No se puede escapar a la confusión que
envuelve a la noción de juego, desde el punto de vista léxico y desde el
punto de vista práctico, más que considerando los cambios que ha
sufrido. Tras padecer durante dos siglos la continua idealización de la
producción, las funciones sociales primitivas del juego se manifiestan
como supervivencias bastardas mezcladas con formas inferiores que
proceden directamente de las necesidades actuales de organización de
dicha producción. Al mismo tiempo, aparecen las tendencias progresistas
del juego en relación con el desarrollo de las fuerzas productivas.
Parece que la nueva fase de afirmación
del juego debe caracterizarse por (a desaparición de todo elemento
competitivo. La cuestión de ganar o perder, casi inseparable de la
actividad lúdica hasta ahora, está ligada a todas las demás
manifestaciones de tensión entre los individuos por la apropiación de
los bienes. La sensación de importancia de ganar en el juego, que
produce satisfacciones concretas a menudo ilusorias, es el producto
perverso de una sociedad perversa. Esta sensación es sencillamente
explotada por todas las formas conservadoras que se sirven del juego
para enmascarar la monotonía y la atrocidad de las condiciones de vida
que imponen. Basta pensar en las reivindicaciones que desvía el deporte
de competición, que se impone en su forma moderna en Gran Bretaña
precisamente con el desarrollo de las fábricas. No sólo los insensatos
se identifican con los jugadores profesionales o los equipos, que asumen
para ellos el mismo papel mítico que las estrellas de cine y los
hombres de estado que viven y deciden en su lugar; la interminable serie
de resultados de estas competiciones no deja de interesar a los
observadores. La participación directa en un juego, incluso en los que
requieren cierto ejercicio intelectual, pierde interés en cuanto hay que
aceptar la competición por sí misma en el marco de las reglas
establecidas. Nada muestra mejor el menosprecio contemporáneo que se
tiene hacia la idea de juego como la petulante afirmación que abre el
Breviario del ajedrez de Tartakower: “Se conoce universalmente al
ajedrez como el rey de los juegos”.
El elemento competitivo tendrá que
desaparecer para dejar paso a una concepción realmente colectiva del
juego: la creación en común de ambientes lúdicos elegidos. La separación
crucial que tenemos que superar es la que se establece entre juego y
vida corriente, que entiende el juego como una excepción aislada y
provisional. “En medio de la imperfección del mundo y de la confusión de
la vida”, escribe Johan Huizinga, “el juego realiza una perfección
témpora] y limitada”. La vida corriente, condicionada hasta ahora por el
problema de la subsistencia, puede ser dominada racionalmente —esta
posibilidad es el eje de todos los conflictos de nuestro tiempo— y el
juego ha de invadir la vida entera rompiendo radicalmente con un tiempo y
un espacio lúdicos limitados. No tendría como fin la perfección, al
menos en la medida en que dicha perfección suponga una construcción
estática opuesta a la vida. Pero puede proponerse llevar a la perfección
la bella confusión de la vida. El barroco, calificado por Eugenio d’Ors
como “vacación de la historia” para limitarlo definitivamente, y el más
allá organizado del barroco jugarán un gran papel en el reinado cercano
del ocio.
Desde esta perspectiva histórica, el
juego —la experimentación permanente de novedades lúdicas— no se
presenta en absoluto al margen de la ética y de la cuestión del sentido
de la vida. El único triunfo que puede concebirse en el juego es la
consecución inmediata de su ambiente y el aumento constante de sus
posibilidades. Aunque el juego no puede dejar completamente de lado un
perfil competitivo mientras coexista con los residuos de la fase de
decadencia, su meta debe ser al menos producir condiciones favorables
para la vida directa. En este sentido es todavía lucha y representación:
lucha por una vida ajustada a los deseos y representación concreta de
esa vida.
La existencia marginal del juego con
respecto a la abrumadora realidad del trabajo se experimenta como algo
ficticio, pero el trabajo de los situacionistas es precisamente la
preparación de futuras posibilidades lúdicas. Puede sentirse la
tentación de menospreciar a la Internacional situacionista al reconocer
fácilmente en ella algunos aspectos de un gran juego. “Pero ya hemos
observado”, dice Huizinga, “que ‘simplemente jugar’ no excluye en
absoluto la posibilidad de hacerlo con una seriedad extrema…”
Internacional Situacionista
Junio de 1958
Junio de 1958
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