Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, febrero 29

Arriba parias de la tierra

 


Vuelven los esclavos

pero no traen canciones que hablan de libertad,



politonos, emoticonos y whatsapp,

cantan por ellos

las canciones del amo.





Antonio Orihuela. Camino de Olduvai. Ed. Irrecuperables, 2023

lunes, febrero 26

Thomas Cole y su visión de las civilizaciones

 El pintor paisajista estadounidense Thomas Cole pintó una serie de cinco lienzos titulada El curso del imperio (1836, New York Historical Society). Representan el nacimiento, auge y caída de una ciudad imaginaria. Los cinco cuadros cuentan una historia que ocurre en el mismo sitio, pero el punto de vista cambia. En los cinco cuadros aparece una misma montaña, como símbolo de algo inmutable que ve, con pasividad, cómo pasa el tiempo.

- Cuadro 1, El estado salvaje: Muestra un paisaje en el que el hombre se adapta a la naturaleza. No la domina. Viven en tiendas de campaña, al estilo de los tipis de los indios americanos.

 

- Cuadro 2, El estado pastoral: El poblado ha aprendido a cultivar y a domesticar animales, hay música, danza y templos megalíticos. Algunos dicen que aquí el ser humano vive en armonía con la naturaleza, pero es muy discutible, porque «domesticar» animales supone someterlos, quitarles su naturaleza y su libertad. Parece evidente que esa armonía con la naturaleza está más presente en el estado anterior. Armonía no significa ausencia de peligros, ni de enfermedades, ni de muertes. Estar en armonía significa aceptar la naturaleza como es, sin intentar someterla. Harari explicaba en su magnífica obra Sapiens que «la revolución agrícola fue el mayor fraude de la historia». «Los culpables fueron un puñado de especies de plantas, entre las que se encuentran el trigo, el arroz y la patata. Fueron estas plantas las que domesticaron al Homo sapiens, y no al revés».

 

- Cuadro 3, La consumación del imperio: La población ha crecido y viven en una monumental ciudad de mármol. El gobernante va de rojo aclamado por sus súbditos. Es una ciudad que se rodea del lujo, habiendo dado la espalda a la naturaleza. Este es el estado actual de las sociedades opulentas. ¿Qué futuro les espera en la siguiente fase?

 

- Cuadro 4, Destrucción: El lujo —o el abuso— no puede durar eternamente. Es inherentemente insostenible. Son los ricos los que destrozan a fondo el planeta y crean desigualdades que atraen poderosamente la violencia. En este caso no es la naturaleza la que ataca, sino un ejército enemigo, como tantas veces ha ocurrido en la Historia. El humo de la destrucción se mezcla con las nubes de desgracia. La estatua de un guerrero parece querer luchar tras haber perdido su cabeza y su mano. La destrucción también podría venir por haber construido sociedades ambientalmente insostenibles. El fracaso ecológico fue la causa de la decadencia en sociedades prósperas, como por ejemplo, en la isla de Pascua, en la cultura maya o la de los indios anasazi en Norteamérica.

 

- Cuadro 5, Desolación: Aquella próspera ciudad es ahora un conjunto de ruinas. El nombre del cuadro representa lo que el pintor quiso expresar. Sin embargo, algunos no vemos tristeza, sino esperanza, porque la naturaleza vuelve a colonizar el espacio que fue suyo en el pasado. Las ruinas se van pintando de verde. La ruinosa columna es ahora el hogar de una familia de aves. El poder de la naturaleza se muestra superior al de cualquier especie particular. Hay una belleza esperanzadora en las ruinas de construcciones humanas colonizadas por la naturaleza salvaje. Véanse las ruinas de Angkor Wat en Camboya; o la ciudad de Pripyat en Ucrania, abandonada por el desastre nuclear de Chernóbyl.


Una vez más, el arte nos hace repensar nuestro día a día; nos ayuda a imaginar el futuro y a planificarlo.

Como dice Harari, «los cazadores-recolectores se basaban en decenas de especies para sobrevivir, y por lo tanto podían resistir los años difíciles incluso sin almacenes de comida». En cambio, si algo fallaba (lluvias, plagas…) los campesinos morían por miles o millones. En sociedades agrarias aumentó la violencia. También creció el número de seres humanos y la seguridad alimentaria mejoró. Pero eso no significa que hubiera más felicidad. Y en muchos aspectos se empeoró (contaminación, abuso de los animales, etc.).

Hoy sabemos que no podemos volver atrás, por muy románticos que seamos. Hemos alterado el mundo y nuestros instintos de forma irrevocable. Sin embargo, el futuro no está escrito. Aunque muchas sociedades han pasado, de una u otra forma, por las etapas que describe Cole en sus cinco lienzos (por ejemplo, los mayas, entre otras), nuestra sociedad no tiene que pasar obligatoriamente por la destrucción.

Estamos, eso sí, al final del tercer cuadro y ahora nos toca una decadencia, decrecimiento o colapso. Llamémosle como queramos, pero el despilfarro no puede continuar. Si  lo hacemos mal, será una transición dramática, posiblemente con guerras, hambrunas, pandemias, dictadores y destrucción del pasado. Si lo hacemos bien, podrá ser una sociedad abierta, humilde, igualitaria y que conserve los conocimientos actuales que puedan ser útiles.

 

https://blogsostenible.wordpress.com 

martes, febrero 20

Hablando de libertad (con cierta ira)


Resulta ya extremadamente preocupante, y será cosa de la «involución intelectual» que diría una amiga mía, cómo calan los discursos abiertamente simplistas y grotescos. Es posible que uno de los años colaterales que ha hecho el socialismo estatista, una de cuyas variantes en versión totalitaria es lo que el imaginario popular entiende por comunismo a estas alturas, está en el hecho de que gobernantes que deberían ser vistos como lo que son, inicuos e irrisorios, se llenen la boca de libertad sin asomo alguno de vergüenza. Comunismo o libertad, que dijo la indescriptible tipa que preside la capital de este inefable país, llamado Reino de España, y es la libertad que repite sin sonrojo un esperpento como el nuevo presidente de la pobre Argentina. Libertad, para esta gente, es todo lo que no guste a su liberalismo insolidario, usando el subterfugio constante de rechazar la opresión estatal, ellos que están al frente de gobiernos, y alabando el esfuerzo individual sustentado en sálvate tú mismo explotando a los demás. Es especialmente terrible que infinidad de jóvenes, que acabarán siendo carne de cañón en sociedades basadas en la explotación laboral, compren sin rubor el discurso de esa libertad basada en el emprendimiento, en la acumulación de riqueza y en una meritocracia, que también resulta falaz en la práctica.

No menos indignante es que los sinvergüenzas que adoptan ese discurso se presenten ahora como los verdaderos rebeldes y defensores, incluso, de la sociedad civil frente al poder del Estado. No debería ser necesario aclarar que su verdadera intención es la de cambiar la dominación estatal, que tampoco terminará por desaparecer, por otra de carácter privado. En realidad, ambas dominaciones, y esto también hay que agradecérselo a los verdaderos anarquistas, se alimentan mutuamente. Insistiremos, una vez más, que quiere demonizarse cualquier forma de socialismo, pero ignorando la posibilidad de uno sin poder político propio de las ideas libertarias y basado en la autogestión de los propios productores. Al mismo tiempo, desde la lucidez de las verdaderas ideas libertarias, no se observa al individuo aislado de una forma abstracta (como suelen hacer los liberales), sino como parte de una comunidad en la que, por supuesto, trata de preservarse la libertad individual, pero comprendiendo que la misma está vinculada de forma impepinable de la del conjunto de la sociedad. Y es que la libertad para el anarquismo siempre ha estado estrechamente unida a la solidaridad o de lo contrario, tan sencillo y tan complejo como esto, hablamos de privilegio de unos pocos.

Es en sociedad, y no en el individuo atomizado, donde hay que realizar una lectura moral de la política y la economía, y una concepción compleja de la libertad sola la concibe vincuada a la solidaridad y el apoyo mutuo. Palabra de un ácrata con tendencia algo nihilista y, valga la aparente paradoja, ferozmente individualista. Ojo, no es que la inenarrable Ayuso o el grotesco Milei, que se define a sí mismo como (pseudo)libertario, a los que aludía sin nombrarlos al comienzo de este lúcido texto, meros títeres de ciertas élites políticas y económicas, sean una rara avis en el mundo político. Semejante especímenes son sencillamente una exacerbación del sistema imperante en el que, gobiernen unos u otros, se quiere dar a elegir entre la fraudulenta libertad del capitalismo o bien el pernicioso proteccionismo estatal. Claro, un dilema falso, ya que ni unos van a acabar con un sistema económico injusto, ni otros van a desmontar el aparato del Estado en cuanto acaricien el poder. Alguien dijo que el principal logro del sistema ha sido que la gente sea incapaz de imaginar un mundo sin capitalismo; pues bien, habrá que empezar a hacerlo, y no solo pensar un mundo sin capitalismo (y actuar en consecuencia), por supuesto, también sin opresión estatal.

 

Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2024/02/05/hablando-de-libertad/

 

sábado, febrero 17

Las muertes sostenibles


 

Entre las respuestas que la inteligencia artificial (IA) me ofreció cuando le pregunté sobre el transporte de animales vivos en barcos de un continente a otro, la primera me la esperaba: eficiencia y bajos costes que permite “a los productores acceder a mercados extranjeros y ampliar sus oportunidades comerciales, lo cual se considera beneficioso para el crecimiento económico global”. Cierto, en un solo barco pueden transportarse más de 20.000 terneros, por ejemplo. La segunda también era previsible, pues parece que dicha inteligencia se mueve con argumentaciones neoliberales muy precisas: “Se deben establecer estándares de bienestar animal para garantizar que los animales sean tratados con cuidado y respeto durante todo el proceso. Esto incluye proporcionarles suficiente espacio, agua, alimentación adecuada y atención veterinaria durante el viaje”. Pero la tercera me congratuló en cuanto a la capacidad creativa de estos algoritmos: “Además, en algunos casos, los animales pueden tener acceso a las áreas al aire libre en el barco, lo que proporciona una experiencia más enriquecedora durante el viaje”. Vamos, como un crucero.
 

Fue por jugar, por probar y conocer estas tecnologías totalitarias a las que tendremos que acostumbrarnos (o no), porque en realidad a donde quería llegar en mi trayecto investigatorio es a la consideración de algunos ejemplos sobre cómo el transporte marítimo se mantiene como uno de los principales elementos en la actual economía global y capitalista, alejado de nuestra vista, con escaso control y mucho secretismo.
 

En el sector alimentario, la imagen de un barco mercante convertido en un establo amarrado en el puerto de Cádiz, procedente de Colombia y con destino a Egipto, es tan impactante como ilustrativa, en tanto que nos hace meditar sobre lo que significa ecosocialmente dedicar un territorio y sus bienes para la cría de animales que después se exportarán a terceros países. Pero hemos de saber que, en la península, esta imagen se repite asiduamente para dar salida a una parte importante de la producción animal estatal, que tiene como destino principalmente Arabia Saudí junto con otros países de Oriente Medio y del Norte de África. De hecho, en Europa solo tres puertos se dedican a la exportación de animales vivos, cuyo tráfico es liderado por el puerto de Cartagena, con envíos anuales que superan las 500.000 cabezas de ganado, seguido por el de Tarragona, con unas 240.000 cabezas por año.
 

La IA me dice que el transporte marítimo también es clave para el tráfico de combustibles y minerales, pero la ignoro y prefiero centrarme en el informe Los puertos de la muerte, cómplices de las exportaciones de armas españolas para la guerra, donde el Centre Delàs desvela otro gran grupo de operaciones marítimas entre España y Arabia Saudí. “Las armas hay que llevarlas de la fábrica a la trinchera. De la cadena de producción al campo de batalla” y para ello, explican, varios buques propiedad de la dinastía Saud hacen escala en España tras cargar contenedores de armas y explosivos de todo tipo en Estados Unidos “para completar el suministro de un ejército muy activo cuya principal actividad militar se da en la guerra de Yemen”. Las cifras son escalofriantes: “Desde 2016 los puertos españoles de Bilbao, Santander, Motril, Sagunto y Cádiz han cargado alrededor de 35.000 toneladas en armamento, que bien pueden suponer más de un millón de municiones y explosivos fabricados en España con destino al ejército de Arabia Saudí”. Un comercio de armas que, según la IA, “plantea preocupaciones éticas y de derechos humanos pero que en términos económicos ofrece el potencial de generar ingresos considerables para los países exportadores de armas. Para España, la exportación de armas puede contribuir al crecimiento económico y a la creación de empleo en el sector de defensa y tecnología militar”.
 

Todo este ir y venir de materiales también genera contaminación. En concreto, según un informe del 2021 de la Comisión Europea, la industria de transporte naval provoca el 14% del total de gases contaminantes, y no hace falta ser ni artificial ni inteligente para intuir que ya se habla de propuestas milagrosas para dar sostenibilidad a este sector. Efectivamente, entre ellas, destacan las iniciativas para conseguir que esta maquinaria pesada de difícil electrificación pueda navegar gracias al hidrógeno verde que, como vimos en el informe El hidrógeno verde un riesgo para la soberanía alimentaria, será una nueva agresión para los ecosistemas rurales.
 

Intuyendo cómo la transición energética solo quiere hacer sostenible lo que es insostenible e inaceptable, no se equivocaba el pastor de Los cuentos del progreso, cuando predijo “¿Si una empresa armamentística funciona con energía verde, las muertes serán sostenibles?”
 

Más que inteligencia nos conviene sabiduría.

 

Gustavo Duch en revista CTXT

miércoles, febrero 14

Opresión


 

Otros tienen dictaduras socialistas, islamistas

o simplemente dictaduras,

nosotros tenemos la dictadura del consumo.

 

Eso significa que aunque reviente el mundo,

puedes hacer tus compras con total tranquilidad,

porque eso es la libertad,

poder hacer tus compras con total tranquilidad.

 

Los buenos ya no van al cielo,

los buenos van al Corte Inglés.



Antonio Orihuela. Camino de Olduvai. Ed. Irrecuperables, 2023

jueves, febrero 8

Anarquismo español. Del franquismo a la democracia

 

 
Hablaremos con Julián Vadillo sobre su último libro: Historia del movimiento libertario español. Del franquismo a la democracia.

Haremos un recorrido por el calado de la violencia sistemática del franquismo contra las organizaciones ácratas, las relaciones entre las organizaciones en la clandestinidad en el interior y el exilio cenetista en Francia, los debates, las escisiones, los intentos de matar al dictador, la reconstrucción tras la muerte de Franco...

lunes, febrero 5

Proudhon y la religión: Dios es el mal


La relación de Proudhon con la religión es, tal vez, algo ambigua. Parece ser que Daniel Guerin llegó a decir que el pensador francés no se liberó nunca por completo de su formación cristiana. Una obra como Proudhon y el cristianismo, de Henri de Lubac, da muestra de esa ambivalencia o múltiple lectura que puede tener su obra. Por un lado, admite que el autor de Filosofía de la miseria fue el gran adversario de la fe religiosa en el siglo XIX, y sin embargo le dedica todo un libro, bien es verdad que tratando de llevar a su terreno, de manera cuestionable, ciertas nociones. No obstante, Proudhon y el cristianismo es una obra de valía, importante para adentrarse en el pensamiento proudhoniano. Veamos si podemos introducirnos en la visión religiosa de Proudhon, que algunos han definido como demoledora de todo edificio autoritario. Para abrir boca, hay que recordar una frase tan impactante y escandalosa para su tiempo como aquella de «La propiedad es el robo»; Proudhon llegá a la conclusión siguiente: «Dios es el mal». Proudhon inscribe las religiones, al igual que los Estados, en un sistema conceptual autoritario, tal y como expresa en las siguientes palabras (de su obra Idée générale): «Estas religiones, estas legislaciones, estos imperios, estos Gobiernos, esta sapiencia de Estados, esta virtud de los Pontífices, todo esto no es sino sueño e ilusión, un círculo de hipótesis interpenetradas que convergen hacia un mismo punto central desprovisto de realidad. Es preciso hacer estallar esta envoltura, si queremos llegar a una noción más exacta de las cosas y salir de este infierno, en que la razón del hombre, cretinizada, acabaría por extinguirse». Lo que caracteriza a todos los sistemas autoritarios es el principio de la trascendencia, el sometimiento del individuo a una autoridad ajena (Dios, Estado…) o a la clase mediadora que la representa (gobierno, clero…). La religión es un sistema universal de conceptos, el cual incluye el universo como un todo, algo que resulta ajeno a toda realidad científica, ya que ésta es para Proudhon un conjunto de dominios diferentes independientes entre sí. La religión es un intento de orientarse por el mundo, de forma reducida, simbólica e instintiva, y con pretensiones trascendentes, propio de una sociedad inmadura.

La obra de Proudhon evoluciona hacia un antiteísmo contrario a toda providencia, como resulta propio de una filosofía esforzada en combatir todo concepto autoritario. Se niega toda intervención divina, toda providencia, como también toda ilusión de eternidad en el hombre y de finalidad en su existencia, con el fin de que recupere su dignidad y abandone toda enajenación de su personalidad. Proudhon considera el sentimiento religioso como la enajenación del yo, una forma de atribuir un sentido trascendente a la conciencia y considerarla como un ser superior. La religión está determinada en su idea y la exteriorización de la misma conduce a la fundamentación de una autoridad como causa de esa idea. Es esa fundamentación de la autoridad la que identifica Proudhon con la enajenación del hombre dentro del sistema autoritario, algo que tiene mucho que ver en un primer momento con la visión humanista de Feuerbach. Sin embargo, si el alemán pretendía invertir los papeles, Proudhon polemizará con él al considerar que el hombre no debe adorarse a sí mismo en lugar de a Dios. La critica antiautoritaria rechaza toda fundamentación absoluta de una idea en beneficio de una concepción pluralista de la realidad. Precisamente, Proudhon es antiteo porque rechaza esa concepción absoluta (infinita, perfecta, inmutable), tanto en Dios como en el hombre, ya que éste se caracteriza por atributos que no son divinos (perfectible, móvil, cambiante). Feuerbach preconizaba un humanismo que divinizaba al hombre, mientras que Proudhon aboga por la supresión de todo culto e idolatría y por una cultura humana capaz de perfeccionarse, pero jamás perfecta.

El ideal religioso proyecta la perfección y la justicia a un mundo sobrenatural inexistente, mientras que la existencia terrenal del hombre es objeto de degradación y humillación. Proudhon dirige sus más furibundos ataques a la raíz de la religión, la idea del pecado original, que reduce al hombre a una imagen de envilecimiento y de bajeza moral. Ese pecado original, junto a la humillación del hombre, son la otra parte necesaria del ideal religioso y ambas fundamentan en conjunto la autoridad divina. En su obra Justice, Proudhon escribe que la Iglesia, basada en el misterio y en una providencia inescrutable, está convencida de la necesidad de la miseria y el sufrimiento. La fe es contraria a toda razón e impone la autoridad y la disciplina en lugar de los principios lógicos. Hay que comprender que Proudhon se dirige en sus críticas al cristianismo, que considera ha sido el que ha desarrollado más consecuentemente el principio autoritario, aunque son válidas para toda religión basada en la concepción metafísica de un ser supremo.

Proudhon diferencia la religión, como sistema universal de ideas autoritarias acerca de un orden al que se le atribuye un significado y una trascendencia, tanto de la moral como del arte. Esta independencia de la religión, entendida como proyección de un ideal superior, respecto a la moral, la desarrolla el francés en su teoría del inmanentismo moral. Veamos lo que dice Proudhon en una carta de 1863 a Charles Morard: «La Religión, a mi ver, no es el arte ni menos la moral; es un sentimiento místico sui generis, distinto de la moral y del arte, cuyo papel ha sido el de preparar una y otro, y que poco a poco cede la prioridad a la Justicia, aunque sin llegar jamás a una total extinción. La Justicia, a su vez, es también un sentimiento sui generis, la afirmación espontánea del derecho, independiente de toda religión y de toda filosofía, en suma, la más alta de nuestras facultades». En su obra Justice, se expresa del siguiente modo: «Tal es el espíritu de la religión: pone la Justicia en Dios, porque Dios es el supremo ideal, la suprema perfección, la suprema belleza, la felicidad suprema, y hace depender de este ideal el derecho, el deber y la dignidad del hombre». Es un gran paso el que efectúa Proudhon, cuando reduce la religión a un sistema autoritario y, consecuentemente, separa la moral de la proyección religiosa, ya que la obediencia a Dios en en sí amoral. Si en el sentimiento religioso, la moral se agota en la veneración a la autoridad trascendental, Proudhon otorga con su crítica antiautoritaria la autonomía a la moral y la capacidad de discernimiento al ser humano.

Dentro del sistema religioso, existe también en el hombre una enajenación de la moral. Por ello, habrá una tensión entre el sentimiento moral del individuo y la moral religiosa que exige veneración, tal y como se describe en la siguientes palabras: «Toda concepción de lo absoluto, por serlo, comporta una contradicción. En razón de la eficacia sancionaria que se le atribuye, la Religión, el respeto a los dioses, prevalece sobre la Justicia, que no es sino el respeto al hombre… Pues bien, como la conciencia humana no podría abdicar de sí misma, hay una reacción del sentido moral contra el sentido religioso que lo disminuye, y se ve a la Justicia -el respeto de la humanidad-, tras de haberse engrandecido durante muchos siglos bajo el ala de la Religión, tender por su parte a separarse, procurar su constitución en la independencia de su naturaleza y reivindicar sólo para ella el honor antes tributado a la Divinidad». La moral supone, por lo tanto, la dignidad del hombre, la cual nunca podrá ser completa al estar derivada o al ser conferida. Como ya se dijo anteriormente, el sistema de Proudhon no es simplemente una negación de Dios y de la religión; de alguna manera, siente que el hombre tiene un sentimiento religioso que se apodera de todas las cosas sin preocuparse de la exactitud científica o de la consecuencia lógica. Es por ello que para enfrentarse al sentimiento religioso no basta con la negación, con el simple ateísmo, ya que hay que esforzar en combatir y superar esa creencia antiquísima y casi imposible de desterrar. La visión de Proudhon se muestra muy lúcida y de gran importancia en la sociedad contemporánea, se trata de una antiautoritarismo enemigo de todo absolutismo que, en el terreno religioso, se deja ver como un antiteísmo.

El proceso que derrotará definitivamente a la religión, o que al menos la substituirá y tratará de superarla, será para Proudhon la revolución. A pesar de todo lo necesario que pueda considerar a nivel histórico el sentimiento religioso, el francés confía en que el progreso llevará a hacerlo inncesario gracias a una des-deificación del mundo. Existen tres grandes principios que deberán imponerse a toda herencia del pasado: el derecho a la libre determinación, la soberanía del pueblo y el derecho al trabajo. Lo misterioso e innacesible dejará paso a una libre iniciativa en el hombre para conquistar definitivamente la libertad. No obstante, hay que insistir en que Proudhon no concibe perfección alguna, sino continua perfectibilidad.

Es por eso que, coherentemente con su noción dialéctica de permanente conflicto entre contrarios, se muestra siempre adversario de ciertos conceptos (como el de Dios) y se cuidará mucho de preconizar un nuevo absolutismo. Tal y como dijo Woodcock acerca del francés «Vivía para la lucha más que para la victoria, y en esto la mayoría de los anarquistas se le han parecido». Volvamos por un momento a la frase que dio inicio a este texto sobre Proudhon, «Dios es el mal», conclusión tal vez inédita en la historia (contando a todos aquellos que han negado o despreciado toda creencia sobrenatural). Como hemos dicho, al considerar a la divinidad como el mal mismo, no simplemente como una autoridad cruel, todo el andamiaje religioso (autoritario) Se desmorona. Dios es un absoluto, al igual que el Estado y el Capital, las cuales constituyen los tres órdenes que combaten los anaRquistas. Proudhon dirá, en Filosofía de la miseria: «Para oprimir eficazmente al pueblo, es preciso encadenar a la vez su cuerpo, su voluntad y su razón».

 

Capi Vidal

 

viernes, febrero 2


 

Aníbal D’Auria:
El hombre, Dios y el Estado
(Libros de Anarres, Buenos Aires 2014). 134 páginas.


Como es sabido, el anarquismo considera, a través de Proudhon y Bakunin, que la autoridad político (el Estado) tiene su origen en la autoridad metafísico-trascendental (es decir, la idea de Dios). Para los que consideren tal visión cuestionable, sorprenderá saber que importantes juristas del siglo XX, y no necesariamente progresistas, pueden considerarse continuadores de esa visión acuñando el concepto de «teología política» (atribuido a Carl Schmitt), según la cual, la teoría del Estado viene a estar constituida por conceptos teológicos secularizados. No es casualidad que uno de los textos analizados en el libro se llame «Dios y Estado», escrito por Hans Kelsen, que evoca con toda intención la obra de Bakunin.
Antes de Schmitt y Kelsen, ya existió una polémica al respecto en el siglo XIX entre el católico Donoso Cortés y el mismo Proudhon sobre cuestiones teológico-políticas. No obstante, sería posteriormente Bakunin quien radicalizará la postura antiteísta del francés en obras como Dios y el Estado, Consideraciones filosóficas y Federalismo, socialismo y antiteologismo. Lo que nos ofrece la obra de Aníbal D’Auria es una imprescindible genealogía de la cuestión, desde la visión en la Antigüedad, con Platón y Aristóteles, pasando por la mencionada polémica en el siglo XIX, por el ámbito jurídico ya en el siglo XX y llevando el problema hasta nuestros días. El asunto de la teología política pone en evidencia una discusión sobre la propia Modernidad y su desarrollo político.

La relación entre la teología y orden político, como ya hemos mencionado, se remonta a la Antigüedad. En la época pagana, podía dividirse la teología en tres aspectos: el filosófico, con argumentos bien fundados; el mítico-poético, de carácter fabuloso, pero puesto al servicio del orden establecido y el cumplimiento de las leyes, y un aspecto mítico-poético, igualmente fabuloso, pero de una naturaleza subversiva. El primer aspecto, el filosófico, es el más poderoso y también tiene implicaciones políticas al distinguir entre los otros dos: el que favorece el orden político y el que lo disuelve. Ya en la Edad Media con el cristianismo, e inaugurado por Agustín, aparece el modelo cristiano, que sustituirá la autoridad de los filósofos por la de los sacerdotes y que también dividirá la teología en tres órdenes: el sobrenatural, trascendente y revelado; el natural, filosófico y racional, que quiere verse cercano al primero, y un orden falso y demoniaco identificado con los filósofos y poetas, la pluralidad y el materialismo. Por supuesto, la implicación política de la teología no desaparece en absoluto; si en la Antigüedad los dioses lo eran del orden político, ahora se invertirán los términos, los reinos e imperios lo serán de la Cristiandad.

El Estado moderno supondrá una traslación política de las categorías propias de la teología judeocristiana. El anarquismo observará una equivalencia entre la teología y la teoría del Estado, por lo que este será visto como un sucedáneo de Dios. Ya en el siglo XIX se destapará la primera discusión entre reaccionarios y revolucionarios acerca de si es Dios quien crea la religión y la Iglesia o, a la inversa, es el fantasma divino quien es creado por Iglesia y religión; de forma análoga, se preguntarán si es la nación la que da lugar al Estado, justificando el patriotismo o, muy al contrario, el Estado, con su propaganda patriótica, acaba fundando la nación.

Lo que hacen los anarquistas del siglo XIX es una crítica antropológica y sociológica de la religión, convirtiendo los misterios del cristianismo en inmanentes; la justicia no hay que elevarla a un plano ultraterreno, sino hay que hacerla efectiva en nuestro mundo. Autores reaccionarios, como Donoso Cortés, observarán esta visión como una especie de «teología satánica», pero con ello no dejan de relacionar la teología (verdadera y revelada, para ellos) con la política en una suerte de lenguaje metafórico. Los anarquistas, deudores en gran medida de Feuerbach, consideran que el discurso de la teología supone una especie de lenguaje metafórico inconsciente, que no esconde si no los deseos y temores humanos; con ello, se da a elegir entre el hombre y algo ideal por encima de él, que podemos denominar Dios. El anarquismo se muestra en esta cuestión por encima del otro (supuesto) enemigo de la religión, el liberalismo, el cual se muestra tibio y conciliador reduciendo en última instancia el problema al tipo de gobierno e ignorando con ello los problemas sociales; el liberalismo, como sí hace el anarquismo, se muestra incapaz de observar el problema humano que esconde toda cuestión teológica. En otras palabras, los liberales, aunque se consideren laicos, al defender el Estado acaban afirmando la idea de Dios en el terreno político.

Aníbal D’Auria dedica gran parte del libro a analizar el debate de la teología política en el siglo XX, el que entran en juego una serie de importantes teóricos del Estado y del derecho, conservadores o no. El bando progresista es, de forma obvia, y aunque no sean anarquistas políticos, continuadores de la visión moderna de Feuerbach, Proudhon y Bakunin; según la misma, es el proceso de secularización que caracteriza a la Modernidad el que supone que el ser humano trate de materializar sus aspiraciones más profundas de autorrealización en el mundo terrenal, así como que la crítica científica aleje definitivamente todo residuo metafísico y reaccionario. Por el contrario, los juristas católico-reaccionarios tampoco pretenden nada nuevo, simplemente justificar la teología medieval en base a su propia explicación, y crítica, de la Modernidad. Dicho de otro modo, y con un lenguaje más apropiado para el tema principal del libro, unos pretenden dar un sentido de la verdad a lo teológico y un sentido metafórico a lo socio-político (por lo tanto, crear una teología política); los otros, invirtiendo los términos, consideran que lo real es el orden social y lo metafórico, o ideológico, la proyección trascendente de esa realidad. Tal y como lo expresan los anarquistas, se trata de elegir entre el hombre o los fantasmas que él mismo genera; en cualquier caso, en el propio ser humano se encuentra la elección.


Capi Vidal