Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, abril 28

Deporte y mercantilización: una breve historia del proceso

 


Rastrear los orígenes de los procesos de mercantilización del deporte moderno, conlleva zambullirse, como poco, en la historia contemporánea de la Europa occidental, pues sería difícil explicar las transformaciones sociales que favorecieron que las competiciones deportivas se convirtieran en un producto de consumo más sin comprender previamente cómo se inserta el deporte en la sociedad nacida al calor de la Revolución Industrial.

No obstante, y teniendo en cuenta el espacio del que disponemos, aquí nos centraremos en la historia del deporte y las competiciones deportivas que arranca a principios del siglo XX, cuando las distintas disciplinas deportivas modernas, muchas de ellas provenientes de Gran Bretaña, empiezan a socializarse con éxito desigual en las sociedades occidentales y el colonialismo contemporáneo, ligado a la demanda de materias primas y nuevos mercados del industrialismo, logra implantarlas en otras sociedades alejadas de Europa al mismo tiempo que transforma, y en muchos casos marginaliza, las culturas locales.

Junto a lo anterior, durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX asistiremos, además, a un proceso paralelo a la consolidación del deporte moderno en las sociedades occidentales, nos referimos a la paulatina recuperación por parte del movimiento obrero del deporte como una arena política en la que también intervenir, favoreciendo la creación de multitud de iniciativas vinculadas al mundo deportivo (equipos, competiciones, periódicos, clubes…) que enraizarán en la contracultura proletaria de la época, sirviendo como espacios de socialización autónomos implantados en el territorio que, por un lado, se plantearán como alternativas de ocio sano para la clase obrera y, por otro, pondrán encima de la mesa la viabilidad de un modelo deportivo donde los valores cenitales de la cultura revolucionaria copen su práctica: cooperación, igualdad, autoconsciencia, salubridad, potencial emancipatorio…

Este modelo alternativo al hegemónico, que no es otro que el heredado de sus orígenes burgueses, no se puso en práctica sin las reticencias de amplios sectores militantes de las organizaciones obreras que veían en el deporte, ya fuera proletario o no, una distracción que alejaba a los trabajadores de la preparación de la revolución, entonteciéndolos y disgregando sus propios vínculos. Estas agrias polémicas, muchas de ellas explicitadas en la prensa obrera, tuvieron lugar precisamente en un momento en el que algunas competiciones deportivas empezaron a tener un seguimiento masivo gracias, entre otros factores, al impulso facilitado por la prensa, la consolidación de normativas unificadoras, la creación de las federaciones deportivas internacionales y, todo hay que decirlo, la profesionalización de su práctica.

Paradójicamente, los debates entre amateurismo y profesionalismo de estos años están atravesados también por la cuestión de clase. Volviendo a los orígenes del tema, solo hay que aproximarse al proceso que acabó por separar al rugby del fútbol para entender cómo el antagonismo de clase ha recorrido la historia del deporte desde sus comienzos.

Por otro lado, será durante las primeras décadas del siglo XX, justo en el periodo en el que el deporte se convierte en un fenómeno social de masas, cuando la práctica deportiva se empezará a separar progresivamente de su consumo como espectáculo. De esta forma, y en la medida en que las identidades deportivas se empezarán a socializar de forma exitosa a través de la multiplicación de clubes y la amplificación del seguimiento de las competiciones deportivas gracias, entre otros factores, al papel desempeñado por los medios de comunicación, las empresas irán jugando un papel distinto al que habían desempeñado en el deporte hasta entonces. En ese sentido, el tejido de clubes y equipos deportivos directamente vinculado a la política social de las empresas desde finales del XIX y que, en buena medida, servía para disciplinar a las plantillas de trabajadores a través de un ocio derivado de los intereses patronales, fue transformándose conforme el deporte se espectacularizaba y la masa social que daba soporte a los clubes deportivos y, sobre todo, a las identidades asociadas a los mismos, se volvía cada vez más interclasista.

Pero sería sobre todo después de la II Guerra Mundial, coincidiendo con los cambios en las economías de las sociedades occidentales tras el periodo de reconstrucción, cuando la masificación del uso de la radio y la televisión arroparon el despegue de los grandes eventos deportivos, las competiciones internacionales y el seguimiento continuado de los torneos anuales, como las ligas futbolísticas. Es en este contexto, cuando las iniciativas deportivas patrocinadas por el movimiento obrero se encuentran en franca decadencia, cuando las clases populares empiezan a consumir deporte de manera masiva y, al mismo tiempo, la mercadotecnia de los grandes marcas multiplica sus patrocinios deportivos, asociando su imagen a la de los grandes deportistas y condicionando la carrera profesional de un amplio sector de trabajadores y trabajadoras cuyos itinerarios vitales empiezan a depender, ya no solo de la esponsorización de las empresas, sino de la popularidad y espectacularidad de sus disciplinas deportivas.

A partir de ahí, la ligazón entre el mundo del deporte y el marketing empresarial no hizo sino ir en aumento. Desde los años sesenta en adelante, de manera paralela a la consolidación de la economía de servicios que está en la base de la sociedad postindustrial, el deporte empezó a jugar un papel nada despreciable en la circulación de bienes de consumo debido, sobre todo, a su enorme popularidad, capacidad de movilización social y supuesta neutralidad política. Es precisamente sobre esta realidad, cuando empiezan a delimitarse, aun de manera difusa, las respectivas esferas del deporte de base y de competición, y cuando se establezcan las relaciones asimétricas entre ambas. Así, será la dependencia del deporte de base con respecto al segundo la que acabe por favorecer, sobre todo a nivel de seguimiento y participación, un modelo deportivo en el que se privilegia el deporte como fenómeno social de consumo de masas, destinado a la práctica competitiva profesional, y en el que a la ingente participación del capital privado hay que sumarle el patrocinio público, que en no pocas ocasiones ha acudido al rescate de clubes deportivos en quiebra o dejados a su suerte por empresarios que han aterrizado en proyectos deportivos por mero afán de lucro o necesidad de capital simbólico.

Llegados a este punto, nos encontramos con un panorama en el que, junto al esfuerzo diario y continuado de pequeñas iniciativas populares que, de alguna manera o de otra, pretenden resistir a esta tendencia, asistimos a una dinámica social en la que se hace cada vez más evidente la socialización de un bienestarismo individualista que poco tiene que ver con la salud y mucho con la presión estética normalizadora, y que está en la base de la multiplicación de los gimnasios y en la explosión del running durante los últimos años.

No es casual que, junto a lo anterior, y como nos cuenta Luis de la Cruz en Contra elrunning. Corriendo hasta morir en la ciudad postindustrial (Piedra Papel Libros, 2016), «el número de licencias de deportes individuales no ha parado de crecer en los últimos años, en un correlato perfecto con el triunfo del hiperindividualismo de la sociedad individual». A lo que hemos de sumar la crisis permanente del deporte de base, con miles de pequeños equipos e iniciativas deportivas, muchas de ellas de carácter barrial o municipal, que permanecen en la cuerda floja por falta de apoyo e implicación social y popular. Una realidad de abandono y desafección a la que contribuyen muchos factores, pero en la que tiene un papel destacado la falta de una cultura deportiva con capacidad para autogestionar sus propios proyectos y que se piense de manera autónoma al papel que pueda jugar como cantera de futuros profesionales para el deporte de competición.

Por suerte, hay muchos proyectos e iniciativas que nos sirven para ejemplificar cómo es posible levantar un modelo deportivo diferente, enfrentado a los valores del capitalismo de consumo, que nos sirva para, también en este ámbito, transformar la sociedad en favor de los intereses de la mayoría. Lo explicábamos con mayor detenimiento en los últimos dos párrafos de Correr sin marca. Deporte, lucha, solidaridad (Piedra Papel Libros, 2018):

Sin embargo, la aceptación acrítica y mayoritaria de este proceso de mercantilización del deporte, ligado inevitablemente a su progresiva espectacularización, no ha impedido que, por un lado, haya una masa crítica de aficionados y deportistas […] cada vez más concienciados de la necesidad de dotarnos de una estructura deportiva desapegada de las iniciativas propiciadas por las grandes empresas y, por otro, cada vez sea más tupida la red de medios de comunicación, asociaciones deportivas, torneos, ligas cooperativas, clubes de accionariado popular y carreras autogestionadas que están favoreciendo la consolidación (y socialización cada vez más amplia) de un discurso crítico con respecto al modelo deportivo favorecido por el capitalismo; lo que, al cabo, nos permite constatar que es posible organizarse frente al estado de las cosas y su pretendida inevitabilidad.

Aun en su diversidad, sus niveles de seguimiento y su escasa visibilidad, las distintas iniciativas a las que venimos aludiendo en estas páginas han logrado introducir una cuña en el mundo del deporte a través de la cual socializar otros valores (más justos, inclusivos, solidarios y rebeldes) y favorecer otras maneras de hacer (menos jerárquicas, más cooperativas, democráticas y horizontales); algo imprescindible para establecer vínculos que favorezcan la creación de identidades colectivas desobedientes que nos permitan articular una cultura deportiva antagonista a la hegemónica.

 

Juan Cruz López

Aparecido en el número 3 de la revista L´Illa Negra. Revista d´Història Social 

lunes, abril 25

'Skins': auge y caída de los chicos rudos

 

Trevor Basil en el centro de la icónica fotografía de Derek Ridgers tomada en Housnlow y que sirve de portada para el libro de Carles Viñas 'Skinheads. Historia global de un estilo' 

 

Es posiblemente el estilo que más miradas de desconfianza sigue despertando: una estética reconocible, orgullosa de sí misma, para una subcultura a menudo malinterpretada sobre la que el historiador Carles Viñas cuenta la callejera y sinuosa vida del movimiento

 

Es casi primavera del 64 cuando la cantante jamaicana Millie Small toca la cima de las listas británicas con su versión ska del tema My boy lollipop. Es el primer éxito del estilo en la ya exmetrópolis. Es también una consecuencia cultural de la migración caribeña que, principalmente desde Jamaica, ha llegado a una Gran Bretaña en reconstrucción y con trabajo vacante por las bajas de la guerra. En Londres y otras ciudades, los hijos de la clase obrera blanca ya andaban desde los cincuenta buscando afianzar la propia personalidad dentro, eso sí, de un grupo relativamente homogéneo. Infundir respeto, repudiar valores adultos y sacarle buen partido a las calles y las noches. Los teddy boys —por el diminutivo de su estilo dandi 'eduardiano'— dejaron paso a los mods. Elegantes, orgullosos y con lemas como “vida limpia bajo circunstancias difíciles”, cuando suena en todas las radios My boy lollipop, los mods están cerca de sufrir un cisma. Por un lado, los más individualistas trendy mods. Del otro, unos hard mods que reaccionan a lo que interpretan como una banal huida hacia el elitismo y el hippismo radicalizando su estética y sentido de pertenencia a la clase trabajadora. A diferencia de los teds, los mods sí han sentido fascinación por el imaginario del pandillero duro y misterioso importado de los chicos procedentes de los bajos fondos jamaicanos: el rude boy. Está por nacer el estilo que el historiador Carles Viñas (Barcelona, 1972) ha documentado en su ensayo Skinheads (Bellaterra, 2022). 

 “El estilo skin nace de una fusión multiétnica. Las personas que habían migrado desde Jamaica y otras islas aportan la banda sonora original, una estética determinada y unos hábitos y jerga concreta. Los jóvenes británicos, su espíritu barrial de clase obrera. El encuentro se produce en salas de baile y conciertos, allí interactúan”, indica Viñas. Los primeros skins aparecieron en torno a 1967. Todavía no se llamaban así: eran peanuts, eggheads o lemonheads, por el perfil de la cabeza, hasta que la prensa usó la palabra skinhead en 1969. Para entonces, ya eran bien conocidos en Gran Bretaña esos chicos aficionados a hablar con palabras del patois jamaicano y el cockney londinense y a vestir botas Dr. Martens, pantalones Levi’s, camisas, tirantes y chaquetas Harrington. “Es una estética en evolución aunque no lo parezca. Está el estilo original con prendas de los años sesenta y el pelo corto pero nunca afeitado. Será a finales de los setenta cuando la estética se radicaliza y aparece el corte al cero, botas de tallaje más alto, pantalones desteñidos con lejía o cazadoras bomber”, señala Viñas. 

 

Aquellos primeros skins estaban escuchando mucha música: Desmond Dekker, Laurel Aitken o Symarip, uno de cuyos clásicos, Skinhead moonstomp, hace referencia al paso de baile más conocido del estilo, el que pivotando sobre los talones simula caminar sobre la luna. Para Viñas, “la música es uno de los pilares del estilo, uno de sus elementos de cohesión y atracción referenciales. El folclore jamaicano se mezcla con el rhythm and blues y da lugar al ska. Después el rocksteady, cuando el ska se ralentiza. O el reggae, que aporta un mensaje más religioso y hace a algunos skins volver a las raíces. La banda sonora skin acabará siendo muy plural”.

La Gran Bretaña que, más que verlos llegar, se encuentra con esos chavales, es un país que ha conseguido capear la posguerra de la llamada generación de las ruinas. Los primeros skins tenían una casi nula vinculación con la política y sentían un franco desafecto hacia los políticos. “Sobre todo ocurre con el laborismo, del que los skins entienden que ha traicionado los valores de la clase obrera. Hay una lectura de la academia británica que me parece acertada. Los skins surgen como reivindicación de la clase obrera británica cuando esta inicia su proceso de descomposición. Asumiendo un poco la caricatura del obrero tratan de reivindicar la raíz social y cultural cuando el espíritu de comunidad y solidario de clase se empieza a desintegrar. Por otro lado, es un estilo que se presume transgresor, rebelde, que impugna el sistema pero sin ser una contracultura porque no aporta alternativa, simplemente repudia el sistema. Asume estética y valores de orden y disciplina. Esta es la paradoja que se oculta tras el estilo”, apunta Viñas sobre aquellos chicos tan insumisos como tradicionalistas.

El estilo apareció en un país que compaginaba el florecimiento de su capital, la swinging London, como meca artística y cultural, con un creciente fortalecimiento de posiciones racistas simbolizado en un célebre discurso del diputado conservador Enoch Powell. Apoyándose en la Eneida de Virgilio, el tory aseguró que, como en la profecía de la Sibila, veía “el río Tíber espumeante de sangre” augurando violencia por la según él inasumible presión migratoria sobre Gran Bretaña. “El discurso de Powell incendia el consenso hasta entonces existente. Es aquí cuando empieza el problema del racismo visible, que tiene mayor proyección mediática”. En paralelo, esa misma prensa jugó lo que Viñas define como un papel dual en el tamaño de las filas skins. “Desde el desconocimiento o la voluntad de generar alarma social los medios proyectan el fenómeno. Amplifican las acciones de una minoría que comete actos racistas y vandalismo, lo que hace que otros jóvenes se sientan seducidos por ese estilo. Pero también hay otros que, hastiados, lo abandonan”. 

 

Desde el comienzo de los setenta y hasta 1976 los skins prácticamente desaparecieron. Entonces llegó el punk. “Y el revival de la música jamaicana gracias a que grupos británicos versionan sus temas de la anterior década. La mezcla de eso con el punk da lugar a una revitalización del estilo skin, que estaba de capa caída, aguantando solo en algunas ciudades del norte, en las Midlands o en Escocia”, sostiene Viñas. En los estadios de fútbol también se volvieron a ver skins. “Dos elementos explican la vinculación entre skins y fútbol. Uno es que es el deporte de preferencia de la clase obrera británica. Además, Inglaterra ganó en casa la copa del mundo del 66. Justo en el momento en que apareció el estilo, el fútbol estaba de moda”, señala el historiador. Pero esta vez había una diferencia entre estos skins de grada y los de hacía casi diez años. Esta vez sí estaban politizados. “Hubo un intento de captación de la extrema derecha que tiene que ver con la desidia y el menosprecio de la izquierda hacia el fútbol, con el discurso de que aliena a los jóvenes. Eso generó un vacío que fue aprovechado por la extrema derecha, que penetró en ámbitos inéditos hasta entonces, primero los estadios y después los conciertos. El éxito en algunos estadios fue notable”. Especialmente en los del Chelsea, Millwall, West Ham, Leeds o Birmingham. Competían entre sí por ver quién comandaba la clasificación de las aficiones más racistas que realizaba Bulldog, la revista de las juventudes del National Front.

Los directos de algunos grupos fueron otro campo en disputa política. Para Viñas, “hubo una operación orquestada, sobre todo del National Front y del British Movement, para a través de la música aumentar su base de apoyo social”. La presencia provocadora de skins ya directamente neonazis en conciertos y las consecuentes peleas entre seguidores de los grupos llegó a acabar en la práctica con carreras como la de los punks Sham 69. Otras bandas se opusieron explícitamente a la invasión de la extrema derecha. Fue el caso de las encuadradas en el estilo 2-Tone con su ska hipervitamínico: The Selecter, Madness, The Beat, Bad Manners y, sobre todo, The Specials. “Esas bandas fueron fundamentales a la hora de dar un empuje antirracista. La mezcla de razas en componentes de estos grupos proyectaba la realidad social de Gran Bretaña. Fueron cruciales para frenar la irrupción de los cabezas rapadas neonazis”, defiende Viñas.

 

La polarización, y con ella la tensión y la violencia, volvía a favorecer uno de los rasgos del estilo. Su exaltación de una masculinidad no especialmente inclusiva. “Las mujeres juegan un papel secundario, sobre todo inicialmente. Replican la estética de los chicos. Esto va cambiando un poco y las skingirls crean su propia estética, por ejemplo con el corte de pelo estilo chelsea”, indica Viñas. Sectores skins que veían el punk como mera estética de clase media impulsaron el género oi!, que endurecía sonido y contenido bajo la premisa de conservar un cierto espíritu proletario. La extrema derecha ya había creado su escena paralela y su propio frente musical con el rock anticomunista o RAC, un hervidero neonazi con el grupo Skrewdriver como principal estrella. Para mediados de los ochenta, el estilo había prendido internacionalmente y, en respuesta a la ofensiva ultraderechista y para salvaguardar la esencia mestiza originaria, se creó en Nueva York el movimiento de skinheads contra prejuicios racistas, SHARP por sus siglas en inglés. En su difusión también juega un papel la música. Tras un viaje a Estados Unidos, Roddy Moreno, cantante del grupo galés de oi! The Oppressed, lo popularizó en Europa.

“La politización fragmenta el estilo skin. Entramos en una espiral acción-reacción desde que irrumpe la corriente minoritaria neonazi. Algunos skins creen que se debe ir más allá de SHARP, que se definía como apolítico, y que hay que posicionarse. Es entonces cuando nace RASH, los skinheads comunistas y anarquistas con el símbolo de las tres flechas recuperado de la resistencia anti-nazi de los años treinta”, señala Viñas, que el año próximo publicará el segundo volumen del ensayo. En él abordará una década especialmente oscura en nuestro país, cuando la violencia de cabezas rapadas de extrema derecha se recrudeció en las calles y los skins pasaron a ser sinónimo de nazis en los medios. Por eso la portada de este primer volumen la protagoniza un orgulloso skin negro, Trevor Basil. “Ese estereotipo está arraigado en el imaginario ciudadano. Creo que tiene mucho que ver con identificar quiénes son los racistas. Vincular el racismo con los cabezas rapadas hace que el resto se exima de ello. Es un mecanismo autorregulador de conciencias decir ‘yo no soy racista, lo son los que llevan botas, tirantes y van rapados’. Son los llamados folk devils, los demonios populares. Aquí, cuando pasaron de moda los skins, les tocó a las bandas latinas”, sostiene Viñas. 

 

Ignacio Pato Lorente

https://www.eldiario.es 

viernes, abril 22

Medios de desinformación

Antes de entrar en harina sobre el tema de la entrada de hoy, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre el uso político tan generalizado del concepto «izquierda»; ojo, los primeros que lo hacen son líderes tan peculiares como Pablo Iglesias, antiguo vicepresidente del Gobierno, hoy estrella de un espacio radiofónico (léase, podcast, según la jerga tecnológica actual). Bien, no termino de tener claro qué diablos es hoy la izquierda, así sin matiz alguno, pero para el caso que me ocupa voy a fingir que yo mismo pertenezco a ese universo. La cuestión es que, ante la agresión militar del ejecutivo ruso al país de Ucrania, hay quien señala que parece que dicha «izquierda» emplea gran parte de su tiempo en hablar de la OTAN sin condenar enérgicamente al sátrapa ruso; creo que lo que se quiere decir, y no es una acusación nueva en absoluto, es que parece que si Estados Unidos no aparece claramente como culpable de un conflicto los progres no se movilizan lo suficiente para echar mano del maniqueísmo más atroz. Habría que aclarar, y de nuevo concreto en la guerra actual en suelo ucraniano, la feroz campaña de desinformación que están llevando a cabo los medios generalistas, censurando opiniones que contradigan una versión oficial basada en la locura genocida del déspota Putin. Se comprende entonces que tantas personas insistamos en la responsabidad de la OTAN y Occidente en las guerras al aumentar sus bases militares durante años en Europa Central y Oriental; hay que recordar la tensión producida durante años por dicho afán expansionista y, precisamente, en los límites de la Federación Rusa.

Vaya por delante, parece que hay que también hay que puntualizar esto una y otra vez, que tanto me repugnan las agresiones imperialistas rusas como las que suele hacer el imperialismo yanki; a propósito de esto, no sé sipueden sorprender más los medios, pero escuchar al inicuo y patético José María Aznar condenar la invasión de Ucrania en Radio Nacional de España parece un chiste de mal gusto. Otra cuestión ridícula de los medios es presentar a Putin como una suerte de nuevo Hitler y el régimen político de Ucrania como un modelo democracia liberal, cuya oligarquía puede, en realidad, que no difiera demasiado de la rusa; entramos aquí de lleno en lo que se quiere presentar como una suerte de guerra ideológica, ya que el propio presidente ruso justificó la invasión al querer «desnazificar» el país vecino. El antifascismo parece dar mucho juego, en la lucha mediática de ambos bandos, pero la cosa debería resultar irrisoria a poco que tengamos algo de cultura política y busquemos un mínimo de rigor informativo; parece cierto que la ultraderecha tiene cierta fuerza en Ucrania, pero describir ese país como nazi o fascista es una burda simplificación, que esperemos no haya calado entre la población rusa.

Por otra parte, buscar un parentesco de Putin y el sistema ruso actual con el comunismo, algo en lo que explícita o implícitamente también insisten ciertos medios, es otro asunto de locos; sin tener yo simpatía alguna por la extinta URSS, hablamos hoy de Rusia como una oligarquía repulsiva, plagada de desigualdades sociales, e impregnada de nacionalismo ultraconservador. Señalada toda esta burda desinformación, pues sí, hablamos mucho de la OTAN en los conflictos bélicos, ya que los conflictos no aparecen de la noche a la mañana por obra y gracia de un loco al que meramente hay que derrocar; desde que cayó, precisamente, el comunismo son muchos años de mentiras occidentales, de interereses económicos y geoestratégicos, así como de búsqueda de nuevos enemigos que justifiquen toda esa política. Recordaremos, una vez más, que hace no tanto la Rusa de Putin era un aliado de Estados Unidos; lógicamente, no recibió la Federación Rusa lo esperado y el conflicto ha estallado. Aunque se llegue a un acuerdo para parar la guerra en Ucrania, y esperemos que así sea cuanto antes, el futuro no parece muy halagüeño a nivel mundial con estos actores en juego. No obstante, si para algo tiene que servir toda esta grotesca manipulación, aderezada por esos personajes indescriptibles llamados «opinadores», es para despertar más conciencias. A ver si el ser humano termina de ver lo terriblemente papanatas que es demasiado a menudo.

 

Juan Cáspar


 

martes, abril 19

Algo grande va a acontecer

 


Si oyes decir

que nada nuevo ocurre,

que todo está callado

y las naves varadas,

niega tres veces con la cabeza

y no mires atrás.

Hay una multitud aquí y no es silenciosa,

está inundando los caminos,

exigiendo el fin del mundo,

reclamando el comienzo del mundo.

 

Si oyes decir

que ya nadie protesta,

remueve los hormigueros con una hoz;

hay huestes de amantes

con piedras y antorchas en los puños

en cada rincón de las fábricas,

junto al charco de aceite y sangre,

junto a la máquina de cercenar dedos y futuros,

cerca de ti,

muy lejos de ti.

 

Algo grande va a acontecer.

 

Si perjuran que la huerta va a desaparecer

y la aldea arde por culpa de la ciudad

o viceversa,

si crees que este año será el último

en el que tu abuela recogerá las patatas

y temes verla llorar cuando se percate

del parecido de las arrugas en sus pieles,

coge la horca,

clávala bajo la sociedad de consumo;

hay un detonador escondido

entre los tallos de las judías.

 

Cava con energía

la tierra de la desmemoria,

es sólo cuestión de agilidad en las articulaciones,

es tan sólo cuestión

de perderle el miedo a la violencia,

a la explosión ineludible.

 

Cuando des con el punto medio

Aristóteles llevará muerto una eternidad,

pero tú aún puedes reventar la metrópolis

y comenzarlo todo de nuevo.

 

Algo grande va a acontecer.

 

Se agostan cosechas

que nunca antes se marchitaran,

pero tú ya sabes de dónde nace el pánico,

a cuánto está el quilo de carcoma

o de cuántas maneras

puede una niña morir

antes de pintar el primer borrón

en la superficie rendida

de una pared de cal.

 

También sabes, sin embargo,

parir el grano de la abundancia,

copular con los hórreos por las noches

y preñarlos de todas las mañanas posibles,

inventar nuevas maneras de decir

siega,

maja,

cosecha;

y sabes que el sistema

no sobreviviría al regreso por sorpresa

de todas las formas en las que un pueblo

puede volver a amarse a sí mismo.

 

Algo grande va a acontecer.

 

Sal ahí fuera y contempla

cómo se retuerce el árbol

antes del incendio,

cómo se diseña

la forma imperfecta de una nómina,

cómo arde

un contrato por obra y servicio

y tus pupilas con él;

escucha la música del progreso,

el ruido de la motosierra

creando el desierto.

 

Si te dicen que todo está perdido,

rasca el fondo de los bolsillos;

seguro que encuentras algo

con lo que atascar la máquina,

una pinza del pelo, un mechero,

una uña roída,

un poema sin rematar,

un saltamontes,

una telaraña,

huesos de cereza,

un pico,

un perpiaño,

una casa,

un hogar.

 

Algo grande va a acontecer.

 

Si asistes a una reyerta en el campo de la feria

y no es por amor

o por el precio

de una junta de bueyes,

si ya no quema el sol de marzo

y la conquista del pan ya no da

para una triste copla

en la foliada(1) de mañana,

si la harina es hoy óxido,

ficción,

psicodelia,

idiosincrasia,

esquilmo

            -cualquier cosa

            menos el símbolo contra el hambre que fue-,

abre la boca

y que el mundo conozca

la fuerza del aturuxo(2),

cómo duele no estar muda ni sorda,

cuánta verdad,

cuánto porvenir puede crear

un grito en tu garganta

o los golpes de puño adecuados,

con el ritmo idóneo,

contra el cuero apropiado.

 

Algo grande va a acontecer.


Que la historia sepa

que pusimos a girar la tierra al son de la muiñeira,

que sí, que hicimos de nuestro culo un pandero(3),

que no detendremos este baile mientras haya

torreiro(4) bajo los pies,

revolución bajo los pubes,

entre los muslos,

donde concebimos la tempestad, el chaparrón

que os descubrirá el pecado,

os anegará los ojos, os inundará

los talleres del nuevo esclavismo

donde se cosen y descosen imperios

cimentados en la artritis,

el reuma

o el tremor

de nuestra fe en nosotrxs.

Algo grande va a acontecer.

 

¿Has notado algo así como un cardume

alrededor de los tobillos,

haciéndote cosquillas,

despertando en ti la necesidad

de poseerlo todo,

y con todo,

también a ti?

 

Es el presente

poniendo nombre y tacto a la revuelta,

el deseo cumplido del retorno

de nuestros cuerpos a nosotrxs,

el lugar de donde nunca debieron salir.

 

Es lo que se siente

cuando los orgasmos nos pertenecen,

cuando ya los únicos imperativos que aceptamos

son los de la propia anatomía, la musculatura

dando las órdenes precisas

para alterar la postura,

variar la forma en la que disfrutar

del estremecimiento de saber

que todo va a cambiar

porque todo está cambiando.

 

Algo grande va a acontecer.

 

 

(1) Reunión nocturna de gente para divertirse, tocando, cantando y bailando música tradicional gallega, de forma abierta, participativa e improvisada. Tradición ancestral que se ha recuperado y normalizado y que goza de gran popularidad entre amantes de la música y el baile tradicional.

(2) Grito improvisado, agudo, fuerte y prolongado, que se emite en señal de alegría en fiestas, foliadas o durante algunas labores agrícolas. Muy característico de la música tradicional gallega.

(3) Dicho equivalente a “hacer de su capa un sayo”. Pandero: instrumento tradicional gallego de percusión con marco rectangular y piel por ambos lados, tocado con las manos y tradicionalmente por mujeres. Muy presente en Galicia y Portugal, así como en otras regiones de la península ibérica.


(4) Terreno, tradicionalmente de tierra o hierba, acondicionado para servir de zona de baile de una fiesta. Actualmente, en el ámbito de la música tradicional gallega, designa la zona en la que bailan las bailadoras y bailadores al son de la música, independientemente del lugar, tipo de terreno, etc.


Carlos Da Aira. Punto de Ignición, 2021

sábado, abril 16

A vueltas con «lo trans» desde el anarcofeminismo

 


Las diferencias entre las mujeres (clase, raza, orientación sexual, etc.) han abierto una brecha suficientemente importante en el sujeto unitario y homogéneo de «la Mujer». En esa vía de agua, «lo trans» ha abierto un cisma en el feminismo que parece augurar una herida difícil de suturar.
El feminismo anarquista puede aportar una genealogía y una posición actual diferenciada del resto de los feminismos.


 ¿Quién me llama a mí, siendo mi oficio otear el pasado, meterme en un tema tan resbaladizo y conflictivo dentro del feminismo actual como es este?

No parece muy buena idea empezar un texto con una pregunta, pese a ello es la única manera que se me ha ocurrido para expresar mis dudas sobre qué me ha llevado a enredarme en el torbellino de vueltas, revueltas y remolinos de «lo trans».

La guinda del torbellino en el que pretendo navegar, con el peligro de dar tumbos, resbalar y caer, es que en estos momentos, y en este país, el feminismo anarquista no existe como movimiento social. Aun cuando existen grupos y colectivos dispersos, el anarcofeminismo no existe como movimiento constituido por redes de personas, grupos y colectivos de afinidad que se comuniquen y coordinen para llevar a cabo acciones, reflexiones, debates y proyectos conjuntos. Por ello, no hablo en nombre de nadie, salvo en el mío propio, mi visión no tiene pretensiones totalizadoras, soy consciente que dentro de la cultura política anarcofeminista hay posiciones diversas respecto al tema que nos ocupa.

El agravante de esta aventura, pongamos etiquetas, es que soy una mujer blanca y «cis».

Pese a todos estos inconvenientes, me anima el hecho de que mujeres trans como Julia Serano y Elizabeth Duval (en sus libros: Whipping Girl y Después de lo trans) se posicionen en contra de que solo puedan hablar de «lo trans» las personas que lo han experimentado. Dice Duval que si solo pudieran hablar personas trans del tema, eso les obligaría a que ese sea el único discurso que se espera de ellas.

No voy a hablar en este texto del Anteproyecto de la llamada «Ley trans» elaborada por el Ministerio de Igualdad de Irene Montero. No deseo polemizar sobre la capacidad transformadora de las leyes en las que muchas personas confían, simplemente yo me fío más de los cambios culturales y sociales en el tema que nos ocupa.

Y por último, lo que menos deseo es formar parte del debate polarizado y agresivo que se ha instalado en el feminismo español y que ha provocado un gran cisma en este movimiento. Me salgo de ese escenario con alegría y opto por habitar el conflicto, eso sí, pero saliendo de las pantallas que todo lo extreman por la vía de las ofensas y las injurias y poniendo el cuerpo con la confianza de encontrar formas, en el ámbito amplísimo de «lo libertario», que hagan posible un debate en el que participe cualquiera, no solo minorías y no solo personas expertas en el tema.

A vueltas con «lo trans»: las identidades

Elegir las identidades para empezar a dar vueltas a «lo trans» me ha parecido obligado puesto que existe el deber, más o menos perentorio, de identificarnos con nuestro sexo de nacimiento al que le corresponde el género adecuado a aquel. Esa correspondencia es lo «normal», lo que no se adecue a ese marco que se traduce en un binarismo rígido es patologizado, castigado y excluido.

Antes de entrar en el tema creo necesario clarificar que utilizo en este texto el término «trans» consciente de la distinción que se ha hecho entre «transexuales» y «transgénero» como distinción entre «verdaderas y falsas personas trans» (quienes se operan y quienes no). Desde hace pocos años, como señala Julia Serano, se usa «transgénero» como término paraguas para describir a las personas que desafían las expectativas y los supuestos sociales en torno a la masculinidad y la feminidad. Esto incluye a las personas trans, intersexuales y no binarias, así como aquellas cuya expresión de género difiere de su sexo anatómico o percibido. Desde los años noventa se utiliza el prefijo «trans» especialmente en los movimientos sociales.

Esta definición nos sitúa ya en la gran diversidad de «lo trans» puesto que, como señala Elizabeth Duval, el término engloba, en una especie de misión imposible, bloques tan distintos entre sí y con prioridades tan diferenciadas como lo son las mujeres trans, los hombres trans y las personas no binarias. Todo ello sin entrar en las diferencias internas de cada una de esas categorías si se atiende a factores de clase, raciales, generacionales y otros. Conviene no olvidar, además, que la mayoría de las manifestaciones sobre «lo trans» no han estado en sus manos sino en las de colectivos transfeministas herederos de la teoría queer.

Otro término paraguas es queer, que pretende englobar al conjunto de la disidencia sexual y es sinónimo de inclusividad de las llamadas sexualidades periféricas (trans, bollos, maricas, drag kings y queens, etc.).
Otra razón por la que he optado por hablar de las identidades es porque puede tratarse de un punto de encuentro, no exento de conflictos, entre el feminismo anarquista y «lo trans». El anarquismo plantea la idea de que las personas tienen identidades plurales y fragmentarias que no las reducen a una única condición o identidad. Esta manera de observar las identidades encaja con la afirmación anarquista de lo múltiple, de la diversidad ilimitada de los seres y de su capacidad para construir un mundo sin jerarquías, sin dominación, sin subordinación.

La pregunta que nos podemos hacer es sencilla: ¿No se puede ser persona fuera del modelo binario rígido y jerárquico? Entre los dos paraguas: el de «lo queer» y el de «lo trans», el anarquismo feminista se puede mover con cierta comodidad en lo que comparten: que las identidades son un constructo político, histórico, psíquico o lingüístico. Estas surgen en contextos determinados y cambian con el tiempo, no permanecen. La identidad normaliza, regulariza, disciplina, normativiza, obliga, en definitiva, a doblegarse al esquema rígido de los dos sexos, los dos géneros, el deseo normalizado y la heterosexualidad.

El anarquismo, incluso el asociado al feminismo, centra su atención en cualquier identidad que sea instrumento de dominación. La sexualidad ha sido siempre un tema de interés para el anarquismo observada desde diversos puntos de vista. El feminismo anarquista de Mujeres Libres (1936-1939) partía del sexo biológico que nunca cuestionó e incluso cayó en el esencialismo de la maternidad como función social adjudicada a las mujeres. El debate biología/socialización en torno al género se ha encendido hoy hasta explosionar en los espacios de confluencia feminista como las Asambleas 8 M. Convendría superar debates simplistas y estériles y llegar a compromisos si es posible.

Que haya sectores del feminismo (también del anarquista o de sectores trans) que afirmen la existencia de características sexuales biológicas, no significa que no cuestionen que se ordenen esas características del cuerpo en dos únicas categorías (hombre/mujer) o que supongan una disparidad de género esencial.

Existe el riesgo de que potenciando un movimiento post-identitario se acabe construyendo una nueva identidad como es el caso de la «queer». Paul B. Preciado confía plenamente en que no será así, ignorando la capacidad del capitalismo y de sus aparatos de Estado para absorber cualquier postura disidente, y que «lo queer» será capaz de mantener una posición de crítica atenta a los procesos de exclusión y de marginalización que genera toda ficción identitaria. Esa es la razón por la que el sujeto de la teoría queer rechaza toda clasificación sexual y pretende destruir las identidades gay, lésbica, trans, travesti y heterosexual. El sexo, por tanto, pasa a ser algo elegible, independiente del sexo biológico, la verdadera identidad sexual del individuo se encuentra en el «género sentido», algo completamente subjetivo.

Diversos sectores del feminismo, entre quienes me incluyo, tomamos en consideración la idea de que el género social no se produce ni difunde de acuerdo a cómo actuemos nuestro género individualmente, sino que reside en las percepciones y las interpretaciones de los demás. Incluso desde sectores trans se afirma (Serano sería su portavoz más conocida) que hay de hecho inclinaciones de género naturales e intrínsecas.

Aun cuando dentro de los posicionamientos anarcofeministas encontramos posturas queer, ahí está para demostrarlo el texto «Queer explicado para anarquistas, antiautoritarias y demás disidentes radicales», hay posturas que discrepan con dichos planteamientos. Las que discrepamos entendemos que la identidad se transforma, es flexible, de manera que según cuál sea la relación de poder que se sostenga en cada momento con el mundo, se activarán los mecanismos de la identidad (relacional o individualizada según explica Almudena Hernando en La fantasía de la individualidad). Por tanto, sería difícil entender la identidad en una persona concreta sin tener en cuenta su posición particular con respecto a los ejes de poder y dominación que definen la sociedad. Existen, por tanto, regularidades en la construcción de la identidad personal, lo que nos distancia de las posiciones posmodernas que creen en la particularidad absoluta de cada sujeto.

¿El ser humano puede vivir sin identidades, debemos tender a anularlas por completo? No soy partidaria de dicha anulación porque en ellas habitamos por ahora y además nos permiten politizar la lucha de las mujeres. No comparto, en definitiva, el rechazo radical de la categoría «mujeres» que sigue siendo operativa dentro del feminismo(s). Hay bastante consenso, eso sí, en cuestionar las identidades sexuales y de género como elementos fijos que refuerzan el binarismo, la exclusión y que regulan los deseos, las prácticas sexuales y, ampliando el foco, las relaciones sociales en general.

A vueltas con el sujeto del feminismo o «un feminismo sin mujeres»

Dice Judith Butler en Cuerpos aliados y lucha política, que las mujeres son las que sufren en términos desproporcionados la pobreza y el analfabetismo, «dos razones por las que no seré “posfeminista” hasta el día en que se hayan superado por completo esas lacras». No puedo estar más de acuerdo con Butler en que hoy por hoy la vulnerabilidad de las mujeres a nivel global postergan el impactante lema del «feminismo sin mujeres». Esa misma vulnerabilidad, que no victimismo, debería ser capaz de tejer alianzas entre los feminismos (seguramente no todos).

Estos planteamientos nos llevan al tema conflictivo del sujeto político del feminismo. Y con el tema llega la gran pregunta: ¿Qué es ser mujer? Como anarquistas abominamos de la vocación de exclusión, de segregación o de relegación de personas o colectivos, por ello no podemos dudar en situarnos del lado de quienes las sufren como es el caso de las personas trans. Mujeres Libres dio un pequeño gran paso cuando planteó en 1936 que «La Mujer» no era una identidad común a todas las mujeres, puesto que la clase social introducía una diversidad abismal y, por ello, era necesario nombrar esa diversidad y visibilizarla (este fue el motivo por el que no asumieron nunca la identidad «feminista» que consideraban burguesa). Este planteamiento encaja muy bien con la denominación de «proletariado del feminismo» que muchos años después utilizó Virginie Despentes.

La cuestión «¿Qué es ser mujer?» deberíamos dejarla abierta a todas aquellas personas que son percibidas y se sienten como tal y centrarnos como feministas en el cuestionamiento del poder y la dominación. Parece importante, por tanto, dejar claro que debemos incluir a personas agredidas en función de su género como es el caso de las personas trans, asimilando maneras menos esencialistas sobre el sujeto del feminismo.

El anarquismo ha manifestado reiteradamente su compromiso contra la dominación, término que incluye una gran cantidad de expresiones y de formas de opresión, exclusión y control. El rechazo a la dominación da lugar a incontables focos de resistencia individual y colectiva que implican la lucha contra la represión y la falta de libertad en cualquier sistema. Desde este planteamiento el anarquismo centra la atención en la multiplicidad de superposiciones parciales entre diferentes experiencias contra las cuales se lucha, construyendo una categoría general que mantiene una correspondencia entre experiencias que permanecen confinadas en sus propias realidades particulares. Esa es la razón por la que sectores del anarquismo han concluido que el sujeto de la emancipación es la humanidad (o en versión actualizada, el 99%).

Cuestionar el esencialismo de género supone también cuestionar el planteamiento que considera que hombres y mujeres representan dos categorías mutuamente excluyentes, cada una con ciertos rasgos intrínsecos y que no se cruzan, algo que la anarquista Emma Goldman ya señaló a principios del siglo XX.

Para concluir, consciente de los muchos temas que dejo sin tratar, me gustaría pensar que es posible tejer redes de personas y grupos en el amplio espacio de «lo libertario» que cuestionen cualquier tipo de jerarquías y que acepten todas las formas de diversidad humana. Partir de ese planteamiento puede facilitar los compromisos y las luchas múltiples. Luchas necesariamente antisistema y anticapitalistas para propiciar que las personas excluidas, víctimas de la «necropolítica» definida por Achille Mbembe, puedan encajar en un mundo que no cosifique al ser humano convirtiendo sus cuerpos en mercancías, susceptibles de ser desechadas.

 

Artículo publicado en la revista Libre Pensamiento nº 109

Blog de Laura Vicente: http://pensarenelmargen.blogspot.com/

miércoles, abril 13

Grupo Moiras: «La prostitución no puede ser un trabajo: es dejar que otros usen tu cuerpo»

 

El grupo de afinidad anarcofeminista analizó en la Unión Anarcosindicalista de A Coruña  la mercantilización del cuerpo de las mujeres y las posturas históricas de CNT y Mujeres Libres sobre el sistema prostitucional.

¿Puede la prostitución ser un trabajo, y por tanto ser sindicado? ¿Cabe la prostitución en el anarcosindicalismo? ¿Es el abolicionismo ‘putófobo’? ¿Cuál fue la postura histórica de los y las anarquistas ante la prostitución, y también la de la iglesia católica y la burguesía? ¿De dónde y cuándo surge la idea de que la prostitución es un trabajo como otro cualquiera?

Estas y otras preguntas sobre la prostitución surgieron durante la charla “Prostitución y Anarquismo”, que el Grupo Anarcofeminista Moiras ofrecimos en A Coruña, invitadas por la Unión Anarcosindicalista, que sirvió también para presentar el libro ‘Porqué el anarcosindicalismo no puede sindicar la prostitución”, que recientemente hemos editado.

La charla comenzó con una presentación del grupo, creado hace un año por mujeres libertarias de distintas partes de la península ibérica para enfrentarnos al desclasamiento y la falta de formación en las ideas anarquistas que está provocando la introducción de reformismos e ideas de la socialdemocracia que nos vende sentimientos de libertad mientras nos explota. En la charla analizamos la postura de anarquistas de relevancia, como Emma Goldman, que rechazó la prostitución como un mal social, y las posiciones históricas de Mujeres Libres y CNT.  Las mujeres anarquistas solían escribir y trabajar hacia lo que llamaban ‘amor libre’, este fue introducido incluso en el IV Congreso de CNT en Zaragoza en 1936 incluyéndolo en el comunismo libertario, estando  estos principios, tácticas y finalidades vigentes actualmente en la CNT AIT.  En cuanto al abolicionismo libertario llevado a la praxis por MMLL en plena guerra civil, mediante los liberatorios de prostitución en los que se ofrecían servicios psicológicos y de formación para aquellas mujeres que así lo requiriesen. Ellas estuvieron con las mujeres prostituidas, estuvieron con las ‘putas’.

Una estrategia de supervivencia de colectivos oprimidos, no un trabajo

En la charla analizamos además si la prostitución puede, por su propia esencia, ser considerada un trabajo. El trabajo es el esfuerzo que hace una persona usando sus capacidades físicas o mentales. La prostitución no es un trabajo, ya que implica dejar que otros usen el propio cuerpo.

Afecta además a una esfera especial de la vida humana, la sexualidad. La prostitución es la compra de la libertad sexual a cambio de dinero.

Estas dos características de la prostitución hacen que sea realmente imposible su regulación como un trabajo más: no se le pueden aplicar las normas básicas de derecho laboral, como las de Riesgos Laborales que se aplican en todas las profesiones que implican a fluidos biológicos. Nadie admitiría una mujer en prostitución vestida con gafas protectoras, bata y guantes, por ejemplo. No se le pueden aplicar las normas básicas de empleo, ya que no se puede obligar a las mujeres en paro, por ley, a vender su libertad sexual. No se puede integrar en un sistema regulado de formación profesional, en el que se enseñe a las niñas y adolescentes a complacer a puteros de distintas edades, ya que se consideraría abuso sexual a menores e incompatible con la educación en igualdad. No es un trabajo, pero sí es una estrategia de supervivencia de muchas mujeres que viven bajo el peso del capitalismo, el patriarcado y el colonialismo.

La Organización Internacional del Trabajo la promueve y la UE la incluye en el PIB

La Organización Internacional del Trabajo propuso en 1998 reconocer a la industria sexual, tras la explosión del negocio con la globalización. Ese año publicó un informe sobre su impacto en el Sudeste asiático, en el que aboga por reconocer a la “industria sexual” Fue premiado en la Feria del Libro de Francfort, en Alemania, país que en 2002 reguló la prostitución como un trabajo. En 2014 la UE decidió incluirlo en el PIB de los Estados miembros. El INE estima que aporta un 0,35% del PIB nacional, es decir, 4.210 millones de euros en 2022.

Regulacionismo, prohibicionismo, abolicionismo

Hay tres posturas ante la prostitución

El regulacionismo. Es la más antigua, ya que la prostitución ha estado tolerada y regulada desde muy antiguo, y cada época ha encontrado justificaciones para su existencia. En España estuvo regulada durante al menos dos siglos hasta que a finales del XVII, bajo el reinado de Felipe IV, fue prohibido, para volver a estar regulada a mediados del siglo XIX. El primer reglamento de regulación de la prostitución en ese siglo se proclamó en Zaragoza en1845, y dos años más tarde lo hace Madrid. Se mantuvo regulada hasta 1956. Esta postura considera una actividad necesaria para el funcionamiento social y establece sus límites (lugares, revisiones sanitarias, etc).

-El prohibicionismo. Es una postura más moderna, vinculada al puritanismo de los países anglosajones, Es la que impera en EE UU salvo en Nevada, y en países autoritarios como China. Castiga a la mujer en prostitución y al putero, por atentar contra la moral.

-El abolicionismo. Nació con el feminismo en el siglo XIX, de la mano de Josephine Butler. Las anarquistas españolas impulsaron esta postura en la Revolución, creando ‘Liberatorios de Prostitución’ para dar alternativas vitales a las mujeres que estaban en los burdeles.

Agradecemos la valentía de los compañeros de Unión Anarcosindicalista de A Coruña por plantear este debate en un espacio seguro y de respeto, cuando en tantas ocasiones incluso dentro del propio movimiento libertario se censuran las voces críticas con el sistema prostitucional, pese a que es una postura ética plenamente coherente con los valores anarquistas.



 

domingo, abril 10

El drama de las mujeres ucranianas: violencia y explotación agravadas por la guerra

 


Este texto es un resumen de un artículo más amplio escrito por Jone Sierra y publicado por la web Descifrando la Guerra. Os recomendamos el extenso seguimiento de este conflicto que están haciendo desde su web y sus redes sociales.

 

Los conflictos armados tienden a poner en evidencia las debilidades económicas, políticas y sociales de los países. En lo social, se ha constatado que las desigualdades entre colectivos se agudizan y que las personas especialmente vulnerables son las primeras perjudicadas y las que mayor riesgo corren. Tal es el caso de las mujeres. Histórica y mundialmente invisibilizadas y relegadas a una posición de inferioridad respecto del hombre suelen ser perjudicadas por partida doble en los contextos bélicos, por las consecuencias propias del conflicto (migraciones, crímenes de guerra o vulneraciones de derechos fundamentales) y por la discriminación y desigualdad, que se agrava en situación de guerra.

La esclavitud sexual, las violaciones sistemáticas, las esterilizaciones, matrimonios y embarazos forzosos, los abusos sexuales, el tráfico y trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual, mutilaciones genitales femeninas y todas las demás formas de violencia sexual y reproductiva se han constituido como un método eficiente en las guerras modernas. Se configuran como elementos de una campaña de terror articulada por militares, policías y civiles con el objetivo de implantar el miedo, destrozar generaciones y destruir el tejido de la sociedad, siendo las mujeres y las niñas las principales víctimas. En los conflictos, el cuerpo de la mujer es considerado como territorio de conquista y el agresor ostenta el poder de dominar y ejercer violencia en su propio beneficio.

Con el conflicto ruso-ucraniano en plena ebullición, se han puesto de manifiesto dos realidades que están afectando directamente a las mujeres ucranianas: la violencia y explotación sexuales y la explotación reproductiva. Una vez más, las desigualdades de género se han exacerbado a raíz del conflicto armado lo que se traduce en un mayor riesgo de sufrir violencias machistas por parte de civiles y fuerzas armadas.

Estos hechos no son una cuestión insólita en este territorio. Ya en 2014, durante la Guerra del Donbás, se dieron casos de violaciones y desapariciones de mujeres. Una de las dos autoproclamadas Repúblicas Populares, Donetsk, denunció haber encontrado cadáveres de mujeres agredidas sexualmente, presuntamente, por el ejército ucraniano y se reportaron violaciones y torturas a mujeres por parte de milicias paramilitares. Asimismo, Naciones Unidas condenó en su día la impunidad de las instituciones ucranianas en casos de violencia sexual a través de un informe que examinaba el contexto del conflicto armado en el periodo comprendido entre 2014 y 2017.

Amnistía Internacional publicó en el 2020 un informe sobre la violencia de género que sufren las ucranianas desde que comenzó el conflicto en el Este del país bajo el título: Not a private matter. Domestic and sexual violence against women in Eastern Ukraine. El documento reveló que la violencia hacia las mujeres por parte de sus parejas y por fuerzas militarizadas experimentó un incremento considerable con el inicio de la contienda: había aumentado en 2018 un 76% en la región de Donetsk y un 158% en Luhansk en comparación con los tres años previos. Del mismo modo, las estadísticas oficiales del país, aunque incompletas y posiblemente no ajustadas del todo a la realidad, registraron un incremento de los casos de violencia contra la mujer desde el 2014.

En cuanto a la explotación sexual, los movimientos migratorios derivados del actual conflicto bélico han hecho que la situación se incremente y se agrave. Tras la ofensiva militar rusa, proxenetas de países vecinos se han aprovechado de la desesperación y la necesidad de las mujeres que huyen de la guerra con el objetivo de reclutarlas para uno de los negocios más lucrativos del mundo, la prostitución. Los desplazamientos, el caos, la pobreza extrema, la separación de los miembros de la familia, los efectos del estrés de la guerra y otras consecuencias inherentes al conflicto aumentan la vulnerabilidad de las mujeres que ya de por sí constituyen el foco del sistema prostitucional. 

Según se ha denunciado en numerosas ocasiones, proxenetas de Alemania, donde la prostitución es legal, están ofreciendo en la frontera polaca con Ucrania transporte y alojamiento gratuitos a mujeres ucranianas que huyen de la guerra. Visto el riesgo que esto supone, las autoridades polacas han aumentado los controles y extremado la vigilancia en los puestos fronterizos. En este sentido, el alcalde de la capital polaca, Rafal Trzaskowski ha admitido que está trabajando con ONG que luchan contra el tráfico de personas y la trata de mujeres. La misma situación se repite en la estación central de Berlín, donde, mediante colocación de carteles, personas voluntarias y autoridades ya han advertido a mujeres y jóvenes que no acepten ofertas de ayuda sospechosas, que en ningún caso den su pasaporte y que se hospeden sólo en casa de ciudadanos que estén registrados en las listas de asilo. En ambos casos, las redes de proxenetismo y trata han visto en el conflicto la oportunidad perfecta para captar a mujeres e introducirlas en el sistema prostitucional para, en última instancia, explotarlas sexualmente.

Asimismo, las mujeres que llegan a Rumanía están viviendo una situación de especial riesgo. Tal y como indica la ONG Walk Free, este país es punto de entrada y de salida a la Unión Europea de miles de víctimas de explotación sexual, muchas de ellas provenientes de Ucrania, resultando que cerca de 86.000 personas viven en régimen de lo que viene denominándose la “esclavitud moderna”.

Por otro lado, en cuanto a la segunda forma de explotación mencionada, la guerra con Rusia ha evidenciado la situación de miles de mujeres ucranianas que están siendo explotadas reproductivamente a través de técnicas de “gestación subrogada”, a la cual la mayoría se ha visto obligada a recurrir, directa o indirectamente, a cambio de una compensación económica, por su precaria situación.

Ucrania es uno de los pocos países donde los eufemísticamente llamados “vientres de alquiler” son aceptados por la normativa vigente. Existen más de 30 clínicas privadas (en Kiev, Kharkov, Odessa, Dnipro) en las cuales nacen aproximadamente 2.500 niños al año por medio de este proceso, que acaban en manos de familias extranjeras. Se ha convertido en uno de los principales destinos al que acuden familias de todo el mundo. Aunque sea legal en otros países -Estados Unidos o Grecia, por ejemplo-, Ucrania dispone de una legislación más laxa, permite que la utilicen extranjeros y el precio es comparativamente menor.

Ante el aumento de la demanda han proliferado compañías que buscan a mujeres empobrecidas o en contextos de especial vulnerabilidad para explotarlas reproductivamente. BioTexCom, el mayor centro de “vientres de alquiler” en Ucrania con filial en España, está siendo investigada por la Fiscalía española por, entre otras prácticas abusivas, presuntos delitos de tráfico de menores y transferencia ilegal de personas, investigación actualmente paralizada tras el estallido de la guerra. La agencia en cuestión hace descuentos por el Black Friday y ofrece paquetes de “todo incluido VIP” por 64.500€ en los que se permite, entre otras ofertas, elegir el sexo del bebé o “servicios de criada” a las familias contratantes, como si se tratase de cualquier otra transacción económica material.

El estallido de la guerra ha perjudicado gravemente la situación de estas mujeres. Parir en medio de una guerra sin condiciones mínimas de seguridad e higiene, decidir si huir o quedarse en el país, las consecuencias psicológicas tras el parto en medio de un conflicto armado, el destino del bebé, las coacciones a las que han estado sometidas durante todo el proceso y otros innumerables problemas constituyen la realidad actual de estas mujeres de las que poco se habla. De hecho, los medios se han hecho eco del “drama” que viven las familias españolas que recurrieron a esta opción en Ucrania, obviando que la cuestión principal y el verdadero drama es el que viven esas miles de mujeres ucranianas que son sometidas a la explotación reproductiva por parte de agencias que, en última instancia, mercantilizan su cuerpo y trafican con sus recién nacidos.

En definitiva, la violencia hacia las mujeres se intensifica en un contexto bélico, sin importar el lugar o momento histórico en el que se desarrolle.

 

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