Las mercancías que las nuevas tecnologías
están poniendo en movimiento son, básica y precisamente, los
pensamientos, los sentimientos, las ilusiones y los sueños, las
obsesiones y deseos, los secretos y confesiones de los hombres y
mujeres. Y para esta inmensa subasta de las conciencias es absolutamente
necesario que los propios interesados se pongan también en movimiento,
que acepten transformar en materia prima lo que antes pertenecía
exclusivamente a su vida privada, esa que, se decía, ninguna tiranía
podría arrebatar, que incluso en el campo de concentración permitiría al
recluso sentirse todavía libre. De esta forma, nada debe quedar fuera
del imperio de la economía.
No se trata solamente de que todas las
actividades sean formas distintas de trabajo, de la aniquilación del
ocio y hasta de la pereza, que por fuerza ha de rendir objetivizándose
en entretenimientos lucrativos. Hay algo más: todo, absolutamente todo,
ha llegado a ser materia prima, todo es potencialmente una mercancía que
entra en el juego de la oferta y la demanda, porque en ese reino ya no
hay espacio vital para las sombras.
El espectáculo tampoco tiene marcha
atrás, y lo que la pantalla libera se queda entre nosotros para siempre,
modificando nuestro comportamiento como los agentes químicos corrompen
el organismo, incrustándose en el código genético de la sociedad a la
que obligan a mutar como una contaminación radioactiva que se ha hecho
ya hereditaria. Y al igual que no fue casual la coincidencia entre
aquellos programas de la “cámara oculta” que se popularizaron en los
años 70, y la instalación de cámaras de vídeo en bancos y organismos
públicos, podemos suponer también que Gran Hermano no se contenta con
acotar las regiones de la intimidad para su posterior rentabilización,
sino que prepara también la invasión y conquista definitiva de lo que
queda todavía de espacio público indemne y, más adelante, del propio
espacio privado o doméstico. Medios técnicos no faltan. Tan sólo se
trata de preparar el terreno.
La ingenuidad llegaba al patetismo en
algunos de nosotros cuando, al pasar ante un comercio con una cámara de
vigilancia conectada a una televisión encendida, nos deteníamos y nos
exponíamos a su campo de visión para vernos atrapados en la pantalla, lo
que no nos provocaba asco o miedo sino un loco regocijo. La
neotelevisión resucita aquella felicidad demente y la extiende por todos
los hogares, y así se tantean las señales de resistencia, de escándalo o
de cansancio.
Se comprende que el capitalismo amable
actual y sus empresarios alternativos no deseen hacer ya el trabajo
sucio: en adelante, serán los mismos trabajadores los que, como en un
concurso de televisión, se eliminen unos a otros, decidiendo quien se va
y quien no cuando al Capital se le antoje anunciar que hay “crisis”.
Tal vez voten también los clientes de la empresa, los familiares de los
trabajadores o, por qué no, sus vecinos. Lo veremos muy pronto. Por
ahora, ya nos estamos acostumbrando a la idea, que evidentemente
entretiene y divierte.
Fragmentos de Consecuencias de un mal uso de la electricidad. Sobre la fase experimental del capitalismo de espíritu, José Manuel Rojo. Publicado en Salamandra 11-12 (Grupo Surrealista de Madrid)
No hay comentarios:
Publicar un comentario