Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, abril 29

1º de Mayo: día de lucha


El 1º de mayo es un día de lucha, de conmemoración. Una batalla más contra el Estado y contra el capitalismo. Una fecha que es un referente de enfrentamiento.
Surgido en 1886 de duras luchas contra la esclavitud asalariada (por la reducción del tiempo de trabajo, por la consecución de unas condiciones de vida dignas, pero sobre todo por un mundo nuevo), este día empezó a celebrarse como una conmemoración combativa frente a la muerte de 5 trabajadores anarquistas, ahorcados en Chicago en dicho contexto de lucha. Pero es una conmemoración desde la lucha, porque las condiciones de opresión se mantienen, porque el capitalismo sigue explotándonos y el Estado sometiéndonos.
En un mundo regido a su antojo por una élite política y financiera. En un mundo en el que el sometimiento cotidiano es cada día mayor y cuyo precio recae sobre las espaldas de los de abajo. En un mundo donde cada vez las condiciones de vida son más precarias, donde el control y la represión son mayores, donde las condiciones de la explotación asalariada son cada vez más duras (reformas laborales, abaratamientos de despidos, recortes de pensiones, rebaja de sueldos, aumento de la jornada de trabajo,...) y donde cada vez más los ricos y poderosos se aprovechan de nosotros (aumento de precios, desahucios, pauperización y encarecimiento de la ya de por sí envenenadora sanidad y adoctrinadora educación, etc). En un mundo donde a nosotros siempre nos toca perder pero ellos nunca pierden (paraísos fiscales, corrupción, poder, saqueos y desfalcos descarados hacia los más empobrecidos en beneficio de los que mandan), es nuestra tarea reapropiarnos de nuestras vidas y decidir cómo y en qué condiciones queremos que éstas se desarrollen. Eso es algo tan importante que no se puede dejar en manos de nadie, de ningún/a gestor/a o especialista, y menos aún en las manos de nuestros explotadores. Y esa tarea pasa por destruir el mundo de miseria en el que vivimos.
Porque no podemos permitir que el capitalismo y el Estado hagan de nosotros lo que quieran, que nos reduzca a una mera condición servil, hemos de luchar, como antaño lucharon nuestros predecesores, contra los sempiternos enemigos (Estado, Capital y cualquier forma de Autoridad, y sus defensores) para desembarazarnos de nuestras cadenas y proclamar – o al menos intentarlo -  la libertad. Es nuestro deber recordar nuestros orígenes y seguir luchando para acabar con este sistema que nos humilla y somete.  El momento es ahora, el lugar es la calle.

Bloque Libertario
Manifestación Anticapitalista
17:30 H de Plça Universitat a la Canadenca (tres chimemeas, Paralelo) Barcelona.

jueves, abril 26

Camilo Berneri


A pesar del olvido a que ha sido relegado, Camilo Berneri es uno de los autores de la tradición anarquista más lúcidos e interesantes de este siglo, y constituye, de hecho, uno de los cabos sueltos en la historia del pensamiento crítico que es preciso recuperar. Nacido en Lodi (Italia) el 28 de mayo de 1897, moriría asesinado por los estalinistas en los sucesos de Mayo de 1937 de Barcelona cuando contaba sólo cuarenta años de edad.

Perteneciente a una familia de intelectuales de la clase media, su madre, Adalgisa Focchi, era profesora de primaria y escritora de literatura juvenil. Con quince años se adhiere a la Federación Juvenil Socialista de Reggio Emilia, en donde llegaría a formar parte del Comité Central. A finales de 1915, después de tres años de militancia, las contradicciones entre la afirmación de su ideario revolucionario y la actitud del Partido Socialista, le llevaría a la dimisión y a la adscripción al anarquismo, movimiento con el cual se identificaría de por vida. En una carta publicada en el periódico L´Avenire Anarchico de Pisa, titulada "carta abierta a los jóvenes socialistas de un joven anarquista" denunciaba la degradación del Partido Socialista Italiano, la existencia de una burocracia política absolutamente posibilista, la falta de conexión con las bases, así como la ausencia de un verdadero espíritu de sacrificio. En castigo por su oposición a la intervención italiana en la primera guerra mundial fue expulsado de la escuela, reclutado para el frente, y después confinado en la isla de Pianosa.

Mientras tanto, el impacto causado por la revolución rusa había sacudido a la sociedad europea. Ante los ataques generalizados, Berneri defendió, en un primer momento, tanto a la revolución como a Lenín. Resulta significativa su postura en el artículo "¿Con Kerenski o con Lenín?", publicado en Guerra di Clase de Bolonia en el año de 1917. En los años siguientes, sin embargo, aumentaron sus críticas a la dirección que iba tomando el proceso revolucionario ruso, distanciándose así de una visión excesivamente acrítica de la mayoría de la izquierda revolucionaria italiana. Pero a pesar de todo, mantuvo una actitud de diálogo y crítica constructiva, dentro del movimiento anarquista.

Colaboró en el periódico Volontá, dirigido por Luigi Fabbri, en los que analizó los principales problemas con los que se topaba la revolución: Las relaciones entre la ciudad y el campo, sobre el tipo de política adecuada al campesinado; la organización económica; el papel de los intelectuales en la revolución, etc. A partir de 1921 acentuó sus diferencias con la experiencia rusa, publicando diversos artículos en el periódico dirigido por Errico Malatesta Umanitá Nova, a la vez que subrayaba también la necesidad de un mayor rigor en las críticas realizadas por sus propios compañeros anarquistas. Sus estudios universitarios fueron tan amplios como brillantes: Hizo un doctorado en filosofía y letras en la Universidad de Florencia, influyendo en su trabajo intelectual el historiador Gaetano Salvemini, uno de los pensadores más notables de la intelectualidad italiana del siglo XX, que influiría decisivamente en su formación intelectual. Ejerció su vocación como docente en la enseñanza media y normal de Florencia, Cortona, Milán, etc., junto con un incesante activismo antifascista. Hasta su definitiva salida de Italia en 1926 ante la represión del fascismo mussoloniano. Durante diez años Camilo será el anarquista más expulsado de Europa. Sufrió prisión en Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Francia, siempre perseguido por la policía y el gobierno de Mussolini.

Releyendo a Camilo Berneri se puede apreciar que no le corresponde el reproche que a menudo se hace al anarquismo como una teorización anacrónica, expresada en términos superados. Quienes así se expresan, juzgan sobre una prensa de propaganda que no es siempre de calidad irreprochable y no tienen en cuenta la existencia de creadores intelectuales de primera fila como Luigi Fabbri, Rudolf Rocker, Max Nettlau, Gustav Landauer, Rafael Barret y el mismo Berneri, y en al actualidad elementos de la talla de Noam Chonsky o Murray Bookchin. En 1922 escribió "Estamos desprovistos de conciencia política en el sentido de que no tenemos conciencia de los problemas actuales y continuamos difundiendo soluciones adquiridas en nuestra literatura de propaganda. Somos utópicos y basta... en vez de empujar al movimiento a salir de lo ya pensado para esforzarse en la crítica, en lo que está por pensar"

Esta actitud contraria al dogmatismo y a las respuestas simples lo convertirían en un pensador controvertido, polémico e incómodo a lo largo de toda su vida, y sin embargo, por esa misma actitud constituye en la actualidad un punto de referencia para retomar un diálogo fecundo entre las distintas tradiciones de la izquierda.

El afán de Berneri en la renovación del anarquismo fue puesto de relieve, justo después de su muerte, por Max Sartin, director del periódico ácrata de Nueva York L´Adunata dei Refrattari, en el cual había colaborado asiduamente... "veía al anarquismo como una idea y un movimiento todavía en formación; sentía que necesitaba salir de las fórmulas generales y abstractas de la fe para afrontar con audacia todos los problemas de la vida compleja y resolverlas en las enseñanzas concretas de las prácticas.

La nómina de sus trabajos y libros es variada, hasta llegar a ser desconcertante, la mayor parte corresponde a textos que son resultado de una vivencia personal. Así, sus trabajos sobre las relaciones del trabajo intelectual y el manual, valiosísimos -entre otras razones- por haber sido expresadas por un profesor universitario, a quien el exilio obligaba a trabajar como obrero de la construcción. Más conocida es la serie sobre la lucha antifascista, el enemigo por excelencia de Camilo, hay también valiosos textos sobre la sociología del trabajo, desde Operaiolatría hasta El trabajo atrayente, incluyendo trabajos como Il cristianismo e il lavoro.

A finales de julio de 1936, pocos días después de estallar la guerra en España, Berneri llega a Barcelona. Inmediatamente se responsabilizó de la organización de los voluntarios que llegaban a combatir al fascismo, constituyendo una columna italiana. Aquejado de distintos problemas físicos que le impidieron continuar en primera línea de combate (entre otros su sordera), volvió a Barcelona. Una vez allí centró sus principales esfuerzos en el trabajo cultural y propagandístico, colaborando en las emisiones radiofónicas dirigidas a los voluntarios italianos y en la edición de Guerra di Classe. Desde este periódico retomó el tema de la revolución rusa desde una perspectiva tremendamente crítica: "El Estado y las Clases", "La abolición y extinción del Estado" y "La dictadura del proletariado y el socialismo de Estado". Mención especial, finalmente, merecen los trabajos inéditos sobre historia del pensamiento social como: Un federalista ruso: Pietro Kropotkin.

El segundo gran bloque temático de los artículos de Berneri tenía que ver con el análisis y su toma de posición ante los acontecimientos que se producían día a día en España: "La guerra y la revolución". Pero posiblemente sea "La carta abierta a la compañera Federica Montseny" el texto que mejor informe de su posición ante el curso de los acontecimientos.

Las últimas intervenciones públicas de Berneri antes de su asesinato a principios de mayo de 1937, dan cuenta de su singular posición política e intelectual, así como de su misma dimensión humana. El primero de mayo publicó un artículo en el que hacía una razonada defensa del POUM ante las acusaciones de colaboración con el fascismo vertidas por los comunistas catalanes del PSUC y de la prensa de la III Internacional. El tres de mayo leía en Radio CNT-FAI de Barcelona un emotivo discurso en homenaje a Antonio Gramsci, muerto el 27 de Abril en las cárceles de la Italia fascista.

La idea de Berneri según la cual la guerra sólo podría ganarse llevando adelante la revolución social, y su denuncia del carácter contrarrevolucionario del estalinismo español, podrían quizás explicar su misterioso asesinato con tan sólo cuarenta años de edad... Berneri dejaba una enorme producción intelectual y el testimonio de una vida militante.

De sus análisis, sobresalen cuestiones como: su crítica temprana a la desvirtuación de la revolución rusa, su apuesta por el federalismo como una forma de concreción de un proyecto democratizador, su lectura desmitificadora del obrerismo y de la adulación per se de cualquier forma de organización de los de abajo, revelando la contradicción de intereses que se expresaba también en su seno y, por tanto, la necesidad de una acción revolucionaria educativa; Su concepción internacionalista y solidaria de la lucha revolucionaria de los pueblos.

Tanto la extensa obra escrita como su intensa militancia constituyen hoy día testimonio ejemplar de compromiso moral y político, firmeza en los principios, voluntad de rigor en el análisis político-social, rechazo del dogmatismo y el esquematismo, autocrítica con relación a la propia tradición y respeto en el diálogo con otras corrientes de pensamiento emancipatorias.


Fuentes bibliográficas:

Camilo Berneri, Guerra de clases en España, 1936-1937. Carlos M.Rama. Barcelona: Tusquets, 1977.

Antología de textos de Berneri. Ernest Cañada. Barcelona: Los libros de la Catarata, 1998.

lunes, abril 23

La mano - Jiri Trnka 1965

Un artista alfarero trabaja afanosamente en su torno para fabricar una maceta para su flor pero su trabajo se ve una y otra vez interrumpido por una gran mano que le indica que debe hacer una estatua con forma de gran mano. El artista se niega una y otra vez, cierra puertas y ventanas, pero la gran mano encuentra siempre una nueva forma de hacerse presente.

viernes, abril 20

La mano izquierda de la oscuridad

Úrsula K. Le Guin

La mano izquierda de la oscuridad es un análisis acerca de nuestra identidad sexual y nuestros tabús, mediante la presentación de la raza nativa de Invierno, una sociedad alienígena que alterna su sexualidad de forma periódica.
«Escribiré mi informe como si contara una historia, pues me enseñaron siendo niño que la verdad nace de la imaginación.»
Así comienza su relato Genly Ai, enviado al planeta Gueden, también llamado Invierno por su gélido clima, con el propósito de contactar con sus habitantes y proponerles unirse a la liga de planetas conocida como el Ecumen. Los guedenianos tienen una particularidad que los hace únicos: son hermafroditas, y adoptan uno u otro sexo exclusivamente en la época de celo, denominada kémmer.
En Invierno, Ai conoce a Estraven, un alto cargo que le mostrará cuán diferente puede llegar a ser una sociedad donde no existe una diferenciación sexual.

martes, abril 17

Anarquismo y desmitificación del trabajo


Cada día que pasa se hace más necesario desterrar de las filas del izquierdismo la figura estimada del trabajador. Ser un trabajador no es ningún orgullo, sino una penitencia. Nuestro pecado capital ha sido y será la mitificación del trabajo como valor humano. El marxismo y el anarcosindicalismo han hecho suyas la tesis nacionalsocialista de que el trabajo nos hará libres, cuando, realmente, el laborar está más próximo al contravalor, al suicidio del alma. Más allá de la advertencia realizada por Engels y Marx acerca del salario, donde la plusvalía era la única explotación dada, hay que comprender que el trabajo en sí, en toda su dimensión, es un crimen, la forma de dominación más efectiva creada por los poderes.

El hombre, por naturaleza, no desea trabajar. Las conquistas del movimiento obrero han ido siempre encaminadas en esa dirección. Las reducciones en la jornada laboral y la mejora en las condiciones, bajas médicas, de lactancia, etc. son en esencia formas merecidas de escaqueo. Amamos el tiempo libre, las vacaciones. Deseamos disponer tiempo para el ocio. El trabajo es uno de los mayores productores de enfermedades mentales y sociales contemporáneos. El estrés o la depresión, así como las rupturas de los núcleos familiares o sentimentales, la soledad, la incomprensión familiar o la ausencia de tiempo pedagógico, son la metástasis del trabajo.

Es en los centros de trabajo donde más se nos enseña a respetar las reglas, donde se nos configura como seres del sistema. Se imponen un horario; unas obligaciones no consensuadas, puesto que el trabajo es un aprovechamiento por parte de patrón de la necesidad del trabajador de existir; unos turnos para realizar nuestras funciones fisiológicas de aseo, excreción y alimentación; y un temor constante provocado por la creciente incertidumbre que crea el despido libre, el trabajo temporal y, en definitiva, la inestabilidad del puesto de trabajo. Es, trabajar, una manifestación de poder en carne viva, comparable al sistema penitenciario. Y no lo es porque las actuales condiciones laborales sean precarias: el simple hecho de intercambiar experiencias por dinero ya es una maldición para el hombre. El dinero, y el trabajo como manera de generarlo, es jerarquía y represión, esto es, némesis del anarquismo revolucionario.

Es desesperanzador ver al trabajador esforzarse en contentar las apetencias fetichistas de la patronal. Estos caprichos son estéticos, modificando el aspecto personal; de consumo, modificando las vestimentas; de trato, sumiéndose en un proceso autoritario en el que el respeto es el mismo que el ejecutado tiene al verdugo tratando de ganarse el perdón de su vida con la amabilidad; de tiempo, pues empleamos el máximo del nuestro a modificar nuestra posición laboral (del desempleo al empleo, y del empleo a otra posición laboral más privilegiada) con la elaboración de currículums atractivos y haciendo marketing sobre nosotros mismos. El currículum, en sí mismo, es fruto de la depravación más devastadora del trabajo, en el que de conformidad resumimos nuestra experiencia vital a aquel conocimiento que consideramos susceptible de ser empleable.

En este sentido, tanto el patronato como la organización sindical, principalmente esta última, insiste en la necesidad de formar al trabajador para ser un mejor trabajador. El trabajo ha dejado de ser derecho para ser un deber, en el cuál es necesario estar preparado y competir con el prójimo en una inhumana batalla por demostrar quién posee unas habilidades más eficazmente explotables. Pasamos la vida, y más aún los periodos de desempleo, entrenando nuestra capacidad de ser esclavizados.

Los trabajadores ya no conocen el mundo por simple interés espiritual. No se conoce un arte por afán creador, sino por profesionalización. La enseñanza superior, la Formación Profesional y la cada vez más mercantilizada formación universitaria, no tiene más interés que el dotarnos de unos conocimientos inútiles fuera del trabajo. Éste es el centro hegemónico de la vida. El consenso en torno a los valores de sacrificio y disciplina ligados al trabajo es claro.

Nosotros mismos, como clase, miramos con recelo al vago, al que busca equilibrar la balanza del aprovechamiento con el patrón, al que trata de ponerse a su nivel rebajando la calidad y jornada de trabajo. Nada más lejos de la realidad, parar la producción, romper la cadena que nos une al capital, es tarea cotidiana del anarquista. No importa la naturaleza del patrón, si es estatal o iniciativa privada. El trabajo es el método de control social de nuestro tiempo, y es necesario reaccionar contra él privándole de su existencia.

Y es ahí donde cobra sentido la huelga general revolucionaria, esta es, indefinida, sin plazos. No es útil poner fecha de caducidad a la protesta, puesto que dotar de información al poder es siempre concederle una ventaja estratégica que no podemos permitirnos. La imprevisibilidad, el caos como forma de lucha, es un arma de vital importancia para la organización anarquista. Es más fuerte el temor a poder morir en cualquier momento, que el propio pavor a la muerte. Pero la huelga, que supone la paralización del sistema productivo y económico, así como aliviar nuestra pena por tener que trabajar, hay que sumar el boicot y el rechazo a la patronal, tanto en la calle como el centro de trabajo. Y es necesario vencer a la patronal siempre que se crea en la lucha de clases. No hay lugar a la tolerancia y a la comprensión con el explotador deshonesto. Que nadie os confunda con la expresión de que no todo empresario es un demonio, ese es un debate estéril en los tiempos que corren. La dicotomía no es entre el empresario y el trabajador, sino entre quien está dispuesto a luchar y quién está dispuesto a parar la lucha. El nuestro es un destino ineludible.
          
Como ya hemos dicho, sabemos que frenar la producción hace daño a la patronal. Es por eso por lo que convenimos que se realizan las huelgas. Pero el fin de las mismas, incluso de las indefinidas, no puede ser alcanzar un mejor trabajo, porque ello supondría perpetuar el sistema de explotación del patronato. Sería conciliación. Y como anarquistas hemos decidido combatir cualquier autoridad, destruirla, y esto es, destrozar la patronal. Así, pues, la huelga definitiva es un fin revolucionario, no un instrumento. Hay que dejar quieta la herramienta, pero para siempre.

Es por ello por lo que el sindicalismo no puede ser un referente, ni siquiera el anarcosindicalismo. Respetamos el trabajo de los compañeros y las compañeras en este campo, puesto que el anarquista ha de valorar siempre la honestidad. Conocemos que quienes sacrifican su pan por el de los demás, por crear unas condiciones de trabajo más cómodas, lo hacen con toda su bondad. Pero no por ello tenemos necesariamente que quedarnos en la reforma. Trabajar no es revolucionario. Exigir seis horas de trabajo al día no es revolucionario. Es sólo mantenernos en el sistema de explotación del patronato en una situación más privilegiada que la anterior. La lucha debe continuar hasta la abolición del trabajo.

Tampoco es cierto que los sindicatos sean los únicos interlocutores legítimos en la lucha contra la patronal. En primer lugar porque, en demasiadas ocasiones, estos sindicatos no buscan la confrontación sino la conciliación, por lo que no existe lucha tal contra la patronal, sino contra una coyuntura concreta. Y en segundo lugar porque, aunque sea cierta la legitimidad de la organización sindical, a los anarquistas es algo que nunca nos ha preocupado. ¿Desde cuándo la institución nos sirve de argumento? Las huelgas, los sabotajes, el mal trabajar a propósito, son herramientas más eficaces que los comités. Hay que implantar el estilo de vida parasitario (contra el poder, no contra tu igual) como forma de lucha.

Ello no significa que debamos abandonar de manera autónoma y unilateral el mundo del trabajo. Tenemos los pies en el suelo de una manera tan constante que enraizamos hace tiempo. Sabemos que el desempleo es un drama y que no es fácil sobrevivir, no sólo biológicamente sino humanamente, sin dinero. Y sabemos, también, que en la mayoría de los casos, tampoco sería honrado vivir del trabajo de los demás compañeros –diferente es vivir del trabajo del patrón, algo que debería ser obligatorio dentro de nuestra labor de sabotaje. Sin embargo, en nuestra madurez está, a nuestros plazos individuales, caminar cada vez más firme en la senda del socialismo libertario. Poco a poco ir creando las condiciones necesarias para depender menos del dinero y, por tanto, del trabajo. Y aprovechar, aquellos que puedan, la posición táctica de pertenecer a la empresa o al Estado, para dificultar en la medida de lo posible su desarrollo y expansión, es decir, su eficaz funcionamiento.

Es por ello que la anarquía reivindica la creación y el juego, conceptos contrarios a toda lógica laboral. No contemplamos la pereza como la simple inactividad aislada y que busca vivir del trabajo de otro, sino como forma de ocio, de recreo, de felicidad. Vivir para uno y para sus compañeros y compañeras, y no para el trabajo. Por tanto, rechazo amistosamente el estoicismo de parte del anarquismo que pretende una vida tan carente de placeres por considerarlos burgueses que acaba olvidando la propia vida. No hay nada de inmoral en el placer, sino en determinados tipos de placer. Flojear como ocio puntual no tiene nada que ver con el alcoholismo o con el consumismo, formas de expansión que sí son contrarrevolucionarias.

Y a pesar de necesitar la pereza, nadie debe preocuparse por una posible disfunción sistémica en el anarquismo. Las asociaciones libres seguirán existiendo, pero no de trabajadores, sino de creadores y de jugadores. Crear y jugar es innato al hombre. Nuestra infancia lo pone de manifiesto. Sentimos la necesidad más o menos constante, en su justa medida, de hacer cosas, la mayoría de ellas, útiles, tanto para el individuo como para la sociedad. Es la verdadera vocación, la verdadera aplicación de nuestras habilidades, al margen de salarios o prestigios sociales vinculados a la profesión. El individuo puede producir bienes y bondades para la comunidad sin necesidad de estar sometidos a yugo y al látigo de la explotación laboral. Más allá de ganar o perder, el juego se realiza por la propia experiencia de jugar cuando éste es entendido sanamente. Esta es la alternativa propuesta al trabajo: la libertad.


A. Tarín

sábado, abril 14

La poesía debe ser asaltada por hordas de salvajes

Miembros del grupo Up against the wall, motherfuckers! en una acción en Wall Street

La mayoría de los recitales de poesía me producen la misma sensación que los museos y los edificios históricos: ganas de correr por ellos, de escupir a los turistas, de dar alaridos a intervalos regulares de treinta segundos. En 1996, un grupo anarquista llamado Up against the wall, motherfuckers! (la traducción sería "¡Contra la pared, hijos de puta!", en alusión a lo que gritaban los policías en los cacheos), a medias entre la tribu urbana y el grupo de afinidad, repartió flyers entre los mendigos de Manhattan anunciando que iba a repartirse comida y alcohol gratis en la inauguración de una exposición en el Loeb Centre de la Universidad de Nueva York. El centro tuvo que cerrarse ante las hordas de mendigos hambrientos que comenzaban a darse cuenta de que habían sido engañados y de que ni siquiera les permitían el acceso. La exposición quedaba como lo que en realidad era: una absurda sucesión de cuadros en una sala vacía para el divertimento de una élite masticadora de shusi.

Ochenta y dos años antes, el 10 de marzo de 1914, la sufragista Mary Richardson atacaba con un hacha de carnicero el cuadro de la Venus del espejo de Velázquez, expuesto en la National Gallery. Las siete rajas que consiguió hacer al lienzo eran una protesta por la detención el día anterior de Emmeline Pankhurts en unos disturbios tras una manifestación feminista. Las brechas fueron restauradas, pero las fotos de ellas siendo arrastradas por la policía aún permanecen. Fue el único momento en el que cuadro tuvo algún significado. Algo parecido sucede con Las Meninas o con La familia de Carlos V: tendrán sentido solo cuando alguien estrelle un bote de pintura contra ellos.

Y lo mismo sucede con la poesía: solo tiene sentido cuando es asaltada por hordas de salvajes, cuando sirve para derribar pedestales y acabar con los nombres propios. Esto no quiere decir que toda la poesía tenga que ser social o política, pero sí que debe ser entendida como una creación colectiva y como algo que surge desde abajo y desde fuera. Cuando alguien se sienta a escribir, lo que tiene en la cabeza es lo que ha leído, lo que ha visto, lo que le han contado, lo que ha vivido. La poesía nunca es la producción de un autista encerrado en un sótano. No digo que no se firmen los poemas, pero sí que es necesario romper la individualidad, acabar con los pedestales, escupir a los turistas.

Hay que construir colectivos, sacar fanzines, escribir textos conjuntos, intervenir en los poemas de otros autores, versionarlos, violarlos, hacer recitales entendidos como una fiesta, como una asamblea, como un ring de boxeo. Si no sirve para dar alaridos y correr por los museos y estrellar botes de pintura, la poesía no sirve para nada.

Extraído del blog de Layla Martínez: http://vidadeperrxs.blogspot.com.es 

miércoles, abril 11

Pecera. Cortometraje.

Lola, la directora de una sucursal de trabajo temporal recibe una misteriosa llamada a última hora de la noche. Es su “jefe de zona” que necesita urgentemente hablar con ella: Los despidos improcedentes se están disparando con el consiguiente gasto en indemnizaciones para la empresa. Así que o se ataja esta situación, o la sucursal de Lola tendrá que cerrar.

jueves, abril 5

Reflexiones sobre el ateísmo, las creencias y el poder


El ateísmo fue inherente al movimiento socialista desde sus orígenes, aunque únicamente los anarquistas iban más lejos con el rotundo y significativo lema "ni Dios, ni amo". Es decir, no al principio de autoridad, ya sea sobrenatural (poniéndola en primer lugar) o muy terrenal. Anarquismo es sinónimo de autonomía, a nivel individual y social, y tal noción no es totalmente posible si existe algún tipo de voluntad suprema. Insistiremos, desde siempre el anarquismo ha hecho propaganda contra la religión, por considerar que es consustancial a ella la existencia de alguna forma de autoridad por encima de los seres humanos. Es algo muy sencillo, y demasiado evidente, no puede haber libertad con la presencia de un amo, ultraterreno, eclesiástico, ideológico o político, del tipo que fuere.
Por lo tanto, dejaremos claro que el deseo de autonomía es propio del anarquismo. La opción, individual a priori, de estar solo y renunciar a cualquier tipo de "guía" requiere, como es lógico, un gran esfuerzo, voluntad y una reflexión continua. No pocas veces, se acusa al ateo de dogmático y de cerrarse a indagar en lo que podemos llamar "especulación metafísica". Bien, el término ateo recoge a muchos tipos de personas e ideas, pero lo que puede unir a un ateísmo combativo es haber comprendido los mecanismos que conducen a creer en según qué cosas (necesidad, tranquilidad, miedo...) y otorgar un horizonte amplio a la razón y a la ciencia. Sí, es posible que la negación de los viejos autoritarismos religiosos no haya conducido a muchas personas al ateísmo que proponemos (es decir, a la negación "de" para, posteriormente, construir una realidad humana mejor: son los conceptos "negativo" y "positivo" de la libertad), pero yo llamaría la atención sobre esos mecanismos anteriormente mencionados, es posible que no difieran demasiado en las diversas creencias por muy diferente que se presenten en su envoltorio o por muy sofisticadas que quieran aparecer. Si, además, hay tantas creencias que se presentan hoy en día con el subterfugio de "cierta" legitimidad científica, la cosa se complica un poco (no demasiado, si tenemos las cosas claras y seguimos confiando en un conocimiento sólido y en nuestras convicciones).
Volvamos al viejo lema anarquista contrario a cualquier instancia divina y a todo amo terrenal, que a pesar de su aparente simpleza es el obvio punto de partida de una sociedad libertaria. Esa negación requiere un gran esfuerzo (puede decirse que los sometidos tienden a relajarse, como sostenía La Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria, o el propio Hegel cuando afirmaba que el poder del amo se alimentaba del miedo del esclavo), una tendencia ardua y fatigosa hacia la libertad, finalmente satisfactoria, por supuesto, y con pocas posibilidad de que haya un camino de retorno. Se dice continuamente que estamos en una etapa de decadencia (algo que no es solo propio de esta crisis actual, llevamos ya mucho tiempo así y difícil es no recordar un tiempo en el que no se haya analizado de esta manera), y solo el anarquismo parece resistir bien al paso del tiempo como movimiento. Hay quien ha señalado que esto es así por ser el movimiento libertario más una moral que cualquier otra cosa, algo con lo que estoy de acuerdo. La intolerable decadencia que sufren las más variadas doctrinas religiosas y políticas no afecta a quienes no negocian con sus convicciones, y tampoco se mantienen alejados en ninguna suerte de "idealismo", sino que pretenden incidir permanentemente sobre el mundo en el que viven. El desprestigio de la razón, tal y como surgió del proyecto de la modernidad, ha dado cabida a todo tipo de creencias, que a mi modo de ver no son más que el síntoma de esa decadencia.
El anarquismo confía también en la razón (no sé si denominarlo "racionalismo", ya que se trata de una corriente filosófica muy determinada, aunque sí hay un sentido coloquial que me parece muy diferente y apropiado), y se trata de darle un mayor horizonte, no de dar cabida a lo irracional y a posturas espirituales, pseudocientíficas y místicas de lo más cuestionables. Es por eso que la decadencia y el despiste de todo tipo que sufrimos haya conducido a buscar refugio en nuevas creencias, como todo lo relacionado con la llamada Nueva Era, tan detestable en mi opinión, o creencias exóticas, como es el caso de las religiones orientales, que se presentan con una autenticidad más o menos explícita. Existen posturas históricas, morales e ideológicas, que son muy recuperables, la decadencia que sufrimos es precisamente síntoma de la tergiversación y renuncia que han sufrido. Por supuesto, no somos reaccionarios ni fanáticos, somos progresistas y creemos profundamente en la libertad, lo que ocurre y no gusta a muchos es que no hemos negociado con nuestra moral. Son aclaraciones que hay que realizar, y demostrar, de forma continua para refutar afirmaciones de gran pobreza intelectual y mezquindad. Sigue habiendo motivos para reflexionar sobre el ateísmo y para reivindicar el viejo lema anarquista: "Ni Dios, ni amo".
Religión y jerarquía social Por lo tanto, con todos los matices que se quiera, y me parece adecuado entrar en una confrontación de ideas al respecto (a un nivel humano, que de eso se trata), la visión libertaria considera que las creencias religiosas (y otras formas de fe) son un claro obstáculo para toda autonomía social e individual. Desgraciadamente, los efectos de la religiosidad institucionalizada continúan siendo una triste realidad, los fundamentalismos son la amenaza real de las distintas confesiones. Aunque, socialmente, el apoyo que las personas dan a su supuesta confesión religiosa es muy relativa, la Iglesia sigue jugando con los datos de una sociedad presuntamente católica en aras de conservar privilegios. A pesar de las acusaciones del actual pontífice sobre lo que él denomina "laicismo agresivo", no hay un análisis político y social efectivo sobre el papel de la Iglesia católica. La crisis, no solo económica, también intelectual y de valores, que sufrimos hace que vivamos de pobres tópicos sobre el "peligro único" del fundamentalismo islámico, cuando seguimos tolerando el poder de una institución eclesiástica en un supuesto Estado aconfesional. No hay voces que trasciendan el conformismo, con gloriosas excepciones, claro está, para alertar sobre el peligro de las certezas religiosas. Porque, a pesar de lo que estoy seguro de que piensan muchas personas, este debate no es secundario. El perfeccionamiento moral e intelectual, negando a cualquier institución jerarquizada que se arrogue toda pretensión de verdad, es probablemente una cuestión más importante que nunca. A pesar de que parezca propio de un nivel preescolar, todavía se sigue manteniendo que los valores están íntimamente ligados a una formación religiosa, incluso por muchos que consideran insostenibles ciertos dogmas.
Recordaremos, una vez más, que las mayores barbaridades a lo largo de la historia se han hecho en nombre de fanatismos (religiosos y políticos), es decir, apelando a una idea trascendente. Muchos considerarán perfectamente disociable la creencia religiosa y el fundamentalismo, pero tal vez la diferencia sea solo de grado. Por otra parte, en este análisis sobre la situación de la religión en el siglo XXI hay un arma de doble filo: por una parte, se nos acusa a los ateos y anticlericales (una palabra a la que no tengo ningún miedo, aunque me gusta siempre extender la visión cuando se emplea) de algo así como antiguos (decimonónicos); sin embargo, esa pobre alusión oculta un análisis en el que la visión de Marx (y otros) me sigue pareciendo muy válida, millones de personas en el Tercer Mundo siguen aferrándose a la creencia religiosa ante el horror que sufren en su vida terrenal (el famoso "opio del pueblo" de Marx se refería a esto, al consuelo que otorga la religión). Jugar con esos datos a nivel mundial, cuando tantas personas se encuentran en la miseria, y cuando se puede establecer una vinculación entre la realidad social y la creencia religiosa, es, cuanto menos, mezquino. Son reflexiones que lanzo sobre los elementos (supuestamente) positivos de la religión, pero que olvidan otros factores importantes. Es una discusión recurrente la que se produce, cuando vinculamos la religión con lo social y político. En otras palabras, con una cuestión de poder. Es difícil relegar la religiosidad a una cuestión de conciencia individual, cuando precisamente son las instituciones eclesiásticas las que han combatido siempre toda libertad al respecto. A estas alturas, solo podemos observar la posibilidad del florecimiento social gracias al arrinconamiento continuo del poder religioso (aunque, naturalmente, tengamos que tener en cuenta la existencia de otros poderes coercitivos de similar cometido). Frente a toda la retórica, más o menos explicíta, que manifiestan las autoridades religiosas, se impone una idea con fuerza: las certezas religiosas son un peligro para las libertades humanas. Naturalmente, esta crítica abre la veda para otros tópicos, como es el caso de las acusaciones de relativismos. Precisamente, los partidarios del absolutismo pretenden alertar sobre esta cuestión; frente a ellos, la defensa de un relativismo que sirva para fortalecer los valores humanos. Conceptos asociados a la religión, como es el caso de milenarismo, mesianismo, dogmas, evangelio o revelación son, y solo nombrándolos ya lo podemos apreciar, insostenibles en una sociedad plural y abierta al conocimiento. Todos estos conceptos más o menos arcaicos hacen ver, en mi opinión, que la religiosidad nos es relegable a lo privado, que incluso la idea de "salvación" tiene aspiraciones sociales, y que todo ello resulta indisociable de las pretensiones de poder de las estructuras eclesiales. Entre las múltiples críticas que realizamos a la religión, desde una perspectiva libertaria, está la legitimación que suponen de las jerarquías. Aunque esta visión requiere matizaciones, y solo alcanza su plena expresión con el monoteísmo, podemos considerar que la idea de que "todo el poder viene de Dios" alcanza un reflejo en un orden social rígidamente jerarquizado. Las cosmogonías religiosas determinan también las estructuras sociales. No es posible que existan personas autónomas en el pensamiento religioso, y sí "fieles", "súbditos", "ovejas" (parte de un rebaño) o toda suerte de miembros de un grupo subordinados a un jerarca o a una tradición. A pesar de su cambio de estrategia ante los nuevos tiempos, el objetivo de la Iglesia siempre ha estado en obtener el poder absoluto, presuntamente establecido por la máxima figura de la divinidad. Incluso, algo tan obvio en el transcurrir de los tiempos como es la visión laica, la separación entre Iglesia y Estado, es un evidente peligro para el poder religioso (y una falacia en la práctica, ya que se prima en tantos países la confesión católica). Aunque el poder político, concretado en alguna forma de Estado, posee el mismo peligro, en el caso de las estructuras ecleasiásticas es más evidente la imposibilidad de opinar sobre sus leyes, siendo necesaria una clase mediadora capaz de interpretar la "legítima" e "infalible" voluntad divina. No hace falta saber demasiado de historia para comprender que la aceptación de regímenes democráticos por parte de la Iglesia, aunque siempre exista esa denuncia de la laicidad que pone en peligro su poder, se hizo después de ser inaceptable para la historia y la sociedad una monarquía absoluta legitimada por la divinidad. Incluso, en un afán constante por reeescribir la historia a gusto de algunos estamentos, se pretende hacer creer que ciertos valores (como es la fraternidad o la propia idea de la democracia como consenso) tienen un origen exclusivamente cristiano.
La realidad es que la forma de gobierno le es indiferente a la Iglesia, si puede preservarse la religión y la moral tal y como ella dispone. Naturalmente, el anarquismo es algo muy diferente, ya que presupone hombre libres y autónomos dispuestos a comunicarse racionalmente con sus semejantes para autogestionar la sociedad civil. Presupone la imposibilidad de una autoridad legitimada apriorísticamente. Aunque la palabra democracia requiera de muchos matices, debido a su condición meramente formal y a su rendición al Estado y al capitalismo, podemos decir que su historia y la de la lucha por las libertades civiles es la de la lucha constante contra un poder religioso permanentemente opuesto a la libertad de conciencia. La idea de un poder extrahumano, y consecuentemente la de la existencia de grandes verdades que trascienden la existencia del hombre, no es más que la negación permanente de unas leyes civiles, capaz de cuestionar todo orden instituido. La mención constante a que el hombre no puede hacer lo que le venga en gana (una idea bastante infantil acerca de la condición humana), en boca de una clase mediadora es solo una apelación al peligro de un supuesto caos social para preservar su poder. Precisamente, la idea de autonomía presupone que el hombre es libre, es decir, que puede hacer lo que desee en una sociedad de respeto y reconocimiento a sus semejantes (individuos igualmente libres y autónomos). Aunque esto requiera matizaciones debido a la gran tradición de lo que se conoce como pensamiento religioso (pero, teniendo en cuenta que la sujeción y sometimiento del ser humano se producen en mayor o en menor medida), éste se muestra como el más acérrimo defensor de las jerarquías y el más notable adversario de la autonomía humana. Derribar todo el edificio autoritario debe suponer dar entrada a la razón, al conocimiento y a la libertad. No es meramente una cuestión de conciencias individuales enfrentadas a otros, ya que la religión pretende aportar verdades irrefutables que trascienden la existencia humana e imposibilitan el cambio en aras de regirse autónomamente a nivel, tanto individual, como colectivo. Es solo el propio hombre, actuando a un nivel humano y sin injerencias sobrenaturales, negando a cualquier clase mediadora que pretenda arrogarse un conocimiento trascendente, el que puede otorgar auténtica dignidad a la existencia.

Juan Cáspar

lunes, abril 2

La convivencialidad

Ivan Illich

La lógica industrial no forma parte solamente de los modos de producción de objetos de consumo, sino que es inherente a todas las instancias fundamentales del capitalismo contemporáneo. La tecnología en su conjunto, el sistema de transportes, la escuela o el sistema sanitario, tal y como se edificaron a lo largo del siglo XX, han adoptado el modo de producción industrial, basado en el crecimiento exacerbado y sin fin. Las herramientas que habían de liberar a las personas de la esclavitud del trabajo, han acabado por ponerlas a su servicio.
La productividad sin límites genera una oferta continua de nuevos productos y servicios, que sometidos a la ley de la obsolescencia, provocan una sensación de escasez y frustración creciente por todo aquello que todavía no se tiene o no se podrá tener nunca. La autonomía personal, el trabajo creativo, el saber compartido en los terrenos de la salud y de la formación para el empleo de las herramientas a nuestro alcance, se ve anulado progresivamente por una tecnología cada vez más alejada de las necesidades inmediatas reales y de las posibilidades de uso de las personas; cada vez más en manos de una élite de especialistas que deciden por su cuenta los medios y los fines de los que se ha de dotar la sociedad, reduciendo la participación de las personas a la de meras usuarias y consumidoras. El resultado es una sociedad cada vez más jerarquizada y más opresiva. Según Ivan Illich, una sociedad convivencial sería aquella que permita «a todos sus miembros la acción más autónoma y más creativa posible, con ayuda de las herramientas menos controlables por los demás».
Para el autor de La Convivencialidad, «la su­per­pro­duc­ción in­dus­trial de un ser­vi­cio tie­ne efec­tos se­cun­da­rios tan ca­tas­trófi­cos y des­truc­to­res co­mo la su­per­pro­duc­ción de un bien», planteamiento sobre el que basa su teoría de los umbrales. Según ésta, a partir de un determinado umbral de desarrollo, una institución produce precisamente lo contrario de lo que, en teoría, es su fin. La medicina, encargada de paliar las nuevas enfermedades sociales para asegurar el funcionamiento de la máquina, produce nuevas enfermedades relacionadas con los tratamientos; mientras que el sistema educativo, encargado de asegurar la adaptación del hombre a la máquina y a sus necesidades de consumo, produce mecanicismo e ignorancia. De la misma manera, cuando la industria automovilística hegemoniza el sistema de transportes, acaba por dificultar la movilidad.
Ivan Illich escribió este libro en 1974, anticipándose en su análisis y sus planteamientos a muchos de los debates, como el del decrecimiento, hoy ineludibles. Ya en pleno siglo XXI, cuando muchas de las estructuras de funcionamiento y dominación del capitalismo industrial están inmersas en un colapso de difícil salida, la propuesta de La Convivencialidad, en la que se plantea un horizonte de sociedad postindustrial, debe ser, nunca mejor dicho, una herramienta en manos de aquellos que buscan una transformación real y profunda.

Virus editorial, Colección Ensayo, Barcelona 2012
200 págs. Rústica 19,5x13 cm
ISBN 9788492559350