Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, diciembre 31

El viejo y nuevo internacionalismo


Las ideas anarquistas, a diferencia de otros corrientes socialistas, que en origen también fueron internacionalistas, nunca abandonó esa aspiración moral y política; la vía y el trabajo de los libertarios han estado siempre en la construcción de una libertad e igualdad, estrechamente vinculadas, junto a una hoy más necesaria que nunca fraternidad universal.

Como es sabido, en el siglo XIX el nacionalismo se identificaba con la emergente clase burguesa, mientras que el internacionalismo era propio de la clase trabajadora. Las cosas han cambiado, al menos en cómo se quieren ver las cosas, hasta el punto de que algunos han identificado el nacionalismo con la legítima aspiración de ciertos pueblos a liberarse de alguna opresión. Así, se ha querido vincular en algunos casos el patriotismo con una actitud más conservadora, en el sentido de querer conservar cierta tradición e incluso herencia familiar, mientras que el nacionalismo sí podría tener esa connotación emancipadora. Desde mi punto de vista, se trata de una falacia, ya que es una mera cuestión de matices lo de patriotismo o nacionalismo, ya que ambos, aunque pudieran tener una primera fase de legítima aspiración liberadora, no tardan en consolidar e instituir una nueva dominación política. Las ideas anarquistas, como parte de sus convicciones y de su filosofía social, y a pesar de nacer en la modernidad, es posible que hundan sus raíces en la Antigüedad con el cosmopolitismo de cínicos y estoicos, para a través de la herencia ilustrada aspirar a esas visión de la humanidad como un todo moral. El patriotismo, desde nuestro punto de vista, no deja de ser la consecuencia de un nacionalismo instituido, que a la fuerza supone la construcción de un Estado. Si la visión de la humanidad, se quiere ver tantas veces como el progreso hacia el moderno concepto de Estado-nación, el anarquismo aporta una alternativa histórica y social: la federación de pueblos libres, donde se respetan por supuesto costumbres y lenguas diversas, pero se trabaja por afinidades y aspiraciones comunes. La antigua, y esperemos que nueva, fraternidad universal, basada en la solidaridad y la libre asociación, así como en la expansión de la cultura, desde lo local a lo global.

La vision libertaria sobre el nacionalismo, desde nuestra opinión, ha sido siempre negativa. Por eso, duele ver como se etiqueta como neoanarquistas a los que van de la mano de otras fuerzas nacionalistas. Por supuesto, no se trata de ser categóricos, ni de querer repartir identidades auténticamente anarquistas, pero queremos insistir en esa aspiración moral libertaria, que nada parece tener que ver con la independencia de una territorio para administrar sus intereses. Detrás del nacionalismo, solo podemos observar alguna voluntad de poder; no podemos dejar de comprobar que la idea abstracta de la nación tiene como consecuencia la construcción del Estado, o tal vez a la inversa, pero ambas parecen nacer del mismo tronco. Este guerra de nacionalismos que sufrimos últimamente en España, de personas abrazadas a una u otra bandera empujadas por un determinado imaginario social y político, no deja de ser un fortalecimiento de un espíritu o identidad nacional, que parece la antítesis de la emancipación social, tal y como la entienden las ideas anarquistas. No es casualidad que el nacionalismo se quiera ver como una especie de religión de Estado, plagado de dogmas, que relega al individuo a la categoría de sujeto colectivo y lo reduce a una condición histórica y cultural muy estrecha. Por supuesto, nacionalismos emergentes y nacionalismo consolidados, el mal es el mismo. Por muy complicado que nos parezca a día de hoy, hasta extremos utópicos, hay que trabajar por ese internacionalismo y esa fraternidad universal, como una superación de fronteras a nivel no solo físico, también moral y psicológico.

Los anarquistas debemos poner el foco en la cuestión social, mientras que los nacionalistas (o los que les hacen el juego), aunque se llenen la boca de libertad e independencia, priman esa identidad nacional (que, en cualquier caso, observamos como negativa). Por supuesto, que creemos en los vínculos comunitarios, en la búsqueda de factores comunes, pero desde la solidaridad y el respeto a la diversidad, no desde la homogeneización y la imposición al otro (que siempre es cosa del poder). Como ya hemos insistido, estamos seguros de la sinceridad de muchos revolucionarios, incluso libertarios, en observar un proceso independentista como una oportunidad. Sin embargo, insistiremos de nuevo en verlo como un error, ya que toda tentación identitataria a nivel colectivo desemboca, más tarde o más temprano, en una institución estatal y en la creación de una nueva frontera. No queremos ser acusados de dogmáticos, pero llamamos la atención, precisamente, sobre toda visión estrecha y parcelaria. Explicado de un modo excesivamente simple, el internacionalismo libertario, de condición flexible y siempre descentralizadora, puede apoyarse en instancias autónomas con el nombre que se desee (región, municipio o barrio), libremente federadas entre sí con el vínculo de la solidaridad. Ya el término 'nación' ocasiona un problema a nivel etimológico, y no es casualidad que el movimiento socialista se denominara en sus orígenes como Internacional. Todas esas corrientes socialistas, a excepción del anarquismo, acabaron abrazando de un modo u otro el concepto de Estado-nación, por lo que colaboraron finalmente en la fusión de dominación política y explotación capitalista.

Insistiremos en que detrás de todo "lo nacional", como podemos observar una y otra vez en la práctica, existe alguna voluntad de poder. Libertad, igualdad y fraternidad son las tres grandes conceptos emergentes en la modernidad, pero no únicamente para figurar en bellos libros de historia o incluso en modernas constituciones nacionales. Para que tengan un sentido auténtico, lo que entendemos como emancipación social en las ideas anarquistas, hay que comprender su importancia, lo estrechamente vinculados que se encuentran y todos aquellos factores que los imposibilitan. El nacionalismo, un ideal romántico que se enfrentó en ocasiones legítimamente a viejos imperios y concepciones, ha sufrido su propio desarrollo en la modernidad, perviviendo a día de hoy con una retórica similar. Sin embargo, el desarrollo de la modernidad no puede verse como un mero enfrentamiento entre imperialismos y nacionalismos, o entre unos nacionalismos con otros (que no deja de ser la sustitución de una dominación por otra). Afortunadamente, existen también las ideas anarquistas, que insisten en la cuestión social, en la expansión cultural y en la ética antiautoritaria, tratando de hacer realidad esos conceptos de libertad, igualdad y fraternidad universal.


Extraído de reflexionesdesdeanarres.blogspot.com 

jueves, diciembre 28

La (re)construcción mediática de la realidad


Los medios de comunicación son imprescindibles para la configuración de la forma de mirar de la sociedad. Construyen la realidad de una determinada manera y no de otra. Ocultan y visibilizan. Sobrevaloran y reducen al mínimo exponente, informan o uniformizan la opinión pública, respetan o condenan al ostracismo físico o simbólico a quien se escape de una norma(lidad) que está preestablecida de antemano por el sistema de significantes y  significados del que parte la corporación mediática de turno, movida con la lógica neoliberal y ultra racionalista de mirarse su propio ombligo.

Con la llegada de la modernidad,  fenómenos como el  desanclaje o el distanciamiento espacio-temporal aparecen reforzados con la aparición de los medios de comunicación de masas, al permitir a un elevado número de personas la aproximación a realidades que antes  era imposible conocer a no ser que fuera el individuo quien se aproximara a ellas. Todo lo que conocemos “lo que sabemos sobre la sociedad, lo que sabemos sobre el mundo, lo advertimos a través de los medios de comunicación para las masas" (Luhmann, 2000: 1). Es por ello que Bourdieu (2003)  afirmaba que estos podrían haberse convertido en un extraordinario instrumento de democracia directa, pero que sin embargo, en contra de sus mayores temores, lo que han hecho es convertirse en uno de los mayores instrumentos de opresión simbólica.

Atrás quedan los tiempos en los que los medios de comunicación eran percibidos como meros trasmisores de información o entretenimiento, cuyos efectos apenas tendrían influencia en los individuos. Su capacidad para incidir en el establecimiento  de la agenda gubernamental  o para establecer los temas que marcarán el debate público aparece corroborada por investigaciones como la de McCombs y Shawn (1972)  y su teoría de la fijación de la agenda, o la de Noelle-Neumann (1977)  y la espiral del silencio, quienes  reflexionan acerca del oscurantismo de los fenómenos que no aparecen en los medios. Ello les confirma como  actores clave  en las campañas electorales, donde ningún candidato podría llegar a alcanzar la victoria sin el apoyo mediático.

La lógica con la que operan los medios de comunicación permite expresarla en términos de  guerrilla semiológica  donde la imagen, el símbolo y la palabra son armas potenciales de persuasión, propaganda y definición, hasta el punto que, como ya aventuraba Baudrillard (1929-2007), la distinción entre los signos y la realidad ha implosionado,  dando crédito a su hipótesis acerca de la pérdida del monopolio del domino de los medios de producción en la sociedad contemporánea, ahora sometida al imperio de” los medios de comunicación, modelos cibernéticos, y sistemas de control, ordenadores, el procesamiento de la información, industrias de entretenimiento y conocimiento, etc.” . El código de producción subyuga de tal manera que es posible hablar de la Era de la simulación, donde el simulacro impulsa una espiral circular en la que cada vez es más difícil distinguir que es real.  Los medios de comunicación dejan de ser un espejo de la realidad para convertirse en realidad en sí misma, bautizándonos como  meros consumidores, esclavos de una burbuja de ficción  en la cual el  entramado de intereses corporativistas se alinea con el campo político para producir una (sub)realidad que entremezcla la fábula y la fantasía,  disolviendo en lo cotidiano  cualquier vía de escape.

Existen pocos medios que no respondan a este patrón de razonamiento empresarial, debido en enorme medida a su servilismo al partido de turno que esté haciendo que gobierna, es decir, que esté imponiendo su voluntad por el bien general, y  que en un contexto de crisis económica e institucional se traduce en recuperar la legitimidad que ha perdido precisamente por dicha actuación. Todo ello se está haciendo echando más leña al fuego, fomentando la creación de problemas en lugar de a su solución, definiendo la diversidad de opiniones como conflictos o desafíos,  manipulando la realidad de una forma escalofriante y sirviéndose de la clásica  descalificación de cualquier alternativa real a la forma de mirar establecida. Forma de mirar que por otra parte permite que la corrupción y la desigualdad campen a sus anchas, sin ser apenas objeto del cadalso mediático. Los interesante e interesado para los ombligos  que poseen el control de los medios de producción de significado es recordar a sus parroquianos que sólo un Estado autoritario puede garantizar la convivencia, y que el resto es ilegal, anormal, inconstitucional, antiliberal, busca la destrucción de España y los españoles o simplemente, es algo relativo a la ignorancia patológica de todos los que pensamos que otra forma de mirar es posible, y las cosas se pueden (y se deben) hacer de otra manera. 


Marina Sáiz Agúndez

lunes, diciembre 25

La verdad revelada y la auténtica herejía

Los anarquistas sueñan con un mundo libre, solidario y sin fronteras. Por supuesto, detrás de tan simple exposición hay toda una filosofía de vida, incluso también política si se quiere ver así. A propósito de la, detestable, guerra de banderas que sufrimos en España en los últimos tiempos, surge una reflexión sobre lo que yo considero la actitud vital anarquista.
 

Esa actitud libertaria se basa en un rechazo abierto a todo dogmatismo, a una permanente evolución de la vida, personal y social, en aras de una mejora constante. No existen convicciones inamovibles, más allá de ese deseo de libertad personal, de desarrollo de nuestras mejores potencialidades, y de reconocimiento del mismo derecho en el otro. No es casualidad, que el anarquismo desde sus orígenes haya insistido en que la libertad de uno no se limita con la del otro, como se repite hasta la saciedad de un modo grotescamente vulgar en la sociedad actual, sino que la individual se completa cuando todos somos verdaderamente libres. El anarquismo, o los diferentes anarquismos, corren por supuesto el riesgo de esclerotizarse y convertirse en meras ideologías e incluso creencias dogmáticas, cuando olvidan esa inequívoca actitud ética libertaria: queremos la libertad, para todos, no solo para nosotros. No quiero, al menos en esta ocasión, entrar en sesudas disquisiciones filosóficas, por lo que tratemos resolver la cuestión del dogmatismo, o fundamentalismo (y es cierto, que todos tenemos "fundamentos" a los que agarrarnos) de esa manera ética de 'reconocimiento del otro'. Lo que sí me gustaría es señalar cómo la humanidad nos reiteramos consciente o inconscientemente en la creencia dogmática. Y lo hacemos, a un nivel vulgar o más o menos profundo, en diferentes ámbitos de la vida.
 

Uno de esos ámbitos es el político, que no deja de determinar nuestras vidas, y para consolidar la creencia se agarra el común de los mortales, cómo no, a una serie de mitos fundacionales. La constitución de una nación, que da lugar a un Estado (no lo olvidemos), funciona a este nivel como una suerte de "verdad revelada". Los anarquistas, también desde el siglo XIX, cuando parecía que se había logrado apartar a Dios como una idea absoluta, señalaron la relación que había entre esa autoridad sobrenatural, que había condicionado las sociedades humanas durante gran parte de la historia, y la autoridad política (es decir, el Estado al que da lugar una nación con su Constitución, la ley de leyes), igualmente absoluta. El mito fundacional de la nación española, debido a una historia contemporánea más bien abrupta, es relativamente reciente: la Constitución del 78. Desde entonces, y llenándose la boca con la palabra "democracia", el sistema ha construido un persistente relato fundado en esa Constitución y sus mitos derivados, que al igual que los libros sagrados religiosos está llena de bellas promesas en las que seguir creyendo. De poco sirve que el sistema al que da lugar la ley de leyes, como se da en llamar a una Constitución, sea más bien penoso e incluso contradictorio con lo que sostiene la propia verdad fundacional. Los mecanismos, para que las personas sigan creyendo que fuera de la ley solo hay caos y horror, funcionan a la perfección. Una de las creencias populares, bastante extendidas, es que la verdad revelada fue la que nos otorgó paz y concordia a los españoles. Dejando a un lado todo análisis histórico, social y político, se viene a decir que somos una especie de infantes a los que no se les puede dejar solos, necesitan una tutela permanente. No debería ser demasiado difícil desengranar esta creencia, que no por repetida deja de ser una simpleza lamentable, precisamente señalando la continuidad que supuso la democracia con una dictadura anterior, obviamente más represiva y limitadora, pero con unos mitos similares. No es tampoco casualidad que la creencia dogmática se empecina en negar la memoria histórica, o en distorsionarla, e incluso en acusar a los que tratan de recuperarla de romper esa peculiar concordia. Recordemos lo necesario de la historia, en un sentido amplio y profundo, no basado en mitos de uno u otro pelaje.

 

Por supuesto, surgen una serie de herejes respecto a la verdad revelada (la Constitución del 78), continuando con la analogía de la creencia religiosa, de diversa condición. Volviendo al conflicto entre el Estado español y los nacionalistas catalanes, lo han adivinado, estos últimos serían herejes respecto a la creencia institucionalizada. Sin embargo, la herejía constituye más bien un cisma, y ya me van a perdonar tanto término y símil religiosos, pero resultan más que apropiados. No se desea acabar con el Estado, sino fundar uno propio, por supuesto con todo una serie de relatos y mitos construidos, que aseguren un nuevo poder político en base a, claro, una nueva Constitución (la verdad revelada). Desde los medios constitucionalistas españoles nos llevan tiempo bombardeando con el adoctrinamiento que se sufre en Cataluña, por parte de la educación y los medios públicos, con la permanente enseñanza de los nuevos mitos que tiene como objetivo un nuevo Estado (con el eufemismo de la "independencia"). Por supuesto, el control de los medios y adoctrinamiento educativo solo puede producirse por parte de una solo Iglesia (quiero decir, Estado), por lo que la colisión será inevitable y el cisma posible. Una de las consecuencias más lamentables de este enfrentamiento, entre creencias o como se quieran llamar, es la absoluta falta de reflexión sobre el Estado y el poder político (en el caso que nos ocupa, hay uno con mayo fuerza y supuesta legitimidad). Así, también en conversaciones vulgares, puede escucharse a partidarios de una "España unida" pedir más mano dura y el uso de la fuerza. La creencia dogmática, claro, se caracteriza por esa intolerable falta de reflexión, unida en estos casos tal vez a una ignorancia política manifiesta, y las consecuencias son terribles.

 

Resulta peculiar que precisamente en las sociedades posmodernas, donde se supone que no hay grandes asideros vitales y todo fluye permanentemente (de un modo, muchas veces, grotescamente ignorante y desmemoriado), las personas persistan en una actitud inamovible a ciertos niveles refugiándose en cierto fundamentalismo. Es posible que haya una relación en todo ello, con la falta de profundidad en las cuestiones, con una especie de maquillaje "liberal" en el que muchas personas creen ser libres y actuar libremente, cuando a poco que nos esforcemos podemos ver los hilos que nos manejan e incluso las cadenas que nos esclavizan. Dejaremos este análisis, en el que entran en juego diversas disciplinas, de forma muy jugosa, para otro momento. Es muy probable, en cualquier caso, que los seres humanos tengamos una propensión al mito e incluso a la creencia dogmática, tantas veces ciega e irracional. Es algo digno de reflexión en el que tenemos que ver siempre, todos, sin tentaciones dogmáticas, cuál es nuestro lugar. Los anarquistas, en mi opinión, como enemigos de todo dogma, y como partidarios de una verdad plural situada siempre en un plano humano (dejemos lo trascendente para los mitos y las verdades absolutas), debemos trabajar por una auténtica herejía. Una herejía que no desea instaurar una nueva verdad instituida, por bella que se presente, sino acabar con todas y cada una de ellas. La cuestión es si, en lugar de estar dando vueltas una y otra vez sobre lo mismo (¿no es eso la creencia dogmática?), con propuestas que continúan por la misma vía, buscando de un modo u otra la tutela de un poder superior, somos capaces de verdad de dar lugar a algo nuevo. Ese mundo, libre y solidario, con todas las posibilidades. Esto se produce 'de hecho', no gracias a ninguna Constitución, plagada de derechos de papel, pero encubridora de privilegios de clase y perpetuadora de la injustica.


viernes, diciembre 22

No tiene nombre

 


  nutrias y zorros y visones
Masacrados y despellejados

  vacas
Y una en camino

  perros
Rabiando por ser comidos calientes

  pollos fritos o asados o en pepitoria o churrasco

Con un limón o naranja o menestra dentro o fuera

   pavos reales

Bajo una nube de tenedores y cuchillos

   codornices patos y faisanes

Durmiendo calentitos en sus bandejas

   marranos y cochinillos bien aseados

Despidiéndose de sus huesos
Entre las babas del depredador

   chotos y corderos

Abiertos en canal
Y frita su sangre con un picadillo de ajos y finas yerbas

  crías de pez mal llamado chanquete

  almejas mejillones y ostras

De mar y de río y de estanque y de criadero

  atunes salmones pulpos y calamares y sepias emperadores pescadillas truchas boquerones bacalaos besugos bonitos melvas camarones angulas y tiburones

Ahogados de tanto aire

  quisquillas berberechos gambas langostas y langostinos centollos cangrejos de agua dulce y salada nécoras y percebes

Mudos

1357530 y un caracol con un pie en la tumba
 
Les desean
Felices Fiestas
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