Este mes de julio de 2022 se cumplen diez años de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia animal. Un grupo de científicos de diferentes áreas firmaron un manifiesto, en el año 2012, donde dejaban claro que los seres humanos no somos los únicos capaces de disfrutar de nuestra vida y de sentir dolor. Confirmaban que la mayoría de animales también son plenamente conscientes de sus experiencias en la vida y tienen sus preferencias y sus intereses personales.
No fue un descubrimiento, ya que a lo largo de la historia de la humanidad hemos dejado constancia de innumerables experiencias y observaciones de conductas de otros animales que nos han hecho pensar que cada individuo tiene una personalidad única. Estas interpretaciones despertaron el movimiento animalista. Aunque no fue hasta principios del siglo XX cuando se reconoció oficialmente la etología como ciencia que estudia el comportamiento de los animales. Desde entonces tenemos a nuestro alcance publicadas más investigaciones, libros y estudios que nunca y no dejan lugar a dudas. Por lo tanto, la Declaración fue un acto simbólico con el que personas de ciencia quisieron transmitir a la sociedad y poner de manifiesto la evidencia científica sobre la capacidad de sentir de la mayoría de animales.
Pasados diez años de esta confirmación oficial, quizá la meta de cerrar los mataderos quede todavía muy lejos. Al ver lo que sucede tras los muros de esos lugares en los que se matan a 900 millones de animales al año solo en el Estado español, mucha gente exigiría su cierre inmediatamente, aunque luego, al pensarlo, no estaría preparada para eliminar los productos de origen animal de sus platos.
Falta concienciación para dar ese paso definitivo. Vivimos inmersos en una sociedad que acepta la mentira y el engaño como recursos publicitarios y donde triunfa el marketing de quien puede pagar más para vender. Por eso, en gran medida, mucha gente sigue creyendo que necesita comer carne, lácteos, huevos y pescado para disfrutar de una buena salud. A pesar del hecho de que siempre ha habido personas, a lo largo de la historia, que decidieron no comer animales y hoy son millones las personas antiespecistas que llevan décadas siguiendo una dieta 100% vegetal sin ningún tipo de problema causado por ello.
También vivimos en la era de la desinformación, aunque nos parece que lo sabemos todo y nos es difícil cuestionar nuestra manera de pensar. Muchas personas se apresuran a defender el confinamiento y el infierno de millones de animales no humanos en laboratorios, como si fuese algo imprescindible o justificable para avanzar en medicina. Ignoran que existen alternativas a este modo de investigación en las que nadie sufre y desconocen el hecho de que más del 90% de experimentos con resultados positivos en otros animales fracasa en seres humanos.
Nos queda mucho por aprender o, mejor dicho, por admitir y actuar en consecuencia de nuestros conocimientos. Pero me parece lamentable que ni siquiera seamos capaces de condenar unas prácticas de tortura que se siguen celebrando a la vista de todos y todas y se justifiquen por ser consideradas una forma de entretenimiento. La tauromaquia, es decir, los encierros, las corridas, las becerradas, los toros embolados, ensogados o tirados al mar son prácticas de maltrato que siguen siendo legales y aceptadas socialmente. Al ser actos públicos, cualquier persona que asista puede ver el sufrimiento de cada animal y la crueldad de los participantes al violentarlos.
Por este motivo, más que cualquier otra forma de explotación, una esperaría haber visto la abolición de este trato hacia los animales como un paso inmediato tras la Declaración de Cambridge. Pero siguen sucediendo y miles de personas siguen participando y yendo a ver sin rubor las barbaries que se cometen. ¿Por qué? Pensemos por un instante ¿en qué nos convierte disfrutar del sufrimiento de otros? ¿Qué tipo de persona hace daño a alguien para divertirse? ¿Por qué causamos dolor a otro individuo cuando este no representa ningún tipo de amenaza?
Y, a pesar de que cada vez hay mayor rechazo hacia estas atrocidades, ¿por qué no se prohíben? No podemos seguir normalizando el sadismo. Si queremos una sociedad sin violencia hacia los demás, no podemos seguir permitiéndola hacia algunos. No podemos tolerar ninguna forma de violencia ante un individuo que solo quiere vivir su vida y que no representa ningún peligro para la de nadie.
Estos días están teniendo lugar en muchos pueblos de nuestro país muchos actos con toros. Les hacen correr asustados entre seres humanos que los atosigan, les pegan, les empujan y les molestan para provocar que se defiendan de alguna manera violenta. Además del sufrimiento por el estrés y el dolor de las agresiones, hay que tener en cuenta los accidentes que se producen. Solo por mencionar algunos, este año en Valencia han muerto tres personas en 24 horas debido a heridas en encierros. En Teruel, el 20 de julio, un toro cayó al suelo y no podía levantarse. Se le acercaron varias personas para intentar ponerlo en pie tirándole del rabo y cogiéndole por los cuernos hasta que desistieron al oír que alguien decía que tenía una pata rota. Y no olvidemos lo que sucedió en un pueblo de Guadalajara en agosto de 2021. El toro Campanito se escapó de una plaza y una persona lo atropelló en la calle dándole golpes con el coche hasta matarlo.
Para conocer detalles sobre estos y otros llamados festejos y celebraciones en las que se hace sufrir a un animal, podemos ver el reportaje Gurean, dirigido por Linas Korta. Un recorrido por 30 pueblos y ciudades que refleja lo que somos capaces de hacer cuando no valoramos la vida de los demás animales.
Para ver lo que ocurre en los mataderos, tenemos a nuestra disposición el reportaje Matadero, de Aitor Garmendia, que sirve de testimonio del presente que nos ha tocado vivir. Una época que pasará a la historia como el pico de crueldad hacia quienes consideramos inferiores. Un momento de máxima falta de ética y de empatía que todavía podemos transformar en cualquier momento.
La Declaración de Cambridge y la realidad de los animales usados y explotados que matamos actualmente me hace pensar que es hora de admitir que hay cuestiones que no deberían estar permitidas y ni siquiera someterse a voto. La integridad de las personas y del resto de animales con los que compartimos este mundo no es una opinión ni puede ser la preferencia de una mayoría o de una minoría. El derecho a vivir es eso, un derecho que nadie debería poder arrebatarle a nadie. Hay otras maneras de generar empleo, de ganarse la vida y, sobre todo, de relacionarnos con el resto de especies animales.
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