Una historia de la idea anarquista es
inseparable de la historia de todos los desarrollos progresivos y de las
aspiraciones hacia la libertad, ambiente propicio en que nació esta
comprensión de vida libre propia de los anarquistas y garantizable sólo
por una ruptura completa de los lazos autoritarios, siempre que al mismo
tiempo los sentimientos sociales (solidaridad, reciprocidad,
generosidad, etc.) estén bien desarrollados y tengan expansión libre.
Esta comprensión se manifiesta de innumerables maneras en la vida
personal y colectiva de individuos y de grupos, comenzando por la
familia, ya que la convivencia humana no sería posible sin ella. Al
mismo tiempo la autoridad, sea tradición, costumbre, ley, arbitrariedad,
etc., ha puesto desde la humanización de los animales que forman la
especie humana, su garra de hierro sobre un gran número de
interrelaciones, hecho que sin duda procede de una animalidad más
antigua todavía, y la marcha hacia el progreso que se hace
indudablemente a través de las edades, es una lucha por la liberación de
esas cadenas y obstáculos autoritarios. Las peripecias de esa lucha son
tan variadas, la lucha es tan cruel y ardua que relativamente pocos
hombres han llegado todavía a la comprensión anarquista más arriba
descrita, y aquellos incluso que luchaban por libertades parciales no
los han comprendido más que rara e insuficientemente y en cambio han
tratado a menudo de conciliar sus nuevas libertades con el mantenimiento
de antiguas autoridades, ya quedasen ellos mismos al margen de ese
autoritarismo, o creyesen útil la autoridad y capaz de mantener y de
defender sus nuevas libertades. En los tiempos modernos tales hombres
sostenían la libertad constitucional o democrática, es decir libertades
bajo la custodia del gubernamentalismo. De igual modo en el terreno
social esa ambigüedad produjo el estatismo social, un socialismo
impuesto autoritariamente y desprovisto por eso de lo que, según los
anarquistas, le da su verdadera vida, la solidaridad, la reciprocidad,
la generosidad, que sólo florecen en un mundo de libertad.
Antiguamente, pues, el reino de la
autoridad fue general, los esfuerzos ambiguos, mixtos (la libertad por
la autoridad) fueron raros, pero continuos, y una comprensión
anarquista, al menos parcial y tanto más una integral, ha debido ser muy
rara, tanto porque exigía condiciones favorables para nacer, como
porque fue cruelmente perseguida y eliminada por la fuerza o gastada,
desamparada, nivelada por la rutina. Sin embargo, si de la promiscuidad
tribal se llegó a la vida privada relativamente respetada de los
individuos, no es sólo el resultado de causas económicas, sino que fue
un primer paso de la marcha de la tutela a la emancipación; y de
sentimientos paralelos al antiestatismo de los hombres modernos, han
pasado los hombres de esos tiempos antiguos a esta dirección.
Desobediencia, desconfianza de la tiranía y rebelión han impulsado a
muchos hombres enérgicos a forjarse una independencia que han sabido
defender o han sucumbido. Otros supieron sustraerse a la autoridad por
su inteligencia y por capacidades especiales, y si en un tiempo dado los
hombres pasaron de la no-propiedad ( accesibilidad general) y de la
propiedad colectiva ( de la tribu o de los residentes locales) a la
propiedad privada, no sólo la codicia de posesión, sino también la
necesidad, la voluntad de una independencia asegurada, han debido
impulsarlos a ello.
Los pensadores anarquistas integrales de
esos antiguos tiempos, si los hubo, son desconocidos, pero es
característico que todas las mitologías han conservado la memoria de
rebeliones, e incluso de luchas nunca terminadas, de una raza de
rebeldes contra los dioses más poderosos. Son los Titanes que dan el
asalto al Olimpo, Prometeo desafiando a Zeus, las fuerzas sombrías que
en la mitología nórdica provocan el crepúsculo de los dioses, es el
diablo que en la mitologíá cristiana no cede nunca y lucha a toda hora y
en cada individuo contra el buen Dios, ese Lucifer rebelde que Bakunin
respetaba tanto, y muchos otros. Si los sacerdotes, que manipulaban esos
relatos tendenciosos en el interés conservador, no han eliminado esos
atentados peligrosos a la omnipotencia de sus dioses, es que las
tradiciones que tenían por base han debido estar tan arraigadas en el
alma popular que no se han atrevido a ello y sólo se contentaron con
desnaturalizar los hechos, insultando a los rebeldes, o bien han
imaginado más tarde interpretaciones fantásticas para intimidar a los
creyentes, como sobre todo la mitología cristiana con su pecado
original, la caída del hombre, su redención y el juicio final, esa
consagración y apología de la esclavitud de los hombres, de las
prerrogativas de los sacerdotes como mediadores, y esa postergación de
las reivindicaciones de justicia para el último término imaginable, para
el fin del mundo. Por consiguiente, si no hubiese habido siempre
rebeldes atrevidos y escépticos inteligentes, los sacerdotes no se
habrían tomado tanto trabajo.
La lucha por la vida y la ayuda mutua
estaban quizás inseparablemente entrelazadas en esos antiguos tiempos.
¿Qué es la ayuda mutua sino la lucha por la vida colectiva,
protegiéndose así una colectividad contra un peligro que aplastaría a
los aislados? ¿Qué es la lucha por la vida sino un individuo que reúne
un mayor número de fuerzas o capacidades triunfando sobre otro que reune
una cantidad más pequeña? El progreso se hizo por independencias e
individualizaciones fundadas en un medio de sociabilidad relativamente
segura y elevada. Los grandes despotismos orientales no permitieron
verdaderos progresos intelectuales, pero sí el ambiente del mundo
griego, compuesto de autonomías más locales, y la primera floración del
pensamiento libre que conocemos fue la filosofía griega, que ha podido
en el curso de los siglos, tener conocimiento de lo que pensaban en la
India y en China algunos pensadores, pero que ante todo hizo una obra
independiente, que ya los romanos, a quienes les interesaba tanto
instruirse en las fuentes griegas de la civilización, no pudieron
comprender y continuar y menos aún el mundo inculto del milenio de la
edad media.
Lo que se llama filosofía fueron al
comienzo reflexiones todo lo independientes que es posible de la
tradición religiosa por individuos que dependían de su ambiente, y
sacadas de observaciones más directas y, algunas, resultados de la
experiencia; reflexiones por ejemplo sobre el origen y la esencia de los
mundos y de las cosas (cosmogenia), sobre la conducta individual y sus
mejoras deseables (moral), sobre la conducta colectiva cívica y social
(politica social) y sobre un conjunto más perfecto en el porvenir y los
medios de llegar a él (el ideal filosófico que es una utopía, derivada
de las opiniones que esos pensadores se han formado sobre el pasado, el
presente y la dirección de la evolución que creen haber observado o que
consideran útil y deseable). Las religiones se habían formado antes
aproximadamente de manera parecida, sólo que en condiciones generales
más primitivas, y la teocracia de los sacerdotes y el despotismo de los
Reyes y de los jefes corresponden a ese estadio. Esa población de los
territorios griegos, continente e islas, que se mantenía contra los
despotismos vecinos, fundando una vida cívica, autonomías, federaciones,
rivalizando en pequeños centros de cultura, produce también esos
filósofos que se elevaron sobre el pasado, que trataban de ser útiles a
sus pequeñas Repúblicas patrias y concebían sueños de progreso y de
felicidad general (sin atreverse o sin querer tocar a la esclavitud,
claro está, lo que muestra cuan difícil es elevarse verdaderamente sobre
el ambiente).
De esos tiempos datan el
gubernamentalismo de formas en apariencia más modernas, y la política,
que tomaron el puesto del despotismo asiático y de la arbitrariedad
pura, sin reemplazarlos totalmente. Fue un progreso semejante al de la
revolución francesa y al del siglo XIX, comparados con el absolutismo
del siglo XVIII, y como este último progreso dio un gran impulso al
socialismo integral y a la concepción anarquista, así al lado de la masa
de los filósofos y de los hombres de Estado griegos moderados y
conservadores, hubo pensadores intrépidos que llegaron ya entonces a las
ideas socialistas estatales, los unos, y a las ideas anarquistas, los
otros -una pequeña minoría, sin duda-, pero hombres que hicieron su
marca, que no se les pudo ya borrar de la historia, aunque rivalidades
de escuela, persecuciones o la incuria de edades ignorantes hayan hecho
desaparecer los escritos. Lo que de ellos subsiste se ha preservado
sobre todo como extractos en textos de autores reconocidos que se han
conservado.
Había en esas pequeñas Repúblicas siempre
amenazadas, y ambiciosas y agresivas a su vez, un culto extremo al
civismo, al patriotismo, y había también riñas de los partidos,
demagogia, y la preocupación del poder, y sobre esa base se desarrolló
un comunismo muy crudo. De ahí la aversión de otros contra la democracia
y la idea de un gobierno de los más prudentes, de los sabios, de los
hombres de edad, como soñaba Platón. Pero también la aversión contra el
Estado, del que había que apartarse, que profesó Aristipo, las ideas
libertarias de Antifon, y sobre todo la gran obra de Zenon (342-270 a.
de C.), el fundador de la escuela estoica, que elimina toda coacción
exterior y proclama el impulso moral propio en el individuo como único y
suficiente regulador de las acciones del individuo y de la comunidad.
Fue un primer grito claro de la libertad humana que se sentía adulta y
se despojaba de sus lazos autoritarios, y no hay que asombrarse de que
ese trabajo fuese ante todo depurado por generaciones futuras, luego
completamente dejado al margen para irse perdiendo.
Sin embargo, como las religiones
transportan las aspiraciones de justicia y de igualdad a un cielo
ficticio, también los filósofos y algunos jurisconsultos se
transmitieron el ideal de un derecho verdaderamente justo y equitativo,
basado en las exigencias formuladas por Zenón y los estoicos; fue el
llamado derecho natural que, como igualmente una concepción ideal de la
religión, la religión natural, iluminó débilmente numerosos siglos de
crueldad y de ignorancia, y a su resplandor en fin se rehicieron los
espíritus y se comenzó a querer hacer realidades de esas abstracciones
ideales. Ese es el primer gran servicio que la idea libertarla ha
prestado a la humanidad: su ideal, tan enteramente opuesto al ideal del
reino supremo y definitivo de la autoridad, es absorbido después en más
de dos mil años y queda implantado en cada hombre honesto que sabe
perfectamente que es eso lo que haría falta, por eséptico, ignorante o
desviado que esté, a causa de intereses particulares, en relación a la
posibilidad, y sobre todo a la posibilidad próxima, de realizaciones.
Pero se comprende también que la
autoridad -Estado, propiedad, iglesia- veló contra la popularización de
esas ideas, y se sabe que la República y el Imperio romano y la Roma de
los Papas hasta el siglo XV, imponían al mundo occidental un fascismo
intelectual absoluto, con el despotismo oriental que renacía en
bizantinos, y turcos y zarismo ruso (continuado virtualmente por el
bolcheviquismo ruso) como complemento. Entonces, hasta el siglo XV y más
tarde aún (Servet, Bruno, Vanini), el pensamiento libre fue impedido
bajo peligro de pena de muerte y no pudo transmitirse más que
secretamente por algunos sabios y sus discípulos, tal vez en el núcleo
más íntimo de algunas sociedades secretas. No se mostró en plena luz del
día más que cuando, entremezclado con el fanatismo o el misticismo de
las sectas religiosas, no temía ya nada, sintiéndose impulsado al
sacrificio, sabiéndose consagrado o consagrándose alegremente a la
muerte. Aquí las fuentes originales fueron cuidadosamente destruídas y
no conocemos más que las voces de los denunciadores, de los insultadores
y a menudo de los verdugos. Así Karpokrates, de la escuela gnóstica en
Egipto, preconizó una vida en comunismo libre en el siglo segundo de la
era presente, y también esta idea emitida en el Nuevo Testamento (Pablo a
los Galateos): si el espíritu os manda, no estáis sin ley – pareció
prestarse a la vida fuera del Estado, sin ley ni amo.
Los últimos seis siglos de la Edad Media
fueron la época de las luchas de autonomías locales (ciudades y pequeños
territorios) dispuestos a federarse y de grandes territorios que fueron
unificados para formar los grandes Estados modernos, unidades políticas
y económicas. Si las pequeñas unidades eran centros de civilización y
habrían podido prosperar por su propio trabajo productivo, por
federaciones útiles a sus intereses, y por la superioridad que su
riqueza les dio sobre los territorios agrícolas pobres y sobre las
ciudades menos afortunadas, su éxito completo no habría sido más que la
consagración de esas ventajas a expensas de la inferioridad continua de
los menos favorecidos. ¿Es más importante que algunas ciudades libres,
Florencia, Venecia, Génova, Augsburg, Nurenberg, Bremen, Cante, Brujas y
otras se enriquezcan o que todos los países en que están situadas sean
elevados en confort, en educación, etc? La historia, hasta 1919 al
menos, ha decidido en el sentido de las grandes unidades económicas y
las autonomías fueron reducidas o han caído. La autoridad, el deseo de
extenderse, de dominar, estaba verdaderamente en ambas partes, en los
microcosmos y en los macrocosmos y la libertad fue un término explotado
por los unos y por los otros; los unos rompieron el poder de las
ciudades y de sus conjuraciones (ligas); los otros el de los Reyes y de
sus Estados. Sin embargo, en esta situación las ciudades favorecían a
veces el pensamiento independiente, la investigación científica, y
permitieron a los disidentes y heréticos, proscritos en otras partes,
hallar en ellas un asilo temporal. Sobre todo allí donde los municipios
romanos situados en los caminos del comercio, u otras ciudades
prósperas, eran más numerosas, había focos de esa indepedencia
intelectual; de Valencia y Barcelona hacia la Alta Italia y Toscana,
hacia la Alsacia, Suiza, Alemania meridional y Bohemia, por París hacia
las Bocas del Rhin, Flandes y Países Bajos y el litoral germánico (las
ciudades hanseáticas), tal fue ese país sembrado de focos de libertades
locales. Y fueron las guerras de los emperadores en Italia, la cruzada
contra los albigenses y la centralización de Francia por los Reyes,
sobre todo por Luis XI, la supremacía castellana en España, las luchas
de los Estados contra las ciudades en el mediodía y en el norte alemán,
por los duques de Borgoña, etc., las que produjeron la supremacía de los
grandes Estados.
Entre las sectas cristianas se nombra
sobre todo a esos Hermanos y Hermanas de espíritu libre como
practicantes de un comunismo ilimitado entre ellos. Partiendo
probablemente de Francia, destruidos por la persecución, su tradición ha
sobrevivido más en Holanda y en Flandes y los Klompdraggers del siglo
XIV y los partidarios de Eligius Praystinck, los libertinos de Amberes
en el siglo XVI (los loistas) , parecen derivarse de ellos. En Bohemia,
después de los husitas, Peter Chelchicky preconizó una conducta moral y
social que recuerda la enseñanza de Tolstoi. También allí había sectas
de prácticos, llamados libertinos directos, los adamitas sobre todo. Se
conocen algunos escritos, sobre todo de Chelchicky ( cuyos partidarios
moderados se conocieron más tarde como Hermanos moravos) , pero en
cuanto a las sectas más avanzadas se han reducido a los peores libelos
de sus perseguidores devotos, y es difícil, si no imposible, distinguir
en qué grado su desafío a los Estados y a las leyes era un acto
antiautoritario consciente. Porque se dicen autorizadas por la palabra
de Dios, que es así su amo supremo.
En suma, la Edad Media no pudo producir
un libertarismo racional e integral. Sólo el re-descubrimiento del
paganismo griego y romano, el humanismo del Renacimiento, dio a muchos
hombres instruidos medios de comparación, de crítica; veían varias
mitologías tan perfectas como la mitología cristiana, y entre la fe en
todo eso y la fe en nada de ello, algunos se han emancipado de toda
creencia. El título de un pequeño escrito de origen desconocido, De
tribus imposioribus, sobre los tres impostores (Moisés, Cristo y Mahoma)
marca esa tendencia y, en fin, un sacerdote francés, François Rabelais,
escribe las palabras libertadoras Haz lo que quieras, y un joven
jurista, Etienne de la Boetie (1530-1563), nos dejó el fámoso Discours
de la servitude volontaire.
Estas investigaciones históricas nos
enseñan a ser modestos en nuestras expectativas. No sería difícil hallar
los más bellos elogios de la libertad, del heroísmo de los tiranicidas y
otros rebeldes, de las revueltas sociales populares, etc.; pero la
comprensión del mal inmanente en la autoridad, la confianza completa en
la libertad, eso es rarísimo, y las manifestaciones mencionadas aquí son
como las primeras tentativas intelectuales y morales de los hombres
para marchar de pie sin andadores tutelares y sin cadenas de coacción.
Parece poco, pero es algo, y no ha sido olvidado. Frente a los tres
impostores se erigió al fin la ciencia, la razón libre, la investigación
profunda, el experimento y una verdadera experiencia. La Abbaye de
Thézeme, que no ha sido la primera de las islas dichosas imaginadas, no
fue la última, y junto a las utopías autoritarias, estatistas, que
reflejan los nuevos grandes Estados centralizadores, hubo aspiraciones
de vida idílica, inofensiva, graciosa, llena de respetos, afirmaciones
de la necesidad de libertad y de convivencia en esos siglos XVI, XVII,
XVIII de las guerras de conquista, de religión, de comercio, de
dIplomacia y de las crueles colonizaciones de ultramar – el sometimiento
de los nuevos continentes -. Y la servidumbre voluntaria tomaba a veces
impulso para poner fin a sí misma, como en la lucha de los Países Bajos
y contra la realeza de los Stuart en los siglos XVI y XVII y la lucha
de las colonias norteamericanas contra Inglaterra en el siglo XVIII.
hasta la emancipación de la América latina a comienzos del siglo XIX. La
desobediencia entró así en la vida política y social. De igual modo el
espíritu de la asociación voluntaria, de los proyectos y tentativas de
cooperación industrial en Europa, ya en el siglo XVII, de la vida
práctica por organizaciones más o menos autónomas y autogobernadas en
América del Norte antes y después de la separación de Inglaterra. Ya los
últimos siglos de la Edad Media habían visto el desafío de la Suiza
central al Imperio alemán y su triunfo, las grandes revueltas de los
campesinos, las afirmaciones violentas de independencia local en varias
partes de la Península ibérica; París se manturo firme contra la realeza
en diversas ocasiones, hasta el siglo XVII, y de nuevo en 1789.
El fermento libertario, lo sé bien, era
todavía demasiado pequeño, y los rebeldes de ayer se quedan prendidos en
una nueva autoridad al día siguiente. Todavía se puede hacer matar a
los pueblos en nombre de tal o cual religión y, más aún, se les inculcó
las religiones intensificadas de la Reforma y por otra parte se les puso
bajo la tutela y la férula de los jesuitas. Europa, además, fue
sometida a la burocracia, a la policía, a los ejércitos permanentes, a
la aristocracia ya las Cortes de los Príncipes, aun siendo sutilmente
dirigida por los poderosos del comercio y de las finanzas. Muy pocos
hombres entreveían a veces soluciones libertarias y hablaban de ellas en
algunos pasajes de sus utopías, como por ejemplo Gabriel Faigny en Les
Aventures de Jacques Sadeur dans la découverte et le voyage de la Terre
australe (1676); o sirviéndose de la ficción de los salvajes que no
conocían la vida refinada de los Estados policiales, como por ejemplo
Nicolás Gueudeville en los Entretiens entre un sauvage et le baron de
Hontan (1704); o bien Diderot en el famoso Supplément au Voyage de
Bougainville.
Hubo el esfuerzo de acción directa, la
recuperación de la libertad después de la caída de la monarquía en
Inglaterra en 1649, hecha por Gerard Winstanley (the Digger); los
proyectos de socialismo voluntario por asociación, de P. C. Plockboy
(1658) , un holandés, John Bellers (1695), el escocés Robert Wallace
(1761), en Francia de Rétif de la Bretonne.
Razonadores inteligentes disecaban el
estatismo, como – no importa que haya sido una extravagancia- Edmund
Burke en A Vindication of Natural Society (1756), y en Diderot fue
familiar una argumentación verdaderamente anarquista. Hubo aislados que
impugnaban la ley y la autoridad, como William Harris en el territorio
de Rhode Island (Estados Unidos), en el siglo XVII; Mathias Knutsen, en
el mismo siglo, en el Holstein; el benedictino Dom Deschamps, en el
siglo XVIII, en un manuscrito, dejado por él, en Francia ( conocido
desde 1865); también A. F. Doni, Montesquieu (los trogloditas), G. F.
Rebmann (1794), Dulaurens (1766, en algunos rincones de Compêre
Matthieu), esbozan pequeños países y refugios felices sin propiedad ni
leyes. En las décadas anteriores a la revolución francesa, Sylvain
Maréchal (1750 – 1803), un parisien, propuso un anarquismo muy
claramente razonado, en la forma velada de la vida feliz de una edad
pastoral arcadiana; así en L’Age d’Or, recueil de contes pastoraux par
de Berger Sylvain (1782) y en Livre échappé ou déluge ou Pseaumes
nouvellement découverts (1784-). El mismo hizo una propaganda ateísta de
las más decididas y en sus Apologues modernes, a l’usage d’un Dauphin
(1788) , esboza ya las visiones de los Reyes deportados todos a una isla
desierta en que acaban por destruirse unos a otros, y de la huelga
general, por la cual los productores, las tres cuartas partes de la
población, establecen la sociedad libre. Durante la revolución francesa
Maréchal fue impresionado y seducido por el terrorismo revolucionario,
pero no pudo menos, sin embargo, de poner en el Manifeste des Egaux de
los babouvistas, estas palabras famosas: desapareced, repulsivas
diferencias de gobernadores y de gobernados, que fueron radicalmente
desaprobadas durante su proceso por los acusados socialistas
autoritarios y por Buonarroti mismo.
Se encuentran ideas anarquistas
claramente expresadas por Lessing, el Diderot alemán del siglo XVIII ;
los filósofos Fichte y Krause, Wilhelm von Humboidt (1792); (el hermano
de Alejandro) se inclinan del lado libertario en algunos de sus
escritos. De igual modo los jóvenes poetas ingleses S. T. Coleridge y
sus amigos del tiempo de su Pantisocracy. Una primera aplicación de esos
sentimientos se encuentra en la reforma de la pedagogía entrevista en
el siglo XVII por Amos Comenius, que recibió su impulso por J. J.
Rousseau, bajo la influencia de todas las ideas humanitarias e
igualitarias del siglo XVII, y particularmente atendida en Suiza
(Pestalozzi) y en Alemania, donde también Goethe contribuyó de buena
gana. En el núcleo más íntimo de los Iluminados alemanes (Weishaupt), la
sociedad sin autoridad fue reconocida como objetivo final. Franz Baader
(en Baviera) fue impresionadísimo por la Enquiry on Political Justice
de Godwin, que apareció en alemán ( sólo la primera parte en 1803, en
Würzburg, Baviera) y también Georg Forster, el hombre de ciencia y
revolucionario alemán leyó ese libro en París, en 1793, pero murió pocos
meses después, en enero de 1794, sin haber podido dar una expresión
pública sobre ese libro que le fascinó (carta del 23 de julio de 1793) .
Estas son referencias rápidas de los
principales materiales que he discutido en el libro Der Vorfrühling der
Anarchie, 1925, págs. 5-66. Es probable que por algunos meses de
investigaciones especiales en el British Museum, las completase un poco,
y son sobre todo libros españoles, italianos, holandeses y escandinavos
los que no he consultado sino muy poco. En los Iibros franceses,
ingleses y alemanes he buscado ya mucho. En suma, lo que falta puede ser
numeroso e interesante, pero no será probablemente de primera
importancia, o su repercusión sobre los materiales ya conocidos nos
habría advertido de su existencia.
Los materiales no son, pues, muy
numerosos, pero son bastante notorios. Todo el mundo conoce a Rabelais; a
través de Montagine se llegó siempre a La Boetie. La utopía de Gabriel
Foigny fue bien conocida, varias veces reimpresa y traducida. La idea
juvenil o la escapada de Burke, tuvo gran voga, y Sylvain Maréchal hizo
hablar de sí bastante. Diderot y Lessing fueron clásicos. Así esas
concepciones profundamente antiautoritarias, esa crítica y rechazo de la
idea gubernamental, los esfuerzos serios para reducir e incluso negar
el puesto de la autoridad en la educación, en las relaciones de los
sexos, en la vida religiosa, en los asuntos públicos, todo eso no pasó
desapercibido para el mundo avanzado del siglo XVIII y se puede decir
que, como ideal supremo, sólo los reaccionarios lo combatían y sólo los
moderados ponderados lo creían irrealizable para siempre. Por el derecho
natural, la religión natural o la concepción materialista del tipo
d’Holbach (Sisteme de la Nature, 1770) y de Lamettrie, por el
encaminamiento de una menor a una mayor perfección de las sociedades
secretas, todos los cosmopolitas humanitarios del siglo estaban
intelectualmente en ruta hacia el mínimo de gobierno, sino hacia su
ausencia total para los hombres libres. Los Herder y los Condorcet, Mary
Wollstonecraft como no mucho después el joven Shelley, todos
comprendieron que el porvenir va hacia una humanización de los hombres,
que reduciría a nada inevitablemente el gubernamentalismo.
Tal fue la situación en vísperas de la
revolución francesa, cuando no se conocían sino todas las fuerzas que un
golpe decisivo dado al antiguo régimen iba a poner en movimiento para
el bien y para el mal. Se estaba rodeado de aprovechadores insolentes de
la autoridad y de todas sus víctimas seculares, pero los hombres del
progreso querían un máximo de libertad y tenían buena conciencia y buena
esperanza. La larga noche de la era de autoridad iba al fin a terminar …
Max Nettlau
Capítulo “Libertad y anarquía: sus más antiguas manifestaciones y las concepciones libertarias hasta 1789” de su libro “La Anarquía a través de los tiempos” [pdf.]
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