Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

miércoles, febrero 26

Entre neofascistas, ultranacionalistas, naranjas y azules. ¿Qué se esconde tras la revuelta de Ucrania?

 Se puede apreciar una cruz celtica nazi y un 14 88 en rojo en el escudo de uno de los manifestantes
 
 Sería imposible desligar hoy cualquier revuelta del descontento generalizado hacia las instituciones, del descredito hacia partidos y políticos  y de la respuesta popular hacia la corrupción y manipulación que inunda estados y países a nivel internacional. Y el caso de Ucrania, en la palestra por los acontecimientos recientes, no podría ser distinto.

Sin embargo, una vez alejados de esas primeras sensaciones de afinidad ante cualquier levantamiento contra gobiernos, recortes, imposiciones y mentiras, conviene reflexionar sobre lo que hay detrás de cada una de ellas, máxime cuando estás se hacen fuertes, resistentes y perduran en el tiempo hasta el punto de hacer tambalearse al propio Estado. Independientemente de donde surjan las protestas, habitualmente sinceras y populares, el hecho es que tradicionalmente en la historia  el que más hábilmente sabe aprovechar la situación o el descontento es quien consigue influir, representar y finalmente dirigir esas demandas, y normalmente en su beneficio propio. Por ejemplo, las ejemplarizantes primaveras árabes finalmente han quedado muy atrás en esa búsqueda de las libertades que parecían suponer, convirtiéndose en títeres del neoliberalismo internacional, léase USA o EU, o en el peor de los casos un retroceso hacia la religiosidad más arcaica y retrograda, como el caso de Egipto. En cualquier caso, un sospechoso interés de apertura no hacia las personas, pero sí hacia el mercado y la economía internacional.

Del mismo modo, el caso ucraniano responde sobre todo a un inmoral conflicto de intereses económicos de carácter internacional, al que nada le importan los muertos, los sublevados o las libertades. Unas protestas, hábilmente reorganizadas y dirigidas por la extrema derecha y los ultranacionalistas, que han encontrado en la situación, pero sobre todo en la propia oposición antigubernamental, un cómplice de su propaganda y su acción.

Recopilemos en un primer momento los orígenes del conflicto antes de ponernos plenamente a comprender a sus protagonistas. La política externa ucraniana, frente a su tradicional dependencia rusa, se había orientado en los últimos años hacia una apertura a Europa, asentándose en buena parte de la sociedad el codicioso y especulativo “bienestar” de la sociedad de consumo. El actual presidente, Víctor Yanukovich, por el Partido de las Regiones, centrista y pro ruso, fue elegido anteriormente en 2004 en unas elecciones manifiestamente fraudulentas, lo que desencadenó la llamada Revolución Naranja pro europea. Sin embargo, obtuvo de nuevo el cargo en las elecciones del 2009. Pronto la decisión de una Ucrania cuya economía se dirigía hacia Europa o Rusia se convertiría en un asunto internacional.

Yanukovich, que acercaría en su segunda elección su postura a la Unión Europea, abortaría su decisión finalmente el pasado 21 de noviembre tras recibir presiones rusas , paralizando el Acuerdo de Libre Comercio suscrito con anterioridad. Este hecho desencadenaría el conflicto al día siguiente, inicialmente protagonizado por universitarios, pero a los que posteriormente se unirían la oposición en bloque, parte de la iglesia ortodoxa y otras organizaciones. Si bien existía en Ucrania una desmoralización de la política generalizada, la protesta convocada ya de forma oficial por la oposición, conseguiría generalizarse. El sector más radical, mantenedores reales de los enfrentamientos y la protesta, han sido consolidados en la calle por unos representantes oficiales que, aún alejándose oficialmente de ellos, se han aprovechado de su presencia.

El creciente autoritarismo de Yanukovich desde su reelección, modificando la constitución del país para acumular mayor poder en su propia persona  y encarcelando a su rival y anterior líder de la oposición Y.Timoshenko, también han alimentado de forma significativa esas protestas. Finalmente, el conflicto, más allá del discurso pro europeo, se ha convertido en una movilización de carácter identitario, en un país ya de por sí dividido entre un Sur y un Este tradicionalmente rusoparlante y un Oeste y Norte más ambicioso y rico pro UE que pretende reivindicar un nacionalismo ucraniano, sobre todo en Kiev, la capital económica y política del país. El hecho de que Rusia sea responsable del mantenimiento del gas en el país, y la amenaza de un bloqueo industrial que pondría en peligro la economía y el comercio ucraniano, junto con el peligro que supone la anulación de la reciente ayuda rusa de 11.000 millones de euros negados con anterioridad por el FMI, han sido lo que ha frenado el viraje hacia la UE de Yanukovich. Sin obviar la importancia que aún mantiene en el país una oligarquía a la que la reconversión industrial necesaria no beneficiaría. El interés de Rusia en la zona radica en proteger el control de la producción y distribución del gas, no olvidemos que los gaseoductos con los que Rusia comercia pasan por Ucrania, además del mantenimiento de la base militar conjunta de Crimea en el puerto de Sebastopol. Por otra parte, la apuesta de Rusia por la creación de una zona de libre comercio, la unión aduanera a la que pertenece junto con Bielorrusia y Kazajistán, pasaría por una ampliación en la que Ucrania sería decisiva para los planes del Kremlin. Mientras, la UE ve en Ucrania un nuevo mercado donde comerciar y los Estados Unidos contemplan la eliminación de un estado intermedio entre Rusia y el brazo armado del capitalismo internacional, la OTAN. El caso ucraniano se ha convertido en un conflicto de intereses visto con lupa por las potencias económicas internacionales que, de forma más o menos sutil, alientan una u otra reforma en el país,  y son, en primera instancia, la causa de la desestabilización de Ucrania y todo lo que está ocurriendo.
 
 Desde diciembre, como respuesta a la paralización de las negociaciones con la UE, la oposición en bloque ha alentado la creación del llamado Euromaidán, o Éuroplaza, organizado alrededor de la Plaza de la Independencia, desde la que se han protagonizado los episodios de resistencia y enfrentamiento contra el gobierno de Yanukovich. Como hecho simbólico de su rusofobia, el 8 de diciembre, los manifestantes derribarían la estatua de Lenin en Zhitomir, al noroeste del país. Para enfrentarse a las protestas, cada vez más extendidas, el gobierno acudió una vez más a los “Titushki”, organizaciones ilegales de militares, policías, deportistas y criminales, usados para enfrentarse a manifestantes en cualquier contexto que, en los últimos años, han protagonizado numerosos ataques a locales y personas contrarias al gobierno o a miembros de la prensa con el fin de crear pánico y provocar. Estos ataques, junto con la promulgación el 16 de enero de una nueva ley que imponía duras penas contra los manifestantes, generalizarían las protestas que, además, se radicalizarían, organizándose ya permanentemente alrededor de la céntrica plaza de Kiev.

Pronto, la protesta sería hábilmente institucionalizada por los partidos de la oposición en bloque, cuyos principales representantes son Batkivshina, Patria, principal partido de la oposición y agrupación de varios partidos pro europeros, UDAR, Golpe, liderado por el ex boxeador V.Klitschko y apadrinado y financiado por la Unión  Demócrata Cristiana alemána de Angela Merkel y el populista y anticomunista Svodoba, Libertad, quizás el gran beneficiado políticamente del conflicto al representar, también, la oposición a la anquilosada política de los partidos tradicionales.

Svodoba es el nombre que,  en un intento de moderar su imagen, adquirió en 2004 el Partido Social Nacional de Ucrania, fundado en 1991, cuyo nombre original hace referencia de forma evidente al Partido Nacionalsocialista Alemán. Anticomunista visceral, su símbolo, la runa Wolfsangel, sería sustituida por una bandera azul con una mano con tres dedos en alusión al tridente de Volodymyr del escudo de Ucrania. En 1999 constituirían la organización paramilitar “Patriotas de Ucrania”, desarticulada en 2007. Svodoba y su discurso ultranacionalista y antisemita han encontrado sus principales apoyos en Liviv y Ternopil, esta última desde donde se crearon los primeros grupos de autodefensa. También desde 2010 la región de Galitzia y desde 2012 la propia Kiev, llegando a alcanzar un 10% de los votos en las últimas elecciones. Vinculado también a parte de la Iglesia Ortodoxa, forma parte desde 2009 de la Alianza de los Movimientos Nacionales,  junto al Frente Nacional francés de Le Pen, el Partido Nacional Británico, PNB,  el Movimiento Social Republicano de España y otras organizaciones de extrema derecha. Tras el acuerdo con la oposición para participar en las protestas en bloque, se ha convertido en el partido de acogida del voto de protesta, con un mensaje populista que ha aprovechado la corrupción gubernamental. Pero sobre todo, se ha convertido en el bastión de un renacido nacionalismo ucraniano con claros tintes xenófobos y raciales que ha terminado por inundar todo el conflicto a cuenta de su origen anti ruso, a quienes se considera tradicionales ocupantes y represores de las tradiciones y cultura ucraniana.
 Manifestantes con el brazalete con la runa símbolo del Partido Nacional Social Ucraniano. Ahora Svodoba
 
 Por su parte, muchos de los grupos organizados alrededor de la Euromaiden provienen de los Escuadrones de Autodefensa Ucraniana, formación paramilitar formada en 1990 por veteranos de la guerra de Afganistán y entrenados durante años por la propia OTAN en su base de Estonia, participando incluso en recientes conflictos bélicos como el de Osetia del Sur. Vinculados con neonazis ucranianos y alemanes, como  el propio NPD germano, abogan por un nacionalismo ucraniano, antisemita y controlado por el Estado.

Miembros de ellos se han agrupado desde hace dos meses en el llamado Pravy Sektor, Sector de Derechas, que, a pesar de estar también alejados del sector europeísta, incluso de la propia Svodoba, han terminado por convertirse en el autentico motor de la protestas, alentado bajo el lema “Ucrania para los ucranianos”. Entre ellos, ultras de equipos de futbol, neonazis, ultranacionalistas y demás han encontrado la forma de crear una autentica fuerza de choque capaz de dirigir las protestas y de sobrepasar los intentos de control de los partidos mayoritarios. Ese ultranacionalismo ucraniano tiene en Stephan Bandera y otros líderes de la guerrilla nacional surgida en la Segunda Guerra Mundial, el Ejercito Insurgente Ucraniano, sus grandes iconos. Convertidos en símbolos de la lucha contra la invasión rusa, tienen sus primeros antecedentes en la Organización Nacional de Ucrania nacida en 1929 para combatir a polacos y soviéticos y conseguir un estado independiente. Apoyado en los primeros años de guerra por el ejército alemán, Bandera aprovecharía la cruzada nazi antisoviética iniciada en 1941 para proclamar la independencia de Ucrania arrebatada por Alemania a la URSS, algo que no sentaría demasiado bien a los alemanes que lo detendrían. Encarcelado entre el 41 y el 45, sería liberado finalmente por Hitler quien reconocería en los nacionalistas ucranianos unos valiosos aliados constituyendo en 1945 la división de las Waffen SS Galitzien con sus miembros. En las imágenes de las protestas son habituales las fotos de Bandera y la bandera rojinegra horizontal, emblema de su movimiento. En definitiva, Bandera y los nacionalistas ucranianos son los representantes locales de los innumerables totalitarismo surgidos en el periodo de entreguerras en Europa, a veces incluso enfrentados entre sí, pero similares en actitud, cuyos máximos representantes serían el fascismo italiano y el nazismo alemán, pero no únicos, entre los que estarían, por ejmemplo, la creación de la III Civilización Helénica de Metaxas en Grecia, el Estado Nacional Legionario de Horia Sima en Rumanía, el criminal Estado Independiente de Croacia de Pavelic y movimientos nacionalistas como el del propio Bandera, todos ellos aliados en algún momento de la Alemania nazi.
 Miembros de Svodoba con Stephan Bandera a la cabeza
 
 
Senadores derechistas como John McCain y otros, así como líderes de las movilizaciones georgianas y serbias, títeres de Estados Unidos, han apoyado abiertamente a los manifestantes. De hecho, resulta verdaderamente impactante el apoyo manifestado, de forma más o menos explícita, por gobiernos y líderes políticos internacionales hacia los protagonistas de las protestas a pesar de los vínculos evidentes con la extrema derecha y el cáliz violento de las protestas. En esta ocasión, los demócratas defensores de la pacificación y la antiviolencia no han vertido apenas críticas o llamamientos a la moderación, y si lo han hecho han sido más bien encaminadas a criticar la actitud del gobierno. Una vez más, un bochornoso ejemplo de la política internacional imperante para la que lo único importante es la geoestrategia militar y económica por encima de las personas.

Es, por tanto, el conflicto surgido en Ucrania, de un carácter altamente complicado, pues, si bien hubiera podido surgir a través de una autentica movilización popular, e incluso de clase, más allá de europeísmos y rusofilias, no sólo ha demostrado ser manipulado internamente por extremistas y oposición interesada, sino por todo tipo de injerencias internacionales  a las que una decena más o menos de muertos resulta asumible frente a su plan de expansión económica.

Mientras, el denominado Consejo Regional de Ivano-Frankivsk constituidos por manifestantes, al igual que en la región de Ternopil, han prohibido cualquier actividad del Partido de las Regiones gobernante, y también del Partido Comunista Ucraniano, PCU. Éste, a su vez, aun cuando también opositor a Yanokovich, se ha posicionado drásticamente contrario a los partidos pro ucranianos y a todas las movilizaciones de Kiev, a quienes han acusado de filonazis, movilizando a sus bases en Odessa, Stakhanov, Simferopol, Dnipropetrovsk, Louhansk y Zaporizhia, al este del país donde tienen mayores simpatías, para organizar milicias populares con la capacidad de enfrentarse a la amenaza fascista.
Banderas rojinegras de la Organización Nacional de Ucrania durante las protestas

 En resumidas cuentas, una vez más a la hora de tratar cualquier conflicto deberíamos de acostumbrarnos a diferenciar entre esas cada vez más aparentemente realidades diferenciadas que surgen de él. Por un lado todo lo relacionado con la política internacional, las relaciones económicas, la propagación de la noticia a través de los medios de comunicación oficial y toda esa relación de poderes e intereses escrita con mayúsculas y a menudo reinterpretada como versión oficial. Y por otra parte, esa visión de la calle, del día a día en la que el por qué, el cómo, o el quien parece evidenciar, a veces, una realidad más autentica y visceral pero menos mediática. No todos en el conflicto ucraniano son de extrema derecha, ni europeístas o naranjas, ni pro rusos o azules. En buena medida, sin duda, sobre todo en su origen, la movilización de la ciudadanía en general responde a convicciones más sociales que políticas. A rebelarse contra algo que no les gusta, contra la mentira y la resignación, y quizás esa sea la palabra clave a la hora de analizar los conflictos contemporáneos propios del ya más que nuevo siglo XXI: resignación. Parece que ese es el nexo entre determinados levantamientos aparentemente ajenos entre sí, el cansancio y la rebelión contra la resignación. No es nada nuevo la aparición del discurso populista, el aprovechamiento de esas circunstancias de descontento, hoy representadas en buena medida en el llamado “problema de la inmigración” o la seguridad, representados como amenazas de nuestro orden y tradición. Con ellos, el espíritu nacionalista, en su expresión más xenófoba, colonialista, clasista e incluso racial cobra de nuevo especial relevancia a la hora de la aparición de esos totalitarismo que, más allá de reducirlos a simples nazismos o fascismos, contienen un discurso social y político mucho más elaborado y capaz de acceder a una buena parte de las capas sociales actuales. Ucrania viene siendo denunciado desde hace tiempo por colectivos y organizaciones antifascistas, libertarias y revolucionarias como un autentico embrión del renacimiento de una nueva amenaza fascista, ni nazi ni musoliniana, pero sí patriota, racista, xenófoba y totalitaria, representada en buena medida en todos esos nacionalismos polacos, serbios, checos, húngaros y demás cada vez activos incluso en la política oficial, pero desapercibidos a veces por no rodearse de parafernalia fascista tradicional.


El hecho de que lo que ocurre en Ucrania surja directamente de la oposición entre el neocorporativismo liberal occidental y el imperialismo ruso demuestra la confrontación existencial entre bloques económicos, culpables en buena medida de crisis y guerras y que empieza a parecerse demasiado a ese concepto prefabricado históricamente que se llamo Guerra Fría. También demuestra la utilización por parte de la reacción de los momentos de conflicto en beneficio de su propaganda, incluso superando a los representantes oficiales. El hecho es que, por muy lejano que pueda parecernos culturalmente el conflicto, no podemos pasar por encima de ello sin hacer un autentico análisis más allá de imágenes espectaculares y noticias oficiales. Y esa es quizás la labor de los revolucionarios aquí y allí, conseguir que los intereses políticos y la manipulación  informativa no terminen por redirigir y desvirtuar conflictos. En cualquier caso, el desconocimiento, fruto de la desinformación de unos y otros, se hace un obstáculo para conocer el verdadero origen, alcance y repercusión social de las movilizaciones ucranianas, más allá de ultranacionalistas, naranjas pro europeos, azules pro rusos, o liberales capitalistas. Por ello se haría necesario el contacto con organizaciones ucranianas de carácter antiautoriatario que, por ejemplo, en los últimos años han sido visibles en el aspecto antifascista o barrial en varias partes del país, y que desde aquí no hemos conseguido contactar. Y es que, hoy más que nunca se evidencia que nada pasa ya por azar, y que aprender y saber ver entrelineas  las protestas  es fundamental para no permitir redirigir el descontento y la luchas populares hacia intereses externos.

Ucrania se ha convertido en un escaparate de la extrema derecha en Europa y ahora que parece que todo se ha acabado con la orden de detención de Yanokovich, Timoshenko liberada y convertida en heroína del nuevo populismo, y el nacionalismo sentado en el parlamento pidiendo la expulsión de rusos, comunistas y judíos del país habrá que estar muy pendiente de ver que sale de esta caotica situación y que ocurrira cuando el país evidencie el colapso económico al que se dirige desde hace tiempo. 
 
 

domingo, febrero 23

Dos poemas de Juan Antonio Mora

"Prefiero la derrota con el conocimiento de la belleza de las flores, a la victoria en medio de los desiertos, llena de la ceguera del alma a solas con su nulidad apartada".


Fernando Pessoa

Detesto

Detesto el éxito, la arrogancia, la vanidad,
el despotismo mediocre de los jefes
y la mentira azul perfumada en sus bufetes necios.

Detesto la agresividad capitalista,
torpe y caduca, ajena al "ego";
la autoridad incompetente,
sin fundamentos éticos suficientes.
Detesto este injusto sistema
y la actitud sumisa de quienes lo sostienen.
Detesto las victorias de la Historia
sin el Pueblo.

Detesto las clases, las categorías, las jerarquías,
las diferencias y los privilegios.
Y amo, sobre todo,
el empeño en la lucha
en combatir todo lo que detesto.



Demagogia

Eternas mentiras azules
pululan zánganas y harapientas
en la luna boba del aire.
(Los espejos de mis sueños están tristes).
Un movimiento mestizo y embustero, un movimiento hermético
continuamente deforma claras realidades populares.
Eternas seudo-verdades
golpean la frágil mente de niños indefensos,
la docilidad en la sugestión, la inspección, la reverencia,
la humillación, la mitificación y la antilibertad.
Nadie crece lo suficiente hombre ni se desarrolla
homogéneamente... humanamente...
en el autoritarismo inquisidor y la religiosa represión.
Ellos han revolucionado la mentira y el privilegio
y la divulgan sagazmente en plataformas azules sofisticadas
para nada, para nada,
para nadie, para nadie,
porque nosotros estamos unidos, inmersos en la tarea
lúcida e ingrata
de devolverles la moneda en gotas de tinta china y sabia,
revolucionando la verdad que es nuestra arma y nuestra fuerza,
con palabras sencillas del pueblo, con actos consecuentes y nobles.
Y el ejemplo de la lucha
y de todo cuanto escribo ahora
está en los corazones rebeldes,
que buscan y gritan libertad,
a costa de perder la vida.

Juan Antonio Mora

jueves, febrero 20

Contra la imposición de la familia. Aborto libre y gratuito

Para cualquier mujer el derecho a abortar -en condiciones seguras para su vida y salud- es incuestionable y una decisión que sólo ella debe tomar. Implica poder elegir sobre su vida y su propio cuerpo, libremente, sin cuestionamientos sociales y mucho menos morales o religiosos.

Pero plantear el tema del aborto supone sacar a la luz otras cuestiones que afectan al conjunto de la sociedad – y no solo a la mujer- y que están muy relacionadas con la dominación que el sistema de poder ejerce sobre hombres y mujeres, además de afectar al desarrollo de nuestras vidas sexuales y al modelo de sociedad en el que querríamos vivir. Implica hablar de cómo nos relacionamos, de respeto, de igualdad, de derecho a decidir, de modelos de familia, de maternidad y paternidad, de desarrollo sexual, de planificación familiar y métodos anticonceptivos y por supuesto de educación sexual. Temas que afectan al conjunto de la sociedad y que sirven para establecer las bases de nuestras relaciones y romper barreras de género. Permitir que sean “otros” quienes controlen ese derecho y decidan en qué casos puede o no llevarse a cabo un aborto, implica tolerar una imposición y dominación inaceptables, ejercida directamente sobre la mitad de la población y que va más allá del hecho mismo del aborto, pues nos imponen, por ejemplo, una maternidad heterosexual, -mientras que a otras personas se la niegan, gays y lesbianas-, y un modelo concreto de familia.

Lo que intentan –quienes legislan y gobiernan, quienes ejercen el poder- es perpetuar la familia patriarcal y heterosexual, mantener un modelo de control y dominación en el que confían todavía. Idea que se refuerza si consideramos que aún se reprime el libre desarrollo sexual de las personas, que con carácter general no se educa ni en el respeto ni en la igualdad y que en el caso de existir una mínima educación sexual ésta es, muchas veces, lesiva para la persona dado el carácter represor que suele tener -el aumento de casos de violencia machista entre adolescentes no es casual, ni que sigan produciéndose agresiones homófobas-.

Considerando que “políticamente” no preocupa la prevención del embarazo ni la educación sexual y que los métodos anticonceptivos ni son baratos ni están al alcance de todas las personas, podemos afirmar que con la nueva Ley del Aborto imponen la “maternidad” a toda mujer que estando embarazada no desee ser madre. Históricamente quienes ejercen el poder o pretenden hacerlo –gobernantes varios, capitalistas o no, junto con iglesias y religiones- siempre han querido controlar nuestros cuerpos, nuestra sexualidad y las consecuencias de su libre desarrollo. Sexo, embarazos, aborto, casamientos, tipo de familia, monogamia o poligamia, heterosexualidad, roles... ha sido conducido o impuesto. ¿Qué temen del libre desarrollo del cuerpo y de la sexualidad en general y en particular del de la mujer? ¿Acaso su libre desarrollo podría hacer tambalear los pilares de su sistema de dominación? Si ello fuera cierto, el desarrollo de una vida sexual sana, sin trabas, sin dominaciones, con relaciones basadas en el respeto y el reconocimiento de la diferencia, sería revolucionario en sí mismo y resultaría fundamental para llevar a cabo el planteamiento de cualquier proceso de transformación social.

Desde esta perspectiva, reivindicar desde el mundo libertario un aborto libre y gratuito es incuestionable, pues con ello estamos reclamando el derecho que todos y todas tenemos a decidir sobre nuestro cuerpo, a tener el control de nuestras vidas. Reclamar el derecho al aborto es por tanto fundamental en la lucha contra todo tipo de dominaciones, que en este caso además facilitaría poder disfrutar de nuestros cuerpos, es ese camino hacia una sexualidad libre y respetuosa. De este modo, hombres y mujeres, no sufriríamos la aberración de la imposición de la maternidad o paternidad es decir, la imposición de la familia.
 
Rosa Fraile
Periódico CNT nº 405 - Noviembre 2013
http://www.cnt.es/noticias/contra-la-imposici%C3%B3n-de-la-familia-aborto-libre-y-gratuito

lunes, febrero 17

Una perspectiva rural todavía nebulosa

El 5 y 6 de abril tuvieron lugar en Madrid unas Jornadas por la Autonomía de los Pueblos, organizadas por la Plataforma Rural Por un Mundo Rural Vivo, con el objeto de estudiar las consecuencias que tendría para el campo la aprobación de la «Ley para la Racionalización y la Sostenibilidad de la Administración Local», a saber, la pronta desaparición de tres mil pueblos y más de mil mancomunidades y juntas vecinales. La excusa de tan dramático golpe mortal al mundo rural es el ahorro administrativo, que sería mínimo, y es de temer que la realidad sea otra: la apropiación de terrenos comunales y municipales (más de tres millones y medio de hectáreas) para su venta y explotación en proyectos residenciales y turísticos. La agricultura no industrial, sin valor en el mercado, así pues sin viabilidad económica, ha de ser erradicada en provecho de una nueva capitalización del territorio basada en la imagen paisajística y el espectáculo de la naturaleza. La cultura campesina ha de ceder la plaza al parque temático. Aclaremos que Plataforma Rural es una coordinadora reformista que defiende los intereses de los pequeños productores campesinos amenazados por la industria agroalimentaria en el marco de un Estado desarrollista. En consecuencia, no cuestiona las instituciones, sino solamente sus políticas agrarias.
El panorama demográfico de campo es terrible; desde la década de los sesenta del siglo pasado ya han desaparecido más de 9.000 pueblos, concejos y parroquias rurales, y eso sin contabilizar las pedanías, aldehuelas y caseríos, que sin duda multiplicarían esa cifra por tres o por cuatro. Otros miles, con menos de cien habitantes, desaparecerán en el curso de una generación.
La ley «Montoro» simplemente culmina un periodo de sesenta años de crisis del modelo tradicional de producción agraria y de las formas de vida que le eran asociadas. La industrialización y urbanización han sido tan generalizadas que las consecuencias sobre el territorio han sido tremendamente destructivas, perdiéndose en unas cuantas décadas un saber, un patrimonio y una cultura milenarios. En un lapso cortísimo, rasgo específico del Estado español, se ha pasado de una sociedad eminentemente agraria a una sociedad industrial, y la emigración forzosa ha sido tan violenta que ha vaciado el territorio casi por completo, deteriorando irremisiblemente la comunidad rural ancestral, aquella que nos describía Joaquín Costa en «El Colectivismo Agrario», ahora envejecida, residual y marginada. Por debajo de los ochenta años de edad es imposible encontrar un campesino que no tenga una mentalidad colonizada por valores urbanos y productivistas.
La sociedad tradicional campesina, fundada el triángulo integrado agro-silvo-pastoril, desmonetarizada y despolitizada, usaba racionalmente los recursos
territoriales y era capaz de autorreproducirse sin modificar las relaciones sociales, sólidamente comunitarias. Era una sociedad inútil como medio de acumulación de capital precisamente porque dichas relaciones, ancladas en los usos y costumbres, no permitían que la economía llegara a ser una actividad independiente, separada de ella, y por consiguiente impedían que el derecho mercantil la gobernase. Era también una sociedad patriarcal y con iglesias, pero sin Estado. La sociedad campesina se desestabilizó al dejar de apoyarse en el autoabastecimiento y orientarse hacia la producción de excedentes comercializables. El desarrollismo introdujo la moneda, el salario, la maquinaria, los abonos sintéticos, los créditos, los impuestos y finalmente la industrialización. Y con ésta última, la despoblación y la extinción de conocimientos diversos, prácticas consuetudinarias, dialectos, folklore, gastronomía y de todo lo que formaba parte la cultura campesina. No obstante, a la ciudad no le ha ido mejor: la masificación, el individualismo, la explotación económica y el consumismo han sido las lacras de la degeneración de la sociedad  urbana, cada vez más artificial y burocratizada, horriblemente insolidaria y frustrante, insalubre y autoritaria. Por ello se han despertado reacciones, como la «okupación» por desertores de la urbe degradada de pueblos abandonados. Ante el agravamiento de los males urbanos se abre una perspectiva rural todavía nebulosa que ofrece espacios de experimentación comunal creativa donde pueden funcionar los principios libertarios. La búsqueda de territorios a salvo de la especulación desemboca en el descubrimiento de un mundo perdido donde se vivía austeramente pero con pocas constricciones y en simbiosis con el medio. Por eso, la vuelta al agro huyendo de metrópolis inhabitables es antes que nada un proceso de recuperación y aprendizaje.
La construcción de una comunidad en el campo desde la mentalidad urbana, con escasos medios materiales, sin conocimientos suficientes y con la hostilidad de las autoridades (desde 1996 la ocupación de lugares deshabitados es delito) o la de los desconfiados lugareños, es enormemente difícil, y el entusiasmo que la alienta rara vez sobrepasa el par de estaciones. Aunque parezca contradictorio, los nuevos ocupantes no han de romper amarras con las urbes, bien para reclutar nuevos miembros, bien para sostenerse económicamente, pues el mundo sigue siendo enteramente capitalista. Esa ligazón es tan necesaria como
el aire, pues el territorio no sólo se ha de sostener a través de circuitos cortos, grupos de consumo o cooperativas, sino que se ha de defender del tsunami urbanizador y de sus infraestructuras. De igual modo los aglomerados urbanos han de desmantelarse. Y las masas que reocupen el territorio para vivir más libremente y protegerlo de la mercantilización serán masas originadas en las malditas conurbaciones; en definitiva, masas urbanas.

Extraído de la Revista Argelaga

viernes, febrero 14

Piedra Papel Libros edita el libelo Anarquismo y lucha antialcohólica en la Guerra Civil Española

Piedra Papel Libros, proyecto editorial de carácter incipiente y ubicado en Jaén, edita en un libelo de gran calidad el interesante artículo “Anarquismo y lucha antialcohólica en la Guerra Civil Española (1936-1939″, de Mariano Lázaro, historiador, y Manuel Cortés, médico.

Anarquismo y lucha antialcohólica en la Guerra Civil Española (1936-1939), tercer libelo de nuestra Serie Transhistorias, es un texto que, pensamos, ayuda a comprender mejor la especial sociología del anarquismo organizado en el Estado español. A pesar de permanecer en un segundo plano, la lucha antialcohólica ha sido una constante en la praxis política de las organizaciones libertarias vinculadas al movimiento obrero. En esta obra, los autores hacen balance de esa lucha en el contexto revolucionario de la Guerra Civil Española.

INTRODUCCIÓN

A día de hoy, serían pocos los datos que obtendríamos sobre el movimiento libertario al abrir un libro de historia de los que, por ejemplo, se usan como manuales en educación secundaria o bachillerato. Efectivamente, al realizar tal ejercicio apenas si encontraríamos un par de epígrafes que ocupan una posición marginal en el contexto explicativo general del movimiento obrero y los cambios sociales ligados a la industrialización. A esto ha contribuido el papel hegemónico que las historiografías marxista y liberal ostentan en la institución universitaria; hegemonía que, por otro lado, ha contribuido a divulgar una visión histórica del anarquismo caracterizada por su sensacionalismo, simplicidad y falta de rigor. Sin duda alguna, son varios los mitos que, a modo de clichés, se utilizan de manera recurrente en las clases de historia para explicar laesencia del movimiento libertario desde su aparición en el siglo XIX hasta nuestros días. Nosotros no vamos a dar pábulo a lo que no dejan de ser tópicos y, por el contrario, intentaremos ―ese el propósito de esta colección― mostrar una visión histórica que abunde en la complejidad intrínseca de los movimientos sociales.

Precisamente, es con esa intención con la que hoy ponemos en circulación este libelo: Anarquismo y lucha antialcohólica en la Guerra Civil Española (1936-1939). Un texto que, pensamos, ayuda a comprender mejor la especial sociología del anarquismo organizado en el Estado español. En ese sentido, la lucha antialcohólica formó parte del ámbito de acción política de un movimiento, el libertario, caracterizado históricamente por la puesta en práctica de un discurso anticapitalista de carácter regenerador.
Para finalizar, desde Piedra Papel Libros queremos agradecer la gentileza de los dos autores de este texto ―Mariano Lázaro Arbués, historiador, y Manuel Cortés Blanco, médico― a la hora de cedernos desinteresadamente el texto que hoy os presentamos. En este  caso, tanto autores como editorial coincidimos en la necesidad de divulgar este tipo de artículos por canales de distribución poco permeables a los movimientos sociales, lo que puede contribuir, aun de manera indirecta, a cuestionar las versiones de la historia puestas en pie por los ingenieros del consenso. Por nuestra parte, si con la edición de esta obra hemos contribuido mínimamente a ese fin, nos daremos por satisfechos.
 
Título: Anarquismo y lucha antialcohólica en la Guerra Civil Española (1936-1939)
Autores: LÁZARO, Mariano; CORTÉS, Manuel.
Colección: Serie Transhistorias, nº 3
Cubierta: Color. Cartulina estucada a dos caras (220 gramos).
Tripa: Papel ahuesado (80 gramos).
Alzado: Doble grapado.
Medidas: 219 mm x 148 mm.
Precio: 2€

Pedidos
contacto y dudas (para distribuidoras, librerías y lectores):

martes, febrero 11

"Gallinas" de Rafael Barrett

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.

La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.

Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.

¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...

sábado, febrero 8

El criminal es el votante

Eres el elector, el votante, el que acepta lo que hay; aquel que, mediante la papeleta del voto, sanciona todas sus miserias; aquel que, al votar, consagra todas sus servidumbres.
Eres un peligro para todas y todos nosotros, hombres y mujeres libres, anarquistas. Eres un peligro igual que los tiranos y los amos a los que te entregas, a los que eliges, apoyas, alimentas y proteges con tus armas y tus porras, a los que defiendes con la fuerza bruta, que exaltas con tu ignorancia, que legalizas con tus papeletas de voto y que nos impone tu imbecilidad.
Si candidatos hambrientos de mandatos y ahítos de simplezas, te cepillan el espinazo y la grupa de tu autocracia de papel; si te embriagas con el incienso y las promesas que vierten sobre ti los que siempre te han traicionado, te engañan y te venderán mañana; es que tú mismo te pareces a ellos.
¡Vamos, vota! Ten confianza en tus mandatarios, cree en tus elegidos. Pero deja de quejarte. Los yugos que soportas, eres tú quien te los impones. Los crímenes por los que sufres, eres tú quien los cometes. Tú eres el amo, el criminal e, ironía, eres tú también el esclavo y la víctima.

Octave Mirbeau (1888)

miércoles, febrero 5

La ideología social del automóvil


 Escrito en 1973, este ensayo de Gorz sobre la desigualdad inherente al uso del automóvil y la forma en que degrada el espacio urbano es un clásico que no ha envejecido

El mayor defecto de los automóviles es que son como castillos o fincas a orillas del mar: bienes de lujo inventados para el placer exclusivo de una minoría muy rica, y que nunca estuvieron, en su concepción y naturaleza, destinados al pueblo. A diferencia de la aspiradora, la radio o la bicicleta, que conservan su valor de uso aun cuando todo el mundo posee una, el automóvil, como la finca a orillas del mar, no tiene ningún interés ni ofrece ningún beneficio salvo en la medida en que la masa no puede poseer uno. Así, tanto en su concepción como en su propósito original, el auto es un bien de lujo. Y el lujo, por definición, no se democratiza: si todo el mundo tiene acceso al lujo, nadie le saca provecho; por el contrario, todo el mundo estafa, usurpa y despoja a los otros y es estafado, usurpado y despojado por ellos.

Resulta bastante común admitir esto cuando se trata de fincas a la orilla del mar. Ningún demagogo ha osado todavía pretender que la democratización del derecho a las vacaciones supondría una finca con playa privada por cada familia francesa. Todos entienden que, si cada una de los trece o catorce millones de familias hiciera uso de diez metros de costa, se necesitarían 140,000 kilómetros de playa para que todo el mundo se diera por bien servido. Dar a cada quien su porción implicaría recortar las playas en tiras tan pequeñas –o acomodar las fincas tan cerca unas de otras– que su valor de uso se volvería nulo y desaparecería cualquier tipo de ventaja que pudieran tener sobre un complejo hotelero. En suma, la democratización del acceso a las playas no admite más que una solución: la solución colectivista. Y esta solución entra necesariamente en conflicto con el lujo de la playa privada, privilegio del que una pequeña minoría se apodera a expensas del resto.

Ahora bien, ¿por qué aquello que parece evidente en el caso de las playas no lo es en el caso de los transportes? Un automóvil, al igual que una finca con playa, ¿no ocupa acaso un espacio que escasea? ¿Acaso no priva a los otros que utilizan las calles (peatones, ciclistas, usuarios de tranvías o autobuses)? ¿No pierde acaso todo su valor de uso cuando todo el mundo utiliza el suyo? Y a pesar de esto hay muchos demagogos que afirman que cada familia tiene derecho a, por lo menos, un coche, y que recae en el “Estado” del que forma parte la responsabilidad de que todos puedan estacionarse cómodamente y circular a ciento cincuenta kilómetros por hora por las carreteras.

La monstruosidad de esta demagogia salta a la vista y, sin embargo, ni siquiera la izquierda la rechaza. ¿Por qué se trata al automóvil como vaca sagrada? ¿Por qué, a diferencia de otros bienes “privativos”, no se le reconoce como un lujo antisocial? La respuesta debe buscarse en los siguientes dos aspectos del automovilismo.

1. El automovilismo de masa materializa un triunfo absoluto de la ideología burguesa al nivel de la práctica cotidiana: funda y sustenta, en cada quien, la creencia ilusoria de que cada individuo puede prevalecer y beneficiarse a expensas de todos los demás. El egoísmo agresivo y cruel del conductor que, a cada minuto, asesina simbólicamente a “los demás”, a quienes ya no percibe más que como estorbos materiales y obstáculos que se interponen a su propia velocidad, ese egoísmo agresivo y competitivo es el advenimiento, gracias al automovilismo cotidiano, de una conducta universalmente burguesa. […]

2. El automovilismo ofrece el ejemplo contradictorio de un objeto de lujo desvalorizado por su propia difusión. Pero esta desvalorización práctica aún no ha causado su desvalorización ideológica: el mito del atractivo y las ventajas del auto persiste mientras que los transportes colectivos, si se expandieran, pondrían en evidencia una estridente superioridad. La persistencia de este mito se explica con facilidad: la generalización del automóvil individual ha excluido a los transportes colectivos, modificado el urbanismo y el hábitat y transferido al automóvil funciones que su propia difusión ha vuelto necesarias. Hará falta una revolución ideológica (“cultural”) para romper el círculo. Obviamente no debe esperarse que sea la clase dominante (de derecha o de izquierda) la que lo haga.
Observemos estos dos puntos con detenimiento.

Cuando se inventó el automóvil, este debía procurar a unos cuantos burgueses muy ricos un privilegio absolutamente inédito: el de circular mucho más rápido que los demás. Nadie hubiera podido imaginar eso hasta ese momento. La velocidad de todas las diligencias era esencialmente la misma, tanto para los ricos como para los pobres. La carreta del rico no iba más rápido que la del campesino, y los trenes transportaban a todo el mundo a la misma velocidad (no adoptaron velocidades distintas sino hasta que empezaron a competir con el automóvil y el avión). No había, hasta el cambio de siglo, una velocidad de desplazamiento para la élite y otra para el pueblo. El auto cambiaría esto: por primera vez extendía la diferencia de clases a la velocidad y al medio de transporte.

Este medio de transporte pareció en un principio inaccesible para la masa –era muy diferente de los medios ordinarios. No había comparación entre el automóvil y todo el resto: la carreta, el ferrocarril, la bicicleta o el carro tirado por caballos. Seres excepcionales se paseaban a bordo de un vehículo remolcado que pesaba por lo menos una tonelada y cuyos órganos mecánicos extremadamente complicados eran muy misteriosos y se ocultaban de nuestro campo de visión. Pues un aspecto importante del mito del automóvil es que por primera vez la gente montaba vehículos privados cuyos sistemas operativos le eran totalmente desconocidos y cuyo mantenimiento y alimentación había que confiar a especialistas.

La paradoja del automóvil estribaba en que parecía conferir a sus dueños una independencia sin límites, al permitirles desplazarse de acuerdo con la hora y los itinerarios de su elección y a una velocidad igual o superior que la del ferrocarril. Pero, en realidad, esta aparente autonomía tenía como contraparte una dependencia extrema. A diferencia del jinete, el carretero o el ciclista, el automovilista dependería de comerciantes y especialistas de la carburación, la lubrificación, el encendido y el intercambio de piezas estándar para alimentar el coche o reparar la menor avería. Al revés de los dueños anteriores de medios de locomoción, el automovilista establecería un vínculo de usuario y consumidor –y no de poseedor o maestro– con el vehículo del que era dueño. Dicho de otro modo, este vehículo lo obligaría a consumir y utilizar una cantidad de servicios comerciales y productos industriales que sólo terceros podrían procurarle. La aparente autonomía del propietario de un automóvil escondía una dependencia enorme.

Los magnates del petróleo fueron los primeros en darse cuenta del partido que se le podría sacar a una gran difusión del automóvil. Si se convencía al pueblo de circular en un auto a motor, se le podría vender la energía necesaria para su propulsión. Por primera vez en la historia los hombres dependerían, para su locomoción, de una fuente de energía comercial. Habría tantos clientes de la industria petrolera como automovilistas –y como por cada automovilista habría una familia, el pueblo entero sería cliente de los petroleros. La situación soñada por todo capitalista estaba a punto de convertirse en realidad: todos dependerían, para satisfacer sus necesidades cotidianas, de una mercancía cuyo monopolio sustentaría una sola industria.

Lo único que hacía falta era lograr que la población manejara automóviles. Apenas sería necesaria una poca de persuasión. Bastaría con bajar el precio del auto mediante la producción en masa y el montaje en cadena. La gente se apresuraría a comprar uno. Tanto se apresuró la gente que no se dio cuenta de que se le estaba manipulando. ¿Qué le prometía la industria automóvil? Esto: “Usted también, a partir de ahora, tendrá el privilegio de circular, como los ricos y los burgueses, más rápido que todo el mundo. En la sociedad del automóvil el privilegio de la élite está a su disposición.”

La gente se lanzó a comprar coches hasta que, al ver que la clase obrera también tenía acceso a ellos, advirtió con frustración que se le había engañado. Se le había prometido, a esta gente, un privilegio propio de la burguesía; esta gente se había endeudado y ahora resultaba que todo el mundo tenía acceso a los coches a un mismo tiempo. ¿Pero qué es un privilegio si todo el mundo tiene acceso a él? Es una trampa para tontos. Peor aún: pone a todos contra todos. Es una parálisis general causada por una riña general. Pues, cuando todo el mundo pretende circular a la velocidad privilegiada de los burgueses, el resultado es que todo se detiene y la velocidad del tráfico en la ciudad cae, tanto en Boston como en París, en Roma como en Londres, por debajo de la velocidad de la carroza; y en horas pico la velocidad promedio en las carreteras está por debajo de la velocidad de un ciclista.

Nada sirve. Ya se ha intentado todo. Cualquier medida termina empeorando la situación. Tanto si se aumentan las vías rápidas como si se incrementan las vías circulares o transversales, el número de carriles y los peajes, el resultado es siempre el mismo: cuantas más vías se ponen en funcionamiento, más coches las obstruyen y más paralizante se vuelve la congestión de la circulación urbana. Mientras haya ciudades, el problema seguirá sin tener solución. Por más ancha y rápida que sea una carretera, la velocidad con que los vehículos deban dejarla atrás para entrar en la ciudad no podrá ser mayor que la velocidad promedio de las calles de la ciudad. Puesto que en París esta velocidad es de diez a veinte kilómetros por hora según qué hora sea, no se podrá salir de las carreteras a más de diez o veinte kilómetros por hora.

Esto ocurre en todas las ciudades. Es imposible circular a más de un promedio de veinte kilómetros por hora en el entramado de calles, avenidas y bulevares entrecruzados que caracterizan a las ciudades tradicionales. La introducción de vehículos más rápidos irrumpe inevitablemente con el tráfico de una ciudad y causa embotellamientos y, finalmente, una parálisis absoluta.

Si el automóvil tiene que prevalecer, no queda más que una solución: suprimir las ciudades, es decir, expandirlas a lo largo de cientos de kilómetros, de vías monumentales, expandirlas a las afueras. Esto es lo que se ha hecho en Estados Unidos. Iván Illich resume el resultado en estas cifras estremecedoras: “El estadounidense tipo dedica más de 1,500 horas por año (es decir, 30 horas por semana, o cuatro horas por día, domingo incluido) a su coche: esto comprende las horas que pasa frente al volante, en marcha o detenido, las horas necesarias de trabajo para pagarlo y para pagar la gasolina, los neumáticos, los peajes, el seguro, las infracciones y los impuestos […] Este estadounidense necesita entonces 1,500 horas para recorrer (en un año) 10,000 kilómetros. Seis kilómetros le toman una hora. En los países que no cuentan con una industria de transportes, las personas se desplazan exactamente a esa velocidad caminando, con la ventaja adicional de que pueden ir adonde sea y no sólo a lo largo de calles de asfalto.”

Es cierto, añade Illich, que en los países no industrializados los desplazamientos no absorben más que de dos a ocho por ciento del tiempo social (lo cual corresponde a entre dos y seis horas por semana). Conclusión: el hombre que se desplaza a pie cubre tantos kilómetros en una hora dedicada al transporte como el hombre motorizado, pero dedica de cinco a seis veces menos de tiempo que este último. Moraleja: cuanto más difunde una sociedad estos vehículos rápidos, más tiempo dedican y pierden las personas en desplazarse. Pura matemática.

¿La razón? Acabamos de verla. Las ciudades y los pueblos se han convertido en infinitos suburbios de carretera, ya que esta era la única manera de evitar la congestión vehicular de los centros habitacionales. Pero esta solución tiene un reverso evidente: las personas pueden circular cómodamente sólo porque están lejos de todo. Para hacer un espacio al automóvil se han multiplicado las distancias. Se vive lejos del lugar de trabajo, lejos de la escuela, lejos del supermercado –lo cual exige un segundo automóvil para que “el ama de casa” pueda hacer las compras y llevar a los niños a la escuela. ¿Salir a pasear? Ni hablar. ¿Tener amigos? Para eso se tienen vecinos. El auto, a fin de cuentas, hace perder más tiempo que el que logra economizar y crea más distancias que las que consigue sortear. Por supuesto, puede uno ir al trabajo a cien kilómetros por hora. Pero esto es gracias a que uno vive a cincuenta kilómetros del trabajo y acepta perder media hora recorriendo los últimos diez. En pocas palabras: “Las personas trabajan durante una buena parte del día para pagar los desplazamientos necesarios para ir al trabajo” (Iván Illich).

Quizás esté pensando: “Al menos de esa manera puede uno escapar del infierno de la ciudad una vez que se acaba la jornada de trabajo.” “La ciudad” es percibida como “el infierno”; no se piensa más que en evadirla o en irse a vivir a la provincia mientras que, por generaciones enteras, la gran ciudad, objeto de fascinación, era el único lugar donde valía la pena vivir. ¿A qué se debe este giro? A una sola causa: el automóvil ha vuelto inhabitable la gran ciudad. La ha vuelto fétida, ruidosa, asfixiante, polvorienta, atascada al grado de que la gente ya no tiene ganas de salir por la noche. Puesto que los coches han matado a la ciudad, son necesarios coches aun más rápidos para escaparse hacia suburbios lejanos. Impecable circularidad: dennos más automóviles para huir de los estragos causados por los automóviles.

De objeto de lujo y símbolo de privilegio, el automóvil ha pasado a ser una necesidad vital. Hay que tener uno para poder huir del infierno citadino del automóvil. La industria capitalista ha ganado la partida: lo superfluo se ha vuelto necesario. Ya no hace falta convencer a la gente de que necesita un coche. Es un hecho incuestionable. Pueden surgir otras dudas cuando se observa la evasión motorizada a lo largo de los ejes de huida. Entre las ocho y las 9:30 de la mañana, entre las 5:30 y las siete de la tarde, los fines de semana, durante cinco o seis horas, los medios de evasión se extienden en procesiones a vuelta de rueda, a la velocidad (en el mejor de los casos) de un ciclista y en medio de una nube de gasolina con plomo. ¿Qué permanece de los beneficios del coche? ¿Qué queda cuando, inevitablemente, la velocidad máxima de la ruta se reduce a la del coche más lento?

Está bien: tras haber matado a la ciudad, el automóvil está matando al automóvil. Después de haber prometido a todo el mundo que iría más rápido, la industria automóvil desemboca en un resultado previsible. Todo el mundo debe ir más lento que el más lento de todos, a una velocidad determinada por las simples leyes de la dinámica de fluidos. Peor aún: tras haberse inventado para permitir a su dueño ir adonde quiera, a la hora y a la velocidad que quiera, el automóvil se vuelve, de entre todos los vehículos, el más esclavizante, aleatorio, imprevisible e incómodo. Aun cuando se prevea un margen extravagante de tiempo para salir, nunca puede saberse cuándo se encontrará uno con un embotellamiento. Se está tan inexorablemente pegado a la ruta (a la carretera) como el tren a sus vías. No puede uno detenerse impulsivamente y, al igual que en el tren, debe uno viajar a una velocidad decidida por alguien más. En suma, el coche no posee ninguna de las ventajas del tren pero sí todas sus desventajas, más algunas propias: vibración, espacio reducido, peligro de choque, el esfuerzo necesario para manejarlo.

Y sin embargo, dirá usted, la gente no utiliza el tren. ¡Pues claro! ¿Cómo podría utilizarlo? ¿Ha intentado usted ir de Boston a Nueva York en tren? ¿O de Ivry a Tréport? ¿O de Garches a Fontainebleau? ¿O de Colombes a L’Isle-Adam? ¿Ha intentado usted viajar, en verano, el sábado o el domingo? Pues bien, ¡hágalo! ¡Buena suerte! Podrá entonces constatar que el capitalismo-automóvil lo ha previsto todo: en el instante en que el coche estaba por matar al coche, hizo desaparecer las soluciones de repuesto. Así, el coche se volvió obligatorio. El Estado capitalista primero dejó que se degradaran y luego que se suprimieran las conexiones ferroviarias entre las ciudades y sus alrededores. Sólo se mantuvieron las conexiones interurbanas de gran velocidad que compiten con los transportes aéreos por su clientela burguesa. El tren aéreo, que hubiera podido acercar las costas normandas o los lagos de Morvan a los parisinos que gustan de irse de día de campo, no servirá más que para ganar quince minutos entre París y Pontoise y depositar en sus estaciones a más viajeros saturados de velocidad que los que los transportes urbanos podrían trasladar. ¡Eso sí que es progreso!

La verdad es que nadie tiene alternativa. No se es libre de tener o no un automóvil porque el universo suburbano está diseñado en función del coche y, cada vez más, también el universo urbano. Por ello, la solución revolucionaria ideal que consiste en eliminar el automóvil en beneficio de la bicicleta, el tranvía, el autobús o el taxi sin chofer ni siquiera es viable en las ciudades suburbanas como Los Ángeles, Detroit, Houston, Trappes o incluso Bruselas, construidas por y para el automóvil. Estas ciudades escindidas se extienden a lo largo de calles vacías en las que se alinean pabellones idénticos entre sí y donde el paisaje (el desierto) urbano significa: “Estas calles están hechas para conducir tan rápido como se pueda del trabajo a la casa y viceversa. Se pasa por aquí pero no se vive aquí. Al final del día de trabajo todos deben quedarse en casa, y quien se encuentre en la calle después de que caiga la noche será considerado sospechoso.” En algunas ciudades estadounidenses el acto de pasearse a pie de noche es considerado un delito.

Entonces, ¿hemos perdido la partida? No, pero la alternativa al automóvil deberá ser global. Para que la gente pueda renunciar a sus automóviles, no basta con ofrecerle medios de transporte colectivo más cómodos. Es necesario que la gente pueda prescindir del transporte al sentirse como en casa en sus barrios, dentro de su comunidad, dentro de su ciudad a escala humana y al disfrutar ir a pie de su trabajo a su domicilio –a pie o en bicicleta. Ningún medio de transporte rápido y de evasión compensará jamás el malestar de vivir en una ciudad inhabitable, de no estar en casa en ningún lugar, de pasar por allí sólo para trabajar o, por el contrario, para aislarse y dormir.

“La gente –escribe Illich– romperá las cadenas del transporte todopoderoso cuando vuelva a amar como un territorio suyo a su propia cuadra, y cuando dude acerca de alejarse muy a menudo.” Pero precisamente para poder amar el “territorio” será necesario que este sea habitable y no circulable, que el barrio o la comunidad vuelvan a ser el microcosmos, diseñado a partir y en función de todas las actividades humanas, en que la gente trabaja, vive, se relaja, aprende, comunica, y que maneja en conjunto como el lugar de su vida en común. Cuando alguien le preguntó cómo la gente pasaría su tiempo después de la revolución, cuando el derroche capitalista fuera abolido, Marcuse respondió: “Destruiremos las grandes ciudades y construiremos una nuevas. Eso nos mantendrá ocupados por un tiempo.”

Estas nuevas ciudades serán federaciones o comunidades (o vecindades) rodeadas de cinturones verdes cuyos ciudadanos –y especialmente los escolares– pasarán varias horas por semana cultivando productos frescos necesarios para sobrevivir. Para sus desplazamientos cotidianos dispondrán de una completa gama de medios de transporte adaptados a una ciudad mediana: bicicletas municipales, tranvías o trolebuses, taxis eléctricos sin chofer. Para viajes más largos al campo, así como para transportar a sus huéspedes, un conjunto de coches estará disponible en los estacionamientos del barrio. El automóvil habrá dejado de ser una necesidad. Todo cambiará. El mundo, la vida, la gente. Y esto no habrá ocurrido por arte de magia.

Mientras tanto, ¿qué se puede hacer para llegar a eso? Antes que nada, no plantear jamás el problema del transporte de manera aislada, siempre vincularlo al problema de la ciudad, de la división social del trabajo y de la compartimentación que esta ha introducido entre las diferentes dimensiones de la existencia. Un lugar para trabajar, otro para vivir, otro para abastecerse, otro para aprender, un último lugar para divertirse. El agenciamiento del espacio continúa la desintegración del hombre empezada por la división del trabajo en la fábrica. Corta al individuo en rodajas, corta su tiempo, su vida, en rebanadas separadas para que en cada una sea un consumidor pasivo a merced de los comerciantes, para que de este modo nunca se le ocurra que el trabajo, la cultura, la comunicación, el placer, la satisfacción de las necesidades y la vida personal puedan y deban ser una sola y misma cosa: una vida unificada, sostenida por el tejido social de la comunidad. ~


Le Sauvage, 1973. Tiempos Equívocos, La Teoría Crítica desde la Periferia. 
Traducción de María Lebedev. www.rosa-blindada.info


Extraído de http://metiendoruido.com

domingo, febrero 2

Entrevista relativa a la cooperación internacional para el desarrollo

A Miquel Amorós, por Daniel Fernández López, 30-1-2012


1) Una de las causas del descenso de la contestación social ha sido la disolución de las clases a través de la automatización y el progreso, sin embargo parece que en Italia se está moviendo algo interesante, ¿cómo ve esta agitación de un sector de la sociedad italiana?

El proceso de desclasamiento y masificación se produce al colonizar la mercancía la vida cotidiana, es decir, al constituir la actividad fuera del trabajo un mercado, o como diría Camatte, al suceder al dominio formal del capital en la sociedad su dominio real. El conflicto entre clases queda integrado y superado, por lo que su función disolvente resulta negada. Las clases pulverizadas y domesticadas pasan a formar parte del sistema. Lo que ahora esta sucediendo con más o menos intensidad en Italia y en toda Europa, es que las consecuencias negativas de la especulación financiera y el despilfarro administrativo, fundamentos de la prosperidad de masas en el último periodo capitalista, recaen sobre aquellas. Esto provoca dos reacciones bien diferenciadas: en la masa desclasada surgen voces que reivindican pacíficamente una política más independiente del mercado y unas finanzas controladas por el Estado; en los excluidos y desertores del sistema emerge un rechazo violento de las reglas del juego de la sociedad capitalista, reflejo del vandalismo civilizado con que a diario ella les obsequia. Ejemplos de la primera son los movimientos de los indignados; de la segunda son las manifestaciones griegas, las revueltas de agosto pasado en la  periferia de Londres y la algarada del 15 de octubre en Roma. Ambas son indicio de que la base social que sostenía el sistema se está desmoronando, o sea, de que la crisis económica ha desembocado en una crisis social. Dicha crisis no es lo suficientemente intensa para escindir la sociedad en dos bandos generando así un conflicto social de envergadura, y por consiguiente las alternativas se decantan hacia un reformismo imposible, al cual replica un nihilismo sin horizontes.

2) Impuesta desde los países autodenominados «desarrollados», la idea del desarrollo entendido como un progreso de la técnica que solucionará todos los problemas sociales se ha convertido en la religión mayoritaria de nuestra época, ¿cuál cree que son las consecuencias de este fenómeno y cómo afecta dicha cosmovisión a las sociedades «en vías de desarrollo»?

En efecto, el desarrollismo es la ideología dominante, que no es más que la formulación contemporánea de la idea burguesa de Progreso, cuyos dogmas nos trasmiten los dirigentes. Las consecuencias hace tiempo que se están dejando sentir: explosión demográfica, urbanización desbocada, destrucción del territorio, contaminación, cambio climático, nuclearización, multiplicación de las diferencias sociales, anomia... El desarrollismo productivo es eminentemente destructivo. El mundo se mide de acuerdo con el estándar de vida norteamericano, por lo que, aquellos países que no lo alcancen se consideran, en la medida en que la cosmovisión tradicional no desarrollista no haya sido completamente liquidada, o bien «subdesarrollados», o bien «en vías de
desarrollo». Éstos últimos son aquellos cuya clase dirigente ha interiorizado la mentalidad capitalista (o como dicen otros, «se ha occidentalizado»), decidiendo hipotecar los recursos nacionales y empobrecer a sus habitantes contrayendo enormes deudas, resultado de ajustes estructurales onerosos y planes de desarrollo ilusorios dictados por instancias internacionales tales como el fmi, la omc, la Banca Mundial o la propia ocde. En la actualidad, todos esos planes hacen referencia a un «desarrollo sostenible», eufemismo con el que se define un crecimiento económico que incorpora al mercado el deterioro medioambiental. La cosmovisión dominante no es pues algo diferente de la colonial. El desarrollismo tercermundista –o «del Sur», en lenguaje políticamente correcto– defiende los intereses del mundo «desarrollado», o sea, «del Norte» y, paradójicamente, puesto que sus intenciones declaradas son otras, contribuye a su apuntalamiento.

3) La Cooperación Internacional para el Desarrollo, entre otros, trata de impulsar a estos países en la línea de crecimiento pautada precisamente por los Estados ricos, ¿que opinión le merece esto?

La «cooperación internacional» trata de mercantilizar en «el Sur» cualquier actividad, forjando a la vez una dependencia tecnológica y liquidando de paso culturas vernáculas y prácticas sociales que escapan a la economía. Intenta imponer el modelo sociocultural de «Occidente», perjudicial para la población no integrada en el mercado global. Los países «desarrollados», a través de programas de «ayuda» y «cooperación», destruyen el tejido social que podría dificultar la mercantilización, es decir, que trabara la generalización de conductas típicas del homo economicus, el mismo tejido que capacita para el autogobierno, con el objeto de vender a una población sometida y manipulada un paquete modernizador que comprende el parlamentarismo oligárquico, la
partitocracia, la cultura espectáculo, el embrutecedor sistema educativo o la sanidad burocratizada. Un cooperante experto diría en cambio que se está trabajando en la construcción «de un marco cultural e institucional para el desarrollo de los mercados.»

4) Supongamos que los países ricos anhelan realmente que las sociedades menos económicamente favorecidas crezcan y terminen equiparándose con ellos económica y tecno-científicamente, ¿es posible la vida en un planeta donde el nivel de gasto y de consumo medio sea, pongamos por caso, semejante al de una potencia media como España?

Yo, abusando de la formulación de Marx, en lugar de ricos, hablaría de países donde reinan las condiciones modernas de la producción deslocalizada, o sea, países de capitalismo intensivo. Los demás son, más que pobres, países de capitalismo extensivo. Es necesario para la supervivencia de los primeros, que los segundos progresen en la capitalización, puesto que su «demanda» es ahora
el motor de la economía mundializada. Pero por otra parte dicha progresión es nefasta desde el punto de vista ecológico puesto que incrementa la producción de gases con efecto invernadero, agota recursos, acumula basuras, suburbaniza, contamina y, en fin, destruye el planeta. A corto plazo desemboca en una degradación insoportable de la vida para las tres cuartas partes de la población mundial y en un aumento inaudito de las desigualdades sociales.

5) Desde una perspectiva decrecentista, se lamenta que la Cooperación Internacional para el Desarrollo se haya reducido en los últimos quince años un 25% y se celebra que ciento cincuenta millones de personas se hayan incorporado al consumo en la última década (hago referencia al último editorial de Ignacio Ramonet), ¿cómo se aprecian estos mismos acontecimientos desde una lógica antidesarrollista?

No sé hasta qué punto los decrecentistas hacen suyas las editoriales de Ramonet más allá del estatismo que les es común. Pero en lo relativo a la «cooperación» desarrollista, la tendencia actual consiste en implicar más al capital privado multinacional –por ejemplo, mediante la esponsorización– y menos al público, ya que los Estados están peligrosamente endeudados. Las retiradas de fondos coincide por otra parte con la presencia creciente de las ong, que de una u otra
forma reemplazan a los Estados como agentes de la mercantilización. El objetivo final de tanta caridad exportada no es la preservación del medio o la erradicación de la pobreza, sino la preservación del desarrollo y la erradicación de las resistencias. La oligarquía financiera mundial cree que la realización de tal objetivo es más segura a largo plazo en un marco político y empresarial semejante al que existe en «el Norte» neocolonialista, que en una dictadura militar o en un régimen caudillista.

6) Sin embargo, es lógico, comprensible y deseable que se pongan medios para paliar las necesidades humanas allí donde se produzcan, ¿cuál sería, bajo su punto de vista, la mejor forma de paliar los problemas que afectan a las sociedades en vías de desarrollo?

Para Simone Weil el problema fundamental consistía en desenredar la madeja de lazos que unían a la opresión social con el avance dominador de las relaciones del hombre con la naturaleza, avance que la ciencia y la tecnología al servicio de la economía habían hecho posible. A mi modo de ver, la solución no es otra que salir del desarrollo, negando el dominio que ejerce la economía autónoma sobre la sociedad. Apartarse de la vía capitalista: el capitalismo es un fenómeno
relativamente reciente, tiene apenas doscientos años, pocos más que la idea de Progreso; a la humanidad no le ha ido peor unos miles de años sin ambos. Eso significa reconstruir la sociedad desde abajo y desde lo local, desde el autogobierno y la ética, en base a relaciones sociales directas y comunales, no mediatizadas por dinero ni guiadas por el beneficio económico, sino orientadas
hacia la satisfacción de necesidades reales. Habrá que poner en marcha un proceso de desurbanización, desestatización y descapitalización de vasto alcance, seguramente favorecido por un previsible colapso de la sociedad capitalista, consecuencia de la irresoluble contradicción entre la disposición de recursos limitados y el consumo ilimitado de los mismos exigido por su imparable necesidad de crecer. Ni la ciencia ni la tecnología, evolucionando en la dirección marcada por el desarrollismo, podrán remediarlo. Tendremos que renunciar a buena parte de sus «logros» en la medida en que reproduzcan condiciones opresivas y por consiguiente sean incompatibles con la libertad, poniendo el resto al servicio de una sociedad humana liberada. Iván Illich ha formulado la conclusión muy ponderadamente: «Debemos edificar una sociedad post-industrial de tal manera que el ejercicio de la creatividad de una persona nunca imponga a los demás un trabajo, un saber o un tipo de consumo obligatorio.»



Extraído de Revista Argelaga