Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, febrero 27

El ángel de la casa


La única manera de fulminarte,

la única de cortar tus alas, arruinar tu discurso

envolverte en mis razones como una corteza

es o sería contestar directamente tu violencia

y sólo el resto más imprescindible.



Mas luego ¿qué?

animal de pico peligroso como el de las gaviotas,

animal político falsamente par

¿Qué piensas hacer conmigo?

¿Qué premio me darás por

bailar en la palma de tu mano?



Detrás de esa cortina, ¿qué?

Cuando no sepa más convertir mi hartazgo,

mi infelicidad mi ira en acción política

por cansancio, por vergüenza dime

¿A dónde acudiré yo si no están mis hermanas?



El chillido de los conejos es angustioso

pero sería un error olvidarlo

porque solo nosotras, las desolladas,

sabemos lo que nos conviene

y también, muy de vez en cuando,

lo que nos absuelve.



Y por más que lo nuestro sea

apenas un breve instante en mitad de algo,

nos bastará con tener los ojos bien abiertos

y caer como una piedra, ay,

sobre tu miserable nuca.

 

 

Pilar Salamanca. Deseo de no ser yo. Ed. La Vorágine, 2021

 

 

jueves, febrero 24

La generación del desengaño: el día que los obreros quemaron la Asamblea Regional de Murcia en 1992

 


A principios de los años 90, durante la presidencia de Carlos Collado (PSOE) en la Comunidad Autónoma de la Región de Murcia, este territorio sufría una de las crisis económicas más graves de su historia reciente, vinculada a la grave crisis económica nacional que se estaba viviendo en todo el país. Y esta crisis estaba afectando de manera especialmente severa a la ciudad costera de Cartagena, principal eje industrial de la región, y foco de la organización obrera ante el desempleo.

El 3 de febrero de 1992, más de dos mil trabajadores indignados se concentraron en los alrededores del edificio de la Asamblea Regional de Murcia, en Cartagena. Ante la violencia policial desatada, los obreros lanzaron piedras contra las ventanas del edificio administrativo, e incluso lo incendiaron con cócteles molotov. Esa acción que ocupó todas las portadas de periódicos estatales al día siguiente, fue el reflejo de un hartazgo obrero generalizado. Era una respuesta a la represión policial dirigida desde el gobierno del PSOE, y que aún trataba de convencer desesperadamente a la clase trabajadora de sus falsas políticas progresistas.

Se malvivía en una España, unida a la fuerza, que nunca fue grande, y mucho menos libre, por supuesto. Un país de élites burguesas y aristócratas muy grises, con tufo a nacional-catolicismo de toda la vida, con distintos perros y los mismos collares, porque la Transición fue eso, disfrazar de transformación radical un estado de las cosas, para que los ejes de la clase dominante siguieran siendo los mismos. Si bien es cierto que gran parte de esa sensación de transformación vivida en los 80, la aportaron ciertos refinamientos culturales progresistas y movimientos como la famosa (y reaccionaria) Movida Madrileña, o la menos conocida Movida Viguesa; se comenzaba a vislumbrar una generación de desilusión y desengaño. La falsa apariencia de cambio en lo cultural encerraba una trampa, y es que en lo sustancial, la clase trabajadora del Estado español se estaba desangrando en las reconversiones industriales que el neoliberalismo global imponía. Y la juventud en los barrios experimentaba en sus venas las sensaciones de escapatoria que aportaba la heroína a una realidad difícil de soportar y a un futuro repleto de incertidumbre.

El régimen político español se presentaba con su campechana monarquía y sus chaquetas de pana con coderas identificadas en la cúpula de un PSOE que hacía gustosamente la guerra sucia desde las cloacas del Estado. La inmensa labor aplaudida por los neoliberales que le correspondió llevar adelante al gobierno de Felipe González aquellos años fue cambiar la estructura socio-económica para adaptarse a unos tiempos que vislumbraban el triunfo aplastante del capitalismo internacional. Se sentaron algunos mantras como ‘renovarse o morir’, que nos han llevado a un siglo XXI donde seguimos arrastrando el peso de aquél mundo que se caía a pedazos y que hoy día no está siquiera mucho mejor. Es más, seguramente lo encontremos igual de despedazado e incierto, pero con peores herramientas con las que defendernos colectivamente.

La gran estafa del 92: Expo de Sevilla y Olimpiadas de Barcelona.

El año 1992 marcó un punto de no retorno político en la Europa mediterránea y dejó un legado que aún se sigue vendiendo como una victoria cultural y social definitiva frente al pasado. España siempre ha sido criminalmente el campo de experimentación de transformaciones y conflictos a nivel internacional. De la misma manera que la Guerra Civil española había sido la antesala de la Segunda Guerra Mundial, el año 1992 suponía la culminación de un proyecto político y económico de imposición total del capitalismo en la región del Mediterráneo. Si bien Grecia fue metida en vereda a través de la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), Italia en los setenta a través de la represión en los Año del Plomo, y el proyecto político español estaba asegurado con el continuismo franquista en la Monarquía parlamentaria; hacía falta una culminación del neoliberalismo mundial que conquistase el terreno cultural. El Muro de Berlín había caído, y era el momento de extender las alambradas del capitalismo triunfante y su miseria.

A finales de los años 80 en España se fueron preparando dos eventos mundiales de gran importancia: la Exposición Universal de Sevilla, y los Juegos Olímpicos de Barcelona; junto con un tercer evento que fue el nombramiento de Madrid como Capital Europea de la Cultura. Todo ello en un año 1992 en que simbólicamente se celebraba también un acontecimiento colonialista, lo que vinieron a denominar el V Centenario del ‘Descubrimiento’ de América, y que tuvo contestaciones por comunidades indígenas en la ciudad de Sevilla, epicentro de la Expo 92. Una plataforma para mostrarle al mundo que se había dejado atrás la dictadura franquista, y que el país estaba preparado para las reformas necesarias del capitalismo a las puertas del nuevo milenio. Estos eventos supusieron un gasto económico estratosférico de un país, que sin embargo le robaba el futuro a la clase trabajadora con las reconversiones industriales y el fin del mundo laboral de la mayor parte del siglo XX. También significaba el reordenamiento urbano, la desaparición de barrios populares, y el inicio de una gentrificación violenta, que ya fue denunciada en su momento por las asociaciones vecinales y el tejido social. En concreto Barcelona, se convertía en una ciudad que gente de todas partes del planeta ansiaba visitar; es el inicio de la especulación, turistificación masiva, las inversiones capitalistas en infraestructuras que después dejaron auténticos cadáveres arquitectónicos en las urbes y barrios guetificados en sus afueras.

La revuelta murciana de los obreros industriales en Cartagena.

Y en mitad de todo ese contexto que le da un sentido a los hechos, sucede como contrapunto salvaje el incendio de la Asamblea Regional de Murcia ese 3 de febrero de 1992 en la ciudad de Cartagena. Unos años en los que la reconversión industrial golpeó duramente a miles de familias obreras causando un desempleo y un shock social sobre el que se asentaban las bases del nuevo mundo laboral que se pretendía poner en marcha. La euforia olímpica e internacional de los grandes eventos culturales y deportivos, contrastaba con esas llamas que incendiaban el edificio político más relevante de la región murciana.

Ese incendio improvisado por los obreros murcianos en la tarde del 3 de febrero sacudía el embobamiento de una opinión pública entusiasmada con castillos de arena, con Cobi y Curro, joviales mascotas de los macroeventos; y que contrastaban con la realidad de las periferias, los barrios y las barriadas de las ciudades españolas; y un mundo rural también cada vez más en declive. Tras algunos meses de continuada tensión por los cierres en empresas del sector naval, minero y químico; Cartagena protagonizó una revuelta sin precedentes recientes en la región murciana. Concretamente sería los trabajadores de los Astilleros Bazán, empresa nacional encargada de las construcciones navales militares, que se fusionó a algunos astilleros civiles de Puerto Real, Gijón o Sestao, dando lugar a la empresa Izar, y posteriormente en 2005 tras otra restructuración, a la actual Navantia.

El origen de los hechos se dio en una concentración pacífica ante el edificio de la Asamblea Regional de Murcia, en el día que el presidente Carlos Collado debía comparecer ante la misma por el caso de los terrenos de Casagrande, una trama de prevaricación y malversación de fondos. Sobre esta concentración obrera la policía nacional volcaba su violencia y su represión incendiando los ánimos de los concentrados. La policía se centraba en repeler a los obreros con descargas de pelotas de goma, con el fin de evacuar a los parlamentarios murcianos reunidos en el edificio, e incluso tuvieron que instalar una enfermería de campaña en el interior del mismo. Tras esa actuación policial los obreros se replegaron a los astilleros donde obtuvieron el refuerzo de numerosos compañeros, tanto es así que unos dos mil trabajadores acudieron a primera hora de la tarde nuevamente al edificio autonómico murciano.

El resultado fue que ante un nuevo ataque policial, los obreros respondieron más enérgicamente tirando piedras contra el edificio que custodiaban y que representaba el poder político que estaba fraguando las reconversiones industriales y el desempleo. Sin embargo, la batalla contra la policía adquirió tales dimensiones que los obreros acabaron arrojando un cóctel molotov contra la Asamblea Regional de Murcia, que incendió por completo el primer piso, además seis coches policiales quedaron calcinados e incluso un vehículo militar. Medio centenar de obreros fueron heridos por la policía, y al día siguiente las imágenes de la lucha copaban las principales portadas de los periódicos nacionales, aunque sin informar realmente de lo que verdaderamente allí se había batallado.

‘El año del descubrimiento’, un documental de unos sucesos que marcaron época.

En el año 2020 se estrenaba una película documental titulada ‘El año del descubrimiento’, un filme galardonado con dos Premios Goya a Mejor largometraje documental y al Mejor montaje, y que en sus 200 minutos de duración nos traslada el testimonio real de cuarenta hombres y mujeres procedentes de barrios periféricos de Cartagena y La Unión. En el filme comparten sus impresiones de aquellos hechos, convirtiendo en un ágora improvisado una churrería de barrio donde se analizan de manera detallada los disturbios y protestas de aquella jornada de 1992.

Un relato que pretende romper los mitos de aquella España moderna y civilizada que vendía la prensa al mundo, esa nociva idea de un país actualmente asentado sobre un proyecto cultural y democrático en aquellos años. La necesidad de situar el foco abajo, en el fango de las barriadas donde las familias luchaban desesperadamente contra el desempleo y el desmantelamiento industrial, de un mundo laboral que se derrumbaba y se llevaba la economía social por delante como sacrificio.

Las protestas se presentaban en aquella época como brotes aislados de violencia, eran como un telón de fondo de protesta que en ningún momento podía entorpecer el discurso mayoritario que era esa España próspera y moderna«, mencionaba Luis López Carrasco, realizador y autor del filme documental.

El año del descubrimiento, además, es un documental de memoria social en varios sentidos, porque su título irónico y ambiguo también nos recuerda que la celebración como evento aquel año 1992 del V Centenario de la colonización de América, nos retrata como sociedad que sigue empeñándose en celebrar la conquista, masacre, exterminio y explotación de un continente como un evento cultural que define lo que somos. Efectivamente, debería denotarlo y recordárnoslo desde la construcción de una memoria anticolonial en la actualidad. Al fin y al cabo, que se prenda fuego a un simple edificio legislativo en la España de los 90 es un acto de justicia poética demasiado pequeño para los sufrimientos causados en siglos de colonización americana y de brutalidad a las clases populares en este país.


 

Extraído de https://www.todoporhacer.org

lunes, febrero 21

Creencias

 

 

No sé qué fulano dijo en cierta ocasión que el ser humano, si dejaba creer en esa abstracción absoluta supuestamente idealizada que denominan Dios, acababa creyendo en cualquier cosa. Lo que no se tuvo en cuenta, con semejante aseveración nada imparcial, es que la misma creencia en un ser omnipotente, infalible y, presuntamente, magnánimo sin fisuras es el mayor despropósito al que nos podemos enfrentar los seres humanos. Que nadie se ofenda, todos creemos en cosas que a los ojos de otros, seguramente, resultan disparatadas. Yo mismo, mi fe inquebrantable en que algún día podamos fundar una sociedad mínimamente digna se contradice con la cantidad de estulticia, mediocridad y papanatismo con el que nos enfrentamos a diario. Exagero, por supuesto, hay gente haciendo cosas loables, pero los inicuos, los que fomentan la subordinación y creencias de la gente, hacen mucho daño y la masa gris parece seguirles a pies juntillas. Pero, volvamos a las creencias. ¿Puede evitarse que la gente crea en abiertas majaderías y actúe de forma aceptablemente racional?

Los problemas existenciales o de salud empujan al personal en confiar en doctrinas y terapias que, madre mía, dejaremos para otro momento. Pero, las creencias sobrenaturales son quizá más fáciles de criticar y más propensas a echarnos unas risas. Sin embargo, si nos abonamos al terreno político e ideológico la cosa resulta incluso aparentemente más peligrosa. Así, de forma evidente, hay todavía botarates capaces de pensar que Hitler o Stalin eran prohombres que condujeron a sus respectivas naciones hacia la gloria. De acuerdo, serán una minoría, pero no sé si es lo tanto aquellos que justifican en este inenarrable país al asesino dictador Franco, tan amigo del führer. Por cierto, volviendo a la frase del inicio, hay quien quiere explicar los genocidios del nazismo y del estalinismo, precisamente, por la ausencia de la creencia en Dios. Cuestionable resulta llegar a esa conclusión, viendo la cantidad de guerras y matanzas que se han librado en nombre de la dichosa divinidad. Considerando que Franco y sus secuaces crearon su cruzada, capaz de fusilar a media españa, precisamente en nombre de la civilización cristiana, la cosa ya se va clarificando y comprobamos que lo mismo la deidad suprema es el problema y no precisamente dejar de creer en ella.

Los anarquistas, en una muestra de lucidez encomiable ignorada por todos esos cretinos que les acusan de lo contrario, y queriendo potenciar los lazos más fraternos alejados de toda alienación, consideraron que, precisamente, la subordinación a la autoridad política tiene su origen en la creencia en el gran déspota sobrenatural. Esto quizá explique esa permanente entrega de la libertad a abstracciones terribles como nación o Estado, que vienen a ser algo muy parecido, negando esa cosa tan bella que es la fraternidad universal; y, lo que es peor, el sometimiento a sus máximos líderes ávidos de poder sobre sus congéneres. Hay, con seguridad, mecanismos psicológicos, más allá de la simple estupidez, que explican esta subordinación que ha arrastrado a infinidad de jóvenes a guerras de una u otra índole realizadas en nombre de causas religiosas o ideológicas. Estamos ahora, presuntamente, en otra época histórica en la que las creencias no serían ya fuertes en forma de grandes causas o relatos, aunque no veo yo que hayamos acabado con el dogma, más bien se ha dispersado en forma de las majaderías anteriormente mencionadas. No obstante, no subestimemos a la reacción, a los que persisten en creer en grandes causas absolutas. Son los peores creyentes y, en este inefable país, están muy crecidos.

 

Juan Cáspar

martes, febrero 15

Otra estafa verde: capturar carbono para seguir contaminando

 

Hace años que se habla de esto. Pensábamos que el tema se olvidaría en cuanto se viera que es algo sin sentido. Sin embargo, obsesivamente se sigue proponiendo la «captura de carbono» como un método de geoingeniería para luchar contra el cambio climático. Lo llaman CAC (Captura y Almacenamiento de Carbono).

El único método para capturar carbono que funciona y que es viable es plantar árboles y, sobre todo conservar los que ya tenemos, especialmente los bosques. Sin embargo, los que hablan de capturar carbono se refieren a tecnologías complejas y caras que aún no son viables y que tienen peligros evidentes.

Hablan de capturar carbono del aire y enterrarlo en cuevas subterráneas. La idea sería válida si fuera fácil y barata; y si no hubiera riesgo de que el CO2 enterrado se escapara por alguna fisura. Otras ideas son manipular bacterias o conseguir materiales mágicos que absorban CO2.

Se puede investigar en eso, pero no proponerlo como algo viable, porque hoy no es viable. No podemos contar con falsas soluciones o con hipótesis que podrán —o no— estar disponibles en el futuro. A pesar de las evidencias, quieren gastar 215.000 millones de euros en esta década, dinero que podría emplearse de forma mucho más eficiente.

La explicación de esta obsesión es doble. Por una parte conseguir dinero público dedicado hipotéticamente a investigar ese asunto y, por otra, frenar los esfuerzos para reducir las emisiones. El tecno-optimisno es uno de nuestro mayores enemigos.

 

La CAC es otra estafa verde para engañar a la población

 

Los que proponen estas opciones pretenden seguir contaminando y ocultan cuestiones importantes:

  1. Aunque el carbono (el CO2) es el gas que lleva el peso del cambio climático, hay muchos otros GEI (Gases de Efecto Invernadero), además de otros contaminantes (PM2.5, PM10…) que son también muy perjudiciales. Por ejemplo, el metano es un gas de alto efecto invernadero. Para reducirlo lo más simple es evitar comer carne, especialmente carne vacuna.
  2. Deberíamos reducir urgentemente las emisiones de todos los GEI y no tenemos tiempo para confiar en que en un hipotético futuro tendremos maravillosas tecnologías que nos permitirán seguir contaminando. Para reducir las emisiones de carbono lo más efectivo es reducir el consumo de energía, algo de lo que se habla poco. Se habla más de la transición energética que de la reducción energética.
  3. Confiar en tecnologías que no existen nos frena desarrollar las que sí existen, como las renovables o la movilidad sostenible.
  4. El carbono capturado podría contaminar acuíferos y volver a la atmósfera, perdiendo las ventajas que se hubieran conseguido al capturarlo.
  5. El proceso de captura de carbono, transporte y vigilancia requiere un aumento del consumo de energía, lo cual genera mayores problemas, incluso aunque esa energía fuera renovable.
  6. Empresas contaminantes están recibiendo ayudas para investigar en CAC, aunque finalmente podrían estar dedicando el dinero a otra cosa. En todo caso, hay áreas de investigación más prometedoras y más sostenibles que dedicarse a pensar en cómo seguir contaminando.

Conclusión: no demos facilidades a los contaminadores

Se pueden y se deben plantar árboles, pero que esto no sirva para justificar que las grandes empresas contaminantes (los big polluters) sigan contaminando como si no hubiera emergencia climática. Que no nos engañen con la CAC como con el reciclaje o el coche eléctrico.

Se puede y se debe investigar en lo que se crea interesante, pero no podemos confiar en la tecnología cuando es precisamente la tecnología la que nos ha llevado a la crisis ambiental actual. No hay soluciones mágicas que nos permitan seguir viviendo como si no pasara nada. Vamos muy mal de tiempo. Empecemos a aplicar las soluciones que sabemos que funcionan.

 

Extraído de https://blogsostenible.wordpress.com

sábado, febrero 12

¿Espíritu de sacrificio?

 


Al parecer, un conocido jugador de tenís, cuyo nombre no recuerdo en estos momentos, acaba de ganar su enésimo torneo internacional. De este tipo, no paran de halagar los medios su espíritu de sacrificio, voluntad, entrega, fortaleza psicológica y bla, bla, bla. No seré yo quién le quite méritos al susodicho deportista, que seguro que se merece todo lo que ha conseguido y mucho más. ¡Satanás me libre me libre de criticar a un ídolo de masas! No obstante, el caso me viene al pelo para unas nuevas y lúcidas reflexiones sobre esta sociedad que sufrimos, basada precisamente en la competitividad, el ascenso social, la meritocracia y bla, bla, bla. Antes de adentrarme en mis sesudas disquisiciones, me gustaría señalar los problemas mentales, cada vez más extendidos, que pueden verse a poco que nos asomemos a las estadísticas; señalo lo que puede ser una triste paradoja, esas exigencias al común de los mortales de entregarse a un mundo de competencia desmedida, una suerte de darwinismo social que demanda poco menos que seres con superpoderes, para encontrarnos con que una gran masa acaba con todo tipo de patologías mentales, algo que acaba por repercutir en el conjunto de la existencia.

Digo yo, y es posible que ande totalmente equivocado, que algo tendrá que ver esa exigencia sobrenatural para poder elevarte por encima del vecino, tan propia de esta sociedad consumista y capitalista, con las patéticas consecuencias finales. Muchos profesionales de la «educación», que ahora tienen a veces un ridículo nombre anglosajón llamado coachs, tan subordinados a ese horror que denominan convertirse en un emprendedor, un buen gestor empresarial, ponen como ejemplo a estos deportistas superdotados para hacer creer que con espíritu de superación tú también puedes ser como ellos. Como dije al principio, y trataré de dejar a un lado esta vez la ironía, no seré yo quien no se maraville por esa entrega de algunos, entendiendo que se hace con una aceptable dosis de honestidad, para conseguir un fin; el problema son, precisamente, los fines que nos depara esta sociedad basada en ir apartando, o eliminando para seguir con el símil deportivo, al prójimo. Se nos dice una y otra vez que no puede haber otra economía más que la basada en el mercado y la competencia, se nos educa durante toda nuestra vida para creer esto, a pesar de los resultados desastrosos e, incluso, aunque nosotros mismos solo lleguemos a tener en la vida más que una pequeña parte del pastel.

Si todo a nuestro alrededor aparece como una suerte de torneo, si se nos adiestra desde temprana edad para competir con nuestros semejantes, valores más elevados de cooperación y solidaridad son claramente anulados. Es posible que cierta dosis de competencia sea necesaria para el avance social, por supuesto, pero en lugar de conquistar un puñetero torneo, de poner en el mercado el producto innecesario con más exito o de ver quién explota al mayor número de semejantes, tal vez deberíamos lanzarnos a una carrera para ver cómo acabamos con los intolerables males del mundo como el hambre, la guerra o la opresión, que bien entrado el siglo XXI sigue sufriendo gran parte de la humanidad. En esa competición, no estaría mal que participara el mayor número de gente y el vencedor, o mejor dicho vencedores, ya que nadie logra solo un objetivo, serían verdaderamente dignos de admiración. Ese fulano archiconocido, y profundamente idolatrado, que ayer consiguió llegar el primero a la meta en no sé qué logro deportivo, por supuesto, no tiene excesiva culpa; es, sencillamente, una consecuencia más de la sociedad que sufrimos, el síntoma y no la enfermedad, si queremos ahora emplear paralelismos sanitarios. Y yo, no creo que haga falta aclararlo más, deseo otro tipo de sociedad.

 

Juan Cáspar

miércoles, febrero 9

Dirán

 


Ellos dirán

que somos unos comunistas trasnochados

que se nos pasa el arroz con el tema de la anarquía

que por no saber,

no sabemos ni besarnos


pero cuando cae la noche

todos los dictadores,

los que dicen precisar beberse la sangre de otros

para poder seguir creando panteones y fábricas de silencio…


cuando cae la noche

se cobijan en las tabernas

donde todo el alcohol es poco

y la muerte tiene esa dulzura

que no parece ir con ellos

pero sin embargo se los lleva por delante

porque en realidad

no pueden, aunque quisieran,

escapar de sí mismos


Dirán también que la propiedad privada

es algo tan natural como apretar el gatillo

pero siempre estando al otro lado del revolver

y se apropiarán, claro, hasta del aire,

la vida,

la realidad,

la voluntad

y hasta del último barril de petróleo


Pero cuando alguien intente socavar la posición de sus hijos

por méritos propios, por calidad, por decreto oficial

se inventarán mil maneras de echar a los indios de su tierra

Y al pasar de los lustros

cuando ya todo lo consumido no sea más que historia

dirán que ellos ya estaban allí

antes de las tumbas

y de nuevo sembrarán

sembrarán esa muerte de la que tratan de huir


pero que les sigue tan de cerca


Dirán que tienen el derecho de sentir asco hacia nosotros

y que al mismo tiempo,

nosotros estamos condenados a amarles por encima de todo

dios padre todopoderoso

creador de las tumbas y la miseria


Dirán también, como bien sabéis,

que nuestras palabras no sirven

y han de ser suprimidas, pues

¿Cómo osáis si quiera pensar que

los hombres puedan tener una conciencia libre

a base de usar la palabra?


Y quemarán nuestras palabras

de forma pública

en las plazas y los estrados

Reducirán a escombros los escombros

porque en eso, en eso

son auténticos especialistas


Pero al caer la noche

escribirán hermosas cartas de amor

dándolo todo,

escanciando sus almas corruptas

en el aljibe de la buena voluntad

que de un solo trago,

apenas un sorbo,

se pudrirá toda una ciudad

y los cuerpos de los vivos

se harán de enfermedad y desamparo


Ellos dirán que la luz, si debiera de haberla

será la suya

Y que nosotros, los utópicos, los relegados,

los hijos de la hambruna,

herederos de los cuatro jinetes,

los que ansiamos con codicia

el bienestar de todos los seres vivos

aún a costa de nuestros privilegios,

si queremos, si nos atrevemos,

como mucho tendremos que bailar

en la semi-oscuridad que a ellos les venga en gana

y claro, habrá que pagar.


Porque todos sabemos que la luz no es gratuita,

que tiene un dueño

Como el mar

Como el aire

Como la tierra

Como la muerte,

esa de la que ellos quieren huir

constantemente

constantemente


Ellos dirán…tantas cosas

Tanta muerte

Tanto estropicio en nombre de la verdad

que el sentido común se fumará en un cigarro de liar

y la ceniza, la ceniza rodará de olvido


Ellos, ellos

que nunca quisieron el nosotros


Y nosotros, nosotros

que nunca les odiamos lo suficiente


Ojalá, nunca jamás,

nunca,

como nosotros

puedan escapar de esa muerte.

 

*

 

 

Magnate 


Qué poco le falta

a la palabra magnate

para decir la verdad.

 

 

Cristian Esteban Martín

domingo, febrero 6

Los “buenos” y los “malos” en la ganadería. De la tortura en cadena a la granja de Playmobil.


La actual polémica desatada en torno a las macrogranjas es a estas alturas de sobra conocida. Todo comenzó cuando el propio lobby de la industria cárnica española decidió difundir y tergiversar en su beneficio ciertas declaraciones del ministro Alberto Garzón al diario británico The Guardian. Las primeras respuestas desde todos los bandos políticos, incluido el propio gobierno, fueron de lo más torpe y ridículo, desde los comentarios de cuñado alabando la calidad del buen jamón ibérico, hasta el más absurdo negacionismo de la ganadería industrial. Sin embargo, con el paso de los días la mayoría de voces se vieron obligadas a cambiar el tono y el discurso para evitar cavar más hondo el foso en el que se habían metido (salvo la derecha, que decidió que “de perdidos al río” y se dedicó a dar ruedas de prensa rodeados de vacas felices).

Parece que finalmente al lobby cárnico le salió el tiro por la culata. El debate sobre las macrogranjas ha vuelto a ponerse sobre la mesa, sí, pero es un debate perdido para ellos. Y sin embargo, ¿realmente ha salido perjudicada la industria cárnica? Puede que las macrogranjas hayan perdido el debate mediático, pero, desgraciadamente, eso no quiere decir que vayan a desaparecer. Mientras haya demanda, la ganadería intensiva está aquí para quedarse. Y en cuanto a la ganadora del debate mediático, ésta parece haber sido, como modelo supuestamente contrapuesto, la ganadería extensiva, que se está defendiendo como la gran salvadora de todo esto. En el “mejor” de los casos, si el mensaje cala, esto podría derivar en una mayor demanda por parte de ciertos sectores de población de etiquetas de “bienestar animal”, “bio”, etc., un blanqueamiento de la industria cárnica que apenas afectaría a la intensiva y que no significaría una mejora real para los millones de animales explotados.

¿A qué viene tanto revuelo?

Antes de seguir, detengámonos un momento para ver de qué estamos hablando. Dado que esto no es nada nuevo, nos remitimos a nuestras propias palabras publicadas hace ya dos años y medio:

En el año 2018, en el Estado español fueron sacrificados más de 50 millones de cerdos y existían más de 15 millones de ovejas y cabras y 6 millones y medio de vacas. (…) Como dato para hacernos una idea, en 2015 se sacrificaron 356 millones de aves destinados a consumo humano, la gran mayoría pollos seguido a mucha distancia de pavos y en 2018, 43 millones de conejos.

Nuestro país es el mayor productor de carne de cerdo de Europa y el tercero mundial, solo por detrás de China y Estados Unidos, países con muchísima mayor superficie y población (…)

Si bien el número total de granjas de porcino en nuestro país ha disminuido de forma drástica (entre 1999 y 2009 desaparecieron más de 110.000 explotaciones, un 61,4% en tan solo una década), el número de animales no ha dejado de aumentar. En ese periodo, el censo de cerdos se incrementó en un 12,3%, de los que el 90% de ellos pertenecía a una granja industrial, y el tamaño de estas no para de aumentar: en 2009, la media de cerdos por granja era de 120 animales y en 2013 ascendía ya a 467. En 2019, las granjas con más de 10.000 cerdos suponen solo el 2,5% del total, pero albergan a más del 40% del porcino español”.

Esas palabras siguen hoy plenamente vigentes. Según el diario El País, actualmente el 78% de las más de 80.000 granjas de porcino en el Estado español son intensivas, y aunque estemos hablando solamente de cerdos, conviene señalar que éstos suponen más de la mitad de todo el ganado existente. Mientras que en Europa la tendencia ha comenzado a invertirse, disminuyendo la producción de carne un 5% en los últimos cinco años (lo cual no es casual, si no que ha sido impulsado desde las instituciones), aquí ha aumentado un 15%, más de la mitad de la cual es exportada.

¿Y qué significa todo esto? Básicamente: peores condiciones para los animales, tremenda contaminación atmosférica y del suelo y acuíferos, deforestación de vastas extensiones en otras latitudes donde se cultiva la soja y demás materia prima para los piensos, además de otras cuestiones sociales como las pésimas condiciones laborales, el despoblamiento rural, etc.

En cuanto a los animales, numerosas investigaciones realizadas en los últimos años ya han mostrado al mundo lo que ocurre en las granjas industriales. Desde las incursiones de Igualdad Animal en granjas de cerdos, conejos y patos2 hasta reportajes mucho más mediáticos como el de Salvados en 2018, han mostrado animales que viven hacinados o encerrados en jaulas minúsculas toda su vida, padeciendo enfermedades y dolencias que hacen que un buen número de ellos ni siquiera sobreviva hasta ser enviados al matadero (hasta el 10% de los cerdos de cebo, según el Ministerio de Agricultura).

En cuanto a los efectos ambientales de estas granjas intensivas, los datos no son menos alarmantes. Los purines (residuo resultante de las heces y orines) son acumulados en enormes balsas desde las que serán transportados a otras fincas donde serán vertidos. Teóricamente esto debe hacerse en fincas autorizadas, cuyas características minimicen el impacto de este producto. La realidad es que el transporte de los purines resulta caro, por lo que suelen verterse en fincas cercanas, además de filtrarse desde las balsas al terreno, contaminando el suelo y los acuíferos debido al exceso de nitratos. Esto es lo que ha ocurrido en el Campo de Cartagena donde, hace tres años, fueron inspeccionadas varias balsas de purines cercanas al mar Menor y se comprobó que más del 90% no cumplía con las normas de construcción. El consecuente desastre ecológico del mar Menor hemos podido verlo en todos los medios. Un dato más que nos da una idea de la magnitud del problema: “En el período 2016-2019 la cantidad media de los nitratos presentes en las aguas subterráneas de España ha aumentado un 51,5%” (El País).

Por otro lado y no menos importante, están las emisiones de metano a la atmósfera. Según el estudio “Atlas de la carne”, publicado recientemente por las organizaciones Amigos de la Tierra y Fundación Heinrich Böll, las actividades de ganadería industrial son responsables de hasta el 21% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero.

Otro informe recomendable para entender el alcance del impacto de esta industria a nivel global es el publicado en enero de este mismo año por Ecologistas en Acción: “Con la soja al cuello: piensos y ganadería industrial en España”. Además de la deforestación y destrucción de ecosistemas que supone este cultivo (del cual solo el 6% a nivel global se destina a consumo humano, al contrario de lo que piensan los que ladran que “los veganos se cargan la selva amazónica con su tofu”), el informe nos habla del papel determinante que ha tenido en el Estado español la importación masiva de soja a bajo precio para la evolución hacia este modelo de macrogranjas, habiéndose convertido España en la mayor productora de piensos compuestos de Europa en 2018, con más de 24 millones de toneladas.


 

La santificación de la ganadería extensiva

Como decíamos al comienzo, toda esta crítica a las macrogranjas que acabamos de hacer ya ha sido ampliamente difundida a un nivel que hace solo unos pocos años nos parecía impensable. Y tras la crítica a este modelo despiadado, se contrapone la ganadería extensiva como modelo bondadoso y salvador, exento de impacto alguno e incluso beneficioso ecológicamente.

¿Pero es esto realmente así? Para empezar, debemos romper el mito de que en la ganadería extensiva los animales no sufren. La trampa del “bienestar animal” nos hace pensar que, simplemente por comparación con los horrores de la intensiva, el ganado extensivo lleva una vida igual o mejor a la que tendrían en libertad, pero esto simplemente no es así. A parte del hecho incuestionable de que su fin será la muerte prematura en un matadero (cuestión que sabemos que no supone un dilema moral para la mayoría de la población), hay que recordar en qué condiciones ocurre esto, porque tanto en el manejo cotidiano de estos animales, como en el transporte y finalmente en los mataderos, existe maltrato, violencia y mucho sufrimiento para los animales. Además de las prácticas permitidas, muchas de las cuales no dejan de ser crueles, la realidad es que la ausencia casi total de inspecciones hace que las explotaciones puedan saltarse por completo la normativa de bienestar animal en cuestiones del manejo diario de los animales, como el uso excesivo de picas eléctricas, la castración (practicada en muchas ocasiones sin anestesia) y mutilaciones, etc. La investigación “Dentro del matadero” realizada por Aitor Garmendia entre 2016 y 2018 en mataderos del Estado español da cuenta de las atrocidades cometidas en estos centros, a los que, recordemos, van a parar tanto los animales de granjas intensivas como los de extensivas, y en los que la normativa destinada a “proteger” a los animales no es más que papel mojado (recomendamos la lectura de un breve resumen sobre esta investigación publicado en Dentro del Matadero: una investigación sobre la matanza industrial de animales en España .


 

Por otro lado, se defiende, incluso desde algunas organizaciones ecologistas, que la ganadería extensiva no tiene un impacto ecológico negativo porque se integra en el ecosistema de manera que los nitratos son aprovechados por la vegetación y no causan contaminación, y que no resta recursos a la agricultura ya que ocupa terrenos no aptos para el cultivo y no requiere de piensos para la alimentación del ganado. Si bien esto pudiera ser cierto en determinados territorios y bajo determinadas condiciones (la cría de yaks en la estepa mongola, o, por poner un ejemplo más cercano, un pequeño rebaño de ovejas en la sierra de Cuenca), no es en absoluto una afirmación que se pueda generalizar. Si hablamos del aquí y ahora y no nos vamos a economías de subsistencia en territorios en los que la ganadería extensiva es esencial para no morirse de hambre, la realidad no es tan bucólica. El sobrepastoreo “ha constituido en España una de las causas históricas de degradación de las cubiertas vegetales” contribuyendo al avance de la desertificación (no lo decimos nosotros, lo dice el Ministerio de Transición Ecológica). Muchas de las dehesas que hoy se ponen como ejemplo de ecosistema equilibrado, fueron en su momento bosques no solo perfectamente equilibrados sino mucho más ricos en biodiversidad. Los conflictos de la ganadería con la fauna salvaje también son evidentes, y si no que se lo digan al lobo, perseguido y demonizado como culpable de cualquier mal allí donde comienzan a recuperarse sus poblaciones. Y por poner un ejemplo más de los impactos de la ganadería extensiva, podemos hablar de los centenares de incendios que han arrasado Asturias este invierno, como cada año desde que en 2017 se modificara la Ley de Montes permitiendo el aprovechamiento de los terrenos quemados para pasto.

Porque la ganadería extensiva como modelo de explotación no se limita a “lo más ecológicamente sostenible”, sino que es un negocio más que busca el mayor beneficio y expansión posibles, y para ello, por supuesto que ocupa terrenos que podrían destinarse a la agricultura, usa piensos como complemento, entra en conflicto con la fauna salvaje y con la conservación de los ecosistemas y le importa una mierda el bienestar de los animales.

Por eso, si lo que se defiende es eliminar el modelo intensivo y que sea el extensivo el que abastezca de carne a la población, además de ser algo completamente imposible por muchísimo que se redujera el consumo de ésta, los impactos no serían ni mucho menos neutros. El discurso que pasa todo esto por alto, no hace más que hacerle un favor a la industria cárnica en su crecimiento y legitimación.

 

Extraído de https://www.todoporhacer.org

 

jueves, febrero 3

La muerte no se limpia

 

 

El pasado 15 de enero, el barco italiano Mare Doricum descargaba petróleo en una refinería de la empresa española Repsol, situada en el litoral peruano, cuando se produjo un derrame que liberó 1,65 millones de litros de crudo al mar. 7.000 kilómetros de agua y 2.000 playas se han visto afectadas. Una vez más, el extractivismo, el consumo desenfrenado de fuentes de energía contaminantes y la avaricia empresarial son responsables de la destrucción de numerosos ecosistemas y de la muerte de millones de animales y plantas marinas, por no hablar de que se ha eliminado la fuente de sustento de miles de personas. El plan de contingencia brilla por su ausencia, más allá del envío de algunas palas y bolsas, mientras Repsol intenta escurrir el bulto y el Gobierno español mantiene un silencio cómplice respecto de la responsabilidad de «una empresa española«.

Da la sensación de que las vidas en esas latitudes del planeta no importan tanto como las europeas y que, al fin y al cabo, estamos hablando del basurero del mundo.

A finales de enero, una concentración en Madrid reclamaba que Repsol se hiciera cargo de los costes de limpieza y de recuperación del medio. Las asistentes recordaron que la refinería se abrió con la connivencia del dictador y genocida Fujimori y señalaron al sistema capitalista y neocolonial como el verdadero responsable de este desastre medioambiental. En palabras de la peruana Marlene Gildemeister, activista de Colectiva Kunturcanqui, en un artículo de La Marea: “Ya no vienen en carabelas sino con multinacionales”.

Hoy como ayer, ecocidios nunca mais.

 

Extraído de https://www.todoporhacer.org