El verano este año llegó algo más pronto de lo habitual, inaugurándose con una terrible ola de calor poco después de San Isidro que provocó que se tratara del mes de mayo más cálido de este siglo, con unas temperaturas máximas 4ºC por encima de su promedio. A mediados de julio otro episodio idéntico atravesó toda Europa, colocándose en una de las tres peores olas de calor en extensión, duración e intensidad desde 1976, año en que se empezaron a anotar los registros. Sitios como Londres batieron su récord histórico de temperatura. En la Península Ibérica, durante 9 días nos vimos asoladas por temperaturas diurnas situadas entre los 39 y los 45ºC (Badajoz y Ourense llevándose el dudoso honor de superior a sitios como Córdoba y Sevilla).
Según datos del Instituto de Salud Carlos III, desde el mes de junio han muerto más de 1.500 personas por el calor en el Estado español y solo durante la ola de julio habrían sido más de 900 personas las fallecidas –en el peor día, 19 de julio, perecieron más de 180 personas– y otras tantas en Portugal. Algunos casos, como el de José Antonio González, el barrendero fallecido en Vallecas por un golpe de calor trabajando con un uniforme completo, por la tarde, a temperaturas infernales, acapararon las portadas de los periódicos.
Además, en el Estado español, la ola de calor de julio provocó numerosos fuegos en Galicia, Castilla y León, Extremadura, Asturias, Andalucía, Aragón y Comunitat Valenciana que arrasaron con más de 30.000 hectáreas y se han cobrado la vida de un bombero y de un pastor (al cierre de este artículo).
Según cuenta Víctor Resco en la revista Climática, la campaña actual de incendios es extremadamente anómala, pero dentro de unos pocos años nos parecerá normal y en dos o tres lustros nos parecerá leve en comparación. La razón por la que la situación es – actualmente – anómala se debe a que (1) los incendios este año se han adelantado (el estrés hídrico estival alcanza su máximo a finales de agosto, por lo que los incendios al principio del verano no son frecuentes); (2) son tan intensos que no se pueden extinguir, es decir, mueren por inanición o porque llueve y se les llama incendios de sexta generación; y (3) porque se han dado de forma simultánea en toda Europa, incluido en zonas infrecuentes como las islas británicas o Escandinavia.
¿Qué relación tiene la subida de temperaturas con los incendios?
Durante las olas de calor aumenta el potencial desecante de la atmósfera y nos encontramos con que muchas plantas se secan, por lo que liberan más energía al quemar. Disminuye también la humedad en la hojarasca, facilitando la ignición y propagación del incendio. Es decir, que por el cambio climático y la subida de temperaturas que le acompaña, las zonas más húmedas, que normalmente actuarían de cortafuegos, se vuelven tan secas como las de su alrededor.
Explica Eduardo Robaina, también en Climática, que “el cambio climático ejerce un control cada vez mayor sobre la meteorología de los incendios y la superficie quemada interanual, y está cambiando progresivamente la actividad de los incendios globales. En el caso de Europa, durante las últimas décadas (1980-2020) se está produciendo un “cambio sin precedentes” en el régimen de incendios en verano y primavera que se relaciona con los efectos del calentamiento global, según concluye un estudio recién publicado en la revista científica Scientific Reports. El aumento de las olas de calor y la sequía hidrológica, eventos extremos cada vez más habituales y potentes debido al cambio climático, son dos factores claves para desatar esos fuegos devastadores”, según este estudio.
Además, el estudio revela, entre otras cuestiones, que el área del Mediterráneo se calienta un 20% más rápido que el resto del mundo y que sus grandes cordilleras (Pirineos, Alpes, Sistemas Ibérico y Cantábrico, Apeninos, etc.) corren un severo riesgo de arder enteros. Según las proyecciones, si la temperatura sube 2ºC, habría 20 días más de riesgo de incendio extremo para 2100. En cambio, con un calentamiento de 4ºC serían 40 días de riesgo por incendios forestales extremos.
Esto no es una cuestión menor, pues, según Robaina, “los bosques del continente europeo absorben anualmente cerca del 10% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero, lo que se traduce en unas 360 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) por año. Esto es muy relevante pues los incendios dan lugar a ciclos de retroalimentación positiva del cambio climático: a medida que aumentan las temperaturas también lo hace el riesgo de incendios; los incendios liberan CO2, que a su vez causa el aumento de las temperaturas. Mientras, las zonas boscosas arrasadas por el fuego son cada vez menores y la cantidad de gases de efecto invernadero que atrapan disminuye, lo que hace que aumente el calentamiento global. En definitiva, un círculo vicioso del que es muy difícil salir”.
Por otro lado, además de traducirse en más incendios, la menor disponibilidad de agua provoca el debilitamiento de las especies de cultivo y la propagación de enfermedades como hongos y plagas, afectando a los niveles de producción.
Y no solo eso. En uno de los últimos episodios del podcast de La Base, explicaba la co-presentadora Sara Serrano que “otra de las consecuencias de la ola de calor es el aumento del consumo energético con el subsecuente peligro de sobrecarga de centrales eléctricas y redes de distribución. Esto aumenta el riesgo de interrupción del abastecimiento, debido a una mayor demanda eléctrica para refrigeración”.
La contaminación por ozono, un peligro de salud pública
Desde que comenzó la ola de calor se ha disparado la contaminación por ozono. Tal y como señalan desde Ecologistas en Acción, el efecto combinado de las altas temperaturas y de las emisiones contaminantes del transporte y centrales térmicas (debido al mayor uso del aire acondicionado), ha aumentado los niveles de ozono en el aire. De hecho, en la tercera parte de las 500 estaciones que miden ozono en España se está superando el umbral de peligrosidad establecido.
Explica Serrano que “la principal consecuencia es el incremento de enfermedades respiratorias y el agravamiento de problemas cardiovasculares. La Agencia Europea de Medio Ambiente estima que se producen entre 1.500 y 1.800 muertes prematuras como consecuencia de la exposición a niveles de ozono como los registrados estos días en España. Y además de para las personas, el ozono también es tóxico para el medio ambiente: daña los bosques y reduce la productividad de los cultivos”.
El cambio climático y el capitalismo
Es muy importante tener en cuenta que la principal causa del calentamiento global es el cambio climático, pero igual de fundamental es entender que éste viene provocado a su vez por el modelo de desarrollo capitalista. Sin la política de consumo desenfrenado y de crecimiento ilimitado del capitalismo, no existiría el cambio climático. De hecho, la historia del desarrollo económico y de la acumulación de capital desde la revolución industrial es la historia del cambio climático; puesto que el carbono que se emite a la atmósfera tarda siglos en diluirse, actualmente estamos sufriendo los efectos de las emisiones de combustibles fósiles que se llevan produciendo desde finales del siglo XVIII.
Por ello, autores como Andreas Malm (Capital Fósil: El auge del vapor y las raíces del calentamiento global, editado por Capitán Swing) prefieren sustituir el término “antropoceno” (la constatación de la humanidad misma como fuerza autodestructiva del entorno geológico) por “capitaloceno”. Para Malm la disponibilidad de combustibles fósiles fue un factor esencial en la configuración del capitalismo histórico, no tanto por las posibilidades tecnológicas que abría, sino a causa de sus efectos políticos. Según Malm, inicialmente la máquina de vapor no era más eficiente o barata que los molinos de agua. Su generalización fue la consecuencia de una estrategia capitalista dirigida a concentrar los recursos productivos para, de ese modo, dominar las reglas del juego en los mercados de trabajo emergentes y controlar a la clase trabajadora.
Sobre la importancia de recalcar el papel del capitalismo en la emergencia climática que atravesamos habla Manu Levin, también en La Base. A raíz de un titular de El País que hace referencia a la responsabilidad del cambio climático en la oleada de incendios, Levin critica que “simplemente hablan del «cambio climático», pero es imposible encontrar en ninguno de estos contenidos, en prácticamente ningún medio de comunicación, palabras como «capitalismo», «sistema», «economía», etcétera. Entonces, parece que el cambio climático es una especie de condena cósmica, una tragedia sin responsables, o aún peor: un problema del que el responsable es «la humanidad», «el ser humano», así en abstracto.
Esto lleva a un marco de misantropía, de decir que el problema es «el ser humano» porque es un bicho malvado, una plaga, que es una idea que a su vez lleva al puro nihilismo, a la frustración, al pensamiento de que no hay nada que hacer para evitar lo que sucede. Hablar de un problema gravísimo pero no apuntar ni causas, ni responsables ni soluciones yo creo que al final no facilita resolverlo sino todo lo contrario”.
Y ello por no hablar de las informaciones contenidas en los medios de derechas y ultraderecha, que directamente niegan la existencia del cambio climático y culpan a la incompetencia del Gobierno socialcomunista de los incendios.
Veamos la relación que tiene el sistema capitalista con el cambio climático. En España, las emisiones netas de CO2 en 2021 se estiman en 254 millones de toneladas, lo que supone un aumento del 6% respecto a 2020. El transporte es el primer factor que contribuye al calentamiento global, aportando el 29% de las emisiones totales a nivel nacional. Le sigue la industria, con el 21% de las emisiones. El actual modelo de agricultura y ganadería intensiva contribuyen con un 13% adicional a las emisiones de CO2. Por último, la generación eléctrica aporta un 11% de las emisiones totales de CO2 en España. No hay duda, pues, que las emisiones se deben al mantenimiento de un nivel de producción voraz y salvaje que no es sostenible y que debe ser destruido, si no queremos que nos destruya a nosotras antes.
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Este artículo se ha escrito con información obtenida de datos de la AEMET, el ensayo Capital Fósil de Andreas Malm, el programa nº 94 de La Base («Ola de calor, cambio climático y capitalismo fallido»), datos de Ecologistas en Acción y los artículos de Climática «Los incendios forestales son un problema político» (de Víctor Resco), «Ola de incendios en Europa: la anomalía que será norma» (de Víctor Resco) y «El cambio climático se apodera de los incendios forestales en Europa» (de Eduardo Robaina).
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