Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, abril 30

El agua ya es (oficialmente) una mercancía

 

A mediados del pasado mes de diciembre de 2020 una noticia terrible sorprendió al mundo: “El agua empieza a cotizar en el mercado de futuros de Wall Street junto al petróleo y el oro”, rezaban varios titulares. La guinda a un año 2020 de mierda y la antesala a un futuro cercano parecido a las pelis de Mad Max.

La noticia recorrió con la fuerza de las aguas bravas las redes sociales y los informativos de televisión, pero un par de días después se dejó de hablar del tema y el foco mediático se centró en otras cuestiones, como las acusaciones de fraude electoral en EEUU, la crisis humanitaria de personas migrantes en Canarias, o la legalización del aborto en Argentina. Parece que si el dedo no apunta a la luna no nos fijamos ni en la luna, ni en el dedo.

La cotización del agua en Bolsa

Puesto que no se le otorgó a esta noticia el protagonismo que se merece, hemos considerado oportuno rescatarla y explicarla. Todo comenzó cuando, a finales del año pasado, el futuro del California Water Index comenzó a cotizar primero en la Bolsa de Chicago y luego en la de Wall Street (Nueva York), lo cual convierte a este bien preciado en una mercancía bursátil más, como lo es el petróleo y el oro. No es una buena señal, la verdad, puesto que el valor de estos dos bienes reside, precisamente, en su carácter de escasos y limitados. Además, el control del oro y el petróleo ha originado varias guerras a lo largo de la historia (más recientemente en Irak y Siria). Que el agua, un bien que inequívocamente necesitamos para sobrevivir (o que su consumo en mal estado puede provocar graves enfermedades e incluso la muerte), empiece a adquirir ese carácter de “raro” o “escaso”, sin duda nos debería preocupar a todas.

El hecho de que cotice en Bolsa, además, invita a que Fondos de Inversión y otros agentes especuladores puedan empezar a invertir fuertemente en ella. ¿Qué puede salir mal? Recordemos su aventura financiera cuando en 2008 decidieron invertir en viviendas subprime. En el caso del agua, sus beneficios se verán incrementados cuanto más escaso sea este bien.

California Water Index: un referente para el resto de mercados de agua del mundo

El agua con la que se están haciendo apuestas actualmente en Wall Street es la de California, un estado conocido por ser zona de cultivo de almendras, marihuana y pistachos (los cuales requieren mucha agua) y que lleva sufriendo desde hace años devastadores incendios históricos. Es decir, como consecuencia del cambio climático los fuegos en California van en aumento, el agua cada vez va a considerarse más necesaria necesaria y su valor, en consecuencia, va a ir en aumento. ¿Y a quién beneficiará esta situación? A especuladores que se aprovechan de la escasez y la miseria para lucrarse.

La especulación con el agua: nada nuevo bajo el sol

En el artículo “Agua y Wall Street: las claves de una noticia esperada”, publicado en la sección Climática de La Marea, María Ángeles Fernández y J. Marcos argumentan que el agua y su gestión lleva años siendo objeto de mercado e incluso de especulación financiera. Ahora, con la entrada en el mercado de futuros de las materias primas, se ha dado un paso más en una tendencia que lleva, al menos, dos décadas de desarrollo.

A continuación reproducimos las principales ideas de este artículo.

Nadie en el mundo se ha hecho más consciente del valor del agua que el sector privado, que ve los beneficios que se pueden obtener del hecho de que el agua sea un bien escaso. El resultado es un fenómeno completamente nuevo: el negocio del agua”, escribían en 2004 Maude Barlow y Tony Clarke en el libro el Oro azul: Las multinacionales y el robo organizado de agua en el mundo (editorial Paidós)La venta de agua embotellada, la generación eléctrica a través de hidroeléctricas, la producción de alimentos, el uso por parte de las industrias, la privatización de los suministros urbanos, la desalación o los trasvases son algunos ejemplos de procesos de mercantilización del agua. Además, es un input fundamental en otros muchos sectores como, por ejemplo, el turismo.

El agua se ha convertido en el recurso más codiciado del planeta. El mundo de las finanzas quiere imponer su revolución para salvar a la humanidad: aumentar el precio del agua y crear mercados como el del petróleo”. Estas son algunas de las frases del documental francés Los señores del agua, filme que se puede ver a continuación.

Para analizar el papel de esos mercados financieros habría que retrasarse más o menos a inicios del siglo XXI, cuando se crearon algunos fondos temáticos dedicados al agua; Pictet Water fue uno de los primeros y, a principios de este año, ofrecía una rentabilidad del 8%.

En un planeta donde el agua supone el 70% de la corteza terrestre, las alternaciones climáticas, así como determinados usos abusivos y contaminantes, están provocando problemas de acceso cada vez mayores en muchas regiones. Ante esta ‘escasez’, justificación que se repite una y otra vez, los mercados financieros han decidido que la cotización en Wall Street ya no puede esperar más. Gestión de riesgos, sequía excepcional, precios, crecimiento, privatización, escasez o valor son conceptos que reiteran las crónicas que anuncian la reciente cotización y medición de la evolución de los precios del agua. “Se acepta que los mercados teóricos, en condiciones de transparencia, información, igualdad de acceso a las decisiones y a la competencia, etc., aumentan la eficiencia de los recursos. Y también se acepta que esta mayor eficiencia conlleva aumentos de la inequidad y de la desigualdad en la distribución, al no haber criterios de solidaridad, sino de eficiencia. Esa es la función del mercado”, explica a La Marea Leandro del Moral, catedrático de Geografía Humana de la Universidad de Sevilla.

Todo ello en un planeta con una ya desigual distribución del agua. La escasez afecta a más del 40% de la población mundial, unos 3.000 millones de personas, según los datos de Naciones Unidas, que prevé, además, que el porcentaje aumente debido a la sobreexplotación de muchas cuencas. El uso del agua ha aumentado anualmente el 1% desde los años 80 del siglo pasado y, como recoge el Informe Mundial de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos 2019, se espera que la demanda siga aumentando a un ritmo similar, por lo que para 2050 se podría estar usando entre un 20 y un 30% más que las cantidades actuales. La actual emergencia climática, con mayores sequías y lluvias torrenciales, ahonda esta tendencia y la distribución desigual.

La importancia de la agricultura

Debido a la dificultad que implica moverla en grandes cantidades, el control del agua se realiza a través de derechos de uso, que pueden cambiar de manos, en una práctica que prima y blinda unos derechos sobre otros.

Entre un 70 y 80% del consumo de agua mundial está dedicado a la agricultura, así que no extraña que la entrada en el mercado de futuros de Wall Street del líquido azul esté relacionada con esta actividad económica. “El agua irá a los frutos intensivos; no irá, por ejemplo, a regar cultivos tradicionales que tienen poca rentabilidad, poca productividad y poca competitividad en el mercado, pero que son fundamentales para determinadas sociedades, colectivos y espacios”, alerta del Moral.

A partir de ahora, hablar de agua, un derecho humano, también es hacerlo de especulación, de fondos de inversión y de mercados de futuros.

 

Más información en «Dueños y señores del agua«, por María Ángeles Fernández y J. Marcos, en La Marea

 

Extraído de https://www.todoporhacer.org

martes, abril 27

Bondage

 


Incluso he visto gente, a las que,

habiendóseles movido un poco

se la vuelven a colocar correctamente.

Antonio Orihuela

 

Cuando nacieron nuestros padres los

taparon con vendas y mordazas. Cuatro

décadas después, les quitaron las vendas y

las mordazas y les dijeron: Sois libres.

 

Pero ellos ya no eran nada.

 

Al nacer nosotros, no nos fue mucho

mejor: bastó con saturarnos los ojos de

imágenes y ensordecernos con palabras.

 

Nos creímos libres.

 

Ahora somos clase media.



Patricio Rascón

sábado, abril 24

Aceite de palma, violencia, escasez... y mujeres en resistencia


 

En comunidades campesinas asediadas por el monocultivo de palma aceitera en Colombia, las mujeres sostienen los procesos de resistencia, comenzando por el más elemental de todos: el cuidado de la vida de la comunidad. 

 

En Marialabaja (Colombia), las necesidades alimentarias se resuelven diariamente gracias al trasiego cotidiano de las mujeres, que pasan la mañana circulando de una casa a la otra. Fernanda pasa por la casa de Meliza y recoge una diminuta bolsa con la ración de aceite que necesita para preparar el almuerzo; Meliza va a la casa de su madre, doña Gabriela, para llevarse un pescado; una vecina trae unas yucas y un plátano de su cosecha para que Meliza lo comparta con sus hermanas. Entre todas, logran que todo el mundo coma, no solo en sus hogares sino en la comunidad. Porque, como le escucho una tarde a Alfredo, “lo que no se ha visto en estas veredas ha sido la indigencia”. Aquí, en territorios rurales donde perviven formas de vida comunitarias que se han ido descomponiendo en otros lugares mejor adaptados al avance del orden neoliberal, lo poco que hay se comparte, porque esa es la clave de la supervivencia.

Vereda es el nombre que reciben en Colombia las pedanías; y esta vereda de Marialabaja, un municipio de la región de los Montes de María, en el Caribe colombiano, es una de las que más impactadas por la súbita llegada a la región, dos décadas atrás, del monocultivo de palma aceitera, que socavó las economías campesinas de las comunidades campesinas y afrodescendientes. A la rápida expansión de las plantaciones de palma antecedió la incursión del paramilitarismo, que obligó a huir a miles de personas, dejando atrás sus casas, sus tierras y sus vidas.

Al volver, meses o años después, cuando pensaban que todo estaría más tranquilo, descubrieron que en las tierras antes destinadas al pancoger —así se refieren en Colombia al cultivo de alimentos para el autoconsumo, como el ñame, la yuca o el maíz— ahora solo había hileras de palma, ordenadas como si se tratase de una fábrica al aire libre. Fue entonces, cuentan las campesinas afrodescendientes de Marialabaja, que comenzó a reinar la escasez donde antes había abundancia. Llegó la escasez de agua y alimento en estas tierras conocidas como la despensa de la región: los agroquímicos y las plagas que trajo consigo el monocultivo relegaron a un lugar marginal los cultivos de ñame, yuca y maíz, así como los huertos de verduras y hortalizas, el pescado otrora abundante e incluso los árboles frutales.

Desde entonces, Fernanda, Meliza, Gabriela y muchas otras como ellas se las apañan para que a nadie le falte un plato de comida, aunque a veces escaseen las proteínas o las vitaminas en su dieta. La provisión de agua es, en estas veredas, la tarea más pesada con la que cargan las mujeres, un peso que recae literalmente sobre sus cabezas. Existe una precaria red de tuberías que llevan agua a las casas, pero no es agua potable: es de la represa cercana, que llega tan sucia que no hay en el pueblo mujer que se libre de picores vaginales. Asimismo, abundan múltiples enfermedades estomacales y dermatológicas. Las mujeres de Marialabaja lo atribuyen a los agroquímicos que se aplican a la palma porque, aseguran, el agua estaba mucho más limpia antes de la llegada del monocultivo. 

Además, antes de la palma podían beber agua de los pozos artesanales que había en la comunidad; esos mismos que se secaron por la enorme cantidad de agua que absorbe el monocultivo palmero. Así que el agua que llega en las tuberías se destina a la higiene personal y la limpieza, mientras que, para beber, las mujeres deben proveerse de agua que recogen del lugar de la represa, donde el agua está menos turbia. Está lejos de ser potable, pero en algunas casas cuentan con filtros que les consiguió una oenegé europea. En otras, no. Y las hay que ni siquiera agua sucia reciben en tuberías, porque un día se estropearon y nadie llegó a arreglarlas.

Cocinar y abastecer al pueblo de agua limpia, pero también barrer los patios, cuidar de los animales que aún son criados en los patios, limpiar el pescado cuando algo hay, criar a los niños, limpiar la casa y quemar la basura, porque a estas veredas no llega el camión de la basura y algo tienen que hacer con los desechos. Son actos cotidianos, invisibilizados, que sostienen la vida en las comunidades de Marialabaja y permiten que estas resistan, que sigan siendo campesinas, que haya todavía quien preserve un pequeño pedazo de tierra para seguir cultivando yuca y ñame. Para que esos saberes y esos sabores no se pierdan. Porque, como dice un campesino orgulloso en estas veredas: “Cada año salen cientos de ingenieros agrónomos de una facultad de Ingeniería, pero para que haya un campesino hacen falta generaciones enteras, porque eso no está en los libros”. Es un saber que se aprende con el cuerpo, a través de la experiencia.

Cuidar es un acto político

Las mujeres sostienen la vida en las veredas de Marialabaja, pero también están al frente de diversos procesos comunitarios que reclaman al Estado mejores condiciones de vida. Por la casa de Meliza, que tiene dos puertas y ambas siempre abiertas de par en par, pasan diariamente varias personas preguntando dudas de lo más variopintas. A veces, para rellenar un formulario y pedir una yuca. Otras, para preguntar por el pozo artesanal que ella abrió en su patio, pero que se secó pronto. Cuando no, por un consejo, para tomar un tinto —un café solo— y compartir recuerdos de los tiempos difíciles que ellas adornan con risas.

El orden patriarcal niega el valor de las tareas de cuidado al tiempo que las asigna a las mujeres. Estas tareas no son apenas valoradas: son invisibles, a pesar de que son absolutamente esenciales para el cuidado de la vida y para la propia existencia de la comunidad. También se les niega su carácter eminentemente político: “Las mujeres han estado en todos los conflictos, anónimas e indispensables. Pero, desde una lectura patriarcal de qué son las luchas y qué es político, se ocultan sus activismos, así como el trabajo reproductivo y de cuidado. Se olvida que la práctica política surge en la cotidianidad”, apunta Helena Silvestre, militante afroindígena en favelas y ocupaciones de tierras de São Paulo.

 “En las ocupaciones de tierras y en las favelas, las mujeres siempre tuvieron un lugar silencioso, pero imprescindible. No existe comunidad sin el trabajo de las mujeres”, añade Silvestre. Porque, sea en las comunidades rurales o en las periferias de las grandes urbes, las tareas domésticas no se desarrollan de puertas adentro, sino que salen a la calle y se resuelven colectivamente. Las ‘ollas populares’, también conocidas como ‘ollas comunes’, se despliegan en barrios populares de países como Chile, Argentina y Perú, cuando las mujeres se organizan para cocinar y dar de comer a todo el colectivo. Una vez más, lo poco que hay se reparte. Porque estas mujeres saben que no es una opción quedarse esperando a que el Estado resuelva los problemas. Y estas luchas “encierran una identidad colectiva, constituyen un contrapoder y abren un proceso de autovaloración y autodeterminación del cual tenemos mucho que aprender”, escribe Silvia Federici en Reencantar el mundo. Feminismo y Política de los comunes (Traficantes de Sueños, 2020).

Estos procesos permiten observar cómo se interseccionan las dimensiones de raza, género y clase en el avance del modelo extractivista y necropolítico que está en la base del sistema de producción, distribución y consumo en el que estamos inmersas. Por eso, como plantea la economista alemana Maria Mies en Patriarcado y acumulación (Traficantes de Sueños, 2019), un movimiento de liberación feminista debe redescubrir las relaciones concretas entre personas que ocultan las mercancías, trazando la historia que hay por detrás de tales mercancías: cómo las historias de muerte y destrucción que a su paso deja la palma de aceite en países como Colombia, Ecuador o Indonesia. 

La violencia se escribe sobre el cuerpo de las mujeres

Mientras tanto, las mujeres son víctimas también de la violencia con la que avanza el modelo extractivista sobre territorios como Marialabaja. En Colombia, en el marco del conflicto armado, más de 875.000 mujeres sufrieron violencia sexual entre 2010 y 2015. Solo un 22% lo denunció, según Oxfam. “A las mujeres nos ha tocado la peor parte. Unas perdimos el marido y nos tocó ese rol de sacar adelante todo. Muchas fuimos víctimas de violencia sexual. Muchas ni han podido denunciar. Eso es un dolor profundo, y un trauma que es físico, que está muy adentro”, cuenta Danilia en Marialabaja.

Es un precio más, un precio muy alto, que pagan las mujeres de Marialabaja por la expansión del monocultivo de palma de aceite. Dice Willy, un campesino, que “violencia y palma, eso viene muy amarradito”. En el pueblo todos saben que los paramilitares que sembraron el terror en los Montes de María, entre 1998 y 2003, eran los mismos que por el día se paseaban con uniformes militares, y por la noche los cambiaban por los uniformes de los grupos de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Igualmente es sabido en Colombia la relación de las AUC con el expresidente Álvaro Uribe Vélez, y ha sido ampliamente estudiado cómo la estrategia del terror paramilitar se ha colocado desde hace décadas al servicio del avance de actividades extractivas vinculadas a capitales locales y trasnacionales.

Dos décadas después, permanece el hostigamiento de los paramilitares frente a los campesinos. Por eso, los nombres que aparecen en este artículo son falsos, y tampoco se detalla el nombre de la vereda donde se recogió esta información. En toda Colombia, y con más virulencia en regiones como los Montes de María, el pasado 20 de enero, la Comisión Colombiana de Juristas (CCJ) denunció que la población de El Salado lleva meses sufriendo amenazas a través de sus teléfonos móviles, de panfletos y grafitis en los que los paramilitares instan al desplazamiento forzado de líderes sociales y defensores del territorio. Llegan incluso a amenazar con repetir la brutal masacre de febrero del año 2000, que dejó un centenar de muertos en El Salado.

La violencia, que siempre estuvo ahí, vuelve a desbocarse en Colombia, donde la situación de excepcionalidad que deja pandemia ha coincidido con el gobierno uribista de Iván Duque. Según la Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, en 2020 se produjeron en el país 66 masacres que dejaron 255 muertes, el doble que el año anterior. Y el motivo sigue siendo el mismo: expandir un modelo económico que favorece a unos pocos, destruyendo las economías campesinas que podrían dar las claves para una forma de vida más sostenible y más justa.

  

cofundadora del proyecto Carro de Combate.

domingo, abril 18

La especie animal que se atreve con todo

 

 

¿Cómo definir la especificidad humana? Si observamos su relación con otras especies, la humanidad parece haber revelado con patético ardor una constante antropológica: la ceguera interesada


Los cañones reales disparan en la abarrotada explanada del Palacio de Versalles. Es exactamente la 1 de la tarde, y en este 19 de septiembre de 1783, frente a Luis XVI y su familia, un pato, un gallo y una oveja entran plácidamente en la historia de la aeronáutica. Tras instalarse en la cesta de mimbre fijada al globo aerostático de los hermanos Montgolfier, el aparato no tarda en elevarse hasta los 600 metros de altura y en recorrer varios kilómetros, ante los vítores del público atónito. A pesar de la desgracia de un desgarro en el globo que acortará su histórico vuelo, los tres héroes, ataviados con lana y tela de plumas, aterrizan en los bosques de Vaucresson. Serán recompensados por el delfín, que les abrirá las puertas de su zoológico particular. Sólo unas semanas después de la hazaña de nuestros aeronautas involuntarios, los humanos despegarán de la tierra a su vez, con menos riesgo.
 

Desde entonces, animales acuáticos o terrestres (codornices, medusas, gatos, perros, monos, salamandras...) han sido propulsados por decenas hacia la estratosfera, sin haber tenido siempre la buena estrella de sus tres antepasados. Todavía a principios del siglo XXI, para realizar experimentos científicos y también para asegurar su producción industrial o satisfacer sus necesidades alimentarias, la humanidad embarca a innumerables animales. En todo el mundo, casi 100 millones de ellos se utilizan anualmente en los laboratorios, se sacrifican 70.000 millones de aves y mamíferos para la alimentación y se pescan un billón de peces. Para hacer posible este productivismo, no sólo hemos ideado sofisticados protocolos científicos y zootécnicos, sino que también disponemos de mecanismos psicológicos que nos permiten ignorar o legitimar los daños que se derivan de esta explotación. Si el daño infligido por el homo sapiens a otras especies no tuviera también consecuencias muy desfavorables para la propia existencia humana, sólo podríamos hablar de insensibilidad o crueldad. Por desgracia, con su explotación generalizada de los animales, la humanidad corre el riesgo de continuar su viaje como el globo averiado: en condiciones peligrosas. Algunos autores publican hoy en día libros con títulos estridentes sobre los estragos ecológicos y la barbarie de las granjas industriales (“Farmageddon”) o denuncian la pesca intensiva (“Aquacalypse”), pero a pesar de estas advertencias, seguimos dormidos como troncos. Porque la especie a la que pertenecemos tiene el peligroso privilegio de estar dotada de los resortes psicológicos que permiten que su espectacular necedad florezca en una relación absurda con otros animales.

Enrique IV, el rey de “la poule au pot (cocido de gallina) cada domingo”, tenía un famoso ministro de Hacienda, Sully, al que le gustaba proclamar que “el pastoreo y el arado son las dos ubres de Francia”. Haciéndose eco de esta imagen rural, se propondrá aquí que las ubres de la estupidez humana en su relación con los animales son tres: incoherencia, ignorancia y racionalización.

Las ubres de la incoherencia lógica

La incoherencia lógica es evidente en los textos legales relativos a los animales, considerados a la vez como “seres vivos dotados de sensibilidad” y “sujetos al régimen de propiedad” (artículo 515-15 del Código Civil Francés). Tomemos el caso del conejo: actualmente es una de las mascotas más comunes en Francia, pero también el mamífero más consumido. Si no cumplimos con nuestras obligaciones con él, descuidando su alimentación, su cuidado y sin garantizar unas condiciones de vida acordes con sus necesidades, corremos un alto riesgo de incumplir la legalidad puesto que, según el código penal “sea o no públicamente, el hecho de infligir un abuso grave, que sea sexual o no, o cometer un acto de crueldad hacia un animal doméstico, o domesticado o mantenido en cautividad, se castiga con dos años de prisión y 30.000 euros de multa” (artículo 521-1 del Código Penal Francés). Sin embargo, la ley autoriza la cría de conejos en batería en condiciones incalificables de confinamiento. Empero detrás de esta incoherencia hay una racionalidad, pero que se sitúa en otro nivel. El valor del animal está ligado al uso instrumental o afectivo que se hace de él, o a las representaciones justificadoras que los humanos mantienen respecto a la especie en cuestión. Lo mismo ocurre entre los defensores de los animales: según las observaciones de un veterinario, los activistas que luchan contra la experimentación animal actúan más contra los laboratorios que utilizan primates o perros que los que utilizan ratones o ratas. Este antropocentrismo, que organiza el valor de los animales según sus propios intereses, es la clave para explicar la jerarquía que operamos entre los animales.

Las ubres de la ignorancia

Para quien utiliza animales, la ignorancia es el más placentero de los consuelos. Recientemente, el artista circense André-Joseph Bouglione, tras decidir excluir a los animales de sus espectáculos, confesó que “el ligero balanceo que hacen los elefantes cuando están parados, para mí, significaba que estaban relajados. […] Lo que creía que era un signo de relajación era en realidad un trastorno relacionado con el confinamiento” (2008 p. 54-55). El desconocimiento de las capacidades cognitivas, perceptivas y sensoriales de los animales habrá permitido su sujeción durante siglos, y aún hoy la ignorancia sobre ellos sigue siendo abrumadora. En junio de 2017, The Washington Post publicó una encuesta en línea realizada a una muestra representativa de estadounidenses que indicaba que el 7% de los encuestados (más de 16 millones de personas) afirmaba que la leche de cacao procede de vacas pardas. Peor aún, una encuesta del Departamento de Agricultura de EE. UU. reveló que uno de cada cinco adultos no sabía de qué animal procedía la carne de las hamburguesas. Dos investigadores de la Universidad de Davis (California), Alexander Hess y Cary Trexler, entrevistaron a niños de 11 a 12 años y descubrieron que el 40% no sabía que la carne de las hamburguesas procedía de las vacas, y el 30% no sabía que el queso se hacía con leche. La ignorancia alimentaria también brilla a este lado del Atlántico: una encuesta francesa realizada entre niños de 8 a 12 años reveló que el 40% no sabía de dónde procedían productos como el jamón, y dos tercios no podían decir de dónde procedía el bistec. Además, una alta proporción de niños informó de que el pescado no tenía espinas.

La ignorancia secular de los humanos respecto a la cognición de los animales ha fomentado relaciones de dominación que aún hoy son difíciles de corregir a pesar de los avances de la etología cognitiva y la neurociencia. Sin embargo, los expertos consideran ahora que “los animales no humanos poseen los sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de los estados de conciencia, así como la capacidad de realizar conductas intencionales” (Declaración de Cambridge, 2012), y no falta bibliografía para demostrar que los animales no son tan bestias. Pero la mera difusión del conocimiento está lejos de ser suficiente para curar las extravagancias de la razón. La obliteración del animal y la descorporeización de la carne contribuyen a una meticulosa eufemización de las realidades de la cría y el sacrificio de animales que a veces se refleja en las directrices de la industria. Una revisión de los profesionales de la carne citada por Scott Plous, de la Universidad de Wesleyand, recordaba que “hacer saber a un consumidor que la chuleta de cordero que acaba de comprar forma parte de la anatomía de una de esas simpáticas criaturas que se ven retozando en los campos en primavera es probablemente la forma más segura de convertirlo en vegetariano”.

También cabe mencionar otra forma de ignorancia. Se trata de la minimización sistemática por parte de los consumidores de la cantidad de carne que ingieren. Por ejemplo, los resultados de varias encuestas indican que entre el 60% y el 90% de las personas que se definen como vegetarianas han consumido, no obstante, carne en los días anteriores a la encuesta. La mayoría de los estudios sobre el vegetarianismo revelan que nada menos que dos tercios de las personas que se autodenominan vegetarianas comen ocasionalmente pollo y ¡el 80% come pescado! Por último, basta con informar a los participantes de que van a ver un reportaje sobre el sufrimiento de los animales para que reduzcan inconscientemente la cantidad de carne que dicen consumir. A veces, para reducir el sufrimiento de los animales, algunos consumidores dejan de comprar bandejas de carne roja... pero aumentan su consumo de aves de corral, lo que amplía el número de animales consumidos y, por tanto, el número de animales que probablemente han sufrido. Para los que finalmente han optado por una dieta sin carne, la cosa no acaba ahí. Un estudio demostró que las personas que recibían una barra nutricional la encontraban menos sabrosa si se les hacía creer que contenía soja.

Las ubres de la racionalización

A la ignorancia ordinaria se añade lo que podría llamarse ignorancia motivada. Para evitar el inconveniente de tomar conciencia de la incoherencia entre los comportamientos de consumo y las representaciones relativas a los animales consumidos (que justificarían abstenerse de ellos), una solución cómoda es modificar estas representaciones, como sugiere la teoría de la disonancia cognitiva. Por ejemplo, una encuesta demostró que las capacidades mentales atribuidas a una serie de animales estaban simplemente correlacionadas con su comestibilidad: las vacas o los cerdos eran percibidos como dotados de vida mental más limitada que los gatos, los leones o los antílopes. En otro estudio, se pidió a los participantes que evaluaran la capacidad mental de una oveja tras ser informados de que ésta se iba a trasladar a un prado diferente, o lo contrario, de que iba a estar en el menú de una próxima comida. En este último caso, la capacidad mental de la oveja estaba reducida. Otros trucos de magia intelectual que se pueden utilizar para justificar el consumo de carne, como las justificaciones teleológicas (“Las plantas existen por el bien de los animales, y los animales salvajes por el bien del hombre” (Aristóteles), apagón empático (“Vemos... que la muerte es dolorosa para los animales. Pero el hombre desprecia esto en la bestia (San Agustín), la mitología eufemística del consentimiento animal (que nos ofrecería su carne a cambio de nuestro ”buen“ cuidado), la negación del sufrimiento animal (”los animales sufren menos cuando son sacrificados conscientemente que cuando son degollados aturdidos“), la invocación de metas superiores (como ”alimentar a la humanidad“ o el ”argumento del niño con cáncer“ para defender la investigación) o incluso la supervivencia (”si el hombre está condenado al vegetarianismo, no sobrevivirá“), la invocación de una aporía alimentaria (el argumento del ”sufrimiento de las plantas“), la demonización del vegetarianismo (presunta de misantropía).

Conclusión:

Los humanos se han atrevido a todo con los animales. Pero no es una fatalidad. Uno de los miembros de nuestra especie, un filósofo, afirmó recientemente: ”Si me pongo a pensar, me vuelvo vegetariano". Esta confesión de Michel Onfray no está desmentida por la ciencia: los que comen leguminosas están lejos de tener un cacahuete por cerebro. Mejor; los niños que tienen un coeficiente intelectual superior a la media a los diez años optan con más frecuencia por una dieta sin carne cuando son adultos, independientemente de su clase social, educación e ingresos. Entre los adultos, la curiosidad intelectual está vinculada a esta elección alimentaria. En conclusión, aunque la carne puede haber contribuido al desarrollo del cerebro en nuestros antepasados, es muy posible que ahora haya cambiado de bando.

En la barquilla suspendida en el espacio que llamamos tierra, hay algo que anda mal los otros animales. El creciente conocimiento de nuestra parte común, el peso de los riesgos sanitarios y el presagio de un colapso ecológico son llamadas a ser un poco más inteligentes. 

 

 Laurent Bègue-Shankland

El artículo fue publicado originalmente en la revista de la Association Végétarienne de France.
 

 

jueves, abril 15

Marchan a destruir sus propios sueños

 


Ya que eres un político –dijo Cicerón sonriendo–, ¿por qué no me dices qué es un político?

Un farsante respondió Graco secamente.

Por lo menos tú eres franco.

Es mi única virtud y es extremadamente valiosa. En un político la gente la confunde con la honestidad. [...] hay mucha gente que no tiene nada y un puñado que tiene mucho. Y los que tienen mucho tienen que ser defendidos y protegidos por los que no tienen nada. No solamente eso, sino que los que tienen mucho tienen que cuidar sus propiedades y, en consecuencia, los que nada tienen deben estar dispuestos a morir por las propiedades de gente como tú y como yo y como nuestro buen anfitrión Antonio Cayo. Además, la gente como nosotros tiene muchos esclavos. Esos esclavos no nos quieren. No debemos caer en la ilusión de que los esclavos aman a sus amos. No nos aman y, por ende, los esclavos no nos protegerán de los esclavos. De modo que mucha, mucha gente que no posee esclavos debe estar dispuesta a morir para que nosotros tengamos nuestros esclavos. Roma mantiene en armas a un cuarto de millón de hombres. Esos soldados deben estar dispuestos a marchar a tierras extrañas, marchar hasta quedar exhaustos, vivir sumidos en la suciedad y la miseria, revolcarse en la sangre, para que nosotros podamos vivir confortablemente y podamos incrementar nuestras fortunas personales. 


Los campesinos que murieron luchando contra los esclavos estaban en el ejército, en primer lugar, porque habían sido desalojados de sus tierras por los latifundistas. Esas tierras, ahora cultivadas por esclavos, los convirtieron en miserables que murieron para mantener intactas dichas tierras. Por lo que nos vemos tentados a asegurar que todo esto es una reductio ad absurdum. Porque debes considerar lo siguiente, mi querido Cicerón: ¿Qué perderían los valerosos soldados romanos si los esclavos vencen? En verdad, ellos los necesitarían desesperadamente, ya que no hay suficientes esclavos para trabajar adecuadamente las tierras. Habría tierras de sobra para todos y nuestros legionarios lograrían aquello con que sueñan, su parcela de tierra y una pequeña casita. No obstante, marchan a destruir sus propios sueños, para que dieciséis esclavos transporten a un viejo cerdo obeso como yo en una cómoda litera.

       

Del libro Espartaco, de Howard Fast

 

http://vozobrera.org/periodico/wp-content/uploads/2016/04/espartaco.pdf

lunes, abril 12

La voluntad del pueblo. Democracia y anarquía

Somos críticos con toda visión teleológica, y aun suponiendo que la historia tenga algún sentido, tal como se manifiesta en el prefacio de La voluntad del pueblo, las personas que componen los movimientos sociales pueden cambiar esa orientación gracias a las ideas y a la consecuente acción transformadora. La intención del autor, Eduardo Colombo, con los artículos que componen la obra es "oponer la fuerza de las ideas, heterodoxas, revolucionarias, al conformismo imperante". La gran pregunta es si algún día se llegará a construir esa fraternidad universal deseada, un mundo libertario organizado en la igualdad sociopolítica de los hombres, pero garantizando la pluralidad y la distinción de los individuos. Desgraciadamente, el "sentido de la historia" parece abundar en el presente en la miseria y en la opresión, debido a la institucionalización autoritaria, la globalización capitalista y la división de clases. Todo ello asegurado en la obediencia y el conformismo de la población.

Descarga de libro: http://refractions.plusloin.org/IMG/p...


Extraído de http://acracia.org/

viernes, abril 9

Demain est annulé

 


No me gusta la esperanza,

estoy harto de verla

con el traje de la policía,

del cobarde, del paralítico.

La esperanza solo sirve

para esperar, para aplazar

lo inaplazable,

para no arriesgar,

para no irrumpir en el presente.

La esperanza vive

con el temor de vivir.

Esperanza, en tu nombre

huimos del ahora.



Antonio Orihuela. Todos atrapados en la misma trampa. Ed. Garum, 2019

martes, abril 6

Cotorras: La campaña para evitar su masacre

 

Una lucha a contrarreloj que varios colectivos implicados en la campaña contra la matanza de cotorras, como son Mis amigas las palomas, EFAM y La Asamblea Antiespecista de Madrid nos cuentan cómo está la situación, qué se ha hecho y qué se puede seguir haciendo para evitar la masacre.
Un ejemplo de acciones coordinadas y/o en paralelo de colectivos muy diferentes con un objetivo común.

La música que nos acompañó:
Vainica Doble – La cotorra.
The Malarians – El cafetal.
Columna – Animal.
Marimba cuquita de los Hermanos Narváez – Cotorras y cocodrilos.

¡Salud y antiespecismo!

sábado, abril 3

Vidas a la intemperie. Nostalgias y prejuicios sobre el mundo campesino

 


«Un buen libro actúa en dos direcciones simultáneas. Abre los ojos a la novedad de lo exterior y remueve en la conciencia y la memoria lo que ya estaba dentro de uno, olvidado o latente. Vidas a la intemperie, de Marc Badal, tiene ese efecto sobre mí. Es un libro riguroso y muy bien documentado que está hecho con una factura liviana, una riqueza de erudición y experiencia que sin embargo no pesa. La buena escritura se distingue porque se alza del suelo con una cierta ingravidez».—Antonio Muñoz Molina, Babelia.

[…] A los campesinos les era imposible concebir un espacio «natural» segregado de lo humano. El conjunto del territorio formaba parte del hogar. Ellos no se sentían parte de la naturaleza. Vivían en un mundo sin naturaleza, […] tan íntimo y familiar como la cocina o el desván. […]

Vidas a la intemperie nos habla de la pérdida de un mundo, el campesino, compuesto por muchos pequeños mundos que, como Marc Badal advierte, se han ido alejando de nuestras latitudes en silencio, víctimas de un «etnocidio con rostro amable». El texto defiende la necesidad de recuperar las «ruinas que explican nuestro tiempo», cuestionando la mirada sobre el mundo rural que se produce desde los grupos normativos, aquellos que pueden generar normas y representaciones colectivas con mayor eficacia. Se propone ampliar la perspectiva «urbana desde la que se ha escrito la historia» y que ha definido «lo relevante y lo memorable». En este sentido, nos invita a un viaje al pasado que nos permite comprender un presente en el que nos hemos quedado huérfanas. 

Mediante una recopilación de citas e historias, el autor va tejiendo cuidadosamente multitud de voces que nos ayudan a entender los diversos mundos campesinos, haciéndonos transitar durante la lectura entre los «prejuicios y las buenas intenciones», entre barros y edenes. [...]
(Del prólogo de Irene García Roces)

[...] Somos los descendientes del campesinado. En sentido figurado y literal. Provenimos de un mundo que no hemos conocido y serán otros quienes nos cuenten cómo era. Los campesinos no pueden hacerlo. Han desaparecido y nunca escribieron su historia. Vivimos en el mundo que crearon. No podemos dar un solo paso sin pisar el resultado de su trabajo. Tampoco abrir los ojos sin ver el trazo de su huella. Una obra que es todo lo que nos rodea. Todo aquello que pensamos que es tan nuestro por el hecho de estar ahí. De toda la vida. [...]

[…] La observación atenta y minuciosa de todo cuanto les rodeaba era la herramienta más valiosa con la que contaban los campesinos. A su alrededor no había más que señales. Rastros y presagios. El movimiento de las nubes, el color de la hierba, el vuelo de los pájaros, la rama quebrada del cerezo. Su ojo no descansaba. Su memoria tampoco. Un caudal de información que debía ser procesado lo antes posible. Era necesario anticiparse. Avanzar o detenerse. Replantear la estrategia o mantenerla hasta las últimas consecuencias. En ello les iba mucho. […]

 

Marc Badal

Editado por Pepitas ed. y Cambalache 

Puedes leer aquí las primeras páginas