Periodista especializada en poliamor, sexo y feminismo, Sandra Bravo es autora de ‘Todo eso que no sé cómo explicarle a mi madre. (Poli)amor, sexo y feminismo’.
Sandra Bravo es periodista especializada en los temas que anuncia el subtítulo de su libro: poliamor, sexo y feminismo. Hace una intensa labor de divulgación en redes, charlas y talleres desde su plataforma Hablemos de poliamor. Además, utiliza su formación en terapia gestalt para ofrecer acompañamiento a personas que estén en relaciones no monógamas o quieran explorarlas.
En Todo eso que no sé cómo explicarle a mi madre. (Poli)amor, sexo y feminismo (Plan B, 2021), apoya su propio camino de afirmación personal y de concienciación política en lecturas de autoras feministas como Brigitte Vasallo, Irantzu Varela, Norma Mogrovejo, Laura Latorre o Virginie Despentes. Defiende el empoderamiento sexual como un motor de liberación personal y de revolución colectiva. Y reconoce al movimiento feminista como salvavidas: “Gracias a las feministas que lucharon por conseguir que hoy en día no me quemen en la hoguera por bruja, ni me detengan por adúltera ni me internen en un psiquiátrico por bisexual”. Esta entrevista es una adaptación de la realizada en la presentación del libro en la librería ANTI de Bilbao.
Ya no nos queman en la hoguera, pero el estigma sobre las mujeres libres sigue siendo muy fuerte. ¿Escribir este libro te ha servido para hacerle frente?
Poder decir con la cabeza muy alta “sí, soy promiscua, ¿algo que añadir?” es una forma de adelantarte a lo que te puedan decir, de apropiarte del insulto, como ha hecho el movimiento queer. Estoy orgullosa de ser así y no hay nada malo en ello, a pesar de que me señalen como viciosa y se piense que tengo miedo al compromiso o que no sé enamorarme de verdad. Ayuda a burlarte de algunos ataques, que son bastante ridículos a pesar de que llegan con mucha fuerza, porque vienen desde las estructuras de poder. La diversidad tiene una cosa maravillosa: demuestra que tenemos la posibilidad de reimaginarnos y de vivir la identidad, los afectos y las relaciones de maneras muy distintas. Pensar que hay una sola manera de organizar las relaciones para todo el mundo es aburrido; es imposible que encajemos todas en un mismo molde. El ejercicio de compartir y de visibilizar, ese “a mí también me pasa”, empodera porque nos da herramientas para combatir el argumento de que somos tan raras que nadie nos va a querer.
El armario de la no monogamia es de los más difíciles de romper, sobre todo en el entorno familiar, ¿verdad?
Cuando voy a mi pueblo y la señora María me pregunta si ya tengo novio, me dan ganas de decirle: “A ver cómo se lo explico… ¿Tiene quince minutos para hablarle de bisexualidad y de anarquía relacional?”. Tener que salir constantemente del armario es agotador. Es sensato valorar de qué armarios salimos, a qué violencias nos exponemos y qué ganancias o pérdidas vamos a tener. Además, hay personas que no se pueden permitir romper la relación con su familia de origen, ya sea por motivos materiales o emocionales. A mí el libro no me ha servido para salir del armario con mi familia, porque prefieren hacer como que no han entendido nada y seguir preguntando cuándo voy a sentar cabeza. Mi modelo de vida no se entiende, piensan que algún día me daré cuenta de que estaba equivocada, de que hay que formar la familia feliz, a ser posible con un señor o, en el peor de los casos, con una novia. Porque, si sigo así, ¿cómo voy a criar?, ¿cómo voy a envejecer? No hay un imaginario. Me han preguntado a menudo: “Y el día de mañana, cuando seas mayor, ¿quién te va a querer?” Pues espero que mucha gente. Si echo la vista atrás, lo conecto con el estigma que enfrentó mi tía soltera.
El título del libro me chirrió de entrada, porque se puede interpretar como si el poliamor fuera una moda millenial...
Estoy de acuerdo, pero las experiencias anteriores no tienen casi visibilidad fuera del activismo. No hemos inventado nada nuevo; ya se trataron muchos temas en la revolución sexual, cuando se hablaba de amor libre. Hay muchas familias no monógamas que, por evitar violencias, viven de cara a la galería como familias normalitas. Esos relatos se han tapado; tenemos que recuperarlos y mostrarlos.
Empiezas hablando en primera persona de cómo viviste la sexualidad en la infancia. Treinta años después, los sectores conservadores siguen boicoteando toda iniciativa de educación sexual.
La educación sexual tendría que ser transversal en el currículum escolar, no solamente una asignatura, y ahora no hay ni eso no. Tienes que tener la suerte de que llegue a tu centro una persona molona a dar un taller o una charla puntual. La educación sexual sigue estando muy enfocada al condón, al coito, a cómo evitar una ITS o un embarazo no deseado. Parte del miedo: te tienes que proteger porque el sexo te puede traer cosas muy malas. Por otro lado, no se trabaja la educación emocional: sería chulo enseñar desde la infancia qué es el consentimiento, que nadie tiene derecho a tocar tu cuerpo si tú no quieres, empezando por que no tienes por qué dar dos besos a un adulto. Enseñar a las criaturas que tienen derecho al placer, que explorar sus cuerpos de manera consentida entre iguales no tiene nada de malo.
Tenemos mucho que reaprender de esa forma desprejuiciada en la que se vive el placer en la infancia, hasta que llega la represión…
Nos echamos las manos a la cabeza porque desde la mirada adulta pensamos que se van a poner a hacer lo mismo que hacemos nosotres, y yo creo que son mucho más originales. La sexualidad humana es mucho más amplia que el coito heterosexual, e incluye también la asexualidad, que está completamente invisibilizada. Parece que si el sexo te gusta mucho mal, pero si no te gusta nada mal también. Eso puede llevar a las personas asexuales a sentir mucha culpa y a tener relaciones sexuales no deseadas.
Te preocupa más la propaganda del pensamiento amoroso que el porno.
El porno, aunque parezca que no, tiene mucho en común con el pensamiento amoroso. El mensaje de “encuentra a tu media naranja” está muy atravesado por la heteronorma, pero se reproduce también en relaciones no heterosexuales. Si te aislas por amor, si haces toda tu vida con tu pareja y en esa relación hay violencia, ¿a quién recurres? Tienes menos contacto con tus amistades, porque el relato romántico de que tu media naranja ya te lo da todo no anima a cuidarlas. Esa me parece una de las cosas más peligrosas de la monogamia. A eso se suman otras creencias populares peligrosas, como que los que se pelean se desean, o que en todas las casas cuecen habas, y así se justifican violencias que en cualquier otro tipo de relación nunca justificaríamos. El amor romántico está tan presente en la cultura popular que nadie quiere ser la pringada que reconozca que no es feliz en su relación monógama. Entonces, nos callamos el dolor, silenciamos violencias, lo que en según qué casos puede ser muy peligroso.
Hablas de poliamor porque es la palabra conocida, pero te sitúas en la anarquía relacional. ¿Qué es?
Es una filosofía que bebe de los fundamentos de la anarquía política: supone renunciar a los mandatos impuestos sobre cómo tienen que ser las relaciones. La anarquía relacional va de ampliar y diversificar afectos. Aprendemos que si etiquetamos a alguien como pareja tenemos que quererla más, tenemos que convivir y criar con ella. O que si etiquetamos a alguien como amiga, no podemos tener relaciones sexuales. La anarquía relacional nos invita a alejarnos del corsé de las etiquetas y ver en cada relación qué queremos compartir, qué nos motiva, qué nos gusta hacer juntas. No solo en el terreno sexual o amoroso sino también en las relaciones con la familia de origen, por ejemplo. Me parece un relato mucho más interesante, porque tiene una mirada más estructural que sitúa las relaciones en un contexto sociopolítico capitalista, patriarcal, racista, capacitista que atraviesa el deseo.
Te voy a devolver una pregunta que haces en el libro: ¿Cómo encontrar un equilibrio entre la libertad individual y la responsabilidad afectiva?
Creo que con un poco de calma. Vivimos muy aceleradas y, cuando vas corriendo a todos lados y no paras ni a respirar, no sabes ni qué estás sintiendo. Es difícil parar un poco y observar tus relaciones, si estás cuidando con responsabilidad, si te estás atendiendo a ti misma… La libertad para mí no va tanto de “hago lo que me da la gana”, sino de escuchar mis límites, respetarlos, valorarlos y ponerlos en común. Se trata de no ir por la vida con el piloto automático, pero siento que la velocidad de la sociedad capitalista es una de las cosas que más dificultan el cuidado de las relaciones interpersonales y el autocuidado. Otra cosa importante es tomar conciencia de cuáles son tus privilegios en las relaciones. Por ejemplo, tener una belleza normativa, haber tenido acceso a terapia, tener más pasta o tiempo para irte de cañas o tener acceso a cierto tipo de ocio, tener más edad y experiencia vital… O, sencillamente, ser un hombre heterosexual, blanco y seguro de sí mismo. En una familia heterosexual no corresponsable, si se abre la relación, ¿quién va a tener más tiempo para las citas, para quedar con los amigos o ir al gimnasio?
¿Qué hacemos con la culpa? Especialmente en las mujeres, limita mucho nuestra forma de vivir la sexualidad.
Creo que cuando tenemos tiempo y calma para escucharnos, podemos ver qué forma tiene esa culpa, qué me está diciendo, si la estoy sobredimensionando… A veces son las normas sociales las que generan culpa, lo que nos han dicho que está bien y está mal. De joven intenté entender la monogamia, pero la practicaba mal, y la culpa me comía. Hasta que un día dije: “Quizá se pueden vivir las relaciones de otra manera”. Socializar la culpa entre amigas puede ayudar mucho.
En entornos feministas y cuir veo que también se vive con cierta culpa o complejo tener relaciones de pareja monógamas o una sexualidad convencional…
En el libro lanzo ese aviso de no salirnos de un mandato para meternos en otro, sino abrir la mirada, ampliar opciones. A veces parece que haya que sacarse un carné de la buena bollera, la buena feminista o la perfecta poliamorosa. Estamos marcando de nuevo qué es hacerlo bien y hacerlo mal, y seguimos vigilando a la otra. Intentemos aprender de las violencias estructurales que nos oprimen para no reproducirlas por lo bajini de otra manera.
¿Y qué hacemos con los celos?
Son un término paraguas para describir emociones muy diversas: miedo al abandono, envidia, inseguridad… No hay que demonizarlos, sino entenderlos como un reflejo de todas nuestras vivencias, de cómo nos hemos construido. Puede que una situación concreta te despierte miedos pasados o puede que los celos te estén avisando de que esa persona te está tratando como el culo. En cambio, con una persona que te escucha, comparte sus emociones, te dedica tiempo de calidad y te hace sentir vista, puedes tener un apego seguro que permita la conexión con otras. También hay la idea errónea de que las personas poliamorosas no sentimos celos. Los sentimos, pero el tema está en cómo los gestionamos. Es verdad que cuando rompes con la idea de que tu pareja te pertenece, solo puede tener ojos para ti, follar contigo y quererte a ti, pues te relajas un poco. Pero en una misma persona puede haber distintos momentos: imagina que estás ansiosa por una situación de precariedad económica o que tienes que huir de un país en guerra. Recomiendo un libro cuya traducción he prologado, Una red segura, que habla de apego, trauma y no monogamias.
En otros países se ha reconocido legalmente a familias que se salen de la norma binaria. Por ejemplo, a la hora de registrar a las criaturas o cobrar la pensión de viuedad. ¿Cómo podemos avanzar en esa lucha?
Es complicado, y nos lleva al eterno debate de si nos integramos en el sistema o nos lo cargamos, como se dio con el matrimonio homosexual. Tiene sentido que el primer paso sea conseguir para nosotres derechos que tiene otra gente, pero sería interesante al mismo tiempo no conformarnos con alcanzar lo que ya existe sino imaginar otras maneras de configurar la protección legal a la familia y a la crianza. Es un trabajo de hormiguita que implica reunirse, debatir, compartir experiencias sobre lo que funciona y lo que no.
Terminas el libro con una carta conciliadora dirigida a tu madre. ¿Te puedo preguntar cómo se lo ha tomado?
Fatal. No entiende por qué lo tengo que hacer vox populi. Ahora ignorarlo es más complicado para ella, porque está publicado y hablo todo el rato de ello. Tampoco entiende a lo que me dedico ni le gusta cómo visto. No alcanza a ver que tengo una red maravillosa de personas a mi lado sin tener un novio que me cuide.
Busquemos entonces otro final feliz: ¿qué alegrías te está dando este libro?
Muchísimas. Uno de los mensajes que más he recibido es “El libro me ha hecho sentir que no soy tan rara, que no estoy tan sola”. Hay gente a la que le ha servido, a diferencia de mí, para reconciliarse con su madre y tener conversaciones sobre el tema. Los mensajes más bonitos han sido los de madres de una determinada edad, que han comprado el libro porque quieren entender a sus hijes y acompañarles.
June Fernandez
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