A la periferia es desplazado,
fuera de las murallas,
todo aquel que no merece ser protegido
porque es recurso prescindible,
porque sus brazos son intercambiables,
porque su apellido no conlleva escaleras.
Barriadas donde se apilan los despertadores,
las luxaciones y las horas descontadas,
en las que caen los escombros
a ritmo de despido,
recorte y miedo al futuro.
Duelen el desprecio
y la instrumentalización de los pulmones.
Duele la arrogancia centrípeta
de quien cartografía los días.
Pero, sobre terreno asfaltado,
es en los márgenes donde brota la vida,
donde se levanta la primavera con una
lógica distinta a la medida del humo.
Jardineros de la utopía,
se construyen las calles con la complicidad
del presente batallado, de los vínculos
florecidos fuera de las retículas comerciales,
con el bullicio de los pasos
hermanados por el polvo.
La risa suena mejor en los patios abiertos.
La textura de la solidaridad abriga
allí donde se tiene conciencia de que
la altura de los hombros
solo mide la distancia de la caída.
Y, entonces, con la firmeza del tiempo
trenzado desde abajo, únicamente
se atiende al canto que une
todas las heridas de las manos.
Aquí, en la periferia,
nos consideráis expulsados
pero, en verdad,
cuando nos abrazamos,
vosotros sois el territorio sitiado.
Alberto García Teresa
Cuando dejamos atrás lo posible
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