas. Por ejemplo, la hegemonía geopolítica o una victoria bélica. Pero el arsenal nuclear no es un mero instrumento, sino una creación que moldea nuestros mundos y formas de vida. En tanto que tecnología, no es neutral. Por un lado, su posible efecto apocalíptico transciende cualquier finalidad concreta imaginable, ya que es un “medio” capaz de acabar con todos los fines existentes. Por otro lado, su mera existencia produce efectos en forma de militarización y chantaje político incluso cuando no es directamente utilizado. Desde el momento en que la posibilidad de la destrucción total pende sobre nosotros “como una luna ensangrentada”, Hiroshima está en todas partes, dice Anders. La barbarie, pues, no se limita a ordenar pulsar el botón, como hizo Harry Truman en 1945, o a amenazar de hacerlo, como ha hecho Vladimir Putin. Es estructural y tiene que ver con el funcionamiento cotidiano de la banalizada normalidad nuclear. En palabras de Anders, “el mundo no está amenazado por seres que quieren matar, sino por aquellos que a pesar de conocer los riesgos sólo piensan técnica, económica y comercialmente”.

Si las reflexiones de Anders siguen hoy siendo de tanta actualidad es en parte porque nos permiten pensar mucho más allá de las armas atómicas. Si como sociedades somos ciegos ante el riesgo de un apocalipsis nuclear, parecemos serlo también ante las perspectivas destructivas de la crisis ecosocial global en la que los que “sólo piensan técnica, económica y comercialmente” nos han introducido. Esta ceguera es perfectamente compatible con el auge cultural de los imaginarios apocalípticos alrededor del mal llamado Antropoceno y con la normalización del discurso catastrofista de “gestión de la emergencia” en la retórica y la práctica gubernamentales. No se trata, pues, de censura o tabú, sino de incapacidad para imaginar, sentir y actuar de forma adecuada.

Pese a que seguimos atrapados bajo lo que Jorge Riechmann ha descrito como varias capas de negacionismo, la actual guerra en Ucrania ha supuesto un fogonazo cruel que debería hacernos conscientes de que nos encontramos inmersos en una crisis energética global en la que la posición del continente europeo es de extrema fragilidad. La enorme penetración en la actual economía fósil europea del gas natural proveniente de Rusia hace que la eventualidad de un corte de suministro traiga aparejados efectos potencialmente devastadores ¿Quién, hace apenas unos años, podría imaginar leer en una portada de El País que Europa se asoma a un escenario de racionamiento energético, escenario que se maneja ya con toda seriedad en países como Alemania?

No es de extrañar que en este contexto se aceleren los planes para la instalación de renovables industriales de alta tecnología, el plan B al actual capitalismo fosilista que la Unión Europea ha abrazado oficialmente en el marco del European Green Deal. Un plan que, como alguno de nosotros ya ha señalado en otras ocasiones, no se encuentra exento de problemas y contradicciones. No obstante, no debemos perder de vista que cada vez resulta más evidente que dicho plan B quiere complementarse, a corto plazo, con una apuesta por la energía nuclear.

Este intento de las élites por hacer que la energía nuclear renazca como una tecnología “verde” que alberga la clave para hacer frente al cambio climático es evidente y se encarna en figuras emblemáticas como la del multimillonario Elon Musk, para el que la energía nuclear es crucial en la descarbonización. También en corrientes teóricas del establishment como el ecomodernismo, que han hecho de la defensa de la energía nuclear uno de sus caballos de batalla. La Unión Europea, en un ejercicio de neolengua digno del imaginario orwelliano, se ha unido ya a esta ola mundial clasificando como verdes las inversiones en energía nuclear y gas a inicios de este año. No obstante, la actual situación geopolítica está dando alas a este romance en ciernes. Bélgica ha hecho ya oficial que retrasará una década el cierre de sus centrales nucleares para “ganar independencia energética” en un contexto geopolítico caótico. En febrero Macron anunció inversiones públicas en 14 nuevos reactores nucleares que, de cara a 2050, reemplazarían a las plantas nucleares más antiguas. Incluso Alemania, buque insignia de la desnuclearización europea, comienza a plantearse retrasar el cierre de los tres reactores aún en marcha cuya clausura estaba planeada para el final de este año. 

Por desgracia, esta fiebre nuclear alcanza también a voces reputadas dentro del ecologismo, como la de George Monbiot, que en uno de sus últimos artículos defiende que la energía nuclear es la solución tanto a la dependencia energética europea frente a Rusia como a la crisis ecosocial. Monbiot nos insta a emular la movilización del Proyecto Manhattan y fía sus esperanzas en una iniciativa estatal fuerte que impulse tecnologías renovables que incluyan “tecnologías nucleares más amables”, como reactores nucleares más pequeños, o el enésimo esfuerzo de investigación en la fusión nuclear.

Esta renovada fiebre nuclear se encuentra aquejada de varios puntos ciegos. Por un lado, no debemos olvidar que a día de hoy las centrales nucleares no pueden funcionar sin un suministro estable de uranio. Este mineral, además de ser inseparable de dinámicas extractivas y venir asociado a procesos de contaminación, es tan finito en la corteza terrestre como los combustibles fósiles que ahora ponen en jaque a la economía mundial. Así, apostar por esta energía de base mineral no sería más que situar en un punto futuro un nuevo shock energético que vendría ahora asociado a la escasez de esta materia prima. Por otro lado, si la guerra en Ucrania ha mostrado la desnudez energética del emperador europeo, dando alas a los lobbies nucleares, también a vuelto a ilustrar algunas de las razones por las que el movimiento antinuclear lleva décadas luchando por el cierre de todas las centrales existentes. Chernóbil, que amenazó con irradiar de nuevo durante la ocupación por parte del ejército ruso, nos recuerda una vez más que no hay solución técnica para tratar con los residuos nucleares de forma duradera y segura. Y los combates en la central nuclear de Zaporiyia, en Energodar, nos vuelven a recordar la fragilidad de las infraestructuras nucleares y el peligro que suponen ante catástrofes de origen natural, como en Fukushima, o de origen político, como la actual guerra abierta en el país con más reactores nucleares operativos (15) en Europa después de Francia. Los misiles volando en el cielo ucraniano son una ruleta rusa nuclear.

Además, la no neutralidad no es patrimonio exclusivo de la bomba atómica, sino una característica de todas las tecnologías. Cuando se sostiene que “la tecnología no es ni buena ni mala, sino que depende de como se use”, no se está teniendo en cuenta que las tecnologías cristalizan valores, encarnan relaciones de poder y tienen efectos que van más allá de su uso. Las tecnologías son moral materializada, son política por otros medios, pautan formas de vida, posibilitan e inhiben mundos. La nuclear también. Muchos críticos de la energía nuclear han apuntado no sólo a sus peligros ecológicos, sino a su nocividad social. Langdon Winner diría que es inherentemente política, en el sentido de que su existencia ya requiere de una sociedad jerárquicamente organizada y militarizada. Las centrales nucleares no se pueden desvincular de lo militar ni técnicamente (son tecnologías de uso dual) ni históricamente (surgen como parte de programas militares). Desde un horizonte emancipatorio, por tanto, no existe tal cosa como un buen uso de una central nuclear. Es decir, la cuestión clave no es ni quién las posea ni el tamaño que tengan, como piensa Monbiot, sino su mera existencia. 

Anders nos enseñó que en el siglo XX la transformación de la sociedad estaba estrechamente ligada a un imperativo anterior y más urgente: su conservación, inseparable de la del resto del planeta. Nos alentó a conectar con un miedo ante el apocalipsis que nos llevara a la toma de conciencia, a la acción colectiva, a la lucha por la vida. De forma consecuente él dedicó su vida al activismo antinuclear. Es más, al final de sus días, tras vivir la dura represión al potente movimento antinuclear de los setenta y los ochenta, Anders defendió la violencia y la acción directa como último resorte en aras de un fin superior: conservar la paz y la vida en el planeta.

Hoy la crisis ecosocial global, y un cambio climático que se nos presenta como coartada para hacer avanzar la agenda nuclear, nos sitúan ante una amenaza para la vida comparable a la de la guerra nuclear. No obstante, los movimientos de resistencia siguen todavía siendo tímidos en comparación con la magnitud del desafío. En gran medida porque argumentarios como los de Monbiot se hacen eco de los de las élites y siguen atrapados en la errónea convicción de que el “problema” tiene una “solución” meramente técnica. Sigue existiendo la fe en que, con el suficiente estímulo por parte de un estado considerado cuasi-omnipotente y neutral en cuanto a sus intereses, “algo se inventará” que nos sacará del lío. Cualquier cosa antes que mirar de frente los abismos que ante nosotros abre el gasto energético insostenible de un sistema depredador que pone en el centro la acumulación de capital por encima de las necesidades de la vida humana y del resto de especies del planeta. Seguimos ciegos ante el apocalipsis.

La única forma razonable de evitar de una vez por todas una guerra nuclear y limitar en lo posible los efectos de un colapso ecosocial ya en curso es luchar frontalmente contra el capitalismo industrial y su insaciable necesidad de parasitar y destruir la vida para seguir acumulando beneficios. Ahora que vuelve a renacer la tentación de un alineamiento geopolítico en torno al patriotismo europeo militarista debemos protegernos de lo que Rafael Sánchez Ferlosio llamaba fariseísmo en su libro Sobre la guerra, “la regresión a la niñez, la vuelta a Caperucita y el lobo feroz, al punto cero de la experiencia moral: aquel en el que el bueno y el malo aparecen absolutizados y encarnados como figuras ontológicas”. El desafío para un movimiento social que vaya a la raíz de nuestros problemas es, como nos recuerdan las compañeras zapatistas, destruir la hidra capitalista en todas sus cabezas. Organizarse desde abajo para hacer frente al capitalismo-guerra y, como planteaba Ángel Luis Lara, abrir túneles de solidaridad desde abajo con los que luchar por la vida a uno y otro lado de la frontera que hoy dibuja el conflicto bélico. Porque como dicen las zapatistas, en la guerra que hoy se libra contra el planeta y en Ucrania, nos enfrentamos al riesgo de que no quede paisaje después de la batalla.

¿Es esto posible? Ante esta pregunta, escuchemos a Günther Anders cuando nos decía que si algo es necesario, uno no se puede parar ante si es o no posible. Hay que intentarlo.

 

[En memoria de César de Vicente, que nos dejó prematuramente y a quién debemos tanto]

 

 Adrián Almazán Gómez,  

Jaume Sastre-Juan

domingo, agosto 14

No somos los únicos animales que sentimos

 


Este mes de julio de 2022 se cumplen diez años de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia animal. Un grupo de científicos de diferentes áreas firmaron un manifiesto, en el año 2012, donde dejaban claro que los seres humanos no somos los únicos capaces de disfrutar de nuestra vida y de sentir dolor. Confirmaban que la mayoría de animales también son plenamente conscientes de sus experiencias en la vida y tienen sus preferencias y sus intereses personales.

No fue un descubrimiento, ya que a lo largo de la historia de la humanidad hemos dejado constancia de innumerables experiencias y observaciones de conductas de otros animales que nos han hecho pensar que cada individuo tiene una personalidad única. Estas interpretaciones despertaron el movimiento animalista. Aunque no fue hasta principios del siglo XX cuando se reconoció oficialmente la etología como ciencia que estudia el comportamiento de los animales. Desde entonces tenemos a nuestro alcance publicadas más investigaciones, libros y estudios que nunca y no dejan lugar a dudas. Por lo tanto, la Declaración fue un acto simbólico con el que personas de ciencia quisieron transmitir a la sociedad y poner de manifiesto la evidencia científica sobre la capacidad de sentir de la mayoría de animales.

Pasados diez años de esta confirmación oficial, quizá la meta de cerrar los mataderos quede todavía muy lejos. Al ver lo que sucede tras los muros de esos lugares en los que se matan a 900 millones de animales al año solo en el Estado español, mucha gente exigiría su cierre inmediatamente, aunque luego, al pensarlo, no estaría preparada para eliminar los productos de origen animal de sus platos.

Falta concienciación para dar ese paso definitivo. Vivimos inmersos en una sociedad que acepta la mentira y el engaño como recursos publicitarios y donde triunfa el marketing de quien puede pagar más para vender. Por eso, en gran medida, mucha gente sigue creyendo que necesita comer carne, lácteos, huevos y pescado para disfrutar de una buena salud. A pesar del hecho de que siempre ha habido personas, a lo largo de la historia, que decidieron no comer animales y hoy son millones las personas antiespecistas que llevan décadas siguiendo una dieta 100% vegetal sin ningún tipo de problema causado por ello.

También vivimos en la era de la desinformación, aunque nos parece que lo sabemos todo y nos es difícil cuestionar nuestra manera de pensar. Muchas personas se apresuran a defender el confinamiento y el infierno de millones de animales no humanos en laboratorios, como si fuese algo imprescindible o justificable para avanzar en medicina. Ignoran que existen alternativas a este modo de investigación en las que nadie sufre y desconocen el hecho de que más del 90% de experimentos con resultados positivos en otros animales fracasa en seres humanos.

Nos queda mucho por aprender o, mejor dicho, por admitir y actuar en consecuencia de nuestros conocimientos. Pero me parece lamentable que ni siquiera seamos capaces de condenar unas prácticas de tortura que se siguen celebrando a la vista de todos y todas y se justifiquen por ser consideradas una forma de entretenimiento. La tauromaquia, es decir, los encierros, las corridas, las becerradas, los toros embolados, ensogados o tirados al mar son prácticas de maltrato que siguen siendo legales y aceptadas socialmente. Al ser actos públicos, cualquier persona que asista puede ver el sufrimiento de cada animal y la crueldad de los participantes al violentarlos.

Por este motivo, más que cualquier otra forma de explotación, una esperaría haber visto la abolición de este trato hacia los animales como un paso inmediato tras la Declaración de Cambridge. Pero siguen sucediendo y miles de personas siguen participando y yendo a ver sin rubor las barbaries que se cometen. ¿Por qué? Pensemos por un instante ¿en qué nos convierte disfrutar del sufrimiento de otros? ¿Qué tipo de persona hace daño a alguien para divertirse? ¿Por qué causamos dolor a otro individuo cuando este no representa ningún tipo de amenaza?

Y, a pesar de que cada vez hay mayor rechazo hacia estas atrocidades, ¿por qué no se prohíben? No podemos seguir normalizando el sadismo. Si queremos una sociedad sin violencia hacia los demás, no podemos seguir permitiéndola hacia algunos. No podemos tolerar ninguna forma de violencia ante un individuo que solo quiere vivir su vida y que no representa ningún peligro para la de nadie.

Estos días están teniendo lugar en muchos pueblos de nuestro país muchos actos con toros. Les hacen correr asustados entre seres humanos que los atosigan, les pegan, les empujan y les molestan para provocar que se defiendan de alguna manera violenta. Además del sufrimiento por el estrés y el dolor de las agresiones, hay que tener en cuenta los accidentes que se producen. Solo por mencionar algunos, este año en Valencia han muerto tres personas en 24 horas debido a heridas en encierros. En Teruel, el 20 de julio, un toro cayó al suelo y no podía levantarse. Se le acercaron varias personas para intentar ponerlo en pie tirándole del rabo y cogiéndole por los cuernos hasta que desistieron al oír que alguien decía que tenía una pata rota. Y no olvidemos lo que sucedió en un pueblo de Guadalajara en agosto de 2021. El toro Campanito se escapó de una plaza y una persona lo atropelló en la calle dándole golpes con el coche hasta matarlo.

Para conocer detalles sobre estos y otros llamados festejos y celebraciones en las que se hace sufrir a un animal, podemos ver el reportaje Gurean, dirigido por Linas Korta. Un recorrido por 30 pueblos y ciudades que refleja lo que somos capaces de hacer cuando no valoramos la vida de los demás animales.

Para ver lo que ocurre en los mataderos, tenemos a nuestra disposición el reportaje Matadero, de Aitor Garmendia, que sirve de testimonio del presente que nos ha tocado vivir. Una época que pasará a la historia como el pico de crueldad hacia quienes consideramos inferiores. Un momento de máxima falta de ética y de empatía que todavía podemos transformar en cualquier momento.

La Declaración de Cambridge y la realidad de los animales usados y explotados que matamos actualmente me hace pensar que es hora de admitir que hay cuestiones que no deberían estar permitidas y ni siquiera someterse a voto. La integridad de las personas y del resto de animales con los que compartimos este mundo no es una opinión ni puede ser la preferencia de una mayoría o de una minoría. El derecho a vivir es eso, un derecho que nadie debería poder arrebatarle a nadie. Hay otras maneras de generar empleo, de ganarse la vida y, sobre todo, de relacionarnos con el resto de especies animales. 

 

https://www.elsaltodiario.com 

jueves, agosto 11

Ateísmo para principiantes, de Richard Dawkins

 


Richard Dawkins tenía quince años cuando dejó de creer en Dios. Profundamente impresionado por la belleza y la complejidad de los seres vivos, estaba convencido de que tenía que existir un diseñador. Sin embargo, cuando empezó a estudiar biología evolutiva cambió de opinión. Solía ser de sentido común que los seres vivos tenían que haber sido creados por Dios, pero Darwin hizo saltar por los aires esa idea concreta. En Ateísmo para principiantes, uno de los mejores y más exitosos divulgadores de ciencia del mundo ofrece a sus lectores, jóvenes y adultos, la misma oportunidad de replantearse algunas de las cuestiones más importantes: ¿Cree usted en Dios? ¿En cuál? ¿Hemos de ser religiosos para así portarnos bien con los demás? ¿Cuánto de lo que leemos en la Biblia es cierto?

Zenda adelanta el primer capítulo del libro.

***

1

¡DEMASIADOS DIOSES!

¿Cree usted en Dios?

¿En cuál de ellos?

A lo largo de la historia se ha venerado a miles de dioses en todo el mundo. Los politeístas creen en un montón de dioses al mismo tiempo (en griego, theos es «dios» y poly, «muchos»). Wotan (u Odín) era el principal dios de los vikingos. Otros dioses vikingos eran Balder (el dios de la belleza), Tor (el dios del trueno con su poderoso martillo) y su hija Trud. Tenían diosas como Snotra (diosa de la sabiduría), Frigg (diosa de la maternidad) y Ran (diosa del mar).

Los antiguos griegos y romanos también eran politeístas. Sus dioses, al igual que los de los vikingos, eran muy humanos, dotados de los intensos deseos y emociones que caracterizan a nuestra especie. Los doce dioses y diosas griegos se suelen emparejar con sus equivalentes romanos que se pensaba realizaban las mismas tareas, como Zeus (el Júpiter romano), rey de dioses, con sus rayos; Hera, su esposa (Juno); Poseidón (Neptuno), dios del mar; Afrodita (Venus), diosa del amor; Hermes (Mercurio), mensajero de los dioses, que volaba gracias a sus sandalias aladas; Dionisio (Baco), dios del vino. De las principales religiones que sobreviven en la actualidad, el hinduismo también es politeísta, y cuenta con miles de dioses.

Una gran cantidad de griegos y romanos pensaban que sus dioses eran auténticos —les rezaban, sacrificaban animales en su honor, les daban las gracias por la buena fortuna y les maldecían cuando las cosas iban mal—. ¿Cómo sabemos que esas antiguas personas no tenían razón? ¿Por qué ya nadie cree en Zeus? No podemos saberlo a ciencia cierta, pero la mayoría de nosotros estamos lo bastante seguros para afirmar que somos «ateos» con respecto a todos esos dioses antiguos (un «teísta» es alguien que cree en dios —o dioses— y un «ateo» —o «ateísta», la «a» significa «no»— es alguien que no cree en ellos). Los romanos decían que los primeros cristianos eran ateos porque no creían en Júpiter, en Neptuno o en cualquiera de sus dioses. En la actualidad, utilizamos esa palabra para las personas que no creen en ningún dios.

Al igual que usted, espero, yo no creo en Júpiter, Poseidón, Tor, Venus, Cupido, Snotra, Marte, Odín o Apolo. No creo en los antiguos dioses egipcios, como Osiris, Tot, Nut, Anubis o su hermano Horus, del que, al igual que de Jesús y de muchos otros dioses de todo el mundo, se dijo que había nacido de una virgen. No creo en Hadad, Enlil, Anu, Dagón, Marduk ni en ninguno de los antiguos dioses babilonios.

No creo en Anyanwu, Mawu, Ngai, ni en ninguno de los dioses del sol de África. Ni tampoco en Bila, Gnowee, Wala, Wuriupranili, Karraur ni en ninguna de las diosas del sol de las tribus aborígenes australianas. No creo en ninguno de los muchos dioses y diosas celtas, como Edain, la diosa irlandesa del sol, o Elatha, el dios de la luna. No creo en Mazu, la diosa china del agua, o Dakuwaqa, el dios tiburón de Fidji, o Illuyanka el dragón del océano de los hititas. No creo en ninguno de los cientos y cientos de dioses del cielo, de los ríos, del sol, de las estrellas, de la luna, del tiempo, del fuego, de los bosques… demasiados dioses en los que no creer.

Y no creo en Yahvé, el dios de los judíos. Pero es bastante probable que usted sí, si fue criado como judío, cristiano o musulmán. El dios judío fue adoptado por los cristianos y (con el nombre árabe de Alá) por los musulmanes. El cristianismo y el islam son descendientes de la antigua religión judía. La primera parte de la Biblia cristiana es puramente judía, y el libro sagrado de los musulmanes, el Corán, deriva parcialmente de las escrituras judías. Esas tres religiones, el judaísmo, el cristianismo y el islam, a menudo son agrupadas bajo el nombre de religiones «abrahámicas», porque las tres se remontan al mítico patriarca Abraham, quien también es venerado como el fundador del pueblo judío. Nos volveremos a topar con él en un capítulo posterior.

Esas tres religiones son consideradas monoteístas porque sus miembros afirman creer en un único dios. Y digo «afirman» por varias razones. Yahvé, el dios dominante de la actualidad (razón por la cual escribiré Dios, con «D» mayúscula), empezó desde abajo, como dios tribal de los antiguos israelitas, quienes creían que les cuidaba por ser ellos su «pueblo elegido». (Es un accidente histórico —la legalización del cristianismo por parte del Imperio romano después de que el emperador Constantino se convirtiera en el año 312 d. C.— que llevó a que Yahvé fuera adorado por todo el mundo en la actualidad). Las tribus vecinas tenían sus propios dioses, que, según creían, les proporcionaban una protección especial. Y, aunque los israelitas adoraban a su propio dios tribal Yahvé, esto no implicaba necesariamente que no creyeran en los dioses de las tribus rivales, como Baal, el dios de la fertilidad de los canaanitas; tan solo pensaban que Yahvé era más poderoso —y también extremadamente celoso (tal como veremos más adelante): pobre de ti si te pilla flirteando con alguno de los demás dioses—.

El monoteísmo de los cristianos y musulmanes modernos es también bastante sospechoso. Por ejemplo, creen en un «demonio » malvado llamado Satanás (cristianismo) o Shaitán (islam). También se le conoce por toda una serie de nombres, como Belcebú, Satán, el Maligno, el Adversario, Belial o Lucifer. No lo consideran un dios, pero sí creen que posee poderes como los de un dios y que está librando, junto a sus fuerzas del mal, una titánica guerra contra las fuerzas del bien de Dios. A menudo, las religiones heredan ideas de religiones más antiguas. La idea de una guerra cósmica del bien frente al mal proviene probablemente del zoroastrismo, una religión temprana fundada por el profeta persa Zoroastro, que influyó en las religiones abrahámicas. El zoroastrismo era una religión con dos dioses, el dios bueno (Ahura Mazda) batallando contra el dios malvado (Angra Mainyu). Todavía quedan algunos zoroastrianos, sobre todo en la India. Pero esta es otra religión en la que tampoco creo y en la que seguramente usted tampoco.

Una de las acusaciones más peculiares dirigidas a los ateos, especialmente en Estados Unidos y en los países islámicos, es que adoran a Satanás. Por supuesto, los ateos no creen en dioses malvados más de lo que creen en los buenos. No creen en nada sobrenatural. Solo las personas religiosas creen en Satanás.

El cristianismo también bordea el politeísmo de otras maneras. «Padre, Hijo y Espíritu Santo» son descritos como «tres en uno y uno en tres». Durante siglos se ha discutido muchas veces sobre el significado exacto de esa afirmación, a veces incluso de forma violenta. Parece una fórmula para meter con calzador el politeísmo dentro del monoteísmo. Se nos podría perdonar quelo llamáramos triteísmo. La temprana separación de la Iglesia católica oriental (ortodoxa) y la occidental (romana) se produjo en gran parte por una disputa sobre la siguiente cuestión: ¿el Espíritu Santo «proviene» (sea lo que sea lo que esto signifique) del Padre y del Hijo o solo del Padre? Ese es el tipo de cosas en las que los teólogos invierten su tiempo pensando.

Y luego está la madre de Jesús, María. Para los católicos romanos, María es una diosa a todos los efectos. Niegan que lo sea, pero le siguen rezando. Creen que fue «concebida inmaculadamente». ¿Qué significa eso? Bien, los católicos creen que todos «nacemos en pecado». Incluso los diminutos bebés, que seguramente a usted le parece que son un poco jóvenes para pecar. De todas formas, los católicos piensan que María (al igual que Jesús) fue una excepción. El resto de nosotros heredamos el pecado cometido por Adán, el primer hombre. De hecho, Adán nunca existió realmente, por lo que no pudo pecar. Pero los teólogos católicos no se echan atrás por detalles tan nimios como ese. Los católicos también creen que María, en lugar de morir como el resto de nosotros, fue físicamente succionada hacia «arriba» hasta entrar en el cielo. La describen como la «Reina del Cielo» (¡a veces incluso como la «Reina del Universo»!), con una pequeña corona colocada sobre su cabeza. Parecería que todos estos detalles la convierten en una diosa como los miles y miles de deidades hindúes (que los propios hindúes dicen que son solo versiones diferentes de un único dios). Si los griegos, los romanos y los vikingos eran politeístas, los católicos romanos también lo son.

Los católicos romanos también rezan a santos individuales: gente fallecida que es recordada como especialmente devota y que ha sido «canonizada» por un papa. El papa Juan Pablo II canonizó a 483 nuevos santos, y Francisco, el papa actual, canonizó nada menos que a 813 en un solo día. Creen que muchos de esos santos tienes habilidades especiales, que hacen que valga la pena rezarles con propósitos particulares o por grupos concretos de personas. San Andrés es el patrón de los pescaderos; san Bernardo, de los arquitectos; san Drogón, el de los propietarios de cafeterías; san Gumaro, de los leñadores; santa Liduvina, de los patinadores sobre hielo. Si usted necesitara rezar para tener paciencia, un católico le aconsejaría que rezase a santa Rita de Casia. Si su fe flaquea, intente con san Juan de la Cruz. Si siente aflicción o angustia, santa Dimpna puede que sea lo que más le conviene. Los que sufren un cáncer suelen probar con san Peregrino. Si el lector ha perdido sus llaves, san Antonio es su hombre. Y luego están los ángeles, los cuales poseen diversos rangos, desde los serafines en la cima, pasando por los arcángeles más abajo y así hasta llegar a su ángel de la guarda personal. Una vez más, los católicos romanos negarán que los ángeles son dioses o semidioses, y protestarán afirmando que no rezan a los santos, sino que tan solo les piden que intercedan por ellos ante Dios. Los musulmanes también creen en los ángeles. Y en los demonios, a los que llaman genios.

No creo que importe mucho si María, los santos, los arcángeles y los ángeles son dioses, semidioses o nada. Discutir sobre si los ángeles son o no son semidioses es como discutir sobre si las hadas son lo mismo que los duendes.

Aunque es muy posible que usted no crea en hadas y duendes, es bastante probable que haya sido educado en alguna de las tres fes abrahámicas como judío, cristiano o musulmán. Resulta que yo mismo fui educado como cristiano. Fui a escuelas cristinas y fui confirmado por la Iglesia de Inglaterra cuando tenía trece años. Finalmente, abandoné el cristianismo a los quince. Una de las razones por las que lo hice fue esta: a los nueve años ya había averiguado que, si hubiera nacido de unos progenitores vikingos, creería firmemente en Odín y Thor. Si hubiera nacido en la antigua Grecia, adoraría a Zeus y a Afrodita. En los tiempos modernos, si hubiera nacido en Pakistán o Egipto, creería que Jesús fue tan solo un profeta, no el Hijo de Dios, tal como enseñan los sacerdotes cristianos. Si hubiera nacido de progenitores judíos, todavía estaría esperando la llegada del Mesías, el salvador tanto tiempo prometido, en lugar de creer que Jesús fue el Mesías, como enseñaban en mis escuelas cristianas. Las personas que crecen en diferentes países hacen lo mismo que sus padres y creen en el dios o dioses de su país. Estas creencias se contradicen entre sí, por lo que no todas pueden estar en lo cierto.

Si una de ellas es correcta, ¿por qué tendría que ser la creencia que casualmente has heredado en el país en el que naciste? No hace falta ser muy sarcástico para pensar algo parecido a esto: «¿A que es asombroso que casi cada niño y niña siga la misma religión que sus padres, y que siempre resulte que es la religión correcta?». Siento aversión por el hábito de etiquetar a los niños pequeños con la religión de sus padres: «niño católico », «niño protestante». Esas expresiones se pueden escuchar refiriéndose a niños demasiado pequeños para hablar, por no decir demasiado jóvenes como para profesar opiniones religiosas. Me parece tan absurdo como hablar de un «niño socialista» o de un «niño conservador»: nadie usaría jamás una frase como esa. Tampoco creo que debamos hablar de «niños ateos».

Y ahora, unos cuantos nombres más para la gente que no cree. Hay muchas personas que prefieren evitar la palabra «ateo», incluso a pesar de que no creen en ningún dios determinado. Algunos se limitan a decir «No sé, no lo podemos saber». A menudo, estas personas se llaman a sí mismas «agnósticos». La palabra (basada en una palabra griega que significa «desconocido ») fue acuñada por Thomas Henry Huxley, un amigo de Charles Darwin conocido como el «Bulldog de Darwin» porque peleaba por su causa en público cuando Darwin era demasiado tímido, estaba demasiado ocupado o demasiado enfermo para hacerlo. Algunas personas que se llaman a sí mismas agnósticas piensan que es igual de probable que existan o no existan dioses. Creo que ese es un argumento bastante débil, y Huxley estaría de acuerdo. No podemos demostrar que las hadas no existen, pero eso no significa que pensemos que hay un 50 % de posibilidades de que sí existan. Los agnósticos más sensatos dicen que no están seguros, pero que creen que es bastante improbable que exista alguna clase de dios. Otros agnósticos quizá digan que no es que sea improbable, sino que, simplemente, no lo sabemos.

Hay personas que no creen en dioses conocidos pero que anhelan la existencia de «algún tipo de poder superior», un «espíritu puro», una inteligencia creativa de la que no sabemos nada excepto que diseñó el universo. Dirían algo como: «Bien, no creo en Dios —con lo que es casi seguro que se refieren al dios abrahámico—, pero no puedo creer que no exista nada más. Debe de haber algo más, algo más allá».

Algunas de estas personas se consideran «panteístas». Los panteístas son algo imprecisos respecto a sus creencias. Dicen cosas como «mi dios es todo», o «mi dios es la naturaleza», o «mi dios es el universo», o «mi dios es el misterio profundo de todo aquello que desconocemos». El gran Albert Einstein utilizaba la palabra «Dios» más o menos en este último sentido. Eso es muy distinto a un dios que escucha tus oraciones, lee tus pensamientos más íntimos y te perdona (o castiga) tus pecados —algo que se supone que sí hace el Dios abrahámico—. Einstein era inflexible respecto a que no creía en un dios personal que hiciera ninguna de esas cosas.

Otros se consideran «deístas». Los deístas no creen en ninguno de los dioses conocidos de la historia. Pero creen en algo un poco más definido que aquello en lo que creen los panteístas. Creen en una inteligencia creativa que inventó las leyes del universo, puso todo en marcha al inicio del tiempo y del espacio, y luego se apartó y no hizo nada más: simplemente, dejó que todo sucediera según las leyes que él (¿ello?) había dispuesto. Varios de los padres fundadores de Estados Unidos, hombres como Thomas Jefferson y James Madison, eran deístas. Sospecho que, si hubieran vivido después de Charles Darwin en lugar de en el siglo XVIII, habrían sido ateos, pero no puedo demostrarlo.

Cuando alguien afirma que es ateo no significa que pueda demostrar que no existen dioses. Estrictamente hablando, es imposible demostrar que algo no existe. No sabemos a ciencia cierta que no existan dioses, de la misma manera que no podemos demostrar que no existen las hadas, los duendes, los elfos, los trasgos, los leprechauns o los unicornios rosas; de la misma forma que no podemos demostrar que Papá Noel, el conejo de Pascua o el ratoncito Pérez no existen. Hay miles de millones de cosas que podemos imaginar y que nadie puede rebatir. El filósofo Bertrand Russell lo explicó con una descripción gráfica muy brillante. Si yo le dijera que hay una tetera china orbitando alrededor del sol, usted no podría refutar mi afirmación. Pero el hecho de que no se pueda refutar algo no justifica que se deba creer en ello. Siendo estrictos, todos deberíamos ser «agnósticos respecto a la tetera». En la práctica somos a-teteristas. Usted puede ser ateo en el mismo sentido (técnicamente agnóstico) en el que es a-teterista, a-hadista, a-duendista, a-unicornista, a-cualquier- cosa-que-pueda-inventar-ista.

Estrictamente hablando, todos deberíamos ser agnósticos sobre esos miles de millones de cosas que podemos imaginar y que nadie puede refutar. Pero no creemos en ellas. Y hasta que alguien presente una razón para creer, estamos perdiendo nuestro tiempo preocupándonos por ello. Ese es el enfoque que todos adoptamos respecto a Tor, Apolo, Ran, Marduk, Mitra y el gran Juju allá en la cima de la Montaña. ¿No podemos ir un poquito más allá y pensar de la misma forma respecto a Yahvé o Alá?

He dicho «hasta que alguien presente una razón para creer». Bien, muchas personas tienen razones que, según ellos, justifican su creencia en uno u otro dios. O para creer en alguna clase de «poder superior» o «inteligencia creativa» anónimos. Así que tenemos que fijarnos en esas razones y ver si son realmente buenas. En este libro veremos algunas de ellas. Especialmente en la segunda parte, en la que hablaremos de evolución.

Respecto a ese tema tan importante, todo lo que puedo decir ahora es que la evolución es un hecho comprobado: somos primos de los chimpancés, primos ligeramente más alejados de los monos, y mucho más de los peces, etc.

Muchas personas creen en su dios o dioses por las escrituras: la Biblia, el Corán o algún otro libro sagrado. Puede que este capítulo ya le haya preparado para dudar de que eso sea una razón para creer. Existen muchas fes diferentes. ¿Cómo sabe que el libro sagrado con el que le educaron es el verdadero? Y si todos los demás están equivocados, ¿qué le hace pensar que su libro sagrado no lo está? Es posible que muchos de ustedes hayan sido educados siguiendo un libro sagrado en particular, la Biblia de los cristianos. El siguiente capítulo tratará de la Biblia. ¿Quién la escribió y qué razones puede tener alguien para creer que lo que dice es cierto?

 

Extraído de https://www.zendalibros.com

lunes, agosto 8

Unidades de producción


 

Qué trato se puede esperar

de quien considera a las personas

herramientas, de quien reduce

sus cuerpos a resultados de productividad.



Qué esperar, entonces,

de su respuesta al mugido,

al cacareo, al balido, al gruñido



sino el encierro el hacinamiento

la hipermedicación las pústulas

la autolesión la agitación compulsiva

la comida infectada de compuestos químicos

la mutilación escaldado degollamiento



y la bandeja de poliespán

en el horizonte.



 

Alberto García-Teresa

viernes, agosto 5

¿Seguras?


 Dos años de encierro, dos años de espera para la ebullición, el desenfreno, el baile y la jarana. Ha sido duro y ahora toca disfrutar, pero llegó la sumisión química, los pinchazos y el mejor estáis en casa, más seguras. 

 

Llevamos semanas hablando de que se está pinchando a mujeres en las fiestas, aunque aún no sepamos exactamente con qué objetivo ni cuál es la dimensión, lo que sí podemos afirmar es que se está convirtiendo en una forma consciente y grupal de generar miedo. Abordémoslo.

Una parte del debate se está centrando en si con ese pinchazo se está inoculando sustancias o si es “una gamberrada” —así lo ha llegado a calificar el Catedrático en Farmacologia de la UPV, Javier Meana—, pero la realidad es que hay poca información de qué es la sumisión química —más allá del pinchazo—, para qué se usa y qué estamos haciendo para pararla. Mucho ruido mediático, demasiadas conexiones en directo, prime time, alarma y miedo. A más de una le entran las ganas de quedarse en casa, ¿casualidad?

El miedo ni es nuevo ni nos es ajeno. Las mujeres y los colectivos feministas llevan años enfrentándolo, teorizando la noche, abordando sus riesgos, conquistándolas, diseñando espacios seguros y de placer, creando mecanismos de autoprotección y autodefensa y coordinándose con agentes festivos —populares e institucionales— para responder en caso de darse una agresión. Ha sido un trabajo meticuloso, complicado, pedagógico y profundamente político. Ha sido y lo sigue siendo. Cómo han reaccionado las mujeres que han sido pinchadas y su entorno demuestra que el trabajo de años está dando sus frutos. En su mayoría han avisado a sus amigas o se han acercado a las barras, se han activado los protocolos, han sido cuidadas por sus compañeras, se las ha creído y se ha hecho la denuncia pública. Nos cuida la comunidad y nos cuidan las amigas.

Este verano toca esta forma de agresión y en vez de validar el trabajo realizado hasta ahora y abordar el problema con las herramientas que nos son útiles, las instituciones, el poder mediático, los cuerpos policiales y los expertos aprovechan para quitar a las mujeres, a los agentes feministas y a los festivos toda su agencia y protagonismo y se preguntan: ¿Ahora qué hacemos? Todos tienen la solución, por supuesto, y toca inoculárnosla.
 

Dos grandes propuestas

Por un lado, intensificar la presencia policial en espacios festivos con “vigilancias preventivas”, patrullaje a pie conjunto entre Guardia Municipal y Ertzaintza y mayor vigilancia policial en los itinerarios de vuelta a casa. Así lo ha anunciado el jefe de la Ertzaintza, Josu Bujanda. Su solución es la de securitizar un conflicto social y político – la violencia contra las mujeres – y no la transformación del mismo, la identificación de sus causas y la responsabilidad colectiva. ¿El cometido de los agentes será solo vigilar que no pinchen a las mujeres? O ¿aprovecharán, ya que pasan por ahí, para llamarnos al orden porque hemos bebido o nos hemos drogado más de la cuenta, porque enseñamos un poco por demás y bailamos demasiado estridente o porque estamos haciendo actos que alteran el orden público? – ese concepto tan amplio –. Ya que están de servicio ¿identificarán a quien consideren que tiene una piel demasiado oscura o que parece, a su mirada, un poco delincuente o molesta por su pobreza?. La excusa de la seguridad para el control, el disciplinamiento y ordenamiento patriarcal, clasista y colonial.

Por otro lado, aprovechando que la cosa está peligrosa toca comportarse con responsabilidad y hacerse cargo, cada una desde su individualidad, de la gravedad de la situación. Está siendo habitual leer en foros recomendaciones tales como llevar prendas que tapen la piel, no consumir sustancias que puedan alternar tu concentración, no practicar sexo con desconocidos o, incluso, quedarte en casa. La pandemia nos metió a todos en ella, ¿qué necesidad tienen ahora las mujeres de salir? En casa están más modositas, pero no, per se, más seguras.

La respuesta securitizadora frente a los pinchazos viene de la mano de discursos con una profunda moral puritana que buscan aleccionarnos a las mujeres, reservando el uso del espacio público para las decentes, para las buenas mujeres. Y las buenas mujeres serán las que se queden en casa ante el peligro. Conclusión: la noche, el desenfreno, el placer y la jarana no nos pertenece y no lo merecemos. Esto no es nuevo, llevan años adviertiéndolo y enfrentándolo las feministas.

Lo que hay detrás de los pinchazos no es nada nuevo. Es una forma más de la violencia machista a la que tenemos que prestar atención, abordar y enfrentar pero, sin duda alguna, con un enfoque integral y feminista que asegure la libertad sexual de las mujeres, su emancipación, la agencia que tienen sobre sí mismas y su derecho al gozo y al disfrute. No necesitamos abordajes moralistas, securitizadores y profundamente conservadores. Los hombres, por su parte, deberán abordar sus responsabilidades, su estatus social e implicarse en la denuncia de la violencia machista y en no airear ni alimentar la misma en sus grupos de amigos. Cuidémonos juntas mientras no paramos de bailar.

 

Sudergintza Kooperatiba 
 

 

martes, agosto 2

Arde Europa: Olas de calor, cambio climático y capitalismo

 


El verano este año llegó algo más pronto de lo habitual, inaugurándose con una terrible ola de calor poco después de San Isidro que provocó que se tratara del mes de mayo más cálido de este siglo, con unas temperaturas máximas 4ºC por encima de su promedio. A mediados de julio otro episodio idéntico atravesó toda Europa, colocándose en una de las tres peores olas de calor en extensión, duración e intensidad desde 1976, año en que se empezaron a anotar los registros. Sitios como Londres batieron su récord histórico de temperatura. En la Península Ibérica, durante 9 días nos vimos asoladas por temperaturas diurnas situadas entre los 39 y los 45ºC (Badajoz y Ourense llevándose el dudoso honor de superior a sitios como Córdoba y Sevilla).

Según datos del Instituto de Salud Carlos III, desde el mes de junio han muerto más de 1.500 personas por el calor en el Estado español y solo durante la ola de julio habrían sido más de 900 personas las fallecidas –en el peor día, 19 de julio, perecieron más de 180 personas– y otras tantas en Portugal. Algunos casos, como el de José Antonio González, el barrendero fallecido en Vallecas por un golpe de calor trabajando con un uniforme completo, por la tarde, a temperaturas infernales, acapararon las portadas de los periódicos.

Además, en el Estado español, la ola de calor de julio provocó numerosos fuegos en Galicia, Castilla y León, Extremadura, Asturias, Andalucía, Aragón y Comunitat Valenciana que arrasaron con más de 30.000 hectáreas y se han cobrado la vida de un bombero y de un pastor (al cierre de este artículo).

Según cuenta Víctor Resco en la revista Climática, la campaña actual de incendios es extremadamente anómala, pero dentro de unos pocos años nos parecerá normal y en dos o tres lustros nos parecerá leve en comparación. La razón por la que la situación es – actualmente – anómala se debe a que (1) los incendios este año se han adelantado (el estrés hídrico estival alcanza su máximo a finales de agosto, por lo que los incendios al principio del verano no son frecuentes); (2) son tan intensos que no se pueden extinguir, es decir, mueren por inanición o porque llueve y se les llama incendios de sexta generación; y (3) porque se han dado de forma simultánea en toda Europa, incluido en zonas infrecuentes como las islas británicas o Escandinavia.

 


¿Qué relación tiene la subida de temperaturas con los incendios?

Durante las olas de calor aumenta el potencial desecante de la atmósfera y nos encontramos con que muchas plantas se secan, por lo que liberan más energía al quemar. Disminuye también la humedad en la hojarasca, facilitando la ignición y propagación del incendio. Es decir, que por el cambio climático y la subida de temperaturas que le acompaña, las zonas más húmedas, que normalmente actuarían de cortafuegos, se vuelven tan secas como las de su alrededor.

Explica Eduardo Robaina, también en Climática, que “el cambio climático ejerce un control cada vez mayor sobre la meteorología de los incendios y la superficie quemada interanual, y está cambiando progresivamente la actividad de los incendios globales. En el caso de Europa, durante las últimas décadas (1980-2020) se está produciendo un “cambio sin precedentes” en el régimen de incendios en verano y primavera que se relaciona con los efectos del calentamiento global, según concluye un estudio recién publicado en la revista científica Scientific ReportsEl aumento de las olas de calor y la sequía hidrológica, eventos extremos cada vez más habituales y potentes debido al cambio climático, son dos factores claves para desatar esos fuegos devastadores”, según este estudio.

Además, el estudio revela, entre otras cuestiones, que el área del Mediterráneo se calienta un 20% más rápido que el resto del mundo y que sus grandes cordilleras (Pirineos, Alpes, Sistemas Ibérico y Cantábrico, Apeninos, etc.) corren un severo riesgo de arder enteros. Según las proyecciones, si la temperatura sube 2ºC, habría 20 días más de riesgo de incendio extremo para 2100. En cambio, con un calentamiento de 4ºC serían 40 días de riesgo por incendios forestales extremos.

Esto no es una cuestión menor, pues, según Robaina, “los bosques del continente europeo absorben anualmente cerca del 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, lo que se traduce en unas 360 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) por año. Esto es muy relevante pues los incendios dan lugar a ciclos de retroalimentación positiva del cambio climático: a medida que aumentan las temperaturas también lo hace el riesgo de incendios; los incendios liberan CO2, que a su vez causa el aumento de las temperaturas. Mientras, las zonas boscosas arrasadas por el fuego son cada vez menores y la cantidad de gases de efecto invernadero que atrapan disminuye, lo que hace que aumente el calentamiento global. En definitiva, un círculo vicioso del que es muy difícil salir”.

Por otro lado, además de traducirse en más incendios, la menor disponibilidad de agua provoca el debilitamiento de las especies de cultivo y la propagación de enfermedades como hongos y plagas, afectando a los niveles de producción.

Y no solo eso. En uno de los últimos episodios del podcast de La Base, explicaba la co-presentadora Sara Serrano que “otra de las consecuencias de la ola de calor es el aumento del consumo energético con el subsecuente peligro de sobrecarga de centrales eléctricas y redes de distribución. Esto aumenta el riesgo de interrupción del abastecimiento, debido a una mayor demanda eléctrica para refrigeración”. 

La contaminación por ozono, un peligro de salud pública

Desde que comenzó la ola de calor se ha disparado la contaminación por ozono. Tal y como señalan desde Ecologistas en Acción, el efecto combinado de las altas temperaturas y de las emisiones contaminantes del transporte y centrales térmicas (debido al mayor uso del aire acondicionado), ha aumentado los niveles de ozono en el aire. De hecho, en la tercera parte de las 500 estaciones que miden ozono en España se está superando el umbral de peligrosidad establecido. 

Explica Serrano que “la principal consecuencia es el incremento de enfermedades respiratorias y el agravamiento de problemas cardiovasculares. La Agencia Europea de Medio Ambiente estima que se producen entre 1.500 y 1.800 muertes prematuras como consecuencia de la exposición a niveles de ozono como los registrados estos días en España. Y además de para las personas, el ozono también es tóxico para el medio ambiente: daña los bosques y reduce la productividad de los cultivos”.

El cambio climático y el capitalismo

Es muy importante tener en cuenta que la principal causa del calentamiento global es el cambio climático, pero igual de fundamental es entender que éste viene provocado a su vez por el modelo de desarrollo capitalista. Sin la política de consumo desenfrenado y de crecimiento ilimitado del capitalismo, no existiría el cambio climático. De hecho, la historia del desarrollo económico y de la acumulación de capital desde la revolución industrial es la historia del cambio climático; puesto que el carbono que se emite a la atmósfera tarda siglos en diluirse, actualmente estamos sufriendo los efectos de las emisiones de combustibles fósiles que se llevan produciendo desde finales del siglo XVIII.

Por ello, autores como Andreas Malm (Capital Fósil: El auge del vapor y las raíces del calentamiento global, editado por Capitán Swing) prefieren sustituir el término “antropoceno” (la constatación de la humanidad misma como fuerza autodestructiva del entorno geológico) porcapitaloceno”. Para Malm la disponibilidad de combustibles fósiles fue un factor esencial en la configuración del capitalismo histórico, no tanto por las posibilidades tecnológicas que abría, sino a causa de sus efectos políticos. Según Malm, inicialmente la máquina de vapor no era más eficiente o barata que los molinos de agua. Su generalización fue la consecuencia de una estrategia capitalista dirigida a concentrar los recursos productivos para, de ese modo, dominar las reglas del juego en los mercados de trabajo emergentes y controlar a la clase trabajadora.

Sobre la importancia de recalcar el papel del capitalismo en la emergencia climática que atravesamos habla Manu Levin, también en La Base. A raíz de un titular de El País que hace referencia a la responsabilidad del cambio climático en la oleada de incendios, Levin critica que “simplemente hablan del «cambio climático», pero es imposible encontrar en ninguno de estos contenidos, en prácticamente ningún medio de comunicación, palabras como «capitalismo», «sistema», «economía», etcétera. Entonces, parece que el cambio climático es una especie de condena cósmica, una tragedia sin responsables, o aún peor: un problema del que el responsable es «la humanidad», «el ser humano», así en abstracto. 

Esto lleva a un marco de misantropía, de decir que el problema es «el ser humano» porque es un bicho malvado, una plaga, que es una idea que a su vez lleva al puro nihilismo, a la frustración, al pensamiento de que no hay nada que hacer para evitar lo que sucede. Hablar de un problema gravísimo pero no apuntar ni causas, ni responsables ni soluciones yo creo que al final no facilita resolverlo sino todo lo contrario”.

Y ello por no hablar de las informaciones contenidas en los medios de derechas y ultraderecha, que directamente niegan la existencia del cambio climático y culpan a la incompetencia del Gobierno socialcomunista de los incendios.

Veamos la relación que tiene el sistema capitalista con el cambio climático. En España, las emisiones netas de CO2 en 2021 se estiman en 254 millones de toneladas, lo que supone un aumento del 6% respecto a 2020. El transporte es el primer factor que contribuye al calentamiento global, aportando el 29% de las emisiones totales a nivel nacional. Le sigue la industria, con el 21% de las emisiones. El actual modelo de agricultura y ganadería intensiva contribuyen con un 13% adicional a las emisiones de CO2. Por último, la generación eléctrica aporta un 11% de las emisiones totales de CO2 en España. No hay duda, pues, que las emisiones se deben al mantenimiento de un nivel de producción voraz y salvaje que no es sostenible y que debe ser destruido, si no queremos que nos destruya a nosotras antes.

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Este artículo se ha escrito con información obtenida de datos de la AEMET, el ensayo Capital Fósil de Andreas Malm, el programa nº 94 de La Base («Ola de calor, cambio climático y capitalismo fallido»), datos de Ecologistas en Acción y los artículos de Climática «Los incendios forestales son un problema político» (de Víctor Resco), «Ola de incendios en Europa: la anomalía que será norma» (de Víctor Resco) y «El cambio climático se apodera de los incendios forestales en Europa» (de Eduardo Robaina).

 

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