Dos años de encierro, dos años de espera para la ebullición, el desenfreno, el baile y la jarana. Ha sido duro y ahora toca disfrutar, pero llegó la sumisión química, los pinchazos y el mejor estáis en casa, más seguras.
Llevamos semanas hablando de que se está pinchando a mujeres en las fiestas, aunque aún no sepamos exactamente con qué objetivo ni cuál es la dimensión, lo que sí podemos afirmar es que se está convirtiendo en una forma consciente y grupal de generar miedo. Abordémoslo.
Una parte del debate se está centrando en si con ese pinchazo se está inoculando sustancias o si es “una gamberrada” —así lo ha llegado a calificar el Catedrático en Farmacologia de la UPV, Javier Meana—, pero la realidad es que hay poca información de qué es la sumisión química —más allá del pinchazo—, para qué se usa y qué estamos haciendo para pararla. Mucho ruido mediático, demasiadas conexiones en directo, prime time, alarma y miedo. A más de una le entran las ganas de quedarse en casa, ¿casualidad?
El miedo ni es nuevo ni nos es ajeno. Las mujeres y los colectivos feministas llevan años enfrentándolo, teorizando la noche, abordando sus riesgos, conquistándolas, diseñando espacios seguros y de placer, creando mecanismos de autoprotección y autodefensa y coordinándose con agentes festivos —populares e institucionales— para responder en caso de darse una agresión. Ha sido un trabajo meticuloso, complicado, pedagógico y profundamente político. Ha sido y lo sigue siendo. Cómo han reaccionado las mujeres que han sido pinchadas y su entorno demuestra que el trabajo de años está dando sus frutos. En su mayoría han avisado a sus amigas o se han acercado a las barras, se han activado los protocolos, han sido cuidadas por sus compañeras, se las ha creído y se ha hecho la denuncia pública. Nos cuida la comunidad y nos cuidan las amigas.
Este verano toca esta forma de agresión y en vez de validar el trabajo realizado hasta ahora y abordar el problema con las herramientas que nos son útiles, las instituciones, el poder mediático, los cuerpos policiales y los expertos aprovechan para quitar a las mujeres, a los agentes feministas y a los festivos toda su agencia y protagonismo y se preguntan: ¿Ahora qué hacemos? Todos tienen la solución, por supuesto, y toca inoculárnosla.
Dos grandes propuestas
Por un lado, intensificar la presencia policial en espacios festivos con “vigilancias preventivas”, patrullaje a pie conjunto entre Guardia Municipal y Ertzaintza y mayor vigilancia policial en los itinerarios de vuelta a casa. Así lo ha anunciado el jefe de la Ertzaintza, Josu Bujanda. Su solución es la de securitizar un conflicto social y político – la violencia contra las mujeres – y no la transformación del mismo, la identificación de sus causas y la responsabilidad colectiva. ¿El cometido de los agentes será solo vigilar que no pinchen a las mujeres? O ¿aprovecharán, ya que pasan por ahí, para llamarnos al orden porque hemos bebido o nos hemos drogado más de la cuenta, porque enseñamos un poco por demás y bailamos demasiado estridente o porque estamos haciendo actos que alteran el orden público? – ese concepto tan amplio –. Ya que están de servicio ¿identificarán a quien consideren que tiene una piel demasiado oscura o que parece, a su mirada, un poco delincuente o molesta por su pobreza?. La excusa de la seguridad para el control, el disciplinamiento y ordenamiento patriarcal, clasista y colonial.
Por otro lado, aprovechando que la cosa está peligrosa toca comportarse con responsabilidad y hacerse cargo, cada una desde su individualidad, de la gravedad de la situación. Está siendo habitual leer en foros recomendaciones tales como llevar prendas que tapen la piel, no consumir sustancias que puedan alternar tu concentración, no practicar sexo con desconocidos o, incluso, quedarte en casa. La pandemia nos metió a todos en ella, ¿qué necesidad tienen ahora las mujeres de salir? En casa están más modositas, pero no, per se, más seguras.
La respuesta securitizadora frente a los pinchazos viene de la mano de discursos con una profunda moral puritana que buscan aleccionarnos a las mujeres, reservando el uso del espacio público para las decentes, para las buenas mujeres. Y las buenas mujeres serán las que se queden en casa ante el peligro. Conclusión: la noche, el desenfreno, el placer y la jarana no nos pertenece y no lo merecemos. Esto no es nuevo, llevan años adviertiéndolo y enfrentándolo las feministas.
Lo que hay detrás de los pinchazos no es nada nuevo. Es una forma más de la violencia machista a la que tenemos que prestar atención, abordar y enfrentar pero, sin duda alguna, con un enfoque integral y feminista que asegure la libertad sexual de las mujeres, su emancipación, la agencia que tienen sobre sí mismas y su derecho al gozo y al disfrute. No necesitamos abordajes moralistas, securitizadores y profundamente conservadores. Los hombres, por su parte, deberán abordar sus responsabilidades, su estatus social e implicarse en la denuncia de la violencia machista y en no airear ni alimentar la misma en sus grupos de amigos. Cuidémonos juntas mientras no paramos de bailar.
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