Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

sábado, mayo 10

La vida vs. el tecnofascismo

 

¿Qué tal? Esta es la carta del director de Salvaje nº 24, que por algún motivo al algoritmo de Instagram no le ha gustado y la ha capado. Espero que a ti te guste más, y si es así, la compartas.



De toda la explosión de vida que me abofeteó este enero en mi primera visita a las Canarias, las muestras que más me impactaron, entre laurisilvas y bosques de pino canario, fueron un pequeño liquen azul adosado a una piedrecita volcánica en las Minas de San José del Teide, donde la NASA entrena a sus sondas por su parecido con Marte, y un draguito que crecía en el tubo de ventilación de la cocina de un restaurante. En las islas de la eterna primavera, florecer es la ley.

Se habla mucho de la fragilidad de la vida, de cómo en un instante, en un despiste al cruzar una calle, en un resfriado mal curado, se puede quebrar toda una existencia. Pero los frágiles somos los seres vivos, no la vida. La vida es implacable. La vida es una exminera leonesa a la que expulsaron de los Ángeles del Infierno por mal comportamiento, con un tatuaje en el cuello que pone “para que llore mi madre que llore la tuya”, y en el muslo la cara de Bambino (es una romántica).

La primavera nos recuerda que la vida es explosión, contagio, obsesión ciega por seguir expandiéndose en su esplendor geométrico. Trillones de ensayos de prueba y error sucediendo cada segundo, en cada bacteria, cada hongo, cada virus, cada célula desde hace 4.500 millones de años. Algunas ideas aciertan, como los cangrejos, otras pifian, como los alérgicos al queso, pero son siempre distintas, inauditas, locas. Mil caballos desbocados con el morro en llamas abriendo nuevos caminos en el bosque, pisoteando lo conocido, lo establecido, lo previsible.

Decía el antropólogo David Graeber que el objetivo del neoliberalismo es, ante todo, llevarnos a la desesperación para que creamos que no hay alternativa posible. Normal que los capitalofascistas odien la vida: su visión es la de un mundo estanco, estático, dedicado al único proceso de quemarlo todo y acumular sus cenizas en unos pocos bolsillos, el rostro de un rider de Glovo aplastado por la rueda de un Tesla ardiendo, para siempre.

La guerra presente contra el tecnofascismo es la guerra contra la antivida; por eso, la manera de participar en ella es emular a la evolución e inundar el mundo con posibilidades. Nuestro rol debe ser parir ideas deslumbrantes, absurdas, imposibles, crear con nuestras acciones la sopa primigenia de la que surjan un colibrí, una amanita, una secuoya. Plantar semillas de extrañas flores que crezcan en los respiraderos, en las tejas, en las grietas de la nada bajo la que ellos quieren enterrar la inteligencia, la creatividad, la compasión, el amor
a la vida y a su canción infinita.

Guillermo.

miércoles, mayo 7

Descomposición absoluta a niveles altos

 

El desastre causado por las inundaciones provocadas por la “gota fría” del 29 de octubre pasado, especialmente en la parte sur del Área Metropolitana Valenciana, no tiene nada de natural. En la génesis y desarrollo de la mayor catástrofe habida en la zona han confluido cuatro causas antinaturales muy imbricadas en los modos de habitar, trabajar y administrar la cosa pública bajo un régimen capitalista. La primera, de origen industrial, es el calentamiento global generado por la emisión de gases de efecto invernadero de las fábricas, calefacciones y vehículos, causante de fenómenos meteorológicos extremos como la d.a.n.a. La segunda, de carácter político, es la incompetencia culpable de la administración estatal y autonómica, cuya irresponsable pasividad y negligencia podría tacharse de homicida. La tercera, de características económicas y sociales, es la suburbanización completa de la periferia agraria de la ciudad de Valencia, o sea, la conversión de los municipios de la Huerta en un gran suburbio-dormitorio y en una zona poligonera logística, comercial e industrial. La cuarta, consecuencia de la anterior, es la motorización generalizada de la población suburbial, forzada por la tajante separación que el desarrollismo ha implantado entre los lugares de trabajo y de residencia.

El calentamiento global debido a la quema colosal de combustibles fósiles por parte de la actividad industrial y la circulación, ha sido llamado “cambio climático” por los dirigentes para disimular su naturaleza económica. Los maquillajes ecológicos a que ha dado lugar la aparente oposición de las élites al aumento global de temperatura han promocionado un capitalismo “verde” de poco efecto en las coronas de las metrópolis, modeladas por un urbanismo salvaje y unas infraestructuras viarias envolventes que vuelven inoperantes incluso las medidas “descarbonizadoras” más pueriles (puntos de recarga eléctrica, ajardinamientos, uso de bicicletas, etc). ¿Qué sostenibilidad puede darse en espacios metropolitanos insostenibles por esencia? 

La gentuza gobernante y la clase política en general no es absolutamente inepta en todos los terrenos, al contrario, es bastante capaz en lo que concierne a sus propios intereses, ajenos claro está a los intereses de la población que administran. La profesionalización de la gestión del poder ha fabricado seres con una psicología especial, muy centrada en la disputa partidista por parcelas de autoridad y con una falta de sentido de la realidad tan grande, que permite aflorar sin pudor su lado más canalla y fullero, librando involuntariamente al espectáculo una imagen de parásito y estafador. Nadie se merece ese tipo de políticos, ni siquiera los que les votan, pero dada la manera de funcionar el sistema de partidos y los medios de comunicación, no pueden haber de otra clase.

En la actualidad, el área metropolitana de Valencia, la AMV de los asesinos del territorio, apelotona a cerca de un millón de personas, mayoritariamente trabajadores, sobrepasando la población de la misma capital. Esta concentración poblacional es un hecho dinámico, de origen relativamente reciente. A partir de los años sesenta del pasado siglo se desencadenó un proceso triple de industrialización extensiva, urbanización descontrolada y regresión agrícola, por el cual la periferia urbana se convirtió en un foco económico de primera magnitud, paraíso de los promotores inmobiliarios e importante fuente de empleos. Desarrollismo de la peor especie. Para el caso que nos ocupa, los municipios de la Horta Sud, que en 1950 apenas superaban todos juntos los cien mil habitantes, hoy, en 2024, ya satelizados y proletarizados, alcanzan el medio millón. Solamente un pueblo como Torrent, sobrepasa los 90.000 habitantes. La comarca alberga además 27 polígonos industriales y tres grandes superficies comerciales. Es atravesada por la rambla de Chiva, o del Poio, una torrentera que recoge aportaciones de varios barrancos y toda clase de vertidos contaminantes, yendo a parar a la Albufera. Ni qué decir tiene que los rendimientos pecuniarios del negocio inmobiliario colmataron a muchos de ellos, mientras edificios, naves, calles e incluso huertos se repartían por las zonas inundables, y los de concepción más insensata ocupaban los bordes o incluso partes del mal cuidado cauce de la rambla principal, que recogía aguas de la Foya de Buñol. Curiosamente, la ciudad de Valencia se ha salvado de la riada gracias al desvío canalizado del Turia construido en tiempos de Franco, garantizando una división geográfica “de clase” que las autopistas de circunvalación y los corredores del AVE no han hecho más que reafirmar. A un lado, la Valencia gentrificada, la de los turistas, hombres de negocios y funcionarios, con el precio de la vivienda y el alquiler por los cielos; al otro, las excrecencias metropolitanas carentes de servicios públicos eficaces, habitadas mayoritariamente por gente modesta de medios escasos. Simplificando: la Valencia de las clases posburguesas y la no-Valencia de las clases populares.

El crecimiento de la AMV destapó problemas de conectividad entre el extrarradio y el centro, obligando a una movilidad deficientemente asistida por autobuses, metro y trenes. Además, la conexión entre municipios es casi nula. En la periferia-dormitorio se vive de cara a la capital, no de cara al vecino. En consecuencia, la conversión del trabajador de las afueras en automovilista frenético es obligatoria: el coche es la prótesis necesaria del proletariado posmoderno. Es un instrumento de trabajo cuyo mantenimiento corre de su cuenta. Como resultado, de los 2’7 millones de desplazamientos diarios que hay en la corona metropolitana, las tres cuartas partes se hacen en vehículo privado. El parque de automóviles es ahora impresionante: en 2022 por la AMV aparcaban más de un millón de turismos, furgonetas y camiones, y cerca de 500.000 lo hacían en la propia Valencia. Entre 50 y 60 vehículos por cada cien habitantes. No sorprende entonces que los coches hayan sido las máquinas más siniestradas por la “barrancada” -más de 120.000- y que su amontonamiento por todas partes parezca tan impresionante. 

“Solo el pueblo salva al pueblo” es un eslogan espontáneo que ha hecho fortuna al comienzo de la tragedia. La ausencia total de reacción administrativa había sido felizmente suplida por la presencia de miles de voluntarios llegados de cualquier parte de España que realizaron las tareas más urgentes: limpieza de barro y enseres estropeados, achique de locales, atención a ancianos y enfermos, reparto de agua y alimentos… Adolescentes y jóvenes de la capital, mecánicos, enseñantes, vecinos afectados, cocineros, bomberos, médicos, enfermeros, agricultores, etc., improvisaron grupos de trabajo y de cuidados, guarderías, comedores, farmacias ambulantes, puntos de reparto, alojamiento y hasta un hospital de campaña para responder a las urgencias del momento. Cuando el Estado fallaba, cuando la chusma burocrática que toma decisiones equivocadas escurría el bulto acusándose unos a otros, cuando los bulos inundaban las redes sociales, emergía la sociedad civil, el voluntariado, sin más motivación que la solidaridad y la empatía con los damnificados. Los primeros cinco días estos han sobrevivido sin más ayuda que la de aquél. Lo que nos induce a creer que a poco que el pueblo se autoorganice y se libere de trabas en condiciones menos extremas, el Estado y la clase política sobran. Realmente nadie los necesita. El horror, la inhumanidad y la política parda van de la mano. Incluso según los parámetros de verdad típicos de la sociedad del espectáculo, esa confraternidad malhechora es real, puesto que ha salido por la tele.

 

Notas para la participación en el programa Contratertulia que emite Ágora Sol Radio, habido el 5 de noviembre de 2024.

 

La parsimoniosa vuelta a la indecente normalidad

Pasados tres meses, las consecuencias desastrosas de la gota fría han estado presentes: las ayudas oficiales llegaban con pasmosa lentitud, los bajos de los edificios permanecían llenos de lodo, los cauces de los barrancos y ríos acumulaban basura, los campos continuaban embarrados, los escombros no habían abandonado las calles, ni tampoco los montones de coches siniestrados. El comercio de barrio no reaparecía, las escuelas estaban en lastimoso estado, el trasporte público funcionaba mal, mientras flotaba en el aire un polvo mórbido causante de congestiones pulmonares y el mal olor de las aguas residuales que las depuradoras estropeadas no podían eliminar. La responsabilidad de los burócratas al frente de la gestión de emergencias se diluía en un mar de barullo político. En ese aspecto, hoy nada ha cambiado.

Las peores secuelas del desastre las ha sufrido un colectivo particularmente vulnerable, el de los inmigrantes. Su condición de fuerza de trabajo irregular -y por lo tanto, invisible- les había hecho idóneos para el trabajo precario y el empleo sumergido, formas extremas de explotación que la justicia estatal ignora porque el desarrollo económico depende de ellas. A esto hay que añadir la criminalización que resulta de las campañas xenófobas y racistas promovidas en las redes “sociales” por la derecha cavernícola. En la Horta Sud metropolitana hubo 26 ahogados extranjeros, lo cual no es extraño puesto que hay más de cuarenta mil trabajadores ‘sin papeles’, y por consiguiente, sin derecho a la asistencia médica, a las ayudas económicas y a las indemnizaciones. El hecho de no existir para el Estado condenaba a los inmigrantes a la miseria extrema, algo tan repugnante que despertó una fuerte indignación popular e impulsó las primeras acciones solidarias “desde abajo” en pro de su regularización. La situación se ha podido paliar parcialmente este mismo febrero con la disposición del Gobierno de conceder permisos de residencia y trabajo a 25.000 inmigrantes durante un año.

Contras las víctimas se levantaba el muro de la inacción institucional, mientras se evidenciaba la inoperancia de los ayuntamientos y amenazaban las conclusiones iluminadas de los comités de expertos gubernamentales augurando una “vuelta a la normalidad” tan insatisfactoria como indecente. Los planes de reconstrucción que los técnicos asesores elaboraban aislados en sus distantes despachos provocaban desconfianza y recelo. ¿Qué tipo de normalidad buscaban? ¿más urbanismo salvaje? ¿más metropolitanización? Si algo tenían claro los afectados, es que nada tenía que volver a ser como antes. La parálisis de las administraciones brindaba una nueva ocasión a la sociedad civil -a las clases populares- para autoorganizarse. La reconstrucción era un asunto en el que debía pesar mucho más la voluntad popular que los intereses espurios, fuesen de índole burocrática, financiera o política. A mediados de enero pasado se creó en la barriada de Los Alfafares la Asociación de los Damnificados por la Dana/Horta Sud con la tarea de acelerar los trámites legales para la obtención de ayudas y, en general, para asesorar y defender los derechos de todos los afectados por la barrancada, cosa que incluía una querella por lo civil contra los cargos culpables de la gestión homicida de las emergencias.

De un momento a otro, el vaso de la paciencia tenía que colmarse y la iniciativa popular, ponerse manos a la obra. A finales de enero, se constituyó en el barrio de Parque Alcosa, también de Alfafar, el primer Comité Local de Emergencia y Reconstrucción. Fue un verdadero acto de desobediencia civil, pues las autoridades habían ordenado que el vecindario se mantuvieran al margen. En el local de la Koordinadora de Kolectivos del Parke se celebró una asamblea donde se puso de manifiesto que la reconstrucción era demasiado importante para estar en manos de funcionarios y políticos. La reconstrucción había de ser una obra colectiva, “de abajo arriba”. En pocos días aparecieron una docena de comités locales de emergencia con las mismas intenciones, a los que se añadieron los comités de las cuatro pedanías inundadas de la ciudad de Valencia. No era el momento de mostrar un exceso inútil de beligerancia, por lo que invitaban a los ayuntamientos a sus reuniones y grupos de trabajo, a la vez que proclamaban el deseo de coordinarse con las administraciones para así poder discutir las propuestas y participar en las decisiones. “No hay reconstrucción sin participación”, sería el nuevo eslogan. La gente del extrarradio cobraba protagonismo dotándose de un espacio autocontrolado para dar voz y poder de resolución a los implicados, rechazando cualquier adscripción política. De alguna forma, se quería colmar el vacío creado entre la sociedad civil y la administración pasando por encima de la posición de los partidos políticos al respecto, fenómeno tenido por superficial y de escasa relevancia.

Cierto es que en  las asambleas ha primado la eficacia inmediata y el pragmatismo, pero en los mismos comunicados se trasluce el anhelo de que la reconstrucción no acabe en una “normalización” favorable a los intereses inmobiliarios y a la Banca. Algunos delegados y delegadas han manifestado que el modelo de reconstrucción propuesto es insuficiente, ya que persigue la simple estabilización de los suburbios y no tiene en cuenta el dañado tejido social. En el deseo bien o mal formulado por los portavoces de que los municipios del área metropolitana de Valencia sean tratados como partes integrantes de la ciudad, reside la negativa de los pueblos a ser simples dormitorios hacinados de la fuerza de trabajo que necesita el capitalismo local. Un modelo alternativo no puede estar basado en la acumulación de capitales, sino en “salvar la Huerta”, reforestar las cuencas hidrográficas, restaurar los ciclos hidrológicos, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, o sea, renunciar al uso de combustibles fósiles. Minimizar los impactos de las danas recuperando sistemas naturales de drenaje, desurbanizar la periferia suburbial, desmotorizar la urbe, dignificar el trabajo,  fomentar la autonomía de la población. No es un programa máximo, sino más bien un conjunto de sugerencias con las que orientarse en una acción colectiva realmente trasformadora.

 

 Miquel Amorós

Este texto fue publicado en Nosaltres, nº 18, Invierno 2025 y actualizado por el autor para Redes Libertarias.

domingo, mayo 4

Ha muerto Brian de Nazaret

 

De nuevo nos encontramos ante la representación teatral más importante de la cristiandad. Y no sé lo tomen como una crítica, sino como una descripción de lo que se dice en las calles de los países cristianos durante lo que se denomina la Semana Santa.

Representaciones teatrales desarrollando lo que en la Biblia se recoge como la pasión de Jesucristo. Pueblos en los que se “crucifica” a vecinos que hacen el papel de Jesucristo y los ladrones crucificados junto a él. Países donde literalmente se crucifica a varios hombres para purgar sus pecados, otros lugares donde se autoflagelan para procesionar, etc.

Pero lo dicho, hoy hablamos de La Vida de Brian. Esa película icónica que los Monty Python hicieron en 1979.

Esta película, que en muchos casos pasa por ser una comedia, tenemos que valorarla como mucho más que eso. Es una sátira con toda la intención de sacar punta a la ridícula escenografía del catolicismo. Nos presenta a un tal Brian, que tiene todas las señas de tener una vida paralela a la de un tal Jesús de Nazaret, que se consideraba el hijo de Dios. Minuto a minuto reconocemos la historia de un Jesucristo de la Biblia. La diferencia entre Brian y Jesús es su objetivo final. Uno lucha contra el poder opresor de los romanos, un poco de rebote, y el otro lucha por liberar a los judíos de sus “malos corazones y sus pecados”. Al final, sus vidas paralelas acaban unidas en el calvario y considerando a Brian el “mesías” que era Jesucristo.

Nos reímos con las escenas absurdas que suceden durante la película, pero van más allá de ser escenas cómicas. Son escenas que ridiculizan la sumisión a un mesías y seguir las instrucciones de líderes sin sentido común. Mítica es la escena de cuando Brian sale huyendo de la multitud y pierde una sandalia y, creyendo que es una señal del maestro, se quitan todos una sandalia. La escena de la lapidación donde lo importante es lapidar a alguien sin importar el porqué, etc. 

Y ahí es donde tiene esta película su mayor logro. Es una sátira que critica el comportamiento humano tan ridículo que mostramos habitualmente en nuestra sociedad. A nivel político, la desunión y las miles de divisiones entre quienes tienen un objetivo común demuestra lo poco práctica que es la muchedumbre. 

Podemos destacar las escenas míticas del grupo del Frente Popular de Judea discutiendo sobre los demás grupos opositores a los romanos (Frente Judaico Popular, Unión Popular de trabajadores Judea, Frente del Pueblo Judaico), todos disidentes. Algo tan real como la vida misma en nuestro día a día actual. Esa sopa de siglas que adornan los carteles de movilizaciones, que apenas son capaces de llevar a cabo una acción conjunta sin haberse peleado. 

La verdad es que es una película desternillante y que viene muy bien verla entre las de Las sandalias del pescador, Quo Vadis?, Espartaco, La túnica sagrada, etc, que las televisiones nos ponen en Semana Santa.

Pero, además de morirnos de la risa, si hacemos un poco de autocrítica no nos vendría mal.

Desde luego, la sociedad tampoco ha cambiado mucho. Unos colonizadores que oprimen a los habitantes de esas tierras, intereses particulares que condicionan la política y unos pobres seres que son engañados y manipulados.

Bueno y feliz resto del año. ¡Hemos sobrevivido a la Semana Santa!

 

Charo Arroyo
https://redeslibertarias.com/

viernes, mayo 2

Nuestros muertos

 


No caben más muertos bajo la alfombra 

y empiezan a acumularse 

y a llenar nuestro salón de cuerpos.

No caben ya en Bangladesh, 

el Congo, Oriente Medio…

y tenemos que pasar 

de lado al baño 

para no pisarlos. 

Hay algunos que incluso 

se pasean por nuestros barrios 

a medio morir.

Es fácil reconocerles,

llevan el mar en los ojos

y rezan a dioses muertos.

Son el proletariado del capitalismo global,

nuestros muertos necesarios.



Germán Ferrero. Presente Canibal. Ed. Lentas, 2024

jueves, abril 24

El plan de deportación masivo de Israel para culminar la limpieza étnica de Gaza

 

El Gabinete de Seguridad de Israel ha aprobado la creación de una «Oficina de Emigración Voluntaria para los residentes de Gaza interesados en trasladarse a terceros países», tal y como anunció el ministro de Defensa, Israel Katz. Esta decisión supone un nuevo paso en el genocidio palestino. Al igual que la Alemania Nazi abrió en 1940 la Zentralstelle für jüdische Auswanderung, la Oficina Central para la Emigración Judía, el Estado sionista está intentando presentar el genocidio y la limpieza étnica como una migración voluntaria, “permitiendo al pueblo de Gaza elegir libremente ir a donde quiera”.

La oficina, abierta por el Ministerio de Defensa, cuenta con la colaboración del COGAT, la autoridad militar y civil que se encarga de la ocupación de la Franja de Gaza y Cisjordania, para planificar el traslado forzoso y la deportación masiva de palestinos del enclave.

El objetivo de Israel: la limpieza étnica de Gaza

El propio primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha comentado públicamente que este es el objetivo final de la guerra, haya o no un acuerdo de alto al fuego. De hecho, la tregua debe servir para implementar la limpieza étnica de Gaza. Para Israel, la negociación no se ha roto, sólo se ha trasladado al terreno militar para presionar a Hamás a que acepte este resultado.

En su declaración a la prensa, Bibi comentó lo siguiente sobre la etapa final: “Hamás depondrá las armas. Sus líderes podrán marcharse. Velaremos por la seguridad general en la Franja de Gaza y permitiremos la realización del Plan de Trump para la migración voluntaria. Este es el plan. No lo ocultamos y estamos dispuestos a discutirlo en cualquier momento”.

El ministro de Exteriores israelí, Gideon Sa’ar​, también ha sido bastante claro en reconocer que la reanudación de la contienda es el único medio para llevar a cabo la limpieza étnica de Gaza, subrayando que, sin presión militar, la situación frente a Hamás habría “permanecido estancada”. “En las últimas dos semanas y media, hemos llegado a un punto muerto: no hay ataques aéreos ni regreso de rehenes, y esto es algo que Israel no puede aceptar”. En otras palabras: únicamente con la negociación no podían alcanzar sus objetivos.

Otros ministros han sido algo más claros en sus palabras y reconocen que el plan no es “voluntario”. El ministro de Comunicaciones explicó que el objetivo de expulsar a los palestinos debe entenderse como un “plan de deportación”.

Con este mismo espíritu, el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, ha defendido que el Plan de Trump podría completarse rápido: “Si sacamos a 5.000 personas de Gaza cada día, tardaremos un año en aplicar el plan de Trump«. El propio Smotrich ya avanzó el 15 de febrero que se han iniciado «los preparativos con los estadounidenses para implementar la migración voluntaria. Calculo que la migración comenzará en unas semanas”. Para la ministra de Protección Medioambiental, Idit Silman, del Likud, la “única solución para la Franja de Gaza es vaciarla de gazatíes”, calificando la medida de “realista”. 

En una entrevista con la radio pública Reshet Bet afirmó que el gobierno de Benjamin Netanyahu está “comprometido con la idea de fomentar la emigración” y añadió que cree que “Dios nos ha enviado a la administración estadounidense y nos está diciendo claramente: es hora de heredar la tierra. Gush Katif [la mayor colonia judía en Gaza] volverá, de eso no hay duda. Podría ser en casas unifamiliares o en torres al estilo Trump, pero sin duda volveremos allí. No veo otra solución al terrorismo. La respuesta al terrorismo es la soberanía”. Para los sionistas, soberanía significa anexión de nuevos territorios.

Israel asedia, de nuevo, Gaza

Según Katz, los palestinos deberían ser deportados a países que critican las acciones de Israel, como España, Irlanda o Noruega. Sin embargo, de acuerdo con información publicada por medios israelíes y la agencia Associated Press, Estados Unidos e Israel habrían entablado conversaciones con altos cargos gubernamentales de Sudán, Somalia y el Estado no reconocido de Somalilandia para explorar la posibilidad de deportar a palestinos a esos territorios.

Por el momento, Sudán ha negado la mayor, mientras Somalia ha dicho que nunca aceptaría una propuesta así. Por su parte, en Somalilandia reina en silencio; en este territorio la elección de Donald Trump es vista como una oportunidad de adquirir reconocimiento internacional. Marruecos, estrecho aliado de Israel, también podría jugar un papel importante debido a su interés de que cerrar el expediente del Sáhara Occidental con el apoyo de Washington.

En su particular “Plan Madagascar”, los líderes sionistas siguen el mismo principio y la misma lógica que Adolf Eichmann en el juicio de Jerusalén: “Era una emigración regulada y planificada, lamento que este principio no se mantuviera hasta el final de la guerra”. Esto nos indica la dirección que está tomando el genocidio y una escalada cada vez mayor de la violencia que responde a la incapacidad de derrotar militar y políticamente a la resistencia palestina. De esta forma, en la medida en que desde sus propios presupuestos son incapaces de resolver “la cuestión palestina”, cada vez acudirán a “soluciones” más extremas.

Los últimos movimientos militares también apuntan en esta dirección. El 1 de marzo Israel impuso un asedio total a Gaza, interrumpiendo toda la ayuda por primera vez desde el comienzo de la guerra: el corte de electricidad obligó a cerrar una importante planta desalinizadora en el centro del enclave, poniendo fin al acceso al agua potable para gran parte de la población.

Los grupos de ayuda advierten de que las terribles condiciones creadas por el bloqueo del Estado hebreo amenazan con volver a provocar hambrunas masivas. El ejército israelí también esta partiendo la Franja de Gaza en distintas secciones, encerrando a la población palestina en cada vez menos territorio. El 19 de marzo, retomó el control del corredor de Netzarim y, doce días después, ordenó la expulsión de la ciudad de Rafah, en el sur, obligando a huir a miles de personas.

En este territorio, que es un quinto de la Franja de Gaza, Israel ha creado una “zona de contención”, donde no se permitirá el regreso de los residentes y se demolerán todos los edificios. Aquí, el ejército sionista ha anunciado la creación de un nuevo corredor militar, que Benjamín Netanyahu ha bautizado como Corredor Morag, en honor al antiguo asentamiento israelí entre Rafah y Jan Yunis.

 

 

´Por Ángel Marrades. Extraído de Descifrando la Guerra

lunes, abril 21

Libertad para los 6 de Zaragoza


El 17 de enero de 2019, día en que se celebraba un mitin de Vox en Zaragoza, se convocó una manifestación en rechazo a los discursos de odio de la extrema derecha. Tras varias cargas policiales y la disolución de la manifestación, horas después, seis jóvenes (cuatro mayores de edad y dos menores) fueron detenidos aleatoriamente y en base a prejuicios estéticos en diferentes puntos de los alrededores. Cuatro mayores de edad y dos menores de edad.

La Audiencia Provincial de Zaragoza juzgó a estos 6 jóvenes, acusados de desórdenes públicos y atentado a la autoridad y condenó a 4 años y 9 meses de cárcel a los cuatro mayores de edad y una multa de 11.000 euros y un año de libertad vigilada para los dos menores. Ello pese a que en el juicio se evidenció que los acusados no aparecían en las grabaciones de las cámaras de seguridad del lugar de los incidentes y que presentaron diferentes testigos que aseguraban que no habían participado en los disturbios. La única prueba inculpatoria fue el testimonio de los policías denunciantes. Se castigó el derecho de protesta en sí mismo.

Tras haber agotado todos los recursos ordinarios posibles, al cierre de esta edición al menos tres de los antifascistas han ingresado recientemente en prisión. Ironías de la vida, su entrada ha coincidido en el tiempo con el descubrimiento de una nueva policía infiltrada (la octava en año y pico) en movimientos sociales (en esta ocasión de Madrid) y que se desvelara que ella, haciéndose pasar por activista antifascista, había lanzado piedras contra la policía en una manifestación en solidaridad con Pablo Hasél. Los mismos hechos por los que quieren joderle la vida a estos seis chavales.

Sus defensas han presentado un recurso de amparo ante el Tribunal Constitucional, pero esto no suspende la ejecución de la sentencia. Toca ingresar en prisión e ir pagando las multas e indemnizaciones. Por ello, se puede colaborar económicamente con el crowdfunding que han abierto en Goteo. También puedes firmar para apoyar una posible petición de indulto que se haga en el futuro en su web.

 

Desde aquí queremos mandar un fuerte abrazo a los 6 de Zaragoza, a sus familias y a sus compañeras. También queremos mostrar nuestra solidaridad con el medio aragonés AraInfo, que es quien más ha cubierto todo el caso y que a finales de abril sufrió un caso de censura: sin previo aviso y sin explicar el motivo, la red social Twitter (controlada desde hace año y medio por el multimillonario megalómano y ultraderechista Elon Musk) cerró su cuenta. Por suerte, al día siguiente, gracias a la presión popular se pudo recuperar.



 https://www.todoporhacer.org

viernes, abril 18

Reparadoras de grietas

 

 

Se agachó a atarse el cordón de la zapatilla izquierda justo en el momento en que sonó la explosión. Decidió quedarse ahí, a ras del suelo, recordándose a sí misma que la paz sobre una tierra destruida siempre es frágil.

Con el cuerpo todavía agarrado al miedo y la cara sobre el polvo de muchos días sin lluvia, piensa quién recogerá todo eso después, cuando cesen los golpes de las bombas sobre las huertas y las casas y los cuerpos. Cuando cesen los gritos. Piensa en quién retirará los escombros y plantará de nuevo los árboles y construirá centros de salud y plantas depuradoras para tener agua potable. Quién volverá a construir las casas. Quién los parques. Quién los raíles para que pasen trenes. Quién las aceras. Quién los rincones de los que huir del trajín de cada día.

Piensa en quién volverá a abrir los caminos que se llenaron de cosas rotas y sucias.

Piensa, sobre todo, en quién se fijará en los vínculos que rompieron las bombas. Quién se dará cuenta de todo lo que se quebró.

Piensa en quién sabrá de la importancia de volver a construirlos de nuevo. Los vínculos que se partieron. Quién decidirá hacerlo. Repararlos. Con el tiempo que lleva eso. Con el tesón que hace falta. Más que para volver a poner rectas las paredes torcidas. Más que para llenar las tiendas de suministros. Más, incluso más, que para hacer colegios que se llenen de niñas y niños que hayan dejado de tener pesadillas.

Piensa en quién creerá que las semillas volverán a germinar sobre esa tierra rota.

Una mujer se acerca a ella. Se sienta a su lado. No pronuncia ninguna palabra. No se conocen de nada. O sí. En tiempos de guerra ocurren cosas extrañas.

Le ofrece su mano.

Ella se agarra a la mano que le es ofrecida. Llora.

Comienza a caer una leve lluvia que les refresca los pómulos. La tierra se humedece. No solo de lágrimas.

Si se levanta la vista puede verse que hay más mujeres. Son muchas. Unas se mueven con sigilo. Otras aprendieron a no hacer silencio. Comienzan a quitar todas las cosas que se quedaron por medio, todo lo que está por ahí tirado entorpeciendo el paso.

Todas saben cómo arreglar las cosas descosidas y rotas.

Todas llevan los bolsillos cargados de semillas.

 

  María González Reyes

 https://www.elsaltodiario.com

martes, abril 15

El cine español y el progresismo: una de cal ¿y otra de arena?


Este pasado fin de semana Granada acogió por primera vez los Premios Goya. Durante la 39ª edición de la gala pudimos escuchar a los hermanos Morente cantar el elogiado «Anda jaleo» lorquiano desde La Alhambra, un lugar idílico para una canción de hondo arraigo popular en una de las cunas del flamenco. Los galardones del cine español estuvieron revestidos, como siempre, de un halo de progresismo político, que al rascar ligeramente su envoltura queda en un show descafeinado y elitista. 

Unos premios en los que se habló de educación pública, del genocidio al pueblo palestino, de la lucha por la vivienda digna; y que después tuvo como patrocinador televisivo a «Airbnb», una de las principales culpables de la turistificación, de entre otros tantos, el histórico barrio del Albayzín, situado frente a La Alhambra. Y es que sobre esa alfombra roja hay poco de rojo, más allá de erigirse como un altavoz de causas sociales del quiero y no puedo. Este año las principales favoritas, y que acabaron compartiendo galardón a Mejor Película por primera vez en la historia de estos premios, fueron «El 47» y «La Infiltrada». Películas con un cariz bien diferente y que reflejan la intención del cine español: café descafeinado para todo el mundo.  

La película de «El 47» es una producción catalana del director Marcel Barrena, un drama histórico protagonizado por el actor Eduard Fernández y la actriz Clara Segura. La temática escogida acercó a más de uno a sus raíces, ya que como aseveró Clara Segura al recibir el Goya a Mejor Actriz de Reparto: “Todos fuimos extranjeros en algún momento. La tierra no nos pertenece y solo nos acompaña un rato mientras vivimos”. Más allá de la fantástica elección del tema, la migración extremeña y andaluza a Torre Baró, la película demuestra que es evidente que no existen actos de disidencia pacífica, todo enfrentamiento a una autoridad estructural implica una buena dosis de conflicto, enfrentarse física y psicológicamente a quienes nos vulnerabilizan y explotan. Pero sobre todo, no existen actos de disidencia individuales, las luchas sociales no tienen «elegidos» mesiánicos, pueden tener caras visibles, personas que dan callo públicamente, pero detrás de cada una de ellos está la fuerza social de lo común. 

La historia que cuenta «El 47» refleja ambas cuestiones narrándonos unos sucesos donde el protagonista fue el movimiento vecinal del barrio de Torre Baró en la ciudad de Barcelona en 1978. Pero esa historia no comienza ese año y no es solo la historia de Manolo Vital, conductor de autobuses extremeño emigrado a Catalunya veinte años atrás. Es la historia de un barrio popular de Barcelona construido a pulso por sus habitantes, pero no romanticemos tampoco, fue edificado sobre las brechas de la miseria y de la represión franquista. Cuando los suburbios urbanos sumaban manos cada noche para construir la casa por el tejado sobre empinadas pendientes de tierra. 

La película se inserta en el cine social español que quiere contrarrestar la ola reaccionaria que vivimos actualmente, aunque como film de la industria del cine, realiza una maniobra de borrado pertinente de cuestiones que deben visibilizarse. Y es que la figura de Manolo Vital, no actuaba por cuenta propia; era militante del PSUC y de CC.OO. en los años 70. Independientemente de la opinión que podamos tener como anarquistas, lo que es verdad es que las luchas sociales las abordan militantes organizados. De hecho, el relato obvia que el día antes de secuestrar el autobús, se reunió con otros militantes para estudiar la acción. No fue un gesto individual, sino parte de una lucha colectiva. La película, además, hace un guiño al neorreformismo de forma completamente innecesaria y fuera de toda realidad, y es que sitúa a un joven Pasqual Maragall en aquel autobús en 1978, introduciendo un elemento más al gusto del relato, alejado de una realidad más fidedigna de lo que es una lucha social. 

Esa lucha vecinal para llevar el autobús hasta su barrio, para conectar a sus vecinas con la realidad de Barcelona, también tiene su contraparte desde la perspectiva revolucionaria. Y es que muchas de esas personas, en los años 70, veían ya más cerca el horizonte de la vida que prometía el neoliberalismo en ciernes que una revolución social como se soñaba a lo grande unas décadas más atrás. De por medio, una dictadura implacable y genocida había robado ese horizonte exterminando cualquier atisbo de organización que emancipase a la clase explotada. 

Las historias de supervivencia y de construcción del común son emotivas, no podemos negarlo, la increíble interpretación de Zoe Bonafonte, la hija de Vital en la película, cantando «Gallo rojo, gallo negro» de Chicho Sánchez Ferlosio hizo brotar regueros de lágrimas por las salas de cine. Escenas así consiguen provocar una emotividad absoluta a aquellos que portamos ideas de justicia social y de organización política. Nos conectan con un pasado de luchas de clase contra la dictadura y contra su hija predilecta, la democracia burguesa. Es imposible no emocionarse en varios momentos del metraje con la resistencia de las vecinas de Torre Baró.

Compartiendo premio a Mejor Película tenemos «La Infiltrada», un film dirigido por Arantxa Echevarría y Amélia Mora, esta segunda ya experta en pseudodramas policíacos que luchan contra el terrorismo, como la serie «La Unidad». El relato recoge la historia real de Aránzazu Berradre, un apodo utilizado por la policía nacional Elena Tejada, infiltrada en ETA durante ocho años. Fue reclutada por el comisario Fernando Sainz Merino, alias El Inhumano, cuando recién se licenciaba como policía en la Academia de Ávila, y enviada como agente infiltrada con apenas 20 años de edad, acabó conviviendo en un piso con militantes vascos de ETA durante dos años. Durante su infiltración mantuvo una vida paralela integrándose, a raíz del contacto inicial en el Movimiento de Objeción de Conciencia de Logroño, y posteriormente en las bases sociales de la izquierda abertzale. Seguramente este relato nos resulte muy familiar tras haber visto el reportaje documental «Infiltrats», emitido en TV3 y realizado por La Directa. En una hora de duración nos narra los casos de infiltración policial en los movimientos sociales en esta última década. Casos de tortura legal auspiciada por el estado y legitimada por buena parte de la sociedad.

«La Infiltrada», con su producción, publicidad y galardón compartido, está normalizando entre la sociedad que las infiltraciones policiales son válidas y legítimas. Retrata a cualquier enemigo del régimen político como un monstruo sin rostro humano al que se le puede torturar, violentar y eliminar bajo cualquier premisa, incluso en una democracia burguesa con supuestas normas de derecho legal. Las directoras se meten en el oscuro túnel del discurso de la extrema derecha para airearlo a los cuatro vientos, se legitiman las cloacas del estado español, y se entierra cualquier disidencia con el discurso oficial. Incluso una de sus productoras, en la gala de los Premios Goya reivindicaba la memoria histórica para las víctimas de ETA, olvidando a su vez la memoria de cientos de personas asesinadas por el estado español desde la transición. Poco más se pueda esperar que en un par de décadas produzcan una película dedicada a los policías infiltrados en nuestros tiempos en los movimientos políticos; la normalización de esta violencia estatal merece una respuesta, porque la infiltración también es tortura. 

El cine español demuestra una vez más tibieza con tintes progresistas. El cine español, un quiero y no puedo.

 

Angel Malatesta, militante de Liza y Andrés Cabrera, militante de Impulso

 

sábado, abril 12

Fugaz

 


La era de la comunicación es la era de la soledad,

de las estrellas fugaces en redes asociales,

del activismo desde el sofá,

de las horas menguantes,

la forma sin fondo,

el ruido, los fakes, 

los memes y los cibergurús,

en una sociedad búnker atrincherada tras su smartphone.

Para recuperar las relaciones sociales densas,

imprescindibles en cualquier proyecto transformador, 

podríamos comenzar por conocer el nombre 

de nuestros vecinos puerta con puerta.

No sé,

por empezar por algún lado.



Germán Ferrero. Presente Canibal. Ed. Lentas, 2024

miércoles, abril 9

¿Monarquía o res publica?

 


Algunas fuerzas políticas siguen dando la matraca con un posible referéndum sobre la elección de un sistema monárquico u otro republicano. Por supuesto, como en toda consulta al pueblo las opciones son constreñidas, ya que se limitan a dar a elegir entre una forma de Estado u otra. Es decir, o una dominación u otra. Como uno tiene una arrogante condición ácrata y nihilista, se niega a adherirse a principio trascendente alguno. Tampoco en política, qué le vamos a hacer. Es cierto que asquea bastante este inefable país en forma de reino, y con mayor motivo si recordamos los vínculos borbónicos con la ignominia histórica. ¡Ah, la memoria histórica! Cómo pedirle a las personas que recuerden lo que ocurrió hace cien años, si no parecemos capaces de reconocer a personajes infames recientes en este país para volver a tropezar una y otra vez en la misma piedra. Hagamos, no obstante, un poco de memoria. Probablemente, si uno hubiera vivido cuando el republicanismo debió emerger en tierras hispanas, allá por el tercer tercio del siglo XIX, la cosa hubiera sido diferente. La condición verdaderamente democrática y social de aquella militancia republicana, al menos, hubiera tenido que despertar ciertas simpatías entre los libertarios.  Hasta uno, escéptico y nihilista hasta los tuétanos, hubiera cedido un poquito.

Como aquel primer experimento del siglo XIX fue un fracaso, hubo que esperar unas cuantas décadas para un segundo. Entre una fecha y la siguiente, aflora sorprendentemente en este país un movimiento anarquista de lo más simpático, que estamos seguros de que ha dejado alguna herencia genética para paliar el papanatismo de la sociedad española actual. Y llegamos a un momento histórico, que todavía determina nuestro presente, se trata de la mitificación o demonización de aquella Segunda República iniciada en 1931. Como, pocos años después, la cosa desembocó en un golpe de Estado, una derrota del bando republicano y una cruel dictadura de casi cuatro décadas, con una supuesta Transición democrática a la muerte del genocida, que en realidad fue una suerte de continuidad en muchos aspectos, los vínculos históricos son obvios. A pesar de ello, se sigue insistiendo en la desmemoria histórica, en la construcción del mito por parte de unos y en la defenestración por parte de otros. Una bondad y maldad de aquella República, casi sin matices, que abundan en un maniqueísmo que insulta la inteligencia. En esta visión maniquea no hay lugar para recordar la revolución social libertaria, iniciada tras el reaccionario golpe de Estado. Por supuesto, para qué recordar la posibilidad de una sociedad sin dominación, si lo que se pide ahora es elegir entre una forma u otra de Estado.

Sí, asquea la forma monárquica de España, y mucho, máxime si recordamos sus vínculos con la dictadura. Sin embargo, desde una postura verdaderamente transformadora, de profundización democrática y de búsqueda de justicia social, muy poco o nada supone hoy la transformación del Estado en una república. Es más, a poco que reflexionemos en nuestro pertinaz afán antiautoritario, la forma republicana resulta mucho más satisfactoria para asegurar la dominación, ya que el jefe de Estado es electivo y se mantiene la ilusión participativa del pueblo. No, no creo en los referéndums, en las consultas limitadas organizadas por dirigentes para asegurar su chiringuito. Las elecciones son entre mitos de uno u otro pelaje, una monarquía como «garante» de la unidad patria y del sistema democrático o una república que conlleva, de nuevo, la fantasía de cierta transformación social, pero que es más de lo mismo. No hay que desterrar solo a un Borbón (¡ojo, que también!), sino a toda creencia absurda, mítica y absoluta. ¡Ardua labor, pero nadie dijo que fuera fácil!

 

Juan Cáspar
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