Las imágenes de miles de refugiados
tratando de entrar en Grecia, Serbia, Hungría, Macedonia, o de alcanzar
las costas italianas o españolas en una huida desesperada de la guerra y
la miseria, han enseñado a millones de europeos el verdadero rostro del
capitalismo. Miles murieron en el intento, en el Mar Mediterráneo, en
los desiertos, pero los niños, los mayores, las familias enteras que han
logrado sobrepasar las fronteras de Europa son tratadas peor que
alimañas. Hacinadas en parques públicos, estaciones de tren, o cercados
por alambradas, golpeados por las porras de la policía —ese complemento
indispensable del sistema liberal—, este horror vuelve a recordarnos la naturaleza criminal del régimen que nos gobierna.
Muchas
han sido las comparaciones con los miles de españoles que tomaban el
camino del exilio en Francia, en el frío enero de 1939, arrastrándose
por carreteras desoladas y encerrados en campos de concentración
improvisados en las playas por los gendarmes de la Francia “libre”.
La misma burguesía europea que oprime a
los pueblos de África, Oriente Medio y América Latina, los mismos
dirigentes que prestan su colaboración entusiasta a las guerras
imperialistas que saquean estos territorios, ahora exhibe su desprecio
grotesco a las víctimas hablando de “inmigrantes ilegales”, de “cupos”,
de “respetar las leyes”. Son los mismos que ayer auparon a Hitler, a Mussolini, a Franco, que apoyaron las dictaduras del Cono Sur,
que miraron para otro lado cuando millones eran exterminados. Son los
defensores de un sistema que hay que derrocar si queremos defender la
humanidad y la vida.
Las cifras del horror
Tan sólo en los ocho primeros meses
del año más de 300.000 refugiados han cruzado el Mediterráneo,
superando a los 219.000 que lo consiguieron a lo largo del 2014. Pero
muchos otros no tuvieron tanta “suerte”. Aunque las cifras son difíciles
de estimar, pues no hay el menor interés de los gobiernos en sacarlas a
la luz, diferentes organizaciones humanitarias calculan que sólo en el
mes de agosto han muerto 2.400 personas ahogadas tratando de alcanzar
las costas europeas, mientras decenas de miles más esperan que llegue su
oportunidad para jugarse la vida intentando completar esa misma
travesía. Cifras que hay que enmarcar en otras: en la actualidad más de
60 millones de desplazados por diferentes guerras y conflictos armados,
de los que unos 20 millones son refugiados, se mueven por el mundo. Un
horror así no se conocía desde la Segunda Guerra Mundial.
A
pesar de que los grandes medios de comunicación sólo hablan de las
“mafias de traficantes” para ocultar las verdaderas causas que están
detrás de esta barbarie, no es difícil entender que el origen de la
misma son las intervenciones militares del imperialismo, y los
conflictos armados que las diferentes potencias —y sus multinacionales
asociadas—, alimentan para controlar el mercado mundial de materias
primas, rutas comerciales, o áreas geoestratégicas. La inmensa mayoría
de estos refugiados huyen de la destrucción que se ha instalado en una
amplia franja de territorio, que desde Asia Central se extiende hasta el
océano Atlántico, atravesando Oriente Medio y gran parte del centro y
norte de África.
Geografía de la barbarie
Afganistán.
Los 13 años de presencia militar de EEUU y la OTAN (abandonaron el país
en 2014 aunque siguen desplegados allí 10.000 militares
estadounidenses) han constatado el completo fracaso de la invasión del
2001. Los talibanes vuelven a controlar, o al menos a tener presencia,
en gran parte del territorio; mientras, el gobierno de Kabul —un
conglomerado corrupto a las órdenes de Occidente, y ligado a las redes
mafiosas del tráfico de heroína— sigue saqueando la economía afgana. De
Afganistán parten el 12% de los refugiados que llegan a Europa, muchos
de ellos mujeres que huyen de las condiciones de semiesclavitud y
violencia brutal en las que son obligadas a vivir.
Iraq.
Al igual que en Afganistán, la invasión estadounidense de 2003 sólo
sirvió para sumir el país en el más absoluto caos, y favorecer la
aparición de grupos yihadistas patrocinados por los grandes aliados de
Occidente en la zona: Arabia Saudí, Qatar y Turquía. Las tropas
americanas trajeron el colapso de la economía y los servicios sociales,
extendiendo la pobreza a gran parte de la población. Este fue el caldo
de cultivo para el posterior desarrollo del Estado Islámico, que hoy
controla la mayoría del territorio suní y que se ha extendido también
hacia Siria.
Siria y Libia.
Las protestas y la agitación social surgidas a raíz del estallido
revolucionario (La Primavera Árabe) supusieron un grave peligro para los
intereses imperialistas: la perspectiva de que un genuino movimiento de
los trabajadores y las clases oprimidas pudieran derrocar a toda una
serie de gobernantes, aliados y colaboradores de las potencias
occidentales, era muy real. Para descarrilar estos procesos, tanto EEUU
como la UE no dudaron —apoyándose en Turquía y las monarquías del Golfro
Pérsico con Arabia Saudí a la cabeza—, en promover un proceso
contrarrevolucionario, financiando y armando grupos ligados al
integrismo yihadista. La guerra en Siria o Libia son el mejor exponente
de esta estrategia. De Siria (con 11 millones de desplazados) son el 43%
de los refugiados que llegan a Europa, en tanto en Libia hay ya medio
millón de desplazados internos (de una población de 6 millones).
Cuerno de África.
Una de las zonas más pobres y más asoladas por el hambre del planeta, y
también de mayor presencia imperialista dada su situación
geoestratégica para el transporte de mercancías y de petróleo como para
el contrabando de armas. Somalia con un 3% del total, y Eritrea, con un
10%, son otros dos de los principales orígenes de refugiados en
dirección a Europa. En el caso somalí la causa es la interminable guerra
que sufre desde hace 24 años, en tanto en Eritrea se ha instalado desde
su independencia un gobierno dictatorial y represivo, que ha implantado
un servicio militar que puede prolongarse por más de tres décadas (una
de las principales causas de huida del país).
Sudán del Sur.
Consiguió su independencia en 2011 y fue aceptada y saludada por todas
las grandes potencias como “la nación más joven del mundo”, un
reconocimiento en el que, sin duda, tuvo mucho que ver sus importantes
reservas petrolíferas y el deseo por parte de las grandes
multinacionales de obtener concesiones en el sector (se calcula que
altos funcionarios del gobierno se apropiaron hasta 2012 de más de 4.000
millones de dólares de los ingresos del petróleo). Por otra parte Sudán
del Sur, como la mayoría de las naciones africanas, es un estado
artificial conformado sobre una multitud de etnias siempre fácilmente
manipulables por unos u otros intereses imperialistas. En 2013 estalló
un conflicto armado entre los dos principales grupos étnicos, los nuer y
los dinka, cuyo origen no fue ajeno a la rapidez con que las compañías
petroleras chinas se instalaron en el joven Estado en detrimento de sus
oponentes norteamericanas. Desde entonces Sudán del Sur ha sufrido una
sangría de 50.000 muertos, 500.000 refugiados y más de cinco millones de
desplazados.
Nigeria.
Dirigida desde su independencia por gobiernos corruptos al servicio de
los grandes monopolios capitalistas, nacionales e internacionales, es
otro ejemplo claro del expolio que sufre África. A pesar de sus recursos
energéticos, 8 de cada 10 personas viven con menos de dos dólares al
día, la esperanza de vida es de 52 años, el analfabetismo entre los
jóvenes alcanza el 83% y no existe ningún tipo de servicios sociales o
sanitarios. A esta situación, y también gracias a ella, se ha sumado en
los últimos años la actividad armada de Boko Haram (la guerrila
yihadista), provocando una guerra que ha causado más de dos mil muertos y
más de 1.300.000 desplazados. Nigeria aporta un 5% de los refugiados
que llegan a Europa.
Los anteriores son sólo algunos de los casos más importantes, hay muchos otros conflictos surgidos en los últimos años: en Costa de Marfil, República Centroafricana, Mali, República Democrática del Congo, Burundi (África); por no hablar de las agresiones que el pueblo palestino y el Libano
sufren periódicamente desde Israel, o la guerra permanente en Yemen y
Pakistán. A estos casos habría que añadir las cifras de muertos y
desaparecidos en América Latina y Centroamérica: tan sólo en México se
calcula en 80.000 las víctimas del narcotráfico y la violencia del
ejército y la policía durante los últimos diez años. Y, aunque pocos
hablen de ello, en el interior de Europa hay miles de desplazados y
refugiados: según los últimos datos de la FRONTEX (Agencia Europea para
la gestión de la cooperación operativa en las fronteras exteriores) unos
30.000 kosovares, 900.000 ucranianos, y miles de serbios y macedonios
buscan refugio en los países del norte y el centro del continente
europeo. Las acciones militares del imperialismo europeo y
estadounidense también son los responsables.
Vallas y muros contra los refugiados
La
actuación de los líderes políticos europeos para afrontar esta oleada
de refugiados no tiene tampoco nada de casual ¡Que se puede esperar de
unos dirigentes a las órdenes del gran capital y que aplican a sus
propios pueblos las políticas criminales de la austeridad y los
recortes! Si envían sin problemas a su propia gente a la miseria, y
hunden países como Grecia en la catástrofe ¿porque iban a actuar mejor
con los que llegan de fuera? La crisis económica los ha hecho más
innecesarios, pues el capitalismo europeo, con sus sucesivas reformas
laborales, ha convertido a la fuerza laboral autóctona en mano de obra
barata y precaria.
Más
allá de la verborrea habitual sobre solidaridad y derechos humanos, el
verdadero plan de todos los gobiernos europeos es intentar que estos
refugiados no lleguen a sus países; a los que lo consiguen, los
almacenan en auténticos campos de concentración —en condiciones
infrahumanas— y buscan expulsarlos lo antes que sea posible. Las
declaraciones del Primer Ministro británico Cameron, refiriéndose a los
emigrantes retenidos en el Paso de Calais como una “plaga”, o de nuestro
católico ministro del interior Jorge Fernández Díaz calificando de
“goteras que inundan una habitación” a los desgraciados que son
apaleados por la policía marroquí y la Guardia Civil en la valla de
Ceuta y Melilla, hablan por si solas. Los mismos gobernantes que hace
unos meses celebraban el 25 aniversario de la caída del muro de Berlín,
aprueban y financian toda clase de muros y vallas que tratan de blindar
Europa. Son en total siete zonas valladas las que ya existen o están en
construcción con este fin: 12,5 km en la provincia turca de Erdine,
financiada además con 3 millones de euros de fondos comunitarios; otros
30 km entre la frontera búlgara y turca, también construida con fondos
de la UE, que ahora se pretende ampliar en 80 km más; 132 km de vallado
de cuatro metros de altura para separar a Hungría de Serbia; 12 km en
Melilla y otros ocho en Ceuta; y el proyecto de vallar también el
extremo francés del eurotunel en el Paso de Calais.
Los refugiados llegan en
primera instancia a países europeos empobrecidos y machacados por la
crisis capitalista como Bulgaria, Grecia, Macedonia o la misma Italia o
el Estado Español, pero su situación no promete mejorar si consiguen
acceder a los principales destinos en países del centro y norte de
Europa. El caso de Alemania, que es el principal objetivo que pretenden
alcanzar la mayoría de ellos, es bastante claro al respecto. Los
refugiados son apilados en campamentos propios de zonas de guerra, con
escasez de servicios médicos y problemas de higiene, al tiempo que el
gobierno limita las ayudas económicas a estos centros lo cual empeora
considerablemente las condiciones de vida de los allí internados.
Paralelamente, se incrementa el número de deportaciones, que batirán
records este año, y se plantea desde la CDU de Angela Merkel, pero
también en el SPD o los Verdes, derogar o limitar el derecho de asilo.
Por
otra parte, más allá de las declaraciones hipócritas de Merkel y otros
miembros del gobierno, se mantiene una permisividad absoluta con los
ataques racistas de la bandas neonzais, alentados además por la propia
retórica antiinmigración de la clase política alemana. Todo ello forma
parte de una misma estrategia: disuadir a nuevos refugiados de tratar de
llegar a Alemania al tiempo que presionan a otros países europeos, como
o Italia o Grecia, para que se encarguen de hacer el trabajo sucio y
retener en sus propios territorios a aquellos que consigan alcanzar sus
costas.
No hay ninguna solución bajo el capitalismo a esta situación, más allá de la violencia y la represión. La creciente
crisis del sistema no hace más que acrecentar las tensiones
interimperialistas, y eso se traduce cada vez en más guerras, más
conflictos y más zonas del mundo que caen bajo una situación de pobreza y
terror, algo de lo que ya ni la misma Europa escapa como indican los
casos de Ucrania o Kosovo. Las grandes organizaciones internacionales,
como la ONU, muestran también su inoperancia y su impotencia ante esta
situación, pues no dejan de ser en última instancia herramientas de ese
propio imperialismo.
Santiago Freire
Estimados Señores
ResponderEliminarA través de estos artículos, muy relevantes por cierto, lo que no llego a apreciar muy bien son las opciones mas allá que mencionar los mismos refritos y respuestas simplonas y porque no también desgatadas. La vida no es tan simple
Gracias por su atenciones
Dr Arrieta