El pasado 20 de agosto –unos días antes de que la guerra de Ucrania cumpliera 6 meses– un coche bomba a las afueras de Moscú acabó con la vida de la periodista de extrema derecha, Daria Aleksándrovna Dúguina.
Dúguina era la hija de Aleksandr Dugin (el verdadero objetivo del atentado, quien en el último momento cambió de coche), un conocido filósofo neofascista, antiguo profesor de la Universidad de Moscú, ex-diputado del partido de Putin, gestor de la influyente web Geopolitika.ru y editor jefe de la televisión online Tsargrad TV, un émulo de la Fox News estadounidense. Existe un consenso en que es el filósofo que susurra al oído al presidente Vladímir Putin y que comparte su misma cosmovisión.
El pensamiento de Dugin
Hijo de un alto cargo de la inteligencia militar soviética, Dugin siempre mostró un gran interés por el orientalismo, el ocultismo, el hermetismo y la teología. Sus pensadores de cabecera fueron el belga René Guénon y el italiano Julius Évola, considerados como los padres del neofascismo cultural místico durante la segunda mitad del siglo XX, centrales en la Nouvelle Droite, es decir, la tercera revolución que vivió la extrema derecha después de 1945.
Tal y como explica Montserrat Galcerán en El Salto, el punto de partida del pensamiento de Dugin «no es otro que el concepto heideggeriano de Dasein. ¿Heidegger otra vez? Lo haya leído o no con detalle, Dugin capta muy bien el significado colectivo y para nada individual de la existencia humana —el famoso Dasein. Textos recientes, entre otros el fabuloso libro de E.Faye, La Introducción del nazismo en filosofía (Akal, 2005) nos habían mostrado con todo detalle que cuando Heidegger habla de “existir” (Dasein) nunca se refiere al ser humano individualizado y aislado, sino al “ser colectivo”. El da (ahí) muestra que existir, ser-ahí, es siempre un modo de estar en el mundo con otros. Hasta ahí la cosa no sería muy preocupante. Lo duro empieza cuando estos otros con los que existimos y compartimos el mundo se conceptualizan como un “pueblo”, “nuestro pueblo”, amenazado por poderes superiores cuya salvación estaría en nuestras manos y cuya llamada de socorro deberíamos atender, si es necesario con las armas en la mano.
Ese “pueblo”, tanto en Heidegger como en Dugin, tiene una misión: oponerse al liberalismo global y universalista que está destruyendo el mundo ofreciendo una alternativa populista y restaurativa de pasados nacionales gloriosos, enraizados en las propias tradiciones, tradiciones que en tanto casos son imperiales. Ese sería el caso de Rusia cuyas tradiciones imperiales Dugin identifica con el Imperio zarista, con la posición de gran potencia de la Unión soviética y con el sueño imperial de Putin. ¿Demasiado cercano al modelo del Tercer Reich? Realmente si mantenemos en nuestra memoria que Heidegger fue un pensador nazi y Schmitt lo mismo, —su doctrina política juega un importante papel en el libro— esa mezcla extraña de antiliberalismo y anticomunismo, junto a reminiscencias patrioteras, constituye el meollo poco digerible de ese panfleto.
Dugin reformula con Heidegger la vieja pregunta kantiana: “¿Qué es el hombre?”, transformada ahora en “¿Quiénes somos nosotros?”. Heidegger respondía: somos “alemanes” atrapados entre el auge del liberalismo en el oeste y el del bolchevismo en el este y necesitados por eso mismo de luchar por nuestro “propio espacio vital”. Dugin responde: somos rusos que, frente al auge del liberalismo global, estamos perdiendo nuestra identidad y necesitamos reforzar el espacio de nuestra civilización, una pretendida esfera euroasiática«.
En su afán por oponerse al –innegable– imperialismo de la OTAN y a los servicios secretos de Ucrania (principales sospechosos de colocar la bomba), algunas organizaciones e individualidades de izquierdas se hicieron eco del suceso refiriéndose a Dugin como un “filósofo” o “pensador”, pero omitiendo su vínculo con la extrema derecha.
La conexión de Dugin con la extrema derecha española
El hecho de que Dugin se oponga a EEUU y al Gobierno de Kiev no le convierte en trigo limpio. No podemos obviar que Dugin ha viajado al Estado español en al menos 3 ocasiones desde los 80 y que ha participado en actos con los partidos nazis MSR y Alianza Española, así como con el “periodista” José Javier Esparza (cercano a Vox). Sus obras han sido publicadas en castellano por la editorial neofascista Nueva República (comprada por Ediciones Fides, propiedad de los conocidos fascistas Jose Antonio Llopart y Jordi Garriga, quien en un tuit reciente ha definido a Daria Dúguina como “una mártir”) y el prologuista de varios de ellos es Jordi de la Fuente, el vicesecretario de organización de Vox en Barcelona, que comparte su misma idea de una unión euroasiática, cristiana, homogénea y conservadora. Por su parte, el escritor y fan declarado de Vox, Fernando Sánchez Dragó, ha recomendado leer sus “lúcidas” obras en redes sociales.
Por su parte, Josep Alsina (presidente de la organización de extrema derecha catalana Somatemps, quien ha sido invitado por Vox para participar en charlas sobre la invasión de Ucrania), ha hecho suya la Cuarta Teoría Política de Dugin, que se refiere al bloque geopolítico de Eurasia, un imperio teocrático con sede en Rusia. Sin embargo, Alsina, atribuyendo a Dugin una invitación a internacionalizar su teoría, afirma que se puede reproducir en otros espacios donde se combata “el globalismo” y lo extrapola a un imperio español. Marcelo Bullo, otro imperialista hispano, tiene una interpretación similar.
Según explica Dani Domínguez en La Marea, «Vox bebe de los postulados de Dugin principalmente en lo que respecta a su presunta lucha contra las “élites globalistas”. Unas élites que sido representadas en un solo personaje: el multimillonario húngaro George Soros, una especie de ojo-que-todo-lo-ve, un ente corpóreo que lo maneja todo, desde los medios de comunicación hasta las pateras en las que miles de inmigrantes se lanzan al agua. Como bien decía Héctor G. Barnés, “usted puede estar trabajando para George Soros. El charcutero que le vende el fiambre, el médico que le cura o el barrendero que limpia las calles de su ciudad, también”. Para la extrema derecha, todo es Soros y todo se mueve porque Soros quiere que se mueva, principalmente a través de su organización filantrópica, a Open Society Foundations. El húngaro –y judío– es el centro de la conspiranoia de la ultraderecha y de él, Dugin ha asegurado que prohibiría su fundación “por su acción totalitaria”«.
Los vínculos de Dugin con la extrema derecha europea
Fuera de España, Dugin ha influido notablemente en el pensamiento de Marine Le Pen (candidata a la presidencia de Francia, que al inicio de la campaña electoral tuvo que destruir sus folletos en los que aparecía con Putin por el estallido de la guerra de Ucrania), Viktor Orbán (presidente de Hungría), Alberto Buela (un escritor argentino formado en la Nueva Derecha francesa, con vínculos con el MSR español), Alexander Markovics (historiador y periodista austríaco muy prestigioso entre la Nueva Derecha Europea) y David Duke, el ex-líder del KKK en EEUU.
El “cerebro de Putin” apuesta por una alianza entre los países europeos, ya que considera que “son demasiado débiles para defender su soberanía por sí solos”, apostando por un populismo total que acabe con el liberalismo y que se aleje del nacionalismo xenófobo y racista. Un discurso que ha calado entre la extrema derecha europea, por lo que su influencia también se ha materializado en otros países, donde han acogido de buen grado su Cuarta Teoría Política publicada en 2009.
La apuesta por una supuesta internacional posfascista virulentamente antiglobalista ha sido acogida de buen grado por Marion Maréchal Le Pen (sobrina de Marine Le Pen) que es tan fascista que no apoya a su tía y se ha pasado al bando de Éric Zemmour. Para ello ha fundado el Institut des Sciences Sociales, Économiques et Politiques (ISSEP), que tiene el objetivo de luchar contra la “hegemonía cultural” que, según ella, está dominada por la izquierda. En España, el ISSEP ha sido impulsado por varias personas vinculadas a Vox, como Kiko Méndez Monasterio o Gabriel Ariza, hijo de Julio Ariza, presidente y fundador del Grupo Intereconomía, en cuya televisión –El Toro TV– ejerce como presentador estrella el mencionado José Javier Esparza, actual profesor del ISSEP y uno de los contactos de Dugin en España. Por fortuna, esta idea de una Internacional Posfascista no ha terminado de cuajar. Como explica Robert O. Paxton en su Anatomía del fascismo (Capitán Swing, 2019), “el fascismo, a diferencia de los otros “ismos”, no es para la exportación: cada movimiento guarda celosamente su propia receta para el resurgir nacional y los dirigentes fascistas parecen sentir poco parentesco, o ninguno, con sus primos extranjeros”.
Desarrolla Dani Domínguez en La Marea que, «tal y como se explica en Patriotas indignados (Alianza Editorial, 2019), las relaciones de este ideólogo han sido fructíferas con el neofascismo húngaro del Jobbik o con Nikos Michaloliakos, el que fuera líder de los neonazis de Amanecer Dorado, en Grecia. Los lazos del Kremlin también se han hecho patentes en Italia, con Silvio Berlusconi, cuya buena relación con Vladímir Putin permitió grandes negocios de compañías italianas con la rusa Gazprom; o con la extrema derecha austriaca del FPÖ, los flamencos de Vlaams Belang y o con el Frente Nacional de Marine Le Pen en Francia. La líder de la extrema derecha francesa, según El Confidencial, logró en 2014 un préstamo de una entidad financiera ligada al Kremlin en un momento crítico desde el punto de vista económico para su partido.
El día que Donald Trump ganó las elecciones, Dugin afirmó que se trataba de algo “increíblemente bonito” y “uno de los mejores momentos” de su vida: “Consideramos a Trump como el Putin americano”. Asimismo, también ha mostrado sus simpatías por la Lega de Matteo Salvini y su admiración por el pensamiento de Constanzo Preve y Diego Fusaro«.
El imperialismo ruso
Existe una cierta izquierda tuerta, que con un ojo ve –con acierto– el imperialismo de EEUU, las políticas de la OTAN o la presencia de nazis en el ejército ucraniano y lo denuncia, pero carece de un segundo ojo para ver y denunciar el imperialismo ruso. Parece que todo enemigo de la OTAN es su amigo y se niega a reconocer hasta lo más evidente: el Gobierno de Putin es machista, LGTBIQfóbo, de extrema derecha e imperialista. Y su filósofo de cabecera, Alexander Dugin, es un puto nazi.
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