Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

sábado, febrero 29

25N Las mariposas


María Teresa, Patria y Minerva son las hermanas Mirabal, aquellas por las que se señala el día internacional contrala violencia machista. Y debería ser también por la resistencia y la lucha antifascista, porque las hermana Mirabal, conocidas como “Las Mariposas” eran tres hermanas de cuatro, que formaban parte activa del grupo guerrillero “14 de Junio” de la República Dominicana contra la tiranía fascista de Rafael Leónidas Trujillo Molina, dictador dominicano que gobernó en la República Dominicana desde 1930 hasta su asesinato en 1961. Ejerció la autoridad como generalísimo del ejército de 1930 a 1938 y de 1942 a 1952 y gobernó de forma indirecta de 1938 a 1942 y de 1952 a 1961, valiéndose de presidentes títeres.

Minerva y María Teresa fueron encarceladas, violadas y torturadas en varias ocasiones. Tanto ellas como sus compañeros sentimentales fueron sometidos a una cruel tortura durante el régimen del dictador Trujillo. Así todo mantuvieron firme el combate y nunca abandonaron la lucha contra el régimen del dictador. El 18 de mayo de 1960 las tres hermanas fueron juzgadas y condenadas a tres años de cárcel por atentar contra la seguridad del estado dominicano. El encierro de las hermanas no fue aceptado por la población, lo que provocó que el 9 de agosto de ese mismo año y por disposición expresa de Trujillo, las tres hermanas fueran puestas en libertad. Con este gesto Trujillo limpiaba su imagen y mostraba una falsa generosidad que le permitiría acabar con las hermanas de la manera más sucia, deleznable e infame que tienen las dictaduras: dando la libertad a aquellas personas a quienes se pretende seguir hostigando tras bambalinas. Bajo órdenes del Generalísimo el SIM (Servicio de Inteligencia Militar) debía encargarse de la completa desaparición de Minerva, María Teresa y Patria. El 18 de noviembre Las tres hermanas iban a visitar a sus compañeros quienes seguían encerrados en la cárcel, aquel iba a ser el día, sin embargo, el escuadrón regresó sin cumplir la orden alegando que las hermanas Mirabal viajaban con niños. El 22 de noviembre debía volver a intentarse, pero el mismo escuadrón volvió a alegar que viajaban con niños. No fue así el 25 de noviembre. Tras despedirse de sus respectivos maridos en la prisión de “La Victoria” las tres mujeres y quien conducía el auto se pusieron marcha hacia Salcedo. A mitad del camino un escarabajo, Volkswagen «Tipo 1”, que se detuvo secuestrando tanto a las hermanas como al conductor que las acompañaba. Las estrangularon y terminaron de asesinar a golpes. La idea principal era volver a meterlas en el coche y simular un accidente. Pero el pueblo ni creyó ni toleró y supuso el principio del fin para el dictador Trujillo. El 30 de mayo de 1961 fue asesinado acabando con una de las dictaduras más cruentas de Latinoamérica.

En 1981 el movimiento feminista latinoamericano decide conmemorar a las hermanas todos los 25 de noviembre, denunciando la violencia contra las mujeres. En 1999 la asamblea general de las naciones unidas se hace eco y fija oficialmente en el calendario el 25 de Noviembre, como la fecha internacional de lucha contra la violencia de género.

Por eso cada 25 de noviembre no solo salimos a la calle para denunciar la violencia hacia las mujeres, salimos en su memoria, conmemoramos su lucha, su valía, la de las hermanas Mirabal; Las Mariposas.


                        Extraído de https://www.todoporhacer.org/

miércoles, febrero 26

Trata y barbarie. Comercio atlántico de esclavos


Este artículo es un complemento al texto publicado en el n.º 43 de la revista Ekintza Zuzena «Bucaneros y quilombos. Comunidades de resistencia en el siglo XVII». En concreto del apartado «Resistencia a la esclavitud». Si allí se narraba la extensión del cimarronaje y el desarrollo de algunos Quilombos como el de Palmares, la presente investigación está centrada en la trata en todas sus partes, la caza en África, el transporte atlántico y la explotación en Europa y, sobre todo, en América. Un tercer y último texto, que aparecería en un próximo número de la revista, volvería a un aspecto fundamental que aquí, prácticamente, se elude: la lucha contra explotación, el sistema colonial y el capitalismo durante los siglos XVII, XVIII y XIX, llevada a cabo por el proletariado Atlántico. Hermandades de marineros y conspiradoras de muelles y tabernas que, junto a indígenas y esclavos, sacudieron, por ejemplo, la ciudad de Nueva York en 1741.

La trata extensiva de humanos de África no fue una operación premeditada; se inició tras buscarse nuevas rutas de especias. Estos preciados aromas, antes de llegar a Italia, pasaban por manos de comerciantes hindúes, chinos, persas, armenios, árabes, egipcios y sirios, lo que encarecía mucho el producto. Inventos como el timón vertical y la adopción de la brújula hicieron posible la idea de llegar a la perfumada India, rodeando África.

Los comerciantes aprovechaban sus estancias en la costa africana para buscar mercancías con los que sufragar los gastos del viaje. Encontraron algo de oro y muchos colmillos de elefante, pimienta y goma arábiga, una resina utilizada como pegamento o para confeccionar tintes y caramelos.

Cristóbal Colón de regreso de su primer viaje a América, además de guacamayos y plantas, trasportó nativos americanos. Los mercaderes que rodeaban la costa oeste de África también vieron propicio llevar africanos, en este caso, a Portugal. Pretendían demostrar que habían llegado muy lejos y jactarse de las rarezas importadas ¿cómo podía ser alguien de piel tan oscura?

Siguiendo la lógica de la sociedad de clases, a los recién llegados los convirtieron en sirvientes. Repitieron la operación una y otra vez hasta que se empezó a considerar distinguido o, meramente exótico, tener a sirvientes negros en el salón o los establos. En 1442 se llevaron a dos, luego a diez y en 1444 a 263, en 1550 una décima parte de Lisboa ya era negra.

Sobre todo lo hacían comerciantes portugueses pero también hubo andaluces y, a la postre, de casi cualquier región. Hubo esclavistas de todas partes. Unos asaltaban pueblos costeros africanos y vendían los apresados en Lagos (Algarve) y otros lo hacían en costas mediterráneas o atlánticas. Los corsarios árabes, por ejemplo, irrumpían con frecuencia el trajín de los puertos ingleses y secuestraban a quien pillaban para esclavizarlo o pedir rescate, en caso de que la persona fuera adinerada.

Ni la esclavitud ni la presencia de personas con la piel oscura fue algo nuevo en la Europa del Renacimiento. En la época romana ya llegaban esclavos etíopes, intercambiados por mercaderes libios y desde antes del siglo XVI, los africanos ricos, como el emperador de Mali, famoso por la cantidad de oro que llegó a acumular, compraban «eslavos» y «eslavas», es decir, esclavos blancos. El término esclavos proviene de «eslavos», habitantes de lo que hoy es Chequia y Serbia que fueron reducidos a la esclavitud en torno a los siglos VI y VII.

No hay una correlación directa entre esclavitud y negritud. Los africanos, por ejemplo, en la pintura de la Edad Media, aparecen con toda su humanidad. Varias fuentes apuntan la no existencia de racismo a ese nivel en los siglos XII y XIII. Fue la trata de africanos, en los siglos XVI y XVII, la que engendró el racismo. La cultura europea, de valores cristianos, se convirtió en esclavista. Autoridades políticas, eclesiásticas y grandes mercaderes enseguida comprendieron que podían acumular capitales inmensos a cambio de esclavizar a los nativos de África. Para justificar el gran negocio era necesario deshumanizarlos, tratarlos como «infrahumanos», meros objetos, ganado o hijos de Satanás. La Iglesia justificó la trata a cambio de la evangelización, como tantos otros salvajes del planeta tenían que pagar el favor de ser evangelizados.

En el libro Crónicas de Guinea, escrito en 1450 por un portugués aseguraba que todos los «animistas negros» que habían llevado al Algarve, se habían convertido en buenos cristianos. Que era lo mismo que decir que aunque sus cuerpos fueran esclavos sus almas, lo verdaderamente importante, se salvarían. En Mauritania, por su parte, algunos árabes llegaban a cambiar, a los portugueses, cuatro animistas por un musulmán.

África y la trata de esclavos

Los colonizadores europeos en África no entraron tanto dentro del continente como en América, donde muy pronto llegaron hasta Perú. Únicamente lo hicieron en lugares muy concretos, como a lo largo del río Volta.

Lo que solían hacer era proponer a las tribus más poderosas recibir diferentes objetos y, sobre todo, no ser cazados, a cambio de que les trajeran prisioneros para esclavizar. Los cautivos que les iban proporcionando eran encerrados en las mazmorras de los fuertes negreros, hasta la llegada de los barcos. Auténticas fortalezas, en las que además de almacenar esclavos, los mercaderes desembarcaban las mercancías que traían de Europa.

Ki-Zerbo en su Historia del África negra (p. 315), describió la sórdida realidad de las factorías esclavistas.

«Puertos como Nantes, Burdeos, Saint-Malo o Liverpool se especializaron en el tráfico negrero y edificaron su riqueza sobre madera de ébano. En cambio, los puntos de atraque situados en la costa africana carecían del esplendor y orgullo de los puertos europeos: la factoría tenía sólo un establecimiento comercial apoyado en ocasiones en un fortín […]. Allí, en medio de un verdadero caldo de cultivo en el que la traición y la ambición no iban a la zaga de la crueldad y de la depravación, vivía un hampa de intermediarios que podía ser mestiza, intérpretes, juglares y negociantes de todo pelo. Chusma blanca y negra […]. En 1685, un individuo llamado De La Courbe, inspeccionando en San Luis algunos establecimientos de su compañía, se encontró con que los empleados estaban en calzoncillos y en camisa, y que cada uno de ellos poseía a su negra».

La compra de esclavos se empezó haciendo mediante trueque, luego pasó a realizarse con oro y, finalmente, con la trata hacia América, el propio ser humano esclavizado fue la moneda de cambio. Se llamaban «Pieza de indias», «negros de 15 a 20 años sin defectos, con todos los dedos y dientes, sin membrana en los ojos y de excelente salud». Se habían establecido ciertas equivalencias: una mamá con su bebé o dos abuelos: una pieza. Es decir, se podían juntar dos o tres personas, porque uno era bizco o demasiado viejo, para formar «Una cabeza o pieza».

Con el paso del tiempo, hasta el lugar de procedencia marcaba el valor: «Negros del Cayor: esclavos de guerra que maquinan rebeliones. Bámbara: estúpidos, tranquilos, robustos. Costa de Oro y Widah: buenos agricultores, pero propensos al suicidio. Kongoleños: alegres y buenos obreros” (Ki-Zerbo Op. Cit. p. 217)

A continuación, el historiador Didier Gondola, reflexiona sobre la razón por la que la trata de esclavos africanos duró entre cuatro y cinco siglos:

«Mi opinión es que ha durado tanto tiempo por la complicidad de los propios africanos. La complicidad de los jefes. La complicidad de la élite africana maravillada por los productos que traían los europeos: espejos, textiles, pólvora, baratijas, alcohol, etcétera. La élite africana se deja corromper por los extranjeros, se vende.»

Con el paso del tiempo y la demanda desmedida que vendrá de América, varios reinos africanos se convierten en verdaderos imperios esclavistas. Fue el caso de los Ashasiti en Comasi; el reino de Dehomey o los yorubá. Los fanti, por ejemplo, les llegaron a pedir a los portugueses que les guardasen sus tesoros, en una de sus guerras con los otros reinos. Shasha fue un jerarca africano que se montó un palacio en Salvador de Bahía y se fue a vivir allí con su harén.

En determinado momento, las mercancías más apreciadas por las tribus mono cazadoras de esclavos fueron los mosquetes, los fusiles y el hierro que necesitaban para encadenar a prisioneros.

Pruneau de Pommegorge, empleado de la Compagnie de Indes durante 22 años, afirma:

«No guerrean entre ellos ni se destruyen recíprocamente más que para vender a sus compatriotas a amos bárbaros… ¡Y son hombres, franceses que se dicen cristianos, a los que el interés hace cometer semejantes monstruosidades» (Ki-Zerbo Op. Cit. p. 318).

Por supuesto, también hubo tribus, sobre todo pueblos nómadas, que se negaron a participar de la disyuntiva ser cazado o cazador y se desplazaron, junto a su ganado, a lugares remotos.

Didier Góndola aporta elementos para entender la caza y la explotación entre los propios africanos y las dificultades para la resistencia de la población de aquél continente. Asegura que el término «África» proviene del siglo XVI y que hasta el siglo XIX África no existía para los africanos. Sus habitantes no tenían conciencia de vivir en un continente homogéneo.

«Alguien que vivía en el bajo Congo, en Chad o en Benin, no se consideraba africano. Nunca ha sido homogéneo ni existe una identidad común. Los africanos se agrupaban en diferentes colectivos étnicos cada uno con su lengua, su religión y sus costumbres. Sus formas de ver el mundo, sus intereses políticos y económicos, a veces eran contrarios. Los africanos no pudieron resistir tanto como los demás pueblos porque en África no había grandes formaciones, como en la India y en China. Además ¿porqué se lamentaría desde Europa no haberse unido contra el invasor cuando Europa es el ejemplo de guerras y contradicciones internas?»

Sin embargo, a pesar de las dificultades para resistir, en África, como en Europa o América, también hubo muchas rebeliones de esclavos, incluso antes de la llegada de los europeos, aunque de estas poco se sabe. Las primeras revueltas de esclavos contra el sistema colonial se produjeron en lo que hoy es Sierra Leona. Allí, los esclavos se rebelaron contra los mercaderes portugueses, quemaron las haciendas y se refugiaron en las montañas. No pudieron tomar la capital porque estaba amurallada y carecían de armas. Los refugios de los esclavos fugados se llamaron “matamba”, «mocambos» o «quilombos» que en una de sus lenguas significaba «escondite». Los hubo en Sierra Leona, Congo y Angola. Se han encontrado mapas de estas comunidades hechos por sus enemigos.

En las factorías también se llevaron a cabo numerosos motines y rebeliones. Pruneau de Pommegorge narra el complot de quinientos esclavos, organizados para aniquilar a los blancos, que fracasó por la traición de un chico de apenas doce años. También describe el escarmiento que recibieron los dirigentes, ejecutados a cañonazos delante de sus compañeros.

Con respecto al cambio que supuso la irrupción europea en el comercio de seres humanos, Didier Góndola asegura:

«Es falso que los europeos se limitaran a seguir con la práctica esclavista que ya había en África. La trata que ejercían los árabes no tenía únicamente fines económicos. Si un esclavo se convertía al Islam podía conseguir la libertad. No así en el lado atlántico, donde, aunque se convirtieran al cristianismo, los esclavos seguían reducidos a bestias de carga. Menos en lugares muy puntuales, como Tombuktú, un centro urbano muy importante, o en las islas afroárabes la explotación no era muy acentuada. Inclusive, había regiones en las que los esclavos vivían junto a sus familias, lo que equivalía a una especie de servidumbre. Era habitual que los derrotados de guerra se convirtieran en esclavos de casa, con ciertos derechos cívicos y un trato cada vez más familiar. Por eso luego tienen que adoptar la denominación de ‘hijos de vientre’ a los hijos de sangre. Además, existían amplias zonas geográficas donde no sabían lo que era un esclavo, como los fang del África ecuatorial».

Por su parte Ki-Zerbo, aporta más datos sobre la esclavitud llevada a cabo por los mercaderes y aristócratas árabes.

«Se servían de negros para fines domésticos; al parecer, las mujeres negras eran preferidas para los harenes por la tesitura de la piel. En cuanto a los hombres, solían ser utilizados como mercenarios o bien como guardias de palacio. Para ello solían ser castrados, en parte para evitar la formación de una casta que hubiera podido ser peligrosa para el poder establecido. Algunos centros mosi y hausa estaban especializados en la ‘preparación’ de eunucos destinados al mundo musulmán. Pero pese a la mencionada penalidad física, y aunque en ocasiones, como en el caso de Zanzíbar, las plantaciones emplearon muy tardíamente mano de obra negra servil, no es posible, objetivamente colocar al mismo nivel la trata oriental y la atlántica, que se llevaba a cabo con medios mucho más poderosos». (Ki-Zerbo Op. Cit. 327)

América negra

Para explotar las tierras recién conquistadas los colonos europeos –españoles y portugueses primero y holandeses, ingleses y franceses después– convirtieron a los indígenas americanos en esclavos. Sin embargo, desde el primer momento se toparon con serias dificultades. Se dieron cuenta lo difícil que era someter a la esclavitud a alguien en su medio, en un territorio que conoce y le proporciona escondites donde escapar. Además, las enfermedades que llevaron desde Europa mermó, rápidamente, la mano de obra.

Tras el fracaso de la esclavitud indígena, recurrieron a los propios europeos, procedentes de las clases trabajadoras y campesinas, en régimen de servidumbre o también de esclavitud, forzados a conmutar sus penas con cinco o siete años de trabajo en las plantaciones. También vaciaron orfelinatos, cárceles de mujeres o ofrecían ventajas a «colonos decentes». Las autoridades españolas y portuguesas acordaron no llevar ni judíos ni musulmanes a América. Sin embargo, parece que la revuelta urbana más grande que hubo en Brasil –Salvador de Bahía, 1835– fue protagonizada por personas de origen musulmán.

La población europea movilizada hacia América, además de mostrarse arisca buena parte de ella, no era suficiente para la demanda creciente de mano de obra que tenían los perseguidores del máximo beneficio. Los dos «nuevos mundos» se unieron, llevando africanos para explotar en América. Veamos algunos casos de colonización a modo de ejemplo.

La llegada de Colón a la Española (la actual República Dominicana y Haití) se produjo durante el primer viaje de la conquista de América, el día 5 de diciembre de 1492. La nave Santa María embarrancó al norte de isla y sus restos sirvieron para construir el Fuerte Navidad, el primer asentamiento español. En el segundo viaje, Colón comprobó que los marinos han sido asesinados por los habitantes de la isla y el fuerte incendiado. Los indígenas respondieron así al secuestro de algunos miembros de su comunidad que fueron llevados a Castilla a modo de muestra. A partir de ese momento, cada expedición fue acompañada de soldados. La población local fue esclavizada para trabajar en las plantaciones y en las minas. Se produjeron rebeliones seguidas de represiones brutales. Estos hechos, sumados a la introducción de enfermedades europeas, para las cuales los indígenas no tenían defensas, condujo a un descenso abrupto de la población. En 1506 los habitantes no eran más de 60.000, incluyendo a los europeos y se considera virtualmente extinguida a partir de 1540. La cultura indígena fue totalmente aniquilada en tanto que los pocos sobrevivientes fueron asimilados al resto de la población. En su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, Fray Bartolomé de las Casas estimó la población de la isla en 3 millones, otros historiadores estimaron la cifra exagerada, pero, de cualquier forma, el genocidio fue rápido. Hace falta repoblar la isla, se necesitan manos que trabajen las plantaciones, las empezarán a traer con grilletes desde África. Según Arcienagas, en su Biografía del Caribe, en el siglo XVI, si bien hay voces que se rebelan contra la esclavitud de los nativos americanos no hay con respecto a los africanos. «El más cristiano y humanitario de los frailes, Bartolomé de las Casas, recomienda su importación a las Antillas» para evitar el exterminio de la población indiana.

Por su parte, los colonos y mercaderes portugueses, lo primero que hacen al llegar a Pernambuco es coger nativos y venderlos en Lisboa, a un precio superior que los africanos. Ahora, que la aristocracia portuguesa se ha acostumbrado a ver negros los indígenas son más exóticos. Planean imitar la caza de seres humanos que implantaron en África, exhortando a unos indios a capturar a otros, aprovechando los circuitos que pudieran existir antes de su llegada. Se llevan una sorpresa: en América no había redes de tráfico de esclavos como en África. Cazar indígenas era más difícil y hacerlos trabajar, también.

Sin embargo, el clima y la vegetación, es similar a las dos islas atlánticas cerca de la costa africana, Santo Tomé y Príncipe, donde los negocios son fructíferos. Dos islas a las que la corona portuguesa envió desterrados para poblarlas. Colonos que se dedicarán a cultivar y comerciar caña de azúcar y que muy pronto participaron del tráfico de esclavos.

Si las explotaciones de Santo Tomé y Príncipe proporcionan tanta riqueza, la inmensidad de Brasil la multiplicará por mil. Solo hace falta llevar esclavos hacia América. Llevarán más de cuatro millones.

En 1501 ya empiezan a haber africanos en plantaciones cerca de Pernambuco. Trabajan junto con los indígenas, a quienes se les considera más baratos (menos coste en transporte) y por eso son, inclusive, peor tratados, trabajando hasta la extenuación. Con el paso del tiempo, en los ingenios solo se verán afrodescendientes. Los dueños portugueses saben, desde el principio, lo peligrosos que son los esclavos cuando se rebelan, en base a0 su experiencia en África, donde tuvieron que soportar numerosas fugas y revueltas.

El veredicto papal del tratado de Tordesillas, 1494, otorgó a África y el actual Brasil para los portugueses y el resto de América para los españoles. Tratado que derivaría en guerras interminables porque el resto de potencias europeas también querían su trozo de pastel.

Al principio de la trata, el comercio estaba condicionado por el hecho de que Portugal tenía la propiedad de los puertos africanos, desde donde salían los esclavos, y España, poseía casi todos los anclajes de llegada.

Los esclavistas de distintas nacionalidades, asociados en las tenebrosas Compañías (Real Compañía Africana, Compañía de Guinea, Compañía Holandesa de las Indias Orientales) tenían que proporcionar esclavos gratis para las obras coloniales de estos dos reinos. Este modo de impuesto fue lo que se conoció como el sistema de asientos. La corona luego asignaba manos para el trabajo a cada gobernador. Fue además una manera de lavarse la cara cuando la trata empezó a ser mal vista: «Eran los mercaderes y no las autoridades los que impulsaban la esclavitud».

El desgaste de las guerras imperiales debilitaron las flotas hispanas y portuguesas, algo que aprovecharon holandeses, franceses e ingleses con mejores barcos para transportar esclavos. Con el tiempo, hasta los suecos tuvieron fuertes negreros.

El sistema de asientos duró hasta finales del siglo XVIII, época en la que el rey Carlos IV autoriza a los súbditos americanos a comerciar, a cambiar esclavos, por ejemplo, por cacao y otros productos americanos.

En 1713, con la firma de la paz de Utrecht, se intentó limitar el expolio humano en África. Se autorizó a Inglaterra a transportar hacia América únicamente 4.500 esclavos por año durante un plazo de treinta años.

Este tipo de «intromisiones» en el libre mercado esclavo unido al coste de las licencias acrecentó el contrabando de africanos.

El historiador Arciniegas menciona dicha práctica desde el inicio de la colonización «los piratas describieron la gran mina, la mina que en el siglo XVI vale más que toda la hulla del mundo: África, con su carne color de carbón. La cuestión era muy simple, cazar negros en Sierra Leona y venderlos en Santo Domingo».

Santo Domingo y La Habana fueron los puertos más importantes del Caribe; Cartagena de Indias, la entrada de esclavos para Colombia, Venezuela o el Virreinato de Perú, Buenos Aires para el Río de la Plata y Paraguay y Pernambuco, el puerto dominado por los portugueses.

Una vez llegaban, pasaban los cuerpos sanitarios para ver si los esclavos no venían con pestes, luego los vendían y, a veces, los quemaban con hierros candentes, como se hacía para marcar el ganado. Se les seguía azotando para que obedecieran y luego se les echaba limón y sal a las heridas para que no gangrenaran.

La venta se mezclaba con la usura pues, en ocasiones, eran vendidos por pagarés, de dos o tres años. No solo los compraban terratenientes, también lo hacían meros artesanos para el servicio doméstico. Los recién llegados se llamaban esclavos bozales y eran los más baratos pues no hablaban castellano ni portugués ni conocían la religión cristiana. El hijo de un esclavo aunque el padre fuese un blanco pobre o un indio seguía siendo esclavo y eran más caros. Al igual que los negros criollos que nacían allí y hablaban castellano.

En ciertas regiones del «Nuevo Mundo», los afrodescendientes serán pronto más numerosos que los blancos, once veces más en las islas del mar Caribe, el doble en Brasil. Mil esclavos pueden llegar a pertenecer a un solo dueño.

«La duración media de la vida de un esclavo era de cinco a siete años. Pese a los abortos y los infanticidios, la mujer africana tuvo un papel histórico en la supervivencia biológica y cultural. […] Además de su papel económico, cumplió otro biológico, social y cultural de primer orden. Siendo muy poco numerosas con respecto a los hombres –la relación era de una mujer por cada dos, cinco y a veces quince hombres– fueron realmente la mujer y la madre comunes. Apegadas aún más que los hombres al continente perdido, sus canciones de cuna, sus cuentos y sus danzas representaron durante siglos el único hilo de araña, frágil pero irrompible, que formaba un puente con África. La rotación geográfica y cronológica de los esclavos era de tal envergadura que sin la estabilidad más sólida de la mujer muchos elementos de la herencia negro africana habrían desaparecido». (Ki-Zerbo Op. Cit. 329)

Además de los millones de africanos llevados a la fuerza a América, también se transportaron esclavos asiáticos, sobre todo filipinos hacia México, y jornaleros chinos, en régimen de semiesclavitud a Perú y EEUU, donde, por ejemplo, trabajaron instalando las vías de ferrocarril.

Tumberos: barcos negreros

Al principio los barcos negreros fueron galeones o naves confeccionados para llevar ganado, luego, impulsados por grandes capitales y confeccionados por ingenieros náuticos, se diseñaron especialmente para mercancía humana. Se construyron barcos exclusivos para transportar esclavos en los astilleros de Liverpool, Barcelona, Marsella. Eran naves rápidas, con tres plantas.

En Brasil se les empieza a llamar «Tumbeiros» porque constituyen auténticas tumbas para casi la mitad de los desplazados.

«Las flotas son, en efecto, un útil indispensable. Los barcos que llevan verdaderos nombres-programa (Con­­corde, Justice, Roi-Dohomey…) están provistos de un arsenal de hierros especiales, remaches, cadenas, puentes, falsos puentes, para controlar y almacenar el cargamento humano con la menor pérdida posible de sitio. […] ‘Hay que procurar que los negros hagan gárgaras con zumo de limón o con vinagre, para evitar el escorbuto, y dar toques con la piedra de vitriolo en las pequeñas llagas’». Si durante el viaje alguno se enfermaba, gravemente, o de algo contagioso, por miedo a epidemia lo tiraban al mar, vivo.

A pesar de que los vientos y las mareas favorecían el transporte «traer los negros de África es un problema» se lamentaba un comerciante:

«Se rebelan en los corrales, en las naves. No queda otro recurso sino asegurarlos con hierros en camas largas como mostradores de donde se les saca encadenados una vez al día. Para ganar espacio, a veces se les pone tan juntos que no pueden acostarse sino de lado, ‘como cucarachas’. Los muy bestias tienen una rara propensión al suicidio. A veces les obligan a bailar, sobre cubierta, para distraer al capitán, y los más ágiles saltan por la borda y se tiran al mar». (p. 220, Arciniegas Op. Cit.)

Algunos historiadores sostienen que durante los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX llegaron a América más de once millones de africanos. Lo que equivale a un genocidio de más de veinte millones de personas, pues por cada uno que se vendía en los puertos del «Nuevo Mundo», uno moría en el camino y otro en la caza.

En el Siglo de las Luces, de 1700 a 1800, fue cuando más se transportaron esclavos hacia América. Se desplazó a más de seis millones de esclavos.

Entre cincuenta y cien millones de africanos fueron trasladados a América o a Oriente –mercaderes árabes– o muertos por la trata –caza, almacenes y viajes–.

La consecuencia en África fue la de un continente roto, despoblado, fracturado. Pueblos agrícolas volviendo a la recolección para poder huir, tribus enteras quedan huérfanos de jóvenes vigorosos; los más buscados. Los habitantes de América y África vivieron entonces el genocidio más grande de la historia

Durante los primeros años del siglo XX, en algunas regiones, las estadísticas empeoraron, pues aunque oficialmente estaba prohibida la esclavitud, en el Congo belga y francés más de veinte millones de personas sufrieron un trabajo forzoso y un genocidio similar al anterior.

Antiesclavismo y esclavitud asalariada

Desde siempre existió rechazo hacia la esclavitud y la extensión del capitalismo. Oprimidos y solidarios del mundo protestaron o ayudaron a escapar a los encadenados. También protagonizaron revueltas, codo a codo, con los esclavos. Más adelante, voces ilustres como las de Rousseau o Voltaire dieron trascendencia a esa oposición.

Sin embargo, hay que saber que el abolicionismo o antiesclavismo se expandió sobre todo por intereses ajenos a lo humano. Las potencias europeas que colonizaron África necesitaban que se quedara allí la mano de obra; los capitalistas anhelaban consumidores con dinero que compraran sus mercancías —por lo que van a preferir esclavos asalariados—; las oligarquías criollas necesitarán que los esclavos negros o mulatos luchen vigorosamente en sus filas –en primera línea— prometiéndoles la libertad si derrotan a la Metrópoli y logran la independencia nacional.

Esados Unidos abole la esclavitud en 1807, Inglaterra en 1808 y España en 1872.

En 1825, ante la fiebre esclavista de la burguesía catalana, que no dejaba de enriquecerse, se publicó en Barcelona —traducida al castellano por Agustí Gimbernat— la obra de Thomas Clarkson Grito de los africanos contra los europeos, sus opresores, o sea rápida ojeada sobre el comercio homicida llamado tráfico de negros. En Barcelona y La Habana eran habituales las manifestaciones y publicaciones contra la compra y venta de seres humanos.

«La trata de negros empezó por razones económicas y acabó por razones económicas –sostiene Didier Gondola–. Siempre ha habido un sector ético que señalaba que había que frenar eso. Desde los siglos XV y XVI hubo una parte de la población europea, verdaderamente ilustrada, que señaló la deshumanización que caracterizaba la trata. Pero esa voz nunca consiguió hacerse oír porque los beneficios mandan. A principios del siglo XIX, los europeos se dieron cuenta de que el sistema esclavista se había sustituido por la revolución industrial. Por lo tanto, son cálculos económicos, no morales. La prueba es que liberaron a los africanos de la esclavitud y la sustituyeron por «las manos cortadas» de Leopoldo II. ¡Eso era sin duda peor que la esclavitud!”

Genocidio en el Congo

En 1885 las potencias acordaban ceder la mayor parte central del continente negro a la Asociación Internacional de África, dirigida por el rey Leopoldo II de Bélgica, para que «desarrollara la región, garantizara la supresión del comercio de esclavos y estableciera una zona de libre comercio». O lo que es lo mismo, un capítulo más de pauperización y desposesión para miles de centroafricanos.

Gran parte del territorio se parceló en concesiones asignadas a empresas internacionales, que deberían ceder parte de sus beneficios al Estado belga; las regiones en disputa o aún poco exploradas se consideraron como zonas abiertas al comercio y la otra parte se lo reservó Leopoldo II como propiedad personal. Hoy, algunos de esos trofeos aun se pueden ver Bélgica, en el museo Tervuren sobre África.

Muy lejos del Congo, una coincidencia en la vida familiar de un veterinario escocés, empeoraría aun más la vida, por llamarla de alguna manera, de los habitantes de esa región africana.

El hijo de John Boyd Dunlop cada día iba a la escuela pedaleando su triciclo por las bacheadas calles de Belfast. El pequeño se quejaba por el traqueteo incesante. Para amortiguar los golpes en aquellas llantas de goma maciza, a papá Dunlop se le ocurrió inflar unos tubos de caucho y, protegidos por una lona, fijarlos a las ruedas. Corría el año 1888, acababa de inventar el neumático. El desarrollo del neumático con cámara de Dunlop coincidía además con un momento crucial de la expansión del transporte terrestre: automóviles, camiones, motos y bicicletas. El precio y la demanda de caucho subió como la espuma. El árbol del caucho crecía silvestremente, sobre todo y casi exclusivamente, en el Amazonas y en el África Central.

Los grandes mercaderes belgas vieron en el caucho la oportunidad de recuperar la desventaja temporal que llevaban con respecto a las otras potencias en el saqueo de África. Los ingleses, por ejemplo, lograron sacar semillas fuera de la zona y la plantaron con éxito en las colonias asiáticas (Malasia) y la actual Liberia, donde más tarde se conocería como el país de la Firestone, por las inmensas plantaciones que tenía allí esa compañía.

Leopoldo II sabía que su monopolio duraría poco tiempo, entre diez y veinte años, lo que tardarían en crecer los árboles plantados de los otros comerciantes. Quizá por eso, su explotación fue tan despiadada como acelerada.

En 1898, la misionera británica Alice Seeley, viajó al Congo con su marido, John Hobbis Harris, en lo que tenía que ser una especie luna de miel. Sin embargo, lo que encontró fue el horror del desarrollo capitalista. El testimonio Seeley se sumó a otros que hablaban de aldeas quemadas y ejecuciones, para aquellos que no lograban recolectar suficiente caucho.

Mientras en Bélgica, se abrían grandes avenidas, suntuosos palacios y jardines interminables. Leopoldo II pasó a verse como un rey generoso que gastaba su fortuna en obras públicas y estaba volcado en civilizar a salvajes de lejanas tierras.

En otros lugares, como Gran Bretaña, el malestar forzó al gobierno a averiguar la verdad del asunto. En 1903, Roger Casement, el cónsul inglés que vivía en la desembocadura del Congo, recibió una misión secreta que consistía en ver qué sucedía río arriba y entablar conversación con los lugareños:

«No nos pagan. No nos dan nada […]. Solía llevarnos al bosque durante diez días para conseguir las veinte cestas caucho, sin comida, con bestias salvajes (leopardos) que nos mataban. Nuestras mujeres tenían que dejar de cultivar los campos y huertos. Rogábamos al hombre blanco que nos dejara en paz, diciendo que no podíamos conseguir más caucho, pero el hombre blanco y sus soldados decían: ‘id. Sólo sois bestias. Sólo sois Nyama (carne)’. Lo intentábamos, yendo cada vez más profundo del bosque, y cuando no lo conseguíamos y teníamos poco caucho, los soldados venían a nuestros pueblos y nos mataban. A muchos les disparaban, a algunos les cortaban las orejas; a otros les ataban con cuerdas alrededor del cuello y del cuerpo y se los llevaban.

‘-¿Cómo sabes si era el hombre blanco quien mandaba a los soldados? ¿No podía ser cosa de los soldados? -No, no, a veces llevábamos caucho a los puestos del hombre blanco (…) cuando no era suficiente el hombre blanco nos ponía en fila, uno detrás de otro, y disparaba a través de nuestros cuerpos.» (Citas por Thomas Pakenham y John Reader en sus investigaciones sobre África, extraídas del blog La Canción de Malaparta, de donde se extrajo la mayor parte de la información para este apartado).

Cada aldea tenía asignada una cuota de caucho si no la alcanzaba incendiaban las cabañas mataban a sus habitantes. En otros lugares, secuestraban a los hombres y se los condenaban a trabajos forzados, saqueando la aldea dejando únicamente a mujeres, ancianos y niños. En algunas zonas desaparecían mil jóvenes por mes. La región de Bolobo pasó de 40.000, a poco más de 1.000 habitantes. Niños supervivientes del genocidio preguntaban: ‘¿El hombre blanco no va a volverse a su casa nunca? ¿Es que esto va a durar para siempre?’».

El informe Casement se hizo público en febrero de 1904, acompañado de algunas fotografías de Alice Seeley que había vuelto al Congo para inmortalizar la barbarie. Lo que más repulsión causó fueron las imágenes de supervivientes con las manos amputadas: para asegurarse de que no desperdiciaban cartuchos ni mentían al decir que había dado escarmiento a todo un poblado, algunos encargados de concesiones hacían que sus soldados, muchos de ellos nativos, les llevaran las manos cortadas de aquellos a quienes asesinaban. Algunos «hacían trampa» cortando simplemente la mano o un pie, dejando la posibilidad de que la víctima sobreviviera. No todos lo hacían por «humanidad», si no para acortar el período de servicio, que duraba en función de la cantidad de extremidades mutiladas.

Se estima que antes de la llegada del hombre blanco el territorio de lo que sería el Congo albergaba unos veinte millones de habitantes. Un censo de 1911 bajó esta cifra hasta ocho millones y medio, el resto había sido asesinada, huido del país o muerta de hambre y explotación.

En los años posteriores el caucho fue reemplazado por la explotación de las riquezas del subsuelo. El Congo ha sido el país de donde se han extraído más diamantes y de de cuyas minas salió el uranio utilizado por EEUU para la bomba atómica de Hiroshima. En la actualidad se extrae gran parte de los metales que requieren los modernos dispositivos móviles.

El Congo francés, horrores similares

Debido al escándalo producido por el informe Casament, las autoridades francesas quisieron investigar las condiciones de sus caucherías en la parte que gobernaban del Congo.

En 1905 le encargaron la misión a Brazza, exgobernador de los territorios franceses en África ecuatorial y según algunas fuentes: «defensor de los derechos de los nativos contra la esclavitud y un soñador que había creído realmente que Europa podía ofrecer a los pueblos de África un futuro mejor». Recorrió 2800 kilómetros constatando los mismos horrores que Casement: esclavitud, pueblos masacrados, ejecuciones arbitrarias, regiones abandonadas o alzadas en armas.

«Brazza estaba recorriendo territorios que había conocido veinte años atrás como comunidades prósperas, que le habían invitado a compartir su comida y a los que había convencido para que firmaran tratados que les pondrían bajo la protección del hombre blanco. ¿Qué no habría de sentir aquel que había sido el responsable de su incorporación a Francia? Ahora los poblados estaban vacíos, y sus escasos habitantes corrían a esconderse en la espesura a su paso por temor a ese mismo hombre blanco».

Cuando Brazza regresó a la ciudad que llevaba su nombre estaba hundido físicamente, agotado por el duro viaje y los ataques de disentería. Sólo su voluntad de denunciar al mundo lo que había visto le mantenía en marcha. El 29 de agosto de 1905 Brazza recorría con dificultad el camino hacía el vapor que había de llevarlo de vuelta a Francia. Este sería su último viaje. El 14 de septiembre falleció en Dakar, donde habían desembarcado al empeorar su salud. Paradójicamente su muerte sirvió para ocultar el resultado de su misión. Los mismos que le pusieron como ejemplo de la ‘justicia y humanidad que son la gloria de Francia’ se encargaron de que su informe fuese enterrado junto con su cuerpo. El sistema de concesiones continuaría sin cambios durante varias décadas, auspiciado por la misma nación que hacía alarde de libertad y fraternidad». (Extraído del blog La Canción de Malaparta)

Conclusión, actualidad y consigna

Conocer la barbarie para comprender la actualidad. Describir la práctica llevada a cabo por la expansión capitalista a todos los rincones del mundo, incluidos los barrios obreros de Manchester o los suburbios de París. Desentrañar la sociedad dividida en clases en África o América, sin olvidarse de sus reinos o imperios locales.

El tenebroso pasado que explica la devastación de tantos territorios; la antigüedad de las mal llamadas guerras tribales; la ganas de escapar del África rota; lo legítimo, aunque limitado, que es pedirle una retribución a los ricos de Europa y el hecho de volcar el odio hacia esa burguesía blanca. Un pasado que nos enseña la necesidad de luchar, también, contra la burguesía africana, el capitalismo negro y los estados «del Sur», en fin contra el Estado en todas partes del mundo.

No hay explicación humana a tanta barbarie, solo la comprensión del funcionamiento de la dictadura del valor, del máximo beneficio, de la ganancia permanente, de la separación del ser humano con su especie, con su comunidad, nos permite conocer porqué sucedió todo lo que aquí se narra y porque nuestros compañeros cayeron gritando una consigna que hoy sigue teniendo tanta vigencia: «¡Revolución o barbarie!».

Rodrigo Vescovi

domingo, febrero 23

Tierra y libertad

El discurso de la lucha contra la Asturias vaciada, el despoblamiento y la desertización del mundo rural está desde hace tiempo en el argumentario de todos los políticos de izquierdas y derechas. Es obligado que el mensaje aparezca en los canutazos, en las intervenciones públicas, en los programas de los partidos, en los acuerdos de gobierno, en los debates de los tertulianos…

En el análisis coinciden todos: Asturias se desangra. El sector primario muere, la población envejece, los pueblos se quedan sin vecinos. Pero también las soluciones parecen ser similares en todo el espectro político, aunque es la izquierda la que más ha madurado sus propuestas. Y dentro de ella IU ha hecho una intensa campaña en favor de una “economía rural sostenible” y su discurso más actual recoge numerosas alternativas para paralizar la crisis del mundo rural.

Sin embargo, a la hora de la verdad las cosas cambian y los hechos demuestran que solo se aplaude la puesta en práctica de ese discurso siempre y cuando esas políticas estén dirigidas por las administraciones, desde arriba, desde el centro. Al menos en Pola de Lena.

El ejemplo más reciente de esa contradicción entre el discurso político y la realidad social es lo que acaba de ocurrir con el colectivo Palaciu de Ronzón en Lena, en donde el Ayuntamiento gobernado por IU y propietario del inmueble público a través de la Fundación que lo gestiona, ha favorecido un desalojo violento de un grupo de gente que lleva meses luchando por, precisamente, hacer realidad una economía local, autogestionada, ecológica, sostenible y, sobre todo autónoma, en el medio rural.

Esta antigua casona, vetusta mansión de la rancia nobleza local y que posteriormente pasó a manos públicas, ha permanecido cerrada muchos años, desde que otro colectivo, Escanda, fuera invitado a desalojarla, aunque en este caso para que Adif pudiera llevar a cabo unas obras de rehabilitación del edificio. Nunca más les dejaron volver, a pesar de que Escanda tenía tras de sí una trayectoria muy productiva en favor del desarrollo rural, del aprendizaje del trabajo de la tierra, de dar valor a las faenas agrícolas, de tratar de concienciar a los muchos jóvenes y no tan jóvenes que pasaron por allí, que el campo se salva desde el campo, tocando la tierra, organizando la producción agraria desde el respeto al medio ambiente y a la naturaleza. Escanda fue un modelo de autogestión de la tierra, un proyecto por el que pasaron decenas de jóvenes de todo el mundo para experimentar directamente otra manera de hacer las cosas.

Tampoco les gustó a los gobernantes locales ese carácter verdaderamente emprendedor, que hacía realidad todo aquello que llena los discursos de los políticos pero que parece causarles temor cuando lo ven en la práctica sin que ellos lo controlen.

Estas iniciativas, tanto la última del colectivo Palaciu de Ronzón, como la de Escanda, tenían varios elementos que no gustan a los gestores del sistema: su carácter autónomo, su desvinculación de las instituciones, su organización horizontal y descentralizada, su modelo asambleario y, lo más subversivo de todo: su propuesta autogestionaria.

Es comprensible e incluso deseable, que la derecha aborrezca estas ideas y las combata con todas sus fuerzas, pero de la izquierda se espera otra sensibilidad diferente. Bien es cierto que tanto la socialdemocracia como las fuerzas a su izquierda, de procedencia marxista como IU o Podemos, fueron siempre ideológicamente favorables al cambio desde arriba y que conciben la transformación social de una forma diferente a la de estos muchachos tan ácratas, es decir, con cierto control por parte de las instituciones y los gobiernos. Es legítimo que piensen así y defiendan este modelo, pero también es sorprendente que otros modelos autónomos y autogestionarios de transformación social desde lo local, como es el caso del colectivo Palaciu de Ronzón, sean aniquilados desde la izquierda acudiendo a la represión de las fuerzas policiales.

Y todo ¿para qué? ¿Todos esos proyectos de la Fundación Ronzón de hacer un centro de desarrollo rural para ayudar a fijar población en que han quedado? Estatutos, declaraciones de intenciones, normativas, buenas palabras…, todas ellas muy en consonancia con ese discurso del que hablaba al principio. Pero la vieja casona está mejor cerrada que con un grupo de hippies acratones que quieren hacer su pequeña revolución a partir de la propaganda por el hecho y que no esperan que les den permiso para poner en marcha su mundo nuevo.

Algunos medios de comunicación saltan enseguida a defender el desalojo de este colectivo y le hacen el caldo gordo a los que tomaron la decisión, publicando fotografías descontextualizadas de suciedad, caos y desorden para generar en la opinión pública una imagen distorsionada de lo que este colectivo allí estaba haciendo. Llevan años metiendo en el mismo saco de forma interesada (difama que algo queda), una ocupación de una vivienda, o la permanencia de un inquilino sin pagar en un piso con el histórico y bien definido movimiento okupa, un movimiento social de larga trayectoria, que persigue, no objetivos individuales sino comunitarios, que promueve dar uso a aquellos inmuebles que están vacíos, con fines culturales, sociales, políticos… En las facultades de periodismo se debería explicar con más rigor lo que es el movimiento okupa, que se ha ganado un hueco en la historia del pensamiento social contemporáneo y que está bien organizado, dispone de un programa bien definido y de una trayectoria honesta.

Okupar, con«k» es lo que hizo hace meses el colectivo Palaciu de Ronzón para dar un uso comunitario a un caserón en desuso, símbolo de la explotación feudal. Para dar vida al pueblo, para generar una actividad económica local, formar a los jóvenes en el trabajo campesino. Sí, es cierto que una okupación es, casi siempre, ilegal, pero no ilegítima cuando el fin que se persigue genera un beneficio no solo para sus ocupantes, sino para la comunidad y el entorno rural, y también para la sociedad, a la que se le traslada un mensaje crítico.

Tierra y Libertad era el lema de los magonistas de la revolución mexicana. Ellos también ocuparon tierras y casas y las pusieron a trabajar para el pueblo. Tierra y Libertad es también el mensaje que hay detrás de la ocupación del Palaciu de Ronzón, un grito de ilusión, un proyecto de vida alternativa que ahora ha sido desmantelado por la fuerza de los que tienen el monopolio de la violencia y amparado por aquellos que dicen defender las luchas sociales desde los despachos.

Fernando Romero

jueves, febrero 20

Contemplación


Destila la hoja la humedad nocturna,
aún no existe, como tal, la gota.
Comienza a condensarse el agua,
resbala delicada por el borde,
pesa lo suficiente, nace
y en ese instante exacto
se derrama, cae, desaparece
su efímera existencia.
Sin embargo, al caer, su sonido
serena el atento oído del viajero,
su golpe sobre la superficie del lago
producirá círculos concéntricos
que moverán la orilla lejana
y el movimiento llegará hasta el fondo
donde un grano diminuto de arena
cambiará para siempre de lugar.


Poema de Begoña Abad en: José María García Linares. 'Nacer para aprender, volar para vivir. Un acercamiento a la poesía de Begoña Abad'. Ed. Pregunta. 2019

lunes, febrero 17

Australia: un atisbo de lo que se avecina


Desde el pasado septiembre, es decir, nada menos que durante cinco meses hasta el momento de escribir estas líneas, el fuego devora los bosques australianos a una escala sin precedentes. Las cifras, por el momento, son de 26 personas y en torno a 500 millones de mamíferos, aves y reptiles muertos, con más de 10 millones de hectáreas calcinadas (una superficie más grande que Portugal).

“Según la Oficina de Meteorología, 2019 fue el año más seco y caluroso registrado en Australia. En comparación con el período 1961-1990, la media nacional de precipitaciones para 2019 fue un 40% menor y la temperatura media de Australia fue 1,52°C más alta, superando el récord anterior de +1,33°C en 2013” 1. Sin embargo, para el primer ministro australiano Scott Morrison y su gobierno, los incendios no tienen nada que ver con el cambio climático.

De hecho, aunque sostiene que los incendios en Australia “siempre han existido”, esto tampoco parece importarle mucho, dado que en los últimos años los servicios contra incendios australianos han sufrido continuos recortes. En Nueva Gales del Sur, uno de los estados más afectados por el fuego, el servicio antiincendios urbano sufrió recientemente un recorte de 20 millones. Pero lo más impactante es que el cuerpo de bomberos/as destinado a las zonas rurales y naturales está compuesto en su gran mayoría por voluntarios/ as no remunerados/as, que han tenido que enfrentarse al infierno durante meses sin siquiera poder ganarse la vida con ello. No fue hasta el 4 de enero que el gobierno convocó a 3.000 militares para sumarse a los trabajos de extinción.

Tras el shock inicial, llega la respuesta popular. El 10 de enero se celebraron manifestaciones multitudinarias en todo el país, con cerca de 50.000 personas en Sydney y 30.000 en Melbourne, entre muchas otras, pidiendo la dimisión de Scott Morrison, la contratación de los bomberos voluntarios y la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles, especialmente del carbón, del que Australia es el tercer mayor exportador a nivel mundial. Habrá que esperar a ver si esto puede ser el comienzo de algo o si el descontento se va a ir apagando al tiempo que las llamas.

Para hacer un pequeño repaso de lo que está pasando en Australia más allá del fuego y tratar de comprender lo que queda por delante, hemos traducido un artículo publicado originalmente en la revista estadounidense Jacobin, que creemos que resulta interesante para acercarnos un poco al otro lado del globo.2

Destructores del clima

Los incendios forestales no son nuevos en Australia, pero el aumento de las temperaturas en un mundo cada vez más caliente los hace más calurosos, más intensos y más difíciles de combatir. Empiezan antes, duran más y llegan a lugares que antes no estaban afectados.

Todo esto, por supuesto, concuerda tanto con las tendencias internacionales como con las predicciones específicas para Australia. En 2007, por ejemplo, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (haciéndose eco de cantidad de informes australianos) advirtió que “las olas de calor y los incendios aumentarán en intensidad y frecuencia”.

A pesar de tales advertencias, Australia ha seguido aumentado la tasa y la magnitud de la extracción y el consumo de carbono. El país ahora se clasifica como el tercer mayor exportador de combustibles fósiles del mundo (después de Rusia y Arabia Saudí). Además de eso, recientemente jugó un papel protagonista en el colapso de las conversaciones climáticas de la COP 25, donde el empeño de Australia en aferrarse los llamados créditos de emisiones hizo fracasar los intentos de establecer objetivos más ambiciosos.

Al mismo tiempo, tanto el gobierno federal como el estatal quieren que el gigante multinacional Adani abra una enorme mina de carbón en Queensland, un proyecto que facilitará la extracción de gas de esquisto en la cuenca Beetaloo, y nuevos proyectos de extracción de carbón y gas en las cuencas North Bowen y Galilee, que sumarán 4.600 millones de toneladas de carbono a la atmósfera.

El año pasado, el más cálido en la historia de Australia, con temperaturas de 1.52 grados por encima de la media, el gobierno dio la aprobación ambiental a la compañía energética noruega Equinor para un pozo petrolero en la Great Australian Bight, una importante zona de cría para la ballena franca austral en peligro de extinción.

Carbón y troleo

El entusiasmo personal del primer ministro Scott Morrison por el carbón, que una vez blandió un trozo del mismo en el parlamento- explica de alguna manera su extraña indiferencia sobre la crisis actual.

En noviembre, cuando el comisionado del Servicio de Bomberos Rurales de Nueva Gales del Sur, Shane Fitzsimmons, advirtió de que las condiciones “catastróficas” elevaban el riesgo hasta “lo desconocido”, Morrison envió por Twitter sus “pensamientos y oraciones” a las víctimas de los incendios forestales, seguido de una foto suya en un evento deportivo en Brisbane. “Va a ser un gran verano de cricket”, dijo, “y para nuestros bomberos y comunidades afectadas por el fuego, estoy seguro de que nuestros muchachos les darán algo por lo que alegrarse”.

En diciembre, cuando las condiciones empeoraron, no se encontraba a Morrison por ninguna parte hasta que los periodistas lo ubicaron de vacaciones en Hawai. Una foto ampliamente difundida lo mostraba en pantalones cortos, sosteniendo una cerveza y haciendo el gesto de shaka ante la cámara.

Cuando en las elecciones de mayo los liberales en el poder lograron una victoria inesperada, interpretaron este resultado como una confirmación de que los llamados “australianos silenciosos” sienten una creciente hostilidad hacia la agenda progresista “elitista”, en la que incluyen la acción contra el cambio climático.

El parlamentario conservador Craig Kelly, por ejemplo, instó a los miembros de los Amigos Parlamentarios de las Exportaciones de Carbón (¡sí, eso existe!) a “quemar tanto petróleo y gas como sea posible durante el verano: ponga su asado en un horno de gas, llene sus bombonas de gas y vuele de un extremo del país al otro”.

El gobierno se sintió tan seguro de la indiferencia pública hacia el cambio climático que prometió una legislación draconiana contra Extinction Rebellion y otros activistas, y el Ministro del Interior, Peter Dutton, describió a los ambientalistas como “marginales”, que deberían ser avergonzados públicamente y cumplir sentencias de cárcel. “Estas personas no son manifestantes, son anarquistas”, explicó. “No creen en la democracia, no creen en nuestra forma de vida”.

La estrategia de “carbón y troleo” de Morrison significó que, durante gran parte del año, los liberales consideraron que reconocer en modo alguno la relación entre el calentamiento global y los incendios forestales era hacer una concesión inaceptable a la izquierda.

Por lo tanto, en septiembre, cuando las condiciones en el sureste de Queensland y el norte de Nueva Gales del Sur rompieron récords en el Índice McArthur de Peligrosidad de Incendios Forestales, el ministro de sequía y desastres naturales, David Littleproud, dijo en una entrevista que no estaba seguro de “si el cambio climático es de origen antrópico”.

Incluso en una fecha tan avanzada como el 31 de diciembre, el ministro de Energía, Angus Taylor, publicó un artículo en la publicación negacionista de Murdoch, “The Australian”, titulado: “Deberíamos estar orgullosos de nuestros esfuerzos de cambio climático”. Fue una declaración que coincidió con la imagen ampliamente difundida de cinco mil personas acurrucadas en una playa en la ciudad costera de Mallacoota sumergiéndose en el agua para escapar de las llamas invasoras.

La reacción

No es sorprendente que el gobierno se enfrente ahora a reacciones en su contra. Cuando, por ejemplo, Scott Morrison visitó la ciudad de Cobargo, devastada por el fuego, los lugareños le increparon en la calle. “No obtendrás ningún voto aquí, amigo”, gritó un residente. Un bombero se negó a estrechar la mano del primer ministro (aunque Morrison la agarra de todos modos). “Estoy seguro de que está cansado” fue la justificación de Morrison. “No”, respondió un funcionario, “acaba de perder su casa”.

De repente, el popular Scott Morrison parece un David Brent de las antípodas. Incluso el ministro de Transporte de Nueva Gales del Sur, Andrew Constance (miembro del propio partido del primer ministro) ha reconocido que Morrison “probablemente merecía” el trato que recibió en Cobargo.

Aunque el aparente colapso de la popularidad de Morrison deja una puerta abierta para el Partido Laborista (ALP), no está claro si su liderazgo traería consigo alguna mejora significativa. El actual líder del ALP, Anthony Albanese, sí habla abiertamente de la relación entre estos incendios y el calentamiento global, pero los laboristas siguen estando del lado del Partido Liberal en lo que respecta a su compromiso con el carbón. Por ejemplo, Albanese recientemente atacó el sentimiento anti-carbón dentro de su partido, con el clásico argumento del “traficante de drogas”: “Si Australia dejara de exportar hoy”, dijo, “no habría menos demanda de carbón: el carbón vendría de otro sitio”. Eso fue el 9 de diciembre, con el país ya bien en llamas. En Queensland, es una administración laborista la que está impulsando el proyecto de la mina de Adani y un primer ministro laborista el que pide el encarcelamiento de los manifestantes climáticos.

Todos hemos escuchado discursos grandilocuentes sobre el cambio climático por parte de Al Gore y Barack Obama. Pero sabemos que han marcado muy poca diferencia para la gente común. Hasta la fecha, las conferencias internacionales sobre el medio ambiente han logrado proporcionar un telón de fondo para tales vuelos oratorios, incluso a medida que las emisiones de carbono aumentan año tras año.

En Australia, la catástrofe de los incendios forestales ofrece una oportunidad para un enfoque diferente. Después de todo, el cambio climático ya no representa un posible futuro en este país. Evidentemente, es algo que está sufriendo la gente común aquí y ahora.

Por lo tanto, existe una oportunidad para vincular la reparación a corto plazo y las soluciones a largo plazo con, por ejemplo, la necesidad obvia de planes de rescate en las áreas afectadas que legitimen reformas estructurales para una economía descarbonizada.

En el pasado, los esfuerzos por romper con la dependencia de Australia del carbón podrían haberse visto como una amenaza para el empleo en la Australia rural. Pero la devastación actual en el entorno rural muestra cómo la viabilidad a largo plazo de las comunidades del país depende de una “transición justa” hacia el abandono de la minería.

Ya hemos visto a sindicalistas negarse a trabajar en la neblina contaminada de Sydney, una movilización concreta que muestra el potencial para una acción climática más amplia. Del mismo modo, la ira de esas personas en Cobargo sugiere un sentimiento que podría unir la energía e idealismo de las huelgas climáticas estudiantiles con el poder social de la clase trabajadora. Por supuesto, es fácil hablar sobre un nuevo movimiento climático, y no es tan fácil construirlo, especialmente dado el estado de la izquierda. Pero, ¿qué otra opción tenemos?

El alcance de los incendios de este año sugiere lo que está por venir. Lo que enfrentamos hoy representa solo el comienzo de lo que enfrentaremos a medida que las temperaturas globales cambien. No todos los países tendrán incendios. Algunos enfrentarán sequías, inundaciones o heladas. Pero no hay ningún lugar que no se vaya a ver afectado por lo que se avecina. El desastre que afecta a Australia presagia una crisis más amplia a la que la izquierda internacional debe responder.



viernes, febrero 14

Turismo Alimentario


Lo comentábamos en el artículo anterior: los alimentos no dejan de viajar. Pescado, carne, soja, leche o galletas milkilométricas en rutas de despropósitos destrozando el clima y los sistemas agrícolas locales. Pero, ¿en qué viajan?
Mayoritariamente en barco, y si visitan en internet algunas de las muchas páginas que muestran ‘rutas marítimas comerciales’ los podrán observar.

Encontrarán mapas mundiales que, bien en directo o bien de años anteriores, sitúan a los cerca de 60.000 barcos de carga que están constantemente -todos los días- moviéndose en los océanos de planeta, representados por puntitos que corren por la pantalla como los protagonistas del antiguo juego del comecocos pero sin nadie que se los trague; de hecho, cada vez hay más. Muchos transportan petróleo, el resto transportan contenedores repletos, entre otras cosas, de materia prima agraria y alimentos.

Este sistema de transporte es una de las explicaciones del (supuesto) precio barato de los productos que tenemos en el supermercado. El revolucionario sistema de los contenedores apilados como piezas del Tetris ha conseguido generar una economía de escala. Cualquiera de esos puntitos en movimiento es un buque de 300 o 400 metros de eslora (la longitud de tres o cuatro campos de fútbol unidos) que con solo 20 operarios puede cargar hasta 80 mil toneladas de productos. Añadan los tejemanejes y ahorros que consiguen navegando con banderas de conveniencia, las condiciones a las que se somete al personal y el tipo de combustibles residuales y muy contaminantes que utilizan para comprender el porqué de esos (supuestos) bajos costes.

Desde el pasado 22 de agosto ya podemos ver un nuevo puntito moviéndose entre el puerto de Dajla, en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, y Algeciras. La propiedad de los barcos es la empresa francesa CMA CGM, junto con Maersk, una de las más grandes del sector. Mucho me temo que será un trayecto de éxito y rápida consolidación porque está diseñada para el boyante negocio del comercio de los productos hortícolas y pesqueros que grandes empresas cultivan y pescan en tierras y aguas saharauis que no les pertenecen y que distribuyen por toda Europa.

Otra ruta más que fortalece un sistema alimentario que mucho se parece al turismo ‘low cost’. Muchos alimentos viajando por muchos lugares a precios muy baratos. Pero como este turismo, las consecuencias son (sin ninguna suposición) muy caras. Solo los barcos comerciales representan un 4% de los gases con efecto invernadero, se calcula que más de 1,5 millones de marineros trabajan en condiciones injustas y vulnerables y, en tierra, cada vez son más las personas que no pueden vivir de sus producciones locales. En este caso, con el apoyo incondicional de la Unión Europea que, periódicamente, renueva los tratados de comercio con Marruecos reforzando ilegalmente la ocupación marroquí del Sáhara Occidental.


 El Periódico de Catalunya, 27 septiembre 2019. Gustavo Duch

martes, febrero 11

El envase humano


Los sueños más inimaginables del ser humano, poco a poco, van cumpliéndose. Aunque no tenemos alas, volamos, y dicen que hemos llegado hasta la Luna. Aunque estemos a miles de kilómetros de otra persona, nos comunicamos con ella al instante y en tiempo real con absoluta facilidad. O podemos llevar encima, sin ningún sobrepeso, toda una filarmónica y escuchar sus melodías con una sola pulsación. Pero queremos más. Por eso hay mucha ciencia dedicada a las mejoras de nuestro chasis, en búsqueda de cuerpos humanos a los que no les pase el tiempo, que no llegue nunca la vejez. Cuerpos detenidos en una eterna juventud, que sean inmortales. Que nada pueda degradarlos, que seamos de un material incorruptible.

Y en esta asignatura también avanzamos a pasos agigantados. Porque si lo que indican muchos estudios es cierto, es fácil predecir que, a corto plazo, la materia principal de la que estará hecho nuestro cuerpo tendrá exactamente las características deseadas: moldeable, resistente a la corrosión, no biodegradable, flexible y muy muy perdurable. Como comemos mucho plástico, es lógico pensar que nos convertiremos en cuerpos de plástico.

Un avance impensable que recientemente ha corroborado el “Grup de Recerca en Epidemiologia Clínica i Molecular del Càncer del Institut Hospital del Mar d’Investigacions Mèdiques” (IMIM), dirigido por el Dr. Miquel Porta. Analizando las muestras de orina de 20 personas voluntarias en búsqueda de 27 compuestos derivados del plástico, han encontrado 20 de ellos en todas las muestras. Una muestra pequeña pero un resultado absoluto.

Parece ser que una parte importante de esta plastificación de nuestro cuerpo llega por la ingestión de alimentos expuestos al plástico, que no nos equivocamos al afirmar que, en nuestro sistema alimentario convencional, son prácticamente todos. Agua, alimentos frescos como la carne, la fruta y las hortalizas, los procesados…todo va bien cubierto de varias capas de plástico.

Otra parte significativa deriva de comer alimentos que no solo llevan plástico por fuera, lo llevan también en su interior. Nos referimos a los alimentos llegados del mar, donde el plástico representa, en el caso del Mar Mediterráneo el 95% de los residuos que flotan, según explica la organización WWF. En total, anualmente, excretamos sobre el Mare Nostrum, entre 70.000 y 130.000 toneladas de microplásticos y entre 150.000 y 500.000 toneladas de macroplásticos, el equivalente a 66.000 camiones de la basura. Una preocupación que en el caso de Barcelona cobra aún más importancia. cuando investigaciones del Instituto de Ciencias del Mar, revelan que en sus zonas de pesca, la basura puede suponer hasta el 38% de la captura en las redes.

Esta metamorfosis a seres de plástico no parece buena para la salud pero ganaremos desde el punto de vista ecológico ya que al morirnos no será necesaria la incineración, nos echarán el contenedor amarillo para su posterior reciclado. El Homo Plasticus, un avance más de nuestra modernidad.


  El Periódico de Catalunya. Gustavo Duch

miércoles, febrero 5

Vetos y autoritarismo


Procuro no tener por costumbre entrar al trapo en cuestiones que inundan los medios en este país y que, además de servir para mantener entretenido al personal en discusiones estériles, encubren problemas más acuciantes. No obstante, como a veces subyacen temas auténticamente importantes, merece la pena lanzar unas cuantas reflexiones o exabruptos sobre el veto que los partidos de derecha, conservadores o abiertamente reaccionarios, quieren implementar frente a la educación del Estado. El tema de la educación de los chavales resulta primordial y, en una visión simplista e interesada, el primer punto del debate es dilucidar si la responsabilidad corresponde a los servicios públicos (léase Estado) o a los propios padres. Sin embargo, de entrada hay que aclarar que, con escasas excepciones, los dos polos ideológicos enfrentados resultan cuestionables, ya que ambos realizan sus argumentaciones desde aspiraciones de poder. Es decir, la conquista del Estado y, consecuentemente, el control de la educación, la cultura, etc. Esto, aunque puede parecer exagerado a algunos, y a pesar de que la clase política se llene la boca de democracia o constitucionalidad, hay que verlo así. Todos los partidos, con sus estructuras jerarquizadas, que reproducen la propia constitución del Estado, tienen cierto prurito totalitario.

Es cierto que, a pesar de ello, hay demasiados matices en el asunto, pero lo que está en juego es la libertad del individuo. Hoy, con la llamada izquierda institucional en el Gobierno se critica el veto que ciertos padres puedan hacer a algunos aspectos de la educación pública y se argumenta que la propiedad de los hijos no es de los padres. Algo con lo que, por supuesto, no puedo estar más de acuerdo, pero no hace falta aclarar que dicha propiedad, o incluso tutela en su sentido más autoritario, tampoco es del Estado ni de la colectividad. Si no gusta esta última palabra, por sus resabios totalitarios, podemos hablar incluso de la sociedad, cuyo afán podría ser proteger, pero no controlar. Dicho esto, el tema más importante de fondo es la propia libertad del individuo frente al poder político, la de los chavales por supuesto, pero también la de los padres. Si no nos gusta como se ejerce esa libertad, es algo que tenemos que asumir desde un punto de vista libertario, y recuerdo aquí que deberíamos oponernos a toda tentación autoritaria y, valga la redundancia, también totalitaria. Volviendo a la lógica del poder, que nos es tan ajena, pero que hay que tener en cuenta en la sociedad que hoy vivimos, hoy gobiernan unos, pero mañana lo harán otros. Cuando las derechas impongan ciertos postulados ideológicos en la educación, es de recibo que se defienda que progenitores razonablemente progresistas puedan oponerse de alguna manera a ello.

No obstante, la cuestión es espinosa y, aunque resulte insatisfactoria toda visión abstracta, yo al menos tengo que defender una vez más la libertad de cada cual frente al poder. Libertad de los padres, aunque incluso nos repugnen algunas opiniones, pero más importante, libertad de los educandos en sus progresivo acceso a la madurez. Esto, de lo que apenas se habla, que los chavales también decidan, es otro tema delicado, pero hay que enfrentarlo al afán totalitario de unos y otros. Recordemos que, en nombre del Estado, se ha tratado siempre de adoctrinar y hacerlo además, tiene bemoles, en nombre de lo mejor para el ciudadano y la sociedad. Hay que criticar el papelón que está haciendo la izquierda parlamentaria, con sus recursos estatales y jurídicos contra lo que no consideran el bien común, en nombre además del progreso y de una visión de lo correcto poco menos que trascendental. Si se ahorraran esto, si de verdad quisieran educar e influir en una cultura amplia que respete la diversidad sin herramienta autoritaria alguna, tal vez podrían desarmarse esa acusaciones de sectarismo ideológico y de totalitarismo político por parte de unas derechas que, por supuesto, poco tienen que enseñar al respecto. Como siempre sostuvieron los anarquistas, tan preocupados por una educación amplia como garante para una sociedad justa y libre, los medios deben adecuarse a los fines, por lo que la libertad es el único camino.


domingo, febrero 2

En este poema la culpa de todo la tiene la mujer

 
En memoria de todas las mujeres
víctimas de la violencia de género

¿Llegará hasta las almas este mi dolor?
¿Se hará tangible este martirio como los
otros donde hay violencia y sangre…?


Mercedes Pinto (Él)



Ella disponía de sucesos pasados
a su alrededor,
como cartas de una baraja maldita
en los bolsillos del delantal.

Su madre no denunció.
El párroco le dijo que aguantara
junto a su marido.

Su prima no denunció.
Se avergonzó cuando el policía del puesto,
sin querer,
le hizo sentir ridícula.

Su compañera de piso,
que se casó joven,
no denunció.
No quería abandonar el pueblo,
su madre estaba enferma.

Su mejor amiga no denunció.
“Por mis hijos, que necesitan un padre”, dijo.

La dependienta de su panadería
no denunció, tuvo miedo
de ponerse a todo el pueblo en contra.

Así que –llegada la hora
tampoco ella denunció.

El mismo día en que la mató su novio
en el bar del al lado escuché:
“Es que no había presentado denuncia,
parece mentira”.

Esta última mujer
también fue declarada culpable
de su propia oscuridad,
y hasta una tertuliana
usó su muerte
queriendo probar en prime time
que la Ley no sirve para nada.
Pasados unos meses
se convirtió en dato estadístico.
Así,
ya con forma de dígito,
fría como todos los números,
había llegado más lejos
que todas las demás mujeres del poema.


Antonio Revert. "Mobiliario básico", Ediciones En Huida, 2018.