Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, septiembre 29

Aquí están nuestras manos

 


Nosotros ocupamos una finca de tres mil fanegas de tierra,

la estuvimos trabajando tres días,

como si aquello fuera nuestro,

hasta que los civiles nos echaron de allí de mala manera,

aquello me costó cinco días de cárcel,

pero la gente se volcó y me tuvieron que echar a la calle.

 

Eso fue en el 78.

Yo te puedo garantizar que aquí y en otras zonas de Córdoba

los trabajadores estábamos funcionando colectivamente,

sin estatutos ni nada,

la gente más joven iba a los trabajos más duros

y los más mayores a los trabajos menos fuertes,

y compartíamos el salario,

aquello era una conciencia colectiva de equidad,

de igualdad y de solidaridad,

y cuando una cosa así te invade y la ves funcionar

lo demás ya te da igual,

que te sancionen, que te encierren,

porque es tu ilusión, tu pensamiento.


A partir de ahí hubo momentos muy positivos.

 

En el año ochenta

se ocuparon más de cuatrocientas fincas en Andalucía.

 

Hubo pueblos, como Morón,

El Coronil, Osuna o Marinaleda,

que se alzaron para conseguir la tierra.

 

La burguesía

estaba convencida de que iba a ver reforma agraria,

muchas casas de duques, de marqueses y demás,

decían que la tierra la iban a perder,

estaban asustados,

pero entró el PSOE y no se liberó ni una fanega de tierra.

 

Entonces surgió el subsidio agrario,

esa fue la clave para parar este movimiento,

una limosna para que nos calláramos,

un invento del partido socialista para desmovilizar

el movimiento obrero,

para que no reclamáramos la tierra,

y el movimiento jornalero se esfumó de la noche a la mañana

y se acabó con la reforma agraria en Andalucía.

 

Ahora, mientras más fanegas de tierra tienen los propietarios,

mejor viven,

sin tener que preocuparse de labrarla siquiera,

tiran unas semillas allí

y justifican de que han sembrado y reciben las subvenciones,

porque se critica mucho la prestación a los jornaleros

pero no se habla de los miles de millones

que reciben los terratenientes por dejar las tierras vacías.

 

El PSOE subvenciona el atraso de Andalucía.

 

Todos los derechos que habíamos adquirido

en los últimos años del franquismo

los hemos ido perdiendo,

hasta en los últimos años del franquismo

se hizo reforma agraria,

que termina cuando entra el PSOE en el poder

y empiezan las limosnas y las mentiras.

 

Nosotros pedimos tierra, la reforma agraria,

para no depender de limosnas ningunas.

 

Nosotros pedimos la tierra

porque la tierra nunca ha sido de los terratenientes,

la tierra es de la naturaleza, ellos no la han puesto ahí

 

y debe ser

para los que nos preocupamos de que la tierra sea vida,

 

aquí están

 

nuestras manos

 

para trabajarlas.

 

 

Antonio Orihuela. Esperar Sentado. Ed. Ruleta Rusa 

Fotografía de Juan Sánchez Amorós

sábado, septiembre 26

[Madrid] Nueva normalidad: el tecnomundo. Jornadas de reflexión y crítica contra la sociedad tecnocientífica

 


NUEVA NORMALIDAD: EL TECNOMUNDO

JORNADAS DE REFLEXIÓN Y CRÍTICA CONTRA LA SOCIEDAD TECNOCIENTÍFICA

2 Y 3 DE OCTUBRE. MADRID

 

 Viernes 2 de octubre.

18:30h. “Actualización de los casos represivos del estado e internacional. Caso Bankia.”

19:00h. Charla: “Herramientas de control social que nos ha traído la COVID-19, la distancia social y el confinamiento.”

Local Anarquista Motín C/Matilde Hernández, 47 <M> Vista Alegre u Oporto.

 

Sábado 3 de octubre.

13:00h. “Presentación de la revista “Libres y Salvajes”, n.º 5.

17:00h. “Actualización de casos represivos a nivel estatal e internacional. Operación Arca.”

18:00h. Mesa redonda: “La anarquía frente al Tecnomundo: Debate sobre cómo afrontar la situación actual.”

EOA La Emboscada, C/Azucena, 67. <M> Tetuán.

 

COMUNICADO 

 

Estas jornadas surgen con la idea de ser un lugar de encuentro entre diferentes individuos/as en el cual poder difundir, debatir, criticar y afilar nuestras ideas contra la sociedad tecnocientifica y su mundo.

Un mundo que tras la “emergencia sanitaria” causada por la Covid 19 se ha convertido en un inmenso laboratorio, en un experimento de ingeniería social donde todas las medidas (médicas, sociales, económicas, tecnológicas…) tomadas por aquellas que gestionan y administran nuestras vidas, por la tecnocracia, han llegado para quedarse, no serán entonces situaciones extraordinarias sino que serán medidas que a partir de ahora marcarán las pautas de nuestra vida. Hemos visto como desde la “emergencia sanitaria” se ha producido una aceleración del proyecto de artificialización del mundo, hemos visto como todas las soluciones a la devastación causada por la sociedad tecno cientifica son tecnológicas y científicas entrando en una espiral que solo nos conduce al abismo.

Quizás nos encontremos ante un cambio en las condiciones de vida semejante al ocurrido tras la II Guerra Mundial, una reconfiguración completa del mundo llevado a cabo por las tecnociencias que proyectan una nueva realidad (Orwelliana), que rediseña el mundo e igual que las anteriores grandes transformaciones necesita destruir y anular las formas de vida anteriores con un mensaje claro de la huida hacia adelante, hacia el progreso tecnológico y hacia la superación de cualquier limite, cuyo paradigma es la sociedad cibernética: la virtualización y digitalización de cada aspecto de nuestra vida, de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea, es decir, la informatización absoluta del mundo. La digitalización del mundo orgánico e inorgánico para controlarlo, mecanizarlo y robotizarlo, dando lugar a la realización del proyecto de un mundo tecno totalitario. Esta digitalización cambiará totalmente nuestra forma de entender el mundo, aislandonos aún más entre nosotros, del medio y de la realidad, construirá y creara nuestras experiencias virtuales y nos ofrecerá nuestros deseos, en definitiva dirigirá y creará nuestras vidas que pretenden ser reducidas a las decisiones de procesadores algorítmicos. Cambiara nuestra forma de relacionarnos, trabajar, cuidarnos, comer, etc. redifiniendo estos conceptos y sometiéndolos a la lógica tecno científica a la velocidad del progreso: desde la tele medicina donde aislados del contacto humano seremos atendidos por bots dotados de Inteligencia Artificial (capaces de“aprender” por si solos) “expertos” en diversos ámbitos desde psicología hasta medicina general. Google esta invertiendo cantidades ingentes de dinero en la “big pharma” conscientes de que esta unión tecno-farmacológica les reportará miles de millones gracias a las posibilidades que ofrece la individualización de la enfermedad, mediante la colonización de nuestros espacios y cuerpos por cientos de sensores como los smartwatch o la domótica que orientarán nuestras vidas, necesidades y deseos, una vida simplificada y condicionada a cambio de nuestra libertad. En Japón los cuidadores de ancianos están siendo sustituidos por robots mucho más “eficientes” y adaptados a la personalidad de estos que los humanos, pasando por la escuela digital con todos los problemas cognitivos ocasionados en los niños: desde problemas de atención, concentración etc. hasta los más sociales como la falta de empatía o solidaridad que desarrollan ante la robotización de la educación (la misma que desarrollamos al llevar la mascarilla y no ver las caras de otras personas), o el tele trabajo donde la extensión de la IA ha cambiado totalmente el concepto de trabajo automatizando y mecanizando aún mas todas las actividades laborales lo que supondrá además de la desparición de millones de puestos de trabajo consecuencias nocivas físicas y psicológicas en las trabajadoras desde el aumento de enfermedades cardiovasculares hasta angustia, estrés, soledad, falta de empatía hacia los demás originada por falta de contacto con el mundo real y la destrucción de toda forma de comunidad ya sea en el trabajo o en cualquier otro ámbito. Si todos nuestros movimientos quedan cada vez mas mecanizados y digitalizados serán cada vez más automatizados como las manillas de un reloj, estandarizados como cualquier producto. Debemos abrazar las múltiples dimensiones de la realidad, la multiformidad de la vida y negarnos a la reducción de nuestro mundo a sus racionales cálculos.

Este proceso de digitalización del mundo físico sería imposible sin dos aristas de esta nueva realidad: el 5G y las `smart cities´. El 5G aumentará la capacidad y la velocidad de conexión entre todos los aparatos y objetos que conforman las smart cities, permitiendo la hiperconctividad necesaria para el funcionamiento del tecno mundo. Las ciudades son colonizadas por miles de antenas, sensores, antenas y procesadores algorítmicos instalados en todos los aparatos que permitirán la mecanización y automatización de toda la ciudad, será la maquina quien tome las decisiones en estas ciudades, quedaremos desplazados por maquinas algorítmicas que dirigen nuestras vidas, significará la racionalización absoluta de nuestras vidas, una nueva organización del espacio y el tiempo más racional sometida a los números. Estas ciudades tienen el aspecto de una fabrica cuyo automatismo tendría como fin ultimo al hombre que se transforma finalmente en un autómata Tanto la 5G como las smart cities son proyectos de control social, todos nuestras actividades físicas y virtuales quedaran registrados, gracias a las capacidades del big data, en miles de datos que son procesados mediante IA, siendo esta capaz de interpretar en tiempo real una gran cantidad de situaciones y señalar en consecuencia ciertas acciones que habría que tomar respecto de ellas. Sin ir más lejos cualquiera de los aparatos inteligentes que llevamos encima saben más cosas de nosotros que quizás nuestros amigos (desde lo que compramos, donde hemos estado, nuestras series favoritas, lo que leemos etc.), dando lugar a la sociedad de la vigilancia permanente y somos nosotros mismos los que ofrecemos los datos mediante los que nos vigilan, controlan, modelan y someten. Es necesario que nos neguemos a entregar nuestros datos, nuestra vida, a el Estado y a las multinacionales tecnológicas.

La Ciencia y el Estado se han erigido, se han subido a un trono, como salvadores de la “emergencia sanitaria” sin embargo sus soluciones: el aumento de autoridad, ciencia, tecnología y burocracia son las mismas que nos han llevado a la situación de devastación absoluta del mundo, dos siglos de colonización industrial sobre todo lo vivo han sido suficientes para envenenar el planeta entero y empeorar consecuentemente las condiciones de vida de todo lo que habita en él. En el imaginario social el progreso tecno científico se ha colado como salvador del mundo sin embargo sus desarrollos nos conducen a el abismo, nos hacen creer que nos salvará del colapso o una catástrofe, sin embargo el colapso y la catástrofe son nuestra vida diaria, es esta sociedad industrial liberticida y ecocida que nos somete a su lógica, que arrasa formas tradicionales de vida para someterlas a la mercantilización, que nos desposee de todo lo natural para luego convertirlo en una mercancía artificializada que poder vendernos, que ha convertido el mundo en un extenso monocultivo, no solo en la agricultura sino en todas las actividades humana, regado por doquier de químicos, radioactividad, ondas electromagnéticas mercancías, etc. La cosmovisión científica del mundo es reducionista, fragmentaria y mecanicista impone leyes universales a todo los complejos procesos y fenómenos que ocurren en el mundo pretendiendo convertir la complejidad y multiformidad del mundo en un laboratorio donde todo quede estandarizado, homogeneizado e ingenierizado, para artificializarlo todo. La visión reductivamete técnica que tiene la ciencia del mundo pretende reducir la naturaleza a un producto más, rediseñar las funciones de los vivo para que sean útil a sus fines y valores instrumentales, rectificar lo vivo. Las tecnociencias mediante las llamadas NBIC (Nanotecnología, Biotecnología, Ciencias de la Información y Ciencias Cognitivas) pretenden la construcción de nuevos sistema biológicos no existentes en la naturaleza y lo consiguen mediante la biología sintética que se encarga de diseñar lo que no existe en la naturaleza o rediseñar lo que ya existe para darle un valor instrumental. La cración de nuevas formas de vida como genomas sintéticos y células sintéticas expande la capacidad del dominio técnico sobre la existencia ya que estas nuevas fornas de vida convertidas en instrumentos que permitirán la colonización y rediseño del mundo constituyendo, las tecnociencias un nuevo paradigma de racionalización, producción y control de la vida en su totalidad, que esta logrando no solo extraer y explotar los recursos de la tierra sino que también esta conquistando las capacidades productivas y de trabajo de muchos organismos vivos, estos trabajaran como robots industriales, sin descanso: son los nuevos obreros del tecno capitalismo ya no son sólo los seres humanos, son microorganismos, plantas y animales rediseñados además de robots provistos de IA. El capitalismo industrial una vez explotada y reducida la naturaleza a mera mercancía pretende conseguir convertir cada una de las partes de nuestro cuerpo en una mercancía más.

Como enemigos de toda autoridad, enemigos de toda mediación sobre nuestras vidas, es necesaria la lucha contra la artificialización de lo vivo y contra la creación de una sociedad tecnototalitaria. Nosotros no vamos a esperar a que llegue el colapso, porque el colapso ya está aquí, son las continuas catástrofes ambientales, sociales y políticas que ocurren cotidianamente, el colapso es la cotidianidad de millones de personas que habitan el llamado “tercer mundo”. Por otro lado, esperar al colapso, que no traerá otra cosa que el ecofascismo, con la esperanza de que sea un proceso emancipatorio, oculta el hecho de que bajo el condicionamiento técnico no es posible ninguna forma de libertad, quienes quieren la libertad sin ningún esfuerzo, solo esperando que el sistema se derrumbe, no se la merecen.

Una lucha alejada de la lógica del izquierdismo posmoderno que tan solo pretende reformar un mundo que se derrumba, que defiende una libertad vacía, superflua. El posmodernismo es lo que les queda a los individuos cuando ya no tienen ningún dominio sobre su existencia, dirigidos por la máquina ven en ella la posibilidad de transformar sus cuerpos o sus vidas. Sin embargo no hay nada liberador ni en la técnica, ni en los que dicen querer usarla como método emancipatorio.

Una lucha que sea realizada por nosotros mismos sin ninguna mediación, que vaya a la raíz del problema: la organización tecno-científica-industrial del mundo.

Por la anarquía.

 

https://contratodanocividad.espivblogs.net/

miércoles, septiembre 23

Perspectiva anti-industrial

 


El anti-industrialismo no es una nueva ideología nacida en un círculo intelectual, una cátedra universitaria o una fundación altruista durante el periodo histórico de fusión del Capital con el Estado. No proclama principios particulares inventados por algún pensador iluminado, ni ofrece fórmulas infalibles con las que solucionar todos los males sociales. Y sobre todo, no apela a los parlamentos o a la «ciudadanía» que los sostienen. Es un análisis crítico surgido durante el retroceso del movimiento obrero que parte del carácter industrial de todas las actividades económicas y sociales. Si las condiciones materiales de existencia determinan la realidad, estas son ahora las propias de la industria. El mundo globalizado se asemeja a una gigantesca fábrica, aunque de fábricas propiamente dichas haya cada vez menos. La tecnología ha multiplicado la productividad a la vez que reducido considerablemente el peso del proletariado industrial, pero la proletarización se ha extendido como el aceite sobre el agua: la condición proletaria caracteriza no solo la vida de casi toda la humanidad, sino la de todo el planeta. El capital convierte en mercancía no solamente la fuerza de trabajo, sino el territorio y su vecindario. En consecuencia, las contradicciones mayores se producen en el ámbito de la vida cotidiana y del medio ambiente. Lógicamente, la conflictividad se desplaza de la esfera de la producción a la del consumo y, desde allí, los colectivos toman conciencia de los profundos antagonismos que enfrentan al régimen capitalista con la naturaleza y la población sometida a condiciones de supervivencia cada vez más infames. En cada acto aparentemente trivial como pueda ser alimentarse, habitar, viajar, vestir, respirar, cuidarse, votar, trabajar, leer, comunicarse, divertirse, etc., se manifiesta el dominio del capital y, por lo tanto, en cada acto hay que tomar partido. Cierto que la identidad obrera de antaño desapareció, pero la conciencia de clase reaparece y se reafirma en las revueltas de la vida cotidiana.


La lucha de clases desborda el estrecho marco de las reivindicaciones laborales para abarcar la defensa del territorio y el conjunto de la actividad diaria. Al capitalismo se le replica en su terreno, o sea, en todo los terrenos. El capitalismo destroza el medio ambiente, explota y esquilma el territorio, poluciona el aire, contamina las aguas y los suelos, concentra la población en cubículos dentro de complejos urbanos, aniquila la agricultura tradicional, obliga a una movilización constante, abandona a los ancianos, embrutece y enferma a la población, desarrolla mecanismos de control totalitario, provoca guerras, se camufla con la ecología... Así pues, los frentes de combate son múltiples, pero la lucha solo es una. La mundialización capitalista se asienta en unas relaciones sociales complejas, pero precisamente esa complejidad hace que sus fundamentos sean cada vez más frágiles y que los desastres se vuelvan cada vez más frecuentes. La base social del capitalismo, constituida por las nuevas clases medias de funcionarios, empleados y obreros integrados, se erosiona y se estrecha. La ideología ciudadanista que les es propia se resquebraja. Las contradicciones son imposibles de disimular, por lo que los estallidos sociales son ya inevitables. Cuando el material inflamable se acumula hasta proporciones incontrolables, una chispa salida de cualquier parte puede causar un grave incendio. En esas estamos, en la fase final de la globalización que bien podríamos calificar de capitalismo catastrofista.


La anomia y la catástrofe son hoy la carácterísticas principales de la producción industrial, y, de acuerdo con la naturaleza intrínseca del capital, son un nuevo factor de crecimiento y una nueva fuente de beneficios. Sin embargo, las desigualdades sociales se disparan y el ciudadanismo se desacredita, por lo que el desastre y la descomposición se convierten también en estímulos insurreccionales. Un hecho fortuito como por ejemplo, un caso de brutalidad policial, la subida del precio de la gasolina, el encarecimiento del transporte público, la privatización de un servicio sanitario, una prospección minera, un plan hidrológico, una ley liberticida, etc., pueden derivar en movilizaciones espontáneas y amotinamientos incontrolables. Cualquier paso en falso de los gobiernos puede acarrear una crisis, sea urbana, ecológica, racial o sanitaria, y cualquier crisis puede situarse en el eje de la cuestión social. Todavía está lejos de formarse una fuerza social suficientemente liberada de la incapacidad de comprender su miseria, y por consiguiente, lo bastante subversiva como para aventurarse en un proceso de transformación social radical, pero todo se andará. Simplemente tendrá que producirse un vacío de poder. Si de algo estamos seguros, es que la capacidad de seducción del capitalismo, esa especie de sumisión voluntaria general de la que ha podido servirse hasta hoy, se diluye con la catástrofe. El capitalismo suprimió la libertad real a cambio de diversión a espuertas y una relativa seguridad. Las crisis, en la medida en que neutralicen las fuerzas del orden, nos están indicando que la diversión está las asambleas de desobedientes, y la seguridad está en la disolución de toda clase de policía y la abolición de la vigilancia digital. No estamos hablando de otra cosa más que de la autogestión de la vida cotidiana.


Algo nos pueden enseñar por ejemplo, la indignación de los sanitarios reunidos a la puerta de los hospitales españoles, o los debates de los chalecos amarillos franceses concentrados en las rotondas, o los manifestantes de Chile, o las juntas de buen gobierno de Chiapas, o las algaradas en una docena de países. Los movimientos de protesta, al desconfiar de las vías institucionales, y por lo tanto, del diálogo con el Estado, se ven abocados a crear espacios autónomos de discusión y toma de decisiones, y a defenderlos. Las asambleas, concentraciones, consejos, coordinadoras, comités, piquetes, etc., son organismos creados para deliberar de manera independiente sobre sus problemas, informar verídicamente de ellos y llevar a cabo los puntos acordados. En un sentido griego, serían espacios y mecanismos no virtuales de libertad, puesto que la libertad no es otra cosa que el derecho de las masas a participar directamente en la gestión y resolución de los asuntos que les competen o afectan. A poco que la alegría de estar juntos desembocara en pasión por la libertad y que dicha pasión se extendiera –y con ella la conciencia de la propia fuerza–, aquellos espacios se consolidarían, forjándose dentro de ellos un nuevo sentimiento de clase. Estaríamos entonces en una situación de doble poder. Hoy por hoy, no lo estamos, pero esto es solo el principio. Parecerá que la pandemia de covid-19 haya abortado el proceso de rebelión, a tenor de la oleada de servidumbre voluntaria y el clima de sumisión asfixiante que se puede observar en toda la Europa mesocrática, sobre todo en España donde el potencial radical anda bajo mínimos. El miedo reprime la vida y apacigua la cólera, pero tiene escaso recorrido. La catástrofe continúa y también la revuelta. Lo mejor está por llegar.

 

 Miquel Amorós

Extraído de https://arrezafe.blogspot.com

domingo, septiembre 20

Miren cómo sonríen - Violeta Parra

Miren como sonríen los presidentes
cuando le hacen promesas al inocente
Miren como le ofrecen al sindicato
este mundo y el otro los candidatos
Miren como redoblan los juramentos
pero después del voto, doble tormento

Miren el hervidero de vigilantes
para rociarle floresal estudiante
Miren como relumbran carabineros
para ofrecerle premiosa los obreros
Miren como se visten cabo y sargento
para teñir de rojo los pavimentos
Miren como profanan la sacristía
con pieles y sombreros de hipocresía

Miren como blanquearon mes de María
y al pobre le negaron la luz del día
Miren como le muestran una escopeta
para quitarle al pobre su marraqueta
Miren como se empolvan los funcionarios
para contar las hojas del calendario

Miren como gestionan los secretarios
las páginas amables de cada diario
Miren como sonríen angelicales
Miren como se olvidan que son mortales

jueves, septiembre 17

Escribir contra la muerte: Kanno Sugako, Nico Rost

Cuervos (1766), Maruyama Okyo 

Kanno Sugako, anarquista japonesa condenada a muerte por intentar atentar contra el Emperador nipón, escribió en su celda, viendo caer la nieve a través de los barrotes, un pequeño diario. Ella misma era consciente de que la amenaza inminente del patíbulo no podía robarle su libertad interior, aquella a la que aludía constantemente Stefan Zweig en El mundo de ayer: memorias de un europeo.

Escribió Sugako: «Aquí estoy, confinada por esta ventana embarrada, pero mis pensamientos aún abren sus alas en el libre mundo de las ideas. Nada puede retener mis pensamientos o interferir con ellos» (Reflexiones camino de la horca, Calumnia Editorial, 2019).

Ella, al igual que Nico Rost, prefirieron enfrentar la muerte desde una posición -para los dos inexcusable- que celebraba la vida hasta en sus peores momentos. Precisamente por lo anterior, ambos no quisieron deshacerse de sí mismos cuando, asediados por la fatalidad, podrían haber sucumbido a la desesperación, la renuncia a sus principios o la resignación. Y lo consiguieron escribiendo.

Goethe en Dachau, publicado por ContraEscritura en 2018, diario que da cuenta del paso de Rost por ese campo de concentración alemán, es otro ejemplo de lo anterior. Imaginar el esfuerzo del holandés por seguir el rastro de humanidad que habitaba en cada conversación, en cada saludo cortés, en cada muestra desinteresada de generosidad, en el afán de algunos presos por hacer honor a quienes eran antes de entrar en el lager (recordando un viejo poema, impartiendo una lección de biología, tocando el violín...), astilla la posibilidad de cualquier lectura aséptica de su relato.

«El sol brilla sobre la nieve de las ramas de los pinos. Parece un cuadro de Maruyama Okyo», escribió en su diario Kanno Sugako poco antes de ser ejecutada, el 24 de enero de 1911. No creo haber conocido mayor gesto de fortaleza que ese: celebrar el brillo del sol sobre la nieve cuando todo está perdido... Quién hallara esa valentía ahora.


lunes, septiembre 14

Kiberen

  

Este artículo fue enviado a principios de agosto al diario Berria de Gipuzkoa, y fue censurado por el director, quien adujo que «actuando con responsabilidad, no creemos que debamos ayudarte en la difusión de las tesis que defiendes».

En Kiberen han prohibido ir a la playa; en Zaragoza ir de fiesta por la noche; en Bélgica una persona no podrá estar semanalmente con más de cinco íntimos; en los bares de Madrid se registrarán los datos de los clientes; en Hernani han confinado un edificio; el gobierno de Alemania recomienda no viajar a Navarra; la Generalitat ha contratado a cuatrocientos rastreadores; un anciano ha sido confinado en Barakaldo… Todas estas noticias mantienen la tensión, pero, de absurdo en absurdo, en absoluto nos ayudan a entender lo que verdaderamente está pasando.

Alguna gente, entre ellos varios médicos, nos alertan del exceso, nos hacen ver alguna luz sobre la epidemia de esta primavera.

Los servicios de salud estuvieron saturados como lo habían estado los inviernos anteriores; los que afirmaron lo contrario manipularon los hechos; se inflaron las cifras de enfermos; muchos de los que contabilizaron como muertos por Covid-19 no murieron por esta enfermedad: si bien murieron con el virus, no murieron por el virus.

El Covid-19, similar a una fuerte gripe en sus efectos estadísticos, pasó entre nosotros como una epidemia corriente. Para la mayoría de la gente, incluso en los focos de la epidemia, el riesgo de morir por él fue muy pequeño, casi insignificante. La tasa de hospitalización, para los mayores de 65 años, fue similar a la de una gripe estacionaria; para niños y jóvenes, fue menor.

El Covid-19 no mata a los ancianos; muchos ancianos que vivían en residencias sí murieron con el virus. Sin embargo, conviene preguntarse: ¿En qué condiciones vivían? ¿Qué otras enfermedades tenían? ¿Cuántos de ellos murieron de miedo o soledad?

Desde el principio se tomaron medidas injustificadas, que ignoraron y pisotearon derechos fundamentales y deberes éticos, y se hizo la vista gorda a los daños que causaran. Los responsables de esas medidas deberían  ser destituidos de sus cargos, ya que es grande el riesgo de que vuelvan a incidir.

Las medidas  que afectan seriamente a todos los ciudadanos, como los confinamientos o la máscara obligatoria deben ser anuladas de inmediato, ya que han sido y están siendo tomadas en escenarios de terror.

¿Por qué siguen hinchándose las cifras, se ocultan o se sacan de contexto datos y sucesos? Hace cinco meses que en el mundo no hay otra noticia. ¿Muere alguien en el mundo que no sea a causa de Covid?

Las voces críticas son censuradas o ignoradas; se tacha de mentirosos y charlatanes a los que ofrecen datos y opiniones no correctas; se llama conspiracionistas a los que intentan hacer luz sobre cómo surgió y se ha expandido la enfermedad del miedo.

Una simple investigación nos dice lo siguiente: el aislamiento físico no es una necesidad de salvar vidas, sino un laboratorio con vistas a un futuro rentable sin contactos. También nos dice lo siguiente: se trata de una estrategia, asumida y posibilitada por prácticamente todos los Estados, elaborada a grandes rasgos por gente poderosa de este mundo, no siendo ajenas, probablemente, altas instancias de la OMS.

En marzo declararon la guerra a la gente simple; desde entonces no hemos hecho sino perder terreno. El crimen se está realizando.

Han decidido anular los paradigmas de gobierno de la gente y de las cosas vigentes hasta ahora, e instalar en su lugar unos dispositivos, que aún es pronto para determinar cuáles serán exactamente; lo que sí puede decirse es que vamos hacia un tipo de sociedad mucho menos libre.

«Si la ciencia es la nueva religión», dice Giorgio Agamben, «y el dispositivo jurídico-político el estado de excepción, las relaciones entre las personas se están definiendo desde la distancia social, en el seno de las tecnologías digitales».

Habiendo demostrado las organizaciones tradicionales, particularmente las de izquierda, su sumisión y su inepcia, la gente con sentido común debe preguntarse dónde está la raya que no está dispuesta a pasar, para no renegar de sus principios éticos y políticos.

Para los pobres es vital no caer en la trampa: evitar en lo posible el aislamiento, el teletrabajo obligado, la escuela y los servicios de salud no presenciales; igualmente vital, rechazar las recetas con tufo a la OMS, incluida la vacuna; pues, no habiendo motivo para que la normalidad anterior, con todo y sus males, fuera anulada en su momento, para volver a ella, ¡no tenemos ninguna necesidad de vacunarnos!

Hemos de inventar nuevas maneras de sanarnos, de estudiar, de cuidarnos, de trabajar, de resistir, de hacer política. Las nuevas políticas no podrán tomar la forma de las democracias vigentes hasta esta primavera, ni tampoco la forma del nuevo despotismo tecnológico sanitario que se está instaurando en su lugar.

«Por favor», clamaba una amiga nuestra, en medio de la epidemia, a los padres de la escuela donde lleva a su hija, «no dejéis que vuestros hijos normalicen esta situación, que pierdan la capacidad de preguntar, de reaccionar, de resistir».

Recordando y trayendo a contexto lo leído en la camiseta del compañero muerto por Sida: «Caricias, besos, abrazos: ¡nuestra vacuna contra esta enfermedad!».

 

Pablo Sastre es hortelano, padre de tres hijos. Ha escrito varios libros en euskera, algunos de ellos traducidos al castellano, como Leuropa (Hiru, 2003)) o La presencia de las cosas (Hiru, 2008).

viernes, septiembre 11

La canción del trabajador musicante


Sin una canción, la navaja se enroma.
Proverbio de África Occidental.

Una canción vale por diez hombres.
Proverbio marinero.

«Yo he sido profesor y creo que no hay ninguna diferencia entre dar clases y subirse a un escenario. En ambos casos se trata de entretener a delincuentes en potencia». Si damos por buenas estas palabras de Sting y admitimos que la función social de los músicos profesionales es de centinela, entonces deberíamos considerar los sindicatos de músicos (y de profesores) como una especie de asociaciones de policías o guardias jurado diplomados en trabajo social. O al menos así es como habría que considerar a aquellos sindicatos que no cuestionan el papel que juegan estos artistas en la sociedad. En realidad, como vamos a intentar demostrar, la función cultural que tienen los músicos profesionales y la industria de la música en esta sociedad capitalista es más compleja y siniestra. A la hora de servir pan y circo, los músicos aportan su buena ración de circo, menos cruento que el romano pero culturalmente más nocivo. Y la cosa no queda ahí.

Todo esto, no obstante, constituye una novedad histórica relativamente reciente. Las bases materiales de la cultura capitalista de masas, que derribó casi todas las fronteras entre la alta cultura y la cultura plebeya, fueron los medios de comunicación de masas. La radio, la industria de la música y la música moderna surgieron y maduraron en la primera mitad del siglo XX, en la época de entreguerras. Tras este periodo de guerra y crisis las cosas ya no volverían a ser como antes, sobre todo para los trabajadores, cuyos sindicatos quedaron integrados institucionalmente en el Estado y cuya música pasó a formar parte de una cultura de masas, apta para todas las clases sociales. La separación entre el artista y el público, que en la vieja cultura plebeya era un hecho circunstancial, se hizo permanente. Conforme la música se convertía en un trabajo, el trabajador dejaba de hacer música. Cuanto más alto se oía la voz del músico profesional, menos se escuchaba la voz del trabajador.

La belle époque prebélica fue testigo del canto del cisne de la canción sindical. El «Pequeño Cancionero Rojo» de la IWW y la figura de Joe Hill son emblemáticos en este sentido, aunque este tipo de cantar atesoraba al menos un siglo de tradición. Las primeras baladas huelguísticas que se conocen se remontan a los conflictos de los marineros ingleses (1815) y los barqueros del río Tyne (1822). Unos años antes, en 1812, los disturbios luditas habían inspirado canciones como The Cropper Lads (Los mozos de tundir, con versos como «Los tundidores abrimos el baile/¡Con hachuelas, picas y pistolas!»). Según Engels «la clase obrera comenzó la resistencia contra la burguesía cuando se opuso por la fuerza a la introducción de las máquinas». Los primeros combates del proletariado contra la burguesía, pues, tuvieron su propia música. Pero estas canciones obreras, sindicales o de protesta, constituyen en realidad el último estadio de desarrollo de la canción folk, la cual, como expresión cultural de las clases trabajadoras, siempre estuvo íntimamente ligada al trabajo («No se puede escribir sobre folklore sin escrutar la actitud del pueblo respecto al trabajo», decía el folklorista alemán W. H. Riehl en 1861). Y es que la canción del trabajador musicante tiene más en común con los cantos que entonaban los hombres y mujeres del paleolítico en sus cavernas, durante sus rituales de magia simpática, que con los temas de Pete Seeger y Banda Basso­tti, o incluso con himnos como La Internacional o A las barricadas.

Para los trabajadores la música siempre fue coser y cantar («En mi pueblo al crujir los telares/Suenan más y mejor los cantares», dice la canción). Los trabajadores cantaban mientras trabajaban, cantaban sobre su trabajo en sus ratos de ocio y terminaron cantando en defensa de los intereses del trabajo durante sus luchas.

Y al corear sus cánticos no sólo mostraban cuál era su actitud ante a su trabajo y sus condiciones de vida, sino que además promovían su sentimiento comunitario y forjaban una cultura propia.

Una de clara muestra de esta íntima relación entre el cantar y el trabajar son los cantos de trabajo, es decir, las canciones que se entonaban durante la faena cotidiana. Entre las últimas work songs que se escucharon en occidente se cuentan los shanties (salomas) de la marinería, los hollers (gritos de campo) de los esclavos negros y las endechas de los trabajadores del ferrocarril y los presidiaros condenados a trabajos forzados, unas expresiones que además son precursoras del blues. Estos cantos coordinaban las labores y aumentaban la productividad, pero al mismo tiempo cohesionaban y unían a los trabajadores, quienes muchas veces plasmaban en sus versos sus antipatías hacia los capitanes de los buques o los capataces de la cuadrilla («Un barco yanqui bajaba por el río/¿Y quién crees que lo comandaba?/Un oficial yanqui y un desabrido capitán/¿Y qué crees que daban de comer?/Cola de papagayo e hígado de mono», dice la saloma Shallow Brown). Los shanties de los marineros anglo-americanos, con sus patrones de llamada y respuesta, tienen una clara influencia afro-americana. Los marinantes en general, como obreros itinerantes, jugaron a lo largo de la historia un papel fundamental en la transmisión y fusión de distintas culturas. Hasta la llegada del ferrocarril a los Estados Unidos, las comunicaciones y el comercio de esta nación dependían de los obreros de la mar. El Caribe fue durante siglos un cruce de caminos frecuentado por esclavos africanos y trabajadores españoles, británicos, franceses e indios, entre muchos otros. Marineros, barqueros, leñadores, esclavos y aparceros ponían en circulación su música y sus canciones, y luego estos ritmos y versos recorrían el Mississippi, el Caribe y el Atlántico. A comienzos del siglo XIX, el corsario Jean Lafitte tenía su propio reino en las marismas de las afueras de Nueva Orleans (llamado Barataria, pues vendía barato el botín de sus saqueos), y su propio ejército de bandidos de todas las naciones. No es extraño que esta ciudad policultural terminara convirtiéndose en la cuna del jazz.

Aunque no todas las labores tenían su canto de trabajo, había muchas profesiones que disponían de todo un repertorio de canciones para momentos de ocio. En ellas los trabajadores reflejaban entre otras cosas sus condiciones laborales o los cambios que se estaban produciendo en el gremio («Os diré claramente dónde están las mujeres/Las mujeres han ido a tejer a máquina/Y si quieres toparte con ellas tienes que levantarte temprano/Y hacer una larga caminata hasta la fábrica por la mañana», explicaba The Weaver and the Factory Maid). Los marineros, los tejedores, los leñadores, los mineros y los trabajadores del campo fueron especialmente aficionados a esta clase de cante. En ocasiones, recurriendo a metáforas relacionadas con el trabajo y las herramientas, componían canciones eróticas.

La canción folk tampoco dejaba de lado los trabajos y las condiciones de vida de las mujeres. Buenos ejemplos son A Woman’s Work is Never Done o The Ladies’ Case («¡Qué duro es el destino del sexo femenino!/Siempre encadenadas, siempre encerradas/Atadas a sus padres hasta que las convierten en esposas/Y luego esclavas de su marido el resto de su vida»). También se conservan baladas sobre mujeres que se travestían para desempeñar oficios masculinos, como hicieron entre otras las conocidas piratas Mary Read y Anne Bonny.

La canción protesta no surge en los años 50. Se conoce una copla de este tipo compuesta por los esclavos del antiguo Egipto («¿Tenemos que pasarnos todo el día acarreando cebada y farro?») y hay quien piensa que The Cutty Wren se remonta a la revuelta de campesinos ingleses de 1351 y que Die Gedanken sind frei proviene de las Guerras Campesinas de 1524-26 en Alemania. Durante el periodo de transición del feudalismo al capitalismo, a medida que se aceleraba el proceso de acumulación primitiva de capital y que los pequeños productores eran despojados de sus medios de vida independiente y obligados a buscar trabajo como asalariados, tanto la forma como el contenido de la canción folk se fueron modificando. El fugitivo, el asaltante de caminos, el cazador furtivo, el deportado a las plantaciones de América, el reo condenado a la horca, el soldado desertor y el marinero reclutado a la fuerza en la armada son personajes recurrentes en las canciones de esta época. «La primera, la más grosera, la más horrible forma de rebelión [de los obreros] fue el delito», comenta Engels. Las formas más primitivas de rebelión contra el capitalismo también tuvieron, pues, su banda sonora. Testimonio de esta secular simpatía popular hacia ciertos criminales son las baladas de Robin Hood o de Jesse James.

Conforme avanzaba el proceso de formación de la clase obrera y sus formas de resistencia evolucionaban desde el delito, los disturbios y la destrucción de máquinas hasta el sindicalismo, la canción folk hacía lo propio. La gran cantidad de canciones de los tejedores y mineros ingleses del siglo XIX que se han conservado permiten observar este proceso de toma de conciencia colectiva, partiendo de tonadas como Poverty Knock («Cariño, llegamos tarde/El capataz está en la puerta/Vamos a perder dinero/ Se quedará con nuestro salario/Tendrán que fiarnos el pan») hasta llegar a las amenazas de The Blackleg Miner («Únete al sindicato mientras estés a tiempo/No esperes al día de tu muerte/Pues quizá ese día no esté lejos/¡Sucio minero rompehuelgas!»). Otros trabajadores, como por ejemplo los segadores (Triste invierno: «Nos matan a trabajar/Comiendo sólo pan duro/Cuando una gota que sudas/Vale lo menos mil duros») o los arrieros (El arriero y los ladrones: «¡Arre mulo! ¡Mala maña!/Que no llevamos dinero/Que el dinero lo tiene el amo/ Aunque nosotros lo sudemos») también reflejaban en sus cantos su toma de conciencia ante el trabajo y el mundo en el que vivían.

Como se ha visto, antes de que la industria de la música convirtiera la canción en mercancía y a los cantantes en artistas profesionales con derechos de propiedad, los trabajadores llevaban siglos desarrollando una cultura musical común y propia. Bien es cierto que la figura del músico profesional no surge con el capitalismo y que la canción folk no siempre fue compuesta por los propios trabajadores. Sin embargo eran ellos quienes la entonaban con unos determinados fines y quienes la transmitían y la transformaban mediante tradición oral, hasta que los medios de comunicación de masas cortocircuitaron todo este proceso, permitiendo que el artista profesional llevara a cabo en el terreno de la cultura algo parecido a lo que antes había hecho la burguesía en el terreno de la economía: saquear una propiedad común y someter al trabajador a esta propiedad recién usurpada. Los obreros dejaron de cantar sus propias canciones cuando otros empezaron a cantar por ellos. Paradójicamente, cuando la música se convirtió en un trabajo más, el trabajo empezó a desaparecer de las canciones y la canción empezó a desaparecer de los centros de trabajo, excepto en la forma de hilo musical. Empresas como Muzak comenzaron a estudiar de qué forma la música de fondo podía estimular la productividad y el consumo y reducir el absentismo laboral. Las canciones, ciertamente, siguen hoy formado parte de nuestras vidas, pero de una manera radicalmente distinta.

Durante la Edad de Oro del capitalismo que siguió a la Segunda Guerra Mundial, con la expansión de la sociedad de clases medias y sus posibilidades de promoción social, el trabajo colectivo de cuello azul que dejaba callos en las manos empezó a considerarse como algo degradante y a evitar. La lucha colectiva por la defensa de los intereses del trabajo y el refus de parvenir (rechazo del medro) de los sindicalistas revolucionarios franceses se transformaron en una lucha individual por ascender en la escala social mediante un trabajo acorde con los gustos personales. Siguiendo el eslogan de Auschwitz («El trabajo te libera»), el mantra de la nueva cultura dominante de masas decía «el trabajo te realiza». Y el músico profesional estaba (y aún está) atrapado en este espíritu de los tiempos.

El artista trata de huir de la monotonía y la alienación del trabajo, sueña con convertirse en músico profesional y reclama para sí los derechos sobre su «creación», pues los artistas, dice la cultura dominante, son «creadores». Pero en realidad el artista no crea absolutamente nada. Su bagaje musical procede de un una cultura ajena, popular y obrera, del blues de los esclavos de la cuenca del Mississippi y del hillbilly de los campesinos de los montes Apalaches, cuya mezcla dio lugar al rock’n’roll y posteriormente, al combinarse con las tradiciones musicales de distintos pueblos, a toda clase de estilos y géneros. Ni siquiera las canciones que compone el artista pueden considerarse como propiedad suya, pues responden a todo un conjunto de influencias culturales y condicionamientos sociales que, aunque se catalicen a través de un individuo concreto, son producto social y colectivo, como toda mercancía. El trabajador es de hecho quien crea, no ya la cultura, sino la riqueza que permite que el músico se dedique a su profesión.

La canción folk del trabajador musicante representa la antítesis de la obra del músico profesional. Es anónima, gratuita, colectiva y no tiene el carácter de mercancía que se consume. No fomenta el lucro personal, sino la solidaridad y los lazos comunitarios. Y en este sentido no cabe hacer distinciones entre músicos profesionales según su origen social, el mensaje de sus canciones, su compromiso político o sus ingresos.

Entre el trabajador musicante y el músico profesional se sitúa la figura del músico semi-profesional, un estado efímero que normalmente desemboca en uno de los dos anteriores, pero que ha dado músicos y artistas de la talla de Arnold Schultz, Leadbelly, Mississippi John Hurt, Elisabeth Cotten, Jimmie Rodgers o Roscoe Holcomb. Hoy cada vez son más los músicos que se ven obligados a buscarse otro trabajo para complementar sus ingresos y poder sobrevivir. Esta situación, que para el artista representa una desgracia, sienta las bases para el posible resurgimiento de la canción obrera.

En fin, quien se sube a un escenario no sólo entretiene a delincuentes en potencia, como decía Sting. Su papel en el terreno de la cultura es semejante al del parlamentario burgués en la política o al del representante del sindicato amarillo y subvencionado por la patronal en los centros de trabajo. Cada uno en su esfera ejerce la misma función: obstaculizar la autonomía (cultural, política o sindical) de los trabajadores.

Hoy, en occidente, las consecuencias de la crisis capitalista están arrojando a millones de trabajadores a unas condiciones de miseria y desamparo que muchos comparan con las que existían en el siglo XIX. En aquella época los empresarios y políticos burgueses contaban con la policía y el ejército, pero no con el músico profesional ni con el delegado sindical a sueldo. La formación de la clase obrera fue un proceso que se desarrolló a través de la lucha (y el canto), pero este proceso no sólo partía de unas determinadas condiciones materiales, sino también de unas concretas bases culturales: la cultura folk o popular de la era pre-industrial. En las presentes circunstancias, ¿seremos capaces los trabajadores de repetir la historia y hacer oír nuestra voz por encima de la del artista, el político y el sindicalista profesional? Eso es otro cantar.


Texto extraído del nº 2 de la revista «Dolly Records», 
editado por la editorial Antipersona: https://antipersona.org

martes, septiembre 8

Tú votas


Tú votas



Te oigo hablar de fútbol

con tus amigos y compañeros

Te veo trabajar sin descanso

para conseguir cosas



Te observo conducir tu auto nuevo

pasear tu perro de moda

Dices que no eres político

pero cuando se te requiere, votas



No importa a quién, tú votas

No asumes las consecuencias

de tu decisión, pero tú votas



Tú votas a uno que sale en la tele,

al que dice algo que te gusta

pero no te responsabilizas de

las leyes que nos someten



De los privados de libertad

de los desocupados que

no pueden dar de comer a sus hijos

de los que son expulsados

de sus casas, de sus trabajos, de la vida



Tú votas y así piensas que cumples

No importa a quién, tú votas

pero los sangrientos frutos de tu voto,

esos no los admites: tú solo votas



El peor presidio



Cada quien se fabrica su propia cárcel

la celda en la que vivirá

creerá que es libre

puesto que nadie le impedirá ejercer su libertad



Cada día reforzará el cerrojo que le separa del mundo

abrillantará los barrotes mientras mira la televisión

tendrá una mazmorra preciosa



Cultivará su presidio con actos cobardes

con renuncias pequeñas y grandes

con el ejercicio de lo políticamente correcto

con la práctica de la competitividad

con creencias supersticiosas y religiosas



Si alguien se aproximara a su corazón

y el preso corriese peligro de ser liberado

se encogería en el rincón más oscuro y oculto de su jaula

y enarbolaría una bandera sin importar el color



Enarbolaría una bandera y a veces, cantaría un himno

Para no salir de su propia cárcel



Consumo, luego existo



Empujo mi carro del súper

Sus ruedas giran frenéticas

sobre la brillante superficie

del centro comercial



A derecha e izquierda

los iluminados escaparates

me llaman silenciosamente

y mi cerebro comienza a soñar



Zara, Mango, Stradivarius

Hago cuentas rápidas,

pero antes de hacerlas

ya sé que no puedo comprar nada



Pull & Bear, Sfera, Cortefiel

Debo varias mensualidades

Pero siento que debo adquirir

alguno de esos productos



Springfield, Bershka, Calzedonia

Quiero ser como los demás

Tener cosas, objetos

Todos lo hacen



Don Algodón, La Casa del Libro

Además se pueden pagar

en cómodos plazos

Massimo Dutti, Rumbo, Benetton



¿Qué mal puede hacer

aumentar las cuotas mensuales?

Deber un poco más

a cambio de ser, de existir



Mi carro se alegra

Cuando descubre conmigo

el objeto de mi deseo

¡Qué bonito y qué barato!



Islas, archipiélagos, continentes

 

Barridos -dispersos: desconcertados- por el Huracán (sí pero no / islas: islas no).

Matías Escalera Cordero



Flotamos en un proceloso piélago

de mediocridad, fútbol y smartphones

Es verdad



Islas nos quiere el poder

Individuos individualistas

de mirada al frente



Pero a veces nos juntamos

en reuniones de música,

poesía y vino



Prolonguemos esa emoción

de buenas conversaciones

y placeres apolísticos



Formemos archipiélagos

y continentes con montañas

y ríos y lagos



Entonces seremos invencibles

en nuestra fragilidad y Dionisio

será de los nuestros




Fernando Barbero. La magdalena de Bukowski. Ed. Amargord, 2020

 

sábado, septiembre 5

Notas sobre la sociedad tecnológica


Después de la televisión Internet es el mayor invento de la sociedad tecnológica para el control y manipulación en todos los ámbitos de la vida del individuo.

La sociedad tecnológica es un producto de la incomunicación, la insolidaridad y del encapsulamiento en la vida privada derivada de los valores del Capitalismo y su sacralización y obsesión por la propiedad privada.

La vida pública como la democracia sólo es un simulacro en Internet. Internet obedece a un control total de la vida de los individuos por parte de los Estados.

La sociedad de masas es un producto de la sociedad del espectáculo y de los medios de comunicación que hacen de la noticia y el acontecimiento un espectáculo de consumo de mayor o menor trascendencia según los intereses del Poder y del público al que va destinado

En la sociedad del espectáculo éste está hecho para entretener al público, de lo que se desprende que hay una minoría de actores y una mayoría de espectadores, los primeros son sujetos activos y los segundos sujetos pasivos, como en la política una minoría de gobernantes son los que deciden las cuestiones fundamentales de la vida de una mayoría de gobernados. El espectáculo es el reclamo que utilizan los gobernantes para gobernar a sus súbditos.

Esclavos de nuestra imagen. Internet; millones de imágenes para crear y compartir, control de la disidencia, control de las emociones, control de los sentimientos, control de los pensamientos, control de la voluntad.

La revolución tecnológica no está conllevando ningún progreso para el ser humano, mas bien todo lo contrario, la dependencia con la máquina lo encapsula todavía más en su vida privada y las corrientes de pensamiento que impulsa el aparato tecnológico a través de la información transformada en propaganda con los medios de comunicación de masas e Internet de altavoces dividen todavía más si cabe a la sociedad provocando más conflictos, violencia y odio entre los hombres.

La cuestión fundamental sigue siendo la Técnica y sus límites, aún suponiendo que el sistema fuera auto-gestionado sino se pusieran ningún tipo de restricciones a las fuerzas productivas el consumo rebasaría la productividad en un mundo donde los recursos son finitos, con lo cual no habría por ejemplo suficiente sustento para toda la sociedad y esto dejaría a una parte de la población excluida de manera que un sistema ético y solidario tendría que ponerle limites a la Técnica para que todo el mundo pudiera vivir en unas condiciones justas y dignas.

En la fábula "1984" Orwell imaginaba un Estado espiando constantemente nuestras vidas a través de cámaras y telepantallas instaladas en nuestros hogares. Esta visión distópica de Orwell sobre el futuro revela el paradigma actual con la revolución tecnológica e Internet como herramienta habitual de uso cotidiano. La única diferencia que existe entre la novela de ciencia-ficción y la actualidad es que en aquella era el Estado el que imponía por la fuerza la dominación por medio del aparato tecnológico y hoy es aceptado con gusto por la población como un supuesto medio de liberación.


miércoles, septiembre 2

Allá van con el misil bajo el brazo


Este año 2020 comenzaba internacionalmente revuelto, convulso, bajo la amenaza de una guerra de carácter mundial. Estados Unidos sufrió un ataque en su Embajada de Bagdad y unos días después decidió asesinar al general Soleimani, el militar más importante de Irán, alegando que iba a atacar intereses estadounidenses de manera inminente. Preguntados por periodistas, ningún miembro del gobierno de Trump ha sido capaz de nombrar un sólo objetivo, ni cuándo iba a suceder, ni de qué manera. En términos jurídicos, se trata de un delito de guerra (o, si se considera que no estamos en un contexto de guerra, de un asesinato), pero puesto que EE.UU. se niega a firmar el Estatuto de Roma, no reconoce la Corte Penal Internacional y, consecuentemente, no se le puede juzgar por crímenes internacionales.

Ante esta situación y las promesas de venganza del gobierno de Irán, el conflicto bélico parecía inminente. Sin embargo, en cuestión de pocas horas y dos decenas de misiles balísticos lanzados desde el país persa, se rebajaron las tensiones mágicamente con los EE.UU. Al menos de momento.

Este artículo quiere analizar cuáles son las tendencias de nuestras reacciones y su origen político y cultural, no un análisis de los hechos que ya son de sobra conocidos a través de otros medios comunicativos. El miedo a un exterminio total asegurado es el que evita que haya una guerra global que nadie ha elegido, que algunas poblaciones padecen silenciosamente, y de la que todo el mundo habla.


Es bastante esclarecedor lo rápido que asumimos la existencia de los conflictos bélicos desde la seguridad de que no llamarán a las puertas de nuestras casas, sabemos que podremos ir a dormir tranquilamente sin el temor de que una bomba criminal nos arrebate la vida. Hemos normalizado dosis de violencia desde la conceptualización de esta misma, no desde la experiencia directa. Cuando el terror autoritario está a nuestras puertas en París, Londres, Bruselas o Barcelona, nos horrorizamos y creemos no ser merecedores de ataques indiscriminados contra nuestras poblaciones. Sin embargo, también pensemos que las poblaciones sirias, iraquíes, yemeníes, etc… no merecen sufrir las guerras, pero mientras nos llegue a través de la nota de prensa, del periodismo fotográfico, o del reportaje televisivo, desconoceremos la experiencia directa del miedo a morir. La sensación constante de nacer y vivir en eterna guerra, como sucede en algunas comunidades sociales de este mundo, no permite la configuración de identidades completas, y ni siquiera sanas psicológicamente. El lema que comenzamos a ver en las calles de París hace algunos años: ‘vuestras guerras, nuestros muertos’, nos acerca a una realidad crítica, que no llegamos a asumir del todo. Porque concienciarnos de raíz de esa afirmación sería reconocer que los líderes económicos, políticos y militares que gobiernan nuestros países son verdaderos criminales, y aceptar esa premisa es reconocernos también a nosotros mismos colaboradores por permisividad con este mundo enfermo y criminal.

Alrededor del mundo se plantean firmes posturas antimilitaristas, este posicionamiento actualmente está bien diferenciado y alejado de posiciones enteramente pacifistas; pues reconocerse contra los ejércitos y cuerpos militares, no implica mantener una actitud de inacción vital frente a las injusticias. Eso no significa actuar mediante una no violencia implacable, tanto que nos impida confrontar las posturas intolerantes y reconocer que las violencias sistémicas sí necesitan enfrentamiento, pero organizado desde un nivel muy distinto al de los ejércitos. Le debemos, por ejemplo, al movimiento feminista, y concretamente a pensadoras como Silvia Federici o Angela Davis alegatos que dejan bien claro que actualmente no podemos hacer pasar por igualdad que las mujeres accedan a la policía o el ejército. Esto sería tomar como lo idóneo o lo igualitario asemejarse al rol masculino que se encuadra en la configuración de cuerpos autoritarios como lo son esa policía y ese ejército del cual renegamos completamente.


¿Qué esperamos ya de este mundo si ante la noticia del asesinato de un general iraní por los EE.UU. el inmediato escenario posible que intuimos es una Tercera Guerra Mundial? El antibelicismo debe ser la postura más determinante por parte de cualquier pueblo del mundo al que se quiera arrastrar a un conflicto armado contra otra población de cualquier otra parte. Evidentemente la vida no es un camino de rosas, no está exenta de tomar decisiones y reconocer en ello un proceso de decisión política autónoma, y esa concienciación nos llevará a confrontar, es decir, tomar partido y actuar en consecuencia contra quienes nos quieren arrebatar la vida.

Es una gran mentira que hayamos vivido en relativa paz desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la finalización de ese conflicto mundial marcó el inicio de una nueva manera de entender la guerra. El capitalismo nos sume en un estado de guerra continuada, pero reconceptualiza este término y lo aplica en su beneficio haciéndonos considerar determinados conflictos políticos diarios como asumibles, y por lo tanto configura una única referencia de estado de paz posible, cuando en verdad vivimos un estado de guerra continuado y normalizado. Otra herramienta es identificar y aislar el concepto de guerra a espacios geográficos y temporales muy determinados, haciendo de ello una categoría clásica de lo que es una guerra, y utilizada como amenaza o realidad material según los intereses del sistema capitalista.


Tomamos distancia de la guerra, la rechazamos desde el moralismo que nos caracteriza a nuestras sociedades, y sin embargo, no identificamos el verdadero conflicto latente y estado de guerra en que estamos sumidos aquí y ahora. No significa esto, tan solo, que hayamos perdido toda cuestión de humanidad por no empatizar con quienes sufren la guerra en niveles completamente inasumibles para la vida cada minuto. La humanidad la hemos dejado por el camino al no saber reconocer que nos ha sido enajenada toda capacidad de actuación contra quienes nos arrastran a este estado de guerra constante. Lo que tenemos en juego no es solo nuestro trabajo precario, nuestra casa o alquiler, nuestro coche o bicicleta, y otros bienes que nos permiten acumular en el primer mundo gracias al extractivismo energético y de recursos hacia la otra mitad del mundo. Lo que verdaderamente está en juego es ser conscientes de que nuestra vida no está en nuestras manos, la decisión de nuestra existencia está condicionada por las necesidades de supervivencia de un sistema que tiene rostro; de un capitalismo que tiene sus órganos vivos en personas de carne y hueso. Ya arrastramos un gran cansancio de tener siempre que elegir una mano donde esté la bolita en el juego de trileros, porque es el sistema en su conjunto el que nos parece estar bien podrido.