Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, junio 25

Badajoz



Empiezas haciendo desaparecer los cadáveres,

después impones el silencio en nombre de la paz,

luego borras la historia y niegas la memoria

en nombre de la reconciliación,

de paso siembras la ignorancia

para que crezca el olvido,

y terminas montando un museo al carnaval.




Antonio Orihuela. Diles que dije no. Ed. La isla de Siltolá, 2022

jueves, junio 22

[Novela ficción] Los desposeídos

 


Autora: Ursula K. Le Guin. Editorial: Minotauro. Páginas: 456.

 

El pasado mes de octubre la escritora californiana Ursula K . Le Guin habría cumplido 93 años. Sin embargo, nos dejó ya en el año 2018 y con ella se volvió inmortal su legado. No queremos que su extensa obra de ciencia ficción utópica y relatos de literatura fantástica ambientadas en mundos alternativos se pierdan en el olvido. En el mundo capitalista en que malvivimos la distopía nos rodea, este sistema es el principal productor de vidas distópicas y nos moldea la mente hasta el punto de perder la capacidad de imaginar más allá de los límites de simples consumidores. Es por ello, que la literatura de ficción de la autora Ursula K. Le Guin, suponen reencontrarnos con un relato de utopías y otros mundos posibles aún por construir.

En este contexto la escritora explora algunas problemáticas de nuestro tiempo actual: la situación de las mujeres en la estructura social, la complejidad de las relaciones humanas, los méritos y las promesas de las ideologías, las perspectivas del idealismo político en el mundo actual. La antropología, el feminismo o el anarquismo tuvieron bastante influencia en su obra.

Bajo esta premisa queremos recomendar una de sus obras más intencionadamente políticas de Ursula K. Le Guin titulada Los Desposeídos. Su historia es en torno a Shevek un físico brillante, originario de Anarres, un planeta aislado y «anarquista», que decide emprender un insólito viaje al planeta madre Urras, en el que impera un extraño sistema llamado el «propietariado». La misoginia y la jerarquía presentes en la sociedad autoritaria de Urras no existen entre los anarquistas, que basan su estructura social en la cooperación y la libertad individual. Shevek cree por encima de todo que los muros del odio y la desconfianza, que separan su planeta del resto del universo civilizado, deben ser derribados.


 Para escribir Los desposeídos, según la propia autora, se inspiró en anarquistas como Piotr Kropotkin, así como en la contracultura de las décadas de los años 60 y 70. Además, se le atribuye el hecho de «rescatar al anarquismo del gueto cultural al que fue relegado» y de contribuir a integrarlo en la corriente intelectual.

 

https://www.todoporhacer.org/ 

lunes, junio 19

La gran conversión


Los malos son los malos,

pero son muy pocos

y no debiera ser un problema

tenerlos controlados.


El problema es qué hacer con los indiferentes,

los insensibles, los que no se plantean

las consecuencias de sus acciones y omisiones,

porque estos somos casi toda la humanidad.


¿Qué hacer, qué hacer con nosotros?


Alejados de todo lo vivo,

sepultados en ciudades,

aislados por nuestras pantallas,

ensordecidos por los media,

defendiendo que nada se puede hacer


mientras, ahí afuera, los bosques desaparecen,

los polos se deshacen, los corales se mueren

y las extinciones se suceden.


Tal vez la respuesta sea

salir del sueño del capital,

renunciar a dominar,


explorar las posibilidades de rebelión,

trabajar por la compasión y la solidaridad,

dejar de odiarnos en nombre de Dios,

fluir, nutrir, cuidar, amar, contemplar,

desarrollar una espiritualidad que nos ayude

a mirar con los ojos de un bosquimano, de un bonono,

de un salmón plateado, de un colibrí.


Aprender el lenguaje de las nubes,

el mar, las rocas, los árboles y las estrellas

para desentrañar la falacia de la identidad

y este ruinoso modo de vida

que nos está destruyendo.

 

 

Antonio Orihuela

 

viernes, junio 16

Casas Viejas, historia y memoria


Lo que se dio en llamar memoria histórica en este inefable país, para tratar de paliar la profunda injusticia que supuso la victoria del fascismo, ha sufrido numerosas carencias y no pocas mutaciones. Así, hoy se alude a la «memoria democrática» y mañana no sabemos muy bien cómo se dará en denominar. La distorsión es tal que lo que nació, más por impulso de la sociedad civil que por iniciativa institucional, para hacer justicia sobre el golpe de Estado del 36, la represión consecuente y la cruenta dictadura posterior, ahora se ha querido extender en algunos casos unos cuantos años atrás e incluir los episodios represivos producidos también en la Segunda República. No seré yo quien se oponga a recordar los desmanes de cualquier forma de Estado, pero la llamada memoria histórica era un concepto mucho más concreto y todo esto solo recubre el problema de ambigüedad moral y sirve para que inicuos reaccionarios se aprovechen de ello para seguir arrojando su inmundicia sobre lo ocurrido en el pasado. Desgraciadamente, la propaganda masiva durante tantas décadas ha ido calando en gran parte de la sociedad y, los que no abrazan directamente el discurso reaccionario, ignoran sin más la historia o, directamente, de la manera más botarate y moralmente perezosa, equiparan a unos y otros.

Este 2023, se cumplen 90 años de aquel episodio de represión sanguinaria, sucedido bajo un gobierno presidido por Manuel Azaña, en el contexto de un huelga revolucionaria. Aquel levantamiento anarquista acabaría convirtiéndose en uno de los episodios más terribles ocurridos durante la Segunda República. Las fuerzas del orden público incendiaron la choza del anciano carbonero «Seisdedos», con él y toda su familia dentro; el balance final de la represión fueron veintiocho campesinos muertos, dos guardias civiles y un miembro de la guardia de asalto. No fue aquel suceso la única masacre estatal durante el periodo republicano, pero una serie de circunstancias elevaron aquello a la condición de «asunto público» y se dice que le acabaría costando las elecciones al propio Azaña. Ya en su momento la represión en Casas Viejas fue instrumentalizada por la derecha para demostrar la sinrazón de un gobierno de izquierdas; lo cierto es que la maquinaria represiva del Estado funciona igual gobierne quien gobierne. De hecho, aquella insurrección, y la consecuente represión excesiva, puede contemplarse también como el desencanto del campesinado más pauperizado con una, en primera instancia, ilusionante república. Aquella prometida reforma agraria, que nunca llegó, era la alternativa a la constante humillación de los más pobres, que tendría por supuesto su continuidad durante la dictadura franquista.

Desgraciadamente, todavía hoy se utiliza la masacre de Casas Viejas por los más reaccionarios para tratar de deslegitimar el periodo republicano y justificar, directa o indirectamente, el abiertamente sanguinario régimen franquista. La Segunda República, finalmente decepcionante, pudo ser al menos un punto de partida para una verdadera revolución social. Lo verdaderamente indignante es que un puñado de militares facciosos dieran un golpe de Estado para provocar una guerra civil de la que salieron victoriosos. Como dije al principio, la ambigüedad legislativa sobre la memoria histórica o democrática, o como quiera llamarse, está conduciendo a meter en el mismo saco todos los episodios represivos y a equiparar a unos y otros. Como ácrata, no justifico a los gobernantes republicanos, mucho menos cuando tantos de ellos demostraron su indignidad con hechos represivos como el mencionado, y me muestro extremadamente crítico con aquel periodo, algo idealizado por algunos. A pesar de ello, conozco muy bien la diferencia entre unos y otros, una cosa es la Segunda República y otra muy diferente el franquismo, cuando tantos quieren tirar ahora por la calle de en medio. Extender una ley, que nació para otorgar justicia y reparación para la represión originada el 18 de julio de 1936, es mostrar una vez más la profunda distorsión histórica y moral que sufre este indescriptible Reino de España.

 

Juan Cáspar

 

martes, junio 13

No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres...

 


«No soy verdaderamente libre más que cuando todos los seres humanos que me rodean, hombres y mujeres, son igualmente libres. La libertad de otro, lejos de ser un límite o la negación de mi libertad, es al contrario su condición necesaria y su confirmación. No me hago libre verdaderamente más que por la libertad de los otros, de suerte que cuanto más numerosos son los hombres libres que me rodean y más vasta es su libertad, más extensa, más profunda y más amplia se vuelve mi libertad. Es, al contrario, la esclavitud de los hombres la que pone una barrera a mi libertad, o lo que es lo mismo, su animalidad es una negación de mi humanidad, porque -una vez más- no puedo decirme verdaderamente libre más que cuando mi libertad, o, lo que quiere decir lo mismo, cuando mi dignidad de hombre, mi derecho humano, que consiste en no obedecer a ningún otro hombre y en no determinar mis actos más que conforme a mis convicciones propias, reflejados por la conciencia igualmente libre de todos, vuelven a mí confirmados por el asentimiento de todo el mundo. Mi libertad personal, confirmada así por la libertad de todo el mundo, se extiende hasta el infinito» 


Dios y el Estado. Mihail Bakunin

miércoles, junio 7

Neoliberalismo y castigo


Autor: Ignacio González Sánchez. Bellaterra Edicions. Marzo 2021. Prólogo de Loïc Wacquant. 250 páginas.

Ignacio González Sánchez es sociólogo y profesor de Criminología en la Universitat de Girona y autor de artículos en revistas y capítulos de libros sobre prisiones, teoría social y criminalización de movimientos sociales. Hace años, publicamos en este medio una serie de artículos suyos sobre la función que tienen las prisiones en nuestra sociedad.

Este ensayo te permite profundizar en muchas de las cuestiones que explica Dani Jiménez en la entrevista que le hemos realizado este mes. Aborda la relación entre el crecimiento económico español y el desarrollo del neoliberalismo con el aumento de la penalidad y de la tasa de personas presas. Es decir, atribuye el crecimiento de la población penitenciaria a factores económicos/mercantiles/estructurales y no meramente a lo “duro” o “blando” que sea el Código Penal en un momento dado en una legislatura determinada (sin perjuicio de que esto también pueda resultar importante).

Hoy tenemos más policías y más personas presas que hace cincuenta años, y un Código penal más duro que el vigente cuando Franco murió. No obstante, la delincuencia lleva décadas sin aumentar. Además, España tiene uno de los niveles de delincuencia más bajos de Europa y es, sin embargo, de los países con más efectivos en las fuerzas del orden y más personas en la cárcel. También es de los países europeos con más precariedad laboral y con menor protección social.

En este libro se trata de comprender el desarrollo de la penalidad en la democracia española. Para ello se explora la propuesta de Loïc Wacquant, quien propone comprender la expansión del sistema penal como una característica del neoliberalismo. Esta expansión se analiza en relación con las transformaciones del mercado laboral, de la política social y el auge del individualismo. El objetivo final del ensayo es doble: defender un estudio sociológico del castigo estatal y contribuir a una mejor comprensión de la implantación de las políticas neoliberales en España.

Como dice Loïc Wacquant en el prólogo, “Neoliberalismo y castigo establece nuevos estándares para el estudio sobre el castigo, la desigualdad y el Estado en la península ibérica y constituye una seductora invitación a los académicos españoles para unirse al debate global que busca descifrar el lugar de la penalidad en la construcción de la ciudadanía europea en el siglo XXI”.

domingo, junio 4

¿Naturaleza humana?

 


Aunque no lo parezca, el que suscribe, a infinitas millas de la falsa modestia, suele darle al coco de manera notable y tiene notables inquietudes intelectuales, que para sí quisiera tanto botarate verborreico del mundo académico y/o mediático. De esa manera, a uno se le llevan los demonios cuando a estas alturas todavía se fomenta el debate acerca de si el homo sapiens es por naturaleza bondadoso o, por el contrario, es un cabrón de mucho cuidado. Traducido a la filosofía más elemental, viene a ser el antagonismo entre la visión de Rousseau, según el cual hubo una especie de estado pacífico e igualitario, antes del advenimiento de la sociedad política y la propiedad privada, y la de Hobbes, para el que vendría a ser todo lo contrario al estar en lucha todos contra todos y necesitar de una autoridad coercitiva para ponernos en nuestro sitio. Sea como fuere, el resultado viene a ser muy parecido en ambos casos, ya que se trata del muy peculiar mito del llamado contrato social, según el cual unos humanos primigenios habrían decidido fundar la comunidad política (léase, cualquier forma de poder coactivo en forma de alguna forma de Estado) para dar lugar a la civilización esta que sufrimos. Espero haber hecho bien los deberes sobre teoría política, pero vayamos más con la práctica. El llamado contractualismo se basa en lo explicado, un pacto original para justificar el Estado; esto, que resulta francamente cuestionable, podría ser más o menos admisible si uno durante su corta existencia podría decidir sobre el mundo político en el que quiere participar. ¿Alguien recuerda haber participado, y no me refiero a meter un papelito en una urna para elegir el color de los que mandan, en alguna suerte de contrato para decidir sobre el mundo político a instituir? Yo, tampoco.

Los anarquistas, en plena crítica a ese supuesto contractualismo fundado en una supuesta voluntad libre de los seres muanos, que justifica el ejercicio del poder, se esforzaron en apartar ficciones míticas y averiguar la forma en que podemos ser más libres frente a esa justificación de la dominación, de una forma u otra, que realiza la modernidad. Es decir, el anarquismo sería una rara avis (sea lo que sea lo que signifique eso) dentro de las teorías políticas modernas, las cuales llegan a nuestros días para legitimar cualquier forma de poder coercitivo, a pesar de eso tan etéreo que llaman posmodernidad. Como uno es también raro de narices, y al mismo tiempo le gustaría tener una vida satisfactoriamente libre y solidaria, pues se hizo ácrata, con algún tic nihilista para poder revisar los dogmas permanentemente, y a mucha honra. Pero, vayamos con el principio de este lúcido texto y continuemos con la supuesta condición del ser humano. Así, tantas veces, y no solo entre el vulgo, se objeta la posibilidad de una sociedad razonablemente libertaria al señalar la naturaleza inicua de la personas. Hay que decir, antes de nada, que este razonamiento parte de una falacia de padre y muy señor mío, ya que se considera que los anarquistas vendríamos a ser una suerte de ingenuos y optimistas, que parten de la bondad natural de los sapiens para sus propuestas sociales imposibles en la práctica. En otras palabras, los libertarios vendríamos a estar más cerca de Rousseau que de Hobbes, pero esa es otra sandez como la copa de un pino, ya que hace falta un poquito de esfuerzo intelectual para comprobar que los anarquistas modernos ya realizaron una crítica feroz al autor de El contrato social (y a ese concepto tan cuestionable de «voluntad general»).

No, señores zorrocotrocos, los anarquistas jamás han sostenido esa simpleza acerca de una naturaleza benévola de las personas, ni mucho menos han realizado sus propuestas sociales, morales y vitales en función de esa falsa premisa. Es más, algo obvio para quien no sea duro de mollera ni un reaccionario de cuidado, la maleabilidad del ser humano es obvia y son muchas las manifestaciones, que pueden ser positivas o negativas, según el contexto social en que nos encontremos. Tampoco se cae en alguna suerte de simplificación u optimismo antropológico, ya que no se niegan en absoluto los muchos conflictos de la vida social, y la predominancia en ocasiones de la pasión frente a un comportamiento humano más o menos razonable. Los conceptos de la solidaridad y el apoyo mutuo, que ya asentaron los primeros ácratas en la modernidad, no excluyen en absoluto la rivalidad, la competencia o el egoísmo, aunque se niega ese monopolio de la violencia que es el Estado (Weber dixit, de forma obvia). Todo ello forma parte, efectivamente, de nuestras características como primates más o menos evolucionados, pero la cuestión es lo que queramos fomentar en nuestras comunidades sociales. Es tan sencillo como comprender que el contexto social da lugar a diversas manifestaciones que, según la características que tenga, se reprimen o se desarrollan; los bellos y lúcidos anarquistas confían en que una sociedad libertaria puede dar lugar a personas capaces de adaptarse dentro de un contexto libre y armónico con la menor coacción posible. En cualquier caso, a estas alturas de la película, sostener una supuesta naturaleza humana con unos rasgos definidos y en función de ella considerar una determinada comunidad política es lo que me parece un despropósito desfasado propio, sin perdón, de reaccionarios y dogmáticos. De hecho, no podemos saber si con el neandertal, que convivió al mismo tiempo que los animales que eran ya como nosotros, con unas características similares, nos hubiera ido mejor. Lo que sí sabemos es que lo que se impuso, para bien y para mal, fue el llamado homo sapiens, entre cuyos rasgos existe la posibilidad de ser, al menos, un poquito mejor que lo que su currículum, edificador de grandes cosas, pero devastador en ocasiones para sus semejantes y para otras especies, ha evidenciado.

 

Juan Cáspar

jueves, junio 1

Intifada

 


Nació el año de la revuelta de las piedras

y lo primero que vio

Fadi Abu Salá

fue cómo le quitaban su tierra.


Luego le quitaron sus piernas

durante un bombardeo israelí,

pero Fadi salió de entre los escombros

y siguió lanzando piedras

desde su silla de ruedas.


Hoy le han quitado la vida.


-Cuida de los niños,le dijo a su mujer

antes de acudir a la manifestación.


Entre los botes de humo, Fadi

lanza una última piedra desde las alambradas

y una bala explosiva le revienta el pecho.


Intifada,

conmoverse,

ser sacudido,

hacer temblar,


mientres queden

piedras.

 

 

Antonio Orihuela