Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, enero 31

Veinte años después de ‘El Club de la Lucha’ y el dilema de la pastilla roja y la pastilla azul


Lo que posees acabará poseyéndote” – El Club de la Lucha.

Hace veinte años, en 1999, los estudios de cine anglosajones vivieron una auténtica explosión de creatividad. El viejo milenio terminaba, empezaba una nueva era de modernidad y, con ella, se revolucionó el séptimo arte con títulos que marcarían una época: La milla verde, Las normas de la casa de la sidra, Magnolia, Eyes Wide Shut, American Beauty, El talento de Mr. Ripley, El sexto sentido, Vírgenes suicidas, Cómo ser John Malkovich, American pie, El proyecto de la bruja de Blair, South Park, Toy Story 2 y un largo etcétera. Pero ninguna película marcaría tanto al público durante las siguientes décadas como las dos joyas de ese año: Matrix y El Club de la Lucha.


Son dos filmes absolutamente excepcionales que, con un lenguaje muy diverso, nos transmiten un mensaje muy similar: todo es mentira. La primera es una película de ciencia ficción en la que las máquinas cultivan a los seres humanos como fuente de energía mientras sus cerebros se encuentran atrapados en un programa informático. Un mesías, Neo (Keanu Reaves), sigue a una mujer con un tatuaje de conejo blanca hasta dar con Morpheo, que le despertará de su letargo para ayudarle a que libere a la humanidad. La segunda es la historia de un joven treintañero –cuyo nombre desconocemos pero está interpretado por Edward Norton– desilusionado con la vida que desarrolla un amigo imaginario (sin conocer él que no se trata de una persona real, sino de su conciencia), llamado Tyler Durden (Brad Pitt) que le anima a transgredir las normas y a crear un club de la lucha para darse de hostias con otros tíos. La persona que crea es el arquetipo de hombre hipermasculinizado: guapo, musculado, chulo y que se hace. “Todo lo que siempre has querido ser, eso soy yo. Mi aspecto es el que te gustaría tener. Follo como te gustaría follar. Soy inteligente, capaz, y lo más importante, soy libre de todas las maneras que tú no lo eres”, le dice Tyler.
Pese a sus notables diferencias, el mensaje de ambas es que el mundo en el que vivimos es una enorme mentira. Y no sólo eso sino que, además, la única forma de acabar con esa mentira, de acceder a la realidad, es terriblemente traumática y requiere una gran violencia. Como apuntan en el podcast Todopoderosos, en cierto sentido, ambas obras son adaptaciones de la genial Alicia en el País de las Maravillas (Lewis Carroll, 1865), en tanto que la única forma de comprender nuestro entorno es seguir al conejo blanco, bajar al submundo y compararlo con el nuestro. Sólo así, rompiendo con lo establecido, comprenderemos nuestra realidad.

Tanto los protagonistas de Matrix como del Club de la Lucha son niños de treinta años, de clase media, que trabajan como oficinistas. Las cosas les vienen ya dadas, pero no les producen ninguna satisfacción. Trabajar y consumir sin cesar genera adultos inmaduros, con un desarrollo emocional truncado, eternamente descontentos, porque siempre quieren más.

La segunda de estas películas –basada en la novela homónima de Chuck Palahniuk, autor generalmente asociado con el nihilismo, en la que probablemente sea una de las mejores adaptaciones de la literatura al cine– es las más completa y las más compleja de las dos, ya que no sólo se limita a criticar la realidad, sino que carga las tintas contra el sistema capitalista y la sociedad de consumo.

El ataque contra la sociedad occidental consumista puede parecer tan evidente que roza la simpleza en ocasiones, llegando Brad Pitt a romper la cuarta pared y mirar directamente a la cámara y a espetar: “No sois vuestro trabajo. No sois vuestra cuenta corriente. No sois el coche que tenéis, ni el contenido de vuestra cartera. No sois vuestros pantalones. Sois la mierda cantante y danzante del mundo”. Pero su complejidad radica en el estilo poco complaciente y en el lenguaje tan directo. Es una película que mete el dedo en la llaga, que suelta verdades como puños y que deja a muchas espectadoras intranquilas en sus asientos, encajando golpe tras golpe.

Es difícil que quienes crecimos a finales del siglo pasado no nos identifiquemos con muchos de sus mensajes. “Tenemos empleos que odiamos para comprar cosas que no necesitamos”, dice un Tyler Durden que habla por toda una generación en El Club de la Lucha. “Crecimos con una televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock. Pero no lo seremos. Y poco a poco lo entendemos. Lo que hace que estemos muy cabreados”. Pura rabia ante el descubrimiento de que no somos especiales, sino gente normal y corriente. Por mucho champú especial que compremos, aunque decoremos nuestra casa con las últimas monerías de Ikea y nos compremos la ropa más nueva y guay, jamás destacaremos frente al resto. Y es que una de las principales críticas que hace la obra –tanto la novela como la peli– está dirigida al individualismo que impera en nuestra sociedad.
Lo que esta película muestra con gran maestría es que nuestra realidad no nos estimula, sino que nos entumece y, al igual que sucede en Matrix, nos convierte en simple ganado. “Sólo somos consumidores. El producto secundario de una obsesión con el nivel de vida”, añade Durden. Denuncia, además, que incluso nuestros cuerpos son productos de consumo (“la autoperfección es simple masturbación”, “folla por deporte, no por placer”), anticipándose en unos años al advenimiento de las redes sociales y la cultura del selfie y la adicción a los likes.

En Matrix la desprogramación comienza con la ingesta de la píldora roja. Morpheo le ofrece a Neo la posibilidad de tragarse la píldora azul y creerse la falsa realidad que le rodea, pero éste escoge la roja y se sumerge en un mundo de dolor y sufrimiento. “Si tomas la roja te quedarás en el país de las maravillas, y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos. Recuerda, lo único que te ofrezco es la verdad, nada más”, le había advertido Morpheo. Y la realidad duele.

En El Club de la Lucha esa ruptura con la realidad empieza con las peleas de hombres en sótanos oscuros. El protagonista interpretado por Edward Norton entendía que la mejor forma de expresar su ira era ejerciendo la violencia entre sus semejantes primero, y contra las grandes corporaciones después, pero desde un paradigma de violencia masculina, poco estratégica, aleatoria y arcaica. Y estas escenas cargadas de significación machista son precisamente las que han despertado algunas de las críticas más feroces desde algunas posturas de izquierdas y feministas. A través de los clubes de la lucha Tyler Durden va creando un ejército de hombres furiosos que lo quieren destrozar todo y obedecen ciegamente sus órdenes. Cuando uno de ellos muere en un accidente, todos repiten su nombre como robots. Estos autómatas hijos de su tiempo, crecidos en una sociedad alienante, encuentran refugio en los grupos que van formando, que sustituyen a las familias que son incapaces de atender a sus necesidades emotivas.

Pero muchas lecturas alternativas, incluidas las del propio director (David Fincher) interpretan la novela –que es terriblemente sarcástica de principio a fin– precisamente como un alegato contra estas actitudes. En un artículo titulado “El club de la lucha, 20 años malinterpretando un retrato de la masculinidad tóxica”, publicado por Francesc Miró, el autor establece que “ha costado veinte años que muchos analistas culturales -hombres en su mayoría- empiecen a leer en la película de David Fincher algo más que una sátira del capitalismo tardío. El filme podría ser también una magnífica reflexión sobre los peligros de la masculinidad tóxica”. Y así es, porque uno de los ejes centrales de la obra gira en torno a cachondearse del hombre moderno, frustrado porque siente que la sociedad occidental actual que satisface sus necesidades básicas le priva de su masculinidad, que añora la época en la que cazaba para comer y daba rienda suelta a su violencia “natural”.


El lavado de cerebro que Tyler le hace a sus soldados es una crítica a esa masculinidad tóxica, al militarismo y a la obediencia ciega a una autoridad que, a base de decirle verdades a sus seguidores, sustituye a unos opresores por otros. El único rayo de luz y positivismo lo pone el personaje de Marla Singer (interpretado por Helena Boham Carter), que es la única persona real y con criterio propio que se relaciona con el protagonista.

Efectivamente, la cinta oculta un mensaje transgresor, pero distinto del que se interpretó inicialmente. La película fue un auténtico fiasco en las salas de cine, destrozada por la crítica, pero convertida en objeto de culto en el mercado del DVD. Hubo una época en la que todos los centros sociales de nuestro entorno la proyectaban. Sin embargo, tanto Matrix (curiosamente, dirigida por dos mujeres trans) como El Club de la Lucha están siendo “recuperadas” y son objeto de adulación por la extrema derecha estadounidense (la Alt-Right), que está tratando de pervertir su mensaje, alegando que lo que estas obras buscan denunciar es cómo el feminismo busca emascular a los hombres y la rebelión de éstos contra la imposición de la “ideología de género” (usando el lenguaje de nuestra ultraderecha patria).

Pero esto no es así. Recordemos que en la última escena de El Club de la Lucha, cuando el personaje de Edward Norton, horrorizado por la oleada de violencia que ha desatado, igual de deshumanizante que el sistema contra el que lucha, se pega un tiro en la cabeza (“cuando tienes una pistola en la boca solo pronuncias las vocales”) para matar a Tyler. “La novela y la película son muy literales”, decía la periodista Marta Trivi en el podcast cultural Choquejuergas. “El tipo que tenemos que aspirar a ser nos hace mucho daño, nos está jodiendo la vida. El protagonista acaba por pegarse un tiro por esa masculinidad. Sabe que no va a poder ser feliz si no se deshace de ella”.
Pero la tremenda complejidad de la obra se hace patente a continuación, cuando el protagonista contempla junto a Marla Singer la explosión y caída del rascacielos que alberga la mayor entidad bancaria y financiera del mundo. Y, en ese momento, al ritmo de un tema de los Pixies, se cogen de la mano y contemplan con fascinación y esperanza el espectáculo. Porque aunque no quería que detonase la bomba fabricada con kilos de jabón casero, acción que delegó en su alter-ego Tyler, no puede evitar sentir un rayo de esperanza ante las posibilidades que se abren ante ellos. “Me has conocido en un momento muy extraño de mi vida”, le dice a Marla mientras sangra por la boca. Horror e ilusión a partes iguales. Una escena brillante.


lunes, enero 27

Odio a los árboles


Hay algo en mis paisanos que no deja de sorprenderme nunca: el desprecio –cuando no odio declarado– que muestran, en general, hacia los árboles. ¿Se han fijado en los pocos que quedan en nuestros pueblos? Menos aún desde que les dio por cubrir con hormigón sus plazas y alamedas, antaño frescas de tierra y cubiertas de inmensos árboles de sombra. Lo mismo en las ciudades, donde no se plantan más que frutales raquíticos. O en los bordes de carreteras y caminos, antes sombreados de álamos, olmos o cipreses, y en los que –con el pretexto de la seguridad vial– se taló absolutamente todo entre los años 70 y 80. Curiosamente, el (casi único) país donde se hizo fue este, el mismo que durante cinco meses al año vive bajo 30 y hasta 45 grados «a la sombra». Aunque no sé ya a la sombra de qué.

Digo esto tras escuchar a algunos vecinos de Cáceres o Plasencia pidiendo que se eliminen o sustituyan los árboles –últimamente la han tomado con los plátanos– de sus calles y plazas. El principal motivo son las alergias estacionales que provocan. Aunque en realidad no la provocan solo los plátanos sino la mayoría de árboles de sombra, pues todos polinizan con el viento, con lo que, a ser estrictos, habría que eliminarlos sin sustitución posible... Si no fuera porque, a cambio, y entre otras cosas, nos libran de la polución urbana, absorbiendo el dióxido de carbono que despiden los coches y ayudando a prevenir enfermedades mucho más graves para la salud de todos (incluyendo a los alérgicos).

Pero me temo que es inútil lo que se diga cuando lo que se tiene es tirria a los árboles. Si no lo creen, oigan el resto de «razones» que alegan los vecinos para arrancarlos. Una de ellas es que las ramas pueden caerse y hacer daño a las personas, luego –aplicando la misma regla– también deberíamos acabar con los vehículos –que pueden atropellarnos– y con los transeúntes –ya que pueden robarnos o agredirnos–. De hecho, apuesto a que hay más atropellos y agresiones que accidentes «por rama de árbol».

Otro «poderoso motivo» para acabar con árboles en muchos casos centenarios, es que sus raíces deforman el acerado. Un argumento que da risa si pensamos que en nuestras ciudades se levantan calles enteras una y mil veces para colocar o reparar cables, tuberías y otros cien enredos sin que nadie diga ni pío. ¿No habrá, por demás, soluciones técnicas para remediar el «enorme» perjuicio que supone que la raíz de un árbol levante unos adoquines? ¡Venga ya!

Hay otros pretextos entre los odiadores de árboles, como que no dejan pasar la luz (es decir: que dan sombra) o que ocupan espacio de aparcamiento (como si lo que sobraran no fueran coches). Pero el más ridículo de todos es el de que los árboles ensucian. Alucino, vecino. Y no porque este sea uno de los países con más guarros (con perdón) por kilómetro cuadrado (y no va por la cabaña porcina sino por los que aún no saben usar las papeleras o distinguir el campo de un vertedero); alucino por el curioso criterio estético de los que estiman que un paisaje otoñal no es más que basura, y el canto de los pájaros otra cosa que una fuente de excrementos sobre sus impolutos (y ruidosos y contaminantes) vehículos.

El filósofo de moda, Han, se equivoca. Mucho antes de que triunfara lo que él llama la «estética de lo pulido» (esa que de los edificios transparentes a la depilación integral va asemejándolo todo a una reluciente pantalla de móvil), el gusto hortera por el pelo engominado, el inmaculado salón de las visitas y el tenerlo todo como una patena era ya tendencia mundial entre cuñados y cuñadas, víctimas todos de ese mismo horror apolíneo a lo vivo del que cubre de cemento plazas y paseos y que, si pudiera, alicataba también el mar y dejaba el Amazonas liso y oliendo a Mr. Proper. ¿Será todo por esa magnética belleza que dicen que tienen los desiertos? Ni idea. Pero en la imaginación de mis paisanos el paraíso ya no tiene árboles –esos que con sagrados o profanos motivos han adorado todas las culturas– sino una inmensa superficie de hormigón con un parking debajo. Para que los coches –al menos ellos– estén eternamente fresquitos. ¿No es para colgarse? Aunque sea de una farola.


Víctor Bermúdez

viernes, enero 24

Abolir las prisiones


En el marco de las distintas huelgas de hambre y trabajo que se están dando en las cárceles a lo largo y ancho de todo el mundo hablar de la necesidad de abolir la prisión se antoja necesario, solo sea como muestra de acompañamiento desde «a fuera» a esas maravillosas muestras de resistencia.

Abolir significa, de acuerdo al diccionario, derogar o dejar sin vigencia una ley, precepto o costumbre. La realidad es que la necesidad de abolir determinadas normas de hecho o de derecho ha surgido constantemente frente a diferentes prácticas sociales existentes a lo largo de la Historia más reciente. En concreto, nace la definición del abolicionismo como una ideología y un movimiento social, cuando se refiere al abolicionismo de la esclavización. Es después, en los años 60 y 70 del siglo pasado cuando el concepto del abolicionismo empieza a utilizarse en Europa para hablar de un movimiento centrado especialmente en la eliminación de las prisiones en los años 60 y 70 del siglo pasado.

La prisión es una de las maquinarias con las que cuenta el Estado para el control social y el mantenimiento del orden. Una institución que si bien no es la única sanción, sí es la principal en términos simbólicos y estadísticos. Es por ello que mencionar todos los argumentos en relación a la abolición de las prisiones desarrollados en el tiempo sobrepasa en mucho líneas si bien es preciso mencionar los principales.

Cuando se defiende la necesidad de abolir las prisiones se ha por considerar que las cárceles son insostenibles en términos morales y humanos:

En primer lugar porque la prisión no cumple con las finalidades de la pena que ofrecen para su justificación: prevención general negativa, prevención general positiva y reeducación. Sin embargo, sí es un fantástico contenedor humano, un eficaz instrumento de control de la pobreza, de estigmatización, de disciplinamiento de toda la sociedad y de mantenimiento del capitalismo y patriarcado.

La prisión afecta a innumerables derechos fundamentales de todo ser humano, no solo a la libertad. Además desde distintas investigaciones ha quedado más que demostrado los innumerables efectos psicosomáticos del encarcelamiento (irreversibles si el encierro supera los 15 años). También se conoce el efecto criminógeno de la propia institución o la explotación laboral que se da en ella, así como las situaciones de violencia estructural y otras directas (como por ejemplo malos tratos y torturas) que se dan en el seno de la prisión.

Con esto hubo autores como Louk Hulsman quien escribió junto con Jaqueline Bernat de Célis la obra Sistema penal y seguridad ciudadana, en la que planteaban la abolición del sistema penal en su totalidad. Entre otras cosas se basaba su propuesta en la inconveniencia de esta estructura de castigo por tres motivos fundamentales: crea un sufrimiento innecesario, roba el conflicto a las partes y es difícilmente controlable.

Desde entonces las críticas a la prisión y la necesidad de plantear modelo de intervención en la justicia penal que no pasen por el juzgamiento se están expresando de distintos modos por personas expertas, círculos de personas que trabajan en torno a la prisión y con colectivos de víctimas.

Es firme la convicción de que si miramos al futuro, la prisión debe desaparecer, como lo sostuvieron otras personas en el pasado para el día de hoy. Sin embargo, nada de esto ha sucedido. Probablemente haya sido así porque la única forma de que estas estructuras penales desaparezcan es que se dé un cambio total y generalizado en nuestra sociedad. Una transformación radical consistente en abandonar la cultura del castigo: no acudir al castigo en ningún ámbito (ni estatal, ni familiar, ni escolar, ni interpersonal) para buscar generar cambios sociales. La propuesta no es no dar respuesta a los abusos y violencias estructurales. Al contrario, se trata de tomarlas tan en serio que no se reduzcan al absurdo dispositivo del castigo.

En conclusión, y retomando en todo caso los esfuerzos de todas las demás formas de abolicionismo, debe irse más allá de la abolición del sistema penal, debemos avanzar un poco más, o un poco más atrás, más cerca de la raíz, hasta la abolición de la idea misma del castigo y por tanto de la cultura del castigo. Consideramos insuficiente trabajar por la eliminación de una sola de las manifestaciones del castigo: la prisión, o por la de la representación estatal de esa cultura: el sistema punitivo y de Justicia penal, pues sabemos que para que algo se destruya realmente, la mejor alternativa es atacar sus fundamentos esenciales. Esta es la única manera de evitar que se reproduzca de nuevo aunque sea bajo formas superficialmente distintas.

Solo luchando por la abolición del lugar de creación del dolor legal, el movimiento abolicionista podrá permitir a toda la humanidad volver a dar un sentido a la experiencia íntima del dolor. No hay que esperar a que tengamos una sociedad perfecta para que no existan las prisiones, al contrario: abolirla es necesario para que esa nueva sociedad se realice en mejores condiciones de vida. Y lo contrario: no debemos esperar a tener una sociedad perfecta para entonces eliminar la prisión, el encierro de la personas, es una de las imperfecciones más profundas que tiene en sus entrañas.

Hemos de pensar y concluir que su eliminación nos permitiría avanzar más rápida y dignamente a esa otra sociedad. Mientras no seamos capaces de eso, las resistencias dentro y fuera de las prisiones para no permitir avanzar al retroceso en derechos y a la explotación galopante dentro de las prisiones son el mínimo indispensable. En el Estado Español, básicamente, lo que desde el colectivo Presxs en Lucha se pide es: 1) El fin de las torturas, agresiones y tratos crueles, inhumanos y degradantes; 2) la erradicación de los FIES, abolición del llamado «régimen especial» de castigo y cierre absoluto de los departamentos de aislamiento; 3) el fin de la dispersión; 4) que los servicios médicos no estén adscritos a Instituciones Penitenciarias, sino que sean independientes de ellas, para que las personas presas reciban los mismos tratamientos que la gente de la calle; 5) la libertad de las personas presas enfermas crónicas, sin que exista el requerimiento de que entren en fase terminal; 6) que a las personas con enfermedad mental se les trate adecuadamente en lugares apropiados para ello y no en las cárceles, y mucho menos en régimen cerrado o en aislamiento; 7) que los «programas» con metadona, tratamientos psiquiátricos, etc vayan acompañados de grupos de apoyo, psicólogos, terapeutas, entre otros profesionales independientes de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias; 8) la investigación de todas las muertes que se dan en las cárceles; 9) accesos formativos y culturales a todas las personas presas; 10) que los «módulos de respeto« no sean utilizados como escaparates, para pasear a los visitantes; 11) que se deje de cachear integralmente a las familias y amistades visitantes; 12) y la no criminalización de la solidaridad entre personas presas; 13) limitación al mínimo posible del tiempo de las condenas. Deesaparición de la cadena perpetua encubierta que existe desde siempre para lxs presxs que tienen varios bloques de condenas entre los que no existe «conexidad», 14) fin de la situación de indefensión jurídica que padecemos las personas presas en las cárceles del Estado español.

Nuestra máxima solidaridad con las más de 11 millones de personas encerradas hoy en el mundo. Solo esta cifra, que nunca antes fue tan alta, permite criticar los espacios de encierro por ser aberrantes pero también invita a su abolición por ser una urgencia humanitaria.


Paz Francés*

*Autora junto con Diana Restrepo del libro de reciente publicación ¿Se puede terminar con la prisión?

martes, enero 21

Soñar hacia atrás


No sé si aquel libro era de mi padre o de mi madre pero lo recuerdo muy bien. Con colores muy vivos, viñeta tras viñeta, aquellas páginas gastadas enseñaban el comportamiento correcto frente a muchas situaciones. Dejar sentar una persona mayor en el transporte público, comer con la boca cerrada, no pronunciar “palabras soeces”, guardar puntualidad, etc. En mi recién estrenado cerebro cada una de estas normas de buena conducta encontraron un lugar donde anidar. Y no protesto por ello, protesto porque introdujeron en mí, muy sutilmente, otra idea que bastante me ha costado des-aprender. El libro se llamaba Las normas de la buena urbanidad. Y me consta que eso ocurría en el resto de hogares de mi generación mientras un deseo se propagaba por toda nuestra clase trabajadora: que el progreso (y las hipotecas) llevaran a nuestros padres a poder comprar una segunda vivienda en una urbanización de las muchas que surgían por todo el territorio. Es decir, ser “ciudadanos” de provecho con maravillosos fines de semana pasaba precisamente por eso, por la idealización de la urbanidad y la urbanización, todo lo demás era atrasado y “pueblerino”.

En este mismo medio, con los artículos Los Comunales, una piedra y un pescado y Ruralismo o Barbarie expliqué, en el primero, la necesidad de recuperar manejos colectivos de bienes comunes; y en el segundo, cómo la distancia (física y mental) de la población urbana con la producción de alimentos nos hace más frágiles ante los tejemanejes de las grandes corporaciones y más torpes frente a los desafíos de emergencia climática actuales. Con esta tercera pieza quiero abrir nuevos elementos en favor de la cultura rural o el ruralismo. ¿Y no será –podéis pensar muchas de vosotras– que estás exagerando en esta idealización rural? Cierto, es una mirada atávica en favor de comportamientos revolucionarios hoy, sin olvidar muchos otros nada admirables como el machismo o el caciquismo.

Normalmente, cuando se habla bien de la ruralidad es para poner en valor la libertad alcanzada viviendo cerca de lo natural, del aire limpio, lejos de los ruidos o la libertad conseguida gracias al alejamiento de los mecanismos de la esclavitud laboral; la práctica campesina, frente a las rutinas de las fábricas o las rápidas respuestas de Google, se reivindica también como un ejercicio de creatividad; igual que el trabajo artesano se enaltece en contraposición con el sedentarismo de la ciudad y sus trabajos mecánicos o mentales… Pero el acercamiento al ruralismo que defiendo es aquel que, sobre todo, puede funcionar como un puente para llevar al ser humano a recuperar sus vínculos sagrados con la tierra y evitar la inminente barbarie.

Exactamente como en el libro El Mapa Secreto del Bosque, donde Jordi Soler recoge algunas ideas del pensamiento de su compatriota mexicano Octavio Paz, crítico con el progreso basado en los avances de la ciencia y la tecnología, es decir con la modernidad. Para el poeta, este progreso debe ser combatido con un regreso: “Hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba”. Ninguno de los dos escritores habla de volver a las cavernas, sino que nos invitan a conectar con el ser vivo que somos, una pieza más de un entramado complejo llamado Naturaleza, Planeta, PachaMama o Vida… Jordi Soler, muy inspirador, presenta en el libro fórmulas para esa reconexión, como los pensamientos caminados, el erotismo o la propia poesía. Añadamos la ruralidad.

Los análisis ecofeministas explican muy bien cómo nuestra sociedad ha olvidado los límites físicos de nuestra casa común y cómo ignoramos o ridiculizamos las relaciones de ecodependencia e interdependencia. En este mismo sentido, podemos decir que nuestra modernidad actual ha roto con lo ritmos de la tierra. Aupadas en una superioridad de la razón, las sociedades modernas occidentales han sustituido el sentimiento de pertenencia por el sentimiento de propiedad. Con las gafas de la ruralidad, siguiendo el símil feminista, se observa rápidamente que esta posición de dominio nos lleva al suicidio, pues nos hemos saltado las sencillas y claras normas de la vida en la Tierra. Ha sido suficiente con pocos años de industrialización para dejar de tratar a la tierra como madre nutricia, con infinita capacidad reproductiva, para pasar a tratarla como un sustrato inerte donde producir dividendos (en castellano, la diferencia entre las palabras tierra y suelo es muy clara). Qué gran idiotez el derribo de masías o alquerías para dejar paso a polígonos o autopistas, qué harakiri envenenar la tierra con pesticidas, qué locura modificar semillas genéticamente y hacerles perder su capacidad reproductiva. El falso mito de la producción desplazando al milagro de la reproducción. Nadie en su sana ruralidad, habiendo heredado miles de semillas cuidadas, cultivadas, cosechadas y de nuevo sembradas, aceptaría tal sacrilegio. Nadie, en su sana ruralidad, deja que algo tan complejo como la reproducción de la vida se pretenda resolver en manos del capital.

La violación continuada de la tierra tiene muchas justificaciones, entre ellas, la satisfacción de los deseos. Muchos ensayos han descrito cómo buena parte de estas nuevas ‘necesidades’ han sido creadas, no son reales. En cualquier caso, el ejercicio de depredación consumidora que la publicidad provoca en nosotras, en nuestros tiempos, se acompaña de la inmediatez. Con un movimiento de dedo, un clic, el producto deseado ya está saliendo de China y, montado en primera clase contaminante, llegará a nuestro poder en menos que canta un gallo. Como aprendiz de hortelano, no juzgo el derecho a satisfacer un deseo, juzgo el derecho a lo inmediato. Recoger una semilla, dedicarle mil cuidados para convertirla en los frutos que llevarse a la boca varios meses después, es un ejercicio que bebe continuamente del deseo. La vida transcurre en los placenteros momentos de un interminable prolegómeno.

Dice Pierre Rabhi, campesino argelino, que la verdadera educación debería ante todo hacer conscientes a las personas jóvenes de la necesidad de volver a lo sagrado de la naturaleza. Si un libro de ‘instrucciones’ pudiera contribuir propongo que se llamara ‘La Buena Ruralidad’.


Revista CTXT. Gustavo Duch, 23 de diciembre 2019 

sábado, enero 18

Cine e ideología: Las distopías ante el fin del mundo capitalista


La industria del cine y la política

¿Cuáles son las últimas series y películas que has visto en los últimos años? Probablemente, entre vuestras respuestas se encuentren títulos como Blackmirror, El cuento de la criada, Westworld o The Walking dead. Todas ellas, grandes producciones, gozan de gran popularidad en plataformas como Netflix y HBO. Las distopías están de moda. Si indagamos en otras productoras audiovisuales, encontramos que, incluso Disney cuenta con la suya propia: Wall-E, dirigida a los más pequeños; así como, destinada a los adolescentes, la productora Lionsgate nos ofrece Los juegos del hambre. Desde Japón, adentrándonos en el mundo anime, podemos disfrutar de Psycho-pass. Tampoco el panorama nacional está exento de distopías, el director José Luís Cuerda ha dedicado su última película Tiempo después a este género, así como A3media está a punto de estrenar La valla. Finalmente, incluso la gran pantalla ha rescatado títulos como Blade runner o Mad max.

Podríamos pensar que la industria cinematográfica ha encontrado otro filón televisivo que exprimir económicamente, ya que, como hemos visto, actualmente estamos hiperestimulados con material audiovisual de tema distópico. Si nos preguntamos por qué, recibimos una rápida respuesta: el mundo en el que vivimos no es muy esperanzador. Pero analicemos más profundamente:

La industria del cine y la televisión, en su versión más comercial, nunca está despolitizada. Siempre existe un interés que la promueve, un interés que se proyecta de arriba a abajo. Basta recapitular en la historia: el cine anticomunista de la guerra fría con obras como Doctor Zhivago (basado en la novela de Borís Pasternak) o el cine de robótica y ciencia-ficción que nos preparó para ser una sociedad que aceptara la implantación de la tecnología en el día a día, con entusiasmo, como bien demandaba el mercado de trabajo. Ejemplos de ello podrían ser El coche fantástico o Regreso al futuro; el cine de emprendedores como En busca de la felicidad o Joy: el nombre del éxito que extiende la ideología neoliberal de la falsa meritocracia, así como un cine que nos relata las hazañas de multimillonarios y falsos filántropos como Steve Jobs: Una última cosa. Finalmente, en un momento de crisis sistémica, cuando las tensiones entre el hegemón mundial, EEUU, y su aspirante al trono, China, se recrudecen con las sanciones de Trump a Huawei, aparece el último bombazo de HBO Chernobyl, una serie que pretende recordarnos la tragedia ocurrida en Ucrania durante 1986, desde una óptica y narrativa descaradamente anticomunista, propia de la guerra fría. Todos estos ejemplos han procurado generar opinión social. Si nos centramos exclusivamente en la guerra fría, vemos como la labor del cine con propaganda anticomunista en las últimas décadas ha provocado cambios como el que se representa en la gráfica:

Distopías en el momento presente

Una vez comprendida la función performativa del cine, cabe preguntarnos, ¿de dónde nace este interés creciente por las distopías, de una incomprensión colectiva ante un futuro incierto o, más bien, de una industria con fines políticos y propagandísticos?

El futuro siempre será algo incierto, de hecho, si de algo nos informan las predicciones es de las condiciones del presente, no es casualidad que la obra magna de George Orwell, 1984, se escribiera durante la reconstrucción de una Europa que en menos de medio siglo había sufrido dos guerras mundiales. Actualmente, es lógico que la opinión social, occidental, se torne pesimista: desde un punto de vista ecológico, el sistema capitalista ha chocado de frente con los límites materiales del planeta. Vivimos rodeados de plástico, los casquetes polares están derritiéndose y la escasez de agua junto al aumento de las temperaturas predicen un panorama catastrófico. Películas como Mad max son el presagio de hacía donde nos puede llevar esta situación. En lo económico presenciamos la mayor desigualdad del reparto de la riqueza de la historia, según Oxfam el 0,7% de la población mundial posee el 45,2% de la riqueza global. Los juegos del hambre y su sociedad organizada entorno a capitolio-distritos son muestra de ello. En el plano político, presenciamos una deriva hacia la extrema derecha, ante la incapacidad de comprender y predecir nuestro mundo, opciones como Trump, Bolsonaro o Salvini se muestran como respuestas atractivas. Pareciera que a pesar de tener muchísima información hubiéramos tocado techo: guerras que generan millones de refugiados, desigualdades de raza, de clase, de género… Todo esto, porque, ante todo, lo material es la base de nuestro sistema socio-económico. El cuento de la criada cumple todas estas premisas, sobre todo en género, se nos presenta Gilead como una alternativa ecofascista de lo más aterradora. Por último, nos topamos con la combinación valores-tecnología. Los avances de las últimas décadas han sido enormes, tanto en lo positivo como en lo negativo: desde impresoras 3D que prometen crear comida, ropa o edificios en tiempos record, hasta sistemas de reconocimiento facial que ponen en riesgo nuestra privacidad. Por ello, no podemos evitar preguntarnos: ¿Sabremos darle un buen uso? ¿Contribuirá a mejorar la vida? Si echamos un vistazo a capítulos de Blackmirror, Westworld o Psycho-pass, veremos como el abuso de la tecnológica relega la vida a un segundo plano, con el fin de mantener un sistema económico. Lo cual puede llegar a provocarnos un eterno escalofrío.

En un contexto como el que acabamos de analizar, no es de extrañar que nuestras series favoritas estén impregnadas de una ideología política con fines propagandísticos. La necesidad política de crear una opinión social que adapte nuestra sociedad a los cambios venideros se presenta imprescindible. ¿Cómo? Mediante tres maniobras performativas:

En primer lugar, ofrecernos una explicación a la actual situación de crisis (económica, social, ecológica…) en la cual la responsabilidad es individual, no sistémica. Un discurso similar al de las élites económicas ante la última crisis financiera en España: los culpables de la crisis son los individuos que han vivido por encima de sus posibilidades, no el sistema que ha promovido esas tendencias. En segundo lugar, la normalización de situaciones poco deseables para cualquier ser humano, como los recortes de derechos, la precarización, la desigualdad económica, nuevos hábitos de consumo consecuencia de la escasez… Dicha normalización se produce mediante la constante lluvia de imágenes de situaciones concretas. Por ejemplo, la primera vez que los informativos nos mostraron imágenes de un naufragio de pateras en el mediterráneo nos consternó, revolvió e indignó, hasta que poco a poco, imagen tras imagen y día tras día, somos capaces de mirar esos sucesos como naturales. Otro ejemplo paradigmático podría ser la creciente publicidad de los productos alimenticios basados en insectos, así como los ecofriendly, las dietas vegetarianas o veganas… es posible que en el futuro, una parte de la población cambie sus hábitos, pero dicho cambio no será producido por una cuestión de valores (ecologismo, conciencia animal…) sino más bien por una cuestión de clase inducida. Nuestras elites seguirán disfrutando de su despilfarro habitual. En tercer y último lugar, eliminar la idea de que otros futuros son posibles. Cada alternativa al futuro que se nos ofrece es diferente, pero todas tienen algo en común: la pérdida de nuestras libertades. Pareciera que se pretende extirpar las utopías de la psique colectiva.

Pensar las utopías: la crisis como una ventana de oportunidad

Toda crisis implica el cuestionamiento de un sistema, ya sea en su ámbito material o inmaterial. Ante la posible situación de colapso que se nos presenta, la óptica desde la que observemos puede marcar la diferencia, podemos limitarnos a ser meros analistas de un presente turbio que se ennegrece cada segundo, o, por el contrario, ver en dicho colapso una oportunidad, el contexto ideal para pensar utopías. Empecemos por plantearnos qué significado queremos darle a la palabra utopía. Cualquier persona, imagina todos los días un futuro maravilloso. El problema reside en el abismo que separa su propia realidad de dicho futuro, asumido como un imposible. Llegados a este punto, resulta inevitable recordar una conversación de la serie Mad Men ambientada en la década de los sesenta: Rachel Menken, relata a Donald Draper cómo en la universidad estudió la etimología de la palabra utopía. Los griegos tenían dos palabras eutopos que significa “buen lugar” y utopos que significa “lugar imposible”. Si bien estamos acostumbrados a utilizar la palabra utopía como una idea bonita pero imposible, aprovechando esta coyuntura, instauraremos como significado principal “el buen lugar”. De modo que no solo imaginaremos lugares futuros preciosos, sino que, estructuraremos cuáles van a ser los pasos para llegar hasta allí.

Resultaría genuino que, de repente, aparecieran producciones con nuestros y nuestras directoras, actrices y demás profesionales de la industria cinematográfica realizando una serie sobre cómo la humanidad lucha a contrarreloj contra el cambio climático, implantando medidas diferentes en todos los lugares del mundo; películas sobre cómo la conciencia social (de clase, de raza, de género, de orientación, animalista, ecologista…) se planta frente a un sistema económico dañino para la inmensa mayoría de la población mundial y comienza a darle prioridad a la vida, dejando de lado las finanzas, buscando un mundo en el que todas y todos tenemos la misma valía como seres. Protagonistas que nos guíen por el camino que hemos de recorrer y que nos conciencien de la importancia y el trasfondo de nuestros pasos.


Teresa Cabrera Sánchez y Hugo Cuevas Soria.
@TcsAmelie y @CusoHugo

Fuente: https://www.revistatorpedo.com/numero-5-fin-mundo-ensayo-teresa-cabrera-hugo-cuevas-distopias/

miércoles, enero 15

España, verano de 1936

Allí estalló la cólera funesta
del capital en armas, masacrando
la esperanza en raíz con un nefando
encubrimiento en religión que apesta.

Cómo cantar los hitos de la gesta
del pueblo en armas, libre, derrotando
a la bestia feroz y eliminando
la sucia explotación que el mundo infesta.

Aquel tiempo pasó, nada es posible.
Y qué sentido tiene nuestra vida
viendo la alta quimera derruida
y seco el manantial imprescindible.

Olvidar no es posible y nos tortura
la conciencia arrojada a la basura.

 Jesús Aller. Los libros muertos. Ed. KRK. 2019

jueves, enero 9

El Estado opresor es un macho violador

Este 25 de noviembre las activistas chilenas nos sorprendieron al mundo entero con su acción “Un violador en tu camino”.

En el Estado español la fecha del 25N había sido hasta hace poco un evento prácticamente minoritario, no fue hasta el estallido del movimiento feminista de estos dos últimos años, que las españolas salieran en masa a reivindicarse contra la violencia sexual, conmemorando el crimen de Las Hermanas Mirabal. No estamos seguras de la dimensión y el alcance de esta fecha concreta en otros territorios. Lo que sí podemos afirmar es la contundente, certera y extraordinaria acción propuesta por Lastesis en Chile y la inmensa acogida a escala mundial. “Un Violador en tu Camino” se ha convertido en el himno reivindicativo de las mujeres del mundo contra la violencia sexual.

Lastesis, nombre con el que le han dado vida al proyecto teatral feminista, se apoyan justamente en las tesis feministas e intentan darle un soporte audiovisual para extender las teorías feministas lo más posible. Así es como venían trabajando desde hace bastante tiempo en una pieza performativa en torno a la violencia que se ejerce contra las mujeres por el hecho de ser mujeres.

Con el estallido de las revueltas de Chile, tuvieron que apartar el proyecto porque urgía salir a las calles, pero al mes de cumplirse el estallido social y con un poco más calma y organización, no dudaron en adaptar el proyecto que habían dejado aparcado, a una pequeña acción que señale y evidencie la brutalidad sexual que estaban denunciando las mujeres en las detenciones que sufrían tras las propuestas.

Según la ONG Human Rights Watch existen, con sólidas evidencias, denuncias realmente graves, tanto por el uso excesivo de fuerza contra las personas que circulan sin más por las calles y a los mismos manifestantes, así como abusos durante la detención a los propios manifestantes, como palizas brutales y abusos sexuales en su gran mayoría a mujeres, pero también se han registrado casos a hombres. “En las protestas existe la posibilidad de que te torturen, te desnuden o te violen”, señalan Lastesis al El País.

Uno de los casos más impactantes dentro de las protestas en Chile fue el de la mimo Daniela Carrasco, que apareció muerta después de ser detenida por los propios carabineros. También sobrecogió el asesinato de la fotoperiodista Albertina Martínez Burgos en Santiago, que había estado retratando las protestas y la represión que ejercen los pacos (policía) durante en las mismas.


“Un Violador en tu Camino” muestra y evidencia de forma muy sencilla, pero con enorme contundencia, las distintas formas de violencia que se puede ejercer sobre el cuerpo de las mujeres, así las sentadillas que realizan al son de la letra “el femicidio” “impunidad para el asesino” muestran una de las formas que tienen los carabineros de denigrar a las mujeres en comisaría, a las que desnudan y exigen hagan sentadillas.

También es importante señalar que una de las estrofas de la canción, es un extracto del himno de los carabineros de Chile.Está fuera de lugar decir que la policía chilena vela por el sueño de las mujeres, por eso los citamos, para evidenciar la contradicción, como una ironía”, comentan las chilenas. Se trata de la quinta estrofa del himno del cuerpo armado: «Duerme tranquila, niña inocente, sin preocuparte del bandolero, que por tu sueño dulce y sonriente vela tu amante carabinero”.

Pero lo más impresionante de esta acción ha sido la viralidad a escala mundial y cómo la misma se ha replicado en infinidad de lugares: Alemania; Argentina; Brasil; Colombia; Costa Rica; Cuba; Ecuador; El Salvador; Estado Español; EEUU; Francia; Guatemala; Gracia; India; Italia; Japón; Kenia; Líbano; México; Nicaragua; Panamá; Paraguay; Perú; Inglaterra; Suiza; Túnez; Turquía; Uruguay; Venezuela; Portugal. La réplica en tanto lugar del mundo no es otra cosa que una acción feminista internacionalista que evidencia la violencia sexual que sufrimos las mujeres por el hecho de serlo. Esto obviamente no es nuevo, justamente las tesis de la violencia sexual contra las mujeres llevan algún tiempo (bastante poco en realidad) elaborándose.

 La policía turca reprime a feministas que entonaban la canción de Las Tesis "Un violador en tu camino".

Vídeo:
  https://twitter.com/i/status/1203808379975671809

 En el plano judicial recién en el año 2008, el Consejo de Seguridad de la ONU adoptó la Resolución 1820, que indicaba que: la violación y otras formas de violencia sexual pueden constituir crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad o un acto constitutivo de genocidio. En el campo teórico quizás la que más resuene sea la antropóloga Rita Segato y aunque sea menos conocida también hemos de mencionar a Gayle Rubin. Pero por primera vez en la historia hemos sido las mujeres, las reales, las de las calles, los campos, las montañas, las del norte y las del sur, las del este y el oeste, las que hemos dicho alto y claro: “El violador eres tú, son los jueces, los maderos, el presidente, EL ESTADO OPRESOR ES UN MACHO VIOLADOR”.

"Y la culpa no era mía,
Ni dónde estaba,
Ni cómo vestía
El violador eras tú
El violador eres tú
Son los pacos
Los jueces
El estado
El presidente"

Madrid exclama

Vídeo:
 "Y la culpa no era mía, Ni dónde estaba, Ni cómo vestía El violador eras tú El violador eres tú Son los pacos Los jueces El estado El presidente" Madrid exclama #ElVioladorEresTu 


                     Extraído de https://www.todoporhacer.org/

lunes, enero 6

El laberinto latinoamericano: sociedades en movimiento frenadas por la violencia de Estado


En el pasado número hablábamos de que América Latina estaba levantándose y el mundo miraba a otro lado. En este mes han continuado algunos de los conflictos abiertos como en Chile, amenazando con extenderse en tiempo y en intensidad la lucha popular. También han estallado otros nuevos, como el golpe de Estado en Bolivia, que ya apuntábamos que pudiera ser el siguiente polvorín donde se desataran violencias contra el pueblo tras las elecciones presidenciales.

Cuando miramos a América Latina desde Europa muchas veces lo hacemos desde la romantización social y cultural, y en otros muchos niveles, aplicando una buena dosis de guevarismo panamericano. De esta manera leemos las coyunturas políticas en una clave que a veces no corresponde a la compleja realidad latinoamericana, infantilizamos a sus poblaciones y endiosamos personajes progresistas. La negra sombra estadounidense siempre está detrás de la compleja partida de ajedrez en suelo americano, y sin embargo no todo vale afirmando: ¡qué terribles son los yankees y sus garras contra América Latina!’. Un cliché que reduce la confrontación social a la amenaza de un enemigo externo, e impide la consolidación de un movimiento popular fuerte contra cualquier clase de corporativismo autoritario interno. La realidad en Latinoamérica es que desde finales de los años 90 se está llevando a cabo un proceso de consolidación de una clase media consumidora dentro de la lógica del capitalismo global. Mientras que al mismo tiempo se ponen en marcha fuertes economías de extractivismo, que no es más que la acumulación de riqueza por robo y despojo, vinculado a la destrucción del tejido social. Esta estrategia se hace aplicando políticas económicas neoliberales con diversas tácticas; pero sobre todo enajenando por la fuerza a las poblaciones sus territorios y la capacidad de sobrevivir por sus propios medios.

La lectura macropolítica que podemos hacer en estas dos décadas del siglo XXI en Latinoamérica sigue siendo dicotómica; y si bien la lucha es de clases sociales no significa que no haya que tener en cuenta más elementos. A nivel internacional podemos comprobar la tendencia de gobiernos derechistas herederos de una tradición autoritaria reminiscencia de viejas dictaduras aplicando un puño de hierro implacable y criminal. Por otro lado, encontramos gobiernos progresistas que si bien comienzan su andadura hechizando a movimientos sociales izquierdistas, se convierten en piezas fundamentales de las reformas neoliberales dulcificadas. De esta manera algunos países que han tenido o tienen experiencias de gobiernos de este segundo tipo como bien pudieran representarlo Evo Morales, Rafael Correa, Lula Da Silva, o López Obrador, son un potente desactivador de la oposición desde abajo y a la izquierda. Quizá algunas voces pudieran incluir un factor nada rechazable, y es que las expectativas ideales de emancipación de los pueblos en América chocan de frente con una realidad global que las supera en sí misma; pero eso no les da a estos gobiernos progresistas la legitimidad para cualquier acción sin una crítica y un descontento popular.

Un golpe contra los pueblos en Bolivia

El caso boliviano es reflejo de esto que venimos comentando porque retrata esta segunda cara de los conflictos en Latinoamérica, y su difusión mediática en el resto del mundo con claras manipulaciones y apoyo a los sectores más reaccionarios. Cuando un conflicto social como resultado de la confrontación económica de clases (el paquete de medidas del FMI en Ecuador, o la subida de la tarifa del metro en Chile) estalla en un país gobernado por la derecha tenemos bien claras nuestras posiciones. Sin embargo, cuando el conflicto estalla por una cuestión de política institucional, con intereses geoestratégicos internacionales complejos, y un presidente que en la década pasada fue progresista pero ya no representa a los movimientos populares; nuestra posición bascula entre la confusión y la rabia. Una cuestión es evidente, y es que cuando el pueblo sufre a manos de fuerzas represivas estatales y la amenaza de un autoritarismo racista y ultraderechista, debemos tener bien claro quién es el sujeto político revolucionario a defender.

Los movimientos sociales indigenistas y colectivos anticapitalistas bolivianos hace ya tiempo dejaron de creer en las bondades del gobierno presidido por Evo Morales. Si bien los indicadores de mejoras sociales fueron irreprochables durante sus primeros años desde 2006, varias cuestiones generaron un cisma entre esta oposición anticapitalista y el primer presidente indígena de Bolivia. La ruptura con las comunidades indígenas precisamente es conocida desde hace ya tiempo por su proyecto de ley para ampliar la frontera agrícola en zona natural, y el permiso de los fuegos para eliminar bosque para ser habilitado como territorio agrícola o de plantación. Por otro lado, la creación de una nueva oligarquía de poder ha facilitado la aparición de corrupción en los niveles medios y altos del gobierno. Además, Evo Morales decidió presentarse a un cuarto mandato presidencial, a pesar de haber perdido el referéndum de reelección en febrero de 2016. Estas últimas cuestiones son enarboladas fundamentalmente por una oposición reaccionaria, blanca y propietaria. Mientras que los movimientos populares centran sus críticas y protestas contra Evo en la cuestión del abandono del progresismo, y la evidencia de que no representa a día de hoy los intereses del pueblo trabajador boliviano.

Su renuncia como presidente del gobierno, junto al vicepresidente Álvaro García Linera, por el incremento de las protestas populares desde las elecciones del pasado 20 de octubre acusados de fraude electoral, fue aprovechado inmediatamente para el asalto por la fuerza de los sectores derechistas más autoritarios. Una parte de la policía, y del ejército, junto a los cuadros políticos que defienden la cruz y la correduría de sangre se han hecho con el control político del país con la connivencia de la comunidad internacional. La última medida adoptada por el autoproclamado gobierno de la senadora Jeanine Áñez confirma esta deriva peligrosamente ultraderechista. Se ha aprobado un decreto para eximir a las fuerzas represoras de cualquier responsabilidad penal en los asesinatos que cometan contra el pueblo. Igualmente, policías en diversas partes del país, aliados con estos sectores ultraderechistas, quemaron whipalas, la bandera que representa a las comunidades andinas, en una clara amenaza contra la sociedad boliviana. La matanza el pasado 15 de noviembre en Cochabamba de al menos siete activistas por parte de los militares abrió el camino de un conflicto abierto y declarado contra el pueblo.

La resistencia a esta situación ya supera una simple defensa o rechazo a Evo Morales, algunos sectores populares oprimidos, entre otros, organizaciones de mujeres, están preparando una lucha frente a esta reacción represiva que desea instalarse en el país boliviano. La salida digna para Bolivia no pasa por la petición del regreso de Evo Morales, exiliado en México, debemos desacralizar a los presidentes latinoamericanos con un pasado progresista, no es una pelea por la silla presidencial, es por la dignidad de los pueblos. Ahora le toca quedarse para que sea el movimiento campesino, las comunidades originarias, las centrales obreras y las mujeres, quienes lleven adelante esta lucha.

Chile frente al enemigo colonial y empresarial: Revueltas y hermanadas por la Dignidad

Al momento de hablar y situarse desde Abya Yala y sus conflictos recientes, debemos partir de una mirada en clave geopolítica y anticolonial, entendiendo la pluridimensionalidad y el carácter heterogéneo desarrollado por el capitalismo. Asumimos que la herida colonial en América Latina significó el inicio del primer ciclo de acumulación capitalista a nivel global, el cual no sólo ha permitido la intervención y extracción intensiva de materias primas de los territorios, sino también el saqueo de cuerpos y subjetividades, asegurando su posterior reproducción.

La instalación de las lógicas serviles al sistema capitalista ha desarrollado, históricamente, modos de adaptación violenta de territorios (y sus habitantes) a la funcionalidad del mercado, prácticas que se ven materializadas en el levantamiento geoestratégico de infraestructuras que permiten la circulación y exportación de materias primas, promoviendo prácticas sociales permeadas por el capitalismo. De este modo, devienen tensiones y conflictos entre una serie de “proyectos” de vida alternativos, en ocasiones, radicalmente diferentes y en disputa, guiados por organizaciones sociales y/o estatales que cumplen el rol de canalización, cooptación y domesticación del sentir popular.

En este contexto, el desplazamiento del eje de análisis, se sitúa en procesos configurados durante centurias en el cual se articulan elementos de raza, etnia, género y clase, que pueden ser entendidos como un entramado del cual se despliegan, entroncan y potencian diversos sistemas y, por ende, formas de opresión. En efecto, plantear el carácter pluridimensional de la crisis y el conflicto actual en Chile, supone comprender su dimensión histórica, una que desborda las diversas políticas neoliberales impuestas por el Golpe de Estado de 1973 encabezado por A. Pinochet.

Dicho lo anterior, se debe tener especial consideración en la implementación de la Constitución chilena de 1980 y su articulación con el mercado, Dicha constitución fue escrita a mano por los Chicago Boys, quienes fueron formados en USA bajo la sombra de M. Friedman durante los años 50, dando un nuevo rostro al Estado, esta vez ‘neoliberalizado’, el cual se ha perfeccionado desde dictadura hasta el régimen democrático actual. Chile ha transitado hacia la apertura de mercado, la aceptación de paquetes de reformas dictadas por la ‘arquitectura de gobernanza global’ (encabezado por la OMC, FMI, BID y otras organizaciones hegemónicas), permeando así políticas públicas, relaciones y asumiendo un rol como motor de acción del consumo.

Es así como se han configurado subjetividades atomizadas e individualizadas que constituyen un tejido socio-político fragmentado y susceptible de desarticular. La apertura de transformaciones que conlleva el modelo, se complejiza en la consolidación de los pilares del saqueo a nivel global, de un modelo que se gesta de diversos proyectos ‘civilizatorios’ acoplados al Estado, como parte de un proceso político mayor que se concreta en el moldeamiento de un sistema, situación que enfatiza la desigualdad y la solidificación técnico/jurídica del modelo en el transcurso de estos 30 años.

En este escenario se despliegan mecanismos y estrategias de adormecimiento y pacificación de la, hasta ahora, infructuosa estrategia de resistencia popular. La normalización de la infructuosidad de la protesta ha implicado la subestimación y resignación respecto a las posibilidades de la organización social, la cual se apaga poco a poco con las fuerzas represivas policiacas y militares; protectoras de la propiedad privada y defensoras de la Dictadura Empresarial, que oferta y publicita a Chile como el “Oasis de Latinoamérica”.

Sin embargo, durante el mes de octubre del 2019, la olla a presión estalla con el hervir del sentir de quienes tenían un lugar secundario en la sociedad chilena, hecho reflejado en evasiones masivas en estaciones legitimadas por redes sociales, y criminalizadas brutalmente por los medios nacionales de información. Ya a un mes de la apertura y desborde de esta pequeña grieta, tanto del sistema como de subjetividades, se han intensificado un espectro de prácticas y ejercicios que abren camino al tránsito de nuevos movimientos con otras expresiones, esta vez con carácter anticolonial y descolonizador, constituidas en procesos de etnificación, y formándose como potenciales herramientas para desmantelar y destituir el poder.

Y si se pregunta: ¿hacia dónde?, ¿cuándo?, ¿por qué?; se responde que: “Da igual. Es ahora. Es por todo”. Todo el revoltijo que implica la revuelta. ¿Proyecciones? La complejidad social e histórica surcarán su propio devenir, sin previos pronósticos y subvirtiendo los ‘sentidos comunes’ del capitalismo. América Latina está en un periodo generalizado de revueltas donde tiene la oportunidad de sentar las bases de unas sociedades en movimiento plurales y que lleven a los últimos términos la confrontación de clase contra el neoliberalismo extractivista.


viernes, enero 3

Cómo han vencido al fascismo en Grecia


El movimiento antifascista ha derrotado a Amanecer Dorado. Pocas veces se puede afirmar con tal contundencia algo así pero Amanecer Dorado ya es historia. Su web oficial dejó de funcionar hace semanas. Las oficinas de lo que hasta hace poco eran sus sedes están en venta. Entre ellas, su cuartel general de la Avenida Mesogeion y la sede del Pireo desde donde se coordinaron ataques durante años, incluido el que terminó con el asesinato del cantante antifa Pavlos Fyssas, conocido como ‘Killah P.’.

Amanecer Dorado ha pasado de ser la tercera fuerza parlamentaria a no tener representación en el hemiciclo. Las elecciones recientes —europeas, municipales y legislativas— fueron desastrosas, solo obtuvieron un eurodiputado, Yanis Lagos, que se dio de baja de la organización con la intención de fundar otro partido sin mucho éxito —su presentación fue cancelada porque algunas de las personas anunciadas en el acto rechazaron participar—. Lagos fue quien dio la orden de matar a Fyssas, según las pruebas aportadas por la familia al juicio. Está, como toda la cúpula neonazi, pendiente de una posible sentencia que le podría suponer muchos años de prisión.

La derrota de Amanecer Dorado va mucho más allá de un simple batacazo electoral. Amanecer Dorado no es —no era— un partido político. Era una organización paramilitar neonazi creada a imagen de las SA hitlerianas. Las consecuencias de su desaparición van mucho más allá del Parlamento. Refugiados, personas trans, izquierdistas, migrantes, personas de color… Son millones las personas que ahora caminan más tranquilas por las calles de Grecia. Este es un detalle que olvida a menudo quien compara a Amanecer Dorado con Vox o cualquier otro partido ultraconservador. Amanecer Dorado no era eso, era una estructura paramilitar que perpetró ataques organizados y sistemáticos porque hacía un uso sistemático e instrumental de la violencia.

Igual que sus consecuencias trascienden por mucho el Parlamento, las razones de su derrota hay que buscarlas más allá de la lógica electoral. Es cierto que la falta de fondos derivada de su fracaso electoral ha sido la gota que ha colmado el vaso, pero el vaso estaba a rebosar gracias al incansable movimiento antifascista que ha acosado a Amanecer Dorado por tierra, mar y aire.
Las estrategias antifascistas

En el capítulo dedicado a Amanecer Dorado del libro Epidemia Ultra: La ola reaccionaria que contagia a Europa (autoeditado, 2019), además de un repaso histórico más profundo sobre esta organización neonazi, perfilo las cuatro líneas estratégicas con las que ha actuado el antifascismo heleno: las movilizaciones masivas, las plataformas amplias, la persecución judicial y la confrontación callejera. La clasificación solo tiene por objetivo facilitar la explicación y, por supuesto, no se trata de elegir entre ellas. Han funcionado porque se hicieron todas a la vez.

Las movilizaciones masivas han sido habituales durante el último lustro. Las calles de Atenas, Salónica y otras ciudades se han llenado de miles de personas muchas veces para luchar contra el fascismo, contra el racismo, a favor de refugiados y migrantes. La fecha más obvia del calendario antifa es el 18 de septiembre, aniversario del asesinato de Pavlos Fyssas. Pero no es, ni mucho menos, el único día que ha habido manifestaciones multitudinarias.

Hay varias coordinadoras antifascistas. Se organizan por barrios y su objetivo es que, en el día a día, más allá de las citas multitudinarias, los fascistas sientan que no tienen espacio. Creen que la fuerza del movimiento no reside solo en acciones masivas y espectaculares, sino en devenir una gota malaya contra Amanecer Dorado. En todo momento, en cada barrio. Solo en 2017 y 2018, esta presión constante consiguió forzar el cierre de 32 sedes de este partido en el área metropolitana de Atenas. Convocaban manifestaciones casi cada semana en las que participaba gente de todas las edades. Solían ser manifestaciones tranquilas que no terminaban en disturbios. Organizaban charlas, pegadas de carteles, actos pequeños y puesta en marcha de comités locales. Es la parte más cuantiosa y más distribuida del movimiento. La más transversal.

Por otro lado, hay equipos de abogados que se han dedicado a coser a querellas a los líderes y a los matones nazis. Abogados que, después, han ejercido la acusación en los procesos penales contra Amanecer Dorado. En especial en el macrojuicio que quiere demostrar que no son un partido político sino una organización paramilitar. Un juicio que ha cumplido ya cuatro años de vistas, con la complejidad que ello implica: cientos de testigos, cientos de horas de grabaciones, miles de folios como prueba testifical, abogados dedicados de manera casi exclusiva a este juicio, organizaciones que toman acta de cada una de las sesiones, colectivos que informan puntualmente sobre cómo transcurren las sesiones, etc. Pero no solo ha sido el macrojuicio, la intención ha sido perseguirles por todos y cada uno de los ataques que han perpetrado.

Y, además, el antifascismo griego es una fuerza de choque en la calle. Una parte sustancial del movimiento ha decidido no delegar la defensa de los espacios antifascistas, ni de los barrios, en manos de una policía que ha demostrado muchas veces que simpatizaba o colaboraba con los neonazis. Se convirtió en habitual la imagen de cordones de seguridad formados por cientos de militantes con cascos y bastones dispuestos a enfrentarse cuerpo a cuerpo con los nazis. Un ejemplo de ello es el centro social Distomo, situado en Agios Panteleimonas, la plaza que un día fue el bastión de Amanecer Dorado. Allí es donde los nazis hacían su reparto de comida “solo para griegos”, las “donaciones de sangre helena” o la clausura de los columpios para evitar que los niños griegos se mezclaran con los hijos de las migrantes. La apertura de un centro social antifascista allí se consiguió, literalmente, a hostias. Hubo peleas, enfrentamientos contra fascistas y policías, antifascistas torturados por policías que, en comisaría, se identificaban a sí mismos como miembros de Amanecer Dorado. La expresión “sangre, sudor y lágrimas” se suele usar como metáfora. Aquí no.


Hay otro hecho que, sin duda, influyó en que Amanecer Dorado tuviera menos presencia en la calle. Pero es algo de lo que los antifascistas no suelen hablar en público, por las implicaciones legales y éticas que plantea. El 1 de noviembre de 2013, mes y medio después del asesinato de Pavlos Fyssas, una moto se detuvo junto la sede de Amanecer Dorado de Neo Iraklio, periferia de Atenas. Dos personas con cascos se bajaron de ella y dispararon contra cuatro neonazis que estaban en la puerta de la sede. Alexandros Gerontas fue herido de bala pero logró escapar. Uno de los cuatro consiguió meterse en la sede y salvar su vida. Yorgos Fountoulis, de 27 años, y Manolis Kapelonis, de 22 murieron en el acto. Los asaltantes dispararon trece balas. Fue una ejecución completamente aleatoria para que el mensaje quedara claro: cualquier miembro de Amanecer Dorado sería objetivo potencial a partir de entonces, no solo los que ostentaban cargos de responsabilidad. Los autores nunca fueron identificados. Desde entonces, las sedes de Amanecer Dorado se convirtieron en fortalezas a las que entraban sus miembros, pero no lugares que congregaran a los partidarios.
Y ahora qué

La disolución de Amanecer Dorado no significa la desaparición de la extrema derecha en Grecia. Uno de los partidos ultraconservadores históricos, LAOS, se integró en Nueva Democracia y varios de sus dirigentes son ministros en el nuevo gobierno.

El ministro de agricultura, Makis Voridis, fue el secretario general de las juventudes del EPEN, el partido fascista fundado por el coronel Yorgos Papadópoulos tras la dictadura militar. Voridis coincidió allí con Nikos Mijaliliakos, caudillo de Amanacer Dorado. En la foto más conocida de Voridis de joven, de 1985, lleva un hacha durante el ataque de un escuadrón fascista a estudiantes de izquierda.

Adonis Yeoryiadis es otro de los ministros provenientes de LAOS. En su etapa anterior como ministro, durante los años más duros de la crisis, eliminó la universalidad de la sanidad pública y privó de la misma al 25% más pobre de la población.

Kyriakos Velopoulos también era dirigente de LAOS. En vez de integrarse en Nueva Democracia, fundó el partido Solución Griega. Es nacionalista, euroescéptico, proruso y cercano a la iglesia ortodoxa. Una combinación extravagante, una especie de Salvini si no fuera porque Salvini es un hereje católico para los ortodoxos. En las elecciones parlamentarias de 2019, Solución Griega entró por primera vez en el Consejo de los Helenos con un 3,7% de los votos y diez diputados.

Ante este panorama, elementos ultraconservadores en el gobierno e irrupción de un nuevo partido facha, hay quien ha afirmado que la desaparición de Amanecer Dorado es un simple trasvase de votos pero la extrema derecha sigue suponiendo el mismo problema. Es un análisis completamente erróneo. Como hemos repetido, Amanecer Dorado no era un partido político ultraconservador, era una organización paramilitar neonazi. No tiene nada que ver, en este sentido, ni con Solución Griega ni con, por ejemplo, Vox. Entender los matices y las diferencias internas de la extrema derecha es fundamental. Sin un análisis riguroso del neofascismo toda estrategia antifascista será inútil.

El espacio que ocupaba Amanecer Dorado queda huérfano. No hay, hoy por hoy, ninguna organización tan bien estructurada, tan extremista y tan bien conectada con el ‘Estado profundo’ como lo estaba Amanecer Dorado. En el corto plazo, como mucho, se reforzarán algunos de los grupúsculos neofascistas cuya capacidad de incidencia se limita a perpetrar atentados menores o ataques aislados.

Las victorias no caen de cielo. Esta ha costado un esfuerzo terrible y se ha pagado un precio brutal en términos de muertos, heridos y encausados por enfrentarse a los nazis. Hay que celebrarlo como merece porque un movimiento que no reconoce ni celebra las victorias está destinado a la derrota. No pasaron; no pasarán.