Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, mayo 29

La hora del "machoestado"


A medida que nos vamos adentrando en el siglo XXI se va haciendo cada vez más claro el cariz de los tiempos. Incendios pavorosos que arrasan todo a su paso, olas e inundaciones que llegan al corazón de los pueblos que un día fueron pesqueros y hoy son turísticos, enfermedades infecciosas desconocidas que nos encierran en nuestras casas, y hacen de cada vecino un policía. Casi sin margen para la sorpresa, porque todo es tan sorprendente que nos suena haberlo visto alguna vez en una serie de Netflix, nos instalamos en un mundo distópico en el que la vida que nos resulta familiar puede rasgarse de pronto y enfrentarnos al fin de los tiempos.

A la vez que el cambio climático y las amenazas de la globalización salen de los libros y se instalan en la realidad, la burocracia de cuello blanco que encarnó el poder capitalista y estatal tras la Segunda Guerra Mundial va dejando paso a líderes más descarnados. Desde Trump a Putin, de King Jong Un a Bolsonaro, el ecofascismo (que ya se ejerce en grandes territorios del cono sur) ha elegido la cara del ‘macho’ para los tiempos de rapiña que llegan. Todos estos líderes reclaman el derecho ‘natural’ a dominar y a esclavizar, desprecian cualquier consideración ética que no sea la fuerza bruta y exhiben como una de sus principales señas de identidad el machismo y la misoginia. Es la hora del mamporro, y los ciudadanos (y ciudadanas) que tienen miedo a perder privilegios quieren a un amo despiadado al que no le tiemble la mano ante nada. Así que en tiempos de intensa agitación feminista, los Estados patriarcales se quitan la careta y se exhiben como lo que son, un ‘machoestado’ que se declara dueño de la vida, y no admite límite alguno para su apropiación del mundo y de todos los seres vivos.

El Estado abandona así su pretensión de legitimarse como única alternativa social para conseguir un razonable bien común y se muestra como “dueño”, al modo de los capos de la mafia, sociedades de la crueldad que siempre han exhibido la cara y los valores del macho para despojar y dominar a comunidades enteras. Competencia en vez de cooperación; obediencia en lugar de consenso; sumisión en vez de igualdad; control y dominio en lugar de autodeterminación y libertad; ira y crueldad en vez de empatía y cuidado: los valores centrales de la hombría patriarcal, que se ejercen sobre las mujeres y se exhiben ante otros hombres, son la marca de agua del nuevo fascismo del siglo XXI, que recluta a su ejército a través de grandes experimentos de ingeniería social como el porno, donde los niños aprenden a sexualizar el sadismo y las niñas a someterse a la degradación, creando y recreando al violador en manada, al kapo del lager, al policía que reprime la revuelta, al obrero que somete a sus deseos el cuerpo de la mujer migrante en el campo de concentración del burdel.


Grupo Higinio Carrocera

martes, mayo 26

La pandemia de la represión y el estado de alarma


Para la inmensa mayoría de nosotros, esta es nuestra primera pandemia. Somos novatos en cuarentenas y en estados de alarma y, este nuevo escenario que ha ido avanzando a ritmos vertiginosos, ha implantando medidas nuevas prácticamente a diario, con la justificación de que, poco menos, que un virus está arrasando con la humanidad.

Estado de alarma

El estado de alarma se declara por el gobierno mediante real decreto acordado por el Consejo de Ministros y dando cuenta al Congreso de los Diputados. Esta situación se puede dar en caso de catástrofes, terremotos, inundaciones, accidentes de gran magnitud, incendios forestales o urbanos, crisis sanitarias, paralización de servicios públicos esenciales para la comunidad o desabastecimiento de productos de primera necesidad.

En este país, el precedente que teníamos era la huelga de controladores aéreos en el año 2010, cuando se declaró el estado de alarma por primera vez en 35 años y el ejército asumió los mandos del servicio al verse paralizado el tráfico aéreo por la huelga y obligando a regresar a sus puestos a los trabajadores con penas de prisión por un delito de rebelión.

Hoy, nos encontramos de nuevo con la aplicación del estado de alarma pero con consecuencias globales y repercusiones para absolutamente toda la población. Apenas teníamos tiempo de asimilar una nueva medida del gobierno, cuando decidían comunicarnos la siguiente, pero al mismo tiempo, no ha sido difícil conectar dichas prohibiciones con la inevitable consecuencia de que nuestras libertades más básicas se iban a ver considerablemente reducidas. Y no estábamos equivocados pues, ya desde muchos sectores distintos de la sociedad, se venía señalando que utilizar el pánico social, el aislamiento y el castigo a quien lo incumpliera, traería consigo innumerables consecuencias sociales, personales, físicas y mentales.

El ejército en la calle

¿Acaso se lucha contra un virus con militares en las calles? ¿A una enfermedad se le combate con armas, tanques, jeeps, helicópteros, camiones y todo tipo de parafernalia militar? ¿Qué sentido tiene la presencia de los militares en una situación como la que estamos viviendo?

Como ya hemos mencionado, si un servicio público esencial se pone en huelga y afecta al conjunto de la población, el ejército puede hacer las veces de esquirol y tomar las riendas. En este caso, no se trata de una situación ni parecida, ya que los servicios esenciales son precisamente los que se han quedado funcionando mientras hemos prescindido de prácticamente la totalidad de la producción y del consumo de este país (por otro lado, nos hemos dado cuenta de lo inservible que es prácticamente todo lo que producimos y consumimos). Por lo tanto, en un contexto como el que estamos, que nada justifica la presencia militar para tomar los mandos de nada, se nos viene a la cabeza informaciones que van encajando perfectamente. Estados Unidos ha enviado a Europa 20.000 militares con miras a enviar a otros 10.000 en una operación que se llama “Europe Defender 20” que tienen la intención de comprobar las estrategias que se deben utilizar en Estados Unidos y Europa en caso de que se produzcan amenazas que puedan llevar a una hipotética guerra, revueltas, insurrecciones, etc. De la misma forma que, en el sur de Italia, se han desplegado 7.000 soldados con la intención de “contener y repeler las posibles revueltas que se preven que ocurran a causa de la crisis económica” o en España, donde se están ya anunciando distintas movilizaciones sociales, huelgas, etc. (que se han venido dando desde el inicio de esta pandemia). Políticos y “expertos” de distinto calado ya vienen avisando de que es más que posible que se avecine un escenario de enfrentamientos en las calles y, esta vez, quienes nos contengan podrían ser los militares junto con la policía.

Estado policial y militar

Si hay algo que se nos va a quedar grabado a fuego de estos dos meses de cuarentena, es el estado policial al que hemos sido sometidos a diario. Y es que “la letra con sangre entra” y, en clave de castigo y autoridad exacerbadas, se nos han impuesto unas normas de comportamiento y de confinamiento nunca antes vividas.
La presencia policial en forma de sanciones y arrestos, se saldan con estas cifras (por el momento): más de 740.000 multas y más de 5.500 detenciones y, este número de denuncias, se acerca al total de sanciones impuestas entre 2015 y 2018 por la ley mordaza, cuando sumaron 765.416, según el Portal Estadístico de Criminalidad de Interior.

La Comunidad de Madrid ha pedido en varias ocasiones que los militares se desplieguen en la Cañada Real para hacer que se cumpla el confinamiento, de la misma forma que en un barrio de Málaga el ejército de tierra con tanques hacía las veces de policía hace semanas con la misma intención, por poner sólo dos ejemplos. Ambos barrios, son considerados “conflictivos” según la catalogación normativa que se suele utilizar, o lo que nosotros preferimos decir, con un alto índice de pobreza, marginalidad y falta de medidas de todo tipo, inclusive, para seguir el confinamiento impuesto tal y como se obligaba a cumplir.

La tecnología: una gran aliada de la represión

El gobierno ha puesto en marcha “DaraCovid-19”, un plan para rastrear los movimientos de la población a través de una aplicación de descarga gratuita en los teléfonos móviles. La excusa es que se usarán los datos unicamente durante la emergencia sanitaria, siendo borrados después y permaneciendo en el anonimato durante todo el proceso. La intención es trazar un mapa territorial en el que se puedan dibujar zonas diferenciadas con sus respectivos patrones de comportamiento respecto a la cuarentena para saber qué barrios o zonas de las ciudades tienen “comportamientos tipo” no deseados y, por lo tanto, se podrían aplicar medidas excepcionales. La intención de este plan no es sanitaria: pretenden saber los movimientos de la población por horarios y zonas para poder prever qué zonas serán las más “complicadas” en caso de continuar endureciendo las medidas o en caso de que las protestas sociales empiecen a tener cabida en cualquier momento.

Paralelamente y con algo de posterioridad, apareció “Covid Monitor”, una app desarrollada por Minsait, la filial de tecnologías de la información de Indra, que permite al usuario conocer en cada momento su nivel de exposición al virus dependiendo del lugar donde se encuentre y, al mismo tiempo, proporciona información a las autoridades sanitarias sobre de los comportamientos individuales de los ciudadanos de cara a “combatir la pandemia”. La aplicación permitirá la geolocalización del usuario para verificar que se encuentra en la comunidad autónoma en la que declara estar, entre otras decenas de funciones que permiten conocer al usuario, de forma no anónima, y establecer así un registro completo con todo tipo de información, patrones de conducta, hábitos, etc.

El Reglamento Europeo de Protección de Datos ampara y da luz verde a todas estas medidas por deberse a una “situación excepcional” que busca “garantizar los intereses vitales de los afectados y de terceros”. De hecho, el reglamento autoriza este tratamiento de datos “para fines humanitarios, incluidos epidemias o situaciones de emergencia en caso de catástrofes naturales o de origen humano”.

También nos referimos a los drones, códigos QR que nos dirán dónde y cómo podemos acceder a zonas de la ciudad, chips, sistemas de reconocimiento facial, etc. Aún nos quedan muchas nuevas medidas por ver que formarán parte de la “nueva normalidad” que ya nos están avisando y, casi la totalidad de las mismas, pasan por implantaciones tecnológicas más sofisticadas y perfeccionadas para el control de movimientos de población y de la consiguiente aplicación de una represión más tecnológica y efectiva.

El miedo como justificación para reprimir

“Tranquilos, todo va a salir bien, no hay de que temer, pero vamos a morir todos”. Prácticamente, ese es el mensaje que se nos ha estado transmitiendo durante todo el tiempo. Falsas intenciones de tranquilizar a la gente, mensajes alarmantes, contadores de muertos, estado policial, señalamiento y castigo a quiénes no cumplen con la cuarentena, nula información real, sensacionalismo… Pero, todo esto forma parte de una campaña de pánico social que tiene como propósito generar auto-control, auto-aislamiento y señalamiento con el pretexto del contagio, de las muertes, de la expansión de la pandemia y de la responsabilidad personal como casi única forma de parar al virus; responsabilidad personal cubierta de desinformación y de miedo como forma de hacer política. Qué mejor forma para controlar a la gente que haciéndoles sentir que cualquier movimiento fuera de la cuarentena, atenta directamente contra su salud y contra la de sus seres queridos. Partiendo de esa base, el control social y la represión a uno mismo, están servidos.

Más autoritarismo

Esta situación pone de manifiesto una realidad que se plantea mucho más inmediata de lo que pensábamos. Más o menos todo el mundo era consciente de que la tecnología estaba avanzando a pasos agigantados y venía para quedarse y para sustituirnos en buena parte de nuestros espacios de actuación. Sabíamos que los recortes de libertades y de actuaciones que veníamos viviendo en los últimos años, seguirían aumentando a causa de una posible nueva crisis inmobiliaria. Sabíamos que cada vez veíamos más policía en las calles, más castigo, más delitos sancionables que antes no lo eran, más hostilidad y austeridad, más condenas. Sabíamos que el empobrecimiento de la población, incluso de ciertos sectores que estaban más alejados de esta situación, podría ser un hecho real con el paso del tiempo y sabíamos que, de alguna u otra forma, estas y otras muchas consecuencias del capitalismo nos las íbamos a tener que comer los mismos de siempre. Lo que no teníamos tan claro es que fuera a ser todo tan rápido, de la noche a la mañana, porque en nuestra mentalidad etapista, pensábamos que todos estos cambios se iban a ir dando paulatinamente. Un virus ha llegado para arrasar la economía, para acabar con las personas mas improductivas y que más dinero cuestan, para reajustar otra vez el capitalismo, para implantar medidas laborales más esclavistas que las anteriores, para echarnos nuevamente de nuestras casas, para convertir las ciudades en espacios todavía más hostiles, para prohibir todavía más cosas relacionadas con la libertad, el movimiento, la expresión, el desacuerdo político. Para endurecer aún más las leyes y aplicarlas contra quienes ser rebelan, para renunciar a muchas de las conquistas sociales que se consiguieron a base de huelgas, ataques, sabotajes, auto-organización, acción directa, personas presas y asesinadas.

Hay una clara tendencia a tornar los sistemas en los que vivimos más autoritarios y cercanos a actitudes fascistas, más censores, restrictivos y represivos.
Pero no todo está perdido, como desde ciertos sectores nos hacen creer, y no precisamente sectores del poder. La diferencia entre nosotros y quienes sólo ven el fin del mundo, es que nosotros planteamos escenarios de lucha y extraemos conclusiones a raíz de esta situación. La conspiración se alía con el poder para desmovilizar a la gente.
Que no nos la cuelen. Vienen tiempos difíciles pero también luchas y resistencias. Nos veremos en las calles.


sábado, mayo 23

A la caza de Moby Dick


Una civilización que se basa en la sobreexplotación infinita de recursos finitos en beneficio de una parte de la humanidad, en un mundo superpoblado y globalizado, forma un puzle imposible. En este marco tóxico, no es posible un futuro, ni poshumano ni siquiera humano. Si no cambiamos las piezas, el destino que nos espera en un plazo muy breve es el colapso de la vida civilizada, y todas las especulaciones que podamos hacer sobre un eventual mundo poshumano se convertirán en humo. Si llega el fin del mundo, lo que venga después no importa.

A la caza de Moby Dick es una mirada sobre los apuros de la naturaleza humana para seguir el ritmo cada vez más exigente de una civilización muy alejada ya de nuestros orígenes. La humanidad se enfrenta a cambios radicales en su devenir. Por una parte, el modelo vigente de civilización presenta desequilibrios estructurales que conducen a un colapso general, a una crisis maltusiana que tendría graves consecuencias en la vida de la gente. Por otra, la Inteligencia Artificial y la biotecnología están desarrollando herramientas que tienen el potencial de transformar la naturaleza humana, produciendo una nueva especie de poshumanos. José David Sacristán afronta abiertamente estos problemas del presente y aplica la mirada del arqueólogo para situarlos en el amplio marco del devenir histórico.


miércoles, mayo 20

Las calles han perdido su esencia


Las calles han perdido su esencia
como el pan ha perdido su sabor y
los tomates saben infinitamente a nada;
donde antes había sentido, significado e historia
ahora hay vacío, artificialidad y turistas.
Los turistas se regurgitan a si mismos
en cada una de las esquinas
mientras adoran al dios del consumo
y todo es consumo,
todo tiene un precio,
quien no consume no existe.
La vida se suicida
desde el borde de una moneda,
salta al vacío
y queda naufragando en un charco de sangre.
Las calles han perdido su código genético
y han vendido su alma al diablo
que unta de falsa felicidad las miradas transeúntes.
Mientras tanto, una joven adolescente
se mira en el espejo lo mono que le hace el culo los panta­lones,
que han tejido una niñas de un país oriental en condicio­nes insalubres
y ella alegremente está dispuesta a comprar.
La moda manchada de sangre se ajusta perfectamente
a la piel de la ignorancia.


Andreu Aisa. Íntima rebeldía. Editorial Abriendo Brecha. 2020

domingo, mayo 17

Salir del bucle de la domesticación


CREO QUE EXISTE UNA TRAMPA EVIDENTE cuando «nos obligan» a tener las conversaciones que no queremos tener. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, a mí siempre se me levanta una oreja, como cuando mi Tina ve un movimiento de conejo por el campo y sale disparada detrás. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, es que no estamos pensando, estamos recitando. Cuando mucha gente anda repitiendo lo mismo, no son nuestras palabras, es un guión.

Los puntos de vista impuestos por el Poder a través de los medios de comunicación y sus múltiples canales de difusión, incluidas las personas-loro que reproducen dándole una y otra vez al play lo que grabaron del debate de la tele, del debate de la radio, de la rueda de prensa, generan un discurso machacón donde el foco se pierde, el mensaje se manipula y la atención se desvía.

El que estemos teniendo unas conversaciones supone que inevitablemente no estamos teniendo OTRAS.

Que se enfatice una y otra vez el reducido número de contagios que hay en el estado español gracias a la gestión del gobierno y sus medidas, y se estén comparando las cifras con otros países/gobiernos/medidas/decisiones hace que tengamos la conversación de la enhorabuena y que no estemos hablando de lo chuchurría que esta(ba) la sanidad pública o de la deriva autoritaria de este gobierno (¿de izquierdas?) o de la presencia militar (¡en una democracia!) en las calles y en las televisiones o del sinsentido de muchas de las medidas que atentan contra derechos fundamentales o de la violencia e impunidad policiales que hemos visto a través de vídeos por estas redes, violencia predominantemente racista o de la miseria y angustia con la que muchas personas y colectivos vulnerables se están enfrentando a esta situación; solos o con redes de apoyo de la gente.

Lo compruebo una vez más: sólo la gente salva a la gente.

Todas esas conversaciones quedan silenciadas con los aplausos a las ocho y todas las decisiones del gobierno quedan maquilladas con cada estúpida pancarta con eso de «Todo va a salir bien», como si las decisiones del gobierno fueran un fenómeno meteorológico y tuviéramos que andar mirando al cielo para ver lo que nos va a llover cada día.

Todo pensamiento crítico queda anulado cuando cada día, a la hora que nos dejan salir, vemos en las marquesinas de nuestros paseos esos mensajes imbéciles y distópicamente repetitivos que nos pasan la mano así-muy-bien por nuestros lomos de animales domesticados: «Tú casa no se hace pequeña, quedarte en casa te hace grande» o «Tu casa no se hace pequeña, no visitar a tus familiares te hace grande» ¿Nos hemos parado a pensar lo perversas que son estas frases? ¿Lo idiotizante del asunto?

Las conversaciones que no queremos tener, o por lo menos yo desde luego no quiero tener, nos distraen de las conversaciones que, pienso, estaría bien tener.

Las conversaciones que podríamos estar teniendo quizás nos llevarían a salir de la vida representada como un guión, a salir de esta existencia perforada, a salir del bucle de la domesticación y sus premios, a que nuestras hijas e hijos colorearan otras pancartas que colgar en nuestros balcones, a aplaudir otras cosas o a no aplaudir absolutamente nada.

Sí, a lo mejor lo que estaría bien es que dejáramos de pensar que las noticias están en las sesiones de la Moncloa, que dejáramos de creer que hacer política es decir frases de couching cutres, que dejáramos de aplaudir como ratas trastornadas desde nuestras ventanas-termitero y cambiar de verbo.


                                                                           Lucía Barbudo
_________________________


Añadimos a esta reflexión de nuestra compañera las palabras y el análisis de Janita Ripley por parecernos acertadas:


"Acabo de leer a Lucía Barbudo y comparto muchas de sus dudas e inquietudes ante la actitud acrítica que toda la población está demostrando con esta alarma sanitaria. No hace falta haber leído a Foucault, aunque ya sería bien positivo, para darnos cuenta de que el biopoder, esa suerte de control político que se cierne sobre nuestras vidas, nos está ganando una batalla diaria, ideológica y dialéctica, que sólo deja espacio para la sumisión, y que no deja resquicio para la crítica, sin que aliados ideológicos de toda la vida nos intenten llevar de vuelta al redil por medio de ese arma tan poderosa de control que es el miedo, soportando la repetición de mantras sobre la responsabilidad colectiva y solidaria de boca de, lo sé a ciencia cierta, personas que, demasiado a menudo, nunca han sabido lo que éso pudiera ser, que jamás las han puesto en práctica, y que sólo sienten un (legítimo) temor a ser contagiados, aunque no tanto a contagiar –porque, claro, el contagioso siempre es el otro–.

Y aquí no me estoy refiriendo tanto a la necesaria crítica a la gestión gubernamental, que también, sino a esta suerte de lobotomización, de extirpación colectiva del pensamiento crítico, al que este modelo de disciplinamiento de las masas, de sumisa aceptación del poder pastoral, esta suerte de tutelaje policial sobre todos los ámbitos de nuestras vidas, nos está arrastrando, y cuyo mero análisis crítico se castiga con mucha, muchísima, pasión."


lunes, mayo 11

Yo decido sobre mi salud

 

La salud no es y no debe ser bajo ningún concepto responsabilidad del Estado, de las empresas, de los médicos o de los expertos. La salud es y debe ser en todo tiempo y lugar una responsabilidad de la persona. Es su responsabilidad cuidarse a sí misma y mantenerse sana en la medida en que ello sea posible para que la enfermedad sea la excepción. Al fin y al cabo, la enfermedad forma parte de la vida, pero depende de la persona el tomar las medidas preventivas de autocuidado para que la enfermedad sea un estado esporádico.

La salud pertenece al ámbito de lo prepolítico, y hoy asistimos a su completa politización a manos del Estado, de las empresas, de los médicos, de los expertos y de los medios de comunicación. Se trata de una agresión sin precedentes contra las personas, a las que nos es negada y expropiada nuestra facultad para autocuidarnos, para autogestionar nuestra salud. Somos reducidos a la condición de números en estadísticas y tratados como si fuéramos ganado con todo tipo de imposiciones.

Lo que hoy vemos es la expresión de un fenómeno más profundo que es el de las sociedades de la modernidad con su tendencia a expandir la dominación y el control a todos los ámbitos de la existencia humana. La obsesión por politizarlo todo, tan popular en ciertos círculos del radicalismo político, conduce a la destrucción del individuo y al sometimiento completo de la sociedad. Esto es la consecuencia de convertir lo personal en político, porque lo personal, como es la salud, no puede y no debe ser nunca una cuestión política. Porque precisamente lo político, en una sociedad libre, debe ser un ámbito limitado para que las personas tengan el mayor espacio posible para desarrollarse plenamente en el ejercicio de sus facultades. Sin individuos libres no hay sociedad libre.

La cuestión sanitaria ha sido convertida en una cuestión política. Y hoy vemos cómo es utilizada como pretexto para presentar la problemática de la pandemia como un asunto de seguridad nacional. De esta forma el Estado se afirma a sí mismo como ente responsable de brindar seguridad al público y, así, establecer todo tipo de medidas excepcionales con las que imponer un creciente control social. Medidas que presenta como necesarias y que son hechas, afirma, por el bien de quienes hoy las padecemos.

Lo cierto es más bien todo lo contrario. El Estado, desde el primer momento, nos ha regalado miedo a través de la atmósfera de pánico creada a través del ministerio de sanidad y de los medios de comunicación para, acto seguido, vendernos seguridad. Pero lo único que ha generado es inseguridad. Desde el principio ha sido, es, y seguirá siendo, una máquina implacable de matar. Esto lo vemos en cómo el Estado ha sido desde el primer momento, y sigue siéndolo, el principal propagador de la pandemia que dice combatir. Prueba de ello es que el 20% de los infectados son sanitarios, a muchos de los cuales el ministerio de sanidad les ha obligado a seguir trabajando a pesar de tener síntomas de estar enfermos, además de no brindarles de los medios necesarios para protegerse. A esto se suma el hacinamiento en las salas de espera, donde gente atemorizada por el clima de pánico creado acudió en tropel a los hospitales siguiendo las directrices del ministerio en caso de presentar síntomas compatibles con el covid-19. A esto le siguió la propagación a gran escala de la enfermedad.

El Estado no está salvando vidas, las está segando. Están quienes se contagiaron de covid-19 en hospitales y murieron, pero también están quienes estando enfermos les dejaron morir bajo el pretexto de carecer de recursos suficientes. El Estado ha aprovechado esta situación para deshacerse de población que considera un lastre por ser improductiva, como sucede con ancianos, enfermos crónicos, deficientes mentales, etc. Sus protocolos de actuación son bastante claros a este respecto: aplicar la ética utilitarista que consiste en buscar el bien del Estado, no el bien de la persona enferma. Esto significa sacrificar a esas personas que no son útiles para el Estado.

Tampoco hay que olvidarse de todas aquellas personas que, sin estar infectados de covid-19, no han podido recibir atención médica cuando lo necesitaban y que murieron por ello. A esto hay que sumar los graves trastornos que tiene para la salud el estado de alarma. En lo emocional y anímico nos encontramos con que el miedo destruye las defensas de la persona y le producen inseguridad, haciéndola enfermar y en muchos casos morir. En el plano físico aquellas personas que estaban enfermas, se ponen todavía peor debido al confinamiento, y en no pocas ocasiones eso ha producido la muerte. Pero lo peor está todavía por venir, y es el caos económico generado por esta situación que hará que muchas otras personas mueran por ver empeoradas sus ya maltrechas condiciones de vida, y que por ello enfermen y mueran. O simplemente decidan suicidarse antes que vivir en un infierno permanente. El Estado no salva vidas, las está segando a marchas forzadas.

Permitir que el Estado se haga el responsable de la salud de las personas es una completa y absoluta insensatez, además de una temeridad, que conduce a situaciones como la que hoy vivimos. La responsabilidad personal, tanto en la salud como en cualesquiera otros ámbitos de la vida humana, es esencial. Ser unos irresponsables, que es en lo que nos convierte el Estado cuando gestiona nuestras vidas, es convertirse en esclavos, y con ello vivir arrodillados frente al Estado y sus máximos representantes.

El fin de la epidemia no va a depender de lo que haga el Estado y sus funcionarios, tampoco de lo que digan o hagan médicos, expertos o medios de comunicación, ni de una vacuna o nueva medicina. De ningún modo. El fin de la epidemia, tanto de esta como de las que estén por llegar, dependerá de lo que hagamos las personas. Las personas somos las que tenemos el control, y las que debemos afirmar nuestra facultad para cuidar nuestra salud sin injerencias externas. Y con ello tomar las medidas que consideremos más adecuadas para preservar nuestra salud y la de quienes nos rodean. Si no lo hacemos nosotros, nadie más lo hará en nuestro lugar, y aprovecharán esta circunstancia para someternos, tal y como ahora lo hace el Estado. Nosotros decidimos sobre nuestra salud.

Asistimos a un proceso de autotransformación consciente y activa del Estado liberal-constitucional en Estado totalitario que imita en todo lo que puede al régimen chino. El grado de brutalidad y barbarie que está demostrando sobrepasa con creces los estándares de las sociedades de este rincón del planeta. La nueva normalidad que nos anuncian es espeluznante desde todos los puntos de vista, pues las pocas libertades de las que aún disfrutábamos serán liquidadas. De hecho ya están liquidadas por este estado de excepción encubierto. Por eso debemos dejar de lado las lamentaciones y actuar de una vez por todas mediante TODOS los medios de lucha que estén a nuestro alcance en defensa de la libertad.


“No hay que tener miedo de la pobreza ni del destierro, ni de la cárcel, ni de la muerte. De lo que hay que tener miedo es del propio miedo”.

Epicteto


Esteban Vidal

viernes, mayo 8

Paradojas del momento: buscar otra salida


En 2016 publiqué un libro titulado Colapso. La tesis principal que defendía en sus páginas señalaba que el horizonte de un colapso general del sistema que padecemos se vincula ante todo con dos grandes cuestiones: el cambio climático, por un lado, y el agotamiento de las materias primas energéticas, por el otro. Agregaba, eso sí, que en modo alguno cabía descartar la influencia de otros factores que, aparentemente secundarios, podían oficiar, sin embargo, como multiplicadores de las tensiones. Y entre ellos mencionaba, por cierto, el peso de epidemias y pandemias.

Aunque el balance que cabe registrar en estas horas tiene que ser por fuerza provisional, me parece que se abre camino un escenario llamativo. Ello es así –creo yo- por dos razones. La primera llama la atención sobre el peso de esos factores aparentemente secundarios y, de manera más precisa, sobre el ímpetu acumulado que parecen exhibir. En un principio fue, ciertamente, la pandemia. Pero a ella se han sumado, con enorme rapidez e intensidad, los efectos de una fractura social de perfiles inabarcables, los de la crisis, cada vez más visible, de los cuidados, los de una zozobra financiera que anuncia conflictos por doquier y, por dejarlo ahí, los de otra pandemia, ahora de carácter represivo-autoritario, que parece haber llegado para quedarse. No está de más que, al amparo de esta acumulación de circunstancias, se sugiera, cautelosamente, que si esto que tenemos delante de los ojos no es el colapso propiamente dicho, nos sitúa, sin embargo, en la antesala de este último.

Voy, con todo, a por la segunda de las razones que invocaba. La gran paradoja del momento presente es que las reglas que han venido marcando el derrotero de las dos grandes cuestiones que mencionaba en mi libro –el cambio climático y el agotamiento de las materias primas energéticas- han cambiado, cierto que de manera liviana, para bien. Sabido es que los niveles de contaminación han reculado en casi todo el planeta, que lo ha hecho también el consumo de combustibles fósiles y que la agresiva turistificación de los últimos años ha experimentado un freno brutal. Aunque todo, o casi todo, anuncia que estos tres procesos exhiben un carácter pasajero, tienen la virtud de recordarnos que es posible, que es urgente, mover las piezas de manera diferente.

De ello no parecen haber tomado nota ni los organismos internacionales, ni los gobiernos, ni los empresarios, ni el sindicalismo claudicante. La apuesta de todas estas instancias lo es hoy, con descaro, por un retorno al escenario anterior al del coronavirus. En muchos casos, tal vez la mayoría, el retorno acarrearía, por añadidura, un retroceso más, el enésimo, en el terreno social, en el laboral, en el de los cuidados y en el represivo. Esa apuesta, universal, de los poderes realmente existentes significa, obscenamente, que las grandes cuestiones vinculadas con el colapso quedarán aparcadas una vez más en provecho de una nueva huida hacia adelante. Inequívocamente, esta última se traducirá en el empleo de una formidable maquinaria mediática al servicio del proyecto correspondiente. Solo una escueta minoría ha entendido, entre tanto, que este es el momento de alentar transformaciones radicales que nos permitan -no ya esquivar el colapso, algo que acaso no está a nuestro alcance- adentrarnos en una sociedad nueva basada en la autocontención, en el respeto del medio natural, en una redistribución radical de la riqueza y en el final de una era, la del antropoceno, indeleblemente marcada por la miseria del capitalismo.

Alguien pensará, con criterio respetable, que un proyecto tan radical como el que propongo está de más en un escenario marcado por el sinfín de problemas, de toda índole, que en estas horas nos acosan. A manera de respuesta me limitaré a recuperar un dato, muy esclarecedor, que ha corrido por ahí los últimos días. Según un trabajo recogido en la revista Forbes, la reducción en la contaminación registrada en China en los últimos meses parece llamada a salvar 77.000 vidas, una cifra 25 veces superior a la de las víctimas oficialmente reconocidas, en ese país, de resultas del coronavirus. Da que pensar, ¿verdad?


Carlos Taibo

martes, mayo 5

Cosas de la vida


Son cosas de la vida…
Hay gente que a lo largo del día
acaricia más veces la pantalla táctil de su móvil
que a su pareja,
son cosas de la vida.
El mundo occidental
que presume de ofrecer
el mayor nivel de bienestar a sus habitantes,
es donde se encuentran
el mayor número de personas deprimidas y angustiadas,
son cosas de la vida.
En la última huelga general,
los antidisturbios no lanzaron ni una sola
bala de goma a los manifestantes,
sin embargo a mí me dio una en la pierna
y una chica se ha quedado sin vista en el ojo izquierdo,
son cosas de la vida.
“Prefiero no darle nada porque
se lo va a gastar en droga o en alcohol”,
piensa un usuario del metro,
que aún tiene entre los labios el sabor del porro
que se ha fumado al salir de casa
y está pensando en la borrachera que pillará esa noche
con unos colegas,
ante la demanda de un destartalado pedigüeño,
son cosas de la vida.
El presidente de la patronal insiste en decir
que para generar trabajo
hay que abaratar el despido,
son cosas de la vida.
Para poder pagar la niñera o la guardería de tu hijo,
tienes que trabajar más
y al trabajar más,
estás menos con tu hijo
y más necesitas de una niñera
y para pagar una niñera tienes que trabajar más…
son cosas de la vida.
Te obligan a ser pacífico
a golpe de porra,
son cosas de la vida.
Aquellos que son culpables de generar
la mayor violencia estructural de los últimos tiempos,
es decir,
aquellos que echan a la gente de su casa,
aquellos que matan a gente a través de recortes en sanidad,
aquellos que aplauden la impunidad policial,
aquellos que están empeñados en transformar
el contexto laboral en una moderna esclavitud
y aquellos que están llevando a la miseria
a cada vez más gente,
afirman que es muy grave y radicalmente violento,
que un grupo de gente se manifieste delante de su casa,
son cosas de la vida.
El otro día una amigo,
orgullosísimo de sí mismo,
me confesó que había logrado dejar de ver la tele
y esto me lo decía sin levantar la vista de su móvil,
aparato al que está conectado casi las veinticuatro horas
como un apéndice vital que le nace de la mano,
son cosas de la vida.
Y así sucesivamente
y casi sin fin,
la vida está repleta de cosas,
que tan solo son… cosas de la vida.


  Andreu Aisa. Íntima rebeldía. Editorial Abriendo Brecha. 2020

sábado, mayo 2

Estado de alarma y privación de libertad: Un pretexto para reflexionar sobre la cárcel y cuestionarla


El estado de alarma ha suprimido nuestra libertad deambulatoria y nos hemos visto confinadas a espacios reducidos y cerrados. Convivimos con personas a las que queremos en algunos casos, o con nuestro peor enemigo, en otros. Pero en cualquier caso se trata de una convivencia impuesta, pues la ley es ciega ante los casos concretos. La libertad, nuestros proyectos, el mar, la montaña y las relaciones personales no son más que un recuerdo lejano. Nuestros ingresos se han reducido drásticamente. Nos espera un futuro duro en lo económico. La diferencia de clases es más obvia que nunca y el tamaño (de las casas) sí importa. Andar diez minutos en línea recta se ha convertido en un lujo fuera de nuestro alcance. Nuestro horizonte visual mide los diez metros que separa nuestra ventana de la del vecino de enfrente, al que le vemos cepillarse los dientes y pasear por su casa en ropa interior. Siempre huele igual. Se mueren nuestras familiares y no podemos salir de nuestro confinamiento a despedirnos de ellas. No controlamos casi nada. Unas autoridades deciden por nosotras. Hemos leído todas las novelas que teníamos pendientes. Todos los días son iguales y se confunden entre ellos. El aburrimiento es la tónica. Nuestra salud mental se resiente. Tenemos miedo. Echamos de menos a nuestra gente. Y la coerción de los hombres uniformados que patrullan las calles hace que la fuga sea imposible.

Nunca en toda la historia una parte tan elevada de la humanidad, en términos brutos y porcentuales, se había visto legalmente privada de libertad. Solo en China e India casi la mitad de la población mundial está confinada. Por ello, nunca habíamos tenido la posibilidad de vivir a gran escala algo que pudiera parecerse, si bien remotamente, a una pena de prisión.

El confinamiento, una excusa para cuestionar la cárcel

Como dice Andrea Momoitio en un artículo en Píkara que recomendamos encarecidamente leer, “el confinamiento es una excusa para cuestionar la cárcel”. La sensación de agobio que estamos experimentando es la misma que viven a diario las personas presas, solo que en nuestro caso contamos el tiempo en días y ellas en años. Y, además, gozamos de una serie de comodidades que ellas no tienen. Ellas conviven con quien no han elegido, en un espacio frío y hostil; comen, beben, se duchan y van al baño cuando deciden otros; no pueden salir al balcón a jalear; olvídate de internet, del móvil, de las videoconferencias, del succionador de clítoris, de pasear al perro o de bajar la basura. Son invisibles, no pueden tener criterio, ni opinión propia; si enferman no deciden ellas cuándo necesitan asistencia médica u hospitalaria.


“En esta tesitura de encierro generalizado tan insólita, echo de menos un recuerdo compasivo —nunca lastimero sino expresivo de la identificación ante los males ajenos— hacia las personas presas de verdad”, escribe Patricia Moreno en El Salto. “Son pocos quienes se detienen en una reflexión, bastante pertinente en tiempos de reclusión, que recuerde la extrema dureza de la pena privativa de libertad en la que, sin excepciones, se asienta la política criminal de todos los Estados modernos. La prisión goza de excelente salud. Ni la clase política —en ninguna de sus coloristas versiones— ni la sociedad civil se cuestionan la sistemática privación de libertad de quienes han infringido la ley penal. Ya es una verdad difícilmente rebatible que la izquierda lleva años impregnada del punitivismo ambiental y que ha peleado —y pelea— por ampliar el elenco de conductas penalmente perseguibles y por alargar la duración de las penas previstas para hechos ya tipificados. Sin olvidar, que tampoco se ha privado de clamar directamente por el cumplimiento íntegro de las condenas o de protestar por permisos o regímenes abiertos concedidos a personas presas. Los años de cárcel se reclaman a ojo y a peso, sin que exista proporción ni ningún patrón recognoscible, en el que justificar por qué a tal o cual conducta se le quiere imponer una pena y no otra. ¿Por qué diez años y no quince? La ruleta gira. Hagan juego.

[…] Me chirría, hasta me cabrea, que la progresía y los movimientos sociales hayan importado un vocabulario que no hace tanto sólo salía de la boca del conservadurismo más supremacista. La petición de “condenas ejemplarizantes” o la confianza en la “función pedagógica del derecho penal” es ya patrimonio de la humanidad”.


El triunfo del populismo punitivo

Este maravilloso artículo de opinión de Patricia Moreno que hemos citado recoge distintos ejemplos de discurso punitivista que hemos explorado en este mismo medio. Por ejemplo, menciona cómo una parte del movimiento feminista abogada por endurecer el Código Penal, algo que analiza el Colectivo de Apoyo a Mujeres Presas de Aragón (CAMPA) en “Las cárceles no son feministas” (2019). O menciona que “el mundo animalista estuvo detrás de la penalización del maltrato animal, de la posterior exigencia de condenas de prisión para dichos delitos y de la última redacción del artículo 337 del Código Penal, que ensancha la tipología delictiva —penalizando, por ejemplo, la zoofilia— y aumenta la duración de la pena posible hasta los dieciocho meses de prisión”. Esto lo abordamos en 2011 en “Sobre la instrumentalización del Código Penal para acabar con el maltrato animal”, uno de los primeros artículos que escribimos en este periódico.

Y prosigue Moreno: “Y así, sin contrapeso, hasta llegar al cajón de sastre de los elásticos delitos de odio en los que cabe absolutamente todo: los cazadores se indignan y reclaman la condena para quienes les cuestionan públicamente, arguyendo que no pueden tolerar bajo ningún concepto que se les criminalice sin impunidad alguna en las redes sociales. El Observatorio Español contra la LGTBfobia denunció al arzobispo de Granada por un sermón, en el que, a su juicio, se había promovido el odio contra el colectivo de lesbianas, gays, bisexuales y personas transexuales, por afirmar que tras la ideología de género hay “una patología, una cortedad y una torpeza de la inteligencia». Y, volviendo a la pandemia, la Fiscalía acaba de interponer las dos primeras querellas por delitos de odio relacionadas con el coronavirus, esta vez contra sendos tuiteros que escribieron mensajes criticando a algunos dirigentes políticos y a las Fuerzas de Seguridad del Estado. El actor y director de cine, Paco León, ha denunciado públicamente a VOX por haber cometido, a su entender, un delito de odio al criticar en un tuit al gremio del cine asegurando que durante la pandemia de coronavirus España puede vivir sin sus titiriteros”.

Sobre las denuncias por delitos de odio contra fascistas, homófobos, tránsfobos y otros indeseables reflexionamos en nuestro artículo “¿Tengo libertad para odiar? ¿Y debemos prohibir que nos odien?” (2017) a propósito del autobús transfobo de HazteOír. Concluíamos que es necesario movilizar nuestra inteligencia colectiva para decidir cómo respondemos al creciente discurso del odio sin sepultar la libertad de expresión y que la respuesta al fanatismo ultracatólico que busca humillar al diferente e imponer su verdad a base de odio debe ser social y no penal.

Movimientos antipunitivistas

El encierro que estamos viviendo, mucho más llevadero que el de las personas presas, el momento propicio para reflexionar acerca de esta institución e, incluso, para cuestionarla. Estibaliz de Miguel, doctora en Sociología por la Universidad del País Vasco, cree que “en la medida que pensamos en nuestros cautiverios diarios, podemos ponernos en el lugar de las personas presas aunque no se puede equipararse estar en una cárcel con estar confinada en tu propio hogar”. Eso sí, estar, de alguna manera, encerrada puede servir para que seamos conscientes del gran valor de la libertad.

Explica Andrea Momoitio en Píkara que “un sector del movimiento feminista, como movimiento social y teoría de pensamiento que cuestiona todas las formas de opresión, le pese a quien le pese, incorpora en sus reivindicaciones la apuesta por la abolición de las prisiones”. En Castelló, Dones En Lluita ha incorporado esta perspectiva en su agenda. Cada año eligen un tema para trabajar en profundidad, entre ellas y en lo público: “Este año, queremos hablar de las mujeres privadas de libertad porque es un tema feminista de primer nivel aunque esté invisibilizado”. El 1 de marzo organizaron una marcha hasta la cárcel de Castellón. “Queremos denunciar el estigma de las mujeres privadas de libertad, esas que transgreden todos los cánones de la feminidad hegemónica y obligatoria. Y, sobre todo, queremos denunciar el populismo punitivo. Creemos que se utiliza la violencia de género como excusa y se ha instrumentalizado, en algunos casos, para impulsar políticas punitivistas”. La crisis del COVID19 ha impedido que sigan adelante con sus pretensiones. Querían ofrecerse para dar talleres en prisión. De momento, stand-by. “La vida prisión, esa institución que representa el castigo y la disciplina, queda congelada hasta nuevo aviso y, dentro, la población presa sigue sufriendo el abandono social e institucional, la desidia de una sociedad que delega su responsabilidad”, afirma Momoitio.

Las situación de las cárceles durante la crisis del coronavirus

Como ya hemos explicado en artículos anteriores como “Coronavirus y prisión: una mezcla letal” y “Cárceles italianas en llamas”, la pandemia y el estado de alarma se está cebando con la población penitenciaria, traduciéndose en un recorte de sus derechos y en una falta de preocupación por su estado de salud.

Patricia Moreno quiere que nos paremos a pensar en la cantidad de gente privada de libertad en el mundo y la situación actual: “Alrededor de once millones de personas en el mundo se encuentran hoy encarceladas en el sentido literal de la palabra. En España, a día de hoy, serían casi 40.000 las que permanecen en prisión: los terceros grados están en sus casas pero los segundos y primeros han visto como se les suspenden los permisos de salida, todas las comunicaciones por locutorio y vis a vis y, por supuesto, las posibilidades de que cualquier juzgado, por estimarlo urgente, les ascienda de casta y les permita salir. Sin actividades programadas ni visitas, las cárceles son, ahora más que nunca, un contenedor de seres ansiosos, deprimidos y sufrientes”.

Noelia Acedo, presidenta de la asociación Familias frente a la crueldad carcelaria, espera que la sociedad tome algo de conciencia ahora que estamos recluidas y podemos empatizar, si queremos, con la situación habitual de las cárceles. “La cárcel no es un hotel donde los presos viven mejor que nadie. El confinamiento que estamos viviendo ahora no es nada comparado con lo que viven en la cárcel. Los que están en primer grado pueden estar 22 o 23 horas en una habitación sin nada y un rato solos en el patio. El primer grado es una tortura, la cárcel dentro de la cárcel”, asegura en declaraciones recogidas en Píkara. Para profundizar más sobre lo dura que es la vida en aislamiento penitenciario, nos remitimos a nuestro artículo «La vida en soledad. Aislamiento es tortura» (2016).

Acedo denuncia que, a raíz de la crisis sanitaria, se ha reducido al mínimo la posibilidad de comunicarse con los y las presas. Las cartas tardan en llegar y aunque en teoría se ha aumentado el tiempo que disponen para hablar por teléfono, las comunicaciones son complicadas. Desde la asociación que preside Acedo se han puesto en contacto con varias prisiones para facilitar material sanitario. No han obtenido respuesta en la mayoría de los casos. Las compañeras de CAMPA, en Zaragoza, denuncian por su parte que entregaron 1.800 mascarillas a la prisión de Zuera pero que se han enterado, a través de presos, de que no se las han entregado.

Fernando Grande-Marlaska, ministro del Interior del Gobierno de España, agradeció a la población reclusa “su paciencia y capacidad de comprensión”. Un preso de la prisión de Zuera (Zaragoza) le suplicaba medidas concretas en una carta: “Decretar la libertad de todxs lxs presxs que tengan cumplidas las 3/4 partes de su condena; que la libertad alcance también a todxs lxs presxs mayores de 60, por ser la población con más riesgos, sobre todo si padecen enfermedades crónicas; una mayor asistencia a quienes desde la calle nos atienden, con protecciones adecuadas. Es imprescindible que se aumente el gasto en alimentación pues los 3,60 euros por persona son, a todas luces, insuficientes, más ahora”.



Lejos de avanzar hacia un escenario en el que se derriben los muros y desaparezcan las prisiones, parece que nos dirigimos en la dirección opuesta. Observamos un aumento de actitudes autoritarias que aplauden los excesos policiales y demandan respuestas punitivistas por parte de las instituciones. Muchas de nuestras vecinas no quieren que se cierren las cárceles, sino que se abran más. Y si para sostenerlo es necesario recortar los derechos de los presos, que así sea. Un artículo titulado “El Plan de Choque Judicial en materia penitenciaria: un inaceptable recorte de derechos”, publicado en El Salto, denuncia que el Consejo General del Poder Judicial ha propuesto como medida para “aligerar la carga” de tribunales eliminar el derecho de los presos a recurrir en apelación la denegación de sus permisos de salida. Una restricción de derechos que nada tiene que ver con la crisis del Covid-19, pero que buscan implementar con esa excusa. Y es que los recortes siempre se hacen por abajo, contra los más vulnerables, nunca por arriba.

Una reflexión final

 
La cárcel es sinónimo de infravivir. Dice Daniel Pont, histórico miembro de la Coordinadora de Presos en Lucha (COPEL) en declaraciones a Píkara que “estar encerrado supone no solamente la pérdida de la libertad de relacionarse con otras personas, de movimiento, de autonomía en las decisiones, de la posibilidad de ser feliz. La cárcel, con la enorme carga de castigo que supone, posibilita el sufrimiento, la violencia entre presos y funcionarios, la alienación bloqueante del desarrollo intelectual, la dependencia absoluta de la administración de los afectos, la posibilidad de tener una alimentación equilibrada… La cárcel es una suma de prohibiciones y castigos que, en demasiadas ocasiones, pueden conducir a la muerte. En los últimos años, en las cárceles del Estado español mueren una media de unos 250 presos. Especialmente por suicidios o sobredosis de drogas o medicamentos”.

En palabras de Angela Davis, las cárceles “están diseñadas para romper seres humanos, para convertir a la población en especímenes en un zoológico: obedientes a nuestros guardianes, pero peligrosos entre nosotros”. Pensemos en ello la próxima vez que hablemos con alguien, a la ligera, sobre la prisión.
 
 
Extraído de https://www.todoporhacer.org