Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, octubre 29

Los malos

Los malos, los otros, aquellos y esos.
Esos que quieren creerse los inquisidores
que vapulean entre el ¡alto! Y el ¡detente!
Esos uniformados de ceporrismo ilustrado,
con un número seriado que no cataloga su enfermedad,
ni su polla de plástico lista para follar cabezas,
más allá de la Astenolagnia, de la pura psicosis

Los malos vienen a sacudir casas antes con vida
A sacudir mentes que antes tenían idearios férreos
A sacudir libros llenos de poder
A violar al pueblo entre orden y sanción

Abrid la boca de una puta vez sin miedo
ellos no son la norma, ellos no son pueblo
ellos no son perros
son pura parafilia con licencia para matar.


Tanto la poesía como la ilustración que la 
encabeza han sido creadas por Silvia López
Puedes ver su trabajo aquí
Y su blog aquí

domingo, octubre 27

La letra sin aula entra

"Atreverse a comparar la escuela con una cárcel es el mayor de los tabúes. Sin embargo, la comparación del funcionamiento de las dos instituciones es particularmente sorprendente: horarios estrictos, encierro, vigilancia permanente, salida a un patio, imposibilidad de salir, obligación de obediencia hacia los guardianes, convivencia impuesta con otros detenidos, castigos o aislamientos en caso de rechazo de la obediencia...Cárcel o escuela, la descripción parece ser aún bastante válida. La mayor diferencia es que los prisioneros saben que están en la cárcel, mientras que los niños, no."

Sylvie Martin-Rodriguez

jueves, octubre 24

Del empleado en cuanto ser unidimensional



En los convulsos tiempos —edulcorados para unos, insoportables y desesperantes para otros— con los que nos ha tocado bregar, tener un empleo y, con él, una fuente estable y periódica de remuneración se ha convertido en una suerte de maná, una lotería cada vez más azarosa que se brinda caprichosamente según criterios aparentemente inescrutables. Quien más, quien menos, y siempre con la salvedad de los aún intocables funcionarios de carrera, la mayoría de nosotros miramos al futuro con la inseguridad de ignorar si lo peor del chaparrón ya ha pasado.
Tener un empleo al día de hoy parece el único escudo protector con el que capear el ciclo regresivo al que se enfrenta España actualmente, arrastrada por una economía de mercado cada vez más liberalizada donde el ladrillo ha terminado por ser el lastre que nos han colgado al cuello antes de arrojar nuestro cuerpo a las aguas de la desregulación salvaje. Sin embargo, la imperiosidad de la supervivencia al precio que sea ha acabado por construir un mantra invulnerable: por encima de todo, y según la suerte que nos ha tocado a cada cual, hemos de congratularnos de nuestro salario o, en el peor de los casos, aspirar a uno. Ahora más que nunca, nuestro sueño es trabajar.
Al margen de que resulte del todo obvio que la actividad asalariada sea la principal, o al menos la más recurrente, fuente de recursos para la satisfacción de las necesidades elementales, no quiero dejar de pasar de pasar por alto la ocasión sin alertar del peligro que corremos actualmente, en mi opinión, quienes hemos acabado por reducir la naturaleza poliédrica de nuestras vidas, complejas y cargadas de afectos, aspiraciones e inquietudes, exclusivamente a un tiempo para la retención o la consecución de un trabajo.
Convertir al ser humano en un asalariado, o en alguien para quien dicho perfil es su única aspiración, nos retrotrae al universo dickensiano donde la vida de los hombres se reducía a trabajar, dormir y sobrevivir. El sociólogo José Félix Tezanos, hace no mucho tiempo, publicó un estudio según el cual la mayor parte de la población activa ya no consideraba su actividad laboral como uno de los rasgos definitorios de su identidad. Por el contrario, otras variables, como las aficiones, por ejemplo, pasaban a ocupar puesto preferenciales a la hora de valorar nuestros perfiles. La tremenda movilidad laboral y la cada vez más frecuente desconexión entre trabajo y estudios o vocación, permitían, en parte, valorar los resultados del estudio. Sin embargo, e ignorando si el profesor Tezanos ha actualizado su encuesta en los últimos años (esta fue hecha antes de la crisis), da la impresión de que, de llevarse a cabo dicha investigación justo ahora, el ciudadano medio quizás retomaría la cuestión de lo laboral como elemento identitario, pero desde un prisma exclusivamente binario: trabajador versus desempleado. Y no hay más. La “narratividad del yo”, en palabras de Jerome Bruner, pasa por la construcción de un relato autobiográfico donde el sujeto se convierte en protagonista de una historia que tiene como McGuffin, como elemento que hace avanzar la trama, la relación de aquel con la actividad laboral.
En los tiempos que corren la idea estigmatizante de estar sin empleo parece comenzar a deslizarse peligrosamente hacia el concepto judeocristiano de pecado. Aun en aquellos casos, cada vez más excepcionales, en los que las necesidades materiales puedan verse cubiertas y el individuo rellene su jornada con las suficientes actividades como para no tener que enfrentarse al descorazonador marasmo del aburrimiento, sobre la conciencia del sujeto en paro siempre sobrevuela un sentimiento de culpa cual dedo acusador. La sensación de fracaso e inferioridad acaba por minar la moral y destruirlo todo a su alrededor, al margen de que, en términos absolutos, no exista un respaldo ético que legitime la conveniencia moral de trabajar. Si David Graeber, en En deuda, una historia alternativa de la economía, se preguntaba por la naturaleza deontológica de los préstamos, llegando a la conclusión de que, en sentido estricto, nada obligaba a subsanar una deuda, aquí la pregunta es: al margen del dinero, ¿por qué trabajar? O digámoslo de otra manera: ¿por qué la posición del individuo respecto al sistema productivo se ha convertido en la piedra de toque de nuestra identidad?
Precisemos un poco más. Aquí ya no se trata de adoptar mensajes populistas al modo del opúsculo de Bob Black La abolición del trabajo, con su seductora y rupturista idea de rebelerse frente a la subordinación que marcan las asimétricas relaciones empleado-patrón. Tampoco consiste en reírle las gracias al filósofo Slavoj Žižek cuando en el documental Marx reloaded se pregunta por la ironía que supone buscar un empleo: “por favor, esclavíceme de nuevo; más que nada en este mundo anhelo ser sometido a los caprichosos designios de un jefe”. No. No van por ahí los tiros. Una cosa es reconocer que, para la mayor parte de nosotros, la subsistencia pasa por vender nuestra fuerza de trabajo a un extraño, y asumir que, dada la coyuntura actual, la impotencia de millones de españoles en su búsqueda de un empleo está llevando a una creciente marginalidad de la ya extinta clase media, con situaciones cada vez más y más desesperadas, y otra muy distinta claudicar ante el legítimo derecho de todos nosotros a vernos como seres humanos que actúan, piensan y se relacionan. Ante la casposa pregunta del “¿estudias o trabajas?”, reconvertida en “¿sigues en paro?”, llega la hora de responder “¿por qué?”
Y en este sentido la responsabilidad del movimiento sindical resulta clave. ¿No es acaso un oxímoron, un aserto contradictorio en su propia formulación, pedir “la emancipación de la clase obrera”? ¿Qué clase de broma semántica es esta? ¿Cómo se pretende conseguir dicha “independencia”? ¿Aumentando nuestros derechos laborales? Genial, pero, ¿deja el gato de ser felino por mejorar sus condiciones de vida félida? ¿No encubre acaso dicho lema un torticero afán de autoafirmación de las cúpulas sindicales desde el momento en el que el individuo queda reducido dentro del grupo a su simple condición de proletario?
Owen Jones, el jovencito responsable del interesante ensayo Chavs: la demonización de la clase obrera, tras analizar la evolución de la consideración social hacia la clase trabajadora en Inglaterra, teniendo como punto de inflexión el thatcherismo y el desmantelamiento de las organizaciones mineras en los años setenta y ochenta, carga contra la connivencia de unas centrales sindicales que se han negado a abrir los ojos ante las nuevas relaciones laborales de un mundo globalizado donde la movilidad, el auge del sector servicios y del llamado “cognitariado”, el trabajo en casa o la temporalidad hacen del todo imposible el uso de elementos de presión forjados en las condiciones de trabajo del siglo diecinueve, donde predominaba la actividad manual, la permanencia continuada en la misma fábrica y el contacto social constante con el resto de los trabajadores. ¿Cómo es posible, se pregunta Jones, que uno de los colectivos más desfavorecidos actualmente, como es el de los teleoperadores, cuente con un porcentaje bajísimo de afiliaciones entre las organizaciones obreras? ¿Cómo se pueden seguir manejando protocolos decimonónicos para la preparación de una huelga cuando la actividad laboral cada día tiene contornos más difusos desde el punto de vista espacio-temporal?
El maravilloso arte del ombliguismo sindical, irreflexivo y acrítico con frecuencia, parece estar actuando en contra de todos nosotros al reafirmarse en el uso de herramientas carentes ya de toda operatividad. En este sentido, convertirnos en individuos monolíticos definidos solo por nuestra ubicación (dentro o fuera, en realidad) en el sistema productivo no hace más que resaltar con luces de neón la naturaleza despiadada de los sistemas económicos postfeudales: o tienes un empleo o no existes, cara o cruz.
No hace mucho coincidí en la calle con un amigo al que llevaba sin ver un tiempo. Los tópicos del momento nos llevaron a preguntarnos por nuestra situación laboral actual. “Estoy con unas prácticas no remuneradas”, me dijo. “Menos da una piedra, al menos no estoy en casa”. Nos despedimos al rato, dejándome con la agridulce sensación de que ostentar ante los demás una situación laboral rayana en la esclavitud lleva camino de convertirse en un elemento de distinción social. Tengo trabajo, alguien que me manda. Vuelvo a existir.


José Antonio Calzón García es profesor en paro y escritor.

martes, octubre 22

Pero yo ante todo soy anarquista...

"Pero yo ante todo soy anarquista y luego sindicalista, y creo que muchos otros primero son sindicalistas y luego anarquistas. Hay una gran diferencia... El culto a los sindicatos es tan nocivo como el del estado, pero existe y amenaza ser más grande cada vez. Parece que los hombres no pueden vivir sin dioses, y apenas han derribado una divinidad cuando ya surge otra nueva. Si la divinidad de los socialdemócratas es el estado, la divinidad de los socialistas libertarios parece ser el sindicato."

sábado, octubre 19

Actualidad del ciudadanismo

Mucho se ha hablado en nuestros medios sobre el ciudadanismo, y sus nocivos efectos sobre las luchas revolucionarias. En este texto pretendemos realizar una breve introducción sobre dicha ideología, realizar un análisis de su significación en el contexto actual y finalizar advirtiendo de lo peligroso que puede resultar para el Movimiento Libertario asumir ciertos postulados propios del ciudadanismo.

Breve análisis del ciudadanismo

“Por ciudadanismo, entendemos en principio una ideología cuyos rasgos principales son:

• La creencia de que la democracia es capaz de oponerse al capitalismo.
• El proyecto de reforzar al Estado (o los Estados) para poner en marcha esa política.
La finalidad expresa del ciudadanismo es humanizar al capitalismo, volverlo más justo, proporcionarle de alguna forma, un suplemento de alma.
Partiendo de esta breve definición de Alain C. realizada en el texto “el impasse ciudadanista. Contribución a una crítica del ciudadanismo”, ahondaremos brevemente en el ser de esta ideología.
El ciudadanismo pretende ser un triste sustituto de una clase obrera prácticamente aniquilada como clase revolucionaria y desclasada como conjunto. La lucha de clase es sustituida entonces por las movilizaciones ciudadanas. De este modo se pretende ejercer presión sobre las instituciones y que éstas cedan a las exigencias realizadas por los diversos movimientos ciudadanos.

Pero, ¿quién da forma y masa social al ciudadanismo? La mal llamada clase media. Una gran masa asalariada más o menos precarizada que disfruta de las delicias que el capitalismo le ofrece a través de la sociedad de consumo. Clase que se desarrolla y alcanza su climax a lo largo de la segunda mitad del s.XX en el transcurso de la consolidación del Estado del Bienestar, y en las últimas décadas afectadas por los ajustes económicos y sociales que marca el capital. La nostalgia por un pasado de falso bienestar moviliza a esta clase.

De la negación de un conflicto entre clases, se desprende que inevitablemente el ciudadanismo sea interclasista. No tiene reparos en aceptar entre sus filas a pequeños empresarios y politicuchos de segunda fila, también molestos por no recibir suficientes migajas del pastel.

Grupo en la honda de ATTAC, Los Verdes, Ecologistas en Acción, organizaciones antiglobalización, ONG’s, SOS Racismo, grupos feministas, las viejas burocracias sindicales – CCOO y UGT-, partidos de izquierda como IU y una infinidad de colectivos dan en conjunto variedad y siglas a las sopas de letras que sustentaban las convocatorias ciudadanas. Pudimos verlas en el estado español por primera vez con bastante poder de convocatoria en las movilizaciones antiglobalización de Barcelona en 2001.

El ciudadanismo nunca y bajo ningún concepto pretende cuestionar la función de las instituciones y, por lo tanto, ni mucho menos su abolición. El análisis del ciudadanismo sobre la problemática social no va más allá de considerar como negativos los excesos del capitalismo, y aporta como solución el fortalecimiento de las instituciones democráticas y el fortalecimiento de un supuesto antagonista al capital, el Estado.
No resulta muy difícil deducir que el ciudadanismo pretende reforzar el actual sistema. A pesar de una supuesta y débil oposición a sus excesos, otorga legitimidad a las estructuras desde las cuales se nos gobierna y subyuga. Pretende ser un lavado de cara del sistema.

Por lo tanto podemos concluir que el ciudadanismo es parte del sistema, dado que otorga validez a sus instrucciones y de paso, pretende fortalecerlas. Actúa dentro de los márgenes de protesta que el sistema consiente porque no supone una amenaza para el mismo. De hecho, el ciudadanismo representa una magnífica vía para canalizar el malestar correspondiente a un capitalismo cada vez más voraz.
En tanto ideología del sistema, el ciudadanismo entra en su lógica y acepta a los interlocutores del capital, es decir, a los medios de comunicación. Su lenguaje y sus acciones quedan totalmente condicionados a su nivel de “mediatismo”. Los medios de comunicación marcan la hoja de ruta de las movilizaciones ciudadanistas y de hecho, los medias izquierdistas – El País y Público- suponen un poderoso aliado para este movimiento.
La utilización de eufemismos en constante cambio, el empleo de palabras reforzadas positivamente – ciudadano, cívico, democrático- o negativamente – violencia, antisistema-, la valoración de las luchas por lo cuantitativo y no lo cualitativo, modas mediáticas, una estética determinada dentro de los cánones de la “normalidad”… son distintas muestras que deja la evidente relación entre el lenguaje del ciudadanismo y el de los medios de comunicación, es decir, los “altavoces” del sistema.

Se asume y se le da legitimidad a los valores del sistema y a las connotaciones que este le da a dichos términos. Pongamos como ejemplo un fragmento del texto "el asesinato de las ideologías” de las Juventudes Anarquistas de León a propósito de la significación de la palabra violencia.

La propia concepción del movimiento como no violento asume, en nuestra opinión, el concepto de violencia utilizado por el Poder. Dentro de esa concepción, se encuentra indisoluble la aceptación del monopolio de la violencia del Estado. Violencia es, de este modo, toda actividad que atente contra el Orden actual impuesto, impidiendo el normal desarrollo de las actividades cotidianas del conjunto de “ciudadanos” ya sea actuando contra individuos u objetos, sin la correspondiente autorización de quien legalmente corresponda. El concepto de violencia manejado es algo totalmente subjetivo y contemporáneo a una realidad concreta. Por ejemplo, no es violento sentarse en una plaza sin interrumpir el tránsito de las personas, pero sí lo es sentarse en una avenida concurrida por personas y vehículos; o no es violento tirar rosas de papel al aire, pero si lo es tirar piedras contra la cristalera de un banco; todos ellos objetos inanimados (como barrera de carbono).
Esta concepción de violencia asume el papel de inferioridad que el individuo juega en las sociedades jerarquizadas. En nuestra opinión, violencia es todo acto que, a través de cualquier medio, sea físico o psíquico, busca el sometimiento del individuo a una serie de intereses ajenos a él. De este modo, nosotros no podemos entender como violento ningún acto que partiendo de un individuo sometido se ejerce contra el sujeto o idea bajo la cual está sometido. Si bien tampoco somos defensores de aquello de que “el fin justifica los medios” y tampoco estamos de acuerdo en eso de que todo lo que sea hacer vale. En cualquier caso, los continuos llamamientos a la resistencia pacífica, aún con policías cargando agresivamente, nos parecen, en ciertas circunstancias, no sólo un error estratégico sino además una verdadera proclama a la estupidez humana”.

El ciudadanismo acepta y reproduce la ideología dominante. Y como tal, es totalitaria, excluyendo y atacando a todo aquello que rompa con la verdad y los límites que el sistema consiente. No sólo da legitimidad a las estructuras de dominación, sino también a su lenguaje y su lógica.
El principal error que el ciudadanismo comete pasa por considerar que sus valores forjados en los años locos de bonanza consumistas son universales e insustituibles. Es incapaz de ver que todas aquellas patrañas de bienestar, desarrollo sostenible, democracia y demás imaginario simbólico sólo eran una fase del Capitalismo. Tras lograr aniquilar –practicamente- a la clase obrera bajo esas falsas promesas, disolver sus vínculos de clase y borrar su pasado, al sistema ya no le sale rentable mantener esas migajas. En definitiva: el ciudadanismo es un movimiento de nostálgicos de un pasado que se desvanece. Un pasado que no fue más que un sueño, un letargo donde sumir las conciencias y que algunos ilusos aún pretenden rescatar.

Una vuelta de tuerca del ciudadanismo: el 15 – M y el lobo con piel de oveja.

El ciudadanismo sirvió a los intereses de la izquierda progresista (PSOE) para debilitar a la derecha post-franquista (PP) en el poder durante ochos años. Los masivos actos del movimiento antiglobalización, las movilizaciones contra la guerra de Irak y las protestas frente a la patética gestión del gobierno del PP con las crisis del Prestige a la Moncloa. El ciudadanismo había sido un instrumento de los “socialistas” para desgastar al pasado Gobierno.

A pesar de la oleada de recortes que trajo consigo la crisis y la ya más que evidente desacreditación de los sindicatos burócratas (CCOO y UGT), los actos de resistencia eran poco menos que testimoniales. El bipartidismo se asentaba con cada vez más fuerza en el circo parlamentario, desplazando a las fuerzas minoritarias como IU.

El ciudadanismo no era más que una herramienta abandonada en el suelo, pero entonces algo cambió un 15 de Mayo. Ya desde meses antes, iban surgiendo ciertos colectivos que cuestionaban el bipartidismo reinante y la nula respuesta por parte de los agentes sociales ante la oleada neoliberal de recortes que desde Europa se imponían. Juventud sin futuro y ¡Democracia Real Ya! calentaban el viejo ciudadanismo con un toque de radicalidad bajo el lema de “no nos representan”.

Lo que pasó es de sobras conocido. Las plazas se llenaron de consumidores descontentos con el actual rumbo de las cosas. El bipartidismo no contentaba a un sector de la población que veía en los dos grandes partidos dos marionetas del capital. Las instituciones estaban a merced de los designios de los “mercados”. El desmantelamiento del “Estado de Bienestar” se aceleraba a pasos agigantados sin que nadie chistara.
Ante esta radicalización de los excesos del capitalismo, el ciudadanismo actuó en consecuencia. Decidió recuperar, sólo en aspecto, el viejo asamblearismo. A pesar de lo variopinto de la multitud que poblaba las plazas, esas asambleas se convirtieron en una especie de terapia colectiva de consumidores y votantes frustrados, integrantes de la clase media descontentos con la pérdida de las delicias de la sociedad de consumo.

Se cuestionaba el bipartidismo, no el parlamentarismo como sistema de dominación. Se cuestionaba el actual papel de los Estados como marionetas del Capital, y se exigía que estos volvieran al papel intervencionista y protector de los intereses de la clase media que el keynesianismo le había otorgado. Se era incapaz de ver al Estado con una óptica diferente, es decir, aquella que lo juzga como un instrumento de dominio al servicio de los intereses de la clase dominante bajo una forma u otra. Se cuestionaba que los cuerpos de seguridad del Estado no estuvieran “al servicio del ciudadano”, no su labor esencialmente represiva. Se cuestionaba el abandono por parte de los Sindicatos de Estado de su función de representantes de los intereses de los trabajadores, no la necesidad de dotarse de herramientas propias – o sea, Sindicatos- que desde la acción directa y la horizontalidad plantasen cara a los ataques capitalistas.

¿No os suena esto ya de antes? Es el enemigo de siempre: el ciudadanismo. Radicalizado para canalizar las frustraciones de la población ante una evidente crisis de legitimidad de interlocutores sociales y para ser presentado como algo “novedoso”, pero ciudadanismo al fin y al cabo. Sumando esto al eco mediatico que desde los medios progresistas como Publico o El País producían y la función difusora a través de las redes sociales, obtenemos como resultado una movilizaciones masivas.
Por lo demás, lo de siempre: la búsqueda de la llamada de atención de los media, espectáculo, la no-violencia legitimadora del monopolio de la violencia estatal … nada nuevo. Incluso los actos de “desobediencia civil” no eran un fin en sí mismo que negase la legitimidad de la autoridad, sino para un medio hacerla reaccionar y ponerla de parte de los ciudadanos. Nostalgia nuevamente, de un pasado en el que la policía protegía el orden y la tranquilidad del consumo.

Breve comentario sobre las influencias del ciudadanismo en el anarquismo

Parece ser que en los últimos tiempos, el ciudadanismo estila la okupación y la desobediencia. La careta de radicalismo parece estar dándole sus frutos, pues muchos militantes libertarios parecen haber caído en su engaño.
Muchos, llevados por el ímpetu de sumar más, llegar a la gente y salir del ghetto acaban reproduciendo en el Movimiento Libertario las ideas – fuerza del ciudadanismo. La búsqueda del número, aparente y engañoso, sobre la militancia real y trabajosa; la suma a la ola de las modas mediáticas; el recelo a nuestra propia ideología como si el anarquismo fuera cosa de un selecto grupo minoritario, incapaz de ser comprendido por la masa; el inmediatismo, que deriva en esperar de la noche a la mañana la formación de un movimiento anarquista de masas con una varita mágica; la manía de no decir las cosas con la pretensión de querer sonar bien a la gente…

Como bien refleja un texto antes citado ser más de lo mismo no nos ayuda en absoluto, salvo a aportar por el ciudadanismo nuevas siglas en su habitual gazpacho de organizaciones. La fórmula de crecimiento pasa por asumir lo que somos y a qué contexto social nos enfrentamos, desterrando delirios de grandeza. Desde el trabajo diario, la autoformación, la capacidad crítica y de análisis con todo aquello que nos rodea lograremos un crecimiento cualitativo de un movimiento anarquista que sufre demasiado las influencias del “mundillo alternativo”. Del trabajo constante y militante se desprenderá necesariamente un crecimiento cuantitativo si somos capaces de demostrar a la sociedad ser una alternativa real, y no maquillada. Es necesario arrancarles las caretas a los brazos del capital y el Estado, vengan de donde vengan, aunque estos se disfracen de libertarios.

Artículo extraído de la revista "Adarga" : El número 1, subtitulado “Nace lo que renace. El Horizonte de la CNT”, está dedicado especialmente a la crisis que vivimos hoy, por una parte, y también al debate entre sindicalismo y anarquismo, y las derivas socialdemócratas en el anarcosindicalismo.

miércoles, octubre 16

Las Clavelinas / Anonimato-Sabotaje-Contrainformación

Las Clavelinas comienza el año 2007 en el liceo Manuel Barros de santiago de $hile, La banda tiene un estilo deforme dentro de lo que podríamos denominar punk, mezclando también sonidos y matices hardcore, crust y ska. Este año (2013) pudimos grabar algunos temas, gracias a la solidaridad y amistad de Franco en yopintemividarecords. De este modo es que podemos lanzar este material ajeno a las lógicas neoliberalistas de producción musical. Nuestra apuesta es ocupar el ruido como un panfleto y no como una mercancía que se pudre tras las vitrinas. 
Puedes descargar el disco aquí

domingo, octubre 13

Pública o estatal

El surgimiento de los Estados modernos ha traído consigo la formación, consolidación y perfeccionamiento de una serie de instituciones, aparatos burocráticos, etc. que son para éste como los órganos vitales para nuestro cuerpo. Dichas instituciones no son todas igual de prestigiosas pese a que la intelectualidad, sobre todo de izquierdas, casi siempre vinculada a la academia (como parte fundamental del aparato para la legitimación de las clases dominantes) se haya esforzado en mostrar dicho Estado, en su conjunto, como un elemento clave en el surgimiento de las sociedades modernas en tanto que sociedades con un grado desconocido de “calidad de vida” en los otros periodos históricos. Así, Estado se iguala a progreso.
Como modo de legitimación de la sociedad de clases, esto está bien, pero como análisis social es, como mínimo, dudoso. La constante labor de legitimación del Estado se muestra día a día en el lenguaje de periodistas, tertulianos y otra ralea que ha erradicado la palabra “estatal” del lenguaje cotidiano en un juego de manipulación mental evidente a través dos mecanismos: la sustitución y la supresión. La sustitución de la palabra “estatal” por la palabra “público” (es decir, perteneciente o relacionado con el Pueblo) es el ejemplo más claro. Las diferentes instituciones que han conseguido a través de décadas cierta legitimidad han pasado a denominarse públicas pese a que son estatales: la sanidad pública o la escuela pública son sólo un ejemplo. Aquellas que no han logrado un mínimo grado de legitimidad no reciben el adjetivo “público” ni tampoco el de “estatal”. De esta manera, no se habla de policía pública o estatal como tampoco se habla de ejército público o estatal ni de cárceles públicas o estatales. Las recientes movilizaciones que luchan contra las políticas neoliberales, que se presentan como salvación ante la crisis económica provocada por las políticas neoliberales, nos muestran claramente este estado de conciencia colectiva que asume de forma rápida lemas como “Escuela pública: de todos, para todos” y su correlato en la sanidad: “Sanidad pública: de todos, para todos”. Dudamos que alguien, pese al deterioro de las condiciones laborales de la policía, haya valorado el lema “Policía pública: de todos, para todos”. Mucho menos todavía se piensa en hacer lo mismo con las cárceles pese a los proyectos de privatización carcelaria que están ya sobre la mesa. Sería kafkiano el lema “Cárceles públicas: de todos, para todos” —ya que todo el mundo sabe que allí los ricos nunca entran y un pobre nunca sale gracias a la maquinaria de exclusión social—, aunque en el fondo este eslogan tiene tanta razón de ser o, mejor dicho, tan poca razón de ser como los otros: las cárceles son financiadas por todos/as del mismo modo que las escuelas públicas, y su reglamentación o regulación tiene tanto de participativa como la de las escuelas u hospitales. La lógica es la misma, pero la escuela ha representado para muchos durante bastante tiempo la poco rigurosa idea de la igualdad de oportunidades frente a la cárcel que ha representado para los que no tienen una venda en los ojos la evidencia del fracaso de la democracia.
La labor de legitimación del Estado como punto cardinal de las sociedades avanzadas se hace mucho más difícil si no se oculta el olor de las cloacas de sus instituciones.

Extraído de la Publicación Impulso nº1

sábado, octubre 12

No al día de la razia

Cinco siglos de prohibición del arcoiris en el cielo americano

El Descubrimiento: el 12 de octubre de 1492, América descubrió el capitalismo. Cristóbal Colón, financiado por los reyes de España y los banqueros de Génova, trajo la novedad a las islas del mar Caribe. En su diario del Descubrimiento, el almirante escribió 139 veces la palabra oro y 51 veces la palabra Dios o Nuestro Señor. Él no podía cansar los ojos de ver tanta lindeza en aquellas playas, y el 27 de noviembre profetizó: Tendrá toda la cristiandad negocio en ellas. Y en eso no se equivocó. Colón creyó que Haití era Japón y que Cuba era China, y creyó que los habitantes de China y Japón eran indios de la India; pero en eso no se equivocó.
Al cabo de cinco siglos de negocio de toda la cristiandad, ha sido aniquilada una tercera parte de las selvas americanas, está yerma mucha tierra que fue fértil y más de la mitad de la población come salteado. Los indios, víctimas del más gigantesco despojo de la historia universal, siguen sufriendo la usurpación de los últimos restos de sus tierras, y siguen condenados a la negación de su identidad diferente. Se les sigue prohibiendo vivir a su modo y manera, se les sigue negando el derecho de ser. Al principio, el saqueo y el otrocidio fueron ejecutados en nombre del Dios de los cielos. Ahora se cumplen en nombre del dios del Progreso.
Sin embargo, en esa identidad prohibida y despreciada fulguran todavía algunas claves de otra América posible. América, ciega de racismo, no las ve.

Eduardo Galeano

miércoles, octubre 9

Erosionar la significación social jerárquica

El anarquismo supone (supuso) una ruptura con la propuesta política que funda la modernidad, una propuesta republicana en forma de Estado liberal-democrático. Los que se atrevieron a cuestionar cualquier sistema basado en la dominación han visto cómo su "historia" se llena, de manera falsa en gran medida, de toda suerte de atribuciones disparatadas. No gusta, obviamente, el absolutismo a los anarquistas (y tampoco el purismo, a pesar de lo que se ve a veces por ahí), primera lección para comprender las ideas libertarias, ya que los calificativos más indignantes oscilan entre ese extremismo ideológico (o "radicalismo", palabra adecuada a pesar de las intenciones del que la usa a veces) y acusaciones de locos, ingenuos o utópicos. No es cuestión de responsabilizarse de lo que hace cualquier bandarra con una "A" circulada, y creo que queda claro a cualquier persona con una mínima cultura política lo que se encuadra dentro de las propuestas ácratas.

Y las propuestas ácratas, a pesar de que no ha habido un solo pensador que haya sistematizado de manera rígida las ideas, siguen basadas en los mismos valores. La exigencia de libertad que se produce en el siglo XIX, vinculada a la herencia ilustrada, supone para el anarquismo una plena coherencia con medios y fines (que lo aparta de origen de la otra gran corriente socialista decimonónica, la marxista), oposición a los privilegios estatales y a los grupos de vanguardia (como los partidos políticos) y conciliación entre libertad política y justicia económica (que lo distancia, esta vez, del liberalismo). Los anarquistas se propusieron realizar una práctica en las que se respetaran todos estos puntos, considerando que si se sacrifica uno solo de ellos se están pervirtiendo las ideas. Se puede acusar, supongo, a los anarquistas de muchas cosas, pero no se les puede arrebatar la aspiración a un ideal moral elevado, uno de los mayores que ha conocido la humanidad (un ideal que no se pospone para ninguna sociedad futura, ni se enmarca dentro de una visión teleológica).

El rechazo visceral por el autoritarismo tutelado, presente ya en Bakunin (que consideraba una abyección el dejar que un superior jerárquico interviniera en nuestra formación), supuso que el anarquismo pusiera todas sus esperanzas en una educación lo más amplia posible, que permitiera al ser humano desarrollar todo su potencial, no realizando una división entre teoría y praxis, y llevando a cabo una constante acción cooperativa con sus semejantes. El mismo Bakunin puede decirse que fue el gran estudioso de todo sistema de dominación; para él, todo sistema basado en ella adoptaba diversas modalidades a lo largo de la historia sin que las significaciones imaginarias vinculadas con la jerarquía sufrieran apenas cambios, por lo que se convertían en la condición que imposibilitaba el profundizar en los secretos del dominio. Si echamos un vistazo a los tabúes de las sociedades modernas, podemos seguir contemplando la jerarquía como el más intocable de todos ellos. Los grandes teóricos del Estado consideran impensable la unión de la colectividad si no existe sumisión (del tipo que sea, cada vez es más sutil y sustentada en una supuesta "voluntad general"). La propuesta anarquista, no solo crítica con el Estado, sino también con cualquier forma de jerarquía, pretende fundar la política sobre la cooperación entre individuos y empatía entre ellos, y anular todo institución jerárquica y toda tutela del Estado. ¿Utopía? La cuestión no es si esto es, o no, una quimera para el conjunto de la sociedad, sino cuándo vamos a crear las condiciones propicias para empezar a construir ese tipo de sociedad, erosionando toda significación simbólica de la jerarquía social.

Pero, también de manera obvia para el que empeña en profundizar un poquito en la historia y en el pensamiento, el anarquismo no es meramente destructor (palabra a la que también habría que desprender de su condición de tabú, ya que el progreso implica acabar con muchas cosas). Las ideas libertarias generaron nuevas instituciones (hay mucho mito en el afán antiorganizativo de parte del anarquismo; si se confía plenamente en algo es en la coooperación social, y en las asociaciones reproductoras de lo libertario en la sociedad autoritaria). El anarquismo dio lugar a sindicatos, grupos de afinidad, escuelas libres, comunidades y toda suerte de formas de producción autogestionadas. Ahí está la explicación de la obsesión anarquista por ser coherente entre medios y fines (de ni siquiera concebir los medios del enemigo autoritario); no caben elitismos, disciplinas partidarias (aunque el otro extremo, la libertad irrestricta es tan rechazable, o quizá más) o electoralismos. Como sostiene Christian Ferrer, en la acciones del movimiento libertario en la historia no pueden encontrarse teorías acabadas de la revolución y sí una firme voluntad de revolucionar cultural y políticamente a la sociedad. Y como no nos cansamos de repetir, ese afán no sistematizador del anarquismo, junto a una firme propuesta ética en la acción, es una de las mayores fortalezas de las ideas antiautoritarias.

El anarquismo nació en un contexto de fuerte optimismo antropológico, heredado de la Ilustración, por lo que es lógico que los anarquistas decimonónicos tuviera esa gran confianza en la razón y en la ciencia (sin caer nunca en un positivismo dogmático). Esos pensadores, al modo de los grandes filósofos de la Antigua Grecia, pensaban sinceramente que el origen de los males sociales no estaba en la maldad humana y sí en la ignorancia. Los cosas son, tal vez, mucho más complejas, pero de lo que no cabe duda es que la razón sigue estando, en buena parte, del lado de aquellos hombres libertarios, que tanto empeño pusieron en profundizar en el concepto de libertad. No puede decirse que exista una naturaleza humana previa a la creación de la sociedad, y si existe (hay que recordar que la visión rousseauniana fue objeto también de mucha crítica dentro de las ideas libertarias) está determinada en gran medida por las condiciones de lo social. Es por eso que toda acción política reposa en el plano de la contigencia humana, sin mitos contractuales ni metafísicos que determinan a las personas y a la sociedad política. A pesar de sus flexibilidad y de sus premisas morales, las ideas anarquistas son complejas, díficiles de articular (al no sustentarse en verdades reveladas) y suponen una tarea doblemente complicada al situarse en las márgenes de los discursos políticos establecidos (todos, compatibles con alguna forma de dominio). Los anarquistas surgen una y otra vez en todo tiempo y en todo tipo de sociedad, ya que su aspiración está cargada de futuro y de dignidad.

jueves, octubre 3

¿Para qué sirve un poeta español contemporáneo?

ustedes me dirán 

qué beneficios 


nos ofrecen los poetas


Eladio Orta

Un poeta español contemporáneo puede ir al Informe Semanal o al Telediario para hablar, largo y tendido, sobre la muerte de otro poeta español contemporáneo. 


Un poeta español contemporáneo puede apoyar en la campaña electoral al candidato a presidir el gobierno de España. Para ello hará uso de todos los recursos oratorios con los que ha sido bendecido, y aún más, si ello fuese necesario, con tal de que su candidato gane las elecciones. 


Un poeta español contemporáneo puede publicar sus versos basura en columnas semanales, en revistas como Interviú o diarios como Público.


Un poeta español contemporáneo puede inyectarse en vena las obras completas de Federico García Lorca, sin exponerse a morir de sobredosis. 


Un poeta español contemporáneo puede participar en congresos internacionales tanto con otros poetas españoles contemporáneos como de otra nacionalidades, tales como mexicanos, iraníes, jamaicanos, filipinos, marroquíes, etcétera, etcétera y comerse, allí, mutuamente, las pollas, hasta la extenuación. 


Un poeta español contemporáneo puede escribir sesudos artículos en El País defendiendo el derecho inalienable de los obreros españoles contemporáneos a comprar en el Corte Inglés. 


Un poeta español contemporáneo puede ser Ministro de Cultura de un gobierno socialdemócrata español contemporáneo y acabar recortando derechos sociales, como el que sale a pasear una mañana de domingo.
 

Un poeta español contemporáneo puede presentar un programa en la televisión, por ejemplo, en la televisión pública andaluza, porque en Andalucía a los poetas españoles contemporáneos se les trata como merecen.
 

Un poeta español contemporáneo puede escribir canciones protesta, siempre dentro de un orden, que está bien protestar pero sin pasarse. 


Un poeta español contemporáneo puede, ya puestos, participar en la Vuelta Ciclista a España, aunque quede el último. 


Un poeta español contemporáneo puede juntarse con otros poetas españoles contemporáneos y formar un jurado y una vez metidos en faena, ese jurado formado por un selecto grupo de poetas españoles contemporáneos puede otorgarle un premio a un amiguete, que para eso están los amiguetes. 


Un poeta español contemporáneo puede ganar un premio literario de mucho prestigio convocado por una famosa marca de colonias, de refrescos, de quesos manchegos o de calamares en su tinta. 


Un poeta español contemporáneo puede abonarse a las subvenciones de las administraciones culturales públicas y, de hecho, se abona.
 

Un poeta español contemporáneo puede firmar un manifiesto contra lo que sea, siempre y cuando su nombre figure en letras grandes y claras, y sea visible desde varios kilómetros a la redonda.
 

Un poeta español contemporáneo puede ser tertuliano de una emisora de radio e ir allí la tarde de los sábados y hablar bla, bla, bla sobre la guerra en Afganistán, la liga de fútbol, o el ku klux klan. 


Un poeta español contemporáneo puede escribir sonetos (la modernidad está al alcance de los poetas españoles contemporáneos) sin que se los mande hacer Violante. 


Un poeta español contemporáneo puede embolsarse cincuenta mil euros si, por obra y gracia del Ayuntamiento de Granada y de un jurado formado por sus correligionarios, gana el Premio Internacional de Poesía Federico García Lorca. Mientras tanto, ese mismo poeta español contemporáneo no dirá esta boca es mía porque en la ciudad de Granada ese mismo ayuntamiento cierre bibliotecas municipales. 


Y es que, al fin y al cabo, un poeta español contemporáneo puede ser de gran utilidad para la sociedad española contemporánea.