Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, enero 29

Antidesarrollismo

En los últimos tiempos se ha dejado sentir la necesidad de un enfoque global de la crisis capitalista desde una perspectiva libertaria y antidesarrollista, o sea, contraria al productivismo y estatismo de los dirigentes, instalados o aspirantes, tanto en sus versiones duras como en las alternativas.

El nuevo planteamiento no consiste en un simple rechazo del neoliberalismo y del keynesianismo, del desarrollo “sustentable” y de la economía “social” integrada, distintas fórmulas politico-económicas de la implantación real y global del capitalismo. Más bien apunta contra el modo de vida industrial que éste impone (consumista y urbano), contra sus vías de penetración y expansión, contra la política institucional y contra el Estado.

La idea de desarrollo es un reflejo degradado de la idea burguesa de progreso. En el lenguaje político, su uso es relativamente reciente y a menudo lo ha sido en oposición a la de “subdesarrollo” o dificultad de engendrar “riqueza” y repartir “bienestar”, es decir, problemas a la hora de acumular capitales y generar una determinada capacidad adquisitiva. El desarrollo no se justificaba en sí mismo, sino por su contrario, supuestamente indeseable. Así pues, no ofrecía posibilidad alguna de elección: era como un “tren en marcha” al que obligatoriamente había que subir. Al acabar la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento económico –el desarrollo- pasó a ser no sólo el principal objetivo de la política, sino la solución capitalista a todos los problemas políticos y sociales. En la nueva etapa desarrollista, el proletariado dejaba de ser un obstáculo, pues a partir de un cierto grado de “bienestar” su potencial revolucionario desaparecía.

Es más, a medida que devenía una fuerza instruida y consumista, a medida que se alejaba de la penuria y devenía “capital humano”, contribuía a la estabilización del régimen. Gracias a una conjunción favorable de factores históricos de diversa índole, el capital había superado una etapa de dominio formal, estrictamente económico, y se estaba adueñando de cualquier actividad humana. En tanto que relación social mediatizada por mercancías absorbía cualquier aspecto de la vida íntima o pública. El sector terciario aumentó en detrimento de la industria y donde antes había clases luego hubo masas, suma de individuos aislados, sin memoria y sin vínculos, incapaces de relaciones intensas y compromisos duraderos, entregados a sus intereses particulares, fáciles de atemorizar y aptos para ser manipulados. Evidentemente, los cambios no ocurrieron sin contratiempos ni retrocesos, pues la resistencia obrera fue tenaz y la negativa de las nuevas generaciones a vivir sometidas a los imperativos del consumo dio lugar a episodios gloriosos de rebeldía como la revuelta americana de los sesenta, el Mayo francés del 68, la rebelión checoeslovaca de 1969, el Movimiento de la autonomía italiana del 77, el movimiento asambleario hispano o la irrupción de Solidarnosc en Polonia.

Por otra parte, la propia casta política vencedora era reacia a un uso moderado de sus privilegios y a sacrificar a su amplia clientela en aras de las exigencias de los mercados, por lo que a menudo trató de salvaguardar sus intereses corporativos recurriendo al nacionalismo y populismo en un afán de retardar la fusión del Estado y el Mercado. Sin embargo, la fusión era consecuencia lógica de un desarrollismo que unificaba la política con la economía, las finanzas con la vida y la urbe con el territorio. A partir de entonces, el anticapitalismo será también antidesarrollismo y antiestatismo, crítica de la política y de la industrialización del vivir, lucha antiurbanista y defensa del territorio. Las últimas crisis inmobiliarias, crediticias y financieras han puesto en entredicho la capacidad del sistema para aumentar la “demanda interna”, pero no han bloqueado su desarrollo. Simplemente han demostrado que las contradicciones que traban el crecimiento de la economía son cada vez mayores, pero de momento, posibles de superar por ejemplo con el empuje de los mercados “emergentes”, aunque al precio de reproducirlas a escala ampliada. Eso quiere decir que en la última etapa del capitalismo, el crecimiento global depende cada vez más de la demanda mundial de tecnología, materias primas y alimentos, es decir, de la logística, de las multinacionales y de las zonas donde, gracias a una
reserva enorme de mano de obra, todavía es posible la expansión.

Sin embargo, la crisis interna, estructural, no es la única que amenaza con paralizar el funcionamiento del sistema. La privatización y explotación intensiva de recursos conduce rápidamente a su agotamiento, dando lugar a una deriva demencial, tal como ilustran los proyectos empresariales y las guerras surgidas tras despuntar la crisis energética. Así pues, la fase extractivista que caracteriza el actual momento económico, sumada a las consecuencias ambientales de dos siglos de actividad industrial y al extraordinario auge de las infraestructuras, sobre todo de transporte, incuba un nuevo tipo de crisis que actúa desde fuera y se manifiesta en forma de ruina ambiental, fealdad, contaminación, agujero en la capa de ozono, cambio climático, pandemias, urbanización generalizada, destrucción del territorio, etc. El sistema intenta reproducirse y desarrollarse convirtiendo, con la ayuda de la tecnología, esa crisis externa en mercado, de acuerdo con los postulados de la “sostenibilidad”, pero sin poder evitar que las condiciones de vida bajo el régimen capitalista sean cada vez más física y mentalmente insoportables. La crisis aunque plantea la urgencia de una respuesta de masas, no desemboca necesariamente en una movilización general que reclame cambios drásticos y pugne por ellos. Predomina en las masas afectadas una actitud contraria, posibilista, ya que la sumisión es inevitable en sociedades anómicas. Fenómenos como la precarización de la mano de obra, el empobrecimiento y la exclusión no han provocado conflictos sociales de importancia, contrariamente a lo que hubiera pasado hace tan sólo unas décadas.

En el terreno laboral, la comunidad de intereses es extremadamente difícil. La naturaleza del trabajo asalariado ha llegado a ser tan antinatural que nadie en sus cabales puede considerar seriamente la autogestión. En cambio, dicha comunidad resulta fácil en las luchas en defensa del territorio. Éstas ha podido llevar más lejos la oposición al desarrollismo, puesto que el nivel de americanización y artificialización de la vida es menor que en los aglomerados urbanos. Además, el territorio es el eje sobre el cual pivota actualmente la producción y circulación de mercancías, y por lo tanto, el eslabón principal de la cadena. Sin embargo, tales luchas casi nunca han sobrepasado el horizonte reivindicativo local, ni tampoco han conseguido extenderse lo suficiente salvo allí donde existían sólidas comunidades campesinas. Para un sector importante de la población no es tan deseable la eliminación de las contradicciones del sistema mediante un cambio social radical y se pronuncia por el voto ciudadanista. Las crisis no han sobrepasado situaciones financieras límite sino en contados casos y por lo tanto, no han empujado con fuerza a las masas, fundamentalmente urbanas, hacia soluciones drásticas e imaginativas. Signo de que la enfermedad mortal del sistema no ha entrado en su fase terminal, es más, éste se adapta a ella hasta incorporarla como un componente más. Esto explica que las alternativas autónomas surgidas al margen del capital hayan podido ser recuperadas en gran parte y sus promotores cooptados por el Estado (abundan los ejemplos en Brasil, Argentina, Grecia...). El dominio real del capital en su etapa actual se manifiesta como un proceso de quiebra controlada y rentabilizable.

El mercado de la tecnología ha tropezado con límites insalvables, y, por consiguiente, la innovación tecnológica no puede seguir actuando de motor económico. Las dificultades crecientes del desarrollo capitalista que evidencia la caída del consumo en las conurbaciones han orientado el sistema hacia la explotación de los recursos naturales: bosques, agua, minerales, gas de esquistos, paisaje, tierra... En adelante, el crecimiento económico se sostiene principalmente sobre el expolio territorial. En consecuencia, el desarrollo social capitalista se muestra ante todo como crisis del territorio, causa de múltiples resistencias y experiencias autónomas capaces de poner en pie una comunidad de combate, o si se quiere, un sujeto consciente. La cuestión territorial se convierte entonces en cuestión social: los conflictos del territorio no son medioambientales ni tampoco simplemente económicos, son eminentemente sociales. La construcción de una fuerza social consciente de sí misma y de sus objetivos en un momento esencialmente defensivo puede darse de modo paulatino, ya que va ligada a la conflictividad desencadenada por procesos de destrucción rural típicos del periodo extractivista y también a procesos de descomposición urbana, responsables de proporcionar a la lucha la mayoría de efectivos. Pero para la reaparición del sujeto histórico no bastan una defensa del empleo, una protesta “nimby” o una moneda “social”. Habrá que reducir el interés privado a la proporción justa y reproducir a la vez un espíritu comunitario para salir del capitalismo manteniéndose lejos de las instituciones.

La emergencia del sujeto de la historia dependerá, tanto del grado de segregación del capitalismo que la comunidad de lucha sea capaz de alcanzar, como de la intensidad de sus enfrentamientos con el Estado, pero por encima de todo, dependerá de que haya sabido reapropiarse de una perspectiva histórica, condición sine qua non de un pensamiento estratégico. Desde luego, una situación crítica excepcional que arroje a la calle y al campo a contingentes numerosos puede favorecer la constitución de una nueva clase proletaria universal, pero sólo si el punto de vista histórico se halla presente. Puede incluso brindar la ocasión de una ofensiva con tal de que los proletarios de nuevo cuño consigan organizarse sin jefes, elaborar una estrategia de lucha y dotarse de instrumentos de ataque adecuados. La crítica antidesarrollista quiere aportar su grano de arena en la clarificación necesaria que precede a cualquier batalla.

El combate antidesarrollista se inscribe en un proceso múltiple de desglobalización, desurbanización, desindustrialización y desestatización abocado al objetivo de una sociedad descentralizada y autogobernada, antipatriarcal, organizada horizontalmente, equilibrada con la naturaleza y capaz de defenderse sin necesidad de recurrir a ejércitos ni a prisiones. Una sociedad libre no tiene nada que ver con fundamentalismos naturalistas, ni con proclamas anticivilizatorias, puesto que la libertad no consiste en un retorno a la naturaleza primigenia, ni en una erradicación de la historia y de la cultura humanas. Consiste más bien en que los individuos sean los protagonistas directos de su propia historia.

El gran éxito de la dominación ha sido privar de perspectiva histórica a los oprimidos. Sin los conocimientos históricos suficientes no hay conciencia revolucionaria ni sujeto posible, algo que deben saber todos los rebeldes y en primer lugar los libertarios si no quieren verse como una fuerza de choque destinada a desvanecerse tras los primeros embates.


Miguel Amorós.

Fuente: http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/35319

martes, enero 26

El pacto



Es la poeta que denuncia:

En Grecia, un dictamen de la hacienda pública la deshaució,

y le robaron donde vivir.

En Perú, el progreso concedió los permisos a la empresa minera,

y ella vio arrasar sus tierras de cultivo.

En España, un decreto machista le prohíbe ejercer soberanía,

su vientre es de juicios ajenos.

En Nigeria, de las ansias de petróleo manó alcohol y violencia,

y su cuerpo quedó para siempre violado.

Es la poeta que canta:

Nací en este Cuerpo.

Soy Tierra en mis fronteras.

Desnudo el combate,

contigo

compañera,

Mujer es revolución.



 Del libro SECRETOS. Relatos de mucha gente pequeña.

sábado, enero 23

La delincuencia y el estado de la delincuencia

Al poner en tela de juicio el fenómeno delictivo, habremos de cuestionar necesariamente la legalidad que lo reprime en aras del llamado bien común, ese «bien común» que el delincuente destruye y que se consigue con la explotación económica a la que la clase obrera está sometida y con la marginación de ciertos sectores de la sociedad. Con su conducta, el delincuente no sólo explicita de una manera propia la lucha de clases, sino que, como marginado que rompe con la legalidad, apunta el doble juego del Estado: crear el delito y reprimirlo.

Como libertarios, nuestra postura ha de basarse en la denuncia de ese «bien común» que se mantiene, no sólo con las porras de la policía, sino también con la complicidad y la modorra del resto de la sociedad, en la denuncia del Estado como único delincuente.

A la hora de analizar la delincuencia como fenómeno social hemos de empezar rechazando las interpretaciones que «los civilizados» de izquierda y derecha han vertido a los cuatro vientos sobre el tema. Los análisis que ellos nos ofrecen están mediatizados por unas categorías ideológicas que los hacen ser intencionadamente parciales e incompletos. Se analiza la delincuencia desde el concepto de la ley, una ley definida por y desde el Poder, y que en último extremo es la institucionalización de la dominación de una clase sobre otra.

Todo análisis de la delincuencia está presidido por la dicotomía «normal-anormal», pero no cuestiona quién marca la norma, sino que se da por admitido el abstracto consenso universal que tiende a identificar norma y justicia. Su norma, su justicia, las que unos crean y otros padecen.

Las interpretaciones que nos ofrecen las «fuerzas organizadas» que intentan cambiar el mundo desde los cómodos sillones del Parlamento no difieren mucho de los análisis que desde el Poder nos hacen aceptar, y acaso alguien se sorprenda de que de las disciplinadas filas del inefable PC salgan declaraciones como la que nos brinda Antonio Rato: «Creo que al delincuente se le debe aislar por la misma razón que se aísla al portador de un virus o a un demente peligroso. Es decir, sin tratar de penetrar en el fondo de su conciencia, ni mucho menos de evaluar hasta qué punto es responsable en concreto de su personalidad.» No es en absoluto casual que se difundan en el PC estas interpretaciones: existe el mismo interés por la represión en los grupos que están en el Poder como en los que aspiran a él.

El hecho de que se ofrezca esta «realidad de la delincuencia», presentándola como un fenómeno a reprimir, pero sin intentar buscar sus causas y raíces, sólo puede responder a una asombrosa ingenuidad o a una estrategia interesada, y hay quienes no nos creemos eso de la ingenuidad del Poder.

La «necesidad» del delito

Se trata de hacer de la delincuencia una realidad al servicio del sistema, de aislar al delincuente y colgarle la etiqueta del «mal»; el Estado se presentará esgrimiendo la bandera del «bien», y con este aval se encargará de eliminar las malas hierbas que crecieron junto a los demás ciudadanos de «bien» y, de «orden».

En última instancia el fenómeno delictivo presta al Estado un pingüe servicio: justifica su existencia en cuanto defensor del orden y la paz. El Estado necesita del desorden y del mal para justificar sus mecanismos de reproducción y defensa. ¿Qué sentido tendría una policía en una sociedad sin delito?
El Estado necesita del delito tanto que cuando le interesa se lo inventa: se provoca para después reprimir.

Detrás de esta fachada de defensores quedan camuflados los intereses de la clase dominante, que con esta ideología del delito mata dos pájaros de un tiro: asegura su reproducción como clase (no sólo a nivel político, sino también a nivel sicológico, en cuanto que sus criterios morales son asimilados por la sociedad) y, por otro lado, institucionaliza y normaliza la represión y el castigo para destruir a los elementos rebeldes con la irnpunidad que le da la aceptación del delincuente como «malo» y «peligroso», no sólo para el Estado, sino para toda la sociedad.

Es un círculo: unas estructuras crean el delito y otras lo reprimen, pero una sola mano maneja los hilos.

De este modo se hace recaer toda la violencia reprimida de la sociedad sobre una parte de ella misma, los delincuentes, desviando así lo que pudiera tener de revolucionario y subversivo.

El «caldo de cultivo»

Una ciencia al servicio del sistema va a interpretar la delincuencia como un fenómeno desligado de su contexto social: el mundo capitalista. Así, la genética hablará del cromosoma del criminal y la sociología y sicología intentarán explicarla como resultado de un aprendizaje patológico; pero si queremos buscar las raíces de la delincuencia ciertamente las encontraremos en el carácter capitalista de la sociedad, tanto de los Estados llamados capitalistas como de aquellos otros países basados en un capitalismo de Estado.
Decir que la delincuencia es patrimonio de la clase obrera no es desvelar ningún misterio: la procedencia de la población penal está clara a los ojos de todos; pocos hijos de la burguesía podemos encontrar en Carabanchel o en la Modelo. Es del mundo obrero de donde salen los candidatos a las celdas de nuestras prisiones.

Las grandes ciudades donde nos almacenan para que seamos más rentables y productivos son viveros de delincuencia. El emigrante que llegó a la capital a pedir que le explotaran se da cuenta de que las ocho horas de trabajo, si es que aceptaron su solicitud de explotación, no llegan para comprar esos productos que a todas horas le estan incitando a comprar. La constante frustración que crea el desequilibrio entre el deseo incrementado por la publicidad y la limitada capacidad adquisitiva tiene dos salidas: la docil (horas extras, letras para toda la vida…) y la rebelde, es decir, el delito.

El mundo capitalista está organizado para producir dóciles currantes que produzcan más y mejor y que consuman aquellos que mayores beneficios rinda al capitalismo. En un mundo tal el único delincuente es el Estado, de aquí la necesidad de dar la vuelta al concepto de la delincuencia: debemos asumir el hecho de que en esta sociedad ser delincuente es rebelarse contra las estructuras alienantes que la configuran. Intentar ser libre y recuperar lo que nos pertenece es ser calificado de delincuente por esta sociedad.

Estado y delincuente

Una ideología represiva subyace en el discurso de las relaciones capitalistas: unos mandan, controlan la producción, los medios de comunicación, hacen las leyes…. otros obedecen, producen y acatan las leyes y la autoridad. Esto es el orden y el bien común, el Estado cuida de nosotros para que el mundo no se sumerja en el caos y la anarquía; en tres palabras: establece la norma.

Frente a esta sociedad ordenada, de individuos normales y obedientes, y en contra ella se levantan la antisociedad, el desorden, el caos y el mal. No se sabe, ni por otro lado interesa saber, de dónde procede este grupo de transgresores, pero el poder ha de combatirlos y estirparlos del mundo del orden, porque ponen en peligro el bien común, o sea los intereses del Poder.

Y para combatir este grupo social se crean las leyes, la justicia. Aquí encuentra la cárcel su razón de ser: aislar al delincuente, encerrarlo para que no destruya al «bien común», que tan trabajosamente hemos construido.

La cárcel no está destinada a extinguir el delito, sino a controlarlo y a rentabilizarlo; en cuanto tal, la cárcel significa el último eslabón que cierra el círculo de la opresión y el más degradante de todos.

«Tenemos que convertir las cárceles en islotes donde meter a los delincuentes para que se destruyan entre sí.» Estas declaraciones de un fiscal de Burgos son suficientemente elocuentes.

Pero, ante todo, la cárcel es el lugar en donde la represión institucionalizada alcanza las más altas cotas de degradación humana: palizas, chantajes, tortura, incomunicación, aniquilación sicológica, todo queda oculto tras los muros y las vallas electrificadas.

En una carta al ministro de Justicia, Emilio Monteseril, funcionario de la cárcel Modelo de Barcelona, después de pedir la excedencia, decía textualmene: «Las cárceles no son más que trituradoras de hombres, y nosotros los carceleros somos sus verdugos.»

Los medios de comunicación: un arma eficaz

Los medios de comunicación, como canales que el poder utiliza para la transmisión de su ideología, juegan un papel decisivo en el «manejo» del fenómeno delictivo.

A través de la prensa de sucesos se constata la presencia de otros jueces, «los jueces de papel impreso», que se yerguen como tendenciosos moralizadores de los hechos y que, en última instancia, constituyen una «conciencia normativa» paralela.

El lenguaje utilizado no es, ni mucho menos, neutral, va dirigido a crear un sistema de reflejos emocionales que actuarán ante valores-palabras fetiche. «Delincuente», «drogado», «homosexual», son ejemplos claros de palabras fetiche que desencadenarán una intensa emocionalidad.

Tras ser objeto de bombardeo continuo sobre situaciones de accidentes, robos, suicidios (previamente moralizados), nos invade un sentimiento de inseguridad total que nos lleva a reclamar la presencia de un poder que con su control, vigilancia y castigo nos garantice el «bien» amenazado y el «orden» transgredido.

La jugada que se efectúa a través de los medios de comunicación es pcrfecta: reclamamos nosotros mismos lo que ellos desean establecer. No imponen la vigilancia, el control o el castigo, sino que éstos son solicitados y el Poder los concede.

Delincuencia y subversión

Ante el Poder, el delincuente y el revolucionario son, con algunas diferencias de matiz, subvertidores del sistema social establecido.

A pesar de que el delincuente no actúa movido por una concepción revolucionaria o crítica de la realidad, marca el camino de la revolución, a menudo olvidado por el político: la destrucción fáctica del orden establecido. El delincuente se presenta así como un «subversivo» sin conciencia de tal, que a su modo lucha contra la opresión de unas estructuras capitalistas que marginan a los individuos según su poder adquisitivo o su clase social.

Pero la identificación total del delincuente y el revolucionario es, con mucho, una afirmación gratuita. Si bien el delincuente lleva impresa en su conducta una crítica al trabajo asalariado, un rechazo de la moral de obediencia y resignación que el Poder nos impone, sus actos no tienen como fin la abolición del salario, de la autoridad o de la moral burguesa, sino que son la expresión de una rebeldía espontánea pero sin objetivos.

Del mismo modo, el delincuente explicita una crítica de la mercancía que es sólo parcial e inconsciente: con el robo critica el valor de cambio de la propiedad, pero sin cuestionar su valor de uso, El robo viene a menudo a satisfacer las exigencias del consumismo.

Marginación y revolución

La delincuencia y la marginación en general vienen a indicarnos que la lucha contra el Estado no puede quedarse en las ‘reivindicaciones salariales y en meros intentos de recuperación de plusvalía, que la opresión ideológica es quizá más sutil, pero también más virulenta y brutal que la opresión económica. La marginación señala la lucha contra la superestructura como condición «sine qua non» para la liberación social, así la lucha de los grupos marginados está centrada en la crítica a la autoridad y la ideología represora que conlleva, en la rebeldía contra la alienación que enmarca nuestra vida, pero a menudo pierde de vista al factor central del sistema capitalista: las relaciones de producción.
En este sentido la tarea fundamental sigue sin hacerse: dotar a la lucha de los marginados de unos horizontes de lucha social, extender la crítica individualizada y visceral que el marginado hace a la autoridad y al sistema y situarla en un contexto global y crítico. Es decir, reivindicar la «locura», la sexualidad libre, el consumo de droga o la negación al trabajo asalariado, no como expresiones viscerales de unos cuantos maniáticos ante una sociedad represiva, sino como propuesta de subversión ante una sociedad enferma.
El revolucionario ha de darse cuenta de que ha de ser un delincuente si quiere acabar con el orden establecido.

Delincuentes del mundo, si es que llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, unámonos y destruyamos éste.


Germinal Rodríguez

Bibliografía

• Deligny, Fernand: Los vagabundos eficaces. Ed. Estela, Barcelona, 1971. – Grupos marginados y peligrosidad social. Campo Abierto Ed., Madrid, 1977.
• Basaglia, Franco: La institución negada. Ed. Barral, Barcelona, 1977.
– La mayoría marginada. Ed. Laia, Barcelona, 1973.
• Becker, Howard: Los extraños, sociología de la marginación. Editorial Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1971.
Artículo publicado en la revista Bicicleta (región ibérica) Nº6 Mayo 1978

miércoles, enero 20

COP 21. La comedia de París


 
Finalizada la pantomima de París, los testigos se dividen entre los partidarios de la expresión “oportunidad perdida” y los del “acuerdo histórico”. Evidentemente todo depende de las expectativas y de las posiciones ideológicas de cada uno… y de sus intereses. Así entre los decepcionados los hay cercanos al “acuerdo histórico” como es el caso de WWF y Greenpeace y algunos sinceramente decepcionados como es el caso de ecologistas en acción (otra cosa sería la lucidez de cada posición y de su punto de partida). El mundo de la sostenibilidad , del que forman parte las cumbres climáticas, es cada vez más una especie de farándula, una especie de farsa, donde unos "negociadores", unas "partes", una constelación de organizaciones, cada vez más profesionalizadas representan papeles pre-establecidos y que son un fin en sí mismos, las ONG (muy abundantes en el sector) hacen el papel de buenos, las organizaciones gubernamentales el de responsables y los estados (incluidos el Vaticano) el de profundos reflexionadores sobre la vía más correcta... ¿Y las corporaciones?, las corporaciones van a la suya (como siempre) con el apoyo incondicional de todos los actores anteriores.

Todas estas conferencias utilizan un catálogo de siglas y de términos de argot totalmente ininteligibles para las "personas normales". UnitedNations Framework Conventionon Climate Change (UNFCCC), Subsidiary Body for Scientific and Technological Advice (SBSTA), Subsidiary Body for Implementation (SBI), Nationally-determined Mitigation Contributions (NDMC), New Market Mechanism (NMM), Global Public-Private Partnerships (PPPs) y así cientos de siglas y acrónimos (sin contar las siglas de las organizaciones). Hay toda una capa de burócratas, separados de toda realidad, que tienen como finalidad auto reproducirse dentro del teatro de la organización "contra" el cambio climático.

El documento de los acuerdos de París, como todos los tratados de la ONU, es un galimatías lleno de siglas, de circunloquios y de verbos en tiempo condicional (el debate entre deben y deberían estuvo a punto de hacer naufragar el acuerdo). En resumen 20 años de negociaciones (desde la primera conferencia de 1995) han servido de poco, las emisiones han seguido (y seguirán) aumentando.
 
Todo se deja en manos de los mercados (excepto las jugosas subvenciones por más de 500 millones anuales a la industria de lo fósil). Pero el mercado de carbono no acaba de funcionar, todo el diseño giraba en torno a precios más altos de los que ahora se pagan (menos de 6 € por tonelada, el valor de una caña y unas aceitunas) y la tendencia es a bajar. Con estas rentabilidades no hay ningún tipo de especulador (fondos buitres, ratas capitalistas diversas ...) que quiera «arriesgar» cuando los beneficios son tan escasos. Así que los fondos capitalistas (y muchos estados, como China) se dedican a invertir en otros aspectos del cambio climático, invierten en tierras cultivables (millones de hectáreas acaparadas en África y Asia), en bosques (y plantaciones como las de la palma de aceite) y de recursos hídricos, hay miles de millones de euros en fondos financieros «climáticos» ...

Lo que ahora desea el petrocapitalismo es terminar de amortizar sus infraestructuras y agotar los yacimientos Todo ello, como hasta ahora, con la subvención de los fondos públicos, evidentemente.
Hay varios mecanismos para lograr esto, pero lo que ahora está más de moda es el secuestro de carbono y la geoingeniería. El secuestro, ya sea en la vegetación, en el fomento de la bioenergía o en plantas de bombeo del dióxido de carbono hacia depósitos subterráneos. Lo que parece generar más esperanzas de negocio en geoingeniería son la «gestión de la radiación solar": alterar la atmósfera para reflejar parte de la radiación solar esparciendo productos químicos y la "fertilización" con hierro del mar para aumentar la productividad biológica y fijar el CO2: alterar más lo que ya está alterado.

Otra buen negocio "contra el cambio climático" sería "la agricultura inteligente", que no es otra cosa que la agricultura industrializada reciclada a hostias: semillas patentadas, transgénicos, fertilización masiva y uso indiscriminado de agrotóxicos, ahuyentando a los campesinos para dejar lugar a la agroindustria.También se trata de poner en valor (y comerciar con ellos) los "servicios ecosistémicos" convirtiendo la biodiversidad y los ecosistemas en nuevos recursos a explotar (créditos de carbono). Todo ello con el fin de mercantilizar y monetarizar lo poco que quedaba sin estar en las garras del capital (al menos no totalmente), el aire y lo que es natural. Pues bien todo este mercado ha quedado abierto con los acuerdos “históricos” de Paris.

Los estados y las corporaciones capitalistas son los que destruyen el clima, y sólo acabando con ellos hay alguna posibilidad de enderezarlo, los gobiernos, las ONG, la Alianza por la Justicia Climática lo único que hacen es profundizar la crisis, dar justificaciones a los perpetradores y promover nuevos productos financieros climáticos.

Un 1% de la población acapara/consume un 50% de la riqueza, si prescindimos de este 1% nos quedaremos igual y reduciremos en un 50% las emisiones de GEI (Gases de Efecto Invernadero), seguramente un 5% de la población mundial acapara el 75% de la riqueza, si prescindimos de este 5% reduciremos en un 75%, el 25% que nos queda puede bastar para mantener a todos, el problema no son el 95%, el problema son el 5% acaparador. Hasta ahora siempre habían sido arrojados por la borda de la nave tierra a los pobres, ya van siendo hora de que tiramos a los ricos.
 
Puede parecer una tontería, pero en el fondo lo que necesitaría la mitigación del cambio climático sería un black bloc global (lo que se ha echado de menos en las manifestaciones llenas de batucadas, animalitos de peluche y disfraces de oso polar),. La organización criminal más grande (hasta el momento) en el planeta, la Organización Mundial del Comercio se tambaleó en Seattle, aunque se recuperó muy rápido.

Encontrar la manera de dar al cambio climático un papel central en la confrontación con el poder es uno de los problemas con los que nos encontramos y de los que no acabamos de encontrar la solución. A pesar de que siempre nos llenamos la boca con la necesidad de globalizar y extender las luchas y que esta sería precisamente una lucha global que incluye sectores y geografías diversas.
 
Tumbar la COP22 o la COP23 puede que sea un sueño, pero es un sueño que vale la pena soñar.


¡¡POR UN PLANETA LIBRE Y SALVAJE !!. 



domingo, enero 17

Sobre los Grupos Anarquistas Coordinados

A continuación reproducimos íntegra y solidariamente el texto “Sobre los Grupos Anarquistas Coordinados”, cuyo texto orginal en pdf puede descargarse aquí.

A MODO DE INTRODUCCIÓN…


Después de las últimas operaciones antiterroristas contra anarquistas en el Estado español, creemos oportuno arrojar algunas palabras y compartir un análisis más de la situación que contribuya a los debates colectivos que se han generado en nuestros entornos de lucha. Este texto pretende ser una reflexión compartida con todos/as los/as compañero/as anarquistas para seguir creciendo y poder continuar superando obstáculos colectivamente.

Tenemos muy claro que en los momentos difíciles, la firmeza de las ideas y la determinación en la lucha son claves para que la represión no triunfe ni consiga paralizarnos. Seguir sembrando la anarquía en nuestros caminos es algo que pasa por todos/as nosotros/as.

UN POCO DE MEMORIA…


El 13 de noviembre de 2013, en el marco de la Operación Columna, se detienen a 5 anarquistas acusados de la colocación de un artefacto explosivo en la Basílica del Pilar de Zaragoza, en el cual se produjo una herida leve y daños materiales. Tres de estas cinco personas salieron en libertad con medidas cautelares y Mónica Caballero y Francisco Solar ingresan en prisión por orden del Juez Velasco de la Audiencia Nacional.

Tras estos acontecimientos, el 16 de diciembre de 2014, tiene lugar la segunda parte de esta saga: la Operación Pandora. Se registran numerosas casas y centros sociales en Barcelona y un domicilio particular en Madrid y se detiene a 11 personas acusadas por el juez Bermúdez de “pertenencia a organización terrorista”, vinculándolas directamente con el anterior caso. Siete de ellas pasarían mes y medio en prisión, y cuatro fueron puestas en libertad provisional. El propio juez declarará que no persigue delitos concretos si no que lo que busca es perseguir de forma preventiva, una “estructura organizada”.

Tras Pandora, el 30 de marzo de 2015, acontece la Operación Piñata. En esta última, la policía, por orden del juez Velasco, registra numerosos domicilios y centros sociales en Madrid, Barcelona, Palencia y Granada y detiene a 15 personas, acusando además a otras 24 de “usurpación” y “resistencia” por “obstaculizar los allanamientos” y haber acudido a las casas de los detenidos para cerrar y asegurar las puertas que previamente la policía había roto. Las personas acusadas de “usurpación” y “resistencia” son puestas en libertad a la espera de juicio. Las otras 15 arrestadas, quienes tenían orden de detención,, pasan a disposición judicial, decretando el juez Eloy Velasco prisión preventiva para 5 de ellas y libertad provisional para las otras 10, siendo puestos en libertad sin fianza entre dos y tres meses después.

Nuevamente las acusaciones en esta última operación son las mismas que en los anteriores casos: “pertenencia a organización terrorista” y en ningún caso, salvo en la Operación Columna, se le imputa a nadie ningún hecho concreto, sólo pertenecer a una “organización” que la prensa, la policía y el ministerio del interior consideran terrorista.

A la Operación Piñata le sucede la “Operación Pandora II”, el pasado mes de Octubre de 2015, produciendose 9 detenciones y un compañero encarcelado durante tres semanas (puesto en libertad con fianza) además del registro de domicilios particulares y ateneos libertarios.

A ésta última le seguirá la “Operación Ice”, que sucede inmediatamente después de haberse producido la anterior y que actualmente se encuentra en secreto de sumario, pero que se saldó con 6 detenidos de los que 2 fueron enviados a prisión, estando encarcelado uno dos semanas y continuando el otro en prisión a día de hoy. A estos detenidos la prensa les vincula con los detenidos en Piñata y las acusaciones son prácticamente las mismas salvo por una excepción y es que se les atribuye “apología del terrorismo”, acusación que no había aparecido en las anteriores operaciones.

En todos los casos, la “pertenencia a organización terrorista” hace alusión a formar parte de los “Grupos Anarquistas Coordinados” o como la prensa y la policía denominan, “G.A.C.”

Tras esta pequeña introducción, nuestra reflexión sobre lo que está ocurriendo entorno a la lucha anarquista.

LA REPRESIÓN…


Es evidente que la represión está en una fase de crecimiento y experimentación en estos momentos en los que se está produciendo cambios de estrategias represivas por parte del poder para adecuar la represión a los nuevos tiempos y a los nuevos acontecimientos.

El Estado y quienes para él trabajan, están en constante actualización en cuanto a las diferentes medidas represivas se refiere para ser lanzadas contra todas aquellas personas que luchen. Esto se refleja con la imposición de la actual ley de seguridad ciudadana, las diferentes reformas del código penal que fortalecen la represión por parte de la democracia, el control social extremo al que estamos siendo sometidos, la necesidad de caricaturizar para su instrumentalización a un enemigo interno para justificar así sus medidas represivas y la nueva definición del término “terrorismo” que, junto con otros factores, hace que nos encontremos en el punto en el que estamos.

Tras varios años sin la actividad armada de E.T.A. y con centenares de servicios públicos destinados a reprimir a quienes luchan, el Estado español se quedó sin su caballo de batalla y sin esa amenaza que le permitía aprobar sin dificultad leyes más duras y condenas más largas. A pesar que no han dejado de golpear al entorno abertzale, la presión hacia dicho colectivo ha disminuido de forma considerable y se ha enfocado en otros puntos provocados por la alarma o conflictividad social, apuntando al yihadismo, al independentismo gallego y a los y las anarquistas.

La lucha contra el terrorismo ha supuesto en el Estado español el eje de prácticamente todas las campañas electorales durante estos 40 años de democracia, a parte de un sin fin de pactos internos entre partidos y externos entre Estados teniendo, además, una de las legislaciones antiterroristas más duras de Europa.

Se da además el caso de que estas operaciones vienen en un contexto: el de la mal llamada “crisis económica” (reajuste capitalista); en el que, aún recuperando a día de hoy casi totalmente la normalidad democrática, gracias en buena parte a la labor de los llamados partidos “emergentes” o “regeneracionistas” y a alguna que otra purga interna en partidos “tradicionales” y estamentos públicos, se acaba de salir de un periodo de relativa convulsión social tras un ciclo de algunos años de luchas con numerosas huelgas y protestas, muchas de ellas violentas.

Si bien esta serie de movilizaciones y luchas no han supuesto un excesivo problema para el sistema, sí que han agitado el avispero, convenciendo a las autoridades de la necesidad de prevenir antes que curar, no fuera a ser que se extendieran entre más capas de la población métodos y prácticas de apoyo mutuo y acción directa y que aumentara la simpatía por estos instrumentos que, sin ser exclusividad de los y las anarquistas, sí que los reivindicamos de manera más vehemente y con una intencionalidad más claramente antiautoritaria y sin ánimo de beneficios electoralistas.

En el contexto comentado y como no podría ser de otra forma, el Estado, de manera planificada, carga contra los y las anarquistas,, realizando seguimientos, pinchazos telefónicos (con o sin autorización de un juez), hostigando a las personas investigadas y a su entorno,, instalando micrófonos en los coches… y un sin fin de viejas medidas ya conocidas y otras que, gracias a las nuevas tecnologías, están por conocerse, estando todas ellas encauzadas a asegurar el orden democrático.

Como resultado final, desde estos últimos golpes represivos al anarquismo en el Estado español, nos encontramos con Mónica y Francisco encarcelados desde hace más dos años (Operación Columna), con Nahuel (Operación Ice) también en las mazmorras del Estado y con trece anarquistas que fueron encarcelados y puestos en libertad posteriormente en alguna de las operaciones. Todo esto suma un total de 45 personas que en algún momento fueron detenidas con la Ley Antiterrorista y estando actualmente 42 de ellas a la espera de juicio.

Además estas operaciones han supuesto más de 85.000 € en fianzas y el ataque judicial a las formas de financiación y autogestión de los movimientos anarquistas.

Lo cierto es que la represión afecta a todas las personas simplemente por ser empleada en infinidad de aspectos de nuestras vidas a los que actualmente estamos demasiado acostumbrados (control social) pero sobretodo también afecta a quienes luchan y se rebelan. El motivo por el cual se ataca a los y las anarquistas es el mismo que históricamente ha sido empleado durante el desarrollo y puesta en práctica de nuestras ideas.

Se trata de ir a por aquellas personas que pese a la posibilidad de tomar caminos más fáciles ­y opciones socialmente mejor aceptadas o incluidas y recuperadas por el sistema­, optan por seguir luchando de una manera rupturista, cuestionando la raíz del problema y señalando al enemigo. Enemigo que adopta los calificativos de Estado y Gobierno como forma de gestionar los territorios, Capitalismo como manera de llevar la economía de un lugar y en este caso Democracia como sistema que perpetúa y hace posible todos los frentes que atentan contra nuestra libertad, ya que, creemos preciso hacer alusión a la democracia como un sistema autoritario que pretende no sólo controlar todos los aspectos políticos de quienes lo sufrimos, si no también nuestras vidas y costumbres más íntimas y personales.

Ante estas situaciones, no parece que los y las anarquistas vayamos a dar nuestro brazo a torcer y, aunque la represión pueda debilitar nuestro movimiento y desgastarlo, nuestra determinación puede hacer­ nos capaces de continuar con la lucha y reafirmar nuestra solidaridad.

Y CON LA REPRESIÓN, LA EVOLUCIÓN LEGAL,SEMÁNTICA Y CONCEPTUAL EN LOS ÚLTIMOS AÑOS DEL TÉRMINO TERRORISMO…


El término “terrorista” se ha ido adaptando poco a poco al contexto político actual en el que nos hemos ido encontrando y varias han sido las definiciones legales bajo el código penal que se han dado para poder aplicar la Ley Antiterrorista a diferentes individuos y colectivos que se han rebelado contra el Sistema.

Por definición, la palabra “terrorismo” significa “dominación por terror” o “sucesión de actos violentos para infundir terror” de lo cual se extrae el significado de la palabra “violencia” y se define como “uso de la fuerza para conseguir un fin, especialmente para dominar a alguien o imponer algo”.

Si nos remontamos a los orígenes de la palabra y la primera vez que fue utilizada, nos encontramos en la Francia de 1793 donde el término “terrorismo” significaba “método de gobierno basado en el terror”, a lo cual le sucede una nueva acepción a finales del siglo XIX y principios del XX, en plena desacreditación de las revueltas obreras, cuando se trataba de englobar bajo este término a anarquistas, nihilistas, movimientos armados marxistas leninistas y/o de liberación nacional. Es en esta época, ya bien entrado el siglo XX, cuando se crea la siguiente nueva definición: “aquella organización que por medio de las armas y la fuerza busca subvertir el orden social”, siendo a finales de los 90 y a raíz de la actividad armada de E.T.A. cuando en el País Vasco se le atribuye el terrorismo a cualquier persona u organización que simpatiza con alguna organización armada o defiende las mismas ideas que ella, siendo ligeramente modificada a raíz del 11­S y añadiendo a la anterior definición “quien realice actos ilegales por sí mismo o por la fuerza con la intención de cambiar el status quo”.

Con este pequeño resumen en torno a la evolución de la definición de este término, nos referimos a que la interpretación y la ambigüedad de las mismas están en manos del juez sobre quien caigan las acusaciones y a merced de la arbitrariedad y subjetividad que éste/a quiera atribuirle. Por ello, las detenciones de este tipo son claramente objetivos políticos que intentan ser justificados como simple “terrorismo” sin ahondar en lo profundo de estos casos y sin reconocerse lo intencionado de la represión hacia cualquiera que se salga de lo establecido.

A esto obviamente le acompaña la legalidad y el aparato jurídico dispuesto a contextualizar y detallar siempre bajo la misma arbitrariedad y con los cambios necesarios según los tiempos, para poder calificar de terrorista o banda terrorista a quienes en ese momento deseen y aplicar así las penas necesarias para encarcelar o encausar a cualquier enemigo.

Alrededor de 1988, simplemente era requisito según la ley de Enjuiciamiento Criminal “tener permanencia en el tiempo y poseer una jerarquía”. Pero evidentemente dicha ley se adapta a los términos redactados por la real academia de la lengua española, siendo su evolución en 1993 a la siguiente variación: “difundir una situación de alarma o de inseguridad social”.

En la actualidad, descripciones tan banales como “ser más de dos personas que, con carácter estable o por tiempo indefinido, y de manera concertada y coordinada se reparten tareas o funciones con el fin de subvertir el orden constitucional o alterar gravemente la paz pública”, nos dice que cualquiera que luche y se organice puede estar incluido/a bajo esta acusación tan abstracta encaminada a ampliar la represión y con miras a cambiar la definición de la palabra tantas veces como sea necesaria con tal de poder ser aplicada en cualquier contexto de lucha contra el Sistema.

Dado que el término terrorismo ­como las acepciones legales y morales basadas en la culpabilidad o inocencia­ se emplea en función de las necesidades de éste, creemos interesante superar estas categorías y reafirmarnos en lo que efectivamente somos. Lo que caracteriza al anarquismo no puede ser definido con el lenguaje del poder, sino a través de su propia práctica y lo que sea capaz de conseguir y demostrar día a día.

PERO, ¿POR QUÉ SE ATACA A LOS ANARQUISTAS? ¿POR QUÉ SE ATACA LA COORDINACIÓN?

EL ESPACIO DE COORDINACIÓN…


Hace algunos años, una serie de compañeros y compañeras decidieron crear un proyecto que aglutinara diferentes realidades anarquistas en diversas zonas geográficas del Estado español. Surge así una iniciativa encaminada a materializar los vínculos para mejorar las comunicaciones y estrechar los lazos, para crear un espacio con la idea de potenciar el trabajo local y hacer más directa la relación entre compañeros/as de la península, ya que aunque cada localidad tiene sus ritmos, espacios y diferenciaciones, en todos los casos compartimos una realidad común que es el sentimiento de las ideas libertarias.

Multitud de frentes comunes, métodos y finalidades, siempre respetando la autonomía de los grupos e individualidades, hicieron que hubiera una confluencia en este espacio de coordinación común, público y abierto a todas las sensibilidades anarquistas. Este proceso, que no nace de la originalidad absoluta ni mucho menos, supone una experiencia interesante en la creación de nuevos ámbitos que potencien las relaciones entre compañeros y compañeras, buscando superar el aspecto campañista o puntual de coordinarse y pensando y proyectándose en perspectiva. No buscaba reproducir activismo que funciona a remolque de acontecimientos, sino ser un reflejo de una parte del trabajo realizado día a día.

Con esa intención se pretendió transmitir hacia afuera, y desde un cotidiano y continuo a través de su forma de coordinarse, sus prácticas, sus principios, etc. Por este motivo el espacio se hizo público y abierto a cualquier anarquista. 

Quizá este espacio fue poco conocido ­pese a la difusión de mucha propaganda­ debido a que en ningún momento se consideraba éste ámbito como un fin en si mismo, sino más bien una herramienta. Mucho menos se concebía como el único espacio posible o el único capaz de evidenciar lucha. A partir de ahí parte de la propaganda elaborada y difundida no iba firmada pero detrás de ella siempre han habido personas vinculándose con el resto del espectro anarquista.

Este espacio fue denominado como Grupos Anarquistas Coordinados. y se le dotó de nombre porque, como se ha reflejado en muchos debates, se veía la “necesidad de que el trabajo y el discurso constante tuviera una continuidad”, y para “poder referenciar dicha continuidad y hacerla llegar a la mayor parte posible de las sensibilidades”, del mismo modo que se pone nombre a proyectos diversos como editoriales, revistas, colectivos etc.

Lógicamente al ser un espacio de coordinación, la dinámica en la toma de decisiones es horizontal y su funcionamiento característico es la adhesión, es decir, no es necesaria la aprobación unánime de una idea salvo que sea algo que afecte directamente al espacio común. Quizás por esas características, y en un momento en que los tiempos juegan en contra, no hemos podido ver publicado nada por parte de los Grupos Anarquistas Coordinados desde la Operación Piñata. Los ritmos, quizá más lentos de lo deseable, a la hora de expresar estas cuestiones, son el reflejo de las dificultades que presenta el momento en el que nos encontramos.

Una reflexión sobre lo que está pasando ahora mismo ha de tomar el tiempo necesario.

Al seguir con el análisis parece evidente que el golpe represivo no está siendo, como la policía y la prensa se empeñan, solamente contra Grupos Anarquistas Coordinados, si no contra todo el movimiento anarquista. Ciertas ideas suponen una amenaza constante a los gobiernos y la democracia por el mero hecho de posicionarse desde el antagonismo al Estado y el poder. Lo que ocurre es que el Estado tiene que dotar a dicho enemigo de un nombre y una organización concreta, y en este caso la han llamado G.A.C. pudiendo ser que a partir de ahora cualquier cosa que ocurra en adelante y cualquier cosa que ha ocurrido desde hace unos años hasta ahora, sea directamente relacionada con este nombre y con el asociado libro “Contra la democracia”.

Este libro, elaborado por el espacio de coordinación, fue una respuesta a la ola democrática que nos acababa de aplastar tras el famoso 15M, ya que dicho fenómeno consiguió proporcionar un lavado de cara al Sistema y dotar de más fuerza a partidos minoritarios e institucionalizar los movimientos populares.

El libro surge por la importancia de ponerle nombre a aquello que nos está oprimiendo, darle un enfoque más directo y que apunte a nuestra realidad, cuestionando esta manera de gestión abiertamente agresiva y opresora de la democracia en todos sus aspectos. La sencillez y claridad con la que está escrito posibilitó una gran difusión y accesibilidad. Creemos esto interesante ya que muchas veces nos quejamos de que solo somos capaces de “expresar” para el gueto y esta buena difusión y receptividad general se vió complementada con la difusión posterior.

En el momento álgido de la represión, muchas personas solidarias en todo el Estado, hicieron suyas estos contenidos, reeditando y difundiendo abiertamente el libro. En este caso, la complementariedad de quienes luchan se vio demostrada en la práctica, ya que los proyectos no deberán, creemos, competir entre sí buscar hegemonía o mejor aceptabilidad de unos con respecto a otros, sino más bien entenderse como parte de una complejidad diversa y multiforme y a partir de ahí reconocerse en los aspectos compartidos y aún en los no compartidos, sin matar esa diversidad y sin pretender homogeneizar lo múltiple.
Con respecto al espacio de coordinación, creemos que la estrategia del Estado de ilegalización de espacios visibles de confluencia y organización, puede sentar un precedente más en el que se allana el camino hacia la persecución de la voluntad organizativa de quienes luchan.

Aunque nunca hemos buscado la legitimidad del Estado, ni hemos basado nuestra lucha en establecer unos criterios que nos mantengan a salvo por completo de cualquier “mal”, ni nos hemos asegurado la perdurabilidad domesticando nuestras ideas, consideramos este paso del poder como importante en su ofensiva contra nuestro entorno: un avance sobre el que es preciso reflexionar sin desmovilizarnos y paralizarnos. También tener en cuenta que el agotamiento de luchadores no se persigue por parte del Estado sólo a través de la represión sino también a través de la asimilación y búsqueda de recuperación. Cuanto más claros/as seamos en nuestra práctica y posiciones, más difícil será que nos engulla un sistema totalitario. Que la represión es inherente al camino que hemos elegido es algo que hemos repetido mucho, pero profundizar sobre lo que ello significa es tarea de todos/as.

El amplio espectro anarquista y antiautoritario en el Estado español ha tenido la capacidad de salir a la calle a modo de respuesta ante los golpes represivos y la solidaridad ha sido practicada de muchas maneras. Fuera del Estado español no faltó la respuesta y el apoyo activo. Pese a que muchas veces se respira un ambiente pesimista en relación a los “logros” obtenidos en la lucha, creemos que quizá muchas veces no somos del todo conscientes de nuestro potencial y capacidades.

Las investigaciones policiales, en todos los casos, mencionan una serie de acciones que están siendo investigadas y que pretenden atribuir al espacio de coordinación. Esto ha supuesto la reacción del movimiento anarquista aportando puntos de vista diferentes unos de otros y todos ellos en su buena intención de mostrar solidaridad y de exteriorizar lo burdo y absurdo de las maquinaciones policiales y judiciales a las que las personas acusadas están siendo sometidas.

Creemos que la exageración de dichas acusaciones por parte de la policía terminan por restar credibilidad a las mismas pero creemos también que quedarnos en lo superficial del conjunto de acusaciones recogidas en un auto público no es del todo crítico.

Las ideas anarquistas pueden ser llevadas a cabo de muchas formas y los hechos que se están investigando actualmente vienen a demostrar que se está atacando tanto aquellas facetas del anarquismo a la que es más fácil poner en el punto de mira, como el mero hecho de organizarse, coordinarse, debatir estrategias y participar en proyectos duraderos y constantes. Muchos/as anarquistas nos estamos viendo en estas situaciones constantemente por ser procesos inseparables de una lucha consecuente, es por eso que vemos lo evidente de estos ataques hacia nosotros/as.

Como consecuencia de todo esto, desde las valoraciones colectivas y personales y del camino que están tomando estos golpes se podría pensar que esto no va a parar aquí y por lo tanto debemos estar preparados/as para lo que pueda venir, con firmeza y entereza para encajar los futuros golpes de la mejor forma.

PARA FINALIZAR…


Ante todo, aquí se tratan de expresar una serie de cuestiones que están en el ambiente, aunque por supuesto no todas las que existen. Estas palabras quieren lanzar un enorme y cercano mensaje de fuerza y compañerismo para responder de la mejor forma a estos ataques y salir reforzados de estas experiencias.

Estas situaciones buscan asustarnos y dividirnos pero una vez superados esos obstáculos, terminan por hacernos más fuertes, por eso es necesario compartir reflexiones con el resto de anarquistas y personas que luchan, para poder ampliar el espectro de visión entre todos/as sobre lo que tenemos encima y lo que está por venir.

Los espacios anarquistas y horizontales se hacen ahora más necesarios que nunca, dado que el contexto actual en el que nos encontramos a nivel más general en cuanto a institucionalizacion de las luchas y refuerzo de la democracia tras los nuevos partidos emergidos, resulta ser bastante decadente ya que parecen haberse reforzado las estructuras de la autoridad y el delegacionismo para unos cuantos años más.

Todo apunta a que la única alternativa a las antiguas formas de gestión de nuestras vidas, son las reemplazadas por los partidos de izquierdas, nutridos en parte del 15M, deseosos de ser los nuevos gestores de nuestras miserias. Con mejores o peores propuestas, nos dejan con un sector de la sociedad anhelante de vivir los cambios que proponen, entregándose de nuevo a la delegación en forma de voto en manos de nuevos/as jefes/as que reinventan sus discursos para acercarse a la población.

En contraposición de todo ello están las ideas de horizontalidad, autogestión y acción directa, todas ellas encaminadas a conducir nuestras necesidades sin intermediarios y la planificación de una convivencia sin Estado ni autoridad, en desarrollo de unas nuevas vías de comunicación entre las personas otorgando la capacidad de poder resolver sus conflictos por sí mismos. El cómo llegamos a todas estas propuestas es algo a valorar entre los colectivos y personas que realmente sientan que nuestras ideas y prácticas son necesarias y realmente factibles.

Por último nos gustaría remarcar que este tipo de golpes represivos no pueden bloquear o paralizar nuestras luchas y prácticas, sino al contrario, tienen que reforzar nuestras convicciones y nuestros proyectos.

Porque seguir tejiendo redes de solidaridad y apoyo mutuo es una parte fundamental de nuestra lucha por la libertad.

Mientras sigan existiendo la autoridad y la opresión, seguirán existiendo personas dispuestas a rebelarse, pero esto no lo dejamos librado al azar sino que lo motivamos e impulsamos poniendo en evidencia el conflicto bajo el disfraz de la paz social.

Un fraternal saludo a todos/as los/as compañeros/as que hacen posible la lucha en el día a día, a tantas personas rebeldes e insumisas conocidas y desconocidas.

¡SOLIDARIDAD CON LOS ANARQUISTAS, REBELDES E INSUMISOS PRESOS, HUIDOS O ENCAUSADOS EN TODO EL MUNDO!

¡HASTA EL FIN DE LA OBEDIENCIA!

¡MUERTE AL ESTADO Y VIVA LA ANARQUÍA!

jueves, enero 14

Jean Meslier y su memoria contra la religión

Nos ocupamos en esta entrada de Jean Meslier y de su gran libro, que abre la colección de la editorial Laeotoli llamada "Los Ilustrados": Memoria contra la religión, tal vez la primera obra que puede ocuparse de un ateísmo con rasgos ya plenamente modernos y con ciertas aspiraciones libertarias.

Jean Meslier nació en Rethel (Champaña) en 1664 y, inexplicablemente dado lo que voy a pasar a explicar a continuación (solo descubierto tras su muerte), ejerció discretamente sus funciones como párroco en Etrépigny, en las Ardenas belgas, hasta el fin de sus días en 1729. Michael Onfray en su libro Tratado de ateología (Anagrama, 2006) menciona al "padre" Meslier como punto de partida de la verdadera historia del ateísmo; Meslier, después de haber ejercido como sacerdote católico durante décadas sin sospechas de falta de fe, como refiere Onfray, dejó una voluminosa obra de cerca de 3.500 páginas, Testamento. Memoria de pensamientos y sentimientos de Jean Meslier (1779), además de dos cartas, en las cuales arremete contra la Iglesia, la religión, Jesús, Dios, pero también contra la aristocracia, la monarquía, el Antiguo Régimen, denuncia con violencia inaudita la injusticia social, el pensamiento idealista, la moral cristiana del dolor, y profesando al mismo tiempo una especie de comunalismo anarquista, una filosofía materialista auténtica e inaugural y un ateísmo hedonista de sorprendente actualidad.

Este libro legado por Meslier fue empezado cuando contaba ya 60 años, escrito pacientemente y con gran esfuerzo por las noches y a la luz de las velas, de la cual acabaría haciendo dos copias, también en las mismas condiciones. Dos o tres años después de acabar el libro, Meslier fallece y fue su sucesor en la parroquia de Etrépigny el que encuentra el manuscrito junto un par de cartas. En la primera de ellas, dirigida a su sucesor, le ruega que sea benévolo con la obra que ha legado a la posteridad. La otra carta, algo más extensa, tiene como destinatario al cura de la parroquia vecina, al cual pide que no pierda su obra y que sirva para enseñar a las personas a las que ellos como sacerdotes suelen dirigirse. Muy pronto, se suceden los rumores provocados por aquellas primeras personas que leen la obra, y a pesar del escándalo provocado, la obra se mantiene y acaba siendo distribuida poco a poco por todo el mundo.

La critica a la moral cristiana, y religiosa en general, conduce a Meslier de forma necesaria a la crítica política. La obra que difunde Voltaire llevó el título de Testamento del cura Meslier, y en ella se obvió gran parte de la crítica social y del contenido filosófico, aunque tuviera una gran distribución. Si reducimos la obra a un ataque furibundo al clero, olvidamos que Meslier fue una personalidad extraordinaria que apostó por un materialismo ateo, en una época en que se imponía el deísmo (del cual Voltaire es un claro exponente), y por una república libre e igualitaria (hay quien definió a Meslier como anarquista, lo cual resulta muy significativo en un tiempo en que las ideas libertarias modernas no habían nacido). Por lo tanto, el anticlericalismo solo es un parte de una visión radical mucho más amplia. Hay quien observa la intención de Voltaire de manera benevolente, ya que deseaba por encima de todo desterrar a la religión, lo cual abría las puertas a un mundo nuevo. Visto hoy, no sabemos si es posible justificar la "traición" de Voltaire; en cualquier caso, lo más importante es la reivindicación del pensamiento radical, y muy avanzado para su tiempo, de Meslier. En 1791, Holbach publica un resumen de una obra suya, llamada Sistema de la naturaleza, con el título de Le bon sens du curé Meslier (El sentido común del cura Meslier), la cual se convierte junto al compendio de Voltaire en las dos grandes referencias que legan un Meslier simplemente ateo y materialista, bien acogido por una nueva época, pero sin las importantes referencias sociales y filosóficas. No es hasta finales del siglo XIX cuando comenzará a editarse la obra completa de Meslier, aunque siempre teniendo más peso y mejor suerte la difusión del Testamento de Voltaire.

Hace pocos años, yendo ya por su segunda edición, Editorial Laetoli ha publicado en castellano la obra completa de Meslier, con el título de Memoria contra la religión. No olvidemos que fue escrita cuando el autor estaba al borde la muerte, lo cual le confiere seguramente una mayor honestidad, tanto en su negación de las supersticiones religiosas, como en su denuncia de lo que considera los males de la sociedad. Hay que ver la obra también como una confesión, teniendo en cuenta que Meslier se pasó gran parte de su vida predicando lo que él mismo sabía que eran falsedades. Aunque se dan en la obra, lo de menos son las explicaciones sobre por qué fue incapaz de romper antes con todo, y tal vez si se hubiera dado el caso su obra legada no tendría un valor tan enorme para edificar un mundo nuevo. Poco se sabe, en cualquier caso, de la vida del cura Meslier, más allá de un par de anécdotas sobre conflictos con los altos poderes eclesiásticos, y hay que quedarse con estas palabras escritas al final de su obra: "Puedo decir que nunca he perpretado un crimen ni he cometido una mala acción. Desafío a cualquiera, ahora mismo, a que pueda hacerme un reproche justamente y con motivo. Por lo cual, si me tratan injuriosa e indignamente y me persiguen y me calumnian una vez muerto, será simplemente porque he cometido un solo crimen, el de haber dicho ingenuamente la verdad. No otra cosa he hecho a lo largo de este escrito, a fin de poner a vuestro disposición, a la vuestra y a la de vuestro semejantes, un medio que os pueda ayudar a desengañaros y os pueda servir para que podáis poneros de acuerdo entre vosotros, si así lo queréis, a fin de sustraeros y libraros de todos esos errores detestables y de todos esos detestables abusos y supersticiones en los que os halláis inmersos".

Meslier abrigó, en suma, una oposición feroz a los poderes establecidos, tanto civiles como eclesiásticos, por considerar que oprimían y explotaban económicamente al pueblo. Era muy duro con todas la religiones, presentando "demostraciones claras y evidentes de la vanidad y falsedad de todas las divinidades y de todas las religiones del mundo", pero especialmente con el cristianismo, como instrumentos de explotación y conjunto de falsedades -falsedades formadas, e inculcadas, para mantener al pueblo bajo la tiranía-. No tienen precio las afirmaciones de Meslier sobre la religión cristiana: las Escrituras son falsas, la tradición es espuria, los dogmas son absurdos, no hay ni Dios, ni cielo, ni infierno, ni inmortalidad del alma; no hay tampoco ningún designio en el universo: toda la realidad es materia en movimiento y la materia obedece a leyes mecánicas, no divinas. Hay quien considera que Meslier estuvo influido por Spinoza, interpretado desde el punto de vista ateo.

La obra de este "padre del ateísmo" contribuyó de manera no desdeñable en la corriente de librepensamiento, así como en el desarrollo del materialismo, en la Francia del siglo XVIII; el naturalista y materialista Holbach, otro insistente crítico de las creencias cristianas y de los prejuicios de toda clase, y también adherente a un ateísmo sin vacilación, celebró las opiniones de Meslier como liberadoras de todas las supersticiones y de todas las opresiones, y publicó parte de su obra en 1772; Voltaire también lo dio a conocer en 1762 en sus aspectos anticristianos y anticlericales, pero silenciando su ateísmo, su materialismo y sus revolucionarias ideas sociales. Podemos considerar a Meslier, por lo visto hasta ahora, y hasta cierto punto, inaugural en ciertas corrientes de pensamiento. Original también fue al considerar la religión como una fuente y una causa fatal de perturbaciones y divisiones eternas entre los hombres, solo había que ver las persecuciones a fuego y sangre entre los diferentes defensores de insensatas y ciegas creencias y deplorable también por llevar a cabo, bajo el bello y falaz pretexto de defender y mantener la pretendida verdad de sus religiones, toda suerte de males y maldades.

No hace falta ir muy lejos para encontrar un paralelismo entre las fundamentales denuncias de Meslier y el sangrante mundo en el que seguimos viviendo. No olvidemos que el párroco vivió en los siglos XVII y XVIII, en el tiempo y el país donde se desarrolló la Ilustración, que aspiraba a llevar a la humanidad hacia el progreso definitivo (hoy comprobamos que, o bien fracasó, o aludió desde el principio a un progreso científico y tecnológico, el cual resulta discutible en muchos aspectos, e inalcanzable para gran parte de la humanidad en sus aspectos asistenciales), instalando la razón y dejando atrás la superstición, la tradición y la tiranía. Algunos aspectos de la Ilustración daban esperanza para los sueños emancipatorios de Meslier, los cuales fueron pronto truncados: la lucha de clases siguió teniendo pleno sentido (y continúa teniéndolo, por mucho que la clase política se empeñe en emplear una retórica democrática, liberal y progresista al respecto, inculcando una especie de creencia en que solo hay un camino) y la religión sigue enfrentando y dividiendo, quizás más que nunca.

Todas y cada una de las denuncias que Meslier hizo a la Iglesia católica, a sus dogmas absurdos y a su gran responsabilidad en intentar mantener a las personas en un estado de sumisión e inmadurez, resultan vigentes de forma evidente; tratándose de creencias religiosas basadas en dogmas, poco pueden haber cambiado con el paso de los siglos (por muchos matices que se apliquen, interesadamente, o por poca práctica que generen, dada la fortaleza del sentido común). Quizá resulte más difuso todo lo relativo a sus connivencias con los poderes civiles de explotación (aunque no olvidemos que el Vaticano es un Estado), pero es importante señalar su tremenda responsabilidad histórica, la tan manida memoria que es propiedad de todos, y de la que pretenden adueñarse los vencedores. Hay una historia también para el ateísmo liberador y libertario, y una muestra es el "padre" Meslier, al que me parecía justo homenajear con unas cuantas palabras, lo haremos con él como con tantos otros que se atrevieron a ir hasta el fondo denunciando las injusticias.
Una cosa más por la que Meslier ha tenido un sitio en la historia es por una familiar frase, que ha sufrido muchas variantes, atribuida en numerosas ocasiones a otras figuras, la de que "la humanidad sólo será feliz el día que el último de los tiranos haya sido colgado con las tripas del último cura". Si el párroco francés simplemente utilizaba una violenta metáfora es algo que no sabremos nunca.


lunes, enero 11

Mi individualismo anarquista

Desde hace algunos años es muy difícil encontrar lecturas anarco-individualistas sobre la actualidad. La batalla “clasista” sigue siendo a menudo la prioridad sobre cualquier otra lucha y los conflictos, cualesquiera que sean, se resumen la mayor parte de las veces en problemas económicos. El capitalismo sería el mayor culpable.

Los “comunistas libertarios” tienen como filtro de lectura el colectivo y este desgraciadamente en detrimento del individuo. Sin contar con que al individualismo se le suele acusar de todos los males del anarquismo, sus valores son desviados hasta el ridículo. El individualista es entonces burgués, o ultraliberal, o pretencioso…

Lo lamento, y aún más porque la autonomía individual, muy querida a los individualistas, es históricamente una de las primeras demandas de los anarquistas. La historia del movimiento anarquista muestra que en sus primeros momentos de organización los anarquistas no querían federaciones. La razón era simple: una organización de cualquier tipo sería garantía de pérdida de la autonomía individual. La idea de grupo no era rechazada, pero debía ser lo menos coercitivo posible.

Seguidamente las federaciones vieron la luz, mientras los individuos alertaban a compañeros y compañeras de probables excesos. Es interesante observar que, si bien la mayoría de estos individualistas rechazaron la organización a “gran escala”, otros estuvieron presentes, negándose a quedar en los márgenes de un movimiento que llevaba la esperanza de cambio social en línea con sus propios deseos.

¿Qué individualismo?

Debo, en este momento, explicar lo que para mí es el anarquismo individualista, pero sin poner al individualista en una categoría específica. Para éste, y esta es una base común a todo individualista, no existe causa superior al propio individuo; ni siquiera el anarquismo sería una causa por la que el individualista se sacrificaría.

La idea no es encontrarse solo contra todos como un ermitaño asocial, sino la búsqueda de su libertad con la de los demás. Lo común tiene todo el sentido e interés, y la pretensión de que una persona pueda vivir fuera de cualquier sociedad se revela falsa. El individualista parte de sí mismo, es el centro de sus preocupaciones, de sus luchas contra toda dominación. Es por eso que no se define por una pertenencia que le superaría – identitaria, social, comunitaria o de clase –, sino por sus elecciones conscientes y su ética personal.
Mi individuo prima sobre los grupos sociales que uniformizan y tienden a subordinar a los individuos a dogmas o a líderes. Para mí es primordial hacer de todo para no plegarme a ningún determinismo social.

El individualista lucha contra el hecho de que el individuo siga siendo una construcción social y, por tanto, producto de las condiciones sociales. Él quiere ser la suma de sus actos, experiencias y elecciones, que no son, naturalmente, aisladas de las elecciones y actos de los demás individuos que componen la sociedad, pero no deben ser en modo alguno determinadas por ellos.

En una agrupación de individuos mi prioridad es mi bienestar. Si, en un grupo, cada individuo acepta que sus gestos y pensamientos son guiados por sus propios intereses – y por lo tanto no se esconde tras la hipocresía del sacrificio por los demás – ; si cada persona piensa por sí misma, pero nunca contra los demás; si no se trata en ningún caso de darwinismo social; si cada persona defiende su autonomía individual, entonces las relaciones humanas se establecerán en pie de igualdad y fuera de toda tentativa de dominación.

¿Clase o individuo?

Así, el individualista no se opone a toda agrupación. El peligro, sin embargo, es que todo grupo que ha ganado en estabilidad corre el riesgo de convertirse en autoritario o incluso terminar plagado de sujetos que desean convertirse en indispensables. No obstante, si este grupo se ha basado en la asociación libre, donde el individuo se considera como una unidad y no una parte de otra unidad (el grupo) y donde el individuo no da cuenta más que a sí mismo actuando de acuerdo con su propia ética y no por una moral impuesta, entonces el individualista no pondrá objeción alguna a su propia participación. Por el contrario, es muy consciente de la importancia de estas asociaciones libres.

Hay en un individualista un profundo desacuerdo con los que llamaría “los clasistas”. Estos ven al individuo como una construcción ideológica. Para el individualista que soy, son los individuos – independientemente de si son o no conscientes de su unicidad – quienes han creado ese grupo social de clase y quienes en él se encierran. Y la creación de esta entidad ideológica define al individuo fuera de sí mismo por su condición en lugar de por lo que él ha hecho de sí mismo.

Además, no me siento necesariamente compañero de todos los proletarios. Si para mí está fuera de lógica sentirme cercano a alguien que explota a los demás, ello no convierte automáticamente en simpático a cualquier explotado. El verdadero hermano – la hermana de verdad – no es siempre el más afectado por la explotación, sino quien desea emanciparse de las categorías en las que se encuentra atrapado.

La sociedad de mañana

Lo que realmente me asusta de los compañeros y compañeras que tienen ideas sobre la organización post-revolucionaria, es cuando piensan que la emancipación individual sólo puede lograrse a través de la emancipación colectiva; así la potencia individual se convierte en el resultado de las necesidades colectivas satisfechas. Nosotros vemos ahí claramente un riesgo significativo de autoritarismo anarquista que obligue a seguir las reglas establecidas por los más iluminados relativas a la dicha necesaria para los individuos. Para mí, las exigencias del individuo están por delante de las de la sociedad, es la afirmación del Yo mi propia finalidad y además toda acción no tiene valor más que para Mí.

Recuerdo una discusión con unos compañeros sobre la posible economía libertaria. Cada uno iba con su idea y sus planes sobre la forma de organizarse. 

Estos momentos siempre me dan un poco de miedo. En efecto, ¿hay lugar para la disidencia? ¿Qué sucederá, en estos paraísos sociales, si me niego a participar? No nos confundamos, las proyecciones de compañeros y compañeras sobre la redistribución de la riqueza son muy atractivas, son sus convicciones lo que me asusta. Siempre tengo la sensación de que me será imposible realizarme como yo lo entiendo. Un ejemplo: Si yo denuncio un trabajo como alienante incluso fuera de un sistema capitalista, pero el grupo, la comuna, decide otra cosa, ¿tengo que alinarme o resistirme a este paraíso? ¿Cuál es entonces el lugar para mi autonomía individual? En estas discusiones, a menudo tengo la impresión de que los muros ya están construidos para los disidentes.

¿Revolución? No, devenir revolucionario

Otra preocupación que tengo acerca de las propuestas de muchos compañeros y compañeras es su visión de ese momento en el que todo cambiará desde un sistema hacia el otro. Estoy por que los que trabajan decidan sobre su organización y me opongo totalmente a que una persona pueda vivir a expensas de otro, no puedo sin embargo creer en el poder omnipotente de una revolución. 

No es suficiente implorarla, hay que construirla. Por eso prefiero hablar de devenir revolucionario más que de revolución. Prefiero una vida revolucionaria desde ahora que una revolución mañana. Y la revolución, hay que hacerla con todo el mundo o contra todo el mundo? Tengo hoy la sensación de que ahora, los hombres y las mujeres emancipadas de prejuicios, de deseos de obedecer y del placer de dar órdenes son menos numerosos. Tengo la sensación de que mañana apenas serán más. Mi inquietud es ver ese deseo de revolución o insurrección muy por encima de lo que yo llamo “la colectivización de la emancipación.”

Pero vale la pena repetirlo una y otra vez: no existe oposición entre individualista y anarquista en la crítica de las condiciones sociales actuales ni en la organización del reparto de la producción.

El individualista no dicta a cada uno la mejor manera de organizar la economía, la producción. Lo que importa sobre todo es la acción individual. Lo cual, naturalmente, no excluye el comunismo como organización económica.
Este es mi individualismo: un individualismo social con una finalidad comunista y egoísta.

Thierry
Groupe Germinal de la Fédération Anarchiste
Para aquellos que estén interesados en la potencia de ciertos escritos individualistas, les recomiendo vivamente la lectura de los artículos de Albert Libertad. Para descubrir lo que han aportado esos individualistas al movimiento anarquista y a los individuos, sugiero se lancen sobre los libros de Anne Steiner, Celine Baudet y Gaetano Manfredonia, a quienes agradezco sus escritos emancipatorios.
Nota: Este texto no está feminizado para no hacer pesada su lectura. Sin embargo, soy consciente del poder del lenguaje para dominar. Es por esto que la forma masculina debe ser tomada como neutral cuando es posible sustituirla por la forma femenina.

viernes, enero 8

2 poemas de Patricio Rascón

Ondas

una cárcel

dentro de la cárcel
una escuela

dentro de la escuela
una iglesia

dentro de la iglesia
un cuartel

dentro del cuartel
un banco

dentro del banco
un cementerio

dentro del cementerio

nada

solo soy un niño
que arroja piedras en un estanque



El huerto

en casi todos los trabajos que tuve
solían acusarme de ser demasiado lento

me decían
así no llegarás nunca a ninguna parte

ahora cultivo un huerto
y estoy sentado en un muro de piedra seca
con los ojos entornados
mientras escucho los balidos y los cencerros de las ovejas

sin embargo
tengo la sensación

de que nunca avancé tan rápido


Patricio Rascón. Palabras de barricada: una recopilación de anarcoversos, Queimada Ediciones, Madrid, 2015

martes, enero 5

Por un bocadito de carne...

A primera vista no es fácil darnos cuenta de la cantidad y calidad de la explotación animal por parte de los humanos. Ésta tiene lugar detrás de altos muros para que a los consumidores no se les quiten las ganas de comer carne, leche y huevos. 

Bien es verdad que vemos de vez en cuando informaciones en televisión y películas sobre las condiciones en las fábricas de animales, en los mataderos, durante el transporte de animales, etc., cuyo mal estado es rechazado rápidamente por la industria ganadera y los políticos con fórmulas estandarizadas para suavizar (“excepciones”, “falsificado”, “manipulado”, “no actual”, etc.) y tranquilizar así a los consumidores. Pero, si profundizamos en el tema como ciudadanos imparciales, nos damos cuenta rápidamente de cómo es en realidad la situación de los animales. Lo mejor es informarse a través de inspecciones personales al lugar de los hechos y por medio de películas. Los textos sólo pueden ofrecer una visión casi inofensiva del verdadero sufrimiento de los animales.  

El informe de la veterinaria Christiane M. Haupt sobre sus vivencias en la industria animal normal, donde realizó sus prácticas de estudiante, nos permiten hacernos una idea bastante clara. A continuación se ofrece sin abreviar    
(Fuente: http://www.vegetarismus.ch/heft/98-2/schlacht-en.htm):

“Por un bocadito de carne…”

‘Solamente se aceptan animales que hayan sido transportados siguiendo la normativa de protección de animales e identificados reglamentariamente’, pone en el letrero sobre la rampa de hormigón. Al final de la rampa hay un cerdo tieso y pálido, muerto. ‘Sí, algunos mueren ya durante el transporte. Colapso circulatorio.’ Qué suerte que me he traído la chaqueta vieja, aunque estamos a principios de Octubre hace un frío que pela, pero no tiemblo sólo por eso. 

Meto las manos en los bolsillos, me obligo a poner cara amable y a escuchar al director del matadero, que me está explicando que hace ya tiempo que no se les hacen más pruebas de salud a los animales, sólo una inspección. 700 cerdos al día, cómo sería posible. ‘De todas formas no están enfermos. Esos los enviaríamos en seguida de vuelta, y al distribuidor le costaría una buena multa. Eso lo hace una vez y nunca más’. Yo asiento con la cabeza por compromiso – aguantar, sólo aguantar, tienes que conseguir superar estos seis meses –, ¿qué pasa con los cerdos enfermos? ‘Para ellos hay un matadero especial’. Me entero de algunas cosas sobre la normativa de transporte y que hoy día se guarda muy estrictamente la protección de los animales. Estas palabras suenan macabras dichas en un lugar como éste. Mientras tanto, el camión de dos pisos se ha situado chirriando y resoplando en la rampa, por debajo de nosotros. En la oscuridad del amanecer apenas se aprecian los detalles; el escenario tiene algo de irreal y recuerda a los fantasmales informes de la guerra, a las filas grises de vagones llenas de caras pálidas y asustadas en las rampas de descarga, en las que la humillada masa humana es empujada por hombres armados. De pronto me encuentro en medio de aquello. Algo así sólo se sueña en pesadillas de las que se despierta una bañada en sudor: en medio de una niebla que se va extendiendo, a la fría y sucia media luz de este edificio repulsivo, de este bloque plano y anónimo de hormigón, acero y baldosas blancas, apartado al borde helado del bosque; aquí sucede lo inefable, de lo que nadie quiere saber nada.
Los chillidos es lo primero que oigo aquella mañana cuando llego para enfrentarme con estas prácticas obligatorias, cuyo rechazo hubiera significado perder cinco años de carrera y el fracaso de todos mis planes para el futuro. 

Pero todo en mí – cada fibra, cada pensamiento – es rechazo, es repugnancia y horror y la conciencia de una impotencia insuperable. Tener que mirar, no poder hacer nada, y te obligan a participar, a ponerte chorreando de sangre. Ya desde lejos, cuando me bajo del autobús, me alcanzan los chillidos de los cerdos como puñaladas. Seis meses van a retumbarme en los oídos, hora tras hora, sin pausa. Tengo que aguantar. Para ti llegará un momento en que acabe, para los animales nunca. 

Algo así sólo se sueña en pesadillas, de las que se despierta una bañada en sudor. Un patio pelado, algunos camiones de transporte de vacas, cerdos abiertos en canal colgados de un gancho ante una puerta con luz cegadora. Todo escrupulosamente limpio. Esta es la puerta principal. Busco la entrada, que está por un lado. Dos camiones de transporte pasan por mi lado; faros amarillos en la bruma matinal. Una luz débil alumbra mi camino. Las ventanas están iluminadas. Unos cuantos escalones y ya estoy dentro. A partir de ahora todo está enlosetado de blanco. No se ve ni un alma. Un pasillo blanco – los vestuarios de mujeres. Son casi las siete, me cambio de ropa: blanco, blanco, blanco. El casco prestado baila grotescamente sobre mis pelos lacios. Las botas son demasiado grandes. Vuelvo al pasillo arrastrando los pies, casi choco con el veterinario de turno. Saludos de cortesía. ‘Soy la nueva becaria’. Y antes de que empiece todo, las formalidades. “Póngase algo caliente, vaya al director y dele su certificado médico. El Dr. XX le dirá dónde tiene que empezar’.

El director es un señor jovial que me habla de los viejos tiempos, cuando el matadero aún no estaba privatizado. Desgraciadamente deja de hablar de esto y decide servirme de guía personalmente, y así llego a la rampa. A mano derecha cuadrados de hormigón pelado rodeados de barras de acero heladas. Algunos están ya llenos de cerdos. ‘Aquí empezamos a las cinco de la mañana’. 

Empujones, disputas por aquí y por allí, algunos hocicos curiosos asoman de las jaulas, ojos pícaros, otros inquietos y confusos. Una gran cerda se abalanza obstinada contra otra; el director agarra un palo y le pega varias veces en la cabeza. ‘Si no se muerden a lo bestia’. Abajo el camión ha abierto la puerta de madera, los cerdos de delante retroceden asustados ante el puente tambaleante y empinado, pero desde atrás están empujando porque un controlador se ha subido al camión y reparte fuertes latigazos con una manguera de goma. Más tarde no me sorprendo de los numerosos verdugones rojos en los cerdos abiertos en canal.

‘Entre tanto ya se ha prohibido el palo eléctrico para los cerdos’, me informa el director. Algunos animales arriesgan sus primeros pasos tropezando e inseguros, los otros les siguen, uno se resbala y mete la pata entre la puerta y la rampa, se levanta y sigue cojeando. Abajo se vuelven a reunir entre barras de acero, que les llevan inevitablemente a un corredor aún vacío. 

Cada vez que llegan a una esquina se acumulan los cerdos de delante, se produce un atasco y el controlador maldice furioso y aporrea a los de detrás, que intentan saltar, en pánico, sobre sus compañeros de desgracias. El director sacude la cabeza. ‘Majara. Completamente majara. ¡Cuántas veces he dicho que no sirve de nada pegarles a los de atrás!’ Mientras sigo observando inmóvil este espectáculo – nada es verdad, estás soñando –, se vuelve el director y saluda al conductor de otro camión, que ha aparcado al lado del anterior y se está preparando para descargar. De por qué en este caso todo se desarrolla mucho más rápido y a la vez con muchos más chillidos me doy cuenta cuando aparece un segundo hombre en la zona de carga por detrás de los cerdos, que se levantan a trompicones, pues lo que no va lo suficientemente rápido se soluciona con electroshocks. Miro fijamente al hombre, luego al director, pero éste sacude por segunda vez la cabeza: ‘¡Oiga, ya sabe que eso está prohibido para los cerdos!’. El hombre mira incrédulo y se mete el aparato en el bolsillo.

Algo me empuja por detrás, a la altura de las rodillas. Me doy la vuelta y miro en sus dos ojos despiertos, azules. Conozco a muchos amigos de los animales entusiasmados con los ojos tan llenos de vida de los gatos, la mirada tan fiel de los perros – ¿quién habla de la inteligencia y la curiosidad en los ojos de un cerdo? Pronto voy a conocer estos ojos de otra manera: gritando mudos de miedo, apáticos por el dolor y luego sin vista, rotos, sacados de sus órbitas, rodando por el suelo cubierto de sangre. Me asalta un pensamiento penetrante que en las semanas siguientes repetiré cientos de veces: comer carne es un crimen, un crimen ...  

Después, una vuelta corta por el matadero, empezando por la sala de descanso. Una ventana frontal abierta a la nave de matanza, en una hilera interminable pasan cerdos abiertos en canal colgando en cadena, lívidos y ensangrentados. Allí hay dos empleados desayunando sin prestarle atención. Bocadillos de mortadela. Sus batas blancas están manchadas de sangre, de la suela de una bota de goma cuelga un jirón de carne. El ruido inhumano, que poco después va a ensordecerme cuando me llevan a la nave de matanza, está aquí amortiguado. Retrocedo porque un cerdo abierto en canal pasa a toda velocidad cerca de la esquina estampándose contra el siguiente. Me ha tocado, caliente y flácido. No puede ser verdad – esto es absurdo – imposible.

Todo se me desmorona. Chillidos agudos. El chirrido de las máquinas. El golpeteo metálico. El hedor penetrante a pelos quemados y piel chamuscada. El vapor de la sangre y el agua caliente. Risas, llamadas despreocupadas. Cuchillos brillantes, ganchos atravesando tendones, de ellos cuelgan mitades de animales sin ojos y con músculos que se contraen. Pedazos de carne y órganos que caen chapoteando en un canalón lleno de sangre, de tal modo que el repugnante caldo me salpica. Grasientas fibras de carne sobre el suelo resbaloso. Personas de blanco por cuyos delantales chorrea la sangre, caras bajo los cascos o las gorras como las que una se encuentra en todas partes: en el metro, en el cine, en el supermercado. Instintivamente se espera una a un monstruo, pero es el abuelete simpático del piso de al lado, el jovenzuelo de la calle, el pulcro señor del banco. Me saludan amablemente. El director me enseña rápidamente la nave de matanza de las vacas, que hoy está vacía (“¡a las vacas les toca los martes!”), luego me pone en manos de una señora y se va rápidamente, tiene cosas que hacer. ‘La nave de matanza puede mirarla usted misma con toda tranquilidad’. Necesito más de tres semanas para atreverme a hacerlo.

El primer día me conceden un plazo de gracia. Estoy sentada en una habitación pequeña junto a la sala de descanso y durante varias horas pico pedacitos de carne de un cubo de pruebas, que una mano ensangrentada se encarga de rellenar regularmente. Cada pedacito es un animal. Luego hacen porciones que son trituradas, mezcladas con ácido clorhídrico y cocidas para la prueba de la triquina. La mujer me lo enseña todo. Nunca se encuentra triquina, pero es el reglamento.
 
A la mañana siguiente me convierto en parte de la enorme maquinaria de despiece. Una rápida instrucción – ‘Aquí tiene que quitar el resto del aro de la faringe y cortar los ganglios linfáticos mandibulares. A veces cuelga aún una uña en la pezuña, eso también hay que quitarlo’ – y me pongo a cortar, hay que ir rápido, la cinta transportadora sigue corriendo y corriendo. Por encima de mí despedazan a otros cadáveres. Si el compañero trabaja con mucho ímpetu o en el canalón delante de mí se acumula demasiado líquido sangriento, la papilla me salpica hasta la cara. Intento ir a otro lado para evitarlo, pero allí están despedazando cerdos con una enorme sierra que escupe agua; es imposible estar aquí sin ponerse una empapada hasta los huesos. Aprieto los dientes y sigo cortando en pedazos, todavía tengo que darme demasiada prisa como para poder pensar en todo este horror, además tengo que poner muchísimo cuidado de no cortarme un dedo. 

Al día siguiente cojo prestados unos guantes de trabajo de una compañera de estudios que ya ha superado todo esto. Y dejo de contar los cerdos que pasan chorreando por mi lado. También dejo pronto de usar guantes de goma. Es realmente espantoso revolver en los cadáveres calientes con las manos desnudas, pero como al final acabas pringada hasta los hombros, la mezcla pegajosa de líquidos corporales se te mete en los guantes, así que se los puede ahorrar una. ¿Para qué hacen películas de terror si ya existe esto?

Pronto se desafila el cuchillo: ‘¡Démelo – yo se lo afilo!’ El abuelete simpático, en realidad un veterano inspector de matadero, me hace un guiño. Una vez me ha devuelto el cuchillo afilado charla un poco, me cuenta un chiste y vuelve al trabajo. A partir de entonces me toma un poco bajo su protección y me enseña un pequeño truco que hace más fácil el trabajo en cadena. ‘¿A usted no le gusta todo esto, verdad? Ya lo veo. Pero hay que pasar por esto.’ No puedo encontrarlo antipático, él se esfuerza mucho por animarme un poco. También la mayoría de los otros se esfuerzan por ayudarme: por supuesto que se ríen de los muchos practicantes que pasan por aquí y que al principio hacen su trabajo asustados y luego continúan con los dientes apretados. Pero lo hacen sin mala intención, no hay mala leche. Esto me hace pensar que – quitando algunas excepciones – no considero en absoluto que la gente que trabaja aquí sean monstruos, solamente se han embrutecido, como me pasaría a mí con el tiempo. 

Eso es autoprotección. No, los auténticos monstruos son todos los otros que encargan a diario este asesinato en masa, que con su ansia de comer carne obligan a los animales a una existencia miserable y a un final aún más miserable – y a otras personas a un trabajo humillante y embrutecedor.

Poco a poco me voy convirtiendo en una pequeña ruedecita de este monstruoso mecanismo de la muerte. Llega un momento en el que, en el transcurso de las interminables horas, los movimientos monótonos se hacen mecánicos y agotadores. Casi ahogada por la cacofonía ensordecedora y el indescriptible horror presente por todas partes, la razón toma el mando, se impone sobre los sentidos abotargados y empieza a funcionar de nuevo. Discierne, ordena, intenta comprender, pero es imposible.
 
Cuando me doy cuenta conscientemente por primera vez – el segundo o tercer día – de que los cerdos desangrados, quemados y aserrados todavía se contraen y menean la colita, me quedo petrificada. ‘Oiga – todavía se mueven...’, le digo a un veterinario que pasa por allí, aunque ya sé que se trata sólo de contracciones nerviosas. Él sonríe irónicamente: ‘¡Maldición, alguien ha vuelto a cometer un error – no está completamente muerto!’ Un pulso fantasmal hace temblar a los cerdos abiertos en canal, por todas partes. Un gabinete del horror. Me quedo helada hasta la médula. 

Una vez en casa me tumbo en la cama y me quedo mirando fijamente al techo. Horas y horas. Todos los días. Mi entorno reacciona con irritación. ‘No pongas esa cara de pocos amigos. Sonríe. Tú querías ser veterinaria por encima de todo.’ Veterinaria, no matarife. No puedo soportarlo más. Estos comentarios. 
Esta indiferencia. Esta naturalidad con que se acepta la muerte. 

Quisiera hablar, tengo que hablar, sacar lo que llevo dentro. Me ahogo. Quisiera hablar del cerdo que no podía seguir andando y estaba ahí tirado con las patas abiertas, y le dieron patadas y golpes hasta que lo metieron a palos en la celda de matanza. Más tarde lo examiné cuando pasó colgando a mi lado troceado: a ambos lados de los muslos tenía desgarres musculares. Fue el número 530 de las matanzas de aquel día, nunca olvidaré esta cifra. Quisiera hablar de los días en que sacrificaban a las vacas, de los mansos ojos castaños tan llenos de miedo. De los intentos de huida, de todos los golpes y maldiciones hasta que el pobre animal estaba preparado para recibir la descarga eléctrica en las jaulas de hierro con vista panorámica a la nave donde sus congéneres estaban siendo despellejados y descuartizados, – y entonces la descarga mortal, a continuación la cadena en la pata trasera, levantando al animal que cocea y se retuerce, mientras que en la parte de abajo ya le están separando la cabeza del cuerpo. Y lanzando chorros de sangre y sin cabeza, el cuerpo sigue encabritándose, las piernas se retuercen... Hablar sobre el ruido espantoso que hace la piel al ser arrancada del cuerpo, sobre los movimientos automáticos de los dedos del desollador al sacar los ojos de las órbitas – los ojos torcidos, rojos, saltados – y los arroja a un agujero que hay en el suelo, por el que desaparecen los “deshechos”. Hablar de la rampa de aluminio a la que van a parar todas las vísceras que son arrancadas de los enormes cadáveres decapitados y que – exceptuando el hígado, el corazón los pulmones y la lengua, aptos para el consumo – desaparecen por una especie de tragadero de basura.

Quisiera contar que una y otra vez se podía encontrar un útero preñado en esta montaña sangrienta y pegajosa; que he encontrado pequeños fetos de todos los tamaños con aspecto de terneritos completos, delicados y desnudos y con los ojos cerrados, en su protectora bolsa amniótica que no pudo protegerlos – el más pequeño era tan diminuto como un gatito recién nacido y sin embargo realmente una vaca en miniatura, el mayor con un vello suave, marrón y blanco, y con largas y sedosas pestañas, pocos días antes de su nacimiento. ‘¿No es un milagro lo que crea la naturaleza?’ dice el veterinario que está de guardia este día, y arroja el útero, incluido el feto, en el borboteante tragadero de basura. Y yo sé con seguridad que no puede existir Dios porque no cae ningún rayo del cielo para vengar este sacrilegio que sigue repitiéndose interminablemente.

Tampoco hay un Dios para la pobre vaca flaca que se estremece compulsivamente tirada en el pasillo helado y expuesto a las corrientes de aire delante de la celda de matanza, cuando llego a las siete de la mañana, ni nadie que se compadezca de ella dándole un rápido tiro. Cuando me voy por la tarde sigue allí tirada y se estremece: nadie la ha librado de su sufrimiento a pesar de las repetidas órdenes. Yo he aflojado el cabestro – clavado sin piedad en su carne – y le he acariciado la frente. Ella me mira con sus enormes ojos, y yo siento que las vacas pueden llorar. La culpa de tener que mirar un crimen sin poder hacer nada me pesa tanto como cometerlo. Me siento tan infinitamente culpable.
 
Mis manos, mi bata, mi delantal y mis botas están embadurnadas de la sangre de sus congéneres. He pasado horas debajo de la cinta transportadora, he cortado corazones, pulmones e hígados. ‘Con las vacas se pone uno siempre perdido’, acaban de advertirme. Esto es lo que quisiera contar para no tener que soportarlo sola, – pero en el fondo nadie quiere escucharlo. No es que durante este tiempo nadie me haya preguntado con frecuencia. ‘¿Qué tal en el matadero? ¡Uy, yo no podría!’ 

Con las uñas me grabo profundas medias lunas en la palma de la mano para no abofetear esas caras de lástima, o para no lanzar el teléfono por la ventana, – me gustaría gritar, pero hace tiempo que todo eso que contemplo día a día ha ahogado los gritos en mi garganta. Nadie me ha preguntado si yo puedo. Las reacciones a cualquier respuesta, por corta que sea, revelan malestar respecto a este tema. ’Sí, todo eso es horrible, y nosotros también comemos muy poca carne’. Con frecuencia me pinchan: ‘¡Aprieta los dientes, tienes que pasar por eso, y ya mismo estarás lista!’. Este es uno de los comentarios peores, más crueles e ignorantes, porque la masacre sigue, día a día. Yo creo que nadie ha entendido que mi problema no consiste tanto en sobrevivir los seis meses, sino en que existe este monstruoso asesinato en masa, a millones, existe para cada persona que come carne. Especialmente los comedores de carne que afirman ser amigos de los animales son para mí unos impostores de los que desconfío.

‘¡Para, que me quitas el hambre!’ También con cosas así me han hecho callar brutalmente, seguido de la comparación: ‘¡Eres una terrorista! ¡Cualquier persona normal se reiría de ti!’ Qué sola se siente una en esos momentos. De vez en cuando miro el pequeño feto de vaca que me traje a casa y conservo en formalina. Memento mori. Deja reír a las ‘personas normales’.
 
Cuando una está rodeada de tanta muerte violenta cambian las perspectivas; la propia vida parece infinitamente sin importancia. Llega un momento en que miro las filas anónimas de cerdos descuartizados, que se mueven por la nave en forma de meandros, y me pregunto: ¿Sería diferente si aquí colgaran personas? Sobre todo la anatomía trasera de los animales muertos, gorda y llena de granos y manchitas rojas, me recuerda desconcertantemente a esa masa grasienta que se sale de los estrechos bañadores en las playas de vacaciones. 

También los chillidos interminables de los cerdos, que resuenan en las naves de matanza cuando los cerdos presienten su muerte, podrían provenir de mujeres o niños. No hay más remedio que embrutecerse. Llega un momento en que sólo pienso que tiene que parar, tiene que parar, ojalá que sea rápido con las tenazas eléctricas para que acabe de una vez. ‘Muchos cerdos no dicen ni mu’ dijo una vez una de las veterinarias. ‘Sin embargo otros se levantan y se ponen a chillar sin motivo alguno.’  

También observo eso, – cómo se levantan y chillan ‘sin motivo alguno’. Ya he superado más de la mitad de las prácticas cuando por fin paso a la nave de matanza, para poder decir: ‘Lo he visto.’ Aquí acaba el camino que empieza en la rampa de descarga. El pasillo desnudo en el que desembocan todas las celdas se estrecha y una puerta lleva a la celda de espera, en la que caben cuatro o cinco cerdos. Si tuviera que representar gráficamente el concepto ‘miedo’, pintaría a los cerdos apiñados aquí tras la puerta cerrada, pintaría sus ojos. Ojos que jamás olvidaré. Ojos que deberían ver todos los que reclaman carne.

Con ayuda de una manguera de goma se separa a los cerdos. Uno de ellos es empujado hacia una celda que lo encajona por todos lados. El cerdo chilla, intenta en vano salir por donde había venido y con frecuencia el controlador no da abasto hasta que por fin consigue cerrar la celda con un cerrojo eléctrico. 

Pulsa un botón, el suelo de la celda es sustituido por una especie de trineo móvil en el que el cerdo se encuentra a horcajadas. Un segundo cerrojo se abre ante él y el trineo con el animal encima se desliza a una segunda celda. El matarife, que se encuentra al lado – yo siempre le he llamado en secreto ‘Frankenstein’ – coloca los electrodos; un dispositivo en tres puntos para aturdirle, como me explicó una vez el director. Se puede ver cómo el cerdo se encabrita en la celda, entonces desaparece el trineo y el cerdo va a parar a un tobogán lleno de sangre, y patalea. También aquí le espera un matarife, el cuchillo acierta bajo la pata delantera derecha, un aluvión de sangre oscura sale disparado, y el cuerpo sigue su recorrido. Segundos después una cadena de hierro se cierra a una de las patas traseras y levanta al animal. El suelo está cubierto de una capa de sangre coagulada de un centímetro de grosor, sobre él hay una botella de Coca-Cola manchada. El matarife deja su cuchillo, coge la botella y da un trago.
 
Yo sigo al ‘infierno’ a los cadáveres que se desangran balanceándose de un gancho. Así es como llamé a la sala siguiente. Es alta y negra, llena de hollín, hedor y fuego. Después de varias curvas por las que sigue corriendo la sangre, la fila de cerdos llega a una especie de horno enorme. Aquí les quitan los pelos. Los animales caen desde lo alto y son recogidos en un embudo, por donde se deslizan al interior de la máquina. 

Se puede mirar dentro. Se enciende el fuego, durante unos segundos los cuerpos son sacudidos y parecen bailar una grotesca danza. Al otro lado van a parar sobre una mesa, dos matarifes los agarran, les arrancan las cerdas que han quedado, les sacan los ojos y separan las uñas de las pezuñas. Esto sólo dura un momento, aquí se trabaja a destajo. Ganchos a través de los tendones de las patas traseras, los animales muertos cuelgan de nuevo y se deslizan a un marco de acero con una especie de lanzallamas: Se oye como un ladrido y el cuerpo del animal queda envuelto en llamas y es flameado durante unos segundos. La cinta transportadora vuelve a ponerse en movimiento, lleva a la segunda nave, – la nave en la que me había pasado tres semanas. Los órganos son sacados y trabajados sobre la cinta superior: se examina la lengua, se separan y tiran las amígdalas y el esófago, se cortan los ganglios linfáticos, los pulmones van a la basura, se abren la tráquea y el corazón, se toman pruebas de triquina, se extirpa la vesícula biliar y se hacen análisis de la presencia de gusanos en el hígado. Muchos cerdos están llenos de gusanos, sus hígados están infectados de nidos de gusanos y hay que tirarlos. El resto de los órganos, como el estómago, los intestinos y el aparato reproductor se tiran a la basura. En la parte baja de la cinta transportadora se pone el cuerpo a punto para su utilización: se despedaza, se separan las extremidades, se eliminan el ano, los riñones y la grasa del riñón, se extraen el cerebro y la médula espinal, etc., luego se pone un sello en los hombros, la nuca, el lomo, la panza y las patas, se pesa y se manda a la nave de refrigeración. Los animales no aptos para el consumo son ‘confiscados provisionalmente’. Poner el sello es un trabajo pesado para los que no tienen experiencia, los cadáveres tibios y resbalosos cuelgan muy altos al final de la cinta y hay que darse prisa si uno no quiere que le hagan polvo, porque antes de llegar a la balanza golpean unos contra otros con mucho ímpetu.
 
Sería imposible decir cuántas veces he mirado el reloj de la sala de descanso en todos estos días. Seguro que no hay un reloj más lento en el mundo que éste. A mitad de la mañana nos permiten hacer una pausa, respirando profundamente corro a los lavabos, me limpio como puedo de sangre y los jirones de carne; tengo la sensación de que todo este pringue y este olor se me han impregnado para siempre. Quiero salir de aquí, irme lejos... 

En este lugar no he podido probar bocado. Las pausas las paso fuera, da igual el frío que haga, voy hasta la alambrada de espino y me quedo mirando los campos y el límite del bosque, observo los cuervos, o voy al centro comercial al otro lado de la calle, allí hay una pequeña panadería donde puedo calentarme con una taza de café. Veinte minutos después, de vuelta a la cinta de producción.

Comer carne es un crimen. Ninguna persona que coma podrá volver jamás a ser mi amigo. Jamás. Nunca jamás. Pienso que a todos los que comen carne habría que mandarlos aquí, todos deberían verlo, desde el principio hasta el final.

Yo no estoy aquí porque quiero ser veterinaria, sino porque la gente cree que tiene que comer carne. Y no sólo eso: También porque son cobardes. El filete del supermercado, en su paquete estéril, ya no tiene ojos inundados de puro miedo a la muerte, este filete ya no grita. Todo eso se lo ahorran todos los que se alimentan de cadáveres profanados: ‘¡Uy, yo no podría!’
 
Un día, viene un granjero y trae una prueba de carne para el análisis de la triquina. Le acompaña su hijo pequeño, diez u once años quizás. Veo cómo el niño aplasta la nariz contra la ventana, y pienso: Si los niños vieran todo este horror, todos estos animales asesinados, ¿no habría todavía esperanza? Oigo exactamente cómo el chico llama a su padre. ‘¡Papi, mira! ¡Qué guay! La sierra grande esa de ahí.’ – Por la noche en las noticias de la televisión informan en el programa ‘Informe XY sin resolver’ sobre un crimen en el que una chica fue asesinada y descuartizada y el inmenso horror y desprecio de la población ante esta atrocidad. ‘Algo parecido he presenciado 3.700 veces esta semana’, dejo caer. Ya no soy sólo una terrorista, sino que además estoy mal de la cabeza, porque siento horror y desprecio no sólo respecto al asesinato de una persona, sino también por el asesinato de animales, pisoteados miles de veces: 3.700 veces sólo en esta semana, sólo en este matadero. Ser persona – ¿no significa esto decir que no y negarse a ser cómplice de un asesinato en masa – ¿por un pedazo de carne? Qué mundo más extraño. Quizás el mejor destino de todos nosotros lo tuvieron los diminutos terneritos, arrancados de las entrañas de sus madres, que murieron antes de nacer.  

De alguna manera llegó el último de estos días interminables. En algún momento llevo en la mano el certificado de prácticas, un trozo de papel que me ha costado más caro de lo que nunca he pagado por algo. La puerta se cierra, el tímido sol de Noviembre me acompaña por el patio pelado hasta el autobús. Los chillidos y el ruido de las máquinas se atenúan. Cuando cruzo la calle gira un camión grande de transporte de animales y entra en el matadero. Cerdos apretujados en dos pisos.

Me voy sin volver la vista atrás, ahora he sido testigo y quiero tratar de olvidar para poder seguir viviendo. Que luchen los demás; a mí me han quitados las ganas en este lugar, la voluntad, la alegría de vivir, y las han cambiado por culpa y paralizante tristeza. El infierno está entre nosotros, multiplicado por miles, día a día. Pero aún hay una cosa que podemos hacer cada uno de nosotros: Decir que no. ¡No, no y no!” 


(Fin del informe de la veterinaria Christiane Haupt)