Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, marzo 20

Antimilitarismo

 


«Sin ejércitos, no habría guerras», aseveración que puede parecer pueril en principio, pero que en realidad se trata de una perogrullada como un castillo. Es decir, hablamos de una organización armada, ferozmente jerarquizada, que sirve a los intereses de un nación, que es lo mismo que decir de un Estado, que viene a ser el poder político, que a su vez lo forma principalmente una oligarquía sujeta a determinados intereses, que no suelen coincidir en lo más mínimo con la sociedad de la que forman parte. Es decir, incluso a estas alturas, puede haber tarambanas que se crean esa mistificación inicua llamada «patriotismo», pero la realidad que no quieren ver ante sus ojos es que, si los conducen a la guerra, obedecen a los intereses de una clase dirigente. Así de sencillo. Alguien puede identificar un ejército, meramente, con la defensa armada de un pueblo o de una comunidad, pero seamos serios y usemos la semántica de forma mínimamente decente.

Recuerdo, hace ya unas décadas, cuando el servicio militar era todavía obligatorio en este inefable país, una emotiva entrevista a un insumiso encarcelado, en aquel programa televisivo de Jesús Quintero, Cuerda de presos; el chaval aseguró algo así como que, tal vez, habría muchos motivos para luchar, como hacerlo por lo más desvalidos o defender una sociedad más justa, pero nunca para formar parte de una institución autoritaria que enfrenta a los pueblos. Efectivamente, no me pude sentir más identificado con aquellas palabras, que creo tienen que ver, de forma rotunda, con lo que es el antimilitarismo. De hecho, tal vez no me declararía nunca como «pacifista», y ni siquiera como «antibelicista», ya que son términos a menudo desprendidos de contenido y suscritos en ocasiones, de forma cruelmente cínica, por aquellos que promueven las guerras. Desde que recuerdo, y en nombre de la moral más elemental, me he opuesto a esos organismos que uniforman, a todos los niveles, y enseñan a los jóvenes a asesinar a otros de diferente origen.

Me pregunto si algún soldado ruso puede creer que su causa, la de la reciente agresión militar al pueblo ucraniano, tiene algún tipo de justificación o son meros autómatas en manos de un ejecutivo implacable. En otro conflicto militar perpetuado, me pregunto también si puede haber algún soldado sirio con algún motivo para pensar que están al servicio de su patria, al reprimir con las armas a opositores al régimen político imperante, o más bien obedecen, de manera acrítica, órdenes de una clase gobernante. Del mismo modo, y de forma especialmente escalofriante, me pregunto si todos aquellos soldados, de Arabia Saudita y de otros países, que llevan años bombardeando a la población yemení con inumerables muertos, pueden estar orgullosos de lo que hacen en nombre de su patria. Una cruenta guerra, esta de Yemen, especialmente olvidada por los medios, tal vez por la connivencia de de las potencias llamadas «democráticas» y por no provocar una migración que afecte a nuestro mezquino Occidente. Se dice que hay decenas de conflictos bélicos activos en el mundo, la mayoría olvidados al no interesar al mundo «desarrollado», mientras algunos continúan alabando el militarismo y fomentando esa mistificación llamada «patriotismo» que impide la deseada fraternidad universal. Sí, hay mucho motivos para luchar y, tal vez, en ocasiones extremas incluso no tendríamos más remedio que coger un arma; formando parte de un ejército, que son, efectivamente, los que hacen las guerras entre Estados, no se me ocurre ninguno.

 

Juan Cáspar

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