Dicen por ahí, cosa cierta, que estamos en el fin de la era 15M. Cualquiera que haya estado en la algarabía del 15M podrá recordar el desconcierto y entusiasmo de los primeros días. Las que veníamos de una militancia libertaria experimentamos ese mismo desconcierto y ese mismo entusiasmo no sin contradicciones a veces difíciles de superar. Un levantamiento ciudadanista que por momentos confundía «democracia» con «revolución»; con planteamientos a veces difusos de reforma política y social asentados curiosamente en formato asambleario y horizontal; rechazando toda representación clásica de partidos, incluso a veces de manera absurda, los aportes de activistas y militantes de base con larga trayectoria y compromiso en las luchas. El rechazo más extremo, si se quiere, se lo llevó el feminismo al no estar los «indignados» preparados para aceptar la premisa «La Revolución será Feminista o no será»: de cuando un hombre muy hombre arrancó la pancarta con el lema feminista y acto seguido golpeóse el pecho cual macho dominante y la muchedumbre le vitoreó. Tuvimos que lidiar con ello; por nada del mundo íbamos a dejar pasar la oportunidad de estar en un movimiento que llevábamos tiempo esperando, aún a sabiendas de que las fuerzas centrífugas tornaran hacia la vía institucional.
A nadie sorprendió la aparición de Podemos. Ciertamente las Asambleas de Pueblos y Barrios salidas del 15M no supieron articularse en una red organizativa mayor, que diera visibilidad de sus esfuerzos y su lucha más allá de las mareas. Algo que Podemos valoró positivamente como una ventaja, absorbiendo cada asamblea en un círculo con promesas de abajo arriba que desdibujaron el origen autónomo del 15M. Vistalegre I evidenció lo obvio: la nueva izquierda se parecía demasiado a la vieja izquierda. Lo que parecía una alternativa política (siguiendo los parámetros parlamentaristas), pronto tomó visos de una alta jerarquización: los círculos fueron desmantelados y las purgas internas no tardaron en llegar.
Ese mismo año (2014), unos meses, antes el movimiento feminista comenzaba a resurgir y mostrar su posible avance y su inmensa capacidad. La manifestación del 1 de febrero aglutinó decenas de miles de mujeres contra el proyecto de ley del aborto de Alberto Ruiz Gallardón.
Paralelamente al aburguesamiento y cristalización de Podemos, convertido en un partido al uso, los movimientos de base anarquistas recibieron un duro golpe represivo: Operación Pandora primero (diciembre de 2014) y Operación Piñata después (marzo de 2015)[1]. Los anarquistas sufrían su desarticulación, producto en parte de la represión, en parte por el descontento y desgaste que suponía la acelerada institucionalización y asimilacionismo de los movimientos sociales surgidos al albor del 15M.
Mientras, el feminismo avanzaba a paso firme, oleadas de intensas reivindicaciones llegaban desde América Latina: #NiUnaMenos desde Argentina, Uruguay (2015); Perú, Bolivia (2016); Colombia, Venezuela, Nicaragua, Chile (2017). 2018 pareció una bomba de oxígeno, el 8M -Día de la Mujer Trabajadora- 70 países convocaron la Huelga Feminista. Ese mismo día, de ese mismo año, las mujeres Zapatistas convocaban el «Primer Encuentro Internacional de Política, Arte, Deporte y Cultural de Mujeres que Luchan»: «Porque una cosa es ser mujer, otra es ser pobre y una muy otra es ser indígena. (…) Si queremos ser libres tenemos que conquistar la libertad nosotras mismas (…) nadie nos va a regalar eso, hermanas y compañeras. Ni el dios, ni el hombre, ni el partido político, ni un salvador, ni un líder, ni una líder, ni una jefa».
Aquellas palabras significaban para muchas poder mirarnos en la construcción de un feminismo comunitario que hablaba antes bien de la lucha de las mujeres que de feminismo. En el Estado español la Comisión 8M mantenía similar postulado de lucha, un feminismo autónomo alejado de los partidos y sindicatos; los aires del 15M se dejaron sentir. Quizás lo más alentador era que si en el 15M la gente no parecía estar preparada para aceptar la premisa «La Revolución será Feminista o no será», siete años más tarde el impulso «revolucionario» era simple y llanamente feminista. Al igual que el 15M, la deriva del movimiento tomaba un cierto viso ciudadanista, compartiendo de igual forma la heterogeneidad de la participación: sindicatos, partidos de izquierda, asociaciones, ONGs, artistas, estudiantes, etcétera. Luego de la euforia provocada por la desbordante manifestación cada una volvió a su asamblea, colectivo o agrupación. Si bien el 8M compartía similitudes con el 15M, de este no salieron asambleas y comisiones de trabajo que permitieran articular a largo plazo una coordinación más o menos conjunta. La única que consiguió en cierta medida una coordinación federada fue la Comisión del 8M, pero esta no logró ser representativa de todas las feministas, ya que cada una tenía su propio colectivo, partido o sindicato. La huelga de cuidados tampoco resultó ser efectiva más allá del relato. De sobra sabemos que las mujeres pobres, la mayoría migrantes, no pudieron secundar la huelga teniendo que quedarse al cuidado de aquellos a los que cuidaba, en muchos casos para que la mujer blanca que las contrataba pudiera ir a la manifestación. Incluso de darse el caso contrario era la mujer blanca quien debía quedarse cuidando, detrás de cada cuidadora había en la mayoría de casos otra mujer para hacerse cargo de los cuidados. La verdad de este hecho fue tan significativa que al año siguiente se propuso que aquéllas que no pudieran hacer la huelga o ir a la manifestación, colgaran un delantal en el balcón para visibilizar su ausencia. Dentro de cada balcón con su delantal colgado había un rostro desconocido, por su parte la manifestación tenía rostro blanco.
De pronto, a las puertas del verano de 2019, un fuerte dolor de cabeza se manifestó producto del decimosexto encuentro de la Escuela Rosario Acuña, con las TERF confrontando de manera aguerrida y poderosa a un feminismo que se suponía autónomo y que intentaba convivir con sus diferencias internas; lo que provocó una centralización de la lucha feminista en la pugna del poder Institucional. Tomada la cartera del Ministerio de Igualdad con el nuevo gobierno en 2020 -luego de la moción de censura a Rajoy y dos elecciones seguidas en un mismo año-, la lucha feminista quedó personalizada en Irene Montero (Podemos) Vs Amelia Valcárcel[2] (PSOE). Extendida a la calle en perfecta consonancia con el curso natural de la hegemonía, quedaron los bandos constituidos: Autodeterminación de Género Vs Borrado de las Mujeres. Perdimos aquéllas que intentábamos mantener nuestra autonomía al margen de partidos y sindicatos; todas nuestras fuerzas se centraron en defender uno u otro de los postulados. Muchas nos retiramos de la contienda, esa no era nuestra batalla. De esta guisa la imperiosa lucha de las feministas quedó atrapada en el marco legislativo. Nunca antes el feminismo había tenido una deriva tan institucionalizada sin una notable disidencia que la confronte. Lo vemos en el Estado Español con Irene Montero, en Chile con la no primera dama Irina Karamanos, aún más con la fundación de la Internacional Feminista encabezada por diplomáticas de varios países. Desde que el feminismo es feminismo tuvo siempre sus disidencias, escisiones y adversarias, tanto dentro del marco del relato de las olas como por fuera del mismo. A las burguesas sufragistas se les antepusieron las anarquistas y socialistas revolucionarias; al feminismo blanco de la segunda ola se les antepusieron las luchas de las mujeres negras; a las igualitaristas de la transición las autónomas que se negaron «a firmar un cheque en blanco a los partidos obreros»;[3] a las señoras de la ONU Mujeres en Beijing[4] la corriente «feminista autónoma».[5]
La profesionalización del feminismo viene de lejos, en política con Institutos de la Mujer o Ministerios de la Igualdad; en el Tercer Sector con la proliferación de las ONGs al finalizar la supuesta Guerra Fría;[6] en la academia con los Estudios de la Mujer primero y los Estudios de Género después, siempre dispuestos a pasar por opresión de género cualquier opresión sufrida por las mujeres (un plural dudoso como poco). La profesionalización del feminismo implicó una estrategia laboral para los sustratos de la clase media acomodada. Su institucionalización opera apartando la lucha del tejido social para neutralizarla en organismos como las ONGs, Fundaciones, la Academia y Partidos, censurando todo compromiso subversivo imposible de incorporar a sus programas. Asimismo, aquéllas de sustratos más bajos o en riesgo de sufrir cualquier tipo de violencia, se convierten en producto. Una lógica mercantil del estado de bienestar que refuerza el capitalismo como orden social final.
A la izquierda de la izquierda nos orilla al margen del margen. La señora Yolanda Díaz no hizo nada que la señora Irene Montero no haya hecho con anterioridad, sucesivas veces. Ni compramos ni compartimos el discurso de los derechos. Por muy extremo que resuene en nuestros días, somos sumamente críticas a este respecto. La línea política del anarquismo no aboga por centralizar la lucha en los derechos, en tanto que entiende que éstos crean espacios estancos al tiempo que refuerzan las democracias liberales. Para nosotras, los derechos, como por lo general todo fenómeno jurídico y político, están fundados en intereses ideológicos que no pueden interpretarse por fuera de su marco político, económico y cultural. Porque hablar de derechos no es hablar de distribuciones más o menos justas, sino más bien de relaciones de poder que funcionan oprimiendo, explotando y excluyendo.
Porque somos antipunitivistas, porque sabemos que toda política de inclusión esconde mecanismo de exclusión, porque no queremos ser mercancía de las instituciones, porque, recogiendo las palabras de las Zapatistas: «Si queremos ser libres tenemos que conquistar la libertad nosotras mismas (…) nadie nos va a regalar eso, hermanas y compañeras. Ni el dios, ni el hombre, ni el partido político, ni un salvador, ni un líder, ni una líder, ni una jefa».
[1] Hubo otras operaciones policiales/judiciales contra el anarquismo en ese contexto, como las operaciones Columna, Pandora II, ICE, Arca, etc., pero sin duda las más importantes – por el efecto desaliento que generaron en el movimiento libertario – fueron Pandora y Piñata.
[2] Al tiempo que escribíamos este artículo fuimos conocedoras de la confianza que manifiesta depositar la señora Amelia Valcárcel en el señor Feijoo. Tenemos ya a nuestra propia Catherine Mckinnon (feminista radical estadounidense que apoyó y colaboró para el gobierno de Ronald Reagan).
[3] Durante las II jornadas Feministas celebradas en Granada en 1979, trescientas mujeres abandonaron el encuentro en desacuerdo con aquellas que promovían la vía institucional por medio de partidos y sindicatos. Ver más en: https://www.feministas.org/+-jornadas-feministas-1979-+.html
[4] La IV Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en 1995 en Beijing, supuso una de las escisiones más grande dentro del feminismo hasta la fecha.
[5] «Mujeres, feminismo y desarrollo: Un análisis crítico de las políticas de las instituciones internacionales», Jules Falquet, 2003.
[6] Decimos supuesta, porque de fría tuvo bien poco. Un análisis en esta línea sobrepasa por completo este texto. Para un profundo y exhaustivo conocimiento de la misma recomendamos el brillante trabajo de Vincent Bevins con su libro «Métdo Yakarta», editado por Capitán Swing.
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