Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, julio 30

Inconsciencia

INCONSCIENCIA

                                                                                       para David González
En la hoguera del mundo
nos lavamos las manos con gasolina,
después, para que se nos calienten,
las acercamos al fuego.



*


LLENOS DE TODO

No irnos así,
hablando la lengua de los ricos,
con un décimo de lotería en los bolsillos,
saludando a los corredores de bolsa y a los curas,
acumulando chatarra,
pidiendo orden
y que se respete, en huelga, nuestro derecho al trabajo.

Despreciables, indignos,
brutos con la fecha de caducidad
inscrita en el entrecejo.

No se trata de mentirnos sino de desobedecer,
poder decir que hemos vivido para algo
más allá de para tener contentos a los patrones.



*



AL SUR DE NUESTRAS UÑAS

Contra el parabrisas
calles adornadas con nombres de asesinos,
mendigos,
incómodos manifestantes de SAMSUNG
que los miran por el rabillo del ojo
y siguen su marcha
no como obreros despedidos
sino como niños que se han perdido de sus padres.

Una ETT, y al lado otra, y otra, y otra,
todas muy juntas, todas habitando el centro de la ciudad,
levantadas del suelo a los primeros pisos
por recomendación gubernamental.

Ministros, consejeros, delegados, directores,
maestros, aprendices, escolares,
por encima del conocimiento: obediencia,
por encima de la justicia: compadreo.

Pisos, bloques, polígonos, zonas industriales.
Autopistas, carreteras, caminos, sendas.
Granjas, aldeas, pueblos, ciudades.

Por encima de los kilómetros, muros.
Por encima de los lugares, soledad.

Extremadura, España, Eslovaquia, Europa.
Una, dos, tres, cuatro, cinco,
seis velocidades para dejar atrás la pobreza y los incendios,
el sur, el deshielo, el relente,
la tierra devastada, la amnesia, la culpa
y solo al final, muy al final,

algo de viento, algo de lluvia
contra el parabrisas.



*

Antonio Orihuela en Voces del Extremo: poesía y desobediencia. Ed. Amargord, 2014

lunes, julio 27

El único acto dadaísta posible es el incendio del Cabaret Voltaire


                                                 [El Cabaret Voltaire en 1916]



Estamos en 1916 y las armas químicas destrozan los pulmones de los soldados que combaten en el frente. Ese mismo año, el ejército alemán ha descubierto una nueva combinación de gas aún más letal que las que se habían usado hasta entonces, y las bajas se cuentan por miles. Las máscaras de gas no sirven. La mezcla de cloro y fosgeno que cae sobre las trincheras acaba filtrándose por las protecciones y alcanzando las vías respiratorias. Los soldados ni siquiera notan los síntomas al principio. Los efectos del gas tardan varias horas en manifestarse, así que siguen luchando ajenos a los abismos que han comenzado a abrirse en sus pulmones.

A unos kilómetros de allí, en Zürich, también se habita el abismo. El poeta alemán Hugo Ball acaba de abrir el Cabaret Voltaire, un antro sucio y oscuro situado en la parte superior de un teatro. Los clientes habituales son tarados, desertores, alcohólicos, adictos, enfermos, cobardes. Unos metros más abajo, en la misma calle, Vladimir Ulianov planea el asalto a los cielos, pero los conspiradores que se reúnen en el Cabaret Voltaire no están interesados en los cielos, sino en las alcantarillas. Ball decide reunir sus textos en una revista, una especie de antología del delirio capaz de escupir en la cara a una sociedad tan enferma como los soldados que se pudren con los pulmones llenos de gas. La revista tendrá el mismo nombre que el antro donde ha sido creada, y en ella aparecerá por primera vez la palabra “dadá” para referirse a ese escupitajo, a esa broma de mal gusto que será el movimiento dadaísta. Hugo Ball no lo sabe y seguramente ni siquiera le importe, pero acaba de inventar xxx

El dueño del local acabará expulsando a los dadaístas solo unos meses más tarde, cuando se dé cuenta de que todos aquellos muertos de hambre ni siquiera tienen para pagar las consumiciones. El Cabaret Voltaire se convertirá en un restaurante barato para gente de mala vida, uno de esos locales donde no sé preguntan los ingredientes que llevan los platos. En los años treinta sus dueños lo decorarán como una casa de campo suiza en un intento por atraer a una clientela algo mejor, pero no servirá de nada. El Cabaret Voltaire nunca será otra cosa que un agujero húmedo y oscuro excavado en medio de Zürich. 

A finales de los años ochenta el local será finalmente abandonado. En las últimas dos décadas había sido una discoteca de mala fama, pero después de un tiempo sus dueños se cansarán de intentar mantener el negocio a flote. Durante los doce años siguientes permanecerá vacío, olvidado en medio de una ciudad que se apresuraba en destruir todos los túneles que llenaban su subsuelo y olvidar todas las conspiraciones que se habían urdido en sus sótanos. Por alguna razón nadie reparó en aquel antro que se caía a pedazos a causa de la humedd y el abandono. Sin embargo, en el invierno del 2002 alguien decidió abrir de nuevo el abismo. Un grupo de okupas derribaron la puerta del local y crearon un centro social que trataba de recuperar el espíritu provocador y burlón del dadaísmo. Durante más de tres meses se organizaron recitales, fiestas y proyecciones de cine similares a los que se habían hecho en el Cabaret Voltaire, aunque quizá el verdadero espíritu del dadaísmo estaba ya en el hecho de la okupación. Si dadá estaba en alguna parte era en la puerta destrozada del local, en las ruinas y los escombros colectivizados, en la burla al sistema legal, en los delitos que se estaban cometiendo.

Tres meses después el nuevo Cabaret Voltaire fue desalojado. Ese mismo año se convirtió en un museo del dadaísmo. El sistema había consumado la más cruel de sus violencias: convertirlo en parte de él. Ahora, diez años después y con cientos de visitas diarias, el dadaísmo solo puede ser homenajeado con un único acto: la reducción del Cabaret Voltaire a cenizas en el más hermoso de los incendios.
                         [El Cabaret Voltaire hoy, convertido en museo del dadaísmo]

                            Extraído de http://vidadeperrxs.blogspot.com.es/




viernes, julio 24

Capitalismo


No hay nada mas engañoso y falso que el pensar que algo no tiene fin y que se proyecta en el futuro hasta el infinito. Y sin embargo, esta es la premisa de los delirios de perfección sin fin que el crecimiento económico y la ideología del Progreso intentan hacer pasar como cosa natural y deseable. En sentido estricto, el Capital está concebido como un sistema basado y construido sobre la acumulación infinita de dinero. No tiene otro objetivo, y por tanto es su único fin. El capital no cubre necesidades, no produce valores de uso, nadie fabrica pan para dar de comer. Por eso, el ciclo de la economía capitalista no acaba cuando las necesidades de determinada mercancía se han visto satisfechas por su supuesta realización social, sino que continúa moviéndose en un única dirección constante, la acumulación de capitales y dinero. Todo queda sujeto a la valorización, nuestros ríos, nuestros montes, el viento y en breve el aire…Y su utilidad no tiene sentido si no es para convertirla en beneficio. Si no hay acumulación, no se crece, si no se crece, no hay trabajo, si no hay trabajo, reina la escasez y aquí estamos en un punto que a día de hoy todos conocemos. Capitalismo es escasez y barbarie.

martes, julio 21

Periódico Anarquía (región de Uruguay)

Nos quisieron hacer creer que la democracia era igualdad, y por igual los políticos nos cagan, sean de izquierda o derecha.
Nos gritaron que sus leyes nos hacen libres, pero libres son los burgueses de devastar la tierra y de explotarnos.
Nos susurraron “dios es amor”, pero el amor de un siervo a su amo nos da asco, las misas nos aburren y sus limosnas no pueden ocultar la miseria.
Nos dijeron que la vida era sagrada, pero sagrada es la propiedad y sus privilegios custodiados por milicos.
Basta de agachar la cabeza, de delegar e inventarnos excusas.
Esto no da para más y hay que cambiarlo.
Podemos seguir mirando para el otro lado, seguir esperando soluciones de arriba y aceptar los roles que nos han impuesto.
O podemos de una vez por todas re-apropiarnos de nuestras vidas.
Hagámonos en fraternidad y alegría para todos. ¡Seamos los jinetes de nuestro destino! ¡Abramos paso a la anarquía...!

Lo puedes descargar desde su blog: https://periodicoanarquia.wordpress.com/

sábado, julio 18

El poder del estado

El Estado no podría existir si nuestra capacidad para determinar las condiciones de nuestra propia existencia, como individuos en libre asociación con las/os demás, no se nos hubiese sido quitada. Esta desposesión es la fundamental alienación social que provee las bases para toda dominación y explotación. Esta alienación puede ser correctamente rastreada en el surgimiento de la propiedad (y digo propiedad como tal, no como propiedad privada, ya que desde muy temprano gran parte de la propiedad era institucional- perteneciente al Estado). La propiedad puede ser definida como la demanda exclusiva de ciertos individuos e instituciones sobre herramientas, espacios y materiales necesarios para la existencia, haciéndolos inaccesibles a los demás. Este reclamo es reforzado por medio de la violencia explícita o implícita. Sin libertad para tomar lo necesario para crear sus vidas, las/os desposeídas/os están forzados a ajustarse a las condiciones determinadas por las/os auto-proclamadas/os dueñas/os de la propiedad, con la intención de asegurar su existencia, que se vuelve así una existencia en servidumbre. El Estado es la institucionalización de este proceso, que transforma la alienación de la capacidad de los individuos para determinar su propia existencia en acumulación de poder en las manos de unos pocos.

Es innecesario e inútil intentar precisar si la acumulación de Poder o la de riqueza tuvieron prioridad cuando aparecieron por primera vez la propiedad y el Estado. Ciertamente estos ahora se encuentran profundamente integrados. Parece como si el Estado fuese la primera institución en acumular propiedades con el propósito de crear un excedente bajo su control, un excedente que le dio Poder real sobre las condiciones sociales bajo las cuales sus súbditos tuvieron que existir. Este excedente les permitió desarrollar las variadas instituciones a través de la cuales imponía su poder: instituciones militares, religiosas/ideológicas, burocráticas, policiales y así. Por lo tanto, el Estado, desde sus orígenes, puede ser concebido como un capitalista por si mismo y con intereses económicos propios que sirven precisamente para mantener su Poder sobre las condiciones sociales de existencia.

Como cualquier capitalista, el Estado entrega un servicio a cambio de un determinado precio. O más precisamente, el Estado provee dos servicios completamente relacionados: protección de la propiedad y paz social. Ofrece protección a la propiedad privada mediante un sistema de leyes que la precisan y limitan, y por medio de la fuerza de las armas, por las cuales tales leyes son impuestas.

De hecho, solo se puede decir que existe propiedad privada cuando las instituciones del Estado están ahí para protegerlas de aquellas/os que simplemente tomarían lo que quisieran. Sin esta protección institucional, existe solamente un conflicto de intereses entre individuos. Esta es la razón por la que Stirner [1] describió la propiedad privada como una forma de propiedad social o estatal sostenida con desprecio por individualidades únicas. El Estado también entrega protección a los «bienes públicos» de invasores externos y de aquellas/os que el Estado considera ser abusados por sus súbditos, mediante la ley y las fuerzas armadas. Como único protector de la propiedad entre sus fronteras -un rol mantenido por el monopolio del Estado sobre la violencia- el Estado establece un control concreto (relativo, por supuesto, en relación con la capacidad real que tiene de ejercer tal control) sobre toda esta propiedad. Así, el costo de esta protección consiste no solo en impuestos y varias formas de servicio obligatorio, sino también de resignación hacia los roles necesarios para el aparato social que mantiene el Estado, y la aceptación, en el mejor de los casos, de una relación de vasallaje con el Estado, el cual puede reclamar cualquier propiedad o enrejar cualquier espacio público “por el interés común” en cualquier momento. La existencia de la propiedad necesita al Estado para su protección y la existencia del Estado sostiene a la propiedad, pero siempre, en última instancia, como propiedad estatal, a pesar de lo “privado” que esta supuestamente sea.

La violencia implícita de la ley y la violencia explícita de los ejércitos y la policía, mediante las cuales el Estado protege la propiedad, son los mismos mecanismos por los cuales este asegura la paz social. La violencia por la que la personas son desposeídas de su capacidad para crear su vida a su manera es nada menos que la guerra social que se manifiesta a diario en el, por lo general, continuo (pero tan rápido a veces como una bala policial) asesinato de las/os que son explotadas/os, excluidas/os y marginalizadas/os por el orden social. Cuando la gente bajo ataque empieza a reconocer a su enemigo, frecuentemente actúa contraatacando. La tarea del Estado, asegurando la paz social, es así un acto de guerra social, por parte de las/os amos en contra de las/os dominadas/os – la supresión y prevención de cualquier tipo de contra-ataque. La violencia de aquellas/os que gobiernan contra los gobernadas/os es inherente a la paz social. 

Pero una paz social basada solo en la fuerza bruta es siempre frágil. Es necesario para el Estado implantar en las cabezas de la gente la idea que ellas/os dependen de la continua existencia del Estado y del orden social que este mantiene. Esto puede ocurrir como en el antiguo Egipto en donde la propaganda religiosa, asegurando la divinidad del Faraón, justificaba la extorsión en la que él tomó posesión de todo el excedente de grano, haciendo a la población absolutamente dependiente de su voluntad divina en tiempos de hambre. O puede tomar la forma de instituciones con participación democrática la cual crea una forma más sutil de chantaje, en la que somos obligadas/os a participar si queremos reclamar, pero donde estamos igualmente obligadas/os a aceptar “la voluntad del pueblo” si lo hacemos. Pero, detrás de estas formas implícitas o explícitas de chantaje, las armas, las cárceles, los policías y los soldados están siempre ahí, y esta es la escancia del Estado y la paz social. El resto es solo barniz.

Aunque el Estado puede ser visto como un capitalista (en el sentido de que este acumuló Poder gracias a la acumulación de riqueza excedente en un proceso dialéctico), el capitalismo como lo conocemos, con sus instituciones económicas “privadas”, es un desarrollo relativamente reciente, cuyos orígenes están en el comienzo de la era moderna. Ciertamente este desarrollo ha producido cambios significativos en las dinámicas del Poder, desde que una parte de la clase dominante no es directamente parte del aparato del Estado sino excepto como ciudadanos, como cualquiera esas/os que ellas/os explotan. Pero estos cambios no significan que el Estado haya sido subyugado a las instituciones económicas globales o que éste se haya vuelto secundario en el funcionamiento del Poder.

Si el Estado es, por si mismo, un capitalista, con intereses económicos propios por perseguir y mantener, entonces la razón por la cual trabaja para mantener al capitalismo no es que se haya subordinado a otras instituciones capitalistas, sino porque para mantener su Poder debe mantener su fuerza económica como un capitalista entre capitalistas. Los Estados débiles terminan siendo subyugados a los intereses económicos globales por la misma razón que las empresas pequeñas, porque no tienen la fuerza para mantener sus propios intereses. Como las grandes corporaciones, los Estados grandes juegan un papel de igual o mayor importancia que las grandes corporaciones en determinar las políticas económicas globales. En realidad, son las armas del propio Estado las que harán cumplir tales políticas.

El Poder del Estado tiene sus raíces en su monopolio legal e institucional sobre la violencia. Esto le da al Estado un Poder material concreto de el cual dependen las instituciones económicas globales. Instituciones tales como el Banco Mundial y el FMI no incluyen solamente delegados de todos los mayores poderes del Estado en el proceso de toma de decisión. Para imponer sus políticas también dependen de la fuerza militar de los Estados más poderosos, la amenaza de la violencia física que siempre debe situarse detrás de la extorsión económica, para que esta funcione. Con el Poder real de la violencia en sus manos, los grandes Estados difícilmente funcionarán como simples servidores de las instituciones económicas globales. Por el contrario, de un modo típicamente capitalista, su relación es una de extorsión mutua, en beneficio de toda la clase dominante.

Además del monopolio de la violencia, el Estado también controla muchas de las redes e instituciones necesarias para el comercio y la producción. Autopistas, trenes, puertos, aeropuertos, satélites y sistemas de fibra óptica necesarios para las comunicaciones y redes de información, son generalmente estatales y siempre sujetos al control del Estado. Investigaciones científicas y tecnológicas necesarias para nuevos desarrollos de la producción, están en buena parte dependiendo de complejos estatales como universidades y el ejército.

De este modo, el Poder capitalista depende del Poder del Estado para mantenerse a sí mismo. No es un asunto de subyugación de una parte del Poder sobre otra, sino del desarrollo integral de un sistema de Poder que se manifiesta a sí mismo como una hidra de dos cabezas, el Estado y el Capital, un sistema que funciona como un todo para asegurar la dominación y la explotación, las condiciones impuestas por la clase dominante para la continuidad de nuestra existencia. En este contexto, instituciones como el FMI y el Banco Mundial son mejor entendidas como medios por los cuales los Estados y las corporaciones coordinan sus actividades con la intención de mantener la unidad de la dominación sobre la clases explotadas, en medio de la competencia económica e intereses políticos. Por tanto, el Estado no sirve a estas instituciones sino que estas sirven a los intereses de los Estados poderosos y a los capitalistas.


Wolfi Landstreicher
(de su libro La Red de la Dominación)

miércoles, julio 15

José Luis Mata. (De Demolibles; 2010)

Mientras el signo de los tiempos
consista
en asegurarse
desesperadamente
un trabajo,
no existirá otra alternativa que la del agua:
permanecer sumergidos.
Hasta que otro se torne el cariz.
 
Yo podría ser hoy un asesino,
como tú,
como ella,
como tantos que insisten
en asegurarse
desesperadamente
un salario.

José Luis Mata. (De Demolibles; 2010) 
En: Disidentes, antología de poetas críticos españoles (1994-2014). Ed. La ovejaroja. Madrid, 2015.
selección y edición de Alberto García Teresa.

domingo, julio 12

“El amanecer de la Nada” por la Conspiración de Células del Fuego

La nueva guerrilla urbana rechaza la sociedad actual y sus valores. Deroga los valores de aquella sociedad y por medio del nihilismo reconstruye y descubre unos nuevos conceptos. Pero frecuentemente el nihilismo está entendido como un concepto vago y abstracto. Algunxs lo confunden con un pesimismo filosófico, otrxs con un arrogante y degenerado pseudoegoismo. No vamos a presentar la definición etimológica de la palabra “nihilismo”, sino que hablaremos del significado que este adquiere en los textos y en los ataques de la guerrilla anarquista. Empezamos por una conclusión que viene de lo que hemos vivido.

A pesar de todo nuestro odio hacia el mundo del Poder y su civilización, no podemos ocultar que somos siembra de esta época. Su veneno lo encontramos por todos lados, puesto que los ídolos del Poder acechan en cada uno de los aspectos de nuestra vida. Incluso nosotrxs mismxs, que siendo anarquistas rechazamos la civilización actual, ¿cuántas veces durante los momentos más liberadores nos tropezamos con nuestro lado “malo”? Dentro de nuestro grupo, en nuestras amistades y en nuestros amores, puede todavía existir la sombra del Poder, la posesividad, la copia de prototipos, la pálida imitación de papeles sociales, las divisiones, los pseudoegoismos…

El hecho de que somos anarquistas no significa que estemos impolutxs y esterilizadxs de la sociedad actual y de su civilización. Sin embargo, significa que estamos en permanente guerra contra ella, aspirando a sacudir de nuestro interior y de nuestro alrededor todas las costumbres y hábitos autoritarios junto con sus residuos. En esta guerra el nihilismo funciona como purgador. Y eso porque no habla simplemente sobre una más liberada reformulación de las relaciones sociales, sino sobre la destrucción total de esas últimas y sobre su reconstrucción desde cero a base de unos nuevos valores que van a surgir tras la anarquía. Cuanto más en el fondo destruyes tanto más intensamente crearás las presuposiciones para una nueva y radical regeneración.

El nihilismo por medio de la acción directa contribuye violentamente a la destrucción de todos los ídolos de la civilización moderna y saca de su pedestal todos esos valores que hoy en día están socialmente aceptados. Todos los valores y todas esas prisiones morales de los compromisos quedan anihilados y liberados de la sombra del Poder, mientras que unos nuevos significados se van creando. El nihilismo es la vida que se mueve hacia las infinitas posibilidades de liberación. Quizá todo eso suena muy abstracto. Pues, hablemos de manera un poco más tangible. Porque la poesía del nihilismo al mismo tiempo crea las ruinas de ese mundo. Especialmente hoy en día observamos como la percepción anarquista se confunde y mezcla con los residuos de unas teorías mutiladas y de unas ideologías invalidas. Frecuentemente aparece una repugnante mezcla de anarquía con unos análisis puramente económicos, con marxismo científico, con obrerismo, con democracia directa o comunización. De esta manera la anarquía queda lisiada y empobrecida, se limita y retrocede. Pierde su vivacidad y su crítica, corriendo peligro de volverse una ideología muerta más.

Al leer y debatir los análisis y textos que circulan en el ámbito anarquista, especialmente ahora con la crisis económica, vemos que predominan especulaciones expresadas en un lenguaje totalmente seco. El lenguaje del pasado y de una ideología muerta. Por ejemplo, una de las cuestiones centrales en esas discusiones es la propuesta de la autogestión de los medios de producción. Es decir, el problema con mucha facilidad se centra en quién tenga en sus manos los medios de producción. Algunxs ya van fantaseando sobre autogestionados servicios públicos, órganos de beneficio público, etc. Pero algo así no cambiará la esencia del mundo. Al contrario: ese punto de vista obrerista que ve el apropiarse de los medios de producción como proyecto motriz de liberación, de hecho no sólo es incapaz de cuestionar el mundo del Poder sino que además lo reproduce. Lo reproduce porque manteniendo el masivo proceso productivo, aunque sea en su forma autoorganizada, conserva el trabajo especializado, el control tecnológica, las metrópolis y la sociedad de masas.

Por lo tanto la pregunta es: ¿quizás estamos aceptando las condiciones y procesos del mundo autoritario, porque pensamos que podemos transformarlos en unas condiciones y procesos liberadores?

En nuestra opinión, ninguna liberación puede llegar tras la autogestión de la miseria y de la producción heredadas del mundo del Poder. Así la cuestión no puede limitarse simplemente a ¿quién tiene los medios de producción: lxs capitalistas o lxs trabajadorxs? Con el nihilismo la cuestión va más allá, hasta destruir por completo aquellos medios de producción.

Igualmente la existencia de las metrópolis modernas es una cuestión más que debemos de abarcar. No tiene sentido hablar sobre la anarquía y la liberación si estas no van juntas con la destrucción de las grandes ciudades. Y cuando decimos “destrucción de las metrópolis” no tenemos en mente sólo lo de quemar y derrumbar las cárceles, las comisarías, los ministerios y los demás símbolos del Poder. Lo entendemos como la destrucción nihilista de todos los fundamentos estructurales de las ciudades. Las metrópolis con su arquitectura constituyen una edificación autoritaria que está al servicio del sistema actual. Se trata de un inmenso y densamente poblado desierto social. Una fábrica social que funciona sin parar, un ambiente artificial que produce soledad y enajenación, que establece la dictadura de las mercancías, el control de conductas sociales, la normal circulación del dinero, la existencia de zonas de trabajo, zonas de entretenimiento, zonas residenciales, etc. Además, las metrópolis están destinadas a ser pobladas por sociedades multitudinarias. Sociedades de masas que para organizar y cubrir sus propias necesidades, terminan en unos centralistas modelos de organización social.

Asimismo, la sobresaturación de la gente propicia la jerarquía piramidal y deroga a los alcances equivalentes. Por esto, con el nihilismo y la anarquía propagamos el derribo arrasador de las ciudades y la destrucción de la sociedad. La liberación de la gente es acabar con la dimensión de masa que tiene la sociedad y crear pequeñas y autónomas comunidades. Solamente tales comunidades propician la comunicación, el crear juntamente, el debate, la experiencia personal y la vivencia colectiva. Al mismo tiempo, el nihilismo anarquista rechaza a la aterciopelada y camuflada opresión civilizadora. Todos los logros de la civilización dominante, todos los momentos de su cultura y sus pensamientos, pertenecen al mundo del Poder. Incluso la música, el cinematógrafo y la literatura frecuentemente sirven como propaganda del Dominio. Es por eso que se producen en forma de objetos/artículos para el consumo de masas, lo hacen las correspondientes industrias de música, de cine, etc. Con sus representaciones artísticas reproducen modelos de conducta social y de mentalidad como también fortalecen la intrincada red que actualmente aprisiona nuestras vidas. Incluso el arte alternativo promulgado por la subcultura aparentemente disidente, en realidad funciona sólo como una válvula de descompresión. Sus supuestamente subversivos mensajes y su non-conformista y poco peligroso carácter, no son más que una “libertad” ofrecida por el sistema que así produce su propia forma de disidencia. 

De este modo lo puede asimilar muy fácilmente, convirtiéndolo en el consumo de películas alternativas, de música alternativa y de diversión alternativa. En pocas palabras, es el mismo sistema el que ofrece una manera ya preparada para que lo rechaces, pero sin que vayas a molestarlo o a constituir una amenaza para él.

Frecuentemente la civilización no nos permite ver el mundo en su dimensión natural. Las invenciones culturales de los seres humanos moldean las teorías muy complejas, las formalidades educadas, los papeles sociales separados y las actitudes fingidas que nos alejan de la alegría que es la esencia de la vida. Al contrario, el nihilismo es en cierto sentido la opción de autenticidad. No necesitamos todos esos disfraces adquiridos y civilizadores para poder disfrutar de los valores y los placeres de nuestro ser. Por esto proponemos destruirlo todo. No basta con abolir el Estado y sus instituciones para saborear la libertad, se precisa una destrucción nihilista de la percepción del mundo que tenemos hasta ahora. Destrucción de una percepción antropocéntrica que nos pone en el centro del universo, como si todo fuera girando a nuestro alrededor. Una percepción semejante ineludiblemente crea mecanismos autoritarios que hace que queramos expandirnos y dominar a la naturaleza, a los animales y, lógicamente, a otros seres humanos. Destruyan, destruyan, destruyan, hasta que lleguemos a eliminar nuestra vida vieja para construir algo anárquico y libre. Y mientras que exista el recuerdo del Poder, ya que este se lo pasa bien en nuestro interior, la destrucción tiene que ir mucho más a fondo, tiene que ser consciente y continua…

En pocas palabras podríamos decir que el nihilismo es detonador de la anarquía. Es el continuo poner en duda y cuestionar, que lo ve todo críticamente, continuamente evolucionando la anarquía. Al mismo tiempo no permite que la anarquía se convierta en La nueva guerrilla urbana anarquista un nuevo orden dirigente. El nihilismo es aquella situación que puede hacer que las palabras sí digan algo que no se ha dicho hasta ahora y que los colores revelen algo que no ha sido visto hasta ahora. Es la revelación de una nueva vida que golpea, ataca y deroga las restricciones y limitaciones del Poder, de las ciudades, de la sociedad, de la civilización y de los medios de producción. Es una tentativa de realmente comprender nuestra vida, una tentativa que la libera de la actual complejidad del técnico y tecnológico ambiente en el que vivimos. De este modo lleva la vida a un estado de consciente simplicidad, ahí donde las emociones y los pensamientos derogan a las reglasy a los límites.

De esta manera aportamos a la destrucción de la sociedad burguesa, teniendo como objetivo tanto derrumbar sus fundamentos como también el derribo total de la idea actual del disfrute y el gozo. Abandonamos el culto de los objetos en el mundo de las cosas muertas y nos llenamos de insaciabilidad de los deseos, del intelecto y de los sentimientos. Nos negamos a que los cálculos fríos y su certeza se encarguen de nuestra vida. Las relaciones humanas tienen que ser basadas en la pasión, porque si no, se hundirán en el aburrimiento y la repetición.

Por esto, aunque las probabilidades de liberación son desconocidas en cuanto a su perspectiva, la evolución y el moverse son más preferibles que la seguridad del estancamiento. Porque de la inmovilidad lo único que puedas esperar es la muerte. En realidad ni la anarquía ni el nihilismo ofrecen garantías, pero los dos sí ofrecen la vida. La vida no va sin movimiento, sin evolución o sin conflicto. Los conceptos mismos de la amistad, de la comunicación y del amor serán probados con una nueva intensidad y con una nueva pasión. Lo único cierto es que se despedirán representaciones que hoy en día son todas falsas y envenenadas.

Con su mareante forma, el nihilismo se levanta irrespetuoso y provocador frente a todas las ideologías “revolucionarias” que quieren predeterminar las sociedad futuras que ellas mismas evangelizan. Esas ideologías revolucionarias nos recuerdan a alguien que intenta encerrar todo un mar en una botella. La vida y la anarquía no son un manual de uso que te enseña como descubrirlas. Ni la ruptura con el Poder ni la acción directa anarquista prometen soluciones, sino experimentan con las infinitas eventualidades de libertad en que cada uno y una a su vez crea una nueva probabilidad. Esto que hoy en día es nuevo, mañana será viejo y tiene que ser superado. Cada uno de los respiros necesita el siguiente. Así construimos la nueva Persona Libre en una vida anárquica. Ahí donde todo es posible…


Conspiración de Células del Fuego [de la primera fase] / FAI/ FRI
LA NUEVA GUERRILLA URBANA ANARQUISTA
CONSPIRACIÓN DE CÉLULAS DEL FUEGO

jueves, julio 9

Contra el progreso



Contra el Progreso, es un texto clásico y verdaderamente anticipador, escrito por Agustín García Calvo en el exilio y publicado en “Frente libertario” en 1971. Con el fin de amenizar una tertulia con viejos y jóvenes libertarios, que al no ser gente de partido sabían conversar, Agustín prepara un pincho moruno con las nociones abstractas de Futuro, Tiempo, Progreso e Historia, que tanto han servido a la dominación como pilares de su ideología.
                                               

                                                            Publicado en Argelaga nº5.



Parece que la idea de progreso se le impone a todo el mundo: no solo a las gentes de orden, también a los que pretenden estar a la izquierda del Señor, todos creen que la humanidad está algo así como avanzando por una ruta y hacia un futuro; y por consiguiente, es un deber para todos los que luchan por el bien de la humanidad o incluso por el suyo propio: ser progresista, esto es, colaborar al advenimiento del futuro, no quedarse atrás en la marcha del tiempo, no quedarse subdesarrollado: progresar, qué diablos, desarrollarse como Dios manda, y progresar uno mismo, o los negocios o la nación de uno o la humanidad entera, pero en todo caso, progresar.

El reinado de esta fe en parte se ha extendido tanto -yo creo- por culpa de la mucha velocidad que la Historia ha venido cogiendo en los últimos tiempos, que a las gentes de la cáscara amarga, revolucionarios, libertarios y demás, no les ha dado tiempo a ponerse a la altura de las circunstancias. Que es que, efectivamente, hace todavía un siglo, y en muchos sitios al menos, las gentes de orden eran, casi como por esencia, conservadores, enemigos de novedades, tirando a mantener siempre la situación reinante, defensores siempre de lo viejo frente a los peligros de los cambios. Y entonces, claro, lógicamente, a los que quisieran presumir de revolucionarios y de estar en contra no les quedaba más remedio que ser innovadores, progresistas, poner la vista en el futuro, ya que los otros parecían ponerla en el pasado.

Ahora bien, hace ya bastante tiempo que las derechas, por la fuerza de las cosas, se han hecho casi por todas partes (quitando algunos restos de conservadores anacrónicos) dinámicas y francamente progresistas: dinámicas y progresistas se han hecho, también bajo sus formas extremadas o morbosas, que solemos llamar fascistas (quien más progresista, quien más realizador de innovaciones, quien más creyente en el destino y el futuro salvador que los regímenes que crearon los cohetes intercontinentales y desecaron las marismas de Roma), pero también dinámicas y progresistas bajo sus formas liberales y democráticas, donde el ideal de la subida del nivel de vida y la conquista de las metas sucesivas de la ruta de la historia son el estribillo hasta de los políticos más reaccionarios; que pueden diferir en los detalles de esos ideales o en los procedimientos para perseguirlos, pero ninguno se atrevería a presentarse ya con ideas inmovilistas y conservadoras. Y las formas más nuevas del poder que dondequiera triunfan, las que solemos reconocer como tecnocráticas, ¿cuáles son sino las más modernas, avanzadas, progresistas y dinámicas de todas?: la estadística, la administración racional, el ordenador, etc., son sus armas; el nivel de vida, la conquista del espacio, el desarrollo de la industria, las autopistas, la televisión en color, etc., son sus metas.

Y a pesar de todo, siguen los camaradas creyendo que pueden también ellos seguir creyendo en lo mismo que los señores creen y compitiendo incluso con los señores a quién es más progresista o con un progresismo más de veras progresista; y no ya sólo digo los viejos adherentes del socialismo o de los diversos partidos comunistas (que aquí desde luego la cosa es clara, y la misma coexistencia pacífica entre democracias socialistas y liberales está asentada en esa fe común y en la competencia por el mejor progreso), pero también muchos de los que prefieren llamarse anarquistas o libertarios. Es como si la diferencia estuviera en la forma de imaginar el futuro que los unos y los otros tienen y, por consiguiente, en los medios más o menos revolucionarios que recomiendan para alcanzar ese futuro, pero que de lo que se trata es de luchar por el mejor futuro de la humanidad.

Bien, pues aquí os digo y os recuerdo que eso es una ilusión funesta: que con los que mandan el pueblo no se puede estar de acuerdo en nada: que no se puede estar contra el poder y participar al mismo tiempo en ninguna de las ideas que el poder sostiene y que sostienen al poder. La noción de progreso no sólo no es inocente y neutra, sino que es hoy una de las armas y trampas más temibles del poder frente a la reclamación del pueblo, esto es, de los miserables de la tierra. Ellos pueden tener falta de pan, pero no es “pan” lo que gritan cuando se levantan contra el poder (ni mucho menos “automóviles” o “televisores”), sino que su grito sigue siendo “¡Libertad!”. Y entre esa contra-noción o contradicción de “libertad” y la noción de “progreso” no hay amistad posible ni componenda.

Esto podría razonarlo más largamente, si hubiera sitio para ello, o sea seguir dando la razón a lo que el corazón sin duda os dice a todos cuando rompéis con las ideologías con la que cada día la propaganda del Estado y sus servidores os machaca; pero que me baste, para acabar con la cuestión, invitaros a hacer un par de consideraciones:

A) Una, metafísica: a saber, que hay contradicción de raíz entre la idea misma de futuro (que es igual que la idea de tiempo) y el intento de negación del poder, llámesele revolucionario o libertario o como os guste: el grito de libertad está contra la idea misma de futuro; si se habla de futuro, es que se está queriendo conocer lo que nos espera y lo que esperamos; porque hablarse, se habla de las cosas que se conocen; ahora bien, ¿qué quiere decir que conocemos el futuro, sus metas, sus rutas y los medios para alcanzarlo?: quiere decir que lo estamos reduciendo a ser en substancia lo mismo que lo que ya conocemos y padecemos, a ser la continuación de lo mismo de siempre; y si estamos en contra de esto que conocemos y padecemos, ¿cómo vamos a querer hablar de su futuro?: su futuro forma parte de ello mismo. Dicho de otro modo: cuando se dice que es este Estado que nos vive las gentes están oprimidas y esclavizadas por el poder, hay que entender que también lo están sus imaginaciones y sus proyectos; y cualquier futuro en el que creamos desde este mundo de esclavitud tendrá que ser, ya desde nuestra creencia misma, un futuro esclavo; cambio de cara del Señor para seguir siendo el mismo y mantener dinámicamente su dominio.

B) Otra, histórica. La mera observación de unos cuantos hechos que tenemos a la vista: si nos fijamos en los cebos del progreso, los chismes de confort, los medios de facilitar la vida y de ayudarnos a gozar de ella, notaremos enseguida una diferencia entre los más antiguos de ellos, tales como el tren, el servicio de correos y telégrafos, la calefacción de agua, telares mecánicos o grúas, y los más recientes, como el automóvil individual, la televisión, el cemento armado, los satélites artificiales: de los primeros puede todavía sentirse, aunque sea dudosamente, que sirven realmente para algo de lo que dicen, para facilitar un poco el vivir, para liberar un poco de penas, trabajos y preocupaciones, para ayudar un poco a gozar de las otras cosas; respecto a los segundos, en cuanto los miramos serenamente y sin tomar por sentimientos nuestros los tópicos de la propaganda, apenas cabe duda alguna de que no sirven para nada de eso, sino más bien para lo contrario: para carga, para aumento y construcción de las dificultades, para alejamiento de los goces. Y bien, ¿qué quiere decir esto? Uno diría que está bastante claro: que a medida que el progreso ha ido desarrollando sus realizaciones y consolidando sus ideales, ha venido demostrándose como elemento de opresión y de esclavitud; que a medida que el progreso progresaba, revelaba la verdad de su mentira.

Y, sin embargo, por la propia inercia de la Historia, parece estar tan sólido y arraigado todavía el dominio de ese ideal funesto, hasta entre los mismos enamorados de la libertad, que seguramente muchos dudaréis si tomaros este sermón en serio. Y eso a pesar de que bien tenéis por lo menos el ejemplo de tantas bandadas de muchachos por Norteamérica o por Europa que, más o menos torpemente y con más o menos desviaciones, aciertan a rechazar con su propia vida algunos de los aspectos de ese ideal y sus realizaciones.

Hermoso sería el día, hermosa la noche, que estallaran unos cuantos atentados llameantes contra coches particulares, contra el cemento de autopistas y bloques de viviendas, contra antenas de televisión por los tejados. Y que a las llamas de esos atentados contra los símbolos del progreso pudieran leerse algunas claras palabras que explicaran a los rebaños metropolitanos cómo esos atentados, por el hecho mismo de no ir contra las figuras tradicionales del poder, sino contra sus formas más progresadas de imposición en la vida, iban más al corazón de un poder que ha puesto su corazón en su progreso. Entre tanto, me habré de contentar con invitar a los lectores a través de estas letras impresas a pronunciar conmigo algunos mueras como los siguientes:

¡MUERA EL AUTOMÓVIL!

¡MUERA LA TELEVISIÓN!

¡MUERA EL FUTURO!

¡MUERA EL TIEMPO!


Y si acaso todavía, tú que me lees, te quedas preocupado al leer esto y me preguntas inquieto por tu futuro o por el futuro de tus nietos, y que, bien, que tal vez no esté mal eso de rebelarse contra el progreso, pero que qué vamos a hacer después, que bien está destruir, pero que, de todos modos, habrá que ver cómo va a vivir la gente, cómo va a construirse, en suma, el reino del futuro, a eso no me queda sitio para contestarte más que lo siguiente: que si tú eres anarquista, mi abuela se llamaba Acracia.

lunes, julio 6

De la caspa en el medio libertario

Salir del gueto” ha sido una canción entonada con frecuencia en los medios libertarios, lo cual, dada la situación confusa y aguachinada en la que se desenvuelven las luchas sociales, de por sí marginales, no significa más que quien la canta se dispone a dar la espalda a la verdad de las cosas en aras de una sobredosis de activismo. Encerrarse en un veganismo miope, un feminismo meramente gramatical, la lectura de Foucault o el punk no es más que una manera inofensiva de adaptarse a la triste realidad, pero no son mejores el voluntarismo ciego o la militancia orgánica. Eso no lleva a ninguna parte; es pan para hoy y hambre para mañana. Son tiempos de descomposición sin apenas movilizaciones, sin mayorías lúcidas y furiosas, y no queda otra que analizar bien el presente resaltando las contradicciones susceptibles de ampliar las grietas del sistema y alentar la revuelta. La crisis sigue su propio ritmo, lento y desesperante, abierto a todas las falsas ilusiones, las únicas que por ahora son capaces de agrupar mayorías. Pero cerrar los ojos a la experiencia pasada y apechugar con flagrantes sinsentidos a fin de tener compañía y disfrutar de un sucedáneo de acción no soluciona el problema, sino que lo empeora. La sabiduría popular se equivoca en ese punto: no por ser muchos reiremos más.

Creemos sinceramente que la presencia de anarquistas refractarios en los movimientos sociales contribuye a la radicalización de estos. Si además, se organizan en grupos de afinidad y se federan con mayor o menor formalidad, mejor que mejor. Continúan una tradición histórica que ha sido fructífera. Los espacios autogestionados, las cooperativas sin liberados ni asalariados y las asambleas de barrio son herramientas de lucha necesarias. Pero ¡ay! Si Teruel existe, el anarquismo de derechas también. Forzoso es reconocer que los resultados de las elecciones municipales del pasado 24 de mayo devolvieron la fe en las instituciones a amplios sectores de la población, más desconfiados con la política durante el 15M. El anarquismo edificante dejó de estar de moda en determinados ambientes alternativos. Una parte considerable de libertarios políticamente correctos ha quedado poco menos que traumatizada al ver que su medio natural, la clase media depauperada e informatizada, los estudiantes y la burocracia vecinal emigraban a otros pantanos. Su reacción no se ha hecho esperar: en multitud de reuniones los envidiosos del éxito ajeno claman contra el “cortoplacismo”; los generales sin tropa reivindican un “anarquismo social y organizado” con “vocación de mayorías”, y, finalmente, los más originales, sienten voluptuosamente la necesidad de “una gran iniciativa social” que nos lleve a “conquistar juntos una verdadera democracia”. Tal es el caso de los autores del manifiesto “Construir un pueblo fuerte para posibilitar otro mundo”, verdadero pastiche ciudadanista que ha tenido la virtud de encandilar a unos centenares de firmantes.

En cuanto a imaginación y oficio, no se puede decir que sobre a los redactores, pero, en fin, en la época de la modernidad líquida, lo que importa es la pericia con los SMS y los whatsapps, no el saber escribir frases de más de una línea. Ya con el título aluden al eslogan “otro mundo es posible” de los antiglobis, pero recuérdese que ellos se referían a otra globalización, a otro capitalismo, no a un “modelo rupturista” con el que “reconstruirnos como sociedad libre y soberana” a través de una “democracia libertaria de las personas, no de los mercados”. El análisis de la “transición” es tan simple como el “erase una vez” de los cuentos de hadas: lo más alejado de un balance. “Democracia” es una palabra que se repite ad nauseam, un claro guiño a los indignados del 15M, bien relacionada con “nuestros derechos” y “la defensa de nuestras libertades y bienes comunes” ante una “élite” que “no nos representa”. ¿Qué libertades y qué bienes? Palabras como “burguesía”, “proletariado”, “conciencia de clase”, “clase dominante”, “explotación”, “miseria”, “revolución”, “anarquía” o “autogestión” están completamente ausentes, lo que es normal si tenemos en cuenta que el manifiesto se dirige a la lumpenburguesía en su mismo idioma, parte de la cual ha preferido votar a los “compañeros” que “están optando por la vía institucional”. Estamos ante un intento de fabricar una “marca” anarquista grata a las clases medias, por eso el lenguaje usado ha sido expurgado de términos que les resulten molestos y violentos. El anarquismo guay de los tiempos líquidos no surge como expresión teórica de la lucha de clases, la revuelta urbana o la defensa del territorio, sino como ideología de la confrontación pacífica “en las calles y plazas” entre entes abstractos como “el pueblo”, “la sociedad” o “la mayoría” (lo que sus “compañeros” políticos llaman “ciudadanía”) y la maligna “élite” o “el 1%”. Ciudadanismo a largo plazo, nada contradictorio con el otro, pues solamente intenta “impulsar la independencia popular”, o sea, ocupar el espacio que aquél ha abandonado al marcharse por sendas electorales.

Bien. Como ya hemos hablado suficiente del guisado, hablemos ahora de los cocineros, pues no son precisamente lo que se dice vírgenes en la escena libertaria. Los impulsores del manifiesto de Apoyo Mutuo son militantes de variado origen, así como quienes lo han suscrito. De alguna forma Apoyo Mutuo representa en el estado español al plataformismo, la corriente más retrógrada del anarquismo, caracterizada ante todo por el fetichismo de la organización, el santo grial del “programa” y el oportunismo sin límites de su práctica. A pesar de arrogarse una genealogía que arranca con el mismísimo Bakunin, este fenómeno de feria nació en Chile hace quince años sacando del desván el tema del “partido anarquista”, centralizado, jerarquizado y disciplinado, con un programa único. Un “comité ejecutivo” se encargaba de “despertar” a las masas desde fuera para que alumbrasen formas de “poder popular”, gracias a una dirección “correcta” que no dudaba en enfangarse con aventuras políticas. Izquierdismo de reminiscencias leninistas, que necesita altos niveles de sectarismo y alucinación para reinterpretar en clave burocrático-vanguardista una realidad muy alejada de los delirios autoritarios plataformiles. Es pues un producto de la desagregación cultural, política, económica y social del capitalismo, verdaderamente hostil al sueño igualitario, cuentista y propio de los fragmentos de clase asociados a la gestión que el sistema expulsa en sus huidas hacia adelante.

El plataformismo es la única corriente dentro del anarquismo que habla de “poder” y justifica sin complejos la férrea necesidad de una burocracia mediadora. La versión española es más light y posmoderna, tal como expresa su léxico buenrollista, y su vanguardismo está mejor disimulado en una “red de militantes” y una flexible “hoja de ruta”. Igual que sus mentores, Apoyo Mutuo considera la desorganización como el peor de los males y a los espontaneístas como al gran enemigo. Ignorando cualquier otra consideración, todos los males de la tierra son causados por falta de organización, y lo que es peor, por falta de un “programa común” que impide “actuar conjuntamente”. Hay que “acabar con la dispersión organizativa” y, gracias a una ingeniosa separación entre objetivos parciales y objetivos finales, “desarrollar las estrategias y tácticas que se estimen oportunas”, algo que se traducirá en prácticas reformistas y militantistas de tipo sindicalero, municipalista, asociacionista o parainstitucional. Como es de rigor, Apoyo Mutuo postula la necesidad de una burocracia dirigente a la que denomina “pueblo organizado” que administre el “poder popular”. Ha tenido buenos maestros en los figurones anarquistas que traicionaron la revolución durante la pasada guerra civil; por eso han de estar por la rehabilitación de la casta libertaria que renunció a todo menos a la victoria de sus renuncias. Revisionismo historiográfico necesario para la mitificación de un pasado con las miserias a buen recaudo: el partido de la verdad convertido en verdad de partido. El manifiesto nos trasmite un mensaje claro: la socialdemocracia libertaria buenista ha venido para quedarse y que se preparen los impresentables críticos de lo orgánico y los desorientados habitantes del gueto. ¡Nada fuera de la “organización”, todo por ella! ¡Abajo el comunismo libertario! ¡Viva la “democracia económica y política”!


Revista Argelaga, 20-06-2015.

viernes, julio 3

Criminaliza que algo queda


Sobre la represión y sus verdades.

Diferentes movimientos sociales llevan un tiempo insistiendo en el crecimiento de la escalada de represión a que son sometidos. Huelguistas, piquetes, manifestantes, twitteros, anarquistas… todos han visto aumentar la presión del Estado en forma de multas, acoso policial e incluso cárcel. A menudo no se trata tanto de acabar con quienes protestan (que también) como de conseguir que sean percibidos como entes separados de la realidad de la gente, como cuerpos extraños que deben ser vistos a modo de elementos peligrosos, sucios, de forma que es necesario proteger a la sociedad (a la ciudadanía, que se dice ahora) de su presencia, de su mera presencia.

Para que esto funcione, hay que desarrollar un argumentario que evite el debate sobre lo que proponen, centrándose en el peligro que representan. Se trata de obviar que el sistema es un desastre económico, ecológico y humano para lanzar la idea de que toda protesta seria debe ceñirse a unas normas, a las normas del sistema que se pretende cambiar. Estas son algunas claves del despliegue de la represión.

1. Algo habrán hecho.

Cuando la policía detiene a una persona o un grupo de personas argumenta que son el Mal, que son el Peligro o que son el Terrorismo. A menudo las acusaciones generales no se mantienen, pero queda en pie la sospecha, la mancha indeleble que justifica lo que ha ocurrido. En un juego similar al de las cifras de manifestaciones, se piensa: bueno, si uno dice X y los otros dicen Y, la verdad estará más o menos a medio camino. El Estado y la policía han conseguido que buena parte de la población crea imposible la arbitrariedad, el ataque selectivo a movimientos, el azar kafkiano de que te toque a ti porque pasabas por allí. Es el principio básico del criminaliza, que algo queda.

2. Todo es terrorismo.

La extensión del significado del terrorismo ha supuesto un fenómeno peculiar: la palabra ya no tiene límites, sino que estos límites se ponen dependiendo de la situación. Es el Estado quien decide qué es terrorismo y qué no. Aunque esto no es nuevo, sí lo es lo que rellena el concepto. Disueltas las organizaciones de profesionales armados, los clásicos grupos terroristas, es terrorista cualquiera que rompa la normalidad. Hoy es terrorismo insultar a un político o inutilizar un cajero; es enaltecer el terrorismo escribir en las redes sociales; es indicio de terrorismo editar libros. El largo etcétera de nuevos comportamientos terroristas pone de manifiesto que cada vez más, los límites entre terrorismo y oposición se diluyen.

3. Del difuso conglomerado radicales-violentos-antisistema-terroristas.

Se dijo alguna vez que comenzaba una guerra contra el terrorismo que era una mentira, pues no se pueden hacer guerras a conceptos, sino a personas. En parte es verdad y por eso se necesita que existan encarnaciones del Mal. Durante años se llamó a muchos los violentos o los radicales. Hoy se les llama con facilidad antisistema o los terroristas. Ambos conceptos funcionan igual: incluyen la tradicional despersonalización del enemigo, etiquetado con una denominación que invita a su destrucción; incluyen la descripción de un solo golpe, fácil de digerir. Los violentos y los terroristas se definen por un solo comportamiento: se les imagina violentos todo el día, en todas las actividades, sin motivo alguno, dirigiendo su vida (sus lecturas, sus trabajos, sus amores) a una espiral demente de violencia sin sentido y peligrosa, muy peligrosa. Es una imagen tan grotesca que parece mentira que haya colado. Igual esta no ha colado, pero todo puede ser. Los radicales yo antisistema no tienen contenido, solo forma que identifica por igual la creación de un huerto urbano y la propagación de ideas libertarias.

4. Perfectamente organizados.

Un enemigo debe dar miedo. Para ello, hay que rodearlo de un aura de misterio y de potencial de destrucción. Si no lo tiene de por sí, siempre existe la posibilidad de usar expresiones vacías, pero que dan el pego. Se dice que estaban perfectamente organizados y andando. Estar organizado sería pues un indicio de terrorismo, un potencial factor de amenaza y por eso hay que añadir el perfectamente, porque toda organización subversiva tiene la perfección como rasgo, por supuesto. Esta organización puede tener rasgos tan preocupantes como que haya gente que se reúna para hablar o que, o terror de los terrores, utilicen para comunicarse sistemas informáticos difíciles de controlar. Lo que no es visible es sospechoso de querer ocultar algo, de organizar el caos.
Lógicamente, no es el FMI el que está perfectamente organizado, o el PSOE o la CNMV, sino esos oscuros elementos que han venido a terminar con la civilización. Bueno, también está perfectamente organizado el argumentario anti-disidencia, pero eso tampoco es lícito decirlo, o pasas a la categoría de futuro terrorista.

5. Desestabilizar el sistema

Ya es prueba suficiente de maldad la intención de desestabilizar el sistema democrático, como si atacar las injusticias que obviamente genera fuera atacarte a ti. El asunto es sencillo: o nosotros o el caos. O el sistema o algo mucho peor, sea lo que sea. El enemigo antisistema-terrorista-perfectamente-organizado busca imponer sus ideas, su propio beneficio. Este es el triste análisis que se te pone en el plato para que te lo tragues.

¡Pues claro que se quiere desestabilizar el sistema! Incluso acabar con él. Con las desigualdades y con la opresión, así, para empezar. Es esto lo que se castiga en el fondo: la amenaza a los privilegios y a la autoridad. Pero para que este castigo funcione de verdad es necesario que asumamos la culpabilidad automática, la extensión del término terrorismo, las etiquetas simplificadoras, las denominaciones vacías, que permitamos que no haya espacio para analizar, sino para criminalizar, contribuyendo a la eficacia de la propaganda que va camino de convertir toda crítica en delito. Ya sabéis: lo que no esté prohibido, será obligatorio.

Ante esto, declaramos bien alto: que algo sea ilegal no lo convierte en factor de daño social, sino en peligro para quienes dicen protegernos, peligro de que se descubra que no son necesarios o que lo son en un sentido muy diferente.

En este sentido es en el que somos inocentes: inocentes por no haber causado dolor (in nocens, sin daño), sino por combatirlo. Si eso nos sitúa en la culpabilidad según las leyes, igual es un problema de las leyes.