Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, agosto 31

Qatar, Messi y el terrorismo islámico

 


El semanario francés Charlie Hebdo, una vez más, nos ha abierto el camino de la lucidez a través del siempre agradecible humor satírico; con doble mérito, dado el tema, si ellos mismos fueron víctimas de los fanáticos violentos religiosos. A propósito de la llegada al poder en Afganistán de los repulsivos talibanes, la publicación gala nos obsequia con una imagen, acompañada de la leyenda «Talibanes. Es peor de lo que pensaba», en la que puede verse a mujeres afganas con burka y, en la espalda, con el número y nombre del astro futbolístico Lionel Messi. Los profanos en enajenantes cuestiones balompédicas, como es mi caso, requieren tal vez una explicación y, por supuesto, os la voy a dar. El fenómeno argentino ha fichado recientemente por el club galo Paris Saint Germain (en adelante, PSG), cuyo dueño es desde 2011 el multimillonario qatarí Nasser Al-Khelïfi, cuya fortuna creo que adquiere proporciones tan astronómicas como la del propio Messi. Lo que nos expone lúcidamente Charlie Hebdo es un argumento que se sostiene desde hace muchos años y es que Qatar, mediante dinero y armas, financia el terrorismo islámico a veces concretado en forma de regímenes.

Al-Khelïfi, presidente del PSG, tiene vínculos con la familia del emir de Qatar; ergo, el Estado qatarí parece ser la mayor fuente de financiación de dicho club. Hay quien ha dicho que el fichaje del astro argentino, que al parecer puede ser la mayor estrella futbolística de todos los tiempos, ha sido principalmente una estrategia política y un lavado de imagen por parte de Qatar. Recordemos también que, como parte de este proceso, el PSG ya había fichado a no pocas estrellas mundiales; una de las cuales este año ha sido el inefable defensa hispalense Sergio Ramos, hasta hace poco perteneciente al Real Madrid, cuyo todopoderoso presidente es líder en este indescriptible país amañando contratos. No dejemos de lado que Qatar, cuyo régimen no es muy amigo de los derechos humanos y ha sido acusado de financiar el terrorismo islámico, será la sede del próximo mundial de fútbol en 2022. El PSG no es el único club de fútbol vinculado a regímenes y empresas de Oriente Medio, entre ellos lo han sido algunos españoles de gran capital en forma de patrocinadores, por lo que este inefable país nuestro apoyó la candidatura de Qatar como sede del Mundial.

Diversas organizaciones internacionales llevan tiempo denunciando la cruenta explotación de trabajadores inmigrantes en Qatar, fundamental para edificar las infraestructuras que harán posible los alienantes enfrentamientos balompédicos, así como la situación de discriminación de las mujeres y personas de diferente condición sexual. A todas estas denuncias ya mencionadas sobre Qatar, se une la del soborno a personalidades de la FIFA, la federación internacional futbolística que organiza los condenados mundiales estos. Una vez más, el deporte de masas y su peculiar universo de botarates mediáticos, estrechamente vinculado con regímenes detestables y con una globalización capitalista que sume en la necesidad a gran parte de la población mundial; todo ello, para mantener entretenido a gran parte del personal, más bien papanatas y acrítico, y que se muestre incapaz de percibir el horror cotidiano. Recordemos también que Qatar es un pequeño país de enorme riqueza, basada en un petroleo que terminará por agotarse, por lo que resultan lógicas sus planificadas estrategias para diversificarse, tanto en lo económico como en lo político. En este campo, Qatar ha sabido mantenerse en un delicado equilibro, siendo aliado de unos Estados Unidos, en supuesta guerra contra el terrorismo islámico, que acaba de dejar Afganistán en manos de los talibanes. Creo que todo dicho y explicado.

 

Juan Cáspar

sábado, agosto 28

La ciudad turistificada. Entrevista a Jorge Sequera

 


Madrid, como Barcelona y muchas otras ciudades europeas, está inmersa en procesos de transformación urbana y gentrificación en los que el turismo tiene un papel cada vez más importante.

Hablamos sobre ello con Jorge Sequera, doctor en sociología y autor, entre otras publicaciones en torno a la gentrificación y turistificación, del libro “Gentrificación. Capitalismo cool, turismo y control del espacio urbano”, editado en 2020 por Los Libros de la Catarata.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de turistificación urbana? ¿En qué consiste este proceso y qué efectos tiene sobre las habitantes de la ciudad?

La turistificación urbana es la manifestación material e intangible de la hiperpresencia de la economía del turismo, que desemboca en transformaciones urbanas y sociales en un territorio determinado. Por un lado, la gran expansión espacial de los servicios orientados al turismo que colonizan las zonas del centro de la ciudad está provocando la destrucción del tejido social y económico de los barrios centrales de la ciudad turística. A su vez, las calles principales de las “Ciudades Turísticas” también eran colonizadas por grandes tiendas de ropa y marcas multinacionales, afectando gravemente al paisaje comercial tradicional y haciéndolo residual en el centro de la ciudad. Junto a esto, la expansión de las franquicias (incluyendo locales de comida rápida y bares low cost) que ha supuesto el cierre de un gran número de locales de hostelería, cultura y entretenimiento, homogeneizando gustos y lugares.

En Europa, en particular, la reciente ola de turistificación de sus grandes ciudades ha tenido como protagonistas a empresas emblemáticas como Airbnb, Uber o Glovo, a menudo alimentadas (y apoyadas) por fondos de inversión que habían entrado rápidamente en este sector, que, junto con la expansión de las compañías aéreas de bajo coste desde mediados de los años noventa ha provocado un aumento significativo de la presión sobre los vecinos que residen en los barrios del centro de las ciudades en particular, con fuertes repercusiones sociales, espaciales y económicas. Como consecuencias inmediatas, la hotelización de la vivienda, el aumento del transporte urbano privado no regulado (por ejemplo, Uber) y de formas privadas de micromovilidad (Segways, alquiler de bicicletas, tuk-tuks, etc.) son parte del nuevo paisaje urbano de muchas ciudades del mundo.

Pero también- y esto hay que recalcarlo, porque es fácil perderle la pista- los cambios en las formas cotidianas de habitar el espacio, el lugar. Son las formas de relacionarse en la vida cotidiana con estas economías del turismo urbano -como trabajador, como vecino, como turista o como porqué no, como especulador, y en ocasiones como combinación de varias- las que producen verdaderos cambios en las subjetividades que viven en la metrópoli. Se articulan por tanto diferentes imaginarios alrededor de cómo habitar el barrio/la y lo urbano: resistentes, especuladores o desplazados, conformados a su vez -y no siempre necesariamente en el orden que imaginamos- por los vecinos/as de los barrios turistificados, los trabajadores/as dependientes de la economía Airbnb, los anfitriones y los huéspedes.

¿Cómo se ha materializado este proceso de turistificación en Madrid? ¿Qué políticas concretas lo han facilitado o promovido?

El turismo inmobiliario español y su modelo turístico de “sol y playa”, sostenido los últimos 50 años sobre una geografía del blanqueo de capitales, la prevaricación y los delitos sobre la ordenación del territorio y el urbanismo, encontraba en el centro de las ciudades nuevos nichos de mercado sin explorar. Las políticas urbanas se rendían ante este capitalismo de plataformas y utilizaba el turismo urbano como salvavidas de la anterior Gran Recesión (2008-2016). Así, las nuevas operaciones especulativas del sector financiero del turismo se fijaron en las grandes ciudades como estrategia-refugio. Este era el caso de las grandes ciudades del Sur de Europa: de Roma a Atenas, de Madrid a Lisboa. Esto hizo que durante el último lustro el turismo urbano se convirtiera más que nunca en un elemento central de la transformación espacial, económica, social y cultural de los territorios metropolitanos de todo el mundo. Como resultado de un movimiento de “la playa” a “la ciudad”, los inversores y sus operaciones especulativas favorecieron un intenso proceso de turistificación urbana en las mayores ciudades españolas y portuguesas a través de la compra de vivienda y su reconversión en alojamiento turístico.

Sin ir más lejos, el capitalismo digital y de plataforma (y no sólo el icónico y manido Airbnb) es uno de los sectores aparentemente victoriosos de esta crisis y parte fundamental de esos cambios que se han acelerado en plena pandemia. Mediante nuevos patrones de consumo y una globalización asimétrica de la cultura digital, nos situamos ante un amplio cambio social y urbano, donde los GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), los NATU (Netflix, Airbnb, Tesla, Uber), los BATX (Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi) o las empresas del `capitalismo de app´ como Deliveroo, Glovo (o las recientes “dark kitchen”) están siendo uno de los principales actores de este nuevo escenario urbano tecnosocial. Estos cada vez tienen más fuerza para configurar la vida en las ciudades, y el contexto de pandemia no ha hecho más que extender su consumo y dominio sobre ciertas esferas laborales y sociales, tanto en términos de usos como de estilos de vida o nuevas formas de trabajo emergente.


 

En “Resistencias contra la ciudad turística. Airbnb en Madrid”, Javier Gil y tú hacéis un repaso por el movimiento de lucha contra este fenómeno en el barrio de Lavapiés, donde colectivos como Lavapiés ¿dónde vas? , la PAH o el Sindicato de Inquilinas, entre otros, elaboraron en 2018 una propuesta de desarrollo de un Plan Especial de Ordenación Turística (PEOT) acompañado de una moratoria a la concesión de licencias para cualquier tipo de plazas turísticas hasta la aprobación de dicho plan. Otro ejemplo interesante es la ciudad de Lisboa, donde muchos colectivos por el derecho a la vivienda han puesto el foco desde hace años en el turismo. ¿Podrías hablarnos brevemente de ellos?

La turistificación de las áreas urbanas centrales, especialmente (pero no exclusivamente) en las ciudades del sur de Europa, consiguió lo que otros movimientos sociales urbanos antiespeculación (antigentrificación, entre otros) no habían conseguido aunar: un consenso alrededor de los impactos negativos más visibles de la ciudad turística (masificación, ruidos, saturación de transportes públicos, reconversión de barrios en parques temáticos, uso de vivienda para terciarizarla y convertirla en pisos turísticos o en los impactos sobre la segregación y elitización del ocio nocturno). Como ejemplos de acción colectiva de resistencia contra la turistificación en España y Portugal, grupos como Lavapiés Donde Vas en Madrid, la Assemblea de Barris pel Decreixement Turístic en Barcelona, Ciutat Per A Qui L’Habita en Palma, Islas Baleares; CACTUS Colectivo-Asamblea Contra la Turistización en Sevilla, o Habita! Associação pelo direito à habitação e à cidade, Morar em Lisboa o Stop Despejos en la ciudad de Lisboa, ponían el foco en estas voraces dinámicas de extracción de valor urbano.

Sin embargo, y esto puede que no guste a algunos, estas luchas son en algunos casos dispares y no las componen ni mucho menos, los mismos actores sociales. En esta amalgama de asociaciones vecinales que hacen frente a la turistificación, podemos encontrar paradójicas alianzas, donde propietarios de clase media-alta que habrían llegado con las primeras olas de la gentrificación y que tras haber cogido posición en el lugar, estas nuevas dinámicas que vendrían a degradar y contaminar su espacio colonizado hace que levanten su voz junto a clases populares y colectivos con fuerte presión para la expulsión de sus barrios. Esto ha ocurrido con algunas asociaciones vecinales de Centro, en el caso de Madrid, que manifestaban su interés por la moratoria de pisos turísticos pero circunscrita sólo al Centro de Madrid, olvidando a los barrios periféricos (mientras que otros colectivos antituristificación de índole más autonomista sí los incluían como parte de la moratoria). En el caso de Lisboa pasa algo parecido. Si bien algunos de los colectivos mencionados tienen una labor fundamental, aunque compuestos en su mayoría por intelectuales y académicos que orbitan alrededor de partidos de izquierda portugués, existen otros, de claro tinte reaccionario, fundados por clases medias-altas locales. En barrios portuarios como Cais Do Sodré que comenzó un proceso de gentrificación “al uso”, fue posteriormente tomado por el ocio nocturno turistificado, y aquellos que compraron sus lofts rehabilitados en edificios fabriles y portuarios descubren que ya no son cobijo para la vida urbana central que esperaban.


Para terminar, ¿qué crees que nos espera los próximos años? La pandemia ha dado una tregua temporal a este crecimiento turístico incontrolado, pero la excusa de la crisis económica puede convertirse en un nuevo pretexto de las administraciones para continuar favoreciendo al sector, retrocediendo en el debate de la regulación/limitación que había conseguido ponerse sobre la mesa. ¿Debemos prepararnos para una nueva ofensiva turística?

La debilidad estructural de la economía del turismo en España y Portugal, sus altas tasas de temporalidad laboral (estacionalidad) y sus bajos salarios (precariedad), han terminado por trastocar el tablero de juego de un sector que hasta ahora se sentía plenamente legitimado, incuestionable. Lo cierto es que el sector del turismo tiene un salario medio un 17% más bajo (19.000 € al año) que la media de España, un 30% más bajo que el de la industria (27.000 al año), con una tasa de temporalidad laboral desorbitada y en un 60% con contratos a tiempo parcial, según la propia patronal. Para el caso de Portugal, se estima en un 30% más bajo del salario medio de 2017. De hecho, este verano aún pandémico se están sucediendo las noticias de la falta de personal para la hostelería en lugares playeros y la preocupación de la patronal al respeto. Y recordemos la oferta de trabajo publicada en twitter de 12-15 horas diarias y un día libre por 800 euros al mes y pensemos en la cantidad de abusos que existen en el sector.

Así, por un lado el turismo ha sido tocado pero ni mucho menos hundido. Es cierto que ha perdido la legitimidad que tenía en nuestra dependiente economía nacional. Perder legitimidad, sin embargo, no parece ser sinónimo de cambio. Los distintos gobiernos, tanto nacional como regionales, ya han destinado ingentes cantidades de recursos para reflotar un sector que nos volverá a posicionar como “el bar” de Europa. Era un buen momento para que se diversificara nuestra economía, dependiente del ladrillo (al que irán destinadas grandes partidas del Plan Marshall postcovid para rehabilitación) y del turismo (al que se le está asistiendo artificialmente), mientras las grandes cadenas hoteleras, en su día firmes detractoras de los pisos turísticos, se posicionan ahora en el mercado que, con titubeos y ambigüedad, están poniendo un pie en estructuras como Airbnb. Además, también estamos viendo nuevas formas de hibridación que podrían hacer indistinguibles con el tiempo a modelos como Idealista o Airbnb, en tanto se solapan mercados, en busca de una mayor fragilidad y volatilidad de las biografías urbanas de sus habitantes. En paralelo, mercadotecnia propia de estrategias de atracción público-privadas que ya hemos visto en otras ocasiones, llaman ahora “nómadas digitales” a los que un día fueron “las clases creativas”, ayudando con la asunción de la existencia de tal subjetividad-fantasma a empujar este tipo de procesos. Detrás, entre bambalinas, la realidad trágica del capitalismo urbano persiste, con una serie de trabajos precarios y en muchos casos de vuelta al destajo, profundamente feminizados y racializados, que sostienen la ciudad sobre la desigualdad urbana.

Gentrificación. Capitalismo cool, turismo y control del espacio urbano
Jorge Sequera

Editorial Catarata, Madrid 2020. 96 págs.

Que la gentrificación constituye la única solución viable para los barrios abandonados es un argumento que desde algunos sectores involucrados se repite como un mantra, legitimando así uno de los principales mecanismos contemporáneos de gestión urbana neoliberal, enmascarada bajo conceptos ambiguos como regeneración, revitalización o renacimiento. La industria cultural y la creatividad, de la mano de políticas de control sobre el espacio público, son el perfecto anzuelo para el turismo, la atracción de inversiones y el negocio de lucrativos mercados inmobiliarios. Las nuevas clases medias, atraídas por fenómenos como la mezcla social, la escena alternativa o el imaginario de la cultura popular, eligen estos barrios previamente desvalorizados convirtiendo rápidamente el deterioro urbano en un producto chic. Su cara oculta es la expulsión, la segregación y el desplazamiento de aquellos que ya no se consideran rentables. En los últimos años, la turistificación, alimentada por el crecimiento del capitalismo de plataforma que convierte viviendas en hoteles, es uno de los mayores desafíos actuales a la hora de repensar la ciudad. Complemento o antítesis de la gentrificación, este “turismo depredador” hace que la ciudad se convierta en un gran museo, donde el paisaje comercial tradicional de algunas zonas urbanas tiende a disneyficarse y franquiciarse, provocando profundos cambios socioculturales, desigualdad urbana y nuevas precariedades.


 

Extraído de https://www.todoporhacer.org

 

miércoles, agosto 25

G.E.I. (Gas de Efecto Invernadero)


Se ha estimado que si las emisiones de GEI continúan al ritmo actual peligrará la subsistencia de las personas en el planeta. Estimaciones de agosto de 2016 sugieren que de seguir la actual trayectoria de emisiones la Tierra podría superar el límite de 2 °C de calentamiento global (el límite señalado por el IPCC como un calentamiento global "peligroso") en 2036. En 2017 la temperatura media mundial se había incrementado 1’43º.

Público. 18-01-2017



Crecen las flores,

sonríen los niños,

abren los negocios,

salen los periódicos,

Superman sobrevuela la ciudad,

oleadas de autos colapsan la autopista,

los cuerpos de los amantes todavía están tibios,

los zombis peregrinan hasta el centro comercial,

el cielo aún es azul algunos días,

no hay toque de queda,



el truco funciona

y el engaño prosigue.





Antonio Orihuela. Lavar carbón. Ed. Amargord, 2019

domingo, agosto 22

Fuck Green New Deal. Colapso y alternativas: anticapitalismo y autogestión

 


Este libro recoge las distintas intervenciones que tuvieron lugar el jueves 17 de octubre de 2019 en Madrid, en la Fundación de estudios libertarios Anselmo Lorenzo (FAL). Nos decidimos a publicarlas porque creemos que es importante compartir ideas que puedan contribuir a la formación de una respuesta anticapitalista a la crisis ecológica. Incluso lo encontramos necesario, en cuanto que a penas se oyen voces sobre la cuestión climática poniendo en duda el papel del Estado y una solución autoritaria.

Cuando la catástrofe no se puede negar hay que gestionarla. Los defensores del Green New Deal nos lo presentan como una hoja de ruta para emprender, de modo justo e igualitario, la transición ecológica que la realidad impone. Pero ¿lo es? Aunque respaldado por una parte de los llamados movimientos sociales, nosotros consideramos que este pacto sirve a la dominación para disfrazar sus intereses.


Pedro Prieto, Miquel Amorós, Barbaria, Colectivo Cul de Sac, Editorial Milvus.

Pedro Prieto es miembro de distintas agrupaciones especializadas en la cuestión de la energía. Miquel Amorós lleva años defendiendo las propuestas libertarias y antidesarrollistas, contribuyendo a ellas con sus aportaciones teóricas. Barbaria trata de elaborar una teoría revolucionaria del proletariado internacional en lucha contra el capital. El colectivo Cul de Sac es el responsable del proyecto editorial Ediciones el Salmón, cuya tarea se centra en una crítica de la idea de progreso. Por nuestra parte, como colectivo editor hemos contribuido con un escrito a modo de epílogo.

Editado por Milvus 

Aquí puedes escuchar una entrevista sobre el libro en el programa de radio La Nevera

jueves, agosto 19

Varios ensayos a propósito de las pandemias y su relación con el capitalismo y el estado

 

 

Covid-19. La respuesta autoritaria y la estrategia del miedo

Paz Francés, José R. Loayssa y Ariel Petruccelli

La gestión de la crisis del coronavirus se asienta en puras lógicas autoritarias, con medidas desproporcionadas (y a espaldas de la evidencia científica) impuestas por las autoridades y asumidas por una ciudadanía aterrorizada por la irresponsabilidad de los gobiernos y medios de comunicación. En esta obra, tres autores (médico, historiador y jurista) nadan contracorriente de la «ortodoxia covid» y analizan el extraño fenómeno de sociedades enteras obsesionadas y patológicamente atemorizadas por un problema sanitario real, pero en modo alguno catastrófico.

Editorial: EDICIONES DEL SALMÓN

 


 

Los penúltimos días de la humanidad

La desposesión avanza desaforada. En 2020, además de encerrar a toda la población en sus casas, restringir los movimientos a su antojo y barrer los restos de las libertades civiles que aún quedaban en pie, ha logrado situar toda disensión, a cualquiera que planteara una sola duda, en el terreno de la locura o, en el mejor de los casos, de la majadería.

La colección de Pepitas Tenemos que hablar aporta con Los penúltimos días de la humanidad un texto básico para una discusión que no se puede postergar más.

[…] Quizá sea necesario justificar cómo, no siendo virólogos ni epidemiólogos, podemos permitirnos opinar sobre SARS-CoV-2, covid-19, ffp2, kn95 o BNT162b2. Pues bien, no tenemos justificación. Sin embargo, quienes piensen que este propósito es disparatado estarán defendiendo una posición política tan nítida como la nuestra, y desde luego mucho más dogmática. Pero, como vivimos en Durango y Poitiers, es decir, lejos de los centros donde se toman las decisiones y se crea la opinión, pensamos que tenemos la legitimidad necesaria para expresar nuestro rechazo a la forma en que está tratándose la enfermedad causada por el virus, así como a la anuencia general que rodea esta gestión. Nuestra idea es sencilla: la gravedad de la epidemia, innegable, no basta para amparar el recorte de libertades por todas partes, y mucho menos aún el crimen que está cometiéndose contra los más jóvenes. Estamos convencidos, por lo demás, de que muchas personas compartirán gran parte de lo que diremos a continuación, aunque se trate de ideas que cuesta encontrar en la opinión publicada por culpa de un consenso viscoso que sirve para coartar todo tipo de debate. […]

 


El murciélago y el capital

Andreas Malm

Tras nueve meses y más de un millón de muertos, la investigación sobre el origen de la pandemia de la covid-19 sigue abierta. Los murciélagos son el sospechoso número uno para los virólogos: es muy probable que uno de estos animales fuera el vector de contagio del virus hasta los seres humanos. Sin embargo, sus factores desencadenantes y sus causas profundas tienen un carácter estrictamente humano: la deforestación acelerada, el crecimiento de las minas a cielo abierto, el comercio (legal e ilegal) de fauna salvaje y, por supuesto, el calentamiento global. En otras palabras: la acción depredadora del capitalismo sobre cada ecosistema y casi cada vida. Estamos por tanto ante una crisis sanitaria que es, ante todo, una crisis ecológica.

Andreas Malm —uno de los pensadores fundamentales del ecologismo político actual— nos propone un libro revelador, dotado de una prosa que ruge. Con la combinación necesaria de calma y urgencia que ostenta el auténtico pensamiento crítico, analiza los mecanismos por los cuales el capital, en su búsqueda ilimitada de beneficios, nos ha conducido a una situación que, desde la escala microbiana a la atmosférica, impone un riesgo crónico y letal. Desentrañando en detalle la experiencia sin precedentes que hemos vivido todos en los últimos meses, Malm propone implementar una serie de políticas ecológicas radicales y a gran escala. Y nos recuerda que, al menos en el frente climático, no habrá «nueva normalidad», pues las medidas cosméticas y burocráticas que proponen nuestros actuales representantes políticos no serán suficientes. Si no queremos vivir en «un planeta febril habitado por gente febril», necesitamos una perspectiva revolucionaria.

 


Capitalismo y pandemias

 
 Las pandemias no son solo fenómenos naturales o biológicos. Las diferentes modalidades históricas del capitalismo ?mercantil, industrial, financiero?, y sus consecuentes formas de dominación colonial, han implicado formas de organización de la naturaleza particulares, que son correlativas a modalidades cada vez más agresivas de apropiación de los recursos naturales y la fuerza de trabajo. Las prácticas capitalistas de extracción, circulación, consumo y descarte de bienes naturales y mercancías suponen también importantes modificaciones de los ecosistemas microbianos. Los microorganismos son desplazados de sus nichos ecológicos, empujados a producir nuevos saltos entre especies y favorecidos en su circulación entre las distintas poblaciones. De este modo, en ciertas condiciones materiales y de desigualdad social, estos microbios dan lugar a enfermedades emergentes, y estas a nuevas pandemias.

Frank Molano devuelve a la historia de la ecología mundo capitalista las grandes pandemias de la peste negra, la viruela, la malaria, el cólera, la «gripe española», el sida y la covid-19. En este recorrido, su intención es clara: ofrecer claves para entender que no podemos enfrentar el dolor y la muerte que generan estas enfermedades sin un análisis de las condiciones sociales que las promueven, tanto ahora, como en los últimos cinco siglos de dominio capitalista.
 
 
 


Grandes granjas, grandes gripes

Agroindustria y enfermedades infecciosas
Rob Wallace
Gracias a los avances en la producción y la ciencia de los alimentos, los agronegocios han podido idear nuevas formas de cultivar más alimentos y llevarlos a más lugares con mayor rapidez. No faltan noticias en la prensa sobre los cientos de miles de aves de corral híbridas (animales genéticamente idénticos) encerradas en megacobertizos, engordadas, sacrificadas, procesadas y enviadas al otro lado del globo en cuestión de meses. Menos conocidos son los patógenos mortales que emergen y mutan en estos agroambientes especializados. De hecho, muchas de las nuevas enfermedades más peligrosas en los humanos se deben a nuestros sistemas alimentarios, como el Campylobacter, el virus Nipah, la fiebre Q, la hepatitis E y numerosas variantes de la gripe. En Grandes granjas, grandes gripes, la primera obra en explorar enfermedades infecciosas, agricultura, economía y ciencia juntas, Rob Wallace yuxtapone fenómenos espantosos como los intentos de producir pollos sin plumas, los viajes en el tiempo microbianos y el ébola, y también ofrece varias alternativas más sensatas. Algunas iniciativas como las cooperativas agrícolas, el manejo integrado de patógenos y los sistemas mixtos de cultivos y ganado, por ejemplo, ya están fuera de la red del agronegocio.
 

Coronavirus, crisis y confinamiento 

VV.AA.


Desde la declaración de la pandemia del coronavirus y la instauración del confinamiento a nivel mundial, han circulado decenas y decenas de artículos de análisis y reflexión. Para esta compilación hemos seleccionado tan solo un puñado de textos con un denominador común: no se limitan a explicar la realidad, sino que buscan transformarla. Solo al margen de la agenda del orden, abordando desde una perspectiva radical el significado de la salud y la defensa de la vida, la crisis y la reestructuración del trabajo, la lucha y el control social, los discursos médicos y científicos, así como las implicancias a nivel subjetivo del contexto actual, es que podremos ir construyendo una visión de conjunto y enfrentar este particular momento que atravesamos en tantas regiones del mundo.

• Prólogo (Lazo Ediciones)
• El coronavirus como declaración de guerra (Santiago López Petit)
• Crisis sanitaria, crisis económica y crisis social son una única y misma cosa (Carbure)
• El Despotismo occidental (Gianfranco Sanguinetti)
• El Estado con mascarilla (Miguel Amorós)
• Contra la pandemia del Capital ¡Revolución social! (Proletarios Internacionalistas)
• Crisis capitalista, pandemia y el programa de la revolución (Vamos hacia la vida)
• Instauración del riesgo de extinción (Jacques Camatte)
• La salud como proceso. Carta de una enfermera familiar y comunitaria (Alba Campos Lizcano)
• Coronavirus y trabajo (Boletín La Oveja Negra)
• Sobre el contagio de los discursos. No nos salvará la ciencia, ni el Estado, ni el Capital (Biblioteca La Caldera)
• La capitulación impuesta a las sociedades occidentales del nuevo Despotismo (Gianfranco Sanguinetti)
 

Lo puedes leer aquí

 

 

lunes, agosto 16

Panfleto para la DesCivilización

 


El sistema está roto y perdido, por eso tenéis futuro.
 José Luis Sampedro

 

Primero, no añoremos el futuro. Con honestidad reconozcamos que la civilización occidental capitalista se encuentra como esos pueblos acorralados por excavadoras que saben que todo el tiempo que les queda son 10 ó 15 años a lo sumo, lo que tarde el progreso económico en construir la presa que los inundará. Es una evidencia, para la gran mayoría de los seres humanos, que esta civilización acabará antes que sus propias vidas. La crisis ecológica, energética y alimentaria a escala global es, científicamente, inevitable. Si hoy mismo se archiva el capitalismo y frenamos en seco nuestros modos de producción y consumo explotador –quimera donde las haya– la simple inercia después del frenazo es más que suficiente, por ejemplo, para superar las cifras irreversibles en cuanto a crisis climática. El edificio de la modernidad, progreso y la globalización no es indestructible, hace ya décadas que los sismógrafos registraron el inicio de un terremoto global que se expande imparable –como le escuché decir a Carlota Subirós– a cámara lenta.

Segundo, el error de nuestra civilización no ha sido [solo] creer que acumular capital podría resolver algo tan complejo como la vida, ni [tan solo] creer que todo lo podemos controlar y dominar. Han sido las ansias por correr hacia el futuro las que nos han hecho quedarnos sin él. De hecho, ¿cuándo apareció la idea lineal de presente, pasado y futuro? Con este relato lineal, además de despreciar el pasado e ignorar el presente, se ha impuesto que ‘cambiar’ y ‘avanzar’ equivale siempre a mejorar. Un relato que nunca debería haber progresado más aún cuando se avanza en la dirección equivocada. La estabilidad de la vida, cuyas normas básicas nunca cambian, es como una espiral continua donde lo esencial es permanente.

Tercero, el capitalismo no nos salvará pero la soberbia tecno-científica vestida de verde tampoco. El desarrollo sostenible o el consumo ético son nuevos mitos que en la encrucijada actual toman el mismo callejón sin salida. Más aún, el actual esfuerzo por transitar urgentemente hacia modelos de energía renovable, con la invasión de parques eólicos o solares y coches eléctricos, es contraproducente. Genera falsas expectativas y acomodo, cuando es bien sabido que no puede, de ninguna manera, reemplazar el actual uso del petróleo. Lo mismo podemos decir en cuanto a la nueva revolución de la llamada Agtech o agricultura climáticamente inteligente. Las dos transiciones, energía renovable y agricultura inteligente, son las últimas nuevas cuchilladas sobre el Planeta, dada su alta demanda de materiales y energía para su despliegue y mantenimiento. Puede resultar paradójico pero el último árbol del planeta lo talará un proyecto de energía sostenible.

Cuarto, lo preocupante de soñar un futuro tecnológico maravilloso no es [solo] su imposibilidad. En la búsqueda de este sueño, hemos tomado un camino que, conectados a máquinas, a realidades virtuales y a mundos digitalizados, nos lleva también a la extinción de la Humanidad, de los organismos animales humanos, del humanismo. Por las redes corre la publicidad de un banco que dice que trabaja bajo un nuevo concepto, “el Humanismo Digital”, corroborando con este oxímoron donde los haya, el delirio al que me refiero.

Quinto, no dudo de la importancia de luchar contra la ceguera y la conformidad que se nos quiere imponer. Ni del entusiasmo y energía que el activismo genera. Pero, si la continuidad de esta civilización no llegará desde las instituciones, ¿qué activismo tiene sentido? En las antesalas de las cumbres y negociaciones, en los despachos alcanzados, han quedado, arrinconadas y llenas de polvo, muchas banderas.

Sexto, cabría preguntarse, incluso, si no será que, bienintencionadamente, cuando se aboga “por salvar el Planeta” se piensa solo en una pequeña parte de la civilización occidental. En cualquier caso, obsérvese, asociamos Planeta con “nosotros” repitiendo el mantra bíblico de considerar que el planeta Tierra nos pertenece.

Séptimo, reconocer también que las tablas de salvación que se nos proponen llegan tarde para la mayoría de seres vivos, humanos y no humanos. Son muchísimas las víctimas de dicho terremoto, seres desterrados, asesinados, desposeídos, violados, exterminados, extinguidos… Eran los nadies, ahora seremos los todos.

Octavo, aceptar ya el duelo. Es entonces, quizás, cuando se movilice salvajemente lo mejor de nosotras, solidario y comunitario. Ya se ha talado el último bosque, plantemos árboles. Los alimentos ya escasean, volvamos a las huertas. Del activismo, ¿pasaremos a la acción?

Noveno, como dice Yuval Noah Harari, el dominio del Homo sapiens en la Tierra se alcanzó por la capacidad, gracias al lenguaje, no solo de transmitir información sobre la realidad sino también de transmitir historias sobre aquello que no existe, inventar la ficción. Lo imaginario facilitó el sentimiento y la cohesión de grupo a partir de creencias compartidas. Hasta tal punto que la construcción de todas las civilizaciones se fundamentan en las historias que nos han contado y que, colectivamente, hemos dado por válidas. Pero si estos mitos –como el progreso, el Homo Deus, la razón económica o la industrialización de la Naturaleza– se demuestran perversos, queda clara una cuestión, son necesarias otras narrativas. Relatos, fábulas, poesías, donde poder perdernos por nuevos caminos porque la ruta señalizada no lleva a ninguna parte. Sin ninguna expectativa, simplemente liberar la imaginación con el silencio de la palabra escrita, como dice el poeta Joan Margarit, de los cánones impuestos.

Décimo, que no encontremos Esperanza no significa que no exista. Decía John Berger que para construir una historia se requiere misterio, curiosidad y una respuesta, al menos parcial. Entre todas las narrativas que vengan a descentrarnos defiendo el sendero que nos acerca hacia lo Salvaje, hacia la Naturaleza, hacia la Casa que, siendo un viaje hacia un paisaje anterior, tiene mucho de novedoso. Recuperar o inventar epopeyas de sociedades ancladas en lo vivo, a la tierra, como las sociedades rurales que con sus paradigmas antisistema (campesinización, comunidad, autolimitación, sobriedad, …) supieron encontrar el cómo ser Parte en un Todo. Un imaginario que las narrativas imperantes han hecho mucho por querer borrar. Religiones donde el dios nunca es el ser humano. Canciones de amor a lo que nos sostiene. Manuales de instrucciones que rebusquen en los abrevaderos de la belleza...

Es tiempo de crear y compartir otras narrativas. Suelen hacerse realidad.

 

(Inspirado en el Manifiesto de la Montaña Oscura)

Gustavo Duch

viernes, agosto 13

La insurrección ilegible en la metástasis del capitalismo termo-industrial

 


Cuando una civilización está arruinada, le hace falta reventar. No se hace la limpieza de una casa que se derrumba” Tiqqun, en “Y bien…¡la guerra!”,1999

Con los incendios indican que la única solución pasa por la destrucción de todo el entorno opresivo. Así pues, permaneciendo enteramente negativos, impiden que la revuelta sirva a los recuperadores. (…) La cólera nihilista del suburbio es reflejo del nihilismo del sistema dominante” 

Miguel Amorós, en “La cólera del suburbio”, texto escrito a raíz de las revueltas iniciadas en Clichy-sous-Bois en 2005, y que se extendieron por toda Francia

 

Todo lo sólido se desvanece en el aire. El conformismo generalizado en Occidente se agrieta. La lucha de clases se agudiza. El abismo se repuebla. Todo un  sistema energético se va a pique. Los esclavos energéticos per cápita se reducen, y se van distribuyendo de forma cada vez más desigual entre la población. La falsa paz social torna en relación crítica. La ira activa la verdad. La revuelta regresa a la revuelta. La historia permanece. Todo se reinicia.

En las fases finales del capitalismo termo-industrial se va bosquejando un escenario desolador: descomposición social y jerarquización de clases, explotación y exclusión, incremento de la pobreza y la alienación, pandemias cada vez más frecuentes y agresivas, ecocidio y descenso energético forzado… Y en medio del desastre, el misterio de la revuelta inesperada: el insurrecto, no el guerrero; el salvaje, no el cuadro político; el nihilista, no el solidario. Cada vez con más frecuencia, aquí y allá, de forma descoordinada, contenedores ardiendo, escaparates rotos, hogueras inesperadas, pintadas amenazantes, saqueos y destrozos. El espectáculo ya no puede jugar a resignificar más ya lo evidente; se rasga por sus costuras. El aburrimiento ya no sirve para nada, ni siquiera como dispositivo imperial de autocontrol. El pesimismo parece convertirse en una necesidad. Invirtiendo  lo dicho por Marx, podríamos aventurar que las sociedades occidentales actuales parecen no llevar ya  otra sociedad nueva en sus entrañas. El explotado, el excluido, se abre a la nada. Todo lo que se rebela es ya dolor radical.


A finales de octubre de 2020 se produjeron diferentes revueltas por todo el Estado español contra el toque de queda decretado por el gobierno. En otros países como Alemania e Italia se produjeron actos similares. En la mayoría de estas protestas se lanzaron bengalas y c9ohetes, se incendiaron contenedores e incluso se montaron barricadas. En el mismísimo centro de Santander, por ejemplo, desde los enfrentamientos de los trabajadores de Astander con la policía, a finales de los años 90, no se presenciaba algo parec9do. Curiosamente se invirtió la ecuación: de la revuelta que activa los “toques de queda”, se pasó al toque de queda “sanitario” que desencadena las revueltas. Por otro lado, los altercados más intensos se produjeron, casualmente, durante la noche de Halloween, una festividad ya consagrada enteramente al consumismo, lo que podría llevarnos a calificar tales acciones como sabotajes anticapitalistas de no ser por la gran cantidad de saqueos indiscriminados y sin aparente “coherencia revolucionaria” producidos en numerosos establecimientos comerciales. En seguida se comenzó a especular sobre los verdaderos responsables. ¿Jóvenes descontentos? ¿Ninis? ¿Menas? ¿Fascistas? ¿Ultras del fútbol? ¿La ultraizquierda? ¿Independentistas catalanes? ¿Kale borroka? ¿Negacionistas? ¿Policía infiltrada entre los alborotadores? ¿Islamistas radicales? S3e dijo de todo. Los medios de comunicación masivos de uno y otro signo construyeron, como se dice ahora, su relato, es decir, su cuento de hadas, y cada cual según sus intereses. Algunos medios adelantaban que la policía no hallaba conexión entre los grupos que causaron los disturbios: “ Es un batiburrillo y no se puede poner el fondo en ningún grupo o ideología concreta” señala un responsable policial; otros medios afines a la izquierda parlamentaria describían lo sucedido, con gran desconcierto, como un conjunto de “acciones coor4dinadas” de la extrema derecha, y diversos medios conservadores se apresuraban en señalar que algunos miembros conocidos de la extrema izquierda habían sido detenidos. Poco tiempo después, durante los días 24, 25 y 26 de enero, se desencadenaron numerosas protestas en los Países Bajos con motivo de las restricciones asociadas al toque de queda sanitario, el primero que entraba en vigor en aquel país desde la Segunda Guerra Mundial. Se leyó en la prensa; “Desde el pasado sábado, cuando entró en vigor el toque de queda, los agentes han detenido a más de 500 personas y han impuesto miles de multas, aunque también hubo varios policías heridos por los choques contra los participantes en las protestas, que incluyeron quema de contenedores, saqueos y ataques al mobiliario público en unos disturbios que han asombrado a los Países Bajos”. Semanas más tarde, concretamente el fin de semana  del 19 de febrero de 2021, al calor de las manifestaciones organizadas como motivo de la detención e ingreso en prisión del rapero Pablo Hasél se produjeron violentos altercados en Madrid y Cataluña, altercados que en los días posteriores se fueron extendiendo por otras ciudades como Valencia, Granada o Vigo. La prensa de la burguesía explicaba así lo sucedido: “Prácticamente todas las concentraciones de estos días no estaban autorizadas por las respectivas delegaciones del Gobierno central. Habían sido convocadas a través de redes sociales y, tras la mayoría,. Aparecían varios colectivos nacionalistas, independentistas y de izquierdas a lo que añadían: “A estos jóvenes alborotadores se les unen “oportunistas” que “nada tienen que ver con el motivo inicial de las protestas” y que aprovechan para saquear comercios”. En un programa televisivo de La Sexta un periodista los definía como “chavales que se fuman unos porros en el parque, se3 van a pegarse con la policía y cuando acaban se vuelven al parque a seguir fumando porros, son chandaleros sin ningún estrato y sin ningún fondo ideológico”. Estos ejemplos son más que suficientes para a entender el gran desconcierto en el que se hallan los responsables de las grandes maquinarias de expresión de masas, a la hora de etiquetar y clasificar a estos jóvenes descontrolados.

Aunque es cierto que muchos grupos radicales organizados de distinto signo político tratan de monopolizar las protestas callejeras y ganar militancia, no podemo0s negar que estas acciones violentas son , en gran medida, la expresión espontánea del nuevo precariado y los nuevos excluidos; de jóvenes sin futuro que, a diferencia de sus padres o abuelos, ya no son como antaño un ejército de reserva industrial al que pueden recurrir los dueños de los medios de producción para ajustar los salarios a su gusto, sino agentes defensivos que ahora se vuelven contra el propio organismo del que, mal que bien, formaban parte. Y debemos tener muy en cuenta que las revueltas por venir se nutrirán durante los años venideros de este sector de la población, cada vez más crispado y descontento. Se rebelan contra el toque de queda y contra el encarcelamiento de activistas como Pablo Hasel, pero muchos también contra una realidad cada vez más castrante y hostil. Lo que sucede es que su ausencia de discurso, de soflamas unitarias o propuestas concretas hacen que sean difíciles de etiquetar y resignificar. Aquí, el más indignado y sorprendido, sin duda es el militante marxista-leninista ortodoxo que, en seguida, viene a “llamar al orden”. Ni tan siquiera el activismo manipulador de ciudadanistas e izquierdistas radicales sabe qué hacer ante esa “juventud salvaje”. El propio poder burgués, más que derrotarles vía policial o mediante la recuperación del supuesto discurso que impulsa todos estos estallidos sociales- como hiciera décadas atrás con las protestas de Mayo del 1968, las demandas del movimiento obrero o el movimiento antiglobalización- lo que sí que necesita de forma urgente es etiquetarles, clasificarles y asignarles unos líderes ficticios para controlarles más fácilmente, pues esa ininteligibilidad es más preocupante y desconcertante que la violencia misma. Dicho de otro modo: a esas revueltas ocasionales, que se infiltran en otras revueltas, no se opone una sofisticada contrarrevolución sino esporádicas e improvisadas contra-insurrecciones como, por ejemplo, campañas puntuales de difamación por parte de comentaristas televisivos a sueldo y periodistas políticos que, ridiculizando y denigrando a sus autores, apelan al civismo, al pacifismo y al buen comportamiento.

 

Tengamos en cuenta que esos jóvenes despreciados han sido expoliados de su vida por las falsas promesas de promoción del aparato escolar, arrojados después a un sistema laboral de explotación que ni siquiera ya los necesita, ni tan siquiera ya en calidad de consumidores pasivos. Han sido segregados económicamente. Han sido criminalizados como el más perverso e insolidario vector de contagio de la covid-19 y se les ha privado de las únicas formas de socialización que tenían. No les han dejado ser pacifistas; su torpeza, improvisación e inhabilidad en estas algaradas callejeras, así como la gran cantidad de detenciones, dan fe de que la violencia les ha sido negada desde siempre. En relación al mito hegemónico actual –es decir, a la creencia generalizada de que la tecnología de alto nivel podrá resolver cualquier problema- puede decirse que han sido expulsados del Arca; aunque sobre ellos ha recaído de forma despiadada todas las fábulas tecnolátricas de los amos del mundo, saben muy bien que en esa fábula no serán los elegidos para ir a otra galaxia. En ese sentido se les ha dejado bien claro que a ellos, a los nuevos excluidos, hasta la mentira se les niega. Incluso han sido despojados de mitos emancipadores modernos como el ya olvidado, por desgracia, mito poético de la Gran Tarde o de mitos procedentes de otras culturas bien distintas a la nuestra, culturas que propician formas de vida en paz con la naturaleza en el espacio y en el tiempo. Al contrario, han sido instados desde la cuna a “emprender”, es decir, a girar eternamente en la rueda pulverizadora de la movilización global capitalista.

Pero no podemos obviar que muchos de estos jóvenes es también están pidiendo ingresar, o retornar, al consumo. Esto lo explica muy acertadamente Miquel Amorós en “La cólera del suburbio”, texto que escribió con motivo de las revueltas que en 2005 se extendieron por los suburbios de toda Francia. Al igual que aquellos, muchos de los jóvene3s que están protagonizando estas protestas recientes también saquean, destruyen e incendian un mundo que en el fondo detestan, pero lo hacen reafirmando la lógica de las mercancías. NO se levantan contra el capital ni contra el Estado. Hay que reiterarlo. No son un nuevo sujeto revolucionario. No conforman revoluciones moleculares. No son ni9 tan siquiera una clase antagónica sino rehenes de una economía cuyos gestores imperiales aún les proporcionan créditos, incluso a fondo perdido, para fortalecer la vieja servidumbre bancaria. No revierten el orden de las separaciones. Han sido obligados a rebelarse de ese modo; sin solidaridad, sin propuestas, sin alternativas. Son un fluido de sufrimiento sin solidez ideológica. No se han desembarazado de los códigos opresivos; su subjetividad sigue alojando coacciones elitales de alta intensidad. Se trata de una revuelta inofensiva, al menos por ahora, para el oren reinante, es decir, gestada sin amor. Tampoco tienen odio; si lo tuvieran, al destruir, amarían por compensación. Ni tan siquiera han tenido que ocultarse bajo un pasamontañas; el propio sistema les ha obligado a llevar una mascarilla y no ser nadie. Su negación parece apuntar en todas direcciones. “Que se hunda el barco de una vez”, parecen querer gritar esos jóvenes, a tenor de la furia y la desesperación que muestran en los altercados. Por otro lado, la negación de este sistema no es, en ellos, ajena a ese espesor de nihilismo que la misma dominación difunde por todos los lados, y sólo entendiendo esto es posible explicar  todas sus impurezas. Así y todo, poco puede reprochárseles a estos jóvenes que no haya que reprochar antes a los gestores del capitalismo termo-industrial por su extractivismo ininterrumpido, la destrucción que han provocado en la biosfera planetaria, sus guerras imperiales de rapiña y su larga lista de epistemicidios.

 

En cualquier caso, con imaginación radical o sin ella, con imaginarios propios o impuestos, tengamos en cuenta que al menos durante unas breves horas han conseguido ponerse entre paréntesis. Es más, por unos instantes han dejado de distraerse. Aún desde la negación, aún sin las directrices de un programa revolucionario, hicieron aflorar una verdad. En ese sentido son, sin saberlo, un vector de verdad. Dejaron de ser “ciudadanos”, es decir, soldados del imperio para emerger, como una intensidad local, sin liderazgo. Lo que realmente sucedió fue que las “fuerzas destructivas” actuaron de manera diferente a lo esperado; no estaban de botellón, no estaban aplaudiendo a las 20:00 horas desde la ventana de su cuarto, no fueron a la Delegación del Gobierno correspondiente para solicitar permiso para manifestarse. Y demostraron, sin pretenderlo, que el cielo y la calle pueden destinarse a otras funciones que no sean las asociadas con la realización de las mercancías, algo que ni siquiera la actual crisis de la covid-19 ha podido paralizar. Para bien o para mal, la de estos jóvenes no es la revuelta que obedece, ni es tampoco esa revuelta que asume ciegamente las narrativas elitales, las rigideces ideológicas o las disciplinas de partido, lo que la hace irrecuperable por parte de las distintas instancias del poder con que cuenta el Estado. Para bien o para mal, de algún modo el insurrecto, cuando incendia, cuando rompe un escaparate o agrede a un policía, se pone a desear otras cosas, entra en la vivencia sin entenderla pero convirtiéndola en otra cosa. Imagina mundos que de otro modo, -en el fragor de una huelga o atracando un banco, por ejemplo- no imaginaría. En ese sentido, para bien o para mal, el insurrecto espontáneo, es un creador de mundos.

Mientras tanto los miembros de la clase media, esa clase que lleva varias décadas en proceso de desaparición sin ser consciente de ello y cuya actividad laboral y lúdica, a pesar de haber devenido en semipresencial aún es rentable al capital; esos asalariados o infra-asalariados que aún trabajan o teletrabajan, desde su mitad fantasmática como digo, se llevan las manos a la cabeza y se distancian con cierto aire de superioridad de los alborotadores. en realidad, no les queda otro remedio. Es más, aunque quisieran no podrían entrar en  la revuelta. Por eso la detestan. NO pueden entrar en ella sin atravesar el fuego que la envuelve. Allí la armadura detuvo el movimiento efectivo de los hombres. Ni tan siquiera se atreven a admirarla en un plano puramente estético. Están programados para no hacerlo. El adoctrinamiento escolar hizo bien su trabajo y las maquinarias de expresión de la burguesía reforzaron tal adoctrinamiento. Observan estos disturbios en la distancia, con asco, miedo o democrático estupor. Algunos, tal vez, desearían hacer de “mediadores” entre los agitadores y la policía pero no pueden entre otras cosas porque están preparando su próximo “botiquín de confinamiento”.

Nos adentramos en una nueva época de intempestividad, de grandes conflictos sociales y guerras interburguesas de gran envergadura por los últimos recursos aprovechables del planeta; al desmantelamiento del estado del bienestar, con todo el desempleo, pobreza energética y deterioro de las condiciones de vida que esto conlleva, habría que añadir el recrudecimiento del “terrorismo negro”; ese terrorismo omnipotente propiciado por las élites financieras, los servicios secretos de diversos estados y numerosos grupos paramilitares para confundir, dividir y anular a los movimientos populares de lucha, así como la maenaza cada v ez más plausible del ecofascismo. Ya es inocultable: el agotamiento del modelo industrial está dando paso ala Gran Exclusión, y el control digital sucede a la vieja disciplina. Y la dominación nos ha sido modelando durante décadas para afrontar este nuevo contexto venidero con resignación y obediencia. Pero he aquí que todos esos jóvenes que han sido permanentemente forzados a “innovar” se han puesto de pronto a lanzar golpes contra la propia catástrofe; he ahí su inesperada “innovación”. La violencia de la dictadura del capital se enfrenta a su propio contrarreflejo  asimétrico. Y todo parece indicar que en Occidente este tipo de conflictos aumentarán en número e intensidad. La metástasis se empieza a manifestar ya en todos los órganos. La revuelta ilegible e inesperada de los de abajo ya no se limita a los suburbios de las grandes ciudades; alcanza las centralidades y se entremezcla con otras revueltas, muchas de las cuales se producen en nuestra propia subjetividad y nuestro propio inconsciente colectivo. Tal vez estas revueltas por venir derriben en un futuro próximo el castillo de naipes. Tales estallidos sociales, de algún modo, dan fe  de que al menos en el inconsciente de los de abajo susbsiste un dinamismo salvaje que se resiste, en desproporcionada reciprocidad, al desastre capitalista. Ahora bien, lo deseable sería que todo ese hartazgo e inconformismo avance del lado de los revolucionarios que anhelan construir sociedades basadas en la solidaridad, la igualdad y la justicia. Y, por supuesto, que toda esa subjetividad temporalmente autónoma no sea recuperada por parte del poder burgués, como este suele hacer siempre con toda anomalía. Es lo que llevó a Jaime Semprun en su libro “El abismo se repuebla” a afirmar que: “Los motines en las esquinas” y demás estallidos sociales de violencia sin conciencia no sirven más que a quienes quieren prolongar la degeneración de un mundo acabado que no sabe por dónde va”. Ciertamente no sabemos hacia dónde nos llevará el declive de este sistema económico pero sí sabemos que, dado el imparable agotamiento de los recursos energéticos que éste requiere para su funcionamiento-al igual que un ser vivo afectado por una metástasis que se ha extendido ya por todo el organismo- éste está condenado a implosionar, y no olvidemos que, en un sistema que implosiona, o la paz social, la tolerancia, la paciencia y la mansedumbre implosionan con él. Evitemos entonces que esa implosión se lleve consigo lo que aún nos queda de solidaridad, apoyo mutuo, conciencia de clase y hambre de emancipación.

 

 

1 de abril de 2021

Vicente Gutiérrez Escudero

Publicado en el número 47 de la revista Ekintza Zuzena.

 

 

martes, agosto 10

Nos miramos

 


Nos miramos

la ardilla y yo

con la complicidad

de los amenazados

por el mismo enemigo.

 

 

Ana Pérez Cañamares. Economía de guerra.

sábado, agosto 7

¿Verde y digital?


Hace ya varias décadas que, como estudió Turner (2008), el ordenador dejó de ser símbolo de la Guerra Fría y la industrialización para convertirse en sinónimo de libertad, participación y ecología. Este paso de la contracultura a la cibercultura queda paradigmáticamente ejemplarizado en Stewart Brand. El hippie editor del mítico Whole Earth Catalog o de la revista CoEvolution Quarterly –que en los años setenta publicaba a autores como Mumford, Illich, Snyder o Margulis– ha terminado por convertirse en uno de los tótems de revistas como Wired y adalid del optimismo tecnológico californiano, como ejemplifica bien el título de uno de sus últimos libros: Whole earth discipline: why dense cities, nuclear power, transgenic crops, restored wild lands and geoengineering are necessary (Brand, 2010).

Más allá de la intrahistoria californiana, el vínculo entre digitalización y ecologismo se ha convertido en casi una pieza de sentido común de época. Gracias a Internet, reza el mantra, podemos abandonar el devastador papel, acabar con los desplazamientos innecesarios y migrar nuestros archivos a la nube, ese ente etéreo y grácil con resonancias cuasi divinas. Cada vez más, las casas, los coches, los teléfonos o los electrodomésticos se vuelven inteligentes e interconectados o, lo que es supuestamente lo mismo, más eficientes y verdes.

Internet: la infraestructura más grande jamás construida

Pero ¿es Internet una nube ligera y etérea? ¿Es realmente digitalización sinónimo de desmaterialización y eficiencia energética? ¿Cuál es el peso metabólico (González de Molina y Toledo, 2011) de los nuevos procesos de digitalización? La realidad es que, aunque la mayor parte de la gente parece desconocerlo, Internet es una estructura exuberantemente material. Es más, se la puede considerar la infraestructura más grande y compleja de la historia de la humanidad.

Como nos recuerda Marta Peirano:

“Como los datos no se mueven solos y las antenas solo sirven para las distancias cortas, el grueso de Internet son unos 380 cables submarinos que transportan el 99,5% del tráfico transoceánico. El 0,5% restante es gestionado por lentos y caros satélites, el futuro de una industria que se prepara para perder sus infraestructuras en manos de desastres climáticos. Ese espacio también está siendo rápidamente colonizado por Facebook, Google y SpaceX, la empresa de Elon Musk, con su flota de nanosatélites Startlink”.

De estos satélites se han lanzado al espacio ya 12.000 de los hasta 40.000 previstos. Un proyecto que ha alarmado a astrónomos de todo el mundo que denuncian que, de completarse, las apenas 9.000 estrellas visibles se verán eclipsadas y las medidas meteorológicas perderán fiabilidad debido a interferencias (Archyde, 2020).

A este laberinto de cables se anudan servidores que, como puede apreciarse en la figura 1, han crecido de forma exponencial en los últimos años. Si a inicios de este siglo se contaban por cientos de miles, hoy superan ya el millón en todo el mundo. Estos, en esencia, no son más que ordenadores encendidos 24 horas al día e interconectados entre sí. Su función: almacenar en sus discos duros los datos de la nube y servir de intermediarios entre todos los ordenadores que se conectan a la red. Su fin oculto: acaparar la máxima cantidad de datos que después puedan ser analizados y utilizados para el desarrollo de algoritmos que se alimentan de Big Data (Zuboff, 2020). Un negocio tan lucrativo que ya ha hecho de Jeff Bezos la persona más rica del planeta.

La explosión exponencial del consumo de energía

Por supuesto, para funcionar correctamente y mantenerse a una temperatura estable todos estos servidores necesitan consumir energía. Un consumo que, siguiendo el crecimiento material de la infraestructura de Internet, también está sufriendo una expansión exponencial en los últimos años.

Antonio Aretxabala (2020) en su reciente artículo en torno al 5G nos aporta alguna información al respecto: “La computación –solo en la nube– usa ya alrededor del 2% de la electricidad producida en el mundo por todos los sistemas de generación eléctrica. La enorme red de inmensos centros de datos en los que se basa la computación en la nube demanda 100 veces la electricidad por unidad de superficie que, por ejemplo, un rascacielos moderno como el de Iberdrola en Bilbao. El Departamento de Energía de EE UU ha calculado que el uso de energía de los centros de datos supera con creces el de toda la industria química de aquel país. El uso de energía en la última era digital se expandió el 90% entre 2000 y 2005, luego bajó sus espectaculares incrementos tras la crisis del 2008 con un 24% entre 2005 y 2010”.

Algunas cifras ya dan per se cuenta de la enormidad del consumo de energía de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC): la filial de Google, Youtube, es la empresa que más electricidad consume de todo el mundo –esta empresa, y los vídeos en streaming en general, concentra hasta el 80% del total del tráfico de Internet– y, según el informe de 2017 de Greenpeace “Clicking Clean” (Cook et al., 2017) –que toma como referencia al conjunto del sector de las tecnologías de la información y lo compara con el consumo de países–, los datos del año 2012 al 2014 ya situaban al sector de las TIC en el tercer puesto a nivel global, no demasiado lejos de potencias como China y EE UU y por delante de Rusia, Japón e India. Hablamos de un 8% del consumo total de energía, una cifra ya enorme pese a no reflejar la tremenda explosión del tráfico de datos de los últimos años: con el paso del 3G al 4G este aumentó hasta en un 60%.

¿Digitalización y descarbonización o digitalización vs. descarbonización?

Uno de los intentos más sistemáticos de estimar cómo este aumento del consumo de energía se está necesariamente transformando en un agravamiento de la Emergencia Climática fue el estudio “Evaluación del impacto de las emisiones de TIC a nivel mundial: tendencias para 2040 y recomendaciones” (Belkhir & Elmeligi, 2018). En este, sus autores se propusieron llevar "a cabo un análisis detallado y riguroso del impacto del carbono proveniente de las TIC a nivel mundial, incluidas tanto la producción como la energía operativa de los dispositivos de las TIC, así como la energía operativa que se precisa para respaldar la infraestructura de dicha industria”.

Su conclusión es contundente: “La contribución de las TIC a las emisiones globales de gases de efecto invernadero podría crecer de 1 a 1,6% en 2007 a más del 14% de las emisiones totales en 2040”. Las TIC son el sector industrial cuyo consumo de energía ha crecido más vigorosamente en los últimos años y, de cumplirse las promesas del sector que después discutiremos, este no dejará de acelerarse.

Lo anterior muestra que si la digitalización es inseparable de la descarbonización, no es precisamente porque la primera vaya a ser un instrumento de la segunda, sino porque la primera es ya uno de los principales obstáculos con los que se encuentra la segunda. Hoy, aproximadamente el 81% del mix energético mundial sigue compuesto por combustibles fósiles. Las enormes dificultades que implican la salida de esta hegemonía fósil han sido exploradas en detalle por investigadores como Carlos de Castro y su equipo (Capellán-Pérez et al., 2019; De Castro Carranza, 2017). Existen límites técnicos y políticos a la sustitución de nuestro metabolismo fósil por uno renovable, pero también límites termodinámicos. Los captadores de energía renovable, en sí no renovables y sujetos a la necesidad de sustitución cada pocas décadas en procesos petrodependientes, tienen tasas de retorno energético muy inferiores a las de los combustibles fósiles (Prieto, 2006). Estos procesos de sustitución son en sí mismos consumidores de energía, tanto en la producción como en el desecho.

Estos límites afectan de igual modo al proyecto de una hipotética descarbonización del sector de las telecomunicaciones, que disfruta de un respaldo fósil del que no puede prescindir. Este es especialmente sensible a uno de los límites técnicos de las energías renovables: el problema de la intermitencia. El viento no siempre sopla y el sol no siempre brilla, pero los servidores no pueden dejar de funcionar en ningún momento. De igual modo, tanto la fabricación como la instalación y el mantenimiento de los servidores y de las hipotéticas infraestructuras de captación de energía renovable que los alimentan dependen del uso de caminos, grúas, excavadoras, asfaltadoras o altos hornos que no utilizan electricidad y dependen casi en un 100% de energía fósil.

El enorme problema de la dependencia mineral

Pero, sin lugar a dudas, uno de los desafíos más importantes a los que se enfrentan tanto las TIC como la infraestructura renovable es a los crecientes cuellos de botella (Valero et al., 2018) en el acceso a determinados minerales cruciales para sus dispositivos. No solo porque la minería supone hoy entre el 8 y el 10% del consumo de energía primaria en el mundo, y las consecuentes emisiones de gases de efecto invernadero, sino porque muchos minerales que hoy se encuentran insertos en nuestro metabolismo son escasos en la corteza terrestre y, en ocasiones, se encuentran muy localizados en la misma. Lo anterior no ha impedido que su uso y extracción estén aumentando a un ritmo exponencial.

El sector de las TIC es en particular un voraz consumidor de Tierras Raras. Estas son 17 elementos, ninguno de cuyos usos es esencial para la vida, pero cuyas aleaciones y superaleaciones son cruciales para los nuevos dispositivos de telecomunicación. China controla en la actualidad aproximadamente el 90% de las mismas en todo el mundo. Además, las produce y las refina a partir de los minerales que extrae, y después las vende por todo el mundo. Así, el hecho de que en todo el planeta se apueste por el desarrollo de la digitalización es sinónimo de una enorme dependencia del Gigante Asiático. También demandan un flujo estable y abundante de otros materiales como el coltán o el litio y el cobalto utilizado en las baterías de los teléfonos móviles.

El aumento de la minería metálica para abastecer los mercados tecnológicos implica además una amenaza de contaminación sin precedentes por metales pesados y la destrucción de hábitats, con especial impacto en la Red Natura 2000 y otros espacios protegidos, además de los fondos marinos. De hecho, la destrucción de biodiversidad asociada a estos proyectos mineros es tan elevada que estudios recientes señalan ya que podría superar a los daños evitados por la mitigación de los efectos del cambio climático en los proyectos de descarbonización (Sonter et al., 2020).

La península ibérica no es ajena a esta escalada especulativa sin precedentes de la minería metálica (Vélez, 2020). Los proyectos de grandes minas a cielo abierto de litio en la Sierra de la Mosca de Cáceres o de cobalto en Castriz (A Coruña), así como el horizonte de extraer estos mismos minerales arrasando los fondos oceánicos de Canarias o Galicia, son solo algunos ejemplos del nuevo extractivismo digital que ha llegado ya con fuerza a nuestro territorio.

A velocidad de crucero hacia el colapso

Si los impactos asociados a la digitalización realmente existente son ya de por sí alarmantes, en el presente la apuesta por la tecnología 5G trata de crear condiciones para la llamada Cuarta Revolución Industrial (IVRI). Esta, idealmente, pondría en marcha un nuevo ciclo de acumulación capitalista basado en la automatización, la hiperconectividad de objetos y personas (Internet de las Cosas), el trabajo desregulado mediante plataformas, las nuevas formas de gobernanza urbana (smart cities), la digitalización de la agricultura, etc.

Se trata del intento de una nueva Gran Aceleración que va en sentido contrario a lo que de verdad necesitamos (Álvarez Cantalapiedra, 2018). La huida hacia adelante que supone el 5G puede compararse con el despliegue de los últimos moais de la Isla de Pascua (Turiel, 2019). En un mundo que sufre la emergencia climática y se sitúa en una trayectoria de colapso ecológico-social, lo que precisamos no es acelerar más (y las TIC en general funcionan como aceleradoras del turbocapitalismo), sino precisamente lo contrario: ralentizar, relocalizar, contraer el metabolismo social, reconectar con la naturaleza y construir un nuevo sentido de la vida que no se base en el consumo de mercancías.

Aunque es difícil de cuantificar a priori, todo parece indicar que la IVRI traerá asociados impactos metabólicos de una escala monstruosa que, sin lugar a dudas, reman en dirección contraria al tipo de aterrizajes de emergencia que el presente colapso ecosocial nos demanda. Por un lado, el consumo de energía explotaría debido a un aumento vertiginoso del tráfico de datos. Así lo señalan Belkhir y Elmeligi cuando afirman que: “Una limitación final de este estudio y que merece una investigación adicional es el impacto potencial de la aparición del Internet de las Cosas (IoT). A menos que la infraestructura complementaria cambie rápidamente a un 100% de energía renovable, la emergencia de la IoT podría eclipsar la contribución de los demás dispositivos de computación tradicionales y aumentar drásticamente las emisiones globales, más allá de las proyecciones de este estudio” (Belkhir & Elmeligi, 2018).

También Aretxabala (2020) proyecta que las cifras de tráfico de datos, en caso de llegarse a un despliegue completo del 5G, podrían como mínimo triplicar y como máximo alcanzar una cifra hasta 10 veces mayor de la actual. Hay que tener en mente que hoy solo unos pocos objetos pueden conectarse a Internet y, sin embargo, el consumo de energía asociado a dicha conectividad es ya comparable al de países enteros. ¿Qué esperar de escenarios en los que el número de objetos interconectados alcanzara, tal y como se proyecta, el número de 1.000.000 por km2? ¿Cómo no esperar una explosión sin precedentes del tráfico de datos si sabemos que 1.000.000 de coches autónomos necesitarían un nivel de intercambio de datos equivalente al de 3.000.000.000 de personas usando su smartphone? Ya a día de hoy sabemos que el consumo de energía de las pocas antenas 5G instaladas en China es tan elevado que las empresas responsables de estas se están viendo obligadas a apagarlas durante la noche (Borak, 2020)...

Como ya señalé antes, también es fácil prever que una digitalización masiva como la que las élites proyectan nos llevaría a una profundización de la Emergencia Climática. Especialmente porque el aumento en el consumo de energía que generaría difícilmente podría desligarse de la quema de unos combustibles fósiles que el reciente “World Energy Outlook” (International Energy Agency, 2020) prevé que sigan suponiendo el 76% del mix global para 2030. Así, la conclusión de Ben Tarnoff (2019) parece difícil de debatir: para descarbonizar necesitamos desdigitalizar y desinformatizar.

Conclusión: contra la doctrina del shock digital

En conclusión, pese a que los programas de recuperación poscovid de todo el mundo, incluyendo el europeo Next Generation EU, pretendan hacernos creer que la digitalización se puede convertir en una herramienta para hacer frente a la multitud de desafíos ecosociales que el colapso dibuja, la realidad es que esta está construyendo sociedades muy poco resilientes (Lodeiro, 2020). Esta genuina doctrina del shock digital (Klein, 2020), a la que los estados y las GAFAM nos están sometiendo, esconde una verdad básica: la digitalización extrema que propone la IVRI no será viable en los contextos de descenso energético e inestabilidad climática que nos esperan en las próximas décadas (Fernández Durán & González Reyes, 2014). Por tanto, cada vez que entregamos una faceta de nuestra actividad social o de nuestra capacidad productiva a estas nuevas propuestas digitales, reducimos la posibilidad de construir salidas de emergencia que, asumiendo algunos de los inevitables impactos del colapso, nos permitan llevar vidas lo más dignas, justas, igualitarias y autónomas posibles.

Sería, en cambio, un error pensar que no hay nada de qué preocuparse ya que el colapso hará de proyectos como la IVRI un imposible metabólico. Además de que el grado de avance del mismo será inversamente proporcional a nuestras posibilidades de mantener vidas buenas, como antes señalaba, existe un riesgo muy real de que sus recursos queden finalmente en manos de élites políticas y económicas que los utilizarían, como ya hacen hoy en China abiertamente, con fines represivos. Es más, una IVRI parcial y en manos de las élites podría convertirse en un instrumento privilegiado para la instalación de un ecofascismo (Almazán, 2019), un miedo justificado a la luz de que en torno al 70% de la inversión proyectada en 5G está en manos de empresas de seguridad y videovigilancia…

Por último, es más necesario que nunca poner en tela de juicio el 5G y su mundo porque no existe hoy bloqueo imaginario mayor para la construcción de sociedades ecofeministas y decrecentistas (Almazán Gómez, 2019) que la idea de que gracias a la tecnología podremos solucionar todos los problemas que nuestras sociedades capitalistas industriales han generado. Para construir una genuina cultura de los límites que nos permita abrazar una autocontención individual y colectiva, una Nueva Cultura de la Tierra, necesitamos abandonar de una vez por todas la tecnolatría que nos conduce paso a paso hacia el colapso.

Adrián Almazán es profesor de Filosofía en la Universidad de Deusto. Es licenciado en Física y doctor en Filosofía por la UAM. Forma parte de Ecologistas en Acción, donde coordina el área de Digitalización, Informatización, TIC, CEM y 5G, y es miembro del colectivo La Torna

 

 Adrián Almazán

https://vientosur.info

Referencias

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miércoles, agosto 4

Comestibles o Combustibles

 


El lema del título, lo usamos hace unos diez años cuando llegó la propuesta de reemplazar combustibles fósiles por combustibles de origen agrario como la colza, el maíz o el aceite de palma. En ese momento, era muy clara la ‘competición’ que surgiría entre dedicar la tierra agraria a cultivar “comestibles o combustibles”. Y no fue difícil tomar partido. Y no fue difícil encontrar consenso entre organizaciones campesinas y ecologistas.  

La dicotomía aparece de nuevo con la acelerada imposición de la llamada transición energética. Los parques solares de dimensiones extraordinarias se extienden en las mejores tierras campesinas -planas y orientadas al Sur – provocando una rivalidad directa con la producción de alimentos. Los parques eólicos no ocupan tanta tierra, pero en cualquier caso encarecen el precio de la misma impidiendo, por ejemplo, la llegada de nuevas manos campesinas que no pueden pagar lo que pagan las multinacionales que acaparan el negocio de las (llamadas) renovables.  

Entonces, en aras de la sostenibilidad, ¿por qué optamos? ¿Por ‘dejar’ espacio a la energía verde o por preservarlo para la agricultura?  

En mi opinión es una pregunta perversa pues el argumento de la sostenibilidad se ha convertido en una estrategia de perpetuación de un modelo social de privilegios que es la base de los conflictos sociales y ecológicos de nuestra civilización occidental. De hecho, en la alimentación la existencia de jerarquías está muy presente: los ricos pueden comer, los pobres pasan hambre; los hombres comercian, las mujeres trabajan; en Europa se come quinua ecológica, en Bolivia donde se produce no pueden pagarla. Y eso mismo ocurre con esta invasión de molinos y placas solares: darán energía a las ciudades marginando al campo; darán energía a las poblaciones ricas del Norte a costa del expolio minero con el cual se fábrica esta tecnología que contamina, fragmenta y asesina la tierra campesina de millones de humanidad que, hasta entonces, por cierto, vivían en perfecta armonía.  

Si la ecología es social no hay necesidad de escoger: Privilegios, No Gracias.

 

La Fertilidad de la Tierra, Primavera 2021. Gustavo Duch