Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, septiembre 29

Milei y la mistificación «libertaria»

 

El triunfo de un tal Javier Milei (o casi), en las elecciones argentinas, nos trae más confusión política a una época no precisamente proclive a la activación de las neuronas. Hasta el tremendamente izquierdista diario El país es capaz de tildar de «libertario» a quien no es más que un vulgar, mezquino y oportunista (ultra)liberal; desgraciadamente, algo que no exime al periódico español, la propia fuerza política que encabeza este elemento se viene a llamar Partido Libertario y no pocos medios en el mundo tienen la poca vergüenza de tildar a Milei, incluso, de anarquista. Al margen de la distorsión terminológica, a la que ha ayudado no poco la estolidez presente en las redes sociales, podríamos estar tentados de calificar a esa masa de argentinos, que ha votado a semejante elemento, de papanatas y borregos. No lo haremos, ya que en este inefable país llamado reino España también tenemos lo nuestro a la hora de introducir el papelito en la urna, y pondremos todos nuestros esfuerzos en tratar de arrojar un poco de luz a semejante esperpento.

Y es que el posible nuevo presidente de la Argentina se considera a sí mismo como anarcocapitalista, ya que muy probablemente, cuando abrace el poder, se dedique a desmantelar el Estado para que el libre mercado campe a sus anchas. Sí, es sarcasmo. Hay quien sostiene que no habría capitalismo sin Estado que lo proteja, por lo que concluid vosotros mismos. Por otra parte, tratando de hilar algo más fino, hay quien ha calificado a fulanos como Milei de anarquistas «de derecha», pero entramos hay en el terreno del oxímoron, como ocurre con esa falacia preescolar que denominan anarcocapitalismo. No obstante, como eso de «izquierda» a estas alturas posmodernas resulta tan difuso y confuso, es algo absolutamente innecesario poner nada aclaratorio a la bella acracia. Y es que, señalaremos primero lo más evidente, hablamos de un tipo que se ha presentado a las elecciones con ínfulas de líder carismático y demagógico, que nada tiene que ver con ninguna corriente auténticamente libertaria, cada una de las cuales han apostado siempre por la autogestión social, el apoyo mutuo y la horizontalidad. Por otra parte, el anarquismo es ferozmente antiautoritario, por que no hay cabida para la explotación del trabajo ajeno, que tanto gusta a esta gentuza bien vestida de engañosa retórica.

Recuerdo ese chiste gráfico del genial El Roto, tal vez en homenaje consciente o inconsciente al bueno de Proudhon, que rezaba que los que más defienden fervorosamente la propiedad privada son los que más roban. Efectivamente, y si hay una institución que proteja con ahínco el privilegio y la propiedad privada (de unos pocos) ese es papá Estado, por mucho que nos lo quiera presentar cierta izquierda solo con su cara protectora. Los anarquistas clásicos ya insistían en ello, y tal vez no podemos dejar que la confusión posmoderna nos haga mirar a otro lado: la antítesis gobernante/gobernado constituye el correlato de la de propietario/desposeído (cito sin ánimo de literalidad, por supuesto, y añadiendo algún vocablo de mi cosecha). Milei, y tantos otros representantes del peor rostro del liberalismo, se afanan en esgrimir la libertad frente a una supuesta izquierda totalitaria. El anarcocapitalismo, insistiré, es una vulgar mistificación, pero incluso en sus propuestas teóricas de supuesta desaparición del Estado solo quieren poner sus instituciones coercitivas, policía y justicia, en manos privadas (quizá algo no muy distinto de las oligarquías políticas disfrazadas de democracias que sufrimos). Seguramente, yo mismo entro en el terreno de la confusión cuando señalo a esta gente de ultraliberales, ya que hablamos de unas ideas (las liberales) más bien poliédricas, justo es decirlo. De hecho, el propio anarquismo, el de verdad, el que apuesta por la solidaridad como pieza irrenunciable de la libertad, asumió ya hace tiempo todo lo bueno que tenía el liberalismo.

 

Juan Cáspar

martes, septiembre 26

El origen capitalista de la caza de brujas

 

 

¿En qué piensas cuando piensas en una bruja? Seguramente te venga esa imagen tradicional de una mujer anciana, con la nariz ganchuda y muchas verrugas, arrugada y retorcida, con una mano extendida hacia ti que parece más de águila que humana.

Las ideas sobre lo que es una bruja no han cambiado demasiado desde el origen del mito, allá en la Edad Moderna (¡no, no en la Edad Media!). Entonces decían que las brujas comían niños, y su imagen se sigue usando para asustar a los más pequeños. Decían también que las brujas robaban la virilidad a los hombres, y que eran cónyuges del demonio. No son pocas las representaciones actuales de estas mujeres temibles que juegan con esa misma idea: las brujas son las femmes fatales que seducen al hombre hasta llevarle a su perdición, mujeres atractivas que de repente se convierten en ancianas desfiguradas.

Y, sin embargo, si estudiamos la figura histórica de la bruja, nos damos cuenta en seguida de que, ante el estereotipo social, es difícil crearse una idea clara de cómo debían ser. Y es que el único punto en común que tienen las vidas de las mujeres asesinadas por presunta brujería es que eran mujeres incómodas. Mujeres que no tenían un hombre a su lado, mujeres que poseían amplios conocimientos, o mujeres que molestaban por una u otra razón. Entonces, ¿de dónde salió la imagen de la bruja al estilo Blancanieves?

Resulta que la propaganda es muy poderosa y nos convence de ideas que se alejan kilómetros de la realidad. Si una no se interesa por la historia de las brujas (que no es ningún mito, sino Historia de las mujeres, Historia con mayúscula), puede aún creer que la caza de brujas fue un fenómeno de histeria colectiva originado por la superstición. Quizá se apiade de las mujeres torturadas, quemadas y ahogadas con la distancia que otorga el tiempo. Si una no rebusca un poco, no comprenderá la profunda injusticia que se nos hizo con la caza de brujas y que sigue vigente a día de hoy.

Porque no. La caza de brujas no fue fruto de la histeria. No había masas de personas enfurecidas agitando antorchas ante la puerta de las sanadoras del pueblo. Había un sistema muy cuidado de juicios y ajusticiamientos defendido por la Iglesia, sí, pero sobre todo por el Estado.

¿Qué interés podía tener el Estado en asesinar a tantas mujeres? Gran pregunta con truco. Porque no había solo un interés, había muchos. Y dos de estos intereses hacían necesario que fuesen mayoritariamente las mujeres, y no los hombres, las que pagaran en esos tiempos de represión.

Europa había pasado por unas epidemias que habían diezmado la población. Necesitaban muchas vidas nuevas para tener suficiente mano de obra para mantener un sistema que justo entonces estaba pasando del modelo feudal al modelo capitalista. Si bien el aborto en aquellos tiempos tampoco se veía como algo demasiado positivo, no existían leyes que lo regulasen. Las mujeres se encargaban de gestionar su embarazo en privado, con las matronas de cada núcleo de población. Pero si las mujeres podían elegir cuándo llevar a término un embarazo y cuándo no, significaba que estaban naciendo menos niños de los que potencialmente podían nacer. Con lo cual, ¿por qué no señalar y demonizar a las mujeres que ayudaban a otras a controlar su fertilidad (o a las que abortaban) y así forzar a las mujeres a tener descendencia aunque no quisieran? Las brujas no comían niños, no, pero evitaban que naciesen. En otras palabras, durante la caza de brujas, perdimos el control de nuestros cuerpos.

El otro factor por el que fueron las mujeres las receptoras de un odio desmedido fue la (re)distribución de las tierras comunales. En la época feudal, existían tierras comunales, es decir, tierras de todos y de nadie. Muchos campesinos, especialmente aquellos empobrecidos por la expropiación de las tierras durante la transición al capitalismo, dependían de estas tierras para su supervivencia, puesto que podían obtener sustento de ellas y crear comunidad. Las mujeres del campo tenía menos derechos sobre la tierra y menor poder social y económico. Por eso, ellas eran especialmente dependientes de estas tierras comunales y, cuando pasaron a ser propiedad privada, como dice Silvia Federici en su ensayo Calibán y la bruja, “esto perjudicó particularmente a las mujeres más viejas que, al no contar ya con el apoyo de sus hijos, cayeron en las filas de los pobres o sobrevivieron del préstamo, o de la ratería, atrasándose en los pagos”. Precisamente por el especial interés de las mujeres en las tierras comunales, estas participaron activamente en motines y protestas para evitar su privatización, algo que iba en contra del poder, y también del presunto rol más sumiso que las mujeres debían ejercer ya en esa época.

Con la privatización del suelo la subsistencia se hizo más difícil para todos los campesinos. La sensación de comunidad se debilitó sustancialmente, haciendo que el resquemor creciera y que, en lugar de unirse contra los poderosos como habían hecho antes, se dieran la espalda, acusándose entre sí de brujería.

En resumen, las cartas estaban en contra de las mujeres, especialmente de las que más encajan en la imagen tradicional de bruja: mujeres mayores que no se dejaban amedrentar y se defendían de la embestida capitalista y misógina que vivían. Debido, al menos en parte, al silenciamiento de las mujeres, las ideas capitalistas de la explotación de las tierras proliferaron. La eliminación de las tierras comunales, utilizadas y cuidadas por todos, se hizo efectiva.

No se puede negar que la sociedad sería profundamente diferente ahora si, en lugar de habernos vuelto en contra de las brujas, hubiésemos seguido luchando en contra del poder. Quizá nuestra relación con la naturaleza sería de mutuo cuidado, y no de explotación descontrolada que nos aliena y nos lleva de camino a la destrucción de nuestro planeta.

 

Clementine Lips

sábado, septiembre 23

Insomnio


 

A las tres de la madrugada

esas habitaciones con luces encendidas

gente currando

o

gente desvelada

supervivientes

prisioneros de un tiempo que nos les pertenece

la constatación

de la victoria de un sistema

donde no importa el ser humano

gente

sin posibilidad de brillar con luz propia

arrastrando otra derrota

antes de empezar el día

 

José Pastor

miércoles, septiembre 20

Sapiens (o no tanto)

 


Hace unos años, un libro resultó muy vendido (vamos a presuponer que, también, muy leído) con ese pretencioso título, Sapiens. De animales a dioses. El autor era un tipo israelí, creo que historiador, Yuval Noah Harari. El caso es que, recientemente, alguien que me aprecia me regaló la obra y uno, a pesar de la desconfianza manifiesta hacia todo best-seller en la sociedad del consumo fácil, tiene la sana costumbre devorar toda lectura que cae en sus manos. Veamos. La tesis central del libro es que el homo sapiens acabó dominando el mundo gracias a su capacidad para crear grandes ficciones (léase mitos como los dioses, las naciones o incluso el dinero) y hacer que gran número de personas crean en ellas para crear estructuras sociales de todo tipo. No todas esas estructuras nos gustan, por supuesto, pero podríamos interpretar que cualquier sociedad es posible si nos empeñamos en que lo que mueva al mundo sea algo medianamente decente (no es el caso actual). Hay también en la obra de Harari algunas lugares comunes, como el hecho de que el llamado homo sapiens ha acabado devastando a su paso a otras especies en el momento en que llegó la agricultura, los asentamientos y se reprodujo de manera indiscriminada. Uno se pregunta cómo es posible que fanáticos en la actualidad adviertan sobre los peligros de la falta de natalidad, sustentada principalmente en esa estupidez de la puesta en peligro de la familia tradicional, cuando sobra gente por todos lados y no todo el mundo tiene unas condiciones dignas de existencia. Se trata de que los que estamos vivamos mejor, no de que sigamos trayendo desgraciados a este cuestionable mundo. Pero, volvamos con la obra en cuestión.

Me gustó de la misma que pareciera desprenderse que es posible la cooperación entre grandes comunidades humanas gracias a determinados factores, por muy ficticios que quieran presentarse, pero no tardé mucho en comprender que el asunto tenía trampa. A pesar de las críticas de Harari a la especie humana y sus métodos, se desprende de su tesis una visión lineal y determinista de la historia; podemos criticar al Estado-nación y al capitalismo, la civilización a la que hemos llegado, pero es lo que hay y estamos seguramente abocados a estructuras jerarquizadas con gran número de papanatas creyendo en mistificaciones. Lo he expresado de manera un poco burda, pero para que se me entienda. Sin embargo, como a uno le gusta compensar sus lecturas, me he lanzado presto a devorar otra voluminosa obra, que se publicó más recientemente. Se trata de El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad, del antropólogo David Graeber y del arqueólogo David Wengrow. Los autores afirman las diversidades de las primeras sociedades humanas para criticar esas visiones populares y lineales, como la de Harari, herederas de la Ilustración, que observan la historia desde el primitivismo hasta la civilización.

De esa manera, en el pasado ha habido muy probablemente, debido a los datos expuestos, grandes estructuras políticas descentralizadas sin que ello sea posible solo bajo imperios y estados. Del mismo modo, se echa por tierra el mito del contrato social, ya está fundado en Hobbes o Rousseau, ya que no existe una única forma original de la comunidad humana. Si a menudo se nos ha dicho que la llegada de la agricultura y la propiedad privada sentó las bases para desigualdad social o que los asentamientos condujeron a la pérdida de libertades sociales y al surgimiento de élites gobernantes, Graeber y Wengrow argumentan que eso resulta más que cuestionable. A lo largo de la historia, se han producido estructuras autoritarias y jerarquizadas, lo mismo que se han dado sociedades sin clases dirigentes y con sistemas políticos igualitarios. Con ello, no podemos más que cuestionar el Estado como el culmen de la civilización, más producto de la conquista que de la evolución social, y poner en cuestión su monopolización de la violencia o el control de la información por parte de unos pocos o el paradigma de la competencia como motor económico. La gran pregunta es cómo podemos recuperar la flexibilidad y creatividad política que en algún momento se han dado en las sociedades humanas para dar formas a nuevas formas de organización social en la actualidad. Por cierto, desde que David Graeber falleció en 2020, en plena crisis sanitaria, el mundo es un poquito más triste. Pudo dejarnos esta última obra coescrita con David Wengrow que, con seguridad, no venderá tantos ejemplares como la de Harari, al exigir un mayor esfuerzo innovador e intelectual.

 

Juan Cáspar

domingo, septiembre 17

Cory Doctorow: “La ciencia ficción desafía lo inevitable y plantea que podríamos hacerlo de otra manera”

 

En ‘Walkaway’, el escritor Cory Doctorow presenta a unos personajes que viven una alegoría sobre el potencial de la cooperación para imaginar, frente a amenazas y coacciones, un mundo alternativo al margen de aquello preestablecido como inevitable


Cory Doctorow es autor de ciencia ficción, ensayista y activista, esferas todas ellas conectadas en su trabajo por una especial dedicación a las dimensiones políticas y de los derechos civiles en la tecnología. Docente e investigador de varias universidades en Estados Unidos y Gran Bretaña, su obra literaria ha sido reconocida con los premios Locus, Prometheus, Copper Cylinder, White Pine y Sunburst, además de haber sido nominado a los Hugo, Nebula y British Science Fiction. Su novela Walkaway, publicada por Capitán Swing con traducción de Enrique Maldonado Roldán, propone un futuro esperanzador por medio de un movimiento, el de los andantes [walkaways], que ha decidido dar la espalda a una sociedad marcada por la corrupción e ignorante al cambio climático y la desigualdad rampante, para ocupar los territorios abandonados del mundo postindustrial. Al abandonar la sociedad “por defecto”, los personajes de Doctorow en Walkaway transitan una alegoría sobre el potencial de la cooperación para imaginar, frente a amenazas y coacciones, un mundo alternativo al margen de aquello preestablecido como inevitable.

Walkaway se presenta como una novela utópica dentro de un mundo dominado por una distopía climática. Mencionas una serie de figuras como fuentes de inspiración durante el proceso de escritura en lo que respecta a la esperanza, la empatía y el altruismo. Una de ellas es Rebecca Solnit.

Sí, su libro Un paraíso en el infierno es sobre la realidad de las crisis. Ya sabes, hay un tipo de historia sobre las crisis que se repite a menudo en la ciencia ficción y que plantea que, cuando las cosas van mal, las luces se apagan y tus vecinos vienen a por ti a comerte. Lo que Solnit muestra como historiadora en su libro, que consiste en una investigación minuciosa de fuentes primarias sobre desastres, es que para la mayoría, cuando ocurre uno de esos desastres, se detiene esa queja que todos sentimos, como una especie de zumbido continuo de fondo. Entonces, tenemos una especie de silencio tañido en el que, con cierta claridad, nos damos cuenta de que, sea lo que sea lo que nos pase con nuestros vecinos, estamos encerrados en un sistema de dependencia y obligación mutua, y no es el momento en el que vamos a su casa a comérnoslos. Es el momento en el que tus vecinos vienen con toda la comida del congelador para hacer una gran barbacoa, porque de lo contrario se va a echar todo a perder, ya que las luces se han apagado porque se ha ido la electricidad. Es algo hermoso, pero gran parte de la ciencia ficción, incluidas obras que he escrito, adopta el tipo de enfoque perezoso con la intención de impulsar la trama, en la que, con el desastre, llueve el caos y demás. Yo creo que hay una trama mucho mas interesante en una historia en la que la crisis precipita un esfuerzo de buena fe y buena voluntad para mejorar las cosas, pero ese esfuerzo se ve obstaculizado no por la venalidad o la maldad, sino más bien por un legitimo desacuerdo entre personas que realmente quieren mejorar las cosas, pero no están de acuerdo en cómo debe hacerse. Es mucho mas trágico tener una pelea con la gente que amas, que termina con un desacuerdo duradero, que tener un desacuerdo con la gente que no te gusta. ¿Porque a quién le importa no estar de acuerdo con la gente que no le gusta? Cualquiera que haya vencido en una discusión durante una cena de Navidad sabe que lo único peor que perder una discusión en Navidad es ganarla, porque entonces tienes una fractura con la gente que te importa que puede llegar a durar para siempre.

Otra de esas referencias que mencionas es Thomas Piketty.

En el caso de Piketty se trata de un autor que hace un estudio muy interesante sobre la desigualdad, que no es sólo injusta, sino también peligrosa y desestabilizadora. Centra su argumento alrededor de los programas sociales y los impuestos, al tiempo que expone la voluntad de los ricos y poderosos en invertir parte de su riqueza y sembrar su influencia en el resto de nosotros, para que la desigualdad sea percibida como parte de nuestro propio interés. Piketty muestra que el problema de la acumulación y la avaricia no es solo que sean cosas injustas, sino que desestabilizan a la sociedad, porque, ¿para qué defenderías a una sociedad que no te defiende a ti, que no tiene nada que ofrecerte? ¿Por qué no mejor vestir un chaleco amarillo o hacer cualquiera de las otras cosas que realmente asustan a los ricos? Para Piketty, los ricos comprenden que hay una especie de entendimiento tácito, según el cual pueden o pagar impuestos o gastarse el dinero en guardias para evitar que la gente construya una guillotina en su jardín. Y hay un punto en el que realmente es más barato pagar tus impuestos y dejar que construyan hospitales, que pagar a los guardias para que estén en tu jardín con ametralladoras. El asunto sobre la tecnología que he sacado del trabajo de Piketty se refiere a la posibilidad de que la tecnología haga más barato detener las guillotinas, porque es tan fácil espiar y controlar a la gente que, si dispones de mucha de esa tecnología, se puede ser mucho mas codicioso sin preocuparte de las guillotinas. Ya no es necesario tranquilizar a la gente compartiendo, siendo amable y justo. Gracias al trabajo de Piketty me quedó bastante claro en el momento en que escribí el libro, pero incluso más ahora, que los ricos, si bien individualmente saben que son incapaces de disciplinarse a sí mismos de forma colectiva, están encerrados en su propio dilema del prisionero que hace que el resto estemos inmersos en esta crisis amenazante.

La tercera influencia que destacas es la de David Graeber.

Graeber fue un gigante, un gran pensador al que conocí y que fue mi amigo. Su libro En deuda recorre un largo camino para explicar qué es el dinero y para qué sirve. Como Graeber demuestra, nunca hubo un momento en el que el dinero surgiese espontáneamente, para que por ejemplo los granjeros intercambiaran un pollo y una vaca, sino que fue creado por los Estados para lubricar y movilizar el capital social con el objetivo de cumplir sus fines públicos. Y a veces esos fines públicos fueron terribles. La primera moneda, por ejemplo, fue acuñada por reyes de la Edad de Bronce que conquistaron otros países y querían obligar a los agricultores a alimentar a los soldados que los custodiaban. Así que lo que hacían los reyes era pagar a los soldados en monedas y luego cobraban impuestos a los campesinos también en monedas, con lo cual, para que los campesinos pagaran sus impuestos tenían que conseguir monedas de los soldados, y por ello debían vender su comida a estos.

En última instancia, esto indica que la historia que los conservadores de extrema derecha se cuentan a sí mismos sobre la sociedad, que emerge espontáneamente a partir de contratos libres entre individuos, simplemente no es cierta. La sociedad es siempre un esfuerzo colectivo y no una serie de esfuerzos individuales, y esa es una lección muy importante del libro.

Dedicas el libro a Aaron Swartz y Erik Stewart, que entiendo que también fueron figuras relevantes para tu trabajo.

Aaron y Erik fueron dos queridos amigos que murieron demasiado jóvenes. Ambos eran activistas radicales y nunca estuvieron dispuestos a aceptar la sociedad tal y como era: siempre estuvieron interesados en exigirle lo que podría ser. Y ese es el proyecto de los andantes. En definitiva, esas cinco influencias combinadas —Solnit, Piketty, Graeber, Swartz y Stewart— son las que constituyen la historia de este libro.

La historia se desarrolla en un contexto marcado por dos cuestiones clave entrelazadas: el cambio climático antropogénico y la segregación de clase. ¿Cómo concibes la relación entre clima y clase en tu obra?

Lo primero que tenemos que entender es que una buena política para una civilización técnicamente funcional requiere de una relativa igualdad entre los participantes, por lo que si hay un pequeño número de personas muy ricas, cuando llega la hora de cuestiones políticas como la forma en que debemos gestionar nuestro carbono, esas personas simplemente se presentan y compran su plaza en la cabeza de la fila y el juicio que les es útil a expensas de todos los demás. Por ello, los más ricos son incompatibles con un buen futuro climático, ya que este afecta a su posición de privilegio. Si el 1% es dueño del 99% del capital, cualquier sacrificio necesariamente les afectará.

Esto es algo que Piketty señala a propósito de las guerras mundiales, ya que, aunque fueron peleadas por gente trabajadora, la destrucción de capital afectó mayormente a los ricos. El capital de la gente trabajadora no sumaba casi nada comparado con el capital de los ricos, que poseían casi todo. Y ahora, cualquier cambio que hiciéramos para evitar la emergencia climática, afectaría desproporcionadamente a la gente rica, porque ellos tienen todos los recursos que necesitamos para hacer esos cambios. Ellos controlan los recursos, por eso creo que los dos asuntos, clima y clase, nunca pueden separarse. Si hubiéramos tenido una emergencia climática que afectara sobre todo a los ricos, tal vez no habríamos sufrido la inacción climática que vemos en los ricos. Sin las enormes ganancias de las compañías petroleras, nunca habríamos dejado que los problemas climáticos empeoraran tanto año tras año, década tras década, hasta que estuviéramos al borde de la catástrofe total. Si estas compañías no dispusieran de las fortunas gigantescas de las que disponen, no habrían sido capaces de comprar las decisiones y voluntades políticas que les permitieron amasar una fortuna aún mayor.

Nuestro sistema social, basado en el crecimiento constante dentro de un mundo finito, está tensionando y sobrepasando cada vez más los límites planetarios. Walkaway se sitúa en un mundo de postabundancia, en el que organizar la escasez conduce a soluciones alternativas. ¿Qué podemos esperar de la actual organización de la escasez en un mundo con amenazas crecientes, declive material y energético, con desigualdades cada vez mayores? ¿Dónde debemos buscar la esperanza?

Es curioso, porque tengo otro libro que saldrá en noviembre llamado The Lost Cause [La causa perdida], que está en la línea de Walkaway, pero ambientado durante la crisis, no después de ella. Se trata de un momento en el que la gente se enfrenta a la crisis, lo que implica proyectos a gran escala como reubicar las ciudades costeras del mundo veinte kilómetros hacia el interior. Gran parte del material para llevarlos a cabo se hace aprovechando oportunidades en las que, cuando el sol brilla, por ejemplo, la fábrica se enciende sola, pero cuando el sol se oculta detrás de una nube, todo el mundo recibe un mensaje de texto que dice: “Oye, es hora de irse de fiesta”. Es decir, tienen un mundo tanto de ocio como de abundancia en medio del mayor desafío al que la raza humana se haya enfrentado jamás. El libro trata de la contrarreforma, de lo que sucede cuando los capitalistas y las milicias nacionalistas blancas deciden hacer añicos este futuro, y que esa utopía sea una distopía. La idea central hace un guiño a Walkaway y a lo que han llamado “socialismo de biblioteca”, que se refiere a que, en lugar de dar a cada uno de todo, incluyendo las cosas que casi nunca se usan, solo dispondremos de lo suficiente, pero que siempre está a disposición. Se podría decir que se trata de estocásticos. Por ejemplo, a pesar de que nadie sabe exactamente dónde hay un taladro, siempre hay un taladro al alcance de la mano si lo necesitas para hacer un agujero en la pared, pero no tenemos que tener todos un taladro en su cajón que solo utilizamos dos veces al año. Porque ese taladro que cada uno de nosotros poseemos es barato y está muy mal hecho, porque es racional que así sea si solo vamos a hacer dos agujeros al año, pero es tan malo, tan feo y tan difícil de reparar que es una vergüenza, y el hecho de tener que renunciar a un cajón entero de nuestra mesa para guardar ese taladro estúpido para usarlo dos veces nos hace más pobres, no más ricos. Soy más pobre porque soy dueño de ese taladro, y sería más rico si hubiera un taladro maravilloso, diseñado para degradarse con elegancia entre el flujo de materiales, que fuera fácilmente reparable mientras sea utilizado y dispusiera de un sistema de telemetría, que aprendiera más cada vez que alguien lo usa y mejorase el siguiente uso que se hiciera de él. De esa manera, yo sería más rico porque tendría menos.

Se propone que, de este modo, en realidad terminaríamos con más abundancia material y, en la práctica, una vida mejor, porque en lugar de poseer cosas, las usaríamos. En ese caso, con una asignación más eficiente de los bienes, se puede conseguir que cada persona se sienta más rica, incluso a medida que usamos menos materiales y retraemos nuestro impacto sobre los límites planetarios. Quizá Walkaway se hace algo más difusa a ese respecto y The Lost Cause realmente llega mejor ahí.

Uno de los temas clave del libro es la contradicción entre la propiedad y los derechos, que se da, por ejemplo, en el choque entre el derecho de propiedad y los derechos humanos. El movimiento de los andantes hace hincapié en la idea de que el valor humano debe ligarse a nuestra condición de humanos como tal, y no derivarse de ningún tipo de patrimonio o basarse en la propiedad. ¿Cómo te aproximas a este conflicto entre propiedad y derechos en tu trabajo?

Hay algo que los liberales dicen mucho: “No sé lo que realmente significan la izquierda y la derecha. ¿Acaso significan algo hoy?”. Dije una vez eso delante de un amigo, un escritor radical de ciencia ficción llamado Steven Brust, y él me dijo: “No, no lo entiendes. La definición de izquierda y derecha se estableció durante la Revolución Francesa y nunca ha cambiado desde la época de la guillotina. Pregúntale a alguien si cree que los derechos de propiedad son más importantes que los derechos humanos. Si dice que los derechos de propiedad son derechos humanos estará en la derecha y si dice lo contrario, estará en la izquierda”. Esta es una de las cosas que distingue a los liberales de los izquierdistas.

Cualquiera que haya leído o visto Los miserables sabe lo que significa, porque en ella hay este conflicto entre el derecho a no morir de hambre y el derecho del panadero a cobrar una barra de pan. La ley francesa dice que debes morir de hambre en lugar de robar la barra de pan, pero con el levantamiento se dice que no, porque morir de hambre tiene más importancia que asegurar que el panadero cobre su barra. Ese es el quid de muchas de nuestras luchas. Piensa en España, después de la crisis de la vivienda, cuando había tantos desahucios ejecutados y tantas casas vacías, y, sin embargo, a pesar de que había tanta gente que necesitaba casa, vimos cómo desde la economía, que es nominalmente un sistema para hacer que todos estemos mejor, se decía que no puedes mudarte a una de esas casas, porque deben dejarse vacías incluso si acaban pudriéndose y llenándose de moho. Había una hoja de cálculo que decía que la casa tenía que quedarse así, vacía hasta que se pudriera, condenada a pesar de que todos sabíamos la razón por la que no debería estarlo. Eso es lo que los andantes tratan de cambiar. Viven en un mundo donde la emergencia climática ha causado tanta destrucción, que grandes franjas del planeta están vacías, pero llenas de cosas que podrían ser utilizadas para vivir. Y, sin embargo, no pueden utilizarse porque la hoja de cálculo dice que no se puede. Cuando eso sucede, tienes esta división que es tan antigua como la de Los miserables, y, ante ella, los andantes dicen: “Vamos a tomar la basura, la tierra envenenada y construir el paraíso”.

Cuando algún rico extraño se presenta y reclama su tierra envenenada con su basura, exigiendo que se vayan antes de que surja una Revolución Francesa, los andantes simplemente dejan que ese rico extraño tenga su basura y, como disponen de la tecnología que les permite construir algo diferente dondequiera que estén y no hay escasez de basura y tierras envenenadas, encuentran otro montón dea basura y otra tierra envenenada y empiezan de nuevo. Así que eso es lo que hacen: se marchan [walk away].

En tu trabajo, la tecnología aparece como un campo en disputa, que puede conducir tanto a la alienación como a la emancipación. Estamos asistiendo a un creciente debate en la opinión pública sobre la inteligencia artificial, algo que también aparece en tu libro. ¿Cómo ves el papel de la tecnología en los conflictos relacionados con la organización social, también en lo relativo a las crisis ecosociales en las que vivimos?

No se trata de una predicción, sino de una esperanza, o quizá incluso de un plan, pero creo que si vamos a sobrevivir, lo haremos porque reconocemos que tenemos intereses comunes. Es decir, si a ti te preocupa la emergencia climática y a mí la desigualdad y a otros los monopolios y demás, en realidad a todos nos preocupa lo mismo: nos preocupa la injusticia que surge de la desigualdad, la imposibilidad de crear una buena sociedad partiendo de una tan desigual como la nuestra. Si podemos reconocer que tenemos una causa común y podemos organizarnos entre nosotros para hacer algo al respecto, podríamos ser imparables. Porque hay tanta gente que sufre bajo todo tipo de formas de desigualdad y corrupción, que la única manera en que podremos ser capaces de hacer una causa común es si disponemos de herramientas de organización, y esas herramientas de organización van a ser digitales. Esta es la razón por la que he estado involucrado en los derechos humanos digitales durante veinte años. No porque crea que la tecnología digital es más importante que otras luchas, como la igualdad racial, de género, los derechos laborales o la lucha por el clima, sino porque creo que el mundo en el que vamos a luchar por esos derechos es el campo de batalla técnico, es el campo de batalla donde nos encontramos unos a otros, nos comunicamos unos con otros, nos coordinamos y pasamos a la acción. Así pues, mi esperanza está depositada en la construcción de tecnologías federadas, que están surgiendo ahora mientras Twitter se desintegra, y que estarán realmente centradas en los usuarios, diseñadas alrededor de las necesidades de la gente que las utiliza, y que posibilitarán ese tipo de causa común que, a su vez, dará pie al cambio que necesitamos.

¿Cómo entiendes el papel de la escritura de ficción contemporánea, y especialmente el de la literatura de ciencia ficción, ante las crisis ecosociales combinadas con que convivimos en la actualidad?

Si eres un matón, un dictador o un corrupto, tu arma más poderosa es ofrecer la sensación de que lo que estás haciendo es inevitable. Margaret Thatcher decía que “no hay alternativa” [There is no alternative o TINA], lo que en realidad eras solo otra manera de decir que se dejarae de pensar en una alternativa. Déjame que te cuente una historia. Estaba caminando con un amigo en la conferencia de South by Southwest en Austin cuando miré a un lado e hice contacto visual con una persona que estaba en un stand. Como me había oído decir algo acerca de las cadenas de suministro, el tipo del stand me preguntó si podía hablarme de la empresa que representaba, pero vi la palabra “blockchain” por ahí y dije que no. Entonces, el tipo me empezó a explicar que estaban utilizando “blockchains” para ayudar a mejorar la cadena de suministro de Río Tinto, la compañía multinacional minera, así que le dije que no quería oír nada de eso y que Río Tinto eran criminales de guerra. Entonces me dijo: “Bueno, veo que tu chaqueta tiene una cremallera. ¿De dónde crees que sale el metal para esa cremallera?”. Esa es la historia de lo inevitable, de que si quieres cremalleras tienes que tener niños esclavos o, en la versión de Mark Zuckerberg, si quieres hablar con tus amigos, tienes que ser espiado. Pedir redes sociales sin espionaje es como pedir agua que no moje. Es como si fuera pedir un imposible. Pero lo que hace la ciencia ficción es desafiar lo inevitable. No predice, sino que cuestiona. Plantea que podríamos hacerlo de otra manera. Tal vez no lo hagamos, tal vez no deberíamos, pero podríamos.

La forma en que hacemos las cosas ahora no es resultado de que sepamos que es la única manera de hacer las cosas. No bajó ningún profeta del monte con dos tablas de piedra y dijo: “No debéis hacerlo de otra manera”. Por el contrario, podríamos hacerlo de otra manera en el futuro. Eso es lo que hicieron los luditas. Los luditas no estaban enfadados con las máquinas, sino porque sus jefes tenían máquinas tan fáciles de usar hasta para un niño, que despidieron a los trabajadores adultos y fueron a los orfanatos de Londres, secuestraron a los niños cuyos padres habían muerto en las guerras napoleónicas y los esclavizaron en las fábricas con contratos de diez años, y ahí fueron mutilados, golpeados y asesinados. Los jefes dijeron eso: “Bueno, si quieres medias, tienes que dejarnos asesinar niños”. Pero los luditas pensaron que en realidad se podía imaginar la producción de medias sin asesinar niños y que, incluso si se hacían con las máquinas, se tenían que hacer en colaboración con los trabajadores, en lugar de deshacerse de ellos. Lo importante no es lo que hace esta máquina, es para quién lo hace. Por eso, la ciencia ficción dice que podríamos tener un mundo muy diferente al mundo en el que vivimos ahora. No hay nada decidido sobre los acuerdos sociales a que hemos dado forma nosotros mismos. Podrían ser diferentes. Y lo que nos va a sacar del cambio climático es la comprensión de que podría haber algo distinto que esto que tenemos.


jueves, septiembre 14

El suicidio es el ibuprofeno de nuestra generación

 


El capitalismo deforma y maltrata nuestra psique violentándonos y sometiendo nuestras mentes. Cada vez con más frecuencia en nuestros ambientes sociales nos percatamos de la realidad del suicidio de amigas y compañeras. Una realidad en la que vislumbramos hilos conductores vinculados entre sí por los que, al menos la juventud, opta por quitarse la vida como una salida aceptable. Es decir, claro que siempre existen motivaciones personales y que tienen que ver con situaciones particulares, pero incluso en ese sentido se pueden establecer rasgos estructurales y de dinámica social. La juventud estamos viendo ante nosotras cómo estamos inmersos en una grave crisis cultural y social a nivel global, la cultura occidental depredadora en total decadencia y sin alternativas ni futuro, no como una cuestión particularizada.

Este año pasado hemos vivido de cerca varios intentos de suicidio de varias personas conocidas y muy queridas. Y nos percatamos rápidamente que todas tienen en común un origen sistémico; vivimos al límite de nuestra salud mental y en continuada precariedad económica. El sistema nos permite aparentemente cualquier libertad siempre y cuando no cuestionemos nuestra identidad como consumidores, y eso repercute en no tener otras identidades sociales más saludables, que nos hacen caer en depresiones crónicas y, además, pensando que somos culpables de nuestras desgracias. Convivimos con traumas arrastrados de una generación de adultos que nos llama de cristal pero que ellos mismos no supieron combatir convenientemente, y nos los han heredado a nosotras sin cuestionarse nada en absoluto. Nos han heredado también vidas de explotación camufladas bajo el sacrificio laboral, y es que las familias no resultan un apoyo muchas veces, pero tampoco debemos abandonar esa entidad social en manos de las ideologías conservadoras, ante nosotras tenemos un camino para desarrollar otras estructuras básicas de cooperación, sostenimiento material y emocional.

Vivimos inmersos en una sobremedicalización furibunda con el único objetivo de ser productivos y útiles; nuestra función social se mide solo en que seamos buenos consumidores y productores.


La industria farmacéutica se enriquece de manera multimillonaria a costa de mantenernos continuadamente en el abismo tanto física como psicológicamente. Con ese telón de fondo estructural, por eso afirmo que la necesidad de buscar una salida en el suicidio no es meramente individual, es social, solo que además nos lo venden como si fuera una cuestión individualizable.

La doctrina del shock que nos han aplicado a través de medidas coercitivas y miedo en los años de la pandemia, unas dinámicas enloquecedoras pero rentables, tienen como consecuencia la pérdida de objetivos vitales claros, de creatividad y de pasiones humanas. Nuestros sentimientos están exclusivamente en los límites del marco sistémico, es decir, que pensamos y sentimos dentro del relato único del capitalismo. Todo está delimitado y organizado bajo su percepción social de máximo rendimiento de beneficios y explotación humana. A mayor shock, habrá una mayor docilidad; una predisposición más afinada a aceptar normas sociales autoritarias aunque vayan en contra de nuestros intereses como comunidad.

A mayor caos mental, mejor contexto general para aceptar que a través del consumo (ocio sobrestimulante, envenenado y efímero, productos de eterna belleza y recordándonos que nunca somos perfectos, bienes con los que se nos promete una felicidad vacía) encontraremos una vida mejor inalcanzable, cuando lo que encontramos es más vacío. Nuestra indolencia tiene un origen en el sistema, y duele demasiado levantarse cada mañana sintiendo que solo servimos para alimentar esa bestia.

A mayor caos y shock, menor crítica desde lo colectivo, vemos los problemas como algo individualizado; generamos menor conciencia común y por lo tanto representamos un menor peligro porque no abordaremos estrategias para subvertir esa situación, es decir, para poner fin a los privilegios de unos pocos. Si mantienen un nivel de caos latente, siempre pueden construir la ficción de vender una solución; y de eso se trata de manera continuada… de que el consumo no decaiga aún a costa de nuestras vidas, y hacer absolutamente de todo un producto consumible, incluso el propio colapso.

Frente a la barbarie, defendamos el activismo y la militancia política con nuestras vecinas, amigas y familia, el amor de camaradería. La lucha codo a codo que logre llevarse como un vendaval las distopías que nos inocula el capitalismo es un motor, un objetivo vital y una nueva identidad que tiene el potencial de que vivamos y sintamos desde el sentido colectivo. Esa lucha común es el único camino para no encontrar en el suicidio una salida aceptable, una ofensiva que implique forjar alternativas reales a nuestras vidas y que merezcan la pena ser vividas.





lunes, septiembre 11

viernes, septiembre 8

Profundizar en el devenir de nuestras agriculturas y nuestros pueblos

 

Reseña del libro Ensayos de agitación rural, rehabilitar el campo vaciado, Ediciones El Salmón, 2022.

Con textos de: Corsino Vela, Miquel Amorós, Luis Del Romero Renau, Adrián Almazán Gómez, Itziar Madina & Sales Santos, Annaïs Sastre Morató, Isabel Vilalba Seivane, Okupilla de monte, Fruela Fernández y Pere López.

 

 Un boom mediático recorre la sociedad española anunciando a bombo y platillo que los pueblos se mueren y que se hace necesario tomar medidas urgentes para restablecer el desequilibrio demográfico. Pero el languidecer del medio rural ya lo anunció décadas atrás gente «trasnochada» que intuía que vaciar los campos para conquistar el progreso nos conducía a un camino sin retorno. 

Muchos años han transcurrido desde que muchas personas se oponían al delirio de la revolución verde y sus impactos sobre la agricultura y el medio rural. Fueron ridiculizadas por los crédulos de la economía de mercado, la industrialización, el alejamiento del ser humano de donde se produce la comida, la concentración humana en pocos núcleos urbanos y la idea del crecimiento ilimitado como la gran panacea.

Para legitimar las creencias de los reduccionistas del conocimiento, hubo que tocar a rebato desde los medios de comunicación para percatarse de que la España vaciada era un problema. Personas científicas, economistas, tertulianas, catedráticas de toda índole, activistas y conversas de las bondades del desarrollismo que negó la vida a los pueblos y sus culturas descubren de golpe y porrazo el problema de la despoblación rural y pronostican sin renunciar a la lógica del lucro cuántas son las oportunidades que ofrecen hoy los pueblos. Para llenar el vacío demográfico no se cortan en justificar las bondades del turismo de masas hacia el interior, los macroparques solares y eólicos, las macrogranjas, o el 5G para nuevos pobladores y pobladoras que conecta con la red y no con la comunidad. Siempre obviando las causas que condujeron al etnocidio campesino para dar vida al modelo del gran capital.

Y, entre tanta indignación que produce la manipulación mediática sobre al acontecer de los pueblos y donde se hace difícil encontrar grano entre la paja, nos topamos con Ensayos de agitación rural, rehabilitar el campo vaciado, una obra modesta y maestra, fruto de una reflexión colectiva entre gentes que huyen de la barbarie del progreso y vuelven al campo para abrazar la tierra y vivir con ella. Aquí, allá y más allá, se esparcen prácticas apegadas a los lugares, que a su modo se destacan por desmercantilizar, desestatalizar, desurbanizar sus vidas; en singular y en común, como nos indican a modo de síntesis.

Entre sus escritos colectivos sorprende el acertado diagnóstico, que desenmascara el porqué y el cómo se vaciaron los pueblos, profundizando en el origen fundamental de tal descalabro, como la mercantilización de la producción agropecuaria, la monetarización de las relaciones sociales y económicas y la proletarización del campesinado.

Amplían el concepto de ruralidad, pero identificando las diferencias entre los oportunistas y las oportunidades. El malestar de los pueblos no puede convertirse en la defensa de más autopistas, más trenes de alta velocidad, más conexión a internet, más turismo, o más macrogranjas; sino, más bien, en ejemplos vivos de que es posible vivir de otra forma a la que ofrece el capital industrial, con incesante necesidad de expropiación y de exclusión de los beneficios a la mayoría de la población mundial.

Ponen en valor el pensamiento salvaje, recuperar y rehabitar un mundo que fue nuestro y nos lo han arrebatado. Dicho pensamiento no hace distinciones entre elementos naturales y humanos, es una cosmovisión en la que van unidos y crean un órgano sociocultural integral: la comunidad que comparte tierra, semillas, agua, conocimientos, espacios para decidir sobre sus vidas sin necesidad de entregárselos a estamentos alejados de su realidad.

Por supuesto, no obvian la cuestión de la tierra como conflicto social, del que ya nadie quiere hablar y que se hace necesario abordar si queremos pueblos vivos. Sin acceso al uso de la tierra se hace difícil vivir en los pueblos, el recurso que permite la soberanía alimentaria se enfrenta a procesos acelerados de acaparamiento y privatización que lidera el agronegocio.

La agroecología para el abastecimiento alimentario es una realidad probada durante siglos, ahora mejorada con nuevas aportaciones que la agronomía social comparte con los campesinos y las campesinas del mundo. Se puede combatir la tragedia del hambre en el mundo sin necesidad del modelo agrícola del gran capital. Eso sí, nos dicen, dos grandes retos para el movimiento agroecológico están por cumplir todavía: la sostenibilidad personal, grupal y económica de la producción agroecológica, a la vez que los alimentos sean asequibles para todas las personas.
Las campesinas que plantaron cara al productivismo agrario y se negaron a desaparecer tienen en esta publicación un espacio para identificar sus luchas, las que en este momento son lideradas desde el movimiento global de La Vía Campesina, mujeres y hombres que se declaran en rebeldía contra el modelo genocida agroalimentario y agroexportador.

La okupación rural merodea por casi todas las páginas del libro, con propuestas brillantes y cargadas de mucha ilusión para transitar ante el grandioso reto de lo que supone rehabilitar el campo vaciado. El ímpetu revolucionario urbanita, aclaran, no tiene mucha costumbre de oír escuchando ni mirar viendo, porque está muy orientado a la acción-reacción. Una buena dosis de humildad es necesaria cuando aterrizas en un nuevo escenario. Muchas de las cosas que no entiendes o rechazas en un primer momento adquieren su sentido con el paso del tiempo… o no. 

Verdaderamente, Ensayos de agitación rural. Rehabilitar el campo vaciado es un buen material para seguir profundizando sobre el devenir de nuestras agriculturas y de nuestros pueblos, s

obre el futuro de quienes desean volver al campo y quienes nunca nos fuimos de él; y, sobre todo, una obra magnífica que afianza las razones de todas aquellas personas que seguimos creyendo que ser campesino es hermoso.


Jeromo Aguado Martínez

Pastor anticapitalista

https://www.soberaniaalimentaria.info 

martes, septiembre 5

De Madrid al infierno

 

El dicho poético “de Madrid al cielo” tiene un origen incierto y difuso. Hay diferentes ideas entre las cuales parece enraizar esta prosaica expresión clerical, aunque para algunos la que más peso pueda adquirir al parecer es la que se asienta sobre unos versos de Quiñones de Benavente. Pero no investigaremos aquí cuál es su génesis, más bien su contrario, desbrozaremos muy someramente porqué Madrid no conduce al cielo, sino al infierno.

Esta creencia popular respecto a esta ciudad según la percepción de los que aceptan la prosaica expresión es por extensión a que no falta nada en ella. Al ser la capital, supuestamente se abren todas las puertas profesionales pudiendo de este modo desarrollar también la necesidad personal de un proyecto vital, ya sea individual o familiar, por ende, se abren las puertas del presente y futuro. Asimismo, como añadido, se ofrece un amplio abanico de entretenimiento (más que cultural) inclusive el ocio nocturno, en este sentido, se despliega una inmensa oferta del narcótico en todas sus formas.

Pero que en esta ciudad se abra el horizonte del presente y futuro puede ser tan solo un espejismo. Ya en el siglo XVIII Madrid era la ciudad con más pobres del país a la que llegaban desde todo el territorio nacional debido a que es donde más ricos se asentaban. Vivir de la limosna era el destino de la mayoría excepto de los más afortunados que vivirían de la servidumbre domestica en alguna casa sirviendo a los ricos. Y  es que es muy dudoso que los ricos generen riqueza, más bien pobreza y servidumbre, y este tipo de Madrid se empeñan en hacerlo perdurar en el tiempo.

Desde que Madrid dejara de ser una villa para convertirse en la capital de España y otra gran urbe internacional, han cambiado numerosas veces las cosas, aunque siempre existió en ella una realidad común que no es precisamente armónica, más bien de tensión, dureza y peligros. Pobreza y represión social y política. Iremos descubriendo que por mucho que intentemos encajar la poética premisa “de Madrid al cielo”, ninguna avenida ni puerta de esta ciudad, ni siquiera la de Alcalá, conduce a dicho lugar, sino a su contrario religioso.

En el Madrid de nuestros días, las puertas al cielo se cierran no solo debido a que su realidad celeste sufre una aplastante contaminación atmosférica en continuo agravamiento. En las urbes ya hace mucho tiempo que desaparecieron las estrellas del firmamento debido a la contaminación lumínica y atmosférica. Si vas al cielo desde Madrid, siento decir vulgarmente que será porque te pongan anticipadamente un pijama de madera debido a los altos niveles de contaminación que a día de hoy superan por cuatro los límites establecidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), siendo una ciudad sancionada por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea por incumplimiento sistemático de los límites de contaminación legales. Científicamente se ha demostrado que el nocivo aire de Madrid, enferma y mata.

La realidad madrileña destruye tanto la visibilidad de la bóveda celeste como la salud y cualquier aspiración de vida razonable. La única puerta que dejan abierta a las clases medias y trabajadoras es la de la precariedad y sufrimiento. A estas clases no solo les enferma y mata la contaminación atmosférica, sino también la violencia económica, social y política que despliega contra ellas la dogmática ideología neoliberal que impera con afán continuista de preservar aquella pobreza y servidumbre. Es además la única ciudad europea donde venció y asentó el fascismo y no fue derrotado, y de aquellos lodos, estos barros. En Madrid, llevan siglos detestando, explotando y excluyendo a los pobres y trabajadores, aprovechándose de ellos, desarrollando políticas para que un proyecto vital sea inviable excepto para los ricos, y llevamos décadas viendo como esto se evidencia y recrudece nuevamente.

Madrid es, a saber, la ciudad de la inmigración nacional (y hoy también internacional), una ciudad levantada ladrillo a ladrillo por esclavos y obreros que duermen en extrarradios y votan a sus verdugos, los ricos que les explotan y niegan sus derechos y condenan a la pobreza, precariedad e indignidad perpetua.

En términos lógicos, podemos decir que la población madrileña viola sistemáticamente en las urnas el principio de no-contradicción negándose a sí misma haciendo del título de “ciudadano” una reducción al absurdo. (Aceptaremos como ciudad madrileña también su área metropolitana como ya no puede ser de otra manera).

El llamamiento a las masas a la ociosidad con el eufemismo de “libertad” no es más que el velo que enmascara la histórica oposición entre poder y pobreza, el poder que oculta y aísla a los pobres, la represión y violencia económica, social y política que ejerce contra ellos y a todo lo que se interponga a los intereses de los ricos. En resumidas cuentas, en Madrid se ha pasado directamente del absolutismo que se oponía a acabar con la esclavitud y pobreza y la mantenía con caridad y gestos de filantropía, a la dictadura franquista y actual dictadura neoliberal de los mercados que ejerce sofisticada represión y sostén con mismos fines.

A día de hoy no cabe duda que Madrid es una ciudad más sin esencia, sin alma propia. A no ser que señalemos el etnocentrismo provinciano y nacionalismo castellano como tal. Lo que evidencia la pobreza espiritual en la que está sumergida la ciudad. Tan solo es una gran urbe más de la globalización, unas, copias de otras, en la cual, los grandes capitales se han encargado de destruir la convivencia para implantar el mercado sin ley, y a esto, lo llaman “libertad”. Pero bien sabemos que sin “igualdad” no existe “libertad”, sino el privilegio para unos pocos de poder disfrutarla y la desgracia de la mayoría de tan solo poder soñarla atrapados en una vida de sufrimiento y miseria.

Es a los ricos a quienes Madrid una vez más abre sus puertas de par en par. En la ciudad actual sus céntricas avenidas son la constatación de que las personas no transitan ya por un espacio público para la vida humana, sino que transitan en masa por un espacio restringido para el negocio. Un obsceno parque temático de consumo con un despliegue hipertrofiado del capitalismo desregulado que incapacita y destruye por completo el equilibrio entre actividad lucrativa y cualquier proyecto vital o uso comunitario, generando un severo conflicto entre lo público y lo privado.

Es evidente que hemos olvidado cómo y por qué emerge la “ciudad”, una entidad pública de fundamento filosófico y político para tratar las cuestiones humanas y encontrar el mejor modo de organizarnos para una vida social en comunidad en la que podamos solventar y atender mejor los problemas y necesidades comunes. Pero se impone el olvido y el mercado impone sus normas basadas en la desarticulación del Derecho y Ciudadanía, expulsión de familias y vecinos a extrarradios y más allá dejando a la población en un limbo entre la España vaciada y la urbe privatizada. Sólo hay cabida para las grandes empresas y  el “homo consumer” tras sus desgraciadas jornadas de “animal laborans”.

El neoliberalismo ha cambiado el derecho, dignidad y felicidad de las personas por el privilegio del lucro de los mercados anteponiendo el negocio a la vida. Es una oscura y falsa ideología que ha convertido Madrid en una burda verbena, un escaparate nacional de expropiación y destrucción masiva de Derechos y Capitales Públicos en beneficio del histórico festín de los ricos, evidenciando una deshumanización y barbarie en forma de libre mercado que reduce la libertad a mera elección de consumo, destruye la democracia e impone una sociedad nihilista altamente instrumentalizada, alienada y narcotizada que se limita a intentar no perecer en la jungla asfáltica. 

Madrid ofrece unas condiciones de vida infernal a presente y futuro, el proyecto vital de cualquier persona media o sencilla se hace utópico y quimérico. Ni tan siquiera se puede acceder a una vivienda digna en alquiler y menos aún en propiedad si no eres un pequeño o completo burgués. Se han construido unas urbes disparatadas y en concreto un Madrid como claro ejemplo que muestra cómo mediante la destrucción del concepto de “ciudad” y “comunidad” se implanta el paraíso para los ricos y sus mercados. Han hecho un Madrid insoportable, lleno de polución, ruido estridente, bullicio, estrés, tráfico y grandes atascos, contaminación acústica y toxica de diversa índole, agresividad, hostilidad, tensión, ansiedad, explotación, empujones, codazos, crispación, gritos, depravación, prostitución, alcoholismo, pornografía, prostíbulos, drogas y violencia, precariedad, delincuencia y corrupción política, e incluso, emana nuevamente un hedor neofascista y neofranquista cada vez más groseramente visible.

Estamos pues legitimados a decir: de Madrid al infierno. Porque en esta ciudad es inviable desarrollar un proyecto vital, no tiene cabida alguna. Es una ciudad muerta al uso. Deshumanizada y atomizada en la que impera la desconfianza y soledad masiva. Ya no ejerce función de ciudad, de acoger para vivir y convivir en comunidad ocupándose de los problemas comunes ya que aquí no gobiernan para el bien de todos, sino en beneficio de la clase rica minoritaria. Madrid es una lucha constante, solo tiene cabida la tensa coexistencia atropellada. Madrid ha muerto, su función filosófica, política, antropológica y social de ciudad ha muerto. Madrid no acoge. Madrid maltrata, instrumentaliza, explota, roba y expropia, expulsa, enferma y mata. La vida en Madrid se descompone y destruye, es una auténtica picadora de carne humana y causa desequilibrante de la salud mental de las personas. Una ciudad maldita que ha dado la espalda al cristianismo de amar al prójimo imponiendo la guerra hobbesiana de todos contra todos como estado natural del ser humano, en la que impera el individualismo, la maldad, el odio, el egoísmo, la codicia, deshumanización y violencia en todas sus formas, sobre todo económica y política contra la clase trabajadora.

Por tanto, de Madrid no se va al cielo. De Madrid, se va al infierno.

 

Marcos Ferrero

Tomado de https://www.portaloaca.com/opinion/de-madrid-al-infierno/

sábado, septiembre 2

Este puto mundo


Mientras se deciden temas trascendentales, todavía en un infernal agosto, como cuál va a ser el color de la coalición de gobierno en este inefable país o si dimite por fin el calvo ese impresentable que está al frente de no sé qué federación balompédica, este mundo en el que no has tocado vivir continúa su trágico devenir. Así, en lo que va de 2023, se han acreditado 3.472 muertes de personas migrantes, siendo una de la rutas más peligrosas la del Mediterráneo Central; por supuesto, la verdadera cifra de fallecidos por inacción de los que gobiernan nunca la sabremos, mientras que nuestros mezquinos medios solo se van a ocupar coyunturalmente de ello sin indagar lo más mínimo en las causas de un mundo deshumanizado. En este mes de agosto, se han cumplido también 500 y pico días de otra guerra cronificada que, poco a poco, no va ocupando ya tantos titulares, a no ser que se produzcan hechos excepcionales como la muerte de no sé qué dirigente mercenario; mientras tanto, siguen produciéndose víctimas civiles en un conflicto bélico producto, como todos, de mezquinos intereses. Se habla de hasta 57 guerras activas en la actualidad, con una cifra de muertes de 10.000 al año, sin que haya el más mínimo análisis, ni conciencia sobre ello, en nuestras inicuas sociedades «desarrolladas».

Por hablar de un ejemplo concreto, hace escasas semanas, se produjo en Níger un golpe de Estado, por parte (claro) de los militares. No se tardó mucho en acusar al ejecutivo ruso de apoyar a los golpistas y querer desestabilizar la región, ya que (claro) antes de eso el mundo tendía hacia la paz, la unión y la concordia. Recordaremos que Níger es uno de los países más pobres del mundo, y es decir mucho en un continente tan maltratado como el africano, y eso con un gobierno democrático o, como ahora, con una junta militar. Y es que, aunque los «liberales» se den patéticamente golpes en el pecho proclamando el gran progreso que nos trae el capitalismo, las cifras de personas que pasan hambre en el mundo oscilan este año 2023 entre 700 y 800 millones. Si el hecho de que los datos sean mucho más positivos que hace 200 años, que se lo digan a los que sufren a diario por causas políticas y económicas; es decir, producto del mundo que ha creado el ser humano y, por lo tanto, perfectamente paliables si nos concienciamos de que tienen que producirse transformaciones radicales, en todos los ámbitos, y procurar que la solidaridad y el apoyo mutuo sean los paradigmas predominantes frente a tantos mezquinos intereses.

Todos hemos oído hablar de la Agenda 2030, creo que establecida ya hace algunos años, con objetivos tan loables como acabar con la pobreza en el mundo, garantizar una vida digna para todo hijo de vecino, lograr la verdadera igualdad, la paz mundial, que el crecimiento económico sea sostenible y todo un montón de nobles propósitos. Nada nuevo, por otra parte, ya que llevamos mucho tiempo escuchando cosas parecidas por parte de los poderosos del planeta, mientras el mundo continúa por una senda donde, no ya que esos objetivos sean imposibles de llevar a la práctica, sino que reincidimos en un desastre tras otro como podemos comprobar en los últimos años. Claro que, el nivel de distorsión y estupidez está llegando a tal nivel, que un montón de bodoques reaccionarios critican de manera abstracta dicha Agenda, no por exigir cambios profundos para que se cumplan de verdad esos propósitos para un mundo mejor, sino reincidiendo en despreciables sociedades del pasado y criticando dicho «buenismo» (otra cosa despreciable en el facherío, la jerga que usa). No es difícil de entender que, como mal menor, muchas personas pretendan asentar gobiernos progres, pero uno observa que el mundo, lo dirijan unos u otros, sigue generando mucho sufrimiento a diario y que en el horizonte no se vislumbra algo mejor por esta vía. Menos mal, como creo que ha declarado cierta deportista hoy muy presente en los medios, que al menos «somos campeonas de este puto mundo».

 

Juan Cáspar