Lo decisivo es que, de no ser por la intervención del primero, el capitalismo mundial, muy probablemente, se habría desintegrado en el otoño de 2008, cuando los principales bancos de EEUU, así como bastantes grandes empresas, cayeron en una situación de quiebra que ha sido solventada, por el momento, gracias a la magna operación de rescate financiero realizada por aquél. En efecto, el Estado otorgó a las firmas multinacionales en colapso una masa monetaria próxima al billón de dólares, operación aún no terminada que le ha convertido en el principal accionista de las 6 mayores entidades financieras de ese país. Éstas conocen así una nacionalización (estatización) de facto, situación sin precedentes y quizá irreversible.
Ello viene a significar que el futuro del capitalismo, probablemente, sea el capitalismo de Estado.
La crisis económica en curso es un acontecimiento complicado que no admite explicaciones monistas. Su etiología es una mezcla de factores, entre los que cabe destacar la sobreproducción de mercancías, la sobreactividad del capitalismo financiero, el agotamiento de los recursos naturales junto con la devastación de los suelos agrícolas y, sobre todo, la hiper-extensión del Estado. En mi libro "Crisis y utopía en el siglo XXI" señalo que esta última es la causa principal, que se irá manifestando todavía más como tal en el futuro próximo.
Los acontecimientos que están teniendo lugar parecen dar la razón a esa interpretación, en primer lugar las medidas del gobierno de la izquierda para incrementar la explotación fiscal de las clases populares, las cuales son sólo el comienzo, pues el desarrollo en flecha del capitalismo estatal convierte el expolio tributario en cuestión cardinal.
El Estado sólo puede vivir expandiéndose. En particular, como expongo en el libro "La democracia y el triunfo del Estado", desde el siglo XVIII, con la hórrida Ilustración, y sobre todo con el constitucionalismo liberal fundamentado en la perversa Constitución de 1812, antecedente de la vigente, de 1978 (apoyadas ambas con delirio por el progresismo y la izquierda, hoy las fuerzas políticas principales del capital), el artefacto estatal, la peor expresión de la voluntad de poder, ha entrado en una fase de desarrollo tan descomunal que ya ha arrasado con la libertad en todas sus expresiones, de conciencia, política y civil. En ello reside la causa última de la crisis económica, que adopta la forma de un declive continuado de las sociedades occidentales, las más estatizadas del planeta.
La conversión del ente estatal en un monstruo hipertrófico que todo lo domina, todo lo vilifica y todo lo destruye, dado que todo lo sacrifica a la razón de Estado, tiene unas consecuencias económicas, y unos costes (explícitos y sobre todo ocultos) descomunales, que ahora sólo es posible enumerar. La degradación pavorosa de la mano de obra, que es la principal fuerza productiva, por causa de la destrucción de la esencia concreta humana que el ente estatal induce para asegurarse su dictadura en lo político. El sobre-desarrollo de la tecnología, que como elemento de dominación es muy eficaz, pero que tiene unos costos ocultos descomunales, además de ser dudosamente efectiva en muchas actividades productivas. La expansión del parasitismo por el incremento vertiginoso del capitalismo subvencionado, esto es, del capitalismo estatal en sus muchas variantes. El fomento de sectores improductivos, no sólo los partidos políticos, sindicatos, ONGs, estetas "rompedores", grupos "antisistema" y otros pícaros, todos subsidiados, sino también, pongamos por caso, el aparato universitario, cuyos 2,4 millones de estudiantes y quizá 300.00 catedráticos y profesores son una carga que la economía a duras penas puede ya financiar. Los costes enormes de la culminación exitosa del Estado policial (ahora viento en popa gracias a la Ley de Violencia de Género del feminismo de Estado). Pero, sobre todo, los gastos colosales (directos y mucho más aún indirectos) del aparato militar.
Todo ello ha creado una sociedad del parasitismo y la subvención, la incompetencia y la irresponsabilidad, el hiperconsumo y el derroche, que proviene de la subordinación de todo y todos a la razón de Estado. Esto se define por la tríada entontecimiento, despilfarro e hiper-dominación, y empieza a no ser viable económicamente, mucho más cuando en el Tercer Mundo emergen potencias neo-imperialistas (China, Irán, Brasil, Sudáfrica, India, Arabia Saudita y otras) que están comenzando a disputar a Occidente la hegemonía planetaria, sin ser mejores, pues en diversas cuestiones son incluso peores.
Hay dos conclusiones. Una es que el Estado no se ha desintegrado en la crisis económica en curso, mientras que el gran capital multinacional sí lo ha hecho, de manera que el primero es el enemigo principal, al ser más poderoso y activo, lo que demanda redoblar la denuncia y lucha contra él. Otra, que debemos abandonar las explicaciones decimonónicas de las crisis económicas capitalistas para ir elaborando una interpretación adecuada al supercomplejo siglo XXI.
Félix Rodrigo Mora
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