Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, octubre 30

Prisión preventiva para uno de los 9 detenidos en Barcelona

Tras la toma de declaración ante el Juez Juan Pablo González, de la Audiencia NaZional, acusados de un delito de “pertenencia a organización criminal con finalidad terrorista”, dos compas saldrán en libertad sin fianza, otra bajo fianza de 4000 euros y 5 con fianzas de 5000 euros. Un compa por lo tanto entra en prisión preventiva sin fianza. Esta es su dirección: Escribidle, apoyadle, que sepa que no está solo.


CP Madrid V Soto del Real
Ctra M-609, km 3,5 Módulo 15
28791 Soto del Real (Madrid)


Apoya y difunde.

 ¡Solidaridad con los compañeros represaliados!

 ¡No a la criminalización de las ideas!

Convocatorias 

Viernes 30: 

Madrid. 9h, delante de la Audiencia Naciona. Calle Génova con calle García Gutiérrez

Bilbo. 20h. Plaza Unamuno

Sábado 31: 

Salamanca. 18:30h, Pza. de la Constitución

Zamora. 20h. Pza. de la Constitución

Sábado 7 Noviembre: 

Albacete. 11.30 Plaza del Altozano

jueves, octubre 29

Estado español: Se prorroga la prisión preventiva a Mónica y Francisco. Nuevas detenciones en el marco de la Operación Pandora


El martes 27 tuvo lugar la vista donde se decidía si les prorrogaban la prisión preventiva a Mónica y Francisco o les ponían en libertad a espera de juicio. Ha salido la resolución, y se les ha prorrogado.

A pesar de que la legislación española contempla los dos años como el tiempo máximo que una persona puede permanecer en prisión preventiva, el Estado tiene la posibilidad de alargarla (argumentando algún tipo de excepcionalidad en el caso) durante dos años más, y lo ha hecho.

Hace dos años, el 13 de noviembre de 2013 fueron detenidos junto con tres personas más, a las cuales se les ha archivado el caso. Mónica y Francisco están a la espera de juicio acusados de pertencia a organización terrorista, estragos y conspiración.

El mismo día que sale esta resolución detienen a 9 personas en un nuevo golpe a anarquismo en Barcelona y Manresa con diez registros en casas y locales: http://www.nodo50.org/cna/?p=4276

Y ante esto solo nos queda encajar los golpes y seguir adelante, demostrándoles que no están solos y que no conseguirán frenar nuestra solidaridad.

PODRÁN DETERNOS, PERO NO PARARNOS.

LIBERTAD ANARQUISTAS PRESXS!

SOLIDARIDAD CON LOS DETENIDOS!

QUEREMOS A NUESTRXS COMPAÑERXS EN LA CALLE YA!

miércoles, octubre 28

Desde la celda

Todas las personas privadas de libertad responden a un nombre que a veces se olvida por la cosificación que ejerce la institución. Sin demasiado esfuerzo se acaban convirtiendo en un número, en una cifra más, en un dato estadístico, pero lo cierto es que todos y cada uno de ellos, todas y cada una de ellas, proviene de sus propias circunstancias. No son un número. No son una tasa de criminalidad, de reincidencia, de tipología delictiva. No son un experimento social. No son partidas presupuestarias. No son conclusiones de estudios sociológicos, jurídicos o criminológicos. Son personas con nombre y apellido, con familia, con entorno, con suerte o sin ella, pero personas. Las cartas ocupan tiempo, trasladan la mente, dibujan ilusiones, diseñan esperanzas. Las cartas se leen una y otra vez hasta aprenderse de memoria; son el triunfo de la persona frente a la institución; son la no cosificación, la resistencia, la libertad. Son sensación, emoción, vida.

domingo, octubre 25

Acción Travesti Revolucionaria Callejera. Superviviencia, revuelta y lucha trans antagonista

A finales de junio de 1969 tenían lugar los famosos disturbios de Stonewall. Y en ellos tuvieron un protagonismo especial Sylvia Rivera y Marsha P. Johnson, fundadoras de STAR (Street Transvestite Action Revolucionaries, Acción Travesti Callejera Revolucionaria). Pero, a menudo, Sylvia y Marsha han sido omitidas de la historia oficial del movimiento LGTB. En primer lugar por su raza, una puertorriqueña y la otra afroamericana. En segundo lugar, por su clase y por el orgullo y la solidaridad hacia esta que siempre tuvieron, ejemplificados en la casa comunal que mantuvieron para que las trans adolescentes no tuvieran que prostituirse o en sus relaciones con otros grupos políticos callejeros. Y, por último, por el carácter revolucionario que siempre otorgaron a su lucha, no contentándose con reclamar derechos sino luchando por una revolución tranformadora de la vida y del mundo.

El libro comienza con un breve prólogo y una introducción que nos ayudan a situar a Sylvia, a Marsha y a STAR en la historia del movimiento LGTB. Diversos materiales como panfletos, entrevistas y discursos forman el grueso de esta edición, desgranándose en ellos la acción directa continua que fue la vida de STAR y de quienes participaron en el grupo, su necesidad de autodefensa frente a una sociedad que solo les ofrecía violencia. Pura dinamita. En un breve epílogo, la editorial nos cuenta la historia de lo que pudo ser pero no fue algo así como un «STAR español», nos quedamos con ganas de más.

«Somos las chicas del Stonewall
llevamos nuestro pelo rizado
llevamos nuestros vestidos
por encima de nuestras rodillas
mostramos nuestro pelo púbico»



jueves, octubre 22

Presismo y anarquismo. La "lucha anticarcelaria" en el gueto hasta la campaña contra los F.I.E.S.

El sistema penal es de alguna manera la primera línea de la amenaza, pronta a convertirse en violencia, que el régimen de dominación hace pesar permanentemente sobre los oprimidos para imponerles sumisión. Y, por tanto, también en cierto modo, la primera línea de la resistencia frente a ella. Sería lógico, pues, que los autodenominados “anarquistas” —para ellos mismos al menos, los principales enemigos de dicho régimen— prestaran gran atención a los conflictos concretos que pudieran producirse en esa primera línea. La autodefensa contra el sistema penal es parte fundamental de la tradición anarquista. Por ejemplo, en las primeras décadas del siglo XX, la solidaridad con los presos, junto a las expropiaciones y la lucha abierta con la policía y con los pistoleros de la patronal, era el centro de la actividad de muchos grupos de afinidad. En el 36, como una de las primeras medidas tomadas desde abajo en la revolución que hizo frente al alzamiento militar, los anarquistas abrieron las cárceles. Sin embargo, los que ocuparon posiciones de poder en el Estado republicano, entre otras muchas opciones netamente contrarrevolucionarias, contribuyeron a volver a llenarlas o lo consintieron, incluso cuando eran los mismos anarquistas quienes iban presos. García Oliver fue ministro de justicia, máxima autoridad carcelera y, según se dice, uno de los inventores de los campos de concentración. Además de que, como muchas otras organizaciones del bando republicano, la CNT tuvo también sus “checas”, cárceles informales donde se encerraba, se interrogaba y se juzgaba sumarísimamente a los sospechosos de connivencia con el enemigo, que muchas veces eran ejecutados, y hubo participación de anarquistas en las “sacas” de presos “facciosos” para ser fusilados.
 
Acercándonos más al presente, desde la muerte de Franco, salvo honrosas aunque contadas excepciones, la presencia de los anarquistas en esa primera línea ha sido bien poco relevante, no pasando casi nunca de testimonial, ideológica, propagandística… Y, desde luego, algo que ha brillado por su ausencia desde entonces es un análisis estratégico del campo penal, lo cual no es de extrañar, ya que la indigencia teórica concuerda con la impotencia práctica. Ese análisis sólo podría realizarse integrado en un relato de las luchas concretas, que contribuya a la conciencia de las mismas, a la reflexión sobre la experiencia que proporcionan y a la permanente discusión de los proyectos a realizar, los objetivos concretos que hay que intentar alcanzar, los medios que se necesitan y se pueden desarrollar para ello, sobre su eficacia y los errores y aciertos en su empleo. La falta de eso es un buen indicador de la verdadera situación del pretenciosamente llamado “movimiento anarquista” en esos años. 
 
Un indicador, entre otros, de su inexistencia o de su existencia meramente aparente, objetivamente espectacular, subjetivamente delirante, de su condición de ficción efectiva que aspira a compartir la explotación de la realidad en libre concurrencia con tantas otras mentiras. Sin que eso quiera decir que no existan verdaderos anarquistas, sólo que no se ha notado apenas su presencia, al menos en la crítica práctica de la maquinaria social punitiva. No vamos a analizar las miserias del anarquismo contemporáneo más que en la medida en que afectan directamente a nuestro tema, pero es necesario decir que esta corriente revolucionaria, anonadada por la contrarrevolución triunfante, se ha visto casi totalmente desplazada del espacio que ocupaba antaño en la conciencia colectiva por diversos sucedáneos, que han venido a confluir finalmente en el llamado “gueto político”. El anarquismo, si no es acción y estrategia revolucionarias, sólo es un esperpento del pasado. Lo que, al menos en relación con las agitaciones en torno a la cuestión criminal, se ha venido autodenominando “movimiento anarquista”, en una actitud típicamente narcisista de megalomanía compensatoria, no es más que ese gueto, o un sector de él, cuya característica más esencial es que no quiere superar su impotencia, sino ser feliz en ella. Porque, desde luego, sin dejar de sentir respeto por los muchos militantes honrados que nos consta hay en ellas, no tenemos intención de conceder la menor credibilidad al “anarquismo” oficial de la CNT, la CGT y otras “organizaciones”, cuya práctica se ha podido calificar en muchas ocasiones como anarco-estatismo o anarco-colaboracionismo. Aunque hayan existido y continúen existiendo intentos y situaciones que no desmerecen del anarquismo histórico, no se puede decir que, ni en conjunto —ya que no ha habido cohesión entre ellas— ni por separado, formen todavía un movimiento, y pocas veces se ha expresado en las mismas la menor pretensión al respecto. Hasta hace muy poco, lo que se ha venido llamando “movimiento anarquista” era en realidad el gueto, el cual no es ningún movimiento, ya que no va a ninguna parte. Su actividad ha sido siempre activismo, rodar en la noria, aunque fuera con trayectorias laberínticas. Tampoco participa ni ha participado jamás en ninguna lucha real, sus luchas han sido aparentes, espectaculares, virtuales… pantomimas ante el espejo. Carece de auténtica autonomía o autoorganización, ya que en él nunca ha habido reflexión ni verdadera decisión, sino un rebaño de niños perdidos conducidos por una especie de animadores socio-culturales. Sus asambleas se consolidaron hace tiempo como rituales donde se escenificaba la construcción de un consenso logrado previamente, en parte por acuerdo separado entre camarillas dirigentes, en parte por coincidencia tácita entre “militantes centrales y militantes periféricos” en cuanto a las mejores maneras de gestionar unos intereses creados completamente ajenos a la lucha social. El gueto ha servido más bien, entonces, como laboratorio para procedimientos de manipulación y recuperación, utilizado por la izquierda partitocrática, por la “sociedad civil”, por la propaganda “antitrerrorista” o por quien fuera, como avanzadilla supuestamente radical, como carne de cañón o como chivo expiatorio, fantoche de la subversión o de la rebeldía juvenil derrotada de antemano. Su clientela ha estado siempre mayoritariamente integrada por jóvenes narcisos en busca de sí mismos, individuos aislados como otros cualesquiera, fragmentos de la masa social perpetuamente movilizada hacia ninguna parte. No importa nada si quienes les guiaban decían ser anarquistas, independentistas, bolcheviques, demócratas, activistas contraculturales, promotores del show bussines alternativo, partidarios del neocapitalismo cooperativista, o algún híbrido. Por otra parte, el hecho de que haya muchas cuestiones importantes de las que durante mucho tiempo no se ha hablado más que en el gueto, el cual parece por eso su único heredero, no quiere decir que sea allí donde se están planteando o vayan a plantearse realmente. Entre otras razones, porque una de sus características esenciales es una forma peculiar de falsa conciencia, de engañarse a sí mismo, conectada directamente con unas determinadas maneras de comportarse. Una especie de “cultura”, o “contracultura”, juvenil que recoge una parte de la herencia en descomposición de la extrema izquierda político-sindical. Como nunca se dio en el gueto una verdadera crítica del izquierdismo, ni teórica ni práctica, sus habitantes siguieron “pensando” ideológicamente, según las directrices elaboradas por algunos expertos de andar por casa, o simplemente asumidas de manera tácita, impregnadas, por así decirlo, en el conjunto de rituales que servían al rebaño juvenilista para autoafirmarse, y nunca cuestionadas. Los continuos “debates”, charlas, publicaciones, etc. sólo sirvieron finalmente a los más espabilados para elaborar los discursos que les permitieran “explicarlo todo” y manipular suavemente a sus seguidores. El gueto tiene poca sustantividad. Además de esa ideología desustanciada, posee una materialidad precaria, volátil, lo cual podría ser una virtud en lugar de un defecto si la gente que lo habita fuera un poco más sólida, lúcida y creativa. 
 
Sería mejor hablar, entonces, de un efecto gueto, resultado de una serie de factores que habría que describir con alguna exactitud para intentar hacerles frente. En todo caso, no es lo que es sólo porque esté sometido a unas determinadas condiciones materiales de existencia: un cierto número de personas encerradas en uno o varios espacios. Es, más bien, una actitud, una “mentalidad”, compartida uniformemente entre un número variable de personas, adoptada tal como se producen estos fenómenos en una sociedad de masas: los individuos-átomo que la forman no son nada y pueden serlo todo… momentánea, aparente, superficialmente… todo aquello de lo que sean capaces de procurarse las señas de identidad correspondientes; normalmente, a través del trabajo y del consumo alienados. Pero hay medios “alternativos”, los cuales, al fin y al cabo, poco se diferencian de los otros si su finalidad es la misma: lograr una identidad, asegurarse unas condiciones de existencia en el mundo del Capital, en la sociedad del espectáculo. Lo cual implica reconocerlo como el mundo verdadero, entrar en un toma y daca, negociar con él, traducirse a su lenguaje. 
 
Uno de los aspectos más destacados de esa mentalidad sería la autocomplacencia, una especie de narcisismo colectivo, cuyo principal resultado consistiría en la reproducción rutinaria de una especie de medio social que no quiere llegar a nada más que a sí mismo, un “ambiente” donde medran una serie de individuos y grupos satisfechos de ser lo que son y como son, quizá con razón, ya que demuestran mayor capacidad de adaptación al modo de vida dominante que muchos de los supuestamente integrados. En la generación, por tanto, de una red de intereses particulares dispuestos a negociar con la dominación las condiciones para el mantenimiento de un lugar a su sombra. 
 
Pero hoy, cuando el Capital y el sistema tecnológico han logrado configurar todos los aspectos de la vida, moldeando a su antojo al mismo tiempo a los individuos, no es posible trasformar el mundo sin empezar por la transformación tanto de aquéllos como de las relaciones entre ellos. La autocomplacencia está contra eso. Hoy en día, la primera condición de toda crítica es la autocrítica. El primer policía que hay que matar sigue siendo el que todos llevamos dentro. La dominación sabe que, de momento, no puede acabar definitivamente con la rebeldía, así que prefiere tenerla controlada en un reducido espacio, definida con unas cuantas etiquetas, manipularla desde dentro y desde fuera y hacerla servir a sus intereses. Una de las causas objetivas de la existencia del gueto es la marginación que sufren en esta sociedad precisamente determinados planteamientos críticos, radicales o utópicos. Últimamente se impone a menudo la idea errónea de que para salir del gueto hay que rebajar esos planteamientos. Pero otro de los aspectos de esa idiosincrasia guetista, principal factor subjetivo de aquellos por los que se produce y reproduce el efecto gueto, contrarrestando decididamente el cual se podría hacer mucho para debilitar el conjunto, es cierto “malditismo”, una tendencia a adaptarse a las condiciones de esa marginación haciendo de la necesidad virtud, a acomodarse en el estrecho espacio que nos dejan y consi- derarlo “nuestro”, para luego negociar las condiciones de su propiedad, entrar en un tira y afloja con el enemigo, que es en realidad quien los marca, solamente para mantener o ampliar esos límites. A los anarquistas les correspondería inventar otro lenguaje, ir construyendo ese mundo nuevo que dicen que llevan en sus corazones, no existir en la realidad dominada, ni positiva ni negativamente, ya que en ella la ideología anarquista, cualquier ideología, no es más que palabrería, una versión más, en concurrencia con otras muchas, de la única realidad de la que todas hablan, aunque parezca que lo hacen de realidades diferentes, de mundos utópicos, siendo el mundo del Capital y el Estado el que de hecho describen y contribuyen a reproducir, y del cual aspiran a delimitar, patentar y explotar algún fragmento. Algunos de los habitantes de la parcela que se ha dado en llamar “gueto radical” han llegado a identificarse con el esperpento mediático-policial del anarquismo, con sus bombas que sólo hacen puf, una especie de “mano negra” postmodernizada. Sin embargo, por mucha pólvora que se queme y por mucho que se salga en los “medios de formación de masas”, el gueto no se parecerá más al movimiento anarquista histórico, salvo como caricatura. Su verdadera función, al servicio de la dominación, ha sido hasta ahora la de “guardería del viejo mundo”, para tener a los políticamente rebeldes controlados en unos espacios donde debían quedar encerrados y al mismo tiempo visibles. O sea, la de un módulo o un régimen de vida más dentro de la cárcel social. Luchar contra la cárcel, para quienes viven en él, es en primer lugar, luchar contra el propio gueto, contra los factores que lo constituyen, cuyo conjunto es, precisamente, el de todo lo que les impide el acceso a un planteamiento verdaderamente radical de los problemas sociales. 
 
Es verdad que, además de algunas reflexiones serias y situaciones de enfrentamiento real con la dominación y con las consecuencias del desarrollo capitalista, existen ateneos, centros sociales, proyectos autogestionados… periódicos, revistas, páginas web, emisoras de radio, editoriales, librerías… distribuidoras anticomerciales, grupos de rock, colectivos, coordinadoras, redes… que hay presencia en movilizaciones de autodenominados anarquistas o tildados de tales, y también que ha habido y hay presos anarquistas, acusados de acciones que se suelen considerar propias de ellos, como poner bombas, preparar atentados, hacer sabotajes o conspirar para ello, aunque sea, frecuentemente, de una manera que parece más parodia que verdad. El gueto no es ningún movimiento anarquista y no puede luchar por sí mismo contra el Estado ni contra la cárcel, pero se le han de reconocer algunos rasgos verdaderamente anarquistas: asambleas, autoorganización, coordinación horizontal, conocimiento práctico compartido, planteamiento directo y activo de los problemas por los propios afectados, ocupación, autorreducciones, enfrentamientos directos con los intereses dominantes y con la represión, solidaridad, etc. Ese es su lado positivo, lo negativo es que, a causa de que estamos hechos por y para la vida en el capitalismo y de la falta de autocrítica, demasiado a menudo, todo eso se convierte en mera apariencia y, muy pronto, en su contrario, ya que los individuos no se esforzarán por lograrlo si creen que ya lo tienen. El efecto gueto es todo aquello que pugna por mantener esas situaciones por los supuestos beneficios, sean materiales o psicológicos, que proporcionan a las personas que las sostienen, a base de construir y reproducir una identidad en una especie de relación de propiedad con las ideas, los espacios, las colectividades, unos rasgos estéticos… Si hablamos de anarquismo, hablamos de revolución; no de las anécdotas de nuestra propia vida, sino de acontecimientos históricos. El egocentrismo no es más que el núcleo de la personalidad del individuo-masa, del ciudadano consumidor al servicio de la megamáquina explotadora, la de quienes hacen al mismo tiempo su capricho y la voluntad del Capital, pues se configuran a sí mismos comprando y vendiéndose. Su actividad no tiene nada que ver con la acción ni con la construcción del mundo, sino con la “labor de nuestros cuerpos”; no producen sus condiciones de vida, no abren un campo para su libertad, no crean su mundo, ni luchan por ello, solamente sobreviven. No se puede pensar sinceramente en la revolución o en la subversión del régimen de dominación y explotación y ser egocéntrico al mismo tiempo, porque la única manera posible de llevarlas a cabo es cambiar radicalmente los contactos, intercambios y acuerdos personales que están en la base de las relaciones sociales, poner la solidaridad en lugar de la lucha de todos contra todos capitalista. Eso sería lo propio del pensamiento y la acción histórica consciente, de la praxis revolucionaria, del anarquismo. Lo propio del gueto no es la reflexión y el debate permanentes, generalizados, extendidos horizontalmente entre individuos y grupos de base, estableciendo una y otra vez la comunicación directa entre ellos y de la teoría con la práctica, la lucidez estratégica, el conocimiento del campo en el que te mueves, la memoria, la reflexión, el proyecto compartido, la discusión libre, la decisión en pie de igualdad, la autoorganización… Lo propio del gueto es lo propio de los individuos atomizados, criados por y para una sociedad de masas: ser movilizados de forma alienada, como consumidores o subtrabajadores; seguir modas, repetir y obedecer consignas o slogans, consumir desperdicios infraideológicos; actuar sin reflexión ni diálogo, por inercia inconsciente, disfrazada complacientemente de esponta- neidad… Así que ese debate no puede empezar si no empieza, primero o a la vez, una autocrítica radical, o lo que es lo mismo, una crítica de qué y cómo es el gueto, de cómo se configura y mantiene, de cómo ha llegado a ser lo que es y cómo se sostiene, de los factores concretos que lo constituyen como objeto o entidad sustantiva y en nuestra propia existencia individual y colectiva. Nuestro tema no es, pues, el de las relaciones de un supuesto “movimiento anarquista”, por demás inexistente, con una “lucha anticarcelaria”, de dudosa existencia a su vez, sino la relación de un cierto “gueto político” con unos intentos de lucha determinados y concretos, llevados a cabo por un puñado de personas presas, así como la suerte corrida por aquéllos y, en relación con ella, la influencia positiva o negativa de la participación guetista. Desde los orígenes del gueto en la segunda mitad de los 80 hasta que a finales de los 90 se inició la llamada “lucha contra el FIES”, la “lucha anticarcelaria” se limitó en “sus espacios” a la mera propaganda: carteles, charlas, programas de radio, letras de rock radical, fanzines… algún acto testimonial que se convertiría pronto en rutinario, como aquellos pasacalles navideños, petardos incluidos, alrededor de las cárceles de algunas ciudades, cuando aún estaban dentro de los cascos urbanos. Muy temprano, esa especie de marketing político entró en una relación ambigua con el clientelismo asistencialista de la extrema izquierda, reciclada en parte, después del estrepitoso fracaso de su apuesta electoralista, en proyectos de autogestión tutelada de la miseria, a ser posible subvencionada, y con la llamada “sociedad civil” surgida alrededor de la práctica correspondiente. Lo cual dio lugar a una especie de híbrido, la “coordinadora de organizaciones de solidaridad con las personas presas”. Los elementos de la mezcla, sin olvidar la presencia de la iglesia, fueron algunos colectivos sociales surgidos al socaire de la “política social” de la izquierda partitocática, y varias ONG —recién inventadas oficialmente, aunque algunas pioneras llevaran ya algunos años funcionando—, subvencionados casi siempre, unos y otras, según las necesidades gubernamentales e integradas, sin que faltaran los curas, por profesionales o semiprofesionales del ramo jurídico o de la asistencia social, más algunos “voluntarios” y “militantes”; y además, unos cuantos grupos “antirrepresivos” formados en el recién nacido gueto radical juvenil, dedicados, como casi todos los “colectivos” de aquella época, más a la publicidad que a ningún otro tipo de actividad, e instrumentalizados por las organizaciones asistencia- listas cristianas o izquierdistas, dado su absoluto desconocimiento del campo penal y penitenciario y la necesidad consiguiente de ser guiados en él. Su actividad en común, siempre bajo la dirección de los “expertos”, no superó nunca un cierto campañismo, una serie de rutinas —carteles, charlas, publicaciones, concentraciones, artículos de prensa, alguna actividad “académica”, y, en el mejor de los casos, algo de “acción jurídica”, asesoramiento legal, etc.— heredadas de la práctica democráticamente autolimitada de la extrema izquierda electoralista y de los “sindicatos alternativos”, de la que unos no podían salir de ningún modo aunque hubieran querido y a los otros no les interesaba otra cosa. En las redes clientelares de la “lucha contra la exclusión” y el asistencialismo alternativo, esos procedimientos, útiles para “visibilizar” las “problemáticas” en las que medraban, eran también a menudo un recurso para cuando veían en peligro los salarios y subvenciones asignados por las administraciones públicas. En el gueto, fundado y tutelado también por elementos de esa “izquierda revolucionaria” fracasada, en busca de algún terreno que explotar, dieron lugar a la faceta “anticarcelaria” de esa propaganda ideológica que constituía casi su única actividad, aparte de la ocupación. No es que en esos momentos no existieran luchas anticarcelarias reales. Las hubo, y virulentas, como los intentos de fuga por la brava que se fueron propagando en progresión creciente desde los primeros 80, para los que a menudo se tomaban rehenes, sobre todo entre los carceleros, y que solían acabar, cuando fracasaban, reteniéndolos durante algún tiempo para forzar la atención de autoridades y periodistas y denunciar las condiciones infrahumanas en que se mantenía a los presos. O los motines reivindicativos de la Asociación de Presos en Régimen Especial, contra los departamentos carcelarios de tortura institucionalizada. Pero fueron aplastadas ante la indiferencia de los supuestos radicales, que no alzaron la voz ni una sola vez en su defensa. Otorgaron callando su aquiescencia al discurso oficial, que presentaba a los presos en lucha por su dignidad como verdaderos monstruos antisociales e infrahumanos, o bien, como mucho, en actitud paternalista y sin comprender lo más mínimo la resistencia de los presos como lucha social, ofrecieron una asistencia más afectiva que otra cosa, poniendo en juego de vez en cuando, con reticencia y arbitrariedad, sus limitados recursos. Actitud típica de una izquierda autoritaria disfrazada superficialmente de “autónoma” que llamaba, por ejemplo, “luchar contra la heroína” a impedir violentamente la entrada de los yonkis en sus centros sociales, o medraba fomentando la división entre supuestos militantes politizados, hijos de la clase media izquierdista, y “kostras” o “pies negros”, a los que se marginaba y perseguía, cuando no se necesitaba utilizarlos como carne de cañón. La cosa permaneció así hasta que, a mediados de los 90, los “ambientes libertarios” se vieron sacudidos por las polémicas suscitadas por la solidaridad con un grupo de atracadores anarquistas detenidos en Córdoba, a la salida de un trabajo, después de un tiroteo donde la policía llevó la peor parte, y por sus llamamientos desde la cárcel a apoyar la resistencia frente al régimen FIES, instaurado para reprimir esas ignoradas luchas que hemos mencionado antes, resistencia en la que habían coincidido con cierto número de presos sociales, muchos de ellos veteranos de aquéllas. La llamada de los presos FIES no cayó en ningún movimiento anarquista sino en esa red de asociaciones “garantistas” y en ese “movimiento juvenil” tutelado por burócratas demócrata-bolcheviques o anarco-colaboracionistas. En cuanto al “Movimiento Libertario” oficial, al ostentar la patente espectacular del anarquismo, la CNT, las Juventudes Libertarias, etc. han sido siempre, entonces como ahora, punto de parada de alguna gente joven que, sintiéndose anarquista, iba buscando a los suyos, y fue la que recogió el llamamiento. Como se puede ver en uno de sus primeros comunicados, enviado por el “colectivo de presos en aislamiento de Soto del Real”, la llamada de los presos en lucha iba dirigida por igual a las organizaciones legalistas y a los anarquistas, considerando a unas y otros, junto con los presos mismos, parte de un “movimiento de resistencia”, cuya mera existencia era “en sí misma una victoria”. “Nos interesa tanto la sensibilidad y las ideas de Madres Unidas Contra la Droga, como las de los grupos abiertamente anárquicos, y os interesa conocer la opinión de los que padecen la cárcel. Creemos indispensable un acercamiento real a los planteamientos e inquietudes de los presos. Nos parece fundamental que la lucha se articule en torno a quienes vivan la represión. En el caso contrario el movimiento corre el peligro de dar vueltas sobre sí mismo hasta convertirse en un nuevo movimiento de beneficencia”. En el texto, después de unas notas estratégicas, para situarse a escala internacional frente al momento vigente de evolución del capitalismo, y de unas reflexiones históricas sobre las luchas del pasado inmediato a las que el enemigo había respondido con la manipulación mediática, la imposición del FIES, la construcción de macrocárceles y el incremento de los módulos de aislamiento, proponían “la creación de un espacio en el cual cada cual pudiera expresarse y participar en la planificación de la lucha contra la cárcel”, con intención de superar la “carencia de eficacia a la hora de obtener resultados” dentro y fuera y el “sentimiento de impotencia” resultante, espacio que “implicaría una autocrítica de los medios empleados y por lo tanto un no estancamiento de los mismos”. Se trataba de tejer “una red de comunicación” que les permitiría “romper con no pocos estereotipos y enriquecernos mutuamente”. “Unificarnos a partir de nuestras diferencias es el único modo viable de hacer frente a la represión”, decían. Salvo por su creencia en que se dirigían a un “movimiento alternativo” idílicamente bien avenido, con el que directamente iban a poder coordinarse y en la existencia dentro de él de grupos anarquistas con los que no necesitaban apenas hablar para pensar todos los mismo, la propuesta de los presos era lúcida, coherente y medida. Pero sobre ellos imperaban ya las condiciones de atomización logradas por medio de las macrocárceles, el FIES, los módulos de castigo y la llamada dispersión. De manera que no podían mantener la cohesión entre sí sin apoyo de la calle. Como ellos mismos decían: “En los aislamientos no nos falta combatividad. Nos falta coordinar nuestras propuestas. Vosotros, desde el exterior podéis ayudarnos a organizarnos, y, a partir del mencionado espacio, juntos promover acciones y reclamar que se cumpla la legalidad. Con vuestro apoyo creemos posible erradicar las torturas y malos tratos. Tenemos la convicción de poder hacer frente a los abusos, pero os necesitamos, nada podemos hacer sin vosotros salvo seguir pudriéndonos en la celda”. Las diferentes camarillas receptoras del mensaje se ocuparon más de sus propios intereses particulares disfrazados de generales que de hacer lo necesario para que se pudiera abrir ese “espacio de lucha” y que las redes de comunicación y apoyo surgidas espontáneamente se extendieran y consolidaran. La “lucha contra el FIES” coincidió con un relevo generacional en el gueto, con el consiguiente enfrentamiento entre dos grupos de edad. Uno de ellos, el más antiguo, representado por quienes hasta entonces habían partido el bacalao en él, que se identificaban con la coordinadora, con sus procedimientos legalistas y con la tendencia, de estirpe leninista, a crear organizaciones de ámbito estatal, centralizadoras, con una estructura marcada que los burócratas pudieran manejar. Y, por otra parte, la gente más joven, que se apuntó a la moda de la “organización informal” y la “lucha insurreccional”. 
 
Aunque más limpia en la relación con los presos, era también muy ignorante y cayó fácilmente en una euforia por la que mitificaba a los presos así como su propio “movimiento” y después, por las mismas, en todo lo contrario. Ni los “reformistas” ni los “radicales” estuvieron a la altura del momento, ni cumplieron suficiente y duraderamente las funciones de difusión, coordinación, movilización, apoyo jurídico y afectivo, etc. que hubieran podido contribuir a que la lucha se extendiera. Los dirigentes de la coordinadora y sus corresponsales en el gueto, acostumbrados a hacer de todo por los presos pero sin ellos, no se identificaban lo más mínimo con un grupo de “incorregibles”, anarquistas, atracadores y asesinos, psicópatas y yonkis, así que, inicialmente, su respuesta fue “escasa, cuando no abiertamente hostil”. Con su paternalismo característico, preferían ver a los presos como víctimas, pero, si había lucha, no querían dejar de controlarla, ya que tenían la parcela “anticarcelaria” del gueto como propia. Hicieron lo que pudieron para seguir administrándola, maniobrando además para no perder la tutela de muchos de sus jóvenes feligreses, que se estaban saliendo de madre, sustituyéndoles como figuras paternas por unos cuantos presos de alta peligrosidad. No es que no se dedicaran a otra cosa; los “colectivos” y asociaciones que integraban la coordinadora, además de labores asistenciales, hacían en conjunto un trabajo de “denuncia pública” de la situación de los presos toxicómanos y enfermos de SIDA, de las torturas y muertes en prisión, incluso del FIES. En este caso, sin embargo, asumieron un papel nefasto: en un momento en que parecía tomar impulso una corriente de movilización anticarcelaria más amplia, en lugar de ayudar desinteresadamente a su formación, ellos quisieron encauzarla, intentando encabezarla al principio, atribuyéndose la organización de acciones colectivas que habían sido iniciativa de los presos; traducirla después a su lenguaje ciudadanista con propuestas de pacificación; sabotearla en todo momento, desaconsejando a algunos presos la participación en ella, colaborando en la criminalización de los “radicales”, boicotenado las propuestas de movilización conjunta… Llegaron a convocar una huelga de hambre sin contar con los presos y, ante la poca respuesta, utilizaron los “medios de comunicación alternativos” para hinchar desmesuradamente las cifras de participación, lo cual fue un duro golpe para la moral y la confianza tanto de los presos como de quienes les apoyaban, al poner bruscamente de manifiesto la irrealidad del “movimiento”. Años después, aún se atribuían todo el mérito de la “lucha contra el FIES”, basándose sobre todo en un recurso contencioso-administrativo presentado por las “madres unidas contra la droga”, que en realidad no sirvió de nada más que como elemento para la escenificación de un “debate público”. Porque el FIES estuvo en vigor durante 18 años de modo “alegal”. Cuando el supremo, al fin, sentenció que la circular que lo había instituido era ilegal, ya el FIES se regía por otra circular, distinta pero con el mismo contenido, y enseguida se incluyó en el Reglamento Penitenciario, se legalizó, y asunto concluido. Pero la herramienta represiva nunca ha dejado de estar en manos de los carceleros. Los jóvenes “radicales” respondieron con mucho más entusiasmo, pero en lugar de decirles a los presos que ellos no formaban parte, todavía al menos, de ningún “movimiento de resistencia”, se quisieron creer el halagüeño reflejo que aquéllos les ofrecían, de manera que, desde el principio, las ilusiones de unos alimentaron las de los otros. En apoyo de las huelgas de hambre o de patio y otras acciones reivindicativas de los presos, mientras los reformistas pugnaban por controlar la situación imponiendo su dinámica legalista, los “grupos anárquicos” que querían ser independientes de los buró- cratas, aparte de las concentraciones y manifestaciones —para las que eran poca gente, visto que los del otro sector se negaron a colaborar en su convocatoria y organización— no supieron inventar otra táctica que la de los pequeños atentados dispersos, incluidos los vergonzosos paquetes-bomba, que dieron lugar a nefastos montajes mediático-policiales. Maneras de actuar para las que tampoco estaban preparados y que pusieron en práctica de una manera descoordinada y sin un mínimo criterio estratégico. El discurso de la coordinadora, supeditado a su propia estrategia contemporizadora, poco tenía que ver con el de los presos, pero los “anárquicos” carecían de cualquier discurso o estrategia que no fuera la nueva retórica “insurreccional” ibérica. Sin iniciativa propia, se nutrían de los comunicados de dentro, mucho más lúcidos y realistas aunque coincidieran en parte con ese lenguaje, mitificados pero mal comprendidos, y de consignas que se reducían al llamamiento a esa “violencia difusa” que luego no sabían ejercer más allá de lo débilmente simbólico. Tampoco supieron separar las acciones ilegales de las que eran necesarias para establecer y sostener las redes de comunicación, que se vieron, por tanto, acosadas por la policía, y afectadas por detenciones y montajes, con la aparición estelar del fantasma del “terrorismo anarquista”. Hasta que cundió el pánico, entre personas más bien inconscientes que se habían tomado la cosa como un juego. Se dispersaron, con muy pocas y respetables excepciones, demostrando en su mayor parte falta de verdadero compromiso, y la moda presista remitió hasta casi desaparecer, con la misma rapidez con que había venido. Fueron cerca de dos años bregando por extender la lucha, con varios intentos de coordinar acciones colectivas dentro y fuera, para sustentar una tabla reivindicativa que intentaba incluir también las necesidades de los presos de segundo grado, centrándose en los conocidos tres puntos (“ni FIES ni dispersión ni enfermos en prisión”) a los que se añadió más tarde el de la limitación de las grandes condenas. La participación —en la primera huelga de hambre colectiva de cuatro días, en marzo del 2000— no pasó de un máximo de 300 presos, según los cálculos más optimistas, cifra que no hizo sino disminuir, con un grupo de irreductibles de unas 30 personas. En la calle, salvando las distancias, se puede hablar de una participación parecida, tanto en el número total como en la proporción entre implicaciones circunstanciales e incondicionales. Pero el “espacio de lucha” abierto en un principio, al tiempo que se desmoronaba fuera ante el acoso policial, se vio sometido a una fuerte presión por parte de la administración carcelera, que hizo lo necesario, torturas incluidas, para dispersar a los presos, minar su moral e interceptar las comunicaciones entre ellos y con el exterior. En lugar de ampliarse, se disipó de la noche a la mañana, salvo en lo que concierne a una exigua minoría. No se logró ningún objetivo; la situación en la cárcel empeoró por las represalias y medidas tomadas para impedir la unión. El movimiento anticarcelario no se desarrolló en la calle, sino que se debilitó hasta prácticamente desaparecer: el motín de la cárcel de Quatre Camins, en mayo del 2002, la brutal represión y la insignificante reacción solidaria señalaron su final. 
 
No hubo debate, ni autocrítica, ni balance de ninguna clase, aparte de los comunicados de algunos presos y la crítica “anarquista” del presismo. No se aprendió nada. Que soplaran en el anquilosado “movimiento okupa” vientos de descentralización, que los administradores patentados de la ideología anarquista mostraran de pronto su verdadero rostro burocrático y legalista oponiéndose a la solidaridad con los presos anarquistas, o que los subrepticios dirigentes de la “coordinadora Lucha Autónoma” dieran muestras de un repugnante oportunismo, y que algunos jóvenes militantes libertarios decepcionados y unos cuantos “autónomos” de barrio decidieran como reacción seguir, como bastantes jóvenes okupas cansados también de soportar a sus vanguardias informales, la moda insurreccionalista, no les había ayudado a superar las maneras de ser básicas de los seguidores de modas: ideología en vez de pensamiento, activismo ciego, preferencia por la ficción frente a la realidad, exhibicionismo… La defensa de los presos fue uno de los motivos que les hicieron rebelarse contra sus tutores. O al menos sus antiguos pastores les dejaron solos en esa lucha. Pero eso no les proporcionó la experiencia o la inteligencia que la pertenencia al rebaño juvenilista no les había proporcionado. 
 
Así que reprodujeron las formas de comportarse aprendidas en ella: en sus asambleas tuteladas y manipuladas por burócratas, el pensamiento crítico individual, el diálogo abierto y la construcción a partir de la experiencia común de una conciencia colectiva eran imposibles, había que conformarse, pues, con las consignas infraideológicas pergeñadas por mediocres especialistas y actuar sin pensar, por inercia, confundiendo el capricho y la rutina con la espontaneidad, el mimetismo con la coordinación, el narcisismo individual y colectivo con la autonomía, el campañismo con la lucha social, el deseo de figurar en el espectáculo capitalista con el ímpetu subversivo… Para el caso que nos ocupa, la peor inercia de ese “movimiento juvenil” hijo de “una generación educada por el espectáculo”, además de la sumisión a una estética barata, podría ser el “inmediatismo”: la ansiedad de satisfacer urgentemente los deseos típica del consumidor, ya que tanto el trabajo de los anarquistas como el de la lucha anticarcelaria se han de plantear a largo plazo. Hace tiempo que un significado preso anarquista, Claudio Lavazza, uno de los de Córdoba, señaló claramente, poniendo el dedo en la llaga, la necesidad de un debate de balance y reflexión sobre la “lucha contra el FIES”, pero ese debate, casi 10 años después de su propuesta, apenas se ha iniciado, al menos en la calle. Entre algunos presos sí que ha existido una cierta continuidad en la discusión estratégica, al hilo de los intentos de lucha que se han dado, pero en el exterior ha pasado prácicamente desapercibida, a pesar de que se le ha dado suficiente publicidad. Los “militantes anticarcelarios” han hecho oídos sordos a esas aportaciones, que no han recibido de ellos ni una sola respuesta directa. Sin memoria, ni diálogo, ni reflexión se han repetido una y otra vez los mismos errores de aquel “intento fracasado de lucha”: activismo; irrealismo; primado de las apariencias y afán de protagonismo; ambigüedad con respecto a los típicos comportamientos reformistas de la izquierda, debida a la total ausencia de crítica real, con la consiguiente dependencia táctico-estratégica; falta de pensamiento crítico, de capacidad de reflexión y hasta de sentido común; frivolidad y egocentrismo en el uso de la violencia… maneras de comportarse típicas del gueto. Lo que hizo éste —no podía ser de otra manera— fue negarse a pensar, empecinándose en una estupidez satisfecha de sí misma, al menos en lo que toca a la lucha anticarcelaria. Lo cual es fácil de entender, pues, pese al gusto del gueto por el victimismo, el Estado había sido siempre bastante indulgente con sus actividades ilegales y, así, nada obligaba a estos hijos de la “clase media” a afrontar el análisis de la represión estatal, del sistema penal y la autodefensa frente a ellos. Y precisamente de eso trata, en primer lugar, nuestra crítica: no es que rechacemos tal manera de actuar o tal otra, lo que rechazamos es la acefalia, el espontaneísmo inerte, y más aún esa actitud autocomplaciente que valora por encima de todo la autoexpresión, tildando demagógicamente la racionalidad estratégica de “utilitarismo”. Ese egocentrismo disfrazado de romanticismo idealista y sentimentaloide no es más que un síntoma de narcisismo, la patología que sufre el idiota, separado del mundo, de sus semejantes e incluso de sí mismo, que confunde sus fantasías con la realidad, o pretende hacerlas realidad, lo que viene a ser lo mismo. El caso es que el debate y la reflexión estratégica sobre la lucha anticarcelaria en el territorio dominado por el Estado español han estado casi totalmente ausentes de los “medios radicales”, ausencia favorecida además por la presencia de pseudorreflexiones, discursos ideológicos, engañosos y simplistas, que ocupan el espacio y acaparan las energías necesarias para la búsqueda de la verdad. El término “presismo” se popularizó en el gueto a raíz de la publicación de un artículo, “El fin de las cárceles es el fin del presista”, en el 2002, una mirada afilada en medio de toda esa confusión, a pesar de que adoptaba el punto de vista de un “movimiento anarquista” tan mitológico como pudieran ser las “masas de rebeldes sociales” que poblaban las cárceles en los sueños presistas. 
 
Y pasó con él como con otras críticas al gueto —“Ad Nauseam”, por ejemplo, donde se acuñó, en el 2000, el propio término “gueto”—, que, aunque levantaran ampollas, fueron muy celebradas durante un tiempo como las últimas novedades del mercadillo “antagonista”, los nuevos términos quedaron incorporados al lenguaje guetista, su contenido olvidado muy pronto, y los comportamientos criticados no sólo continuaron vigentes sino que se fueron agravando. De manera que se puede decir que durante años se ha impuesto entre quienes dicen estar contra la cárcel una verdadera ceguera. ¿Es que nadie entre todos los participantes tenía la lucidez mental suficiente para reflexionar sobre la experiencia común elaborando una visión de conjunto y un balance de errores y aciertos? Finalmente, hubo alguna “mesa redonda”, se publicaron un par de reflexiones interesantes sobre el tema, pero no son suficientes, porque las conclusiones no parecen haber calado entre quienes se internan hoy en el mismo terreno. Así que ese “debate sobre objetivos y medios” en la lucha contra el poder punitivo del Estado sólo puede empezar partiendo de las aportaciones de los presos, de la constatación de que en la calle está en sus primeros balbuceos y del análisis de esa ceguera, poniendo en claro sus causas, orígenes y factores constitutivos, así como sus consecuencias. En principio, la cárcel es más vulnerable desde dentro que desde fuera, precisamente en la medida en que la tecnología penitenciaria no logre imponerse sobre la rebeldía de los presos, dividiéndoles, clasificándoles, sometiéndoles a la condición asignada a cada cual por códigos, sentencias, reglamentos y órdenes burocráticas, separándoles entre sí y de la gente de la calle, en la medida en que logren unirse en una lucha por su dignidad y quizá por su libertad. Pero sería aún más vulnerable atacándola coordinadamente desde los dos lados. Al fin y al cabo, la cárcel social funciona poniendo a cada cual en su sitio: los currantes haciendo horas extras o buscando trabajo, enganchados a sus aparatitos electrónicos y a los placeres y servidumbres del consumo y de la propiedad privada ficticia; los delincuentes en el talego —reglamento, tratamiento, régimen—, participando en “actividades terapeúticas”, sobreexplotados en trabajos superalienantes, tirados en los patios y anulados por el hastío y las drogas, o aislados en los departamentos de máxima crueldad. Los anarquistas podrían haber contribuido a lograr esa unión, a sabotear todo ese proceso de atomización, pero no sin enfrentarse al efecto gueto, a los factores que les separaban entre sí, del resto de la gente y de cualquier enfrentamiento real con la dominación y la explotación. Como decían los presos FIES de Soto del Real: “Es indudable que un hombre o una mujer que no se deja absorber por la masa, posee una riqueza creadora capaz de aportar nuevos métodos reivindicativos e ideas que nos permitieran fortalecernos”. Por desgracia, eso no coincide con lo ocurrido realmente. Reflexión de la que enseguida se sigue que ni el gueto ni los autodenominados “anarquistas”, han tenido, por mucho que digan, más protagonismo en las luchas o intentos frustrados de lucha subsiguientes a la campaña contra el FIES que el que ellos mismos se han atribuido en los típicos relatos esquemáticos y autocomplacientes habituales en sus medios. Lo que ha habido es una relación de complementariedad entre las ilusiones del gueto y las de un grupo de presos que, más que a luchar, se han acostumbrado a aparentar que lo hacían, en una especie de pelea con su propia sombra, al estilo guetista, aunque para sustentar esas apariencias tuvieran que ponerse, por ejemplo, en huelga de hambre o autolesionarse y afrontar las más que seguras represalias carceleras. Todo está basado en un juego de intercambio de fantasías. Primero, los autodenominados anarquistas mitifican a los presos como una especie de vanguardia de la rebeldía social o sujeto revolucionario sustitutivo. Luego, se les hace creer a ellos que existe un “movimiento anarquista” que les apoya y puede proporcionarles una identidad y un reconocimiento como luchadores. Son dos narcisimos que se alimentan recíprocamente, producto ambos de la alienación, del alejamiento forzado de la realidad como proceso constitutivo de las condiciones fundamentales de la vida de todos, del encierro en una dimensión dentro de la versión solidifica- da de esa realidad que se nos impone, cosificándonos, privándonos de la condición de sujetos de nuestra propia vida, es decir, de la autoconciencia, de la voluntad, de la creatividad, de la libertad, de la interrelación directa, del apoyo mutuo, de la comunidad. Anarquista sería, como mínimo, quien luchara por recuperar todo eso sin aplazar su disfrute hasta el momento de la victoria, sino sumergiéndose ya mismo en el conflicto, afrontando la angustia, la perplejidad y el peligro de vivir y ser día a día la nada creadora. No quien se adhiriera compulsivamente a una identidad abstracta, rígida, muerta, de la que se intenta fingir la vida agitando, como el viento un espantapájaros, su cadáver disfrazado y adornado a la última ¡Qué triste desperdicio de energía! Tampoco ha sido nunca el anarquismo lo que algunos se imaginan, una cuestión de capricho individual —interpretación propia de niños pijos— y no va a empezar a serlo porque algunos lo decidan así. Pueden utilizar la etiqueta como les dé la gana, también lo hacen, como lo han hecho siempre, la policía y la propaganda de la dominación. Al fin y al cabo, lo que importa no es el anarquismo sino la anarquía y la lucha por lograrla, importa la acción, los hechos y no tanto las palabras o los gestos. Ahora bien, no hay que confundir con la acción el activismo, por efectista o subido de tono que sea, y mucho menos el activismo campañista, la “guerrilla de la comunicación”, eso sería el viento agitando el espantapájaros. Los problemas reales están aquí, en nuestras propias vidas, y no se pueden plantear siquiera si huimos ante ellos refugiándonos en una identidad ficticia. Tanto el deseo vivo de acabar con la tortura institucionalizada y el poder punitivo como la acción encaminada a abolir el Capital y el Estado se encuentran hoy en una situación de debilidad, casi de inexistencia. El uno y la otra son sólo dos aspectos, el primero incluido en el segundo, de un mismo proyecto: el intento de constituir una colectividad rebelde que llegue a ser lo suficientemente fuerte como para convertirse algún día en revolucionaria, aprovechando las oportunidades que ofrezca el imparable proceso de descomposición social que nos ha tocado vivir, y poder plantearse seriamente esos objetivos, sabiendo que no se puede derribar el régimen de dominación y explotación sin destruir el sistema penal y tampoco viceversa. Tanto la lucha anticarcelaria como el movimiento anarquista tienen todavía que llegar a ser. No se pueden desperdiciar las fuerzas necesarias fingiendo que ya lo hemos logrado. 
 
 
Publicado por primera vez en el número 6 de la revista Argelaga

lunes, octubre 19

“Que la lucha no muera. Ante la adversidad: rebeldía y amistad”. Xosé Tarrío González

Ante la brutalidad del régimen que sufren, la deshumanización de sus vidas, la tortura que padecen tanto él como sus compañeros presos y la tristeza que inunda lo más hondo de sus almas, Xosé decide sacar fuera de los muros toda esta barbarie por medio de la escritura, dando vida a“Huye, hombre, huye”. Este libro de denuncia, este alegato contra el sistema penal y penitenciario, estas ansias de libertad, se convertirán en un escupitajo lleno de rabia y de reivindicación, escupido a las mismas caras que protagonizan y amparan la represión, traduciendose al griego, italiano, alemán, inglés, francés y editado en Argentina.

Además de este libro escribe numerosos textos sobre diferentes temas, sobre todo de temática carcelaria, pero también de análisis de la actualidad de fuera, que seguía tanto con interés como con preocupación. Compone poesías, la mayoría de estas dedicadas con mucho amor a su incondicional madre. Aparte realizó numerosos cuadros donde predominan los colores vivos debido a su encierro y la ausencia de ellos dentro de prisión.

Aquí reproducimos tanto este material como un capítulo dedicado a Xosé, en el cual familiares, amigos y compañeros le recuerdan de una manera especial, donde el cariño y la pena son palpables. Por último, su madre Pastora contribuye con una introducción que no dejará indiferente a nadie, donde explica qué es lo que hicieron con su hijo para que acabara falleciendo.

Xosé nos transmite sus sentimientos sin edulcorar, lo que le llena de odio y de amor: la institución carcelaria, las drogas, el F.I.E.S., el patriarcado, el Estado, la sociedad, las injusticias, la solidaridad, el amor, la amistad, su madre, la anarquía…

Siempre dispuesto a ayudar a su gente, dar la cara por ellos y exigir lo que es justo. Recorriendo numerosas cárceles del estado, este insurrecto gallego sabe bien de lo que habla, siendo de los primeros presos en sufrir en sus carnes el régimen F.I.E.S. Su espíritu ingobernable y su solidaridad entre rebeldes le llevarán a recibir multitud de partes, sanciones, humillaciones, cacheos, aislamientos, vejaciones, traslados, palizas… pero eso no le impedirá intentar fugarse una y otra vez.

Fue un rebelde social, un anarquista de pura cepa, nunca retrocedió en sus ideas, ni se vendió por nada ni por nadie, siguió siempre hacia adelante con la cabeza bien alta, luchando hasta que todos seamos libres…

Su vida entera es pura rebeldía y eso nunca se lo perdonaron.
Decidiendo terminar de una manera deleznable con su vida, muriendo de cárcel el 2 de enero del 2005.

Cheché te recordaremos siempre.


viernes, octubre 16

Encendiendo la llama del ecologismo revolucionario


"El ecologismo revolucionario rechaza la idea de que el ser humano es el centro del universo, y en su lugar sitúa a la naturaleza. Acepta que la Tierra no nos pertenece sino que somos una parte de ella, una especie más de entre las muchas que habitan el planeta, ni superior ni inferior a las demás. El movimiento ecologista revolucionario acepta para defender a la Tierra un abanico de estrategias que no necesariamente tiene porqué ser aceptado en el ámbito legal, ya que considera que las leyes están de parte de los destructores de la Tierra y de los explotadores de sus habitantes. ‘Encendiendo la llama del ecologismo revolucionario’ profundiza tanto en las bases teóricas como en la práctica de esta lucha."


Lo puedes descargar aquí

martes, octubre 13

Sobre las lamentaciones de la policía al desalojar a sus coleguitas fascistas

La complicidad y relación colaboracionista entre los grupos de extrema derecha y las Fuerzas de Seguridad del Estado no es nada nuevo en el Estado español. Todxs recordamos aquella fotografía de la manifestación neonazi en Vallecas, Madrid, hace unos años, en la que se veía a varios manifestantes fascistas codeándose de buen rollo con algunos de los antidisturbios que escoltaban su provocativo paseo por uno de los barrios obreros de más larga trayectoria combativa en la capital. De hecho, uno de esos neonazis hasta iba equipado con un casco de la policía, que portaba tan campante y sin la menor discreción, como se puede ver en la siguiente imagen:

A ésto podemos sumarle las innumerables ocasiones en las que la policía cargó contra grupos antifascistas o vecinxs que se habían opuesto abiertamente a manifestaciones y otras expresiones del odio racial y la xenofobia en sus barrios, mientras en las instituciones gubernamentales del Ministerio del Interior y el Ayuntamiento, el complot se consolidaba, y manifestaciones de ultraderecha eran permitidas sin reservas por los partidos en el poder (fuese el PSOE o fuese el PP, da igual) mientras toda protesta pensada desde la solidaridad más allá de etnia, nacionalidad o status económico o social, era ilegalizada, y sus participantes acosadxs, perseguidxs, golpeadxs y en muchos casos detenidxs, torturadxs en comisaría, y condenadxs a penas de prisión o a pagar importantes multas.

También podemos mencionar casos como la completa impunidad de la que están gozando los neonazis miembros de la peña ultra futbolística Frente Atlético responsables del asesinato a sangre fría del aficionado deportivista “Jimmy” durante un cobarde asalto al autobús de la peña Riazor Blues por parte del grupo fascista madrileño, y de la desproporcionada represión que están sufriendo lxs que eran sus compañerxs, que además de ver morir a uno de lxs suyxs, se arriesgan ahora a penas incluso mayores que las solicitadas para lxs asesinxs.

Además, más recientemente, hace sólo unas semanas, una manifestación fascista con chovinistas mensajes de odio racial recorría impunemente las calles de Madrid otra vez, organizada por colectivos como el Hogar Social Madrid, que se aseguraron bien de esconder su simbología y su auténtico mensaje para dar una hipócrita sensación de neutralidad y alejarse de sus propias creencias (NUNCA veréis a lxs anarquistas esconder lo que somos, es lo que tiene no avergonzarse en absoluto de tus ideas y convicciones). El HSM es una organización que, ahora que lxs bastardxs han empezado a emplear la okupación de edificios abandonados para disponer de espacios en los que desarrollar sus actividades y desde donde coordinar sus luchas (sí, esa misma herramienta que durante tantos años han condenado y demonizado con la peor de las demagogias), actúan como una triste ONG de asistencialismo vertical y xenófobo, desde donde ofrecen envenenada caridad a las familias españolas a cambio de votos. El fascismo una vez más convierte la desesperación generada por la democracia del Capital (y no estoy diciendo con ésto que la democracia socialista que plantean lxs marxistas sea mucho mejor, que quede bien clarito, que luego nos confundimos) en poco más que réditos electoralistas que comprar con migajas. Al mismo tiempo, otra manifestación en solidaridad con las personas refugiadas que venían hacia aquí huyendo de las guerras que las democracias occidentales de la Unión Europea y el sionismo israelí han financiado, armado y provocado “discretamente” en Oriente Medio, era ilegalizada sin pretexto alguno. Y ojo, no digo esto con afán victimista, ni porque crea que nosotrxs somos lxs buenxs de la película y que lxs nazis son lxs malxs.

A mí personalmente me importa una mierda ese discurso panfletero y moralista. Lxs nazis son el enemigo, como lo son el Estado, la policía, su democracia, sus instituciones, sus leyes y sus partidos de mierda, ocupen el lugar que ocupen dentro del engañoso espectro parlamentario. Más a la “izquierda”, más a la “derecha”, da igual. Son lxs mismxs bastardxs vistiendo distinto traje y echándose distinta colonia para disimular su tufillo a burócrata, a vendemotos y a defensor y depositario de un orden social esclavista e intolerable. No obstante, me parece importante visibilizar la “dura represión” a la que se encuentran sometidos los grupos neonazis o como a ellxs les gusta llamarse “Tercera Posición” o “Nacional-Revolucionarixs” (tiene tela que hasta vosotrxs mismxs os avergoncéis de lo que sois y necesitéis nuevos eufemismos y nomenclaturas con las que referirse a vuestros delirios ideológicos), más que nada porque una de sus estrategias en estos tiempos es, precisamente, mostrarse a sí mismxs como detractorxs del sistema, como parte de una insurgencia en su contra, y como víctimas por tanto de su represión y sus abusos. No obstante, lo único que han recibido del sistema esxs miserables es relativismo en torno a sus crímenes, una cobertura mediática donde en el peor de los casos, se les usaba como un objeto que comparar en una dialéctica de opuestos (a un lado, ellxs, al otro, “lxs antisistema”, es decir, grupos antiautoritarios, como si hablásemos de simples bandas callejeras y no de dos maneras opuestas e irreconciliables de entender el mundo, la libertad frente a la dominación, la solidaridad frente a la exclusión, la jerarquía y la discriminación). Y para muestra, un botón.

No hace mucho, un desalojo tuvo lugar en uno de los edificios okupados por esta escoria, con el fin de llevar a cabo actividades donde lo que se crea, se divulga y se justifica es el odio racial, la exclusión, y las ideas de un régimen responsable de uno de los mayores genocidios del S. XX, pero también de llevar a cabo una cínica campaña con la cual reparten bocadillos y dan cobijo a familias españolas, comprando con ello su opinión y traficando como ya se ha dicho antes con su desesperación. El carácter selectivo de su solidaridad delata sus auténticas intenciones, culpando a las personas migrantes (que sólo huyen a buscarse la vida lejos de las miserias que este sistema que esxs nazis “tanto odian” ha provocado en sus países de origen) de los problemas de la población española, cuando lxs auténticxs responsables son lxs especuladorxs, políticxs, periodistas de los mass-media y otrxs asesinxs de masas que se lavan las manos con la sangre de todxs, mientras sus artimañas, sus mentiras y sus excusas protegen y perpetúan este sistema y sus desigualdades.

Ante ésto, esta fue la declaración que una cuenta a todas luces relacionada con el Cuerpo Nacional de Policía publicó en su perfil de la red social Facebook:

Personalmente no dispongo desde hace muchos años de un perfil en esta red social, pero la imagen fue enviada al correo electrónico de este blog junto a una breve contextualización por una individualidad anarquista afín.

Es curioso que este brote de empatía, esta solidaridad repentina con las “víctimas” de su represión (una represión en este caso totalmente comedida, neutral y a regañadientes), nunca aparezca cuando las personas desalojadas y expulsadas a golpes y gritos de los edificios desde donde fomentan la solidaridad, el apoyo mutuo y el fin del sistema que continúa llenando las calles de desamparadxs y los hogares aun habitados de pobreza, tristeza e incertidumbre, son libertarias, colectivos vecinales a los que no les importa el color de la piel ni la procedencia de sus miembros, colectivos culturales autogestionados y otras entidades. Y repito, como anarquistas y enemigxs declaradxs del Estado y sus perrxs guardianxs, es necesario entender que la represión, la violencia y el acoso continuos es la única actitud que podemos esperar de los miembros de las FSE, pues son el ejército de ocupación interior de nuestro principal enemigo, el Estado, y su tarea es precisamente atacar y desarticular cualquier resistencia u ofensiva organizada en contra de su amo. Y he de reconocer que hacen su trabajo estupendamente.

No obstante, por si esa escoria fascista continúa victimizándose y tratando de crearse una imagen de refractarixs falsa y oportunista, y por si acaso alguien sigue teniendo dudas entre la importancia que lxs miembros de las FSE dan a la ideología neonazi de estxs individuxs (podéis leer en sus palabras que les da igual que sean nazis, es decir, les da igual que respalden a un régimen genocida responsable de muchas de las mayores atrocidades del S. XX), aquí queda eso.

Nazis y Policía, ¡misma porquería!

¡Antifascismo significa solidaridad, apoyo mutuo y ataque!

¡Ni un sólo espacio seguro para el fascismo ni para sus cómplices y falsxs oponentes!


                                                          https://vozcomoarma.noblogs.org/?p=9063 

sábado, octubre 10

A contratiempo (Carabelas de Colón)




"A contratiempo (Carabelas de Colón)"con letra de Agustín García Calvo y música de Chicho Sánchez Ferlosio. Su tema es el descubrimiento de América, y se dirige a las carabelas de Colón, animándolas a que vuelvan hacia atrás, a que desanden el camino andado y a que dejen América sin descubrir y el mundo nuevo, que de nuevo no va a tener nada una vez descubierto. 
 
Carabelas de Colón, 
Todavía estáis a tiempo: 
Antes que el día os coja, 
Virad en redondo presto,

Tirad de escotas y velas, 
Pegadle al timón un vuelco, 
Y de cara a la mañana 
Desandad el derrotero, 

Atrás, a contratiempo. 

Mirad que ya os lo aviso, 
Mirad que os lo prevengo, 
Que vais a dar con un mundo 
Que se llama el Mundo Nuevo,

Que va a hacer redondo el mundo, 
Como manda Ptolomeo 
Para que girando siga 
Desde lo mismo a lo mesmo.

Atrás, a contratiempo! 

Por delante de la costa 
Cuelga un muro de silencio: 
Si lo rompéis, chocaréis 
Con terremotos de hierro

Agua irisada de grasas 
Y rompeolas de huesos; 
De fruta de cabecitas 
Veréis los árboles llenos,

Atrás, a contratiempo! 

¡A orza, a orza, palomas! 
Huid a vela y a remo: 
El mundo que vais a hacer, 
Más os valiera no verlo,

Hay montes de cartón-piedra 
Ríos calientes de sebo, 
Arañas de veinte codos, 
Sierpes que vomitan fuego. 

Atrás, a contratiempo! 

Llueve azufre y llueve tinta 
Sobre selvas de cemento; 
Chillan colgados en jaulas 
Crías de monos sin pelo, Pelo;

Los indios pata-de-goma

Vistiendo chapa de acero,
Por caminos de betún
Ruedan rápidos y serios.


Atrás, a contratiempo!


Por las calles trepidantes
Ruge el león del desierto;
Por bóvedas de luz blanca
Revuelan pájaros ciegos Ciegos;

Hay un plátano gigante

En medio del cementerio,
Que echa por hojas papeles
Marcados de cifra y sello.


Atrás, a contratiempo!


Sobre pirámides rotas
Alzan altares de hielo,
Y adoran un dios de plomo
De dientes de oro negros, Negros;

Con sacrificios humanos

Aplacan al Dios del Miedo
Corazoncitos azules
Sacan vivos de los pechos.


Atrás a contratiempo!


Trazan a tiros los barrios,
A escuadra parten los pueblos;
Se juntan para estar solos,
Se mueven para estar quietos, Quietos;

Al avanzar a la muerte

Allí lo llaman progreso;
Por túneles y cañones
Sopla enloquecido el Tiempo.


Atrás, a contratiempo!


Por eso, carabelitas
Oíd, si podéis, consejo:
No hagáis historia; que sólo
Lo que está escrito está hecho, Hecho

Con rumbo al sol que os nace,

Id el mapa recogiendo;
Por el Mar de los Sargazos
Tornad a Palos, el puerto,


Atrás, a contratiempo!


Monjitas arrepentidas,
Entrad en el astillero;
Os desguacen armadores,
Os coman salitre y muergos, Muergos,

Dormid de velas caídas

Al son de los salineros
Y un día, de peregrinas,
Id a la sierra subiendo,


Atrás, a contratiempo


Volved en Sierra de Gata
A crecer pinos y abetos,
Criar hojas y resina
Y hacerles burla a los vientos,Vientos,
 

Allí el aire huele a vida;
Se siente rodar el cielo;
Y en las noches de verano
Se oyen suspiros y besos.

miércoles, octubre 7

Los orígenes de la policía

Charla de David Whitehouse en Chicago, junio 2012. Publicada en inglés en libcom.org. Traducido por elsalariado.info


En Inglaterra y en EE.UU. la policía apareció en el intervalo de unas pocas décadas, aproximadamente entre 1825 y 1855. La nueva institución no era una respuesta al aumento de los delitos, y en realidad no supuso nuevos métodos para tratar de hacer frente al crimen. La manera corriente que tenían las autoridades para resolver un crimen, antes y después de que surgiera la policía, era la delación.

Aparte de esto, el delito es un acto individual, y las élites dirigentes que inventaron la policía estaban tratando de responder a los desafíos que planteaba la acción colectiva. En pocas palabras, las autoridades crearon la policía para hacer frente a unas masas amplias y desafiantes, como era el caso de las huelgas en Inglaterra, los disturbios en el norte de Estados Unidos y la amenaza insurreccional de los esclavos en el Sur de ese mismo país. Por lo tanto, la policía es una respuesta a las masas, no al crimen.

Me centraré en quiénes eran estas masas, y cómo llegaron a ser una amenaza. Veremos que una de las dificultades a las que se enfrentaban los dirigentes, aparte del desarrollo de la polarización social en las ciudades, fue la descomposición de los antiguos métodos de supervisión personal de la población trabajadora. En aquellas décadas, el Estado intervino para enmendar esta fractura social.

Veremos como, en el Norte, la invención de la policía no fue sino una parte del esfuerzo estatal para controlar y modelar a la fuerza de trabajo de manera cotidiana. Los gobiernos también extendieron sus sistemas de beneficencia para regular el mercado de trabajo, desarrollando el sistema de la educación pública para controlar la mentalidad de los trabajadores. Relacionaré estos puntos con el trabajo de la policía más tarde, pero esencialmente me centraré en cómo se desarrolló la policía en Londres, Nueva York, Charleston (Carolina del Sur) y Filadelfia.

***

Para hacernos una idea de lo que significa la moderna policía hay que hablar de la situación existente cuando el capitalismo estaba en sus inicios. Concretamente, vamos a ver cómo eran las ciudades comerciales del último período medieval, hace unos mil años.

La clase dominante de la época no residía en las ciudades. Los señores feudales se asentaban en el campo. No disponían de policía. Podían reunir fuerzas armadas para aterrorizar a los siervos, que eran semi-esclavos, o podían guerrear contra otros nobles. Pero estas fuerzas no eran profesionales, ni lo eran a tiempo completo.

La población de las ciudades eran principalmente siervos que habían comprado su libertad, o simplemente habían escapado de sus señores. Eran conocidos como burgueses, o residentes en las ciudades. Fueron los pioneros en poner en marcha las relaciones económicas que mas tarde fueron conocidas como capitalismo.Para el propósito de nuestra discusión, digamos que un capitalista es alguien que usa el dinero para hacer más dinero. Al principio, los capitalistas dominantes eran mercaderes. Un mercader usa el dinero para comprar mercancías con el objetivo de venderlas por más dinero. Hay también capitalistas que tratan solo con dinero, los banqueros, que prestan una cierta suma con el objetivo de conseguir una mayor.

También podían ser artesanos, que compran materiales y hacen algo, por ejemplo zapatos, para venderlos por más dinero. En el sistema de gremios, un maestro artesano supervisaba y trabajaba con obreros y aprendices. Los maestros se aprovechaban de su trabajo, así que había explotación, pero los trabajadores y los aprendices tenían razonables esperanzas de llegar a ser ellos también maestros. Por ello, las relaciones de clase en las ciudades eran bastante fluidas, especialmente en comparación con las relaciones entre nobles y siervos. Además, los gremios operaban bajo formas que limitaban la explotación, por lo que eran los mercaderes los que acumulaban realmente capital en la época.

En Francia, durante los siglos XI y XII, estas ciudades eran conocidas como comunas. Se incorporaban al estatus de comuna bajo ciertas condiciones, a veces con el permiso de un señor feudal, pero en general eran contempladas como entidades autogobernadas o, incluso, como ciudades-estado.

Pero no disponían de policía. Tenían sus propios tribunales, y unas pequeñas fuerzas armadas formadas por los propios vecinos. Estas fuerzas no se encargaban de acusar a nadie. Si se robaba o se sufría un ataque, o se era estafado en un negocio, entonces el ciudadano, como víctima, planteaba las acusaciones.

Un ejemplo de esta justicia do-it-yourself, un método que duró siglos, era conocido como el griterío. Si se estaba en un mercado y se veía a alguien robando, se suponía que el testigo gritaría « ¡Al ladrón, al ladrón!», persiguiéndole. La costumbre era que la gente que lo veía se sumara al griterío y corriera también tras el ladrón.

Las ciudades no tenían policía, porque en ellas existía un alto grado de igualdad social, que daba al pueblo una sensación de responsabilidad mutua. Con los años, los conflictos de clase se intensificaron en las ciudades, pero aun así permanecieron unidas, gracias al antagonismo común contra el poder de los nobles, y continuaron con sus lazos de responsabilidad mutua.

Durante siglos, los franceses mantuvieron e idealizaron el recuerdo de estas tempranas ciudades comunas, comunidades autogobernadas de iguales. Por lo que no es sorprendente que en 1871, cuando los trabajadores tomaron París, lo bautizaran como la Comuna. Pero hemos dado un salto histórico demasiado grande para el tema que nos ocupa.

***

El capitalismo fue experimentando importantes cambios a medida que fue creciendo en el seno de la sociedad feudal. En primer lugar, el tamaño de la propiedad del capital creció. Recordemos que esta es la cuestión: convertir pequeños montones de dinero en montones más grandes. El volumen de los capitales comenzó a crecer de forma astronómica durante la conquista del continente americano, a medida que el oro y la plata se saqueaba del Nuevo Mundo y los africanos eran secuestrados para trabajar en las plantaciones.

Cada vez se producían más cosas para su venta en los mercados. Los perdedores en la competición mercantil comenzaron a perder su independencia como productores y tuvieron que emplearse como asalariados. Pero en lugares como Inglaterra, la fuerza que impulsaba a la gente a buscar trabajo asalariado era el Estado, que trataba de expulsar a los campesinos de la tierra.

Las ciudades crecieron, a medida que esos campesinos llegaban desde el campo como refugiados, mientras la desigualdad crecía en las ciudades. La burguesía capitalista se convirtió en una capa social aun más distinta de los trabajadores de lo que solía ser. El mercado causaba un efecto corrosivo sobre la solidaridad de los gremios, algo que trataremos con más detalle cuando hablemos sobre Nueva York. Los talleres eran más grandes que nunca, y un jefe inglés podía tener a su mando docenas de trabajadores. Ahora estamos hablando de un periodo en torno a mediados del siglo XVIII, el período inmediatamente anterior al principio de la auténtica industrialización.

Aún no había policías pero las clases ricas empleaban cada vez más violencia para suprimir la población pobre. A veces se ordenaba al ejército disparar contra las masas rebeldes, y a veces los jueces locales arrestaban a los líderes y les colgaban. La lucha de clases comenzaba a intensificarse, pero las cosas empiezan a cambiar realmente con el despegue de la Revolución Industrial en Inglaterra.

***

Paralelamente, Francia atravesaba su propia revolución política y social, que empieza en 1789. La respuesta de la clase dirigente británica fue de pánico por si los trabajadores ingleses seguían el camino francés. Ilegalizaron los sindicatos y las reuniones de más de 50 personas. Sin embargo, los trabajadores ingleses participaron en manifestaciones y huelgas cada vez más extensas entre 1792 y 1820. La respuesta de la clase dirigente fue el envío del ejército. Pero el ejército solo puede hacer dos cosas, y ninguna buena. Pueden negarse a disparar, y las masas seguirán haciendo lo que vinieron a hacer. O pueden disparar a la muchedumbre y producir mártires obreros.

Es exactamente lo que sucedió en Manchester en 1819. Los soldados fueron enviados contra una muchedumbre de 80.000, hiriendo a centenares de personas y matando a once. En vez de someter a las masas, estos sucesos, conocidos como la Masacre de Peterloo, provocaron una ola de huelgas y protestas.

Incluso el clásico remedio de colgar a los líderes del movimiento comenzó a tener repercusiones negativas. Una ejecución podía ejercer un efecto intimidante sobre cien personas, pero ahora los reunidos para apoyar al condenado eran cincuenta mil, y las ejecuciones les animaban a la lucha. El crecimiento de las ciudades británicas, y el crecimiento dentro de ellas de la polarización social (es decir, dos cambios cuantitativos), comenzaron a producir explosiones de lucha cualitativamente diferentes.

La clase dirigente necesitaba nuevas instituciones para poder controlar esto. Una de ellas fue la policía de Londres, fundada en 1829, solamente diez años después de Peterloo. La nueva fuerza policial fue específicamente diseñada para aplicar violencia no letal contra las masas, para romperlas y evitar deliberadamente que surgieran mártires. Ahora bien, cualquier fuerza organizada para desplegar violencia de forma rutinaria matará alguna vez. Pero por cada asesinato policial, hay centenares o miles de actos de violencia policial que no son letales, calculados y calibrados para producir intimidación y evitar una respuesta colectiva furiosa.

Cuando la policía de Londres no estaba concentrada en escuadrones para controlar a la multitud, se dispersaba por la ciudad para controlar la vida cotidiana de los pobres y de la clase trabajadora. Aquí se reúnen ya las funciones de la moderna policía: la forma dispersa de vigilancia e intimidación, llamada lucha contra el crimen, y la forma concentrada de actividad contra huelgas, disturbios y grandes manifestaciones.

Esto último es para lo que fueron creados, para enfrentarse a masas, pero lo que vemos la mayor parte del tiempo es la presencia del guardia. Antes de hablar sobre la evolución de la policía en Nueva York, quiero explorar las conexiones entre estas dos formas de trabajo policial.

***

Comenzaré con el tema general de la lucha de clases en torno al uso del espacio público. Es un tema con mucha relevancia para los trabajadores y los pobres. Los espacios abiertos son importantes para los trabajadores:
  • para trabajar
  • para divertirse y entretenerse
  • para vivir, si no se tiene una casa
  • y para la política
En primer lugar, el trabajo. Mientras los mercaderes prósperos pueden controlar espacios cerrados, los que no tienen medios son vendedores callejeros. Los comerciantes asentados los veían como competidores y llamaban a la policía para expulsarles.

Los vendedores callejeros son también activos proveedores de mercancías robadas, por su movilidad y su anonimato. No solo utilizaban a los vendedores callejeros los carteristas y los rateros. Los criados y los siervos de la clase dominante también robaban a sus dueños y pasaban los bienes a los vendedores locales. (Por cierto, en Nueva York hubo esclavitud hasta 1827). La sustracción de riquezas de los confortables hogares de la ciudad es otra razón por la cual la clase burguesa pedía acciones contra los vendedores callejeros.

La calle era también ese lugar en el que los trabajadores pasaban su tiempo libre, porque sus hogares no eran cómodos. Era el lugar en el que se desarrollaba la amistad y se podía encontrar diversión gratuita, y, dependiendo de la época y del lugar, podrían tomar contacto con la disidencia política o religiosa. El historiador marxista E.P. Thompson resumía todo esto, cuando escribía que la policía del siglo XIX era:

«[…] imparcial, intentando retirar de las calles con ecuanimidad a traficantes callejeros, mendigos, prostitutas, artistas de calle, piquetes, niños que jugaban al fútbol y oradores socialistas. El pretexto muy a menudo era una denuncia por interrupción del comercio recibida de un tendero

En ambos lados del Atlántico, la mayoría de los arrestos estaban relacionados con delitos sin víctimas, o delitos contra el orden público. Otro historiador marxista, Sidney Harring destaca: «La definición criminológica de ‘delitos de orden público’ se acerca peligrosamente a la descripción que hace el historiador de las ‘actividades de la clase trabajadora en su tiempo libre’.»

La vida al aire libre era (y es) especialmente importante para política de la clase obrera. Los políticos del sistema y los empresarios pueden reunirse en locales y tomar decisiones que tienen grandes consecuencias porque están al mando de burocracias y de plantillas. Pero cuando los trabajadores se reúnen y toman decisiones sobre cómo cambiar las cosas, normalmente no tiene mayor repercusión a menos que puedan reunir seguidores en la calle, ya sea para una huelga o una manifestación. La calle es el campo de pruebas para buena parte de la política obrera, y la clase dirigente lo sabe muy bien. Por eso colocan a la policía en la calle como contrapeso, cuando la clase trabajadora demuestra su fuerza.

Podemos ver ahora la relación que existe entre las dos principales formas de actividad policial, las patrullas rutinarias y el control de masas. La patrulla callejera acostumbra a la policía a usar la violencia y la amenaza de violencia. Ello les prepara para la represión a gran escala, que es necesaria cuando los trabajadores y los oprimidos se levantan en grupos más grandes. No es solo cuestión de coger práctica con las armas y la táctica. El trabajo de la patrulla callejera es crucial para crear un estado mental en la policía que les haga asimilar que su violencia es por un bien superior.

El trabajo callejero también permite a los oficiales descubrir qué policías se encuentran más cómodos provocando daño, asignándolos a las primeras líneas cuando hay enfrentamientos. Al mismo tiempo, el “policía bueno” con el que nos cruzamos lleva a cabo una labor esencial de “relaciones públicas” para encubrir el trabajo brutal que tiene que ser efectuado por los “policías malos”. El trabajo callejero también es útil en períodos de agitación política, porque la policía ya ha estado en los barrios intentando identificar a los líderes y a los radicales.

***

Retrocedemos ahora en la narración histórica para hablar de Nueva York.
Comenzaré con un par de cuestiones sobre las tradiciones de las masas anteriores a la revolución. Durante el período colonial, podían darse a veces tumultos, pero a menudo se formalizaban de manera que la élite colonial podía aprobarlas, o al menos tolerarlas. Había algunas fiestas que caían en la categoría de “desórdenes”, donde las relaciones sociales se invertían y los estratos bajos podían hacer como que estaban arriba. Para las clases subordinadas era una manera de soltar presión, satirizando a sus amos, pero reconociendo al mismo tiempo el derecho de la élite de estar al mando todos los demás días del año. Esta tradición de desórdenes simbólicos era especialmente notable en torno a las Navidades y la víspera de Año Nuevo. Incluso se permitía participar a los esclavos.

Existía igualmente la celebración del Día del Papa, durante la cual los miembros de la mayoría protestante desfilaban con efigies, incluyendo una del Papa, quemándolas todas al final. Era una pequeña provocación sectaria, siempre en buen ambiente, aprobada por los patricios de la ciudad. El Día del Papa nunca solía terminar en violencia contra los católicos, porque solamente eran unos pocos cientos en Nueva York, y no había ninguna iglesia católica antes de la revolución.

Estas tradiciones eran ruidosas e incluso tumultuosas, pero tendían a reforzar la conexión entre las capas bajas y la élite, y no a romper esta ligazón.
Estos estratos bajos están también ligados a las élites por una constante supervisión personal. Esto afectaba a los esclavos y a los sirvientes domésticos, desde luego, pero los aprendices y los artesanos asalariados también vivían en la propia casa del maestro. Por consiguiente, los grupos de subordinados no andaban por la calle a cualquier hora. De hecho, hubo por un tiempo una ordenanza colonial que decía que los trabajadores sólo podían estar en las calles al ir y venir del trabajo.

Esta situación colocaba a los marinos y a los jornaleros como elementos más conflictivos, sin vigilancia. Pero los marinos pasaban la mayor parte del tiempo cerca del puerto y los jornaleros, es decir, los trabajadores asalariados, no constituían aún un grupo muy numeroso.

Bajo estas circunstancias, en las cuales la mayoría de la gente ya estaba vigilada durante el día, no se necesitaba una fuerza policial regular. Existía una vigilancia nocturna, con el fin de luchar contra el vandalismo, arrestando a cualquier persona negra que no pudiera probar que no era esclava. Esta vigilancia no era profesional en absoluto. Todos tenían su trabajo durante el día, rotando en estas labores temporalmente, por lo que no patrullaban de forma regular, y todos odiaban esta tarea. Los ricos pagaban a sustitutos y se libraban.
Durante el día ejercía un pequeño número de alguaciles, pero no patrullaban. Eran agentes del tribunal que ejecutaban mandatos judiciales, como citaciones y avisos de detención. No ejercían un trabajo de detectives. En el siglo XVIII y entrado el XIX, el sistema se apoyaba en informadores civiles a los que se prometía una parte de la multa que el transgresor tuviera que pagar.

***

El período revolucionario cambió bastantes cosas respecto al papel de las masas y la relación entre las clases. En la década de 1760, junto con la agitación contra la Stamp Act, la élite de mercaderes y propietarios apoyaron nuevas formas de movilización popular. Se dieron nuevas potentes manifestaciones y disturbios que utilizaron las tradiciones, de forma evidente en el uso de efigies. En vez de quemar al Papa, se quemaba al gobernador o al Rey Jorge.

No tengo tiempo para entrar en detalles sobre lo que hicieron, pero es importante destacar la composición clasista de estas masas. Podían estar presentes miembros de la élite, pero su cuerpo principal eran trabajadores cualificados, conocidos colectivamente como mecánicos. Lo que significa que un maestro podía estar en la manifestación junto con sus asalariados y sus aprendices. La gente de rango social más alto tendía a contemplar al maestro artesano como lugarteniente capaz de movilizar al resto de los mecánicos.
A medida que se intensificaba el conflicto con Inglaterra, los mecánicos se fueron radicalizando y organizándose de forma independiente de la élite colonial. Hubo roces entre los mecánicos y la élite, pero nunca se llegó a una completa ruptura.

Y, naturalmente, cuando los británicos fueron derrotados y las élites establecieron su propio gobierno, ya habían tenido bastantes agitaciones callejeras. Siguieron dándose rebeliones y disturbios en los recién independizados Estados Unidos, pero fueron tomando nuevas formas, en parte porque el desarrollo económico estaba rompiendo la propia unidad de los mecánicos.

***

Trataremos ahora aquellos desarrollos que siguieron a la revolución, unos cambios que produjeron una nueva clase trabajadora, salida de una conflictiva mezcolanza de elementos sociales.

Empezaremos con los trabajadores cualificados. Incluso antes de la revolución, la división entre maestros y asalariados se había agudizado. Para comprender esto, debemos observar más detenidamente la persistente influencia del sistema de gremios; formalmente los gremios no existían en los Estados Unidos, pero algunas de sus tradiciones seguían vivas entre esos trabajadores.

Los viejos gremios habían sido esencialmente cartels, uniones de trabajadores que tenían el monopolio de un oficio particular que les permitía dirigir el mercado. Podrían establecer precios obligatorios para sus mercancías e incluso decidir con antelación el tamaño del mercado.

El mercado dirigido permitía cierta estabilidad de relaciones entre los trabajadores del mismo ramo. Un maestro adquiría un aprendiz como un sirviente a plazo fijo, a cambio de la promesa a sus padres de enseñarle un oficio y proporcionarle cama y comida por siete años. Los aprendices se graduaban para ser oficiales asalariados, pero a menudo continuaban trabajando para el mismo maestro en tanto en cuanto no había espacio para que se pudieran convertir en maestros. Los asalariados recibían sus salarios correspondientes con contratos a largo plazo. Esto significaba que recibían la paga a pesar de las variaciones estacionales en la carga de trabajo. Incluso sin la estructura formal de los gremios, muchas de sus relaciones habituales seguían funcionando en el período pre-revolucionario.

Entre 1750 y 1850, sin embargo, esta estructura corporativa en los oficios se derrumba, a causa de que la relación externa (el control del mercado por el artesano) estaba también rompiéndose. El comercio procedente de otras ciudades o de ultramar minaba la capacidad del maestro para establecer precios, de tal forma que los talleres tenían que competir, en una forma que hoy nos es muy familiar.

La competencia llevó a los maestros a parecerse cada vez más a los empresarios, buscando innovaciones que ahorrasen trabajo y tratando a sus trabajadores como asalariados a su disposición. Las empresas se hicieron más grandes y más impersonales, parecidas a las fábricas, con docenas de empleados.

En las primeras décadas del siglo XIX los empleados no solo estaban perdiendo sus contratos a largo plazo, sino también su alojamiento en las instalaciones de los maestros. Los aprendices lo tomaron como una experiencia liberadora, como jóvenes que escapaban de la autoridad de sus padres y de sus maestros. Libres para ir y venir como querían, podían encontrarse con chicas jóvenes y crear su propia vida social con sus iguales. Las mujeres trabajadoras se empleaban principalmente en el servicio doméstico de diversos tipos, a menos que fueran prostitutas.

La vida al aire libre se transformaba, a medida que estos jóvenes se mezclaban con otras capas de la población, que incluía a una clase obrera en crecimiento.
Esta mezcla no era siempre pacífica. La inmigración católica irlandesa se empezó a expandir después de 1800. Hacia 1829, había unos 25.000 católicos en la ciudad, una de cada ocho personas. Los irlandeses estaban segregados por barrios, a menudo viviendo junto a los negros, que eran ahora el 5% de la población. En 1799 los protestantes quemaron una imagen de San Patricio, y los irlandeses respondieron. Estas batallas se repitieron en años siguientes, y estaba claro para los irlandeses que los guardias y los vigilantes estaban en su contra.

Así, antes incluso de la existencia de las modernas fuerzas de policía, los legisladores estaban llevando a cabo una discriminación racial. Las élites ciudadanas tomaron nota de la falta de respeto de los irlandeses hacia los guardias, de su abierta combatividad, y respondieron aumentando el número de vigilantes y orientando mejor sus patrullas. Esto se acompañó de un aumento de la atención policíaca hacia los africanos, que vivían en las mismas zonas y a menudo tenían la misma actitud hacia las autoridades.

Pero tras las divisiones raciales y sectarias estaba la competencia económica, ya que los trabajadores irlandeses estaban por lo general menos adiestrados y obtenían menores salarios que los trabajadores técnicos. Al mismo tiempo, los maestros intentaban despojar a los oficios del taller de su cualificación. Los aprendices angloamericanos pasaron a formar parte de un auténtico mercado de trabajo al perder sus contratos a largo plazo. Cuando esto sucedió, se encontraron con que solo estaban un peldaño por encima de los inmigrantes irlandeses en la escala salarial. Los trabajadores negros, que se dedicaban al servicio doméstico o trabajaban como peones, estaban a su vez un escalón o dos por debajo de los irlandeses.

Al mismo tiempo, la vieja fracción no cualificada de asalariados, que trabajaba en los muelles y la construcción, crecía con el aumento del comercio y de la construcción tras la Revolución.

En resumen, la población estaba aumentando rápidamente. Nueva York tenía 60.000 habitantes en 1800, en 1820 ya había doblado su tamaño. En 1830, Nueva York tenía más de 200.000 habitantes, y 312.000 en 1840.

***

Un resumen aproximado de la nueva clase obrera en Nueva York.
En estas décadas, todas las secciones de la clase se lanzaron a la acción colectiva por su cuenta. Es una historia muy complicada, debido al número de acciones y a la fragmentación de la clase. Pero podemos empezar generalizando, y decir que la forma más común de lucha era también la más elemental: los disturbios.

Más concretamente, desde 1801 a 1832, los negros neoyorquinos se sublevaron cuatro veces, para impedir que antiguos esclavos fueran devueltos a sus amos de fuera de la ciudad. Estos esfuerzos fracasaron por lo general, por la violenta respuesta de los vigilantes, y los participantes recibieron sentencias inusualmente duras. Los abolicionistas blancos se unieron a la condena de estos disturbios. Estos ilustran la actividad popular que existía pese a la desaprobación de la élite, por no mencionar la disparidad racial en la aplicación de la ley.

También se dieron provocaciones por parte de los blancos hacia iglesias negras y teatros, a veces alcanzado el nivel de disturbios. Los inmigrantes pobres participaban, pero a veces también tomaron parte los blancos ricos y los mismos agentes de policía. Unos disturbios contra los negros duraron tres días en 1826, dañando las casas y las iglesias de éstos, junto con las viviendas y las iglesias de los pastores blancos abolicionistas.

Pero no había solamente conflictos entre los trabajadores blancos y negros. En 1802, marineros blancos y negros hicieron huelgas por unos salarios más altos. Como en la mayoría de huelgas en esta época, el método era algo que el historiador Eric Hobsbawm denominó “negociación colectiva mediante disturbios”. En este caso, los huelguistas boicotearon los barcos que contrataban con menores salarios. Los trabajadores de los muelles también estuvieron unidos por encima de líneas raciales o sectarias en las huelgas militantes de 1825 y 1828.

Las acciones sindicales llevadas a cabo por los trabajadores cualificados no necesitaban usualmente recurrir a ninguna coerción física, al poseer el monopolio de las habilidades importantes. Pero sin embargo se fueron haciendo más militantes en estos años. Las huelgas en los ramos más técnicos se dieron en tres oleadas, comenzando en 1809, en 1822 y en 1829. Cada ola era más militante y coactiva que la anterior, al enfrentarse a otros compañeros que rompían la solidaridad. En 1829 se inició un movimiento dirigido a limitar la jornada laboral a 10 horas, creando el Workingsman’s Party. El partido se hundió el mismo año, pero llevó a la fundación de la General Trade Union en 1833.

Mientras los trabajadores se iban haciendo más conscientes de sí mismos como clase, comenzaron a hacerse más corrientes los disturbios, cuando la multitud se reunía en las tabernas, en los teatros o en la calle. Tales disturbios bien podían no tener objetivos económicos o políticos claros, pero si que eran ejemplos de autoafirmación colectiva por parte de la clase obrera, o por fracciones étnicas o raciales de esa clase. En las primeras décadas del siglo, se dieron disturbios de este tipo unas cuatro veces al año, pero en el período de 1825 a 1830, los neoyorquinos salieron a la calle una vez al mes.

Una de estas algaradas alarmó de forma especial a la élite. Fueron conocidos como los disturbios de Navidad de 1828, pero de hecho sucedieron el día de Año Nuevo. Una ruidosa muchedumbre de 4.000 jóvenes trabajadores angloamericanos cogió sus tambores y matasuegras y tomó dirección Broadway, donde vivían los ricos. Por el camino, dañaron una iglesia africana y golpearon a los miembros de la iglesia. Los vigilantes arrestaron a bastantes, pero la muchedumbre los rescató, haciendo huir a los guardias.

La masa se fue incrementando y se encaminó hacia el distrito comercial, en donde dañaron las tiendas. En Battery rompieron los cristales de las casas de algunas de las personas más ricas de la ciudad. Y tomaron camino de Broadway, sabiendo que los ricos estaban celebrando su propia fiesta en el City Hotel. Allí, la masa bloqueo la salida de los coches. Un amplio contingente de vigilantes hicieron acto de presencia, pero los líderes de la muchedumbre llamaron a una tregua de cinco minutos. Esto permitió a los vigilantes reflexionar sobre la lucha en la que se iban a meter. Cuando transcurrieron los cinco minutos, los vigilantes se hicieron a un lado, y la ensordecedora masa siguió su marcha hacia Broadway.

El espectáculo de una clase obrera desafiante se mostró en su plenitud ante las familias que dirigían Nueva York. Los diarios empezaron de forma inmediata a reclamar un aumento de la vigilancia, por lo que los Disturbios de Navidad aceleraron el establecimiento de reformas que llevaron finalmente a la creación del New York City Police Department, en 1845.

Las reformas de 1845 aumentaron las fuerzas policiales, las profesionalizaron y las centralizaron, con una cadena de mando más militar. La vigilancia se amplió las 24 horas, y se prohibió a los policías tener un segundo empleo. Se incrementó su paga, y dejó de recibir una parte de las multas que se cobraban.
Esto significó que los policías ya no saldrían a patrullar buscando cómo ganarse la vida, un procedimiento que podía llevar a una extraña selección de objetivos. Eliminar el sistema de comisiones dio a los mandos más libertad para marcar prioridades, y ello capacitó al departamento para responder a las crecientes necesidades de la élite económica.

Así es como se creó la policía de Nueva York.

***

La historia de la policía en el Sur, como puede suponerse, es un poco diferente.

Una de las primeras policías de tipo moderno surgió en Charleston, Carolina del Sur, años antes de que en Nueva York se hiciera plenamente profesional. Los precursores de la fuerza policial de Charleston no fueron los grupos de vigilantes, sino las patrullas de esclavistas que operaban en el campo. Como afirmó un historiador, «[antes de la Guerra Civil] por todos los Estados [del Sur], patrullas móviles de policías armados recorrían el campo día y noche, intimidando, aterrorizando y aplastando a los esclavos, sometiéndoles y humillándoles». Eran generalmente fuerzas de voluntarios blancos que portaban sus propias armas. Con el tiempo, el sistema se adaptó a la vida urbana. La población de Charleston no aumentó como la de Nueva York. En 1820, aún había menos de 25.000 habitantes, pero la mitad de ellos eran negros.

La única manera de que en el Sur pudiera desarrollarse algún tipo de industrialización pasaba por permitir a los esclavos trabajar como asalariados en las ciudades. Algunos esclavos eran propiedad de los propietarios de las factorías, especialmente en la ciudad más industrial del Sur, Richmond. La mayoría de los esclavos urbanos, sin embargo, eran propiedad de los burgueses ciudadanos, que les usaban para servicios personales y les “alquilaban” a los empleados a cambio de salario.

En un principio, los amos encontraban los trabajos para sus esclavos y tomaban para sí todo el salario. Pero rápidamente descubrieron que era más conveniente dejar a los esclavos buscar sus propios trabajos, recibiendo del esclavo una prestación por el tiempo empleado fuera.

Esta nueva situación alteró fundamentalmente la relación entre los esclavos y sus amos, por no mencionar la relación entre los mismos esclavos. Por largos períodos de tiempo, los esclavos se libraban de la supervisión directa de sus dueños, pudiendo disponer de dinero efectivo para sí mismos, si conseguían más que las tasas que pagaban a sus dueños. Muchos afroamericanos eran capaces incluso de vivir fuera de las dependencias de sus amos. Podían casarse y cohabitaban independientemente. Hacia las primeras décadas del siglo XIX, Charleston tenía un barrio negro, poblado principalmente por esclavos y algunos hombres libres.

La población blanca sureña, tanto en la ciudad como en el campo, vivía con un miedo constante a la insurrección. En el campo, sin embargo, los negros estaban bajo una continua vigilancia, y pocas oportunidades había bajo el agotador régimen de trabajo de los esclavos para desarrollar conexiones sociales. Las condiciones mucho más libres de las ciudades implicaban que el Estado tenía que participar en el trabajo de represión que los amos habían efectuado hasta entonces por sí mismos.

La organización del Charleston Guard and Watch se fue desarrollando con el método de prueba y error hasta constituir una fuerza policial moderna hacia la década del 1820, llevando a cabo un acoso diario a los negros, y siempre dispuestos a responder con una rápida movilización para el control de las masas. Recibió un fuerte impulso hacia la profesionalización en 1822, cuando se descubrieron los planes para una insurrección coordinada de esclavos. Aplastaron la insurrección, y reforzaron la fuerza.

Las fuerzas del Sur estaban más militarizadas que en el Norte, incluso antes de su profesionalización. La policía montada era una excepción en el norte, pero era habitual en el sur. Y la policía en el sur portaba escopetas, con bayonetas.
La historia concreta de las fuerzas policiales varía en todas las ciudades norteamericanas, pero en tanto en cuanto se enfrentaban a problemas similares de represión de los trabajadores urbanos y de los pobres, en todas partes se tendió a dar las mismas soluciones institucionales. La experiencia del sur también refuerza una perspectiva que ya hemos visto en el norte: el racismo contra los negros estuvo presente en la policía norteamericana desde su primer día.

***

Para terminar, diré algunas cosas sobre Filadelfia, pero antes voy a tocar algunas características comunes en todas partes.

En primer lugar, hay que situar la labor policial en el contexto de un gran proyecto de la clase dirigente para controlar y moldear a la clase obrera. Dije al principio que la emergencia de la revuelta obrera coincidió con la ruptura de los viejos métodos de la constante vigilancia personal de la fuerza de trabajo. El Estado comenzó entonces a proporcionar esa vigilancia. Los policías eran parte de este esfuerzo, pero en el norte el Estado también incrementó sus programas de alivio de la pobreza y enseñanza pública.

El trabajo policial estaba integrado en el programa de asistencia pública, en tanto que los guardias trabajaban en el registro de pobres para su ingreso en las fábricas. Incluso antes de que la policía se profesionalizara, los guardias elegían a los pobres. Si alguien estaba desempleado y era incapaz de trabajar, era enviado a la caridad de las iglesias o de la propia ciudad. Pero si eran hábiles para el trabajo, se consideraban como “vagos”, y eran enviados a los horrores de las casas de trabajo (workhouses).

El sistema de asistencia pública contribuyó de manera crucial a la creación del mercado asalariado. La función clave de ese sistema era hacer el desempleo tan desagradable y humillante que la gente prefería tomar trabajos normales con salarios muy bajos, para evitarlo. Castigando a los más pobres, el capitalismo creó una baja base de partida para los salarios, rebajando el conjunto de la escala salarial.

La policía ya no cumplirá un papel directo en la selección de gente para la asistencia, pero se encargarán del castigo. Como sabemos, mucho del trabajo policial consiste en hacer la vida desagradable a los desempleados en la calle.

La aparición de la moderna función policial coincide con la aparición de la educación pública. Las escuelas públicas acostumbran desde la infancia a la disciplina del puesto de trabajo capitalista; los niños son separados de sus familias para ejecutar una serie de tareas junto con otros, bajo la dirección de una figura autoritaria, según un programa dirigido por un reloj. El movimiento de reforma escolar de las décadas de1830 y 1840 también perseguía formar el carácter moral de los estudiantes. Se suponía que así los estudiantes se someterían de buen grado a la autoridad, siendo capaces de trabajar duro, ejercer el autocontrol y retrasar la gratificación.

De hecho, los conceptos de “buen ciudadano” que resultaron de la reforma escolar se ajustaban perfectamente a los conceptos de criminología que estaban inventándose para clasificar a la gente en la calle. La policía se iba a centrar no solo en el delito sino también en los tipos de delincuentes, un método de clasificación respaldado por unas supuestas credenciales científicas. El “delincuente juvenil”, por ejemplo, es un concepto común en la escuela y en la policía, y ha ayudado a ligar la práctica de las dos actividades.

Esta ideología de la buena ciudadanía se suponía que tenía un gran efecto en la cabeza de los estudiantes, invitándoles a pensar que los problemas de la sociedad son consecuencia de las acciones de “chicos malos”. Un objetivo clave en la escolarización, según el reformador Horace Mann, debería ser implantar una cierta clase de conciencia en los estudiantes, de manera que ellos mismos disciplinen su propio comportamiento, siendo sus propios policías. En palabras de Mann, el objetivo para los niños era “pensar en el deber más que en el policía”.

Ni que decir tiene que ese esquema analítico de dividir la sociedad entre buenos y malos es perfecto para encontrar chivos expiatorios, especialmente de tipo racial. Ese esquema moral era (y es) también un enemigo directo de una cosmovisión con conciencia de clase, que identifica el antagonismo básico de la sociedad en el conflicto que existe entre explotadores y explotados. La actividad policial va de esta manera mas allá de una simple represión; enseña una “ideología” de buenos y malos ciudadanos que enlaza con las lecciones del aula y del taller.

Podemos resumir diciendo que la invención de la policía era parte de una expansión de la actividad estatal para ganar control sobre el comportamiento cotidiano de la clase trabajadora. La escolarización, la asistencia pública y el trabajo policial se dirigían de forma conjunta a formar a los trabajadores para ser útiles (y leales) a la clase capitalista.

***

El próximo punto trata sobre algo que todos sabemos, y que es lo siguiente: una cosa es la ley, y otra lo que hace la policía.

Lo primero, algunas palabras sobre la ley. A pesar de lo que podamos haber aprendido en clase, la ley no es el marco en el cual opera la sociedad. La ley es producto de la manera en que funciona la sociedad, pero no te dice cómo funcionan las cosas en realidad. La ley tampoco es el marco en el que la sociedad debería funcionar, pese a que algunos tengan esta esperanza.
La ley es en realidad una herramienta más en manos de aquellos que disponen del poder para usarla, para cambiar el curso de los acontecimientos. Las corporaciones tienen poder para usar esta herramienta porque pueden contratar abogados caros. Políticos, fiscales y la policía también pueden usar la ley.

Ahora algunos detalles sobre los policías y la ley. La ley tiene muchos más recursos de los que ellos usan en la práctica, por lo que el cumplimiento por su parte es siempre selectivo. Esto significa que la policía está siempre seleccionando qué parte de la población es su objetivo y escogiendo qué clase de comportamiento quieren modificar. Esto también significa que los policías tienen continuamente oportunidad de corromperse. Si tienen capacidad para decidir quien es acusado de un delito, también pueden pedir una recompensa por no acusar a alguien.

Otra forma de ver la brecha que existe entre la ley y lo que hace la policía es examinar la idea común de que el castigo comienza con una sentencia tras un juicio. El tema es que cualquiera que haya tenido tratos con la policía os dirá que el castigo comienza cuando te ponen sus manos encima. Pueden detenerte y meterte en la cárcel incluso sin cargos. Esto es un castigo y ellos lo saben. Por no mencionar el abuso físico que puedes sufrir o los problemas que te pueden causar aunque no te detengan.

Así, la policía controla a la gente a diario sin mandamiento judicial, y castigan a la gente a diario sin una sentencia. Obviamente, algunas de las funciones sociales clave de la policía no están escritas en la ley. Forman parte de la cultura policial que aprenden unos de otros con el apoyo y la dirección de sus mandos.
Esto nos remite a la cuestión con la que hemos comenzado. La ley trata de delitos, y son individuosa quienes se acusa de delitos. Pero en realidad la policía fue inventada para tratar con lo que los trabajadores y los pobres se llegan a convertir sus expresiones colectivas: la policía trata con muchedumbres, vecindarios, seleccionando a la población; todos son entidades colectivas.

Pueden usar la ley para hacer esto o aquello, pero sus principales directivas les llegan de sus mandos o de su propio instinto como policías con experiencia. Las directrices policiales tienen frecuentemente una naturaleza colectiva, como por ejemplo, cómo hacerse con el control de un barrio rebelde. Ellos deciden lo que hay que hacer y después eligen qué leyes emplear.

Este es el significado de “tolerancia cero” y de “ventanas rotas”, orientaciones que, en el pasado, podrían haber sido denominadas perfectamente políticas contra la “chulería negra”. El objetivo es intimidar y ejercer control sobre una masa de gente, actuando sobre unos pocos. Esas tácticas han sido construidas sobre el trabajo policial desde el mismo principio. La ley es una herramienta para usar sobre los individuos, pero la meta real es controlar el comportamiento de masas más grandes.

***

Usaré mis últimos minutos para hablar sobre algunas alternativas. Una de ellas es el sistema judicial existente en los Estados Unidos antes de la aparición de la policía. Está bien documentado en Filadelfia, que es el sitio del que hablaremos. La Filadelfia colonial desarrolló un sistema denominado juicios menores, en los que tenían lugar la mayoría de las acusaciones. El alcalde y un concejal ejercían de jueces, de magistrados. La gente pobre ahorraba dinero para pagar una tasa al magistrado que atendía su caso.

Entonces, como ahora, la mayoría de delitos eran cometidos por gente pobre contra gente pobre. En estos juicios, la víctima del asalto, robo o difamación actuaba como fiscal. Intervenía un agente para traer al acusado, pero no tenía nada que ver con un policía efectuando una detención. Toda la acción estaba dirigida por la voluntad de la víctima, no en función de los objetivos del Estado. El acusado podía también demandar a su vez. No había abogados involucrados en las partes, por lo que el único gasto era la tasa al magistrado. El sistema no era perfecto, porque el juez puede ser corrupto, y la vida del pobre no deja de ser miserable por ganar un caso. Pero el sistema era bastante popular y continuó funcionando por algún tiempo, incluso mientras el sistema de la policía moderna y los fiscales del Estado se desarrollaba en paralelo.

El ascenso de la policía, que vino acompañado del auge de los fiscales, implicaba que el Estado dejara su huella en la jerarquía judicial. En el tribunal, uno puede esperar que le traten como inocente hasta que se pruebe la culpabilidad. Antes de llegar al juicio, sin embargo, se pasa por las manos de la policía y de los fiscales que, ciertamente, no te tratan como si fueras inocente. Tienen oportunidad de presionarte o torturarte para confesar, incluso antes de llegar ante el tribunal.

Injusto como era este sistema dominado por policías y acusadores, los juicios menores habían demostrado a los filadelfios que había una alternativa más cercana a una resolución entre iguales.

Esta es la clave. Podemos hacer de nuevo factible una alternativa si abolimos las relaciones sociales de desigualdad para cuya defensa fue inventada la policía. Cuando los trabajadores de París tomaron la ciudad por dos meses en 1871, establecieron un gobierno bajo el viejo nombre de Comuna. Los principios de la igualdad social en París eliminaron la necesidad de la represión y permitieron a los comuneros el experimento de abolir la policía como fuerza estatal separada, al margen de la ciudadanía. El pueblo elegía a sus propios funcionarios de seguridad pública, escogidos por los electores y sujetos una inmediata destitución.

Nunca llegó a ser una rutina establecida, porque la ciudad estuvo asediada desde el primer día, pero los comuneros estaban en la vía correcta. Para superar un régimen de represión policial, el trabajo esencial era defender los principios de la Comuna, es decir construir una comunidad autogobernada de iguales. Y esto es lo que hoy en día nosotros debemos conseguir.


BIBLIOGRAFÍA
Tigar, Michael. Law and the Rise of Capitalism. New York: Monthly Review Press, 2000.
Thompson, E. P. The Making of the English Working Class. Vintage, 1966.
Farrell, Audrey. Crime, Class and Corruption. Bookmarks, 1995.
Williams, Kristian. Our Enemies in Blue: Police and Power in America. Revised Edition. South End Press, 2007.
Silberman, Charles E. Criminal Violence, Criminal Justice. First Edition. New York: Vintage, 1980.
Bacon, Selden Daskam. The Early Development of American Municipal Police: A Study of the Evolution of Formal Controls in a Changing Society. Two volumes. University Microfilms, 1939.
Gilje, Paul A. The Road to Mobocracy: Popular Disorder in New York City, 1763-1834. The University of North Carolina Press, 1987.
Steinberg, Allen. The Transformation of Criminal Justice: Philadelphia, 1800-1880. 1st edition. Chapel Hill: The University of North Carolina Press, 1989.
Wade, Richard C. Slavery in the Cities: The South 1820–1860. Oxford University Press, 1964.
Bowles, Samuel, and Herbert Gintis. Schooling In Capitalist America: Educational Reform and the Contradictions of Economic Life. Reprint. Haymarket Books, 2011.
Especial:
Anti-carcelario