Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, noviembre 29

Chicas radioactivas: la olvidada historia de los relojes luminosos

Todo comenzó en Nueva Jersey, algunos años después del descubrimiento del radio por Marie Curie.

En abril de 1917, con la entrada en guerra de los norteamericanos, los militares estadounidenses requieren nuevo instrumental.

La U.S. Radium Corporation comienza a producir instrumentos que se iluminan en la oscuridad.

La fábrica contrata a jóvenes obreras que con sus manos finas puedan aplicar un barniz radioluminoso sobre las esferas de los relojes para los soldados que van al frente.

A pesar de que los científicos y los empresarios conocían muy bien el enorme riesgo de mortalidad, a esas mujeres jamás se les dijo nada. La comercialización de objetos luminosos en los años veinte aumentó vertiginosamente.

Dentífricos, cosméticos, juguetes, alimentos, bebidas, y los famosos relojes, disparan sus ventas.

La industria del sector se expande, se abren nuevas filiales incluso en Canadá. Se contratan miles de obreras y obreros. Las obreras se sentían privilegiadas. No solo la paga era muy buena, sino que se las inducía a creer que la exposición al radio las fortalecía y hacía más sanas.

En la fábrica de Nueva Jersey, las chicas barnizadoras hacen veinticinco relojes por día. Cada pieza requiere muchas pinceladas. Como a menudo el pincel perdía la forma en punta, los supervisores animaban a las chicas a metérselo en la boca para recolocar los pelos. Para salir por la tarde e impresionar a los chicos, se aplicaban ese barniz en las uñas, el pelo y la ropa.

El engaño fluorescente las mataría inexorablemente. Fue una de aquellas trabajadoras, Grace Fryer, quien en 1927 llevó a juicio a la fábrica. Había perdido todos los dientes y tenía la mandíbula necrosada.

Tardó dos años en encontrar un abogado dispuesto a representarla ante los tribunales.

Tras diversos obstáculos, junto con otras cuatro obreras tan débiles que no eran capaces ni siquiera de levantar la mano en el proceso, ganaron el juicio. Fueron parcialmente indemnizadas y murieron poco tiempo después. Jamás se ha sabido el número exacto de muertes.

La U.S. Radium continuó usando los barnices hasta después de los años sesenta.

Gracias a este proceso se comenzó a reconocer a los trabajadores el derecho a salvaguardar su propia salud.

A una distancia de casi cien años, estos tristes hechos retoman el hilo de una historia ininterrumpida de abusos, negocios y falta de humanidad.


Saltamontes

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, septiembre de 2018

lunes, noviembre 26

La lucha en defensa del bosque de Hambach


En la región de Renania, en Alemania, la compañía RWE está explotando 3 minas de lignito, donde extrae alrededor de 100 millones de toneladas de lignito cada año. Además, gestionan 5 plantas energéticas donde el carbón está siendo quemado como medio para producir energía. Esta industria causa alrededor de 100 millones de toneladas de CO2 al año, y libera un montón de polvo fino, además de metales pesados, elementos radioactivos y otros contaminantes. Para evitar que las minas se inunden de agua, el nivel subterráneo del agua en la región está siendo descendido hasta una profundidad de cerca de 500 metros, lo que trae consigo fuertes consecuencias para la naturaleza. Además, muchos pueblos están siendo “realojados”, lo que significa que la gente que vivía allí es obligada a mudarse y el terreno está siendo destruido y contaminado. Para hacer la mina más grande a día de hoy en esta zona – la mina de Hambach– el bosque de Hambach está siendo talado. Esta tala lleva desde 1978 y el plan de la compañía es haberlo talado completamente en 2018.

Desde el año 2012, centenares de luchadores/as okuparon zonas del bosque, creando una poderosa red internacional con la cual reforzar los campamentos. Los sabotajes contra la maquinaria empleada en la tala del bosque, la resistencia a los intentos de desalojo, los llamados a acudir al bosque en cada temporada de tala, las incursiones de la policía y las acciones en solidaridad en todo el mundo evidencian que la lucha por el bosque de Hambach no se reduce a una particularidad local. La lucha por el bosque de Hambach es un conflicto contra el capitalismo y sus nocividades, derivadas de la lógica y la mentalidad que busca generar beneficios para unos pocos a costa de la explotación, la miseria y el envenenamiento de la tierra. Por lo tanto, desde su particularidad, esta lucha se enmarca en una perspectiva global contra las lógicas del Estado y el Capitalismo y su avaricia a costa de la vida.

¿Qué esta pasando allí actualmente?

Con la llegada de una nueva temporada de tala en octubre, las resistentes del bosque realizaron un llamado a acudir a Hambach para preparar la resistencia, a sabiendas de que la compañía minera RWE y el Estado tenían previsto realizar una tala masiva de mayores proporciones a años anteriores. El Estado alemán lleva desde este mes de septiembre desplegando centenares de fuerzas policiales traídas de toda Alemania para desalojar los campamentos. Los heridos, las detenciones, los encarcelados e incluso los muertos (el 18 de septiembre murió un periodista que acompañaba a las okupantes mientras se retiraban tras una incursión policial) son el saldo que esta guerra contra el capitalismo y su destrucción de la tierra están dejando a su paso. De forma paralela a la resistencia de las okupantes, los cortes de carretera, los sabotajes y los enfrentamientos con la policía, la solidaridad està extendiéndose a otras partes del mundo en forma de manifestaciones, difusión y sabotajes contra los intereses del Estado alemán y las empresas implicadas en la destrucción del bosque. La acción directa, libre de partidos políticos y otras instituciones mediadoras, así como la libre iniciativa, guía toda fórmula de acción en el bosque.

Se lucha sin líderes ni jerarquías.¿ Cómo podemos solidarizarnos?

En las diversas webs que adjuntamos más abajo, puedes leer más información detalla y actualizada sobre la lucha en el bosque, así como atender a las peticiones concretas de solidaridad. Se necesitan materiales de escalada, botiquines, comida… Así como el esfuerzo de acudir allí todxs los que puedan y sumarse a la resistencia. Del mismo modo, trasmitir esta información y dar difusión a esta lucha es otra forma de ayudar. Y por el último, descentralizar el conflicto en defensa de la tierra contra aquellos que la están matando, contra sus empresas, sus infraestructuras, su progreso, su vigilancia, sus nuevas tecnologías de control y los proyectos de devastación de la tierra y el medio natural: extender la línea del frente contra el capitalismo y su mundo. Enfrentarse a los planes de empresarios y políticos que nos afectan a todas, pues no olvidemos que la destrucción de la tierra por parte de los intereses del Poder es una cuestión que afecta a cualquier punto planeta. La voracidad del capitalismo y el Estado no entiende de fronteras.

¿Dónde puedo obtener más información?

contramadriz.espivblogs.net -(castellano). Web que publica traducciones e información en castellano en torno a la lucha en el bosque.

bosquehambachforest.org/blog/ – (varias lenguas). Con información actualizada y detallada de la situación en el bosque. Actualización constante

enoughisenough14.org – (inglés). Información actualizada y gran variedad de imágenes y vídeos de la lucha en el bosque de Hambach

abcrhineland.blackblogs.org – (inglés y alemán). Blog de la Cruz Negra Anarquista de Hineland, grupo que esta apoyando y dando soporte a las detenidas y encarceladas en la lucha por el bosque.

¡GUERRA A QUIÉN DESTRUYE LA TIERRA!

¡SOLIDARIDAD Y ACCIÓN DIRECTA CON LXS LUCHADORES

DEL BOSQUE DE HAMBACH!

¡POR LA DESTRUCCIÓN DEL CAPITALISMO,

EL ESTADO Y SU MUNDO DE MISERIA!


Para descargarlo en PDF pinchar aquí.


viernes, noviembre 23

Ociosidad y locura: el ocio como elemento subversivo


“Tu trabajo no te satisface, simplemente está impuesto por la Sociedad, sólo es una carga, un deber, una tarea. Recíprocamente, tu Sociedad no te satisface porque no te suministra más que trabajo. El trabajo debería satisfacerte en cuanto hombre, pero, por el contrario sólo satisface a la Sociedad; la Sociedad debería emplearte como Hombre, pero no te emplea sino como un trabajador indigente o un indigente trabajador.”

Max Stirner

El ocioso es un fugitivo y revoltoso histórico, en su rechazo al trabajo se encuentra su revuelta, es la piedra en el zapato de los estados disciplinarios y del orden burgués, no por su fracaso para la sociedad capitalista, sino porque es portador del ocio, el que al igual que la soledad son elementos prohibidos. Resulta inaceptable para el orden social que existan ociosos en un mundo donde la obligación al trabajo no es sólo un asunto económico, sino también cuestión ética y moral. Esa tortura que es el trabajo se presenta no como una obligación -aunque obviamente lo es-, sino mucho más como valor simbólico. Dirán que “el trabajo dignifica”, o inclusive será correctivo o terapéutico para el delincuente, para el miserable y por supuesto, para el ocioso; esto no será mera casualidad. Si revisamos la historia pasada entenderemos el acercamiento del ocio (incluyendo cualquier tipo de rechazo al trabajo) a la patología y enfermedad. El ocio como una forma de fuga no fue entendido como una conducta política (a veces fue pecado para la religión), pero fue sometido mucho más desde el discurso médico-psiquiátrico. El ocio, por ser un peligro para el capitalismo, se objetivará como una enfermedad, a la vez, con su respectiva cura: el trabajo.

Desde el siglo XVI el ocioso comenzará a ser sometido y entendido en la cultura europea como un “enemigo público”; surgirán entonces dos peligros para el orden burgués: la locura y la ociosidad, conceptos que ahora significarán lo mismo. Michel Foucault dirá que el internamiento médico de los locos partirá encerrando a los mendigos y ociosos, ejemplificándolo en el “Hospital General de París”, que perseguía estos fines: “Desde el principio, la institución se proponía tratar de impedir “la mendicidad y la ociosidad, como fuente de todos los desórdenes”. La locura y el rechazo al trabajo se acercaron porque en la época clásica el loco aparece en el campo de la inutilidad social. Foucault citará una ordenanza jurídica inglesa del siglo XVI en contra de los ociosos : “a todos aquellos que viven en la ociosidad y que no desean trabajar a cambio de salarios razonables, o los que gastan en las tabernas todo lo que tienen”. Es preciso castigarlos conforme a las leyes y llevarlos a las correccionales; en cuanto aquellos que tienen mujeres y niños, es necesario verficar si se han casado, si sus hijos han sido bautizados, “pues está gente vive como salvajes, sin ser casados, ni sepultados, ni bautizados; y es por esta libertad licenciosa por lo que tanto disfrutan siendo vagabundos”

La ociosidad con más fuerza en el siglo XVII se llevará al campo de la enfermedad; desde la protopsiquiatría no se tardará en proponer las casas de trabajo forzoso como terapia. La psiquiatría es una institución policíaca de la subjetividad dominante, nace al servicio de la Norma y del poder político hegemónico. Como tal, la institución psiquiátrica debió patologizar y perseguir al ocioso, quién era un fugitivo siempre en cercanía con la locura. Desde el poder psiquiátrico el ocio se encontrará como característica propia de la “enfermedad mental”. Los psiquiatras, entonces, debieron crear una serie de tratamientos que obligarán al ocioso a trabajar, y como éste era también un loco que, atrapado en su delirio no le daba valor al salario del trabajo, es preciso imponerle la realidad del sistema. En otras palabras, se trataba de que el ocioso reconociera el valor del dinero y la necesidad de trabajar para obtenerlo.

El ocio debe ser reconocido y reivindicado por su valor subversivo frente al trabajo: el corazón del sistema. El ocioso debe encontrarse enmarcado en el llamamiento que alguna vez hicieron anarquistas como Alfredo Bonnano o Bob Black, a destruir y abolir el trabajo como “la fuente de casi toda la miseria en el mundo”.


martes, noviembre 20

El precio de sobrevivir


Todo tiene un precio, que es la medida de su valor determinada en relación con un equivalente general. Nada tiene valor por sí mismo. Todo valor está determinado en relación al mercado, y esto incluye el valor de nuestras vidas, de nosotras/os. Nuestras vidas han sido divididas en unidades de tiempo medido que estamos obligadas/os a vender con el propósito de comprar de vuelta nuestra supervivencia, en forma de pedazos de vida robados de otros, los cuales la producción ha transformado en mercancías en venta. Esta es la realidad de la economía.

Esta horrorosa alienación tiene sus bases en el entrelazado de tres de las más importantes instituciones de esta sociedad: la propiedad, el intercambio de productos y el trabajo. La relación integral entre estas tres crea el sistema con el que la clase dominante extrae la riqueza necesaria para mantener su poder. De la economía es de lo que hablo.

El orden social de dominación y explotación tiene sus orígenes en una alineación social fundamental, los cuales son un asunto de especulación fascinante, pero cuya naturaleza está bastante clara. A grandes multitudes de personas les ha sido robada su capacidad para determinar las condiciones de sus propias existencias, de crear sus vidas y las relaciones que ellas/os deseen, de esta forma, la minoría en el poder puede acumular poder y riqueza y convertir la totalidad de la existencia social en su beneficio. Para que esto suceda, a la gente le son robados los recursos con los que ellas/os fueron capaces de satisfacer sus necesidades y sus deseos, sus sueños y sus aspiraciones. Esto solo pudo ocurrir mediante la colocación de barreras alrededor de ciertas áreas y el acaparamiento de ciertas cosas, de tal forma que ya no pudiesen ser accesibles a todas/os. Pero tales barreras y reservas de cosas no tendrían sentido a menos que alguna/o tuviera la manera de prevenirse de ser invadida/o — una fuerza capaz de impedir a las/os otras/os el tomar, sin pedir permiso, lo que ellas/os quieran.

En vista de tal acumulación, se hace necesaria la creación de un aparato que la proteja. Una vez que este sistema está establecido, este deja a la mayoría de las personas en una situación de dependencia hacia esos pocos, que llevan a cabo esta apropiación de poder y riqueza. Para tener acceso a alguna de las riquezas acumuladas, las mayorías están forzadas a intercambiar una porción mayor de los bienes que producen. De este modo, una parte de la actividad que llevaban a cabo para sí mismas/os, ahora tiene que ser realizada para sus amos, simplemente con el fin de garantizar su propia supervivencia. A medida que el poder de la minoría se incrementa, ellas/os llegan a controlar más y más de los recursos y los productos del trabajo, hasta que finalmente la actividad de las/os explotadas/os no es nada menos que trabajo para crear productos intercambiables por un salario que luego ellas/os gastarán para comprar de nuevo ese producto.

El desarrollo completo de este proceso es en parte lento, ya que se encuentra con resistencia a cada paso. Aun existen lugares de la Tierra y partes de la vida que no han sido enrejados por el Estado y la economía, pero la mayor parte de nuestra existencia ha sido etiquetada con un precio, cuyo costo ha estado incrementándose exponencialmente desde hace diez mil años.

Por lo tanto, el Estado y la economía surgieron juntos, como aspectos de la alineación social descrita más arriba. Ambos constituyen un monstruo de dos cabezas que sobre nosotras/os impone una existencia empobrecida, en la que nuestras vidas se convierten una lucha por sobrevivir. Esto es real tanto en los países ricos así como en aquellos que han sido empobrecidos por la expropiación capitalista. Lo que vuelve a la vida una de mera supervivencia no es la escasez de bienes ni la falta de dinero para comprar esos productos. En vez de eso, cuando una/o está forzada/o a vender su vida, a entregar sus energías a un proyecto que una/o no eligió, pero que sirve para beneficiar a otro quien te dice qué hacer, a cambio de una pobre compensación que te permite a ti comprar unos cuantos artículos de primera necesidad y algunos placeres, no importa cuántas cosas una/o pueda ser capaz de comprar, esto no es más que sobrevivir. La vida no es una acumulación de cosas, se trata de una relación de calidad con el mundo.

Esta venta obligada de nuestra vida, esta esclavitud asalariada, reduce la vida a una mercancía, a una existencia dividida en piezas medibles que son vendidas cada una a un precio. Es obvio que para el trabajador, que ha sido chantajeado para vender así su vida, el salario nunca será suficiente. ¿Cómo podría serlo, si lo que realmente ha perdido no son un montón de unidades de tiempo sino la calidad de la vida misma? En un mundo en el que las vidas son compradas y vendidas a cambio de la supervivencia, donde los seres y las cosas que conforman el mundo natural son simplemente bienes en venta, para ser explotados en la producción de otros bienes a la venta, el valor de las cosas y el valor de la vida se vuelve un número, una medida, y tal medida es siempre en dólares o pesos o euros o yenes. O sea, en dinero. Pero, ninguna cantidad de dinero, y de bienes comprados con dinero, puede compensar el vacío de esta existencia, por el hecho de que esta clase de valoración puede existir solamente al robarle a la vida la calidad, la energía, la maravilla.

La lucha contra el dominio de la economía, que debe ir de la mano con la lucha contra el Estado, debe comenzar con un rechazo de esta cuantificación de la existencia, la que solamente puede ocurrir cuando nuestras vidas nos son robadas. Esta es la lucha por la destrucción de las instituciones de la propiedad, del intercambio de mercancías y del trabajo, no para hacer dependiente a la gente de nuevas instituciones en las que el dominio de la supervivencia tome una cara más bondadosa, sino de tal manera que todas/os podamos reapropiarnos de nuestras vidas como queramos y así perseguir nuestras necesidades, deseos, sueños y aspiraciones en toda su inmensa singularidad.


Wolfi Landstreicher

sábado, noviembre 17

Crítica de Bakunin a la praxis marxista


El anarquista ruso criticaba devastadoramente al idealismo, afirmando que es una falacia considerar el pensamiento anterior a la vida. Para Bakunin, idealistas eran los metafísicos, los positivistas y los que dan prioridad a la ciencia sobre la vida. Tanto ellos, como los revolucionarios doctrinarios de todo tipo, aunque utilicen argumentos diferentes, son defensores del poder político centralizado.

Bakunin quería ver cierta coherencia en esa defensa del Estado, ya que el defender ese dogma de dar privilegio al pensamiento supone creer que la teoría abstracta tenga superioridad sobre la práctica social, por lo que la ciencia sociológica se convierte en el punto de partida para la revolución social y la posterior reconstrucción; la conclusión sería que solo unos pocos poseen el conocimiento necesario para dirigir la vida social. La organización de la nueva sociedad no se erige, entonces, sobre la base de una libre asociación de individuos, grupos y regiones, sino sobre el poder de una minoría que representa, supuestamente, la voluntad general.

Lo que Bakunin afirmaba es que, tanto la teoría del Estado, como la de la dictadura revolucionaria, se basann igualmente en esa ficción de la representación popular y en el hecho de que la mayoría debe ser gobernada por una minoría elegida (o no), en esa abstracción llamada "voluntad general" y en la consideración de que las masas son ignorantes y estúpidas. Ambas concepciones son, desde este punto de vista, reaccionarias y aseguran el privilegio político y económico. Bakunin realiza una crítica visceral a todo defensor del Estado, incluidos los socialistas que denomina "doctrinarios", ya que si se enfrentan a regímenes autoritarios es para tomar el poder y construir su propio sistema despótico. Incluso desde un punto de vista no necesariamente anarquista, sino simplemente partidario del progreso social, ¿se puede quitarle la razón al ruso visto el desarrollo de todo socialismo de Estado? Cada paso dado en cualquier de esos regímenes ha sido para reforzar la burocracia y el privilegio de Estado y, por lo tanto, bloquear el control de la industria por parte de los trabajadores y la libre asociación política y económica. La creencia ciega en el dogma, basado en el poder centralizado y en el control de unos pocos sobre la mayoría, ha anulado la posibilidad de toda revolución socialista.


La propia concepción revolucionaria, de cualquier clase, tiene hoy connotaciones autoritarias para gran parte de la gente, pero solo por esa identificación con una centralización extrema (en la democracia representativa, se observa de manera más amable, simplemente como un mal inevitable). La transformación social de abajo arriba (si se quiere usar la noción de "profundización democrática" puede parecer más adecuado), la autogestión social en definitiva, es algo tal vez impensable para muchos, pero sencillamente una posibilidad más. Una idea vulgar de la política, apriorística, es que el Estado es necesario. No nos referimos a una idea defendida por la clase dirigente, sino por el hombre de la calle, que se puede escuchar en cualquier ámbito. El Estado no es "necesario", el Estado es la posibilidad que una persona puede considerar más factible, condicionado siempre por las circunstancias personales y/o por su propio conocimiento político. Desgraciadamente, no se suele profundizar en un análisis serio del Estado, en su deconstrucción, ni tampoco en una idea de la política más extensa, por lo que el conformismo y la idea de "mal necesario" están asegurados.

Bakunin critica a los socialistas doctrinarios, con Marx a la cabeza, que son capaces de defender al Estado por encima de la propia revolución social. El Estado burgués era el enemigo para todos los socialistas, autoritarios y antiautoritarios, pero la creencia en la conquista del Estado por parte del "proletariado", por medios violentos o pacíficos, para asegurar una igualdad real, ha demostrado ser una triste falacia en la praxis. Una falacia, totalitaria por un lado, sucumbida ante el sistema capitalista por otro, que ha condicionado toda visión progresista en el último siglo. Bakunin quería ver en el concepto de Estado popular, propio de los partidarios de Marx, una contradicción en los términos, ya que el participio convertido en sustantivo solo implica dominación y explotación. Se reclama una nueva concepción de la política, que no la identifique exclusivamente con la forma de Estado. La visión del Ruso es radical, solo observa aspectos negativos en el Estado, consecuencia seguramente de que él observó la evolución del Antiguo Régimen en las supuestas revoluciones burguesas. Bakunin se negaba a aceptar un nuevo poder político que simplemente privilegiaba a una nueva clase y mantenía a la mayoría en la ignorancia y en la ilusión, incluso, de progreso social.

Los marxistas aseguraban que su concepto de "dictadura del proletariado" suponía únicamente la dominación de la inmensa mayoría sobre una pequeña minoría burguesa. Desgraciadamente, y como es lógico, la realidad no ha sido así, ninguna forma de Estado ha asegurado ninguna igualdad ni ha acabado con la división de clases; todo lo contrario, se han creado nuevas clases dirigentes, con la dominación garantizada en parte por la creencia popular en un "ideal" inalcanzable. Bakunin pensaba lúcidamente que cualquier trabajador en el poder, iba a dejar de serlo inmediatamente, y convertirse en un privilegiado. Esta crítica a la conquista el poder, se convirtió desde el principio en una seña de identidad de todo movimiento libertario, que han tratado de reproducir en sus formas organizativas la futura sociedad. Esta lucha contra el privilegio en beneficio de la cooperación y de la solidaridad, no solo en el aspecto político y económico, también en cualquier ámbito de la vida, convirtió al anarquismo tal vez en la filosofía sociopolítica con un concepto de la lucha de clases más rico. La lucha de clases es un concepto general, en mi opinión, casi asumido por la humanidad (en la práctica, las fuerzas reaccionarias impiden el progreso), pero solo en un contexto de auténtica libertad se puede asegurar esa igualdad de raíz. La idolatría hacia el Estado, y los ulteriores horrores en la praxis marxista, es algo que supieron observar Bakunin y los anarquistas, y me ha agradado mucho reconocerlo en autores influidos por Marx, un autor al que, por otra parte, no hay que leer condicionados únicamente por las revoluciones llevadas a cabo en su nombre. En muchos textos políticos de Marx, estaba seguramente el germen del totalitarismo, pero la crítica antiautoritaria es la premisa fundamental para encontrar ideas valiosas en el pensamiento de cualquier autor.


miércoles, noviembre 14

Vivir, trabajar y sobrevivir en una "Smart City"


El término “smart city” tiene sin duda un definición coyuntural, es un término “comodín” como lo han sido otros términos, por ejemplo la interculturalidad o la sostenibilidad. Sin embargo, que tenga un uso de velo ideológico o de cortina de humo no nos ha de impedir ver otras implicaciones. El término es difícilmente separable de otros como “internet de las cosas” o “big data”, aunque los “expertos” pretenden diferenciarlos totalmente. Ponerle un nombre a algo no es un acto neutro, el uso de las palabras tiene muchas más implicaciones de las que se pretenden y se relaciona muy directamente con el ejercicio del poder.

De hecho, lo que se esconde detrás de las “smart cities” no es nada diferente sustancialmente de la “vieja dominación”, sólo que ahora con instrumentos mucho más eficaces y potentes a su disposición. A la hora de hablar de smart city no hay que perder de vista esto, el núcleo duro, lo importante, no es la cobertura tecnológica, sino la dominación de las corporaciones y los estados sobre las personas, los animales y el mundo.

La smart city supone una tecnificación del viejo control social: en lugar de estar controlados por los chafarderos y los confidentes del barrio (los sensores) lo estamos por sensores (chafarderos y confidentes).

Lo que lo diferencia de los antiguos métodos es su extensión, profundidad y magnitud de sus bases de datos, así como la velocidad de proceso, la capacidad de almacenamiento, la rebaja brutal de los costes de todo este control y, finalmente, la posibilidad, cada vez más extendida, de control en tiempo real.

En el período 2013/2014, se han puesto en el mercado 7.700 millones de sensores smart y 250 millones de tarjetas NFC. A estos hay que añadir los teléfonos inteligentes, las tablets y otros dispositivos conectados que, en la práctica, actúan como sensores y que a lo largo del período 2009/2014 han sobrepasado largamente los 10.600 millones de unidades. Se calcula que una ciudad con un millón de habitantes tenía en el 2010 unos 600.000 sensores, esta cifra, actualmente se sobrepasa de largo.

Cisco y Eriksson han hecho una proyección para 2020 en la que hablan de 50 millardos (billones americanos) de sensores y aparatos conectados. Se trata de una estimación a años vista, pero nos da una idea de la magnitud de la futura recolección de datos. Otras estimaciones más conservadoras hablan de 25 ó 35 millardos.

De todos modos, teniendo en cuenta que la población mundial en 2020 se estima que será de 7.717 millones de personas, tenemos un abanico de entre 3,2 y 6,5 dispositivos por habitante (los cálculos de Cisco y Eriksson no incluyen smartphones ni tabletas, ni los diferentes tipos de ordenador).

El objetivo básico de todos los proyectos de smart city es la recogida de datos, unos para almacenarlos y tratarlos posteriormente (bigdata) y otros para decidir a tiempo real. Los usuarios son básicamente los intereses económicos detrás de los estudios de mercado, los diferentes tipos de policía y agencias de seguridad, los servicios de recursos humanos…

VIVIR EN UNA SMART CITY.

Nuestra vida cotidiana, ahora mismo, ya está muy invadida por el seguimiento smart. Dejando aparte el tema de los aparatos móviles (básicamente teléfonos), hay centenares de videocámaras que nos vigilan en los espacios públicos.

La videovigilancia, con la disminución del costo de grabación y almacenamiento de los datos,se está extendiendo y se hace ubicua. Además con la “videovigilancia inteligente” (cámaras digitales con un software interpretativo) se puede extraer en tiempo real mucha información de la grabación: números de matrícula, cantidad de vehículos y de personas, algunos rasgos del comportamiento de las personas grabadas, reconocimiento facial, detección de conductas sospechosas e incluso determinados estados anímicos.

La videovigilancia se ha “democratizado”, se venden miles de cámaras acompañadas casi siempre de software para vigilar una tiendecita o el hogar, para controlar hurtos, empleados, canguros, niños, mascotas y ancianos. Casi siempre son aparatos adquiridos por internet y autoinstalados o instalados por el manitas del barrio, evidentemente no cumplen ninguna de las condiciones de la ley de protección de datos.

Estas cámaras que hace unos años eran casi de juguete han alcanzado el rango de herramientas sofisticadas de alta resolución, conectables vía wifi con internet y dotadas de un software complejo que permite configurarlas con alarmas a teléfono y ordenadores, capaces de diferenciar personas, acciones y situaciones y definir áreas de vigilancia. Este software es también relativamente económico y normalmente va acompañado de almacenamiento en la nube, o sea que las imágenes quedan fuera del control del mismo interesado (que seguramente será grabado también).

Podemos resumir que ahora padres, hijos, no ejercen de cuidadores, sino de vigilantes, de vigilantes por cuenta del estado y de la “nube”…

Cada vez es más difícil hacer un pago “en efectivo” (anónimo), cada vez aumenta más el conocimiento de nuestros hábitos de consumo por parte de los vendedores, los estados y las corporaciones (qué, cuándo, en qué cantidad…). Cada vez tenemos más tarjetas con un chip, más documentos de identificación electrónicos…

En nuestros hogares, los smartmeters que últimamente se están generalizando permiten conocer lo más íntimo de nuestros hábitos: cuando llegamos, cuando vamos a dormir, cuando nos duchamos y cuando ponemos lavadoras, si tenemos visitantes, si tenemos picos de consumo…

Determinadas tecnologías como los wearables (sensores “vestibles” que miden tensión arterial, ritmo cardíaco, oxígeno en sangre…), dan otra vuelta a la tuerca del control. Con ellos ponemos en unas manos desconocidas datos tan íntimos como nuestro estado físico y nuestra salud y, si están geoposicionados, la transparencia físico/metabólica “voluntaria” es total y absoluta.

Los riesgos de la smart city parecen verse lejanos en el tiempo y en el espacio. Nos hacen creer que la tecnología del control smart se aplica sólo en remotos países dictatoriales, o en fronteras con África o Oriente, también alejadas (al menos imaginariamente), o limitadas a perseguir delincuentes repulsivos (pederastas o violadores) y trabajadores incumplidores.

El hecho es que las tecnologías que se utilizan en estos momentos en las fronteras, sean de identificación o de detección, se están empezando a utilizar para el control interno sin que nos demos cuenta. Aunque sólo fuese por egoísmo deberíamos combatirlas. Se están construyendo nuevas fronteras en las calles, en las instituciones y en los puestos de trabajo, fronteras que cada vez serán más evidentes… Hasta que ya no nos las dejen cruzar, entonces será difícil derribarlas.

TRABAJAR EN UNA SMART CITY.

Vemos como cada vez más, en los puestos de trabajo, sobre todo aquellos que antes eran llamados “trabajos manuales” los patrones tienen a su disposición un mayor número de herramientas de control y abuso derivadas de las tecnologías smart.

Todas estas herramientas de control se disfrazan con la “amable intención” de liberar a los trabajadores de trabajos pesados o inseguros, pero el hecho es que la presión extra sobre el tiempo de ejecución y frecuencia de las operaciones hace que, por ejemplo, aumenten los accidentes laborales. Otro mito que nos han imbuido es el “buen rollo” de las empresas TIC (tecnologías de la información y la comunicación) con sus trabajadores. Sin embargo, en el mundo TIC, igual que en el resto del ámbito laboral, aumenta la fractura salarial entre los “bien pagados” y el resto.

Seguramente los primeros en padecer la smart city fueron los trabajadores del espacio público, los de la limpieza viaria y del mantenimiento urbano. Fueron viendo como en todos sus vehículos (hasta en los carritos de los barrenderos) se instalaban GPS’s y se les dotaba de agendas electrónicas (tipo palm), actualmente sustituidas por teléfonos (que a menudo han de pagar) para poder vigilar su actividad y comunicar las alarmas de trabajos urgentes.

Después fue el sector del transporte, especialmente mensajeros y repartidores de mercancías. De nuevo los GPS’s y aquellos miniordenadores denominados Psion (ahora sustituidospor tablets). Estos trabajadores han de conducir, repartir, facturar… y en todo momento la central (el patrono) tiene trazable la mercancía (paquetes, cartas… y trabajadores). De hecho los “expertos” empresariales consideran que el 90% de las entregas en el 2018 se harán mediante sistemas conectados vía web (Uber, eBay Now, Shutl, Deliv, Posmastes, Instacart, Amazon, Alibaba).

El transporte público de pasajeros vino detrás. Los autobuses con GPS y otros gadgets tecno-smarts, han invadido las flotas, a su vez, los taxis han incorporado taxímetros inteligentes y las videocámaras se han hecho omnipresentes en estaciones, vagones de metros y ferrocarriles, autobuses…

La recogida de residuos viene a continuación, con el añadido de los sensores de medida del llenado de contenedores, que harán variables los recorridos, las frecuencias y por tanto los horarios y el calendario de trabajo.

La mayor parte de las mercancías, palets, contenedores y muchos envases individuales ya vienen marcados con etiquetas RFID e incluso dispositivos más sofisticados. Son trazables y los inventarios son casi automáticos. El impacto sobre los empleados de almacén y los reponedores es directo.

Los oficinistas y otros trabajadores de “cuello blanco” ya trabajan en red desde hace tiempo y padecen los software de control que registran desde el número de pulsaciones en el teclado hasta la actividad en todo momento de la jornada y… la inactividad.

En los comercios y tiendas no se vigila ya solamente a los posibles “ladrones/consumidores”, la vigilancia se extiende a los trabajadores con cámaras enfocando cajas registradoras y espacios “no públicos”… De hecho a partir de una sentencia contraria a los deseos de la patronal se está haciendo firmar una comunicación de que las grabaciones se podrán utilizar comoprueba para sancionar a los trabajadores.

Y en todas partes el control de presencia y de identidad se sofistica y cada vez necesita menos del contacto, llegando en algunos casos a controlar no sólo la entrada y la salida del trabajo, sino también el lugar y el tiempo pasado en diferentes dependencias, estableciendo zonas prohibidas a menudo arbitrarias.

Hay aplicaciones smart especialmente repulsivas, como la escoba para limpieza urbana con sensor de movimiento que registra el numero de barridos a lo largo del día (conectada también a un GPS en el carrito o en la escoba misma), o la ropa de trabajo “interactiva” dotada de etiquetas RFID u otros artilugios de control de presencia.

Se va imponiendo un modelo de economía de “servicios móviles bajo demanda” (ODMS), en el que no se trabaja para un empleador, sino para una plataforma que gestiona las demandas de los clientes y el pago (como UBER, Airb-nb, Homejoy, la Nevera Roja…), además las empresas suelen estar ubicadas muy lejos del sitio donde se produce realmente el servicio. Es trabajar con un algoritmo como jefe o encargado, con la diferencia de que a un algoritmo no se le puede coger por el pescuezo y tampoco se le pueden pinchar las ruedas del coche. Esto nos deshumaniza y de hecho nos reduce al papel de otro algoritmo, al papel de un smart trabajador.

Las aplicaciones smart sólo tienen un límite: lo retorcida que tengan la mente los ingenieros y tecnólogos, la codicia de los empresarios y el afán de control sobre la vida de los demás.

¿Cuál es el efecto de todo esto sobre las condiciones de vida en el lugar de trabajo?

El primer efecto es un control extremo que va más allá del “ojo del encargado” o el reloj de fichar. Se trata de un control en tiempo real, no sólo de hora en hora o de minuto a minuto, sino que ahora ya se llega al control de milisegundo en milisegundo… Esto hace que el patrón (aunque parezca que sea un término obsoleto, todos tenemos un patrón aunque sea un estado o una corporación transnacional) sepa que hacemos en todo momento durante la jornada laboral (y fuera de ella si nos “permite” llevarnos el smartphone corporativo). Y si la empresa es responsable “socialmente” y dispone de mejoras como actividades culturales y deportivas subvencionadas, entonces también conoce incluso una buena parte del tiempo libre.

El segundo efecto es la “optimización del tiempo” por parte de la empresa: los ritmos de trabajo se aceleran y los plazos se acortan. Por ejemplo en el número de entregas de mercancías de un trabajador de UPS, la longitud del itinerario de un trabajador de la limpieza viaria, o el número semanal de expedientes de un oficinista.

El tercer efecto es un aumento de la precarización del trabajo. Por un lado, el control global genera despidos y por otro, el control extremo permite monitorizar y tutelar el trabajo de manera que, en cada momento, el trabajador se vea forzado a hacer “lo que debe hacer”… lo que desea la empresa.

El cuarto efecto global, es que la dominación extrema a la que nos lleva la “smartificación” ataca nuestra identidad individual y tiene efectos sobre nuestra libertad, la calidad de nuestras vidas y nuestra salud, hundiéndonos en la tecno-miseria, la humillación y la dominación. Nos lleva a una negación de nosotros mismos y a una afirmación de nuestros dominadores.

LAS SMART FRONTERAS Y LAS SMART CITIES, O ESTÁS DENTRO O ESTÁS FUERA

Las fronteras no suelen ser límites geográficos o naturales, tampoco son un límite jurídico, las fronteras son herramientas que el poder utiliza para acumular más poder o parar regular su ejercicio.

El control de las fronteras ha ido evolucionando según sus necesidades. Los antiguos y enojosos “peajes” para regular el paso de las mercancías se han ido optimizando para permitir el paso rápido de todo aquello que puede generar valor, así el número de contenedores que mueve un puerto, por ejemplo el de Barcelona, sería impensable sin toda la capa de tecnología de identificación, de inventario y sin los mecaismos sociales de los que se dispone ahora.

Una de las mercancías más costosas de regular, y, de momento, imprevisible ya que tiene iniciativa propia, es la mercancía humana (trabajadores y consumidores), así pues es preciso regular estos flujos intentando reducir la “iniciativa propia” de las personas.

Esta “regulación” puede ir desde los disparos de los guardas de frontera, hasta los sofisticados muros de contención (con sus puertas de paso controladas) construidos en todas las fronteras, como el que hay entre los EUA y México, entre Gaza e Israel y en las fronteras de Ceuta y Melilla en el estado español. Los mecanismos de control han pasado del humano (siempre imperfecto) al inhumano (que también incluye a policías y otros funcionarios), atiborrando los muros de contención de sensores, cámaras y cuchillas de diferentes tipos.

De esta manera se han perfeccionado los pasaportes, los más modernos (prácticamente todos) están provistos de “micro chip”, de etiquetas RFID, y toda la parafernalia de entrada (rayos X, detectores de metales, escáneres, sensores del latido cardíaco,etc…) es cada día más perfecta. Los visados de los países de la zona Schengen recopilan datos biométricos de los solicitantes (los diez dedos de las manos y la cara, de momento). Los sistemas de visados (VIS) conectan las oficinas diplomáticas y los puestos fronterizos de los estados miembros.

El poder (básicamente estados y corporaciones) ha levantado los muros, pero estos muros no cubren todas las fronteras (se necesitaría cerrar todas las playas) ni son totalmente eficaces.

En el estado español la vigilancia de fronteras recae sobretodo en la Guardia Civil y también en el Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA).

Estos cuerpos disponen de un buen arsenal de vehículos aéreos, marinos y terrestres. Tienen el apoyo de sistemas de vigilancia aérea y por satélite, y disponen de una amplia gama de sensores de todo tipo.

Entre enero de 2013 y agosto de 2014, la Guardia Civil ha invertido alrededor de 6,5 millones de euros. La mayor parte del presupuesto se ha destinado a cámaras térmicas (5,1 millones). A sensorizar las patrulleras se han destinado 0,5 millones y a aparatos de visión nocturna 0,3. El SVA, dependiente de Hacienda no ha tenido unos gastos tan grandes en gadgets tecnológicos así que sólo han adquirido, en el mismo período, dos sistemas optrónicos de visión térmica y de visión diurna, eso sí, de los caros, un milloncillo.

Una buena parte del esfuerzo controlador de la UE se hace a través de FRONTEX, la agecia de gestión de fronteras exteriores, con sede en Varsovia. Esta agencia está en alza, su presupuesto, desde su creación en 2005, a pasado de 6 a 90 millones en el 2013.

FRONTEX está muy penetrada por los lobbys de las empresas de seguridad (INDRA, Thales, EADS, Selex, GMW…) que participan tanto en el desarrollo y gestión con tecnología propia (software, redes de comunicación, sistemas de control), como participan en proyectos conjuntos con fondos y partenaires públicos. Por ejemplo el proyecto PERSEUS (INDRA y EADS…) 43 millones de euros, el SEABILLA, INDRA, SELEX, Thales…) de 15 millones, TALOS (TTI Norte y la israelí IAI) de 3,9 millones y finalmente OPEMAR (Thales, INDRA y Selex) con sólo 669.000 euros.

FRONTEX, que en total ha consumido más de 250 millones parece ir tomando posiciones para ocupar el papel de controlador único de las fronteras exteriores que ahora tienen los estados, especialmente a través de EUROSUR (centrado en las fronteras del Sur). De todas formas la estructura presupuestaria de la UE y el secretismo de los eurócratas de la seguridad, hace muy difícil averiguar si los recursos de FRONTEX han sido solamente estos 250 millones y que no dispone de más financiación, mediante la Agencia Europea de Defensa a través de fondos destinados a la investigación, al estímulo económico o a la seguridad interior.

El control de fronteras deviene evidentemente en un gran negocio. Se calcula que solamente el sector biométrico, en sus usos militares y de control de fronteras, generó el 2012 unos ingresos de 5.800 millones y se preveen beneficios de unos 15.800 millones para 2021. En el momento en que India y China se incorporen plenamente a este mercado los beneficios pueden crecer exponencialmente. De hecho el 27% de las conexiones máquina/máquina (M2M, la conexión básica sensor/servidor de las smart city) están en China y el 40% mundial de conexiones M2M están en Asia.

El truco está en cerrar las puertas para que no entren los de fuera, las puertas son en un único sentido. El paso posterior será no dejar salir tampoco a los de dentro (puerta cerrada). El último paso: controlarnos a todos, la jaula para los animales domésticos.

Las smart fronteras son padecidas ahora mismo por una inmensa mayoría de la humanidad (todos aquellos que no son ciudadanos de los países de la OCDE), pero en un futuro cercano, todas estas técnicas ya refinadas y desarrolladas se podrán aplicar directamente a la seguridad interna, para los estados del sur y también (por nuestra seguridad) a los refractarios de los países del norte.

SOBREVIVIR EN UNA SMART CITY.

Seguramente una perspectiva como la que hemos dibujado (los 50 millones de conexiones) da lugar al pesimismo y al derrotismo más absoluto, y la distopía parece inevitable… Pues nada de esto. Quizás mejor que sobrevivir sería mejor hablar de “resistir a la smart city”, o aun mejor “destruir la smart city”.

La dominación y el control que constituyen el núcleo de la smart city se implanta fácilmente y tiene el camino allanado gracias a los deseos y necesidades que nos han (y nos hemos) creado.

Queremos saber exactamente el tiempo que falta para que llegue el autobús y no nos importa que esta información lleve emparejada el control y la presión sobre los conductores. Queremos tener servicios al instante a precios de saldo, no nos queremos enterar de la precarización y sobreexplotación de los trabajadores, como es el caso de UBER. Queremos pasar a toda pastilla por los peajes y no hacer colas delante de las máquinas del metro, queremos una cola corta en la frontera y que el médico acceda a nuestro historial sin demora… Queremos teleasistencia, queremos servicios a domicilio, queremos pedirlos por la red y obtenerlos deprisa y a un precio sospechosamente bajo. Queremos finalmente ser provistos de todos los dispositivos móviles que nos permitan disfrutar de todo ello, los impactos de su producción sobre el agua, la tierra, las plantas y la fauna (nosotros incluidos) quedan en un segundo plano.

¿Queremos realmente la smart city?

A pesar de que esta red pueda parecer omnipresente no es para nada omnipotente, entre otras cosas porque se alimenta a sí misma (se retroalimenta) y si se neutralizan un número suficiente de nodos pasa a ser inoperativa, total o parcialmente.

En el mundo antiguo (hace muy poco) era posible vivir sin la mayoría de las redes urbanas, se podía vivir sin suministro de agua o de energía, sin servicios sanitarios, sin cuerpos de seguridad, esto se ha demostrado en las diferentes situaciones de emergencia ocurridas en el inicio del siglo XXI.

En Nueva Orleans la gente se supo organizar para sobrevivir, mientras que el estado sólo se preocupaba por detener el saqueo. Recogieron comida y agua, supieron distribuirlas con mucha equidad y supieron encontrar espacios de seguridad. Cuando las redes del estado les volvieron a capturar, las cosas empeoraron y, todavía ahora, no están “normalizadas” y la gente sigue viviendo en barracas sin servicios mínimos.

En Gaza, con la mayor parte de las redes de servicio no operativas, con el esfuerzo individual de los trabajadores y el esfuerzo colectivo de la población, han podido resistir y continuar viviendo sin un funcionamiento regular de estas superestructuras.

Lo mismo podemos decir de situaciones de enfrentamientos militares entre estados en Siria, Iraq, Kurdistán, o de desastres “naturales” como el tsunami de las Filipinas o el terremoto de Nepal.

Ahora bien, ¿podría el actual sistema capitalista resistir una semana sin internet, sin red de comunicaciones? ¿Qué valor tendría el dinero depositado en Nueva York, en Barcelona, en Londres?… La respuesta es fácil, a la primera NO y a la segunda NADA. De aquí surge otra pregunta diferente: ¿es posible detener, hacer caer o neutralizar la red? La respuesta es, creemos, sí.

Hay un problema de enfoque. Nosotros queremos resistir al sistema localizadamente, cada cosa en su lugar: la PAH frente a Caixa Catalunya, los antinucleares frente a ENDESA, los antifronteras frente los CIES, los adversarios de los transgénicos ante MONSANTO… Y así todos buscamos nuestra posición y nuestro “target” correcto… Ellos por el contrario están hiperconectados (el Obispado con ENDESA, ENDESA con los CIES, los CIES con MONSANTO, MONSANTO con la Generalitat, la Generalitat con el rector de la parroquia…) y se ríen de nuestros esfuerzos localizados, limitados y, a menudo, estériles.

Históricamente muchos de los movimientos de protesta de los oprimidos no se han limitado nunca tanto en el alcance de sus luchas como nos autolimitamos actualmente. Esta especialización es reciente.

En las revueltas locales de los siglos XIX y XX, los insurrectos, además de las reivindicaciones puntuales (el coste de la vida, las condiciones de trabajo, la oposición al quintado de mozos) invariablemente destruían, generalmente mediante el fuego, los archivos del registro de propiedad, del registro civil, los catastros (red de control estatal) y las instituciones de la Iglesia: conventos, iglesias, escuelas, registros parroquiales (red de control ideológico).

Por ejemplo, los anarcosindicalistas del Berguedà no se limitaron a las condiciones de las minas o fábricas y por esto pudieron proclamar, durante unos días, el comunismo libertario global para toda la vida cotidiana de varias poblaciones.

Los piqueteros argentinos no se limitaron a manifestarse delante de la Casa Rosada, también cortaron carreteras y otras vías de comunicación sin un objetivo “local”, únicamente contra el paro, teniendo efecto sobre otros sectores (capitalistas) no estrictamente vinculados a su conflicto.

Las sufragistas inglesas de principios del siglo XX no restringían su lucha a atacar al parlamento o a los partidarios del apartheid de género; entendieron que el patriarcado (que era su verdadero objetivo) tenía otros tentáculos más accesibles a los que dañar. Así que durante los años 1912-13, y parte de 1914, destruyeron centenares de buzones de correo (el internet de entonces) sin preocuparse (al contrario que los seguidores de la ética Hacker) en los efectos sobre terceros. Incendiaron edificios, cortaron líneas de teléfono y de telégrafo, y sabotearon la red de ferrocarriles (como podemos ver, atacaron todas las redes a su alcance).

En estos momentos, las redes son vulnerables si las atacamos guiándonos, no por la lógica que nos imponen (antinucleares/instituciones energéticas, antipatriarcales/ministerio de justicia, anti OMG/MONSANTO…), sino por la lógica de la hiperconectividad de nuestros dominadores, no importa donde actúes, están hiperconectados, ya les llegará el efecto.

Con esta lógica, se trascendería el problema de la coordinación entre grupos y movimientos.También trascendería la lógica de los dominadores, la de la represión. Puedes atacar, alterar, destruir en cualquier punto, puedes reivindicar estas acciones para cualquier causa… Puedes estar seguro de que generarás más perjuicios que si gastas recursos y un tiempo valioso intentando identificar el punto justo, el punto correcto… Porque este punto no existe, está en todas partes…

¡ATACA LA RED!


 Extraído de “Briega”, artículo de la revista “Libres y salvajes”

domingo, noviembre 11

‘El bibliocausto en la España de Franco (1936-1939), de Francesc Tur


La victoria del ejército franquista en la Guerra Civil Española supuso, entre otras calamidades, el pistoletazo de salida a uno de los mayores episodios de persecución cultural vividos en la España contemporánea. Libros, periódicos, revistas y otras obras impresas de innegable valor literario, fueron pasto de unas llamas prendidas por el aparato censor del Régimen, cuya labor infausta se prolongó hasta el agotamiento de una dictadura que cercenó de cuajo toda la floreciente industria editorial vinculada al movimiento obrero, especialmente el libertario.

Con la publicación de este texto, publicado originalmente en Ser Histórico, pretendemos poner este artículo en circulación en otros espacios no familiarizados con las webs libertarias de divulgación histórica, posibilitando también que pueda ser leído por el público que no suele leer textos relativamente largos en internet. Más allá de lo anterior, y teniendo en cuenta el contexto sociopolítico actual, consideramos oportuno darle la máxima divulgación a un trabajo que pone sobre la mesa un episodio no demasiado conocido de la barbarie del primer franquismo: la quema de libros y la represión contra libreros, bibliotecarios y bibliófilos de toda condición.

Precisamente por lo anterior, recomendamos la escucha del programa dedicado al tema que nos ocupa en La Linterna de Diógenes, programa de radio sobre historia social que recomendamos encarecidamente.

Editado por Piedra Papel Libros

jueves, noviembre 8

Reflexiones acerca de la incierta probabilidad de una revolución europea


En lo que respecta al pasado, lo más importante es el ser conscientes de la especificidad de nuestro tiempo, teniendo cuidado de no proyectar, en la medida en que ello sea posible, nuestra visión actual de las cosas sobre un pasado que solamente nos serviría de justificación. Jacques Ellul, Autopsia de una revolución.

Las enormes contradicciones acumuladas por el sistema capitalista en los últimos cincuenta años no han despertado en amplios sectores de la población una voluntad de vivir de otro modo que impulsara trasformaciones radicales en la sociedad de masas. Bien al contrario, la apatía y el miedo han predominado, originando una adhesión pasiva y resignada a lo existente contemplado éste como el menor de los males. Tal parece que el mayor logro del capitalismo global haya sido la integración completa de las masas en un mundo artificial y extraño, y que la voluntad de abolirlo haya dado paso al temor de verse excluido de él. Curiosa la paradoja en que unas condiciones objetivas favorables a la revolución hayan dado lugar a unas condiciones subjetivas caracterizadas por la sumisión de la mayoría, la evaporación de la conciencia revolucionaria y, como corolario, la inexistencia de una fuerza social de peso capaz de aventurarse en un proceso revolucionario.

La lógica de la mercancía y del desarrollismo ha penetrado tan profundamente en la sociedad que ha conseguido bloquear toda aparición de un sujeto colectivo revolucionario en Europa, o cuando menos, impedir su desarrollo en el continente. La operación tiene una doble vertiente; por un lado, la desvalorización del pensamiento, por el otro, la hipostasia de la acción, que es degradada a pretexto ideológico para el acatamiento de las pautas marcadas por el espectáculo de los acontecimientos cotidianos. Los dirigentes se salen con la suya: nada les resultará más conveniente que un pensamiento que no requiera esfuerzo (un pensamiento débil) y un activismo que nade a favor de la corriente. Pues no hay nada más fácil que seguir la moda en un escenario donde la élite gobernante en último extremo es quien da las órdenes; y nada más difícil que pensar y actuar libremente en un espacio sin libertad real. Para un sistema que se cree incuestionable la cuestión social no puede existir más que en la literatura y toda oposición verdadera le parece impensable.

En una situación como la actual, donde las mistificaciones patrióticas y los tópicos políticos están a la orden del día, al ladito de la propaganda mercantil, en una cotidianidad donde el conformismo abrumador frustra y expulsa cualquier deseo subversivo, pensar constituye el acto más radical y más osado, y también el que despertará más recelos y más hostilidad. Construir un aparato crítico que pueda explicar la época con veracidad es la principal tarea a realizar, aunque no la única. El primer asunto a tratar sería el hecho de la desagregación de la clase obrera en un momento en que el trabajo asalariado es la condición general, y por consiguiente, la pérdida de un horizonte revolucionario socialista en provecho de una adhesión al consumo abundante de mercancías. Por qué los trabajadores en su mayoría han preferido el confort de una vida determinada por los imperativos de la economía a los ardores de un combate contra cualquier forma de opresión e injusticia. El autismo consumista de una sociedad atomizada ha podido con el espíritu comunitario, o dicho de otro modo, con el instinto de clase.

La clase obrera ya no es en sí y por sí misma la negación del orden burgués. Ni qué decir tiene, las pretendidas vanguardias lo son todavía menos, puesto que nunca lo fueron. La clase no ocupa en la posmodernidad una posición especial que la lleve a cuestionar el capitalismo a pesar de lo que pueda pensar o querer y que la convierta en su sepulturero. En la fase mundializadora el estatus de asalariado no imprime carácter de clase, ni sentido de pertenencia a una. Así pues, la condición obrera ha dejado de ser portadora de valores universales. No implica ninguna función histórica ni apunta a ninguna misión redentora. Tampoco hay luchas sociales actualmente que revelen la marcha ineluctable del proletariado en pro de la emancipación de la humanidad. Más bien lo contrario: aspiraciones muy prosaicas y nula voluntad transformadora. La clase obrera tal como la concebía el marxismo es una formación histórica con fecha de caducidad. Lo mismo diríamos de los sindicatos. Sus últimas manifestaciones europeas se produjeron durante los años setenta del siglo pasado. El proletariado es un hecho bien real, así como la alienación de la que antaño era consciente, pero hoy, con un capitalismo muy distinto al de los comienzos de la revolución industrial, un mercado laboral en caída libre y un Estado tremendamente desarrollado, ese tipo de clase no existe.

La mecanización de los procesos productivos ha desempeñado al principio un importante papel. No solamente convirtió a los trabajadores en apéndices de las máquinas, sino que los sustituyó por ellas. Al quedar relegado de la producción, el proletariado perdió el poder de paralizarla y usarla en su beneficio. El poder de sabotearla o autogestionarla. Convertido el trabajo en un medio de subsistencia sin ningún contenido, el relativo bienestar material y la inflación del entretenimiento de masas desviaron la atención hacia el universo del consumo. En un principio, los grandes almacenes, los seriales radiofónicos y el cine proporcionaron a la existencia alienada el sentido que se había perdido en los lugares de trabajo. Después, la televisión y el coche, y recientemente, internet y los smartphones, hicieron el resto. El fetichismo mercantil, la industria del ocio y finalmente las redes sociales colonizaron la vida cotidiana, separando la esfera pública de la privada y sumergiéndolas en la irrealidad, anulando cualquier atisbo de conciencia de clase. Cada vez mas, las cosas, y mejor sus imágenes, adquirían vida propia, ocupando el lugar de las personas. El sujeto de la revolución quedaba transformado en objeto del consumo y del espectáculo. Los obreros, ajenos a los productos de su esfuerzo y a las consecuencias de su labor, o sea, alienados, se comportan ahora como espectadores de una realidad virtual y no como agentes de la historia. La alienación, lejos de despertar la conciencia, ha producido desencanto y autocomplacencia, narcisismo y psicopatías.





El capitalismo es un sistema social que se impone a través de la tecnología, el espectáculo, la comunicación ficticia y las fuerzas del orden de un Estado hipertrofiado. La racionalidad instrumental y burocrática, al mediatizar en todas las áreas de la existencia, pone la vida al servicio de los intereses de la dominación. Los pensamientos y deseos no solamente son manipulados, sino directamente fabricados por ella. El deseo de autoridad sería un buen ejemplo. La pasión por el juego electoral sería otro. En general, la maquinaria estatal y los medios tecnológicos puestos a disposición no se adaptan a los individuos, son los individuos los que se adaptan y someten. En eso consiste lo que llaman subirse al tren del progreso. El capitalismo no puede subsistir sin una adaptación continua y constante a un mercado cambiante, cada vez más tentacular, o lo que viene a ser complementario, sin una separación total de los individuos entre sí que las tecnologías han hecho posible, o sea, sin una prolongada autodestrucción de la individualidad técnicamente asistida. Con fragmentos de personalidad egocéntrica, ninguna comunidad es posible.

La mecanización del proceso productivo, junto con la burocratización que exige el crecimiento arrasador del Estado, de los medios de comunicación y de la gestión industrial y financiera, han ocasionado el crecimiento sin precedentes de un sector asalariado no proletario compuesto por empleados, funcionarios, ejecutivos, técnicos y profesionales, al que las últimas crisis han conferido un cierto dinamismo. En los pasados años sesenta algunos sociólogos lo calificaron de “nuevo estrato intermedio asalariado”, “nuevas clases medias” o incluso de “nueva clase obrera”, atribuyéndole tareas históricas que en otro tiempo correspondieron al proletariado. Sin embargo, dicho sector jamás ha manifestado la menor veleidad revolucionaria, ni ha cuestionado en lo más mínimo la sociedad industrial o el Estado. Nadie escupe a quien le da de comer. Ni por su condición objetiva, ni por su mentalidad, ni por sus esperanzas, ni por el lugar que ocupan en el sistema, esas nuevas clases medias asalariadas están destinadas a ser protagonistas de ningún cambio radical, y menos, de una revolución, lo que no significa que permanezcan inmóviles frente a una crisis que les afecta, tal como ha sucedido con las distintas bancarrotas financieras sobrevenidas a partir de 2008 y con las políticas de austeridad subsiguientes. La movilización de dichas clases, y especialmente de sus elementos juveniles más amenazados, no ha tenido un impacto reseñable en la economía, pero ha alterado un tanto el panorama político. Las formaciones ciudadanistas nacidas con la movilización indignada tienen la voluntad de reemplazar a los partidos tradicionales en la gestión de la vieja política.

La gran diferencia entre el movimiento obrero clásico y el ciudadanismo populista radica precisamente en el desinterés de este último hacia la economía y en la consagración exclusiva de la acción política. Habiendo eclosionado a la sombra del Estado, su confianza en el Estado es ciega, no concibiendo ninguna otra forma de intervención social más que a través de las instituciones estatales. Sus intereses específicos, que aunque se llamen “intereses de la ciudadanía” no son otros que los de la conservación de su estatus, cree que podrán defenderse gracias al Estado. Sus objetivos no se alcanzaran con la disminución del aparato estatal, sino con un desarrollo aún más pronunciado. La contradicción radica en que el Estado actual es esclavo de los mercados, o mejor dicho, es una pieza clave de la industrialización y financiarización del mundo. Y justamente esa industrialización y esa mundialización de las finanzas es la responsable de la crisis que dio lugar a la reacción política de las clases medias asalariadas. En consecuencia, el ciudadanismo mesocrático, en la medida en que se incrusta en las estructuras del Estado, está obligado a favorecerlas, o sea, a ir contra sus intereses “de clase”. Por eso la acción política, con escasos logros que reivindicar, se concreta en gestos, escenificaciones, manifestaciones simbólicas y proclamas hechas en el lenguaje democrático de la vieja burguesía liberal. Sin pretenderlo, han renovado el espectáculo político, pero a costa de disminuir su efectividad. En suma, el ciudadanismo no ha significado ni significará un cambio real, ni siquiera un espectáculo convincente del cambio.

Conforme se anquilosan y fosilizan los grupúsculos que se autoproclaman revolucionarios, los objetivos revolucionarios reivindicados se vuelven fraseología hueca, verdades difuntas y fórmulas rituales. Los viejos análisis doctrinarios quedan sobrepasados por la realidad y los antiguos esquemas interpretativos se deshacen a pedazos, faltos de sentido. Los nuevos les superan en incoherencia. Las ideologías, en su mayoría obreristas, nacionalistas, verdes e identitarias, no pueden explicar verídicamente la evolución del mundo, puesto que éste cambia a gran velocidad e introduce novedades que aquellas no consiguen situar en su lugar. Los discursos ideológicos están plagados de lugares comunes y extremismos postizos; los caminos que proponen no conducen a ninguna parte; la rotundidad con la que se expresan apenas consigue ocultar la ausencia de alternativas posibles; las estrategias a seguir no son más que ridículas imitaciones del pasado y posibilismo disimulado. En fin, las ideologías envejecen y se vuelven obsoletas, pero a nuestro pesar el capitalismo madura.

No pretendemos negar la evidencia de antagonismos mayores, aunque no se traduzcan en movimientos subversivos de una cierta amplitud, ni tampoco queremos menospreciar la existencia de focos de resistencia al margen de la política, o ignorar los espacios ajenos al funcionamiento del capital donde se ensayan estilos de vida no consumista. El combate social existe, sólo que las luchas no llegan a extenderse y sus objetivos no rebasan determinados límites, es decir, no cuestionan todo lo que deberían. Así el mundo contestatario no se desarrolla como una contra-sociedad dentro de la sociedad oficial. Demasiados recelos relativos a la organización, demasiados compromisos efímeros y demasiada inclinación al gueto. Algo que se conjuga bien con el activismo sin plan, con el radicalismo verbal, con las modas identitarias y con el utopismo evasivo. Los medios contestatarios dan la impresión de ser el hábitat de la clase media juvenil en su primera etapa extremista.

Una recapitulación de todo lo precedente nos conduce de nuevo a la necesidad de la revolución que acabe con el capitalismo y ponga fin a su modo de vida intolerable, y de nuevo el verdadero problema se replantea, el del pensamiento crítico. No se atraviesa un desierto en el campo teórico, puesto que, a pesar de una confusión interesada en esos ámbitos, hay elementos valiosos como la crítica ecológica, el análisis antidesarrollista, los estudios antropológicos o la teoría del valor. Pero aún queda mucho por hacer si no se quiere que tales aportaciones degeneren en ideologías conciliadoras y alimento para sectas. Falta una visión histórica rigurosa pero libre de determinismos, una crítica renovada del posestructuralismo y del reciclaje de las ideologías caducas, un lenguaje unitario que la caracterice, una demolición efectiva de los mitos salvacionistas, empezando por el más grande, el mito del Estado, etc, etc. Solamente un auténtico pensamiento revolucionario podrá nombrar a sus amigos y a sus enemigos delimitando con precisión el terreno de las luchas contemporáneas, aclarando tácticas y estrategias que ayuden a remontar los enormes obstáculos, haciendo confluir todo en un proyecto. Cuando se trabaja en el derrumbe de un régimen se ha de tener claro qué es lo que se quiere poner en su lugar. Y eso es sólo el comienzo.


Miguel Amorós

lunes, noviembre 5

Breve genealogía de la propiedad privada



Cuando se habla de propiedad privada nunca está de más diferenciarla de la posesión, lo cual ya fue señalado por Proudhon en su célebre obra ¿Qué es la propiedad?. Así, la propiedad privada viene determinada por la ley que es la que dice que algo es de alguien, mientras que la posesión es la relación de usufructo que una persona mantiene con algo. Por esta razón, cuando aquí nos referimos a la propiedad privada lo hacemos en relación a los medios de producción, distribución y consumo, y no a aquellas cosas que son tenidas o disfrutadas, como ocurre con las posesiones.

Si hubiera que trazar una genealogía de la propiedad privada encontraríamos su génesis en las sociedades esclavistas de la Antigüedad, como por ejemplo Grecia. En cualquier caso hay que señalar que en aquel entonces este tipo de sociedades eran minoritarias, y que por ello la propiedad privada estaba bastante limitada. En el caso de Europa fue el Imperio Romano el que introdujo la separación entre posesión y propiedad a través del famoso derecho romano, lo que constituyó el principal antecedente para, ya en tiempos modernos, restablecer la propiedad privada. A pesar de esto no hay que perder de vista que entre el derrumbamiento del Imperio Romano y la época moderna, es decir, durante el periodo medieval, la propiedad privada como tal no existió debido a que imperaban distintas formas de propiedad compartida, tal y como sucedía con los bienes comunales en muchas zonas de Europa, las formas de propiedad enfitéutica, etc. En la Edad Media la propiedad privada, al estilo romano, como propiedad individual exclusiva, apenas existía.

La modernidad trajo consigo la recuperación del derecho romano y con este la propiedad individual que hoy conocemos como propiedad privada. Sería complejo explicar los pormenores del proceso que condujo a la recuperación de esa forma de propiedad, y de cómo fue implantada a lo largo y ancho de Europa. Pero basta con señalar que durante la época medieval la ausencia de la propiedad privada como tal era el reflejo de la existencia de comunidades en las que prevalecían redes de interdependencia compleja entre sus miembros, en tanto en cuanto existía una posesión común de la riqueza. No hay que olvidar que las elites medievales eran, con diferencia, una minoría social cuyo poder era muy limitado, de manera que su capacidad para fiscalizar al resto de la población para extraer recursos era sumamente complicado debido justamente a esa circunstancia que acabamos de señalar: la posesión común de la riqueza con la existencia de bienes comunales como tierras, bosques, ríos, pero también ganado, montes, fraguas, batanes, molinos, etc. Así, en la medida en que la riqueza era compartida por muchas personas al mismo tiempo, las elites medievales tenían serias dificultades para llevar a cabo labores de exacción económica, pues era muy difícil identificar a los dueños de este tipo de bienes. Los impuestos, por regla general, consistían en pagos hechos en especie a partir de su propia producción, y que solía combinarse con algunos días de trabajo en las tierras de los caciques locales durante determinadas épocas del año.

Las primeras formas de propiedad privada pueden detectarse en la Baja Edad Media en torno a los burgos, ciudades que operaban bajo ciertos privilegios fiscales otorgados por el monarca que les permitía disponer de mercado propio, con lo que sus habitantes desarrollaban actividades comerciales que facilitaron la aparición de las primeras formas de propiedad privada en el terreno mercantil. Los burgos surgieron en parte de manera espontánea, como consecuencia de una serie de procesos sociales e históricos propios de la época medieval, pero también en parte como consecuencia de la acción de los monarcas de aquel entonces al crear centros en los que se desarrollase la actividad económica y comercial, de forma que el enriquecimiento de los habitantes de las ciudades supusiese al mismo tiempo la creación de importantes depósitos de riqueza de los que el monarca pudiera disponer en caso de necesidad. Además de esto los burgos eran zonas que quedaban al margen de las jurisdicciones señoriales, lo que reforzaba la autoridad del monarca al tiempo que en el plano político debilitaba a la nobleza. Pero por otra parte la nobleza era drenada de recursos, y por tanto debilitada económicamente, en la medida en que estos iban a parar a las ciudades donde los mercados hicieron su más temprana aparición.

Sin embargo, como decimos, las formas de propiedad privada eran muy limitadas al quedar circunscritas a determinados círculos sociales y económicos de las ciudades, generalmente grupos oligárquicos compuestos fundamentalmente por mercaderes y sólo más tarde por prestamistas. En los albores de la modernidad el fortalecimiento del poder regio con la aparición de las primeras monarquías absolutas dio lugar a una progresiva remodelación de la economía y la sociedad, si bien a una escala todavía limitada. En lo que a esto se refiere nos encontramos con el surgimiento del mercantilismo y el desarrollo de las actividades comerciales, lo que facilitó el incremento de la actividad económica y consecuentemente el aumento de la base fiscal del Estado. No hay que olvidar que la principal fuente de ingresos de la Corona eran, por aquel entonces, las rentas de sus dominios territoriales pero también, y en una medida creciente, los impuestos recaudados del comercio exterior. Todo esto se combinó con la concesión de monopolios que abarcaron una extensa cantidad de actividades económicas, y que se desarrollaron sobre todo a partir de la colonización de América y de otras regiones del planeta.

Desde la Baja Edad Media se produjo el desarrollo y crecimiento de una clase social oligárquica afincada en los burgos, centrada en actividades comerciales y compuesta mayormente por mercaderes que traficaban con mercancías de diferente tipo y en diferentes ámbitos geográficos: local, regional e internacional. A estos se sumarían los prestamistas y banqueros, que en muchas ocasiones también eran mercaderes que, dada su enorme riqueza, desempeñaban funciones de préstamo en el desarrollo de sus actividades comerciales pero también en su apoyo financiero a los soberanos. El desarrollo de esta clase social fue desigual a lo largo de Europa, pues ello dependió de las redes de ciudades que existían al final de la época medieval, así como de las estructuras estatales que las abarcaban. Al margen de las tensiones políticas que existieron entre los grandes soberanos y las ciudades, es en los albores de la época moderna cuando se percibe un aumento general de la riqueza, lo que coincidió con nuevas empresas colonizadoras por un lado, y por otro con el desarrollo de las incipientes monarquías absolutas. En este contexto, no exento de complejidades de diferente tipo, no tardaron en producirse en determinados países diferentes tensiones internas en la medida en que las necesidades financieras de las monarquías absolutas no dejaron de crecer. Esto era debido en parte a las carreras armamentísticas y a las guerras que se produjeron por aquel entonces, y que implicaron un encarecimiento de los medios de coerción y dominación política.

Entre los siglos XVI y XVII se impuso el mercantilismo como punto de vista de las elites en tanto en cuanto se trataba de una manera de ver la economía que consideraba que esta es un instrumento al servicio de la construcción de un Estado fuerte. Para el mercantilismo la economía internacional es un espacio de conflicto entre diferentes Estados con sus respectivos intereses nacionales. Como consecuencia de esto la competición económica entre Estados es un juego de suma cero, lo que un Estado gana lo pierde otro. De esto se deduce la importancia dada a las ganancias relativas en el terreno económico, pues la acumulación de riqueza constituye la base para el poder político-militar que más tarde es utilizado contra otros Estados. Por tanto, la fortaleza económica y el poder político-militar no eran contemplados como metas que competían entre sí, sino como fines complementarios que beneficiaban al Estado. Así, la búsqueda de la fortaleza económica constituye un apoyo para el desarrollo del poder político y militar del Estado, al mismo tiempo que el poder político-militar mejora y fortalece el poder económico del Estado.

La perspectiva mercantilista daba prioridad a lo político sobre lo económico, de manera que allí donde los intereses económicos y los intereses políticos, vinculados estos últimos a la seguridad del Estado, chocaban, era la política la que se imponía. Esto no estuvo exento de importantes problemas y tensiones internas que enfrentaron a las oligarquías económicas con la Corona. Un ejemplo paradigmático de esta situación es la Inglaterra del s. XVII. Esto se debió sobre todo a las exigencias impuestas por el encarecimiento de las guerras internacionales, lo que estaba unido a la actividad expansionista del propio Estado en su competición frente a otros países por la conquista de la hegemonía internacional. La consecuencia inevitable de esto fue la aplicación de medidas coercitivas por parte de la Corona sobre el sector socioeconómico más dinámico del país que consistieron en confiscaciones, encarcelamientos, la imposición de tributos excepcionales, el forzamiento de la concesión de créditos, etc. El resultado fue el enfrentamiento entre la corona y la oligarquía económica, lo que para finales del s. XVII condujo al desmantelamiento del absolutismo y la definitiva instauración del parlamentarismo como sistema político en Inglaterra.

Las consecuencias de la revolución de 1688 en Inglaterra fueron importantes, pues constituyó un paso decisivo para la incorporación de la elite económica a las tareas de gobierno de las que había sido excluida por la Corona. En tanto en cuanto una de las principales motivaciones de esta revolución fue la protección de los bienes de los comerciantes, así como la liberalización de la economía con la desaparición del sistema de monopolios hasta entonces vigente, se produjeron una serie de transformaciones en el terreno jurídico, económico y social de gran importancia. En lo que a esto se refiere el liberalismo preconizado por John Locke convirtió la propiedad en el hecho social central. Se entendía que la propiedad era la que garantizaba la libertad del individuo al dotarle de la correspondiente autonomía en la medida en que por medio de ella controlaba sus propias necesidades materiales. El reconocimiento de la propiedad privada en el ordenamiento jurídico fue decisivo, no sólo para proteger los intereses de la burguesía inglesa respecto a la arbitrariedad de la autoridad política, sino sobre todo para permitir una mejor fiscalización de la economía al poner fin a las formas de propiedad compartidas.

Después de 1688 Inglaterra se sumió en una dinámica dirigida a expropiar los bienes comunales y a poner fin a la economía natural. La política de parcelaciones iniciada décadas antes fue relanzada y reforzada, lo que permitió, por un lado, la concentración de la mayor parte de la riqueza en unas pocas manos, al mismo tiempo que la población que era desposeída era forzada a vender su fuerza de trabajo, ya fuese en el campo o en las incipientes ciudades industriales. Pero por otro lado la propiedad privada creaba unas nuevas condiciones económicas y sociales al permitir la acumulación ilimitada de riqueza, lo que hizo que el interés individual, entendido como la búsqueda del máximo beneficio y el atesoramiento de riquezas, pasase a ser el motor del desarrollo social y económico del país. Por medio del interés individual vinculado a la propiedad privada se impulsó el crecimiento económico y las correspondientes dinámicas productivistas que convergieron con el desarrollo y ampliación de los mercados, tanto nacionales como internacionales.

El Estado logró varios objetivos de un modo simultáneo mediante el reconocimiento de la propiedad privada: facilitar su labor fiscalizadora de la economía al generalizarse la propiedad privada individual, de manera que por cada propiedad había un único propietario, lo que hizo que las tareas de recaudación de impuestos fuese más eficaz al estar claro a quién le correspondía el pago de los tributos; unido a lo anterior al Estado le resultaba mucho más fácil tasar la riqueza nacional, y establecer impuestos; por otra parte, al incentivar el desarrollo económico por medio del crecimiento de la producción, propició el crecimiento del volumen de la riqueza nacional disponible en la economía, lo que repercutió en un aumento de la base tributaria del Estado con la que costear sus medios de dominación política y militar; como consecuencia del aumento de la riqueza se produjo la expansión del mercado y del comercio, y con ellos los ingresos fiscales del Estado también crecieron; asimismo, la propiedad privada dio lugar a la aparición del trabajo asalariado, y facilitó de este modo la monetización de las relaciones sociales y del conjunto de la economía, lo que, a su vez, también facilitó la labor recaudadora del Estado e incrementó su capacidad para movilizar recursos financieros más rápidamente; como corolario de todo lo anterior nos encontramos con la aparición y desarrollo de un pujante sector financiero representado por importantes firmas bancarias, siendo sus principales funciones la custodia de la riqueza nacional, la labor de crédito para el desarrollo económico e industrial, y la concesión de préstamos al Estado.

Así las cosas, la propiedad privada ha tenido como principal función histórica sentar las bases para el posterior desarrollo del sistema capitalista. En este sentido comprobamos que fue creada por el Estado tanto para su propio beneficio como para el de los propietarios. Gracias a ella las formas de producción económicas evolucionaron hacia el capitalismo, lo que simplemente facilitó la movilización de los recursos disponibles, el incremento de la riqueza en la economía y el aumento de los ingresos del Estado para apoyar su poder político-militar tanto en la esfera doméstica como en la internacional. La consecuencia de todo esto no fue otra que el trasvase de riqueza de manos del pueblo a manos de una minoría que pasó a acapararla, lo que supuso no sólo el incremento de las desigualdades sociales sino sobre todo un fortalecimiento de las jerarquías ya existentes. La propiedad privada, por tanto, ha sido, y todavía es, un instrumento con fines económicos al permitir el enriquecimiento de la clase propietaria y del Estado, pero también un instrumento con fines políticos al ser la base material del poder político-militar estatal. En el terreno social la propiedad privada ha servido para una remodelación del conjunto de la estructura social por medio del trabajo asalariado, y a través de este el reforzamiento de las relaciones de poder y de explotación que le son inherentes.

De todo lo anterior puede concluirse que cualquier aspiración emancipadora pasa necesariamente por la abolición de la propiedad privada y del trabajo asalariado que le es inherente. Pero esto sólo es posible a través de la abolición del Estado que es su principal creador y protector a través de su burocracia y sus cuerpos represivos. De esta manera, mediante la abolición de las bases de la desigualdad social y política, es como puede construirse una sociedad sin clases, libre e igualitaria, basada en la posesión común de la riqueza.


Esteban Vidal

viernes, noviembre 2

Un monstruo indestructible. Policía y orden público en el Estado español (siglos XIX – XX).




Nos encontramos ante un libro muy específico sobre una realidad muy universal. Todo el mundo sabe qué es la policía, y mucha gente tiene opiniones al respecto (más o menos elaboradas, más o menos acertadas). Sin embargo, muy poca gente conoce el origen de este cuerpo, su evolución, sus objetivos y dificultades. Nuño Negro intenta organizar y facilitar el acceso a un montón de información dispersa que a la mayoría nos pasa desapercibida.

Uno de los mayores triunfos de este sistema económico, político y social es hacernos creer que las cosas son así de manera prácticamente natural. Que a lo que hemos llegado como sociedad es lo lógico y lo mejor de entre las diferentes opciones. Eso se refleja en nuestra incapacidad general para ni tan siquiera ser capaces de imaginar cómo serían las cosas si fuesen diferentes. En ese sentido, el discurso oficial es totalitario, pues no deja espacio alguno para otras posibilidades, ni siquiera en la fantasía de los/as dominados/as.

¿Cómo sería un mundo sin policía? Es una pregunta capaz de colapsar cualquier mente, de hacer entrar en pánico a mucha gente. Pero la Historia tiene ese lado tan bonito de situarnos en un contínuo, complejo, y sacarnos de la excepcionalidad y el ombliguismo que nos inoculan. ¿Ha existido siempre la policía? Parecería que sí, que hacerse esa pregunta es como preguntarnos si siempre ha existido el agua o el aire. Pero la verdad es que no siempre existió. La policía hubo que inventarla, inventarla para algo, para algo bastante concreto. ¿Fue sencillo ese proceso de creación? ¿Cómo encajó la sociedad la aparición de ese nuevo actor que tendría un impacto tan grande en la vida común? ¿Quiénes eran esos que se volvían policías? ¿Ha sido el Estado siempre omnipotente? ¿Lo es ahora?

Este libro lo disfrutarán más quienes tengan ciertos conocimientos sobre la historia del Estado español, y quizá no sería mala idea mirar algo sobre los siglos XVIII, XIX y principios del XX antes de acometer su lectura. Detalles y matices pueden quedar fuera del alcance de quienes, como yo, no tenemos formación sobre el tema. Pero de lo que no cabe duda es de que es un libro que puede enriquecer mucho a cualquiera que lo lea y es precisamente por lo comentado más arriba: más que una ristra de fechas y datos (que también aparecen perfectamente documentadas), la potencia de este texto es la de ayudar a plantearnos algunas preguntas prohibidas y aproximarnos a algunas respuestas necesarias.

 Nuño Negro. Edita: Cuadernos de Contrahistoria. Aranjuez, enero de 2018.