Hace pocos días, un terremoto terrible afectó a los países de Turquía, donde se produjo el epicentro, y Siria; los muertos se han contado por miles, que, con seguridad, serían muchos menos con unas condiciones de vida dignas. La solidaridad internacional se ha disparado pero la atención sanitaria de urgencia se dificulta en un territorio, el sirio, que lleva nada menos que doce años de conflicto armado con diversos facciones en litigio, gubernamentales, el Estado islámico o los kurdos, cada una de ellas con sus correspondientes aliados internacionales. Hace tiempo que esta guerra, como tantas otras, no ocupa sitio en los medios generalistas primando la invasión de Ucrania, por motivos obvios, ya que las emergencias humanitarias lo son más si afectan a los países desarrollados. Infinidad de personas, ahora afectadas por el terremoto, ya convivían con el horror al escapar de los ataques armados. ¿Qué sabemos sobre el conflicto civil sirio, con seguridad, alimentado por diversos intereses en juego? Al parecer, la zona siria devastada por el seísmo está dividida entre territorio controlado por las fuerzas del presidente Bashar al-Asad, mientras que la zona más al noroeste se encuentra dominada por los que resisten frente al régimen. Los refugiados, que huyeron de la guerra, se dice que al menos millón y medio, se han visto ahora afectados por la catástrofe natural en territorios como Alepo o Idlib; si hablamos ya del paso a Turquía, se baraja la cifra de tres millones y medio, que buscan refugio en ese país.
Esta gran crisis humanitaria, otra más, se explica por encontrarse el sur de Turquía, y parte de Oriente Medio, en una zona definida por los expertos como de gran riesgo sísmico: la superficie terrestre se encuentra fragmentada en placas tectónicas que se mueven a gran velocidad; cuando frotan entre ellas, se producen los temblores. A pesar de este conocimiento sobre una zona que sufre periódicamente terremotos de gran magnitud, hay voces que han señalado a las autoridades turcas, por haber contribuido a que la catástrofe haya sido mayor. Al parecer, los diversos gobiernos de ese país aprobaron unos permisos para que las empresas constructoras, a cambio de ciertas comisiones, no cumplan con las regulaciones de seguridad. De esa manera, se ha dicho que, aunque la intensidad máxima del seísmo ha sido obviamente muy violenta, no debería destruir edificios bien construidos; si la mayor parte de lugares afectados no lo han sido por ese máximo nivel, es fácilmente deducible que la mayor parte de los edificios se han venido abajo por negligencia en su construcción. En lo que atañe al territorio sirio, la cosa se complica por la ausencia de infraestructuras sanitarias debido al intolerable conflicto armado donde los continuos bombardeos ya habían destruido numerosas clínica médicas antes del seísmo.
El presidente al-Asad, no solo había castigado el noroeste del país controlado por los rebeldes con los bombardeos, también ha estado demorando la asistencia humanitaria internacional exigiendo que pasara antes por sus manos; se dice que otras ayudas durante la guerra y la pandemia ni siquiera llegaron a su destino. El gobierno de Damasco, por su parte, se ha excusado aludiendo a las sanciones establecidas contra Siria debido a tantos años de guerra y ha denunciado la politización de la tragedia, que me temo realizan unos y otros mandatarios. Y es que esta nueva catástrofe natural, la peor desde hace años, ha evidenciado una vez más la hipocresía de las potencias europeas y de Estados Unidos al repartir la ayuda humanitaria; solo la presión internacional ha hecho que el presidente Biden modere las sanciones sobre Damasco, por muy brutal que sea el régimen de al-Asad, para afrontar la crisis y, lo principal, asistir a gente necesitada, aunque las acusaciones se han seguido sucediendo echándose unos y otros gobernantes los muertos a la cara. Sea como fuere, la realidad es que seguimos viviendo en un mundo terriblemente desigualitario, donde los derechos humanos son papel mojado, con unas condiciones de vida indignas para tanta gente y con intolerables conflictos armados ante la mirada hipócrita, o directa connivencia, de las llamadas potencias democráticas junto a sus vendidos medios generalistas.
Juan Cáspar
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