Determinada en parte por el nomadismo,
esta fobia se expresa en una muy característica resistencia al trabajo
alienado (para un patrón o bajo la normativa de una institución, en
dependencia) y en un atrincheramiento en tareas autónomas, a veces
colectivas, en cierto sentido libres. “Era un dolosito, mare, / ver los
gachés currelá”, decía, a propósito, la letra de un cante antiguo,
recogida por Demófilo…
Así se manifiesta en la lista de sus
profesiones tradicionales: herreros y forjadores de metales,músicos,
acróbatas, chalanes y traficantes de caballos, amaestradores de
animales, echadores de la buena ventura,… La artesanía, el pequeño
comercio y los espectáculos, en fin, como conjuro contra la peonada
agrícola, el jornal fabril o el salario del empleado. B. Leblon lo ha
constatado a si mismo para los gitanos sedentarizados (panaderos,
herreros, carniceros, esquiladores, chalanes,…, en el Cádiz de fines del
siglo XVIII, donde se concentraba el 16.5 % de la población romaní en
España) (2005, p. 111). A la altura de 1840, T. Gautier dejaba
constancia de la persistencia de este rasgo en sus notas sobre los
gitanos granadinos del Sacro Monte:
“Estos gitanos tienen generalmente por oficio la herrería, el esquileo y son, sobre todo, chalanes. Guardan mil recetas para excitar y dar animación a las más viejas caballerías; un gitano habría hecho galopar a Rocinante y dar cabriolas al Rucio de Sancho. Ahora bien, el verdadero oficio del gitano es el de ladrón. Las gitanas venden amuletos, dicen la buenaventura y practican todas esas extrañas industrias que son comunes a las mujeres de su raza”.
Así como se reprime el nomadismo y se
destruye la oralidad, las instancias homogeneizadoras delas
administraciones centrales, regionales y locales combaten puntual y
celosamente dicha“salariofobia”. Lo atestigua el sociólogo gitano M.
Martín Ramírez:
“La limitada gama de sus oficios tradicionales apenas sí tienen reconocimiento legal o, como en el caso de la venta ambulante, son inconstitucionalmente perseguidos en miles de municipios españoles, sin opción alternativa” (2005, p. 193).
Y D. Wagman relaciona la dedicación
gitana al tráfico de drogas con la “creciente precariedad e
ilegalización del trabajo de venta ambulante”, verdadera
ocupación-reservorio de esta pasión gitana por la autonomía —y por el
vagar (2005, p. 92).
En la medida en que sus estrategias
tradicionales de subsistencia se obstruyen
jurídicamente(reglamentaciones, permisos, impuestos,…), o se ilegalizan
sin más, los gitanos se ven en parte abocados a lo que T. San Román
llama “economía marginal”, un espacio nebuloso en el que ni el oficio ni
el trabajador existen preceptivamente, como materia de legislación:
chatarreros,recogedores de cartones y otros recicladores varios,
vendedores de periódicos sociales, menudeadores irregulares o
esporádicos, etcétera.
Si bien un porcentaje importante de la
comunidad gitana peninsular ha terminado cayendo en el orden del
salario, ya sea por la vocación malinchista de los seleccionados por el
sistema educativo,ya por la exigencia ineludible de la subsistencia
familiar, no son pocos los romaníes que perseveran en la defensa de su
autonomía y de su independencia económica, recordándonos el amor a la
libertad de los quínicos antiguos: “A nosotros también nos gustan los
pasteles, pero no estamos dispuestos a pagar su precio en servidumbre”,
quisieran decirnos, como Antístenes el Cínico, tal Diógenes el Perro.
Amor a la libertad en el que, curiosamente, parece reverberar una
conocida máxima kantiana, recordada por L. Mumford en el capítulo que
dedicara a “la degradación del trabajador”:
“La doctrina de Kant, según la cual todo ser humano debía ser tratado como un fin y nunca como un medio, fue precisamente formulada en el momento en que la industria mecánica había empezado a tratar al trabajador únicamente como un medio, un medio para lograr una producción mecánica más barata.Los seres humanos recibían el mismo trato brutal que el paisaje: la mano de obra era un recurso que había de ser explotado, aprovechado como una mina, agotado, y finalmente descartado. La responsabilidad por la vida del empleado y por su salud terminaba con el pago de su jornal por el día de trabajo” (p. 121).
Podríamos concluir que existe un perfil
humano en el que la idiosincrasia romaní nunca ha querido reconocerse:
el perfil del proletario, en particular, y el perfil del hombre
económico (mero productor-consumidor, personalidad reducida y
triturada), en general. J. Ellul lo definió con contundencia:
“Con el proletario estamos en presencia de un hombre vaciado de su contenido humano, de su sustancia real, y poseído por el poder económico. Está enajenado no solo en tanto sirve a la burguesía,sino en cuanto resulta extraño a la propia condición humana: especie de autómata, aparece como una pieza más del engranaje económico, activado solo por la corriente material (…). No menos para el proletario que para el burgués, el hombre no constituye sino una máquina de producir y de consumir.Está sometido para producir y debe estarlo asimismo para consumir. Es necesario que absorba lo que le ofrece la economía (…). ¿Carece de necesidades el hombre? Hay que crearlas, pues lo que importa no es su estructura psíquica y mental, sino la salida de las mercancías, cualesquiera que ellas sean. Entonces se inicia esta inmensa trituración del alma humana que desembocará en la propaganda masiva y que,mediante la publicidad, vincula la dicha y el sentido de la vida al consumo. El que tiene capital, es esclavo de su dinero; el que carece de él, es esclavo de la locura de desear conquistarlo, ya que es forzoso consumir; en la vida todo se reduce a obedecer a tal imperativo” (p. 225-6).
Tanto el extremo de la laborofobia como
el contrapunto doloroso de la adscripción gitana al orden del salario y
del empleo no-cualificado han hallado notables expresiones artísticas:
lo primero, en una serie interminable de canciones populares o debidas a
compositores gitanos (entre ellos, M.Molina Jiménez, de manera muy neta
en diversos temas de su álbum Al alba…), en el cine de E. Kusturica—a
pesar de la psicología alterada de sus personajes—,de F. Rovira Beleta
y, especialmente, en el de T. Gatlif; lo segundo, también en el cine,
ahora sobre los gitanos sedentarios, como en Solo el viento,
descorazonador film de Benedek Fliegauf, y, con toda nitidez, en la
música (cante de las minas, coplas sobre los jornaleros rurales, etc.).
La desafección gitana hacia el empleo se
manifiesta, de manera negativa, en los cantes mineros yen aquellos otros
que abordan la congoja de trabajar al modo payo:
“Y sale el minero cantando.
Entra con pena en la mina,
y sale el minero cantando:
porque ve la luz del día
y sus niños lo están esperando.
¡Ay!, y se emborrachan los mineros
to los días, to los días, to los días, ¡ay!”.
Entra con pena en la mina,
y sale el minero cantando:
porque ve la luz del día
y sus niños lo están esperando.
¡Ay!, y se emborrachan los mineros
to los días, to los días, to los días, ¡ay!”.
[Carmen Linares, recreando un cante popular dramático. En Un siglo con duende…, 2002]
“¡Ay!, desgraciaíto de aquel
que come pan de la mano,
siempre mirando a la cara:
si la ponen mala o buena”.
que come pan de la mano,
siempre mirando a la cara:
si la ponen mala o buena”.
[El obrero ante/bajo el empresario; a su
merced, pues “come pan de la mano”…
En la voz de el Diamante Negro. Tema
incluido en Un siglo con duende…, 2002]
“Por una estrecha y oscura galería
un minero va cantando;
y en su cantar va diciendo
que cómo estará la prenda mía,
que me la dejé durmiendo”.
un minero va cantando;
y en su cantar va diciendo
que cómo estará la prenda mía,
que me la dejé durmiendo”.
[Aflicción por la separación diaria de
los amantes, que no se daba en la vida gitana tradicional.Taranta minera
dela Niña de Linares, recogida en Antología. La mujer en el cante,
1996]
A modo de complemento, el amor gitano a
la libertad, entendida ahora como independencia económica, como
autogestión en la reproducción de la vida, fue cantado admirablemente
por A.Pushkin en su poema Los zíngaros, uno de los documentos payos más
interesantes sobre la idiosincrasia romaní. En una composición muy
bella, verdaderamente heterotópica, el poeta evidencia la imposibilidad
de la trans-etnicidad, elogiando la vivencia comunitaria gitana de la
autonomía y denigrando el “individualismo” esclavizador
eslavo-occidental. Los aspectos de la diferencia cíngara aparecen,
todos, como en un pase de lista, en la composición: nomadismo, oralidad,
laborofobia, sentimiento comunitario, educación clánica, derecho
consuetudinario, antiproductivismo, aversión a las lógicas políticas.
Buena parte de ellos se concentran en el concepto gitano de “libertad”,
alrededor del cual gravitan el principio y el final del escrito.
Ante la independencia económica y la
autogestión romaní, la fascinación era casi inevitable para el sujeto
sedentario acosado por su propia mala consciencia de heteronomía y de
servidumbre:como G. Borrow, acaso como A. Pushkin, Aleko la siente… Se
produce la “agregación”, exasperada hasta el extremo de la fusión
amorosa, y Aleko es admitido como un hermano en el grupo nómada cíngaro.
Al final, no obstante, se trunca el experimento y sobreviene la
dolorosa “desmembración”,motivada por la incompatibilidad radical entre
el individuo eslavo egoísta (posesivo, acumulador también en el ámbito
de los afectos y de la sexualidad) y las fibras de comunidad gitanas,
siempre generosas, siempre desinteresadas, indeciblemente solidarias.
Que el amor fuera libre entre los
cíngaros de principios del siglo XIX es discutible; y a este propósito
se dividen las opiniones de los especialistas. Pero, según algunos
biógrafos, A. Pushkin tuvo la ocasión de comprobarlo: admitido en un
clan gitano, se sumó a su errar durante varios meses. A nuestros
efectos, carece de importancia, no obstante: libre el amor o no tanto,
el sentir gitano comunitario colocaba frente a los celos, de evitación
tan difícil, unas barreras consuetudinarias —destinadas a preservar la
paz y la armonía en el clan— que, sin abolir el sufrimiento, descartaban
el crimen. Y no sucedía así en el mundo eslavo… Aleko mata a la mujer
con la que convivía, Zemfira, y también a su joven amante romaní.
El fracaso de Aleko, que recuerda en lo
superficial la derrota del hijo pródigo de A. Gide (debilitación por las
privaciones, espesamiento de las dudas, nostalgia de las comodidades
rehusadas), sanciona la ininteligibilidad del otro civilizatorio. Pero
ilumina también el acercamiento parasitario, en absoluto sacrificial —el
retorno queda siempre abierto, como una malla protectora,para el caso
de la frustración de la aventura—, característico del hombre de la
cultura hegemónica. G. Borrow, A. Pushkin y Aleko podían “regresar”; y,
de hecho, no habiendo expuesto demasiado, y tras degustar la
experiencia, se reincorporaron con facilidad al orden de la
sociedad-bien…
A propósito del relato de A. Pushkin,
objeto asimismo de diversas lecturas productivas, cabe distinguir dos
grandes grupos de recreaciones. Por un lado, y en la línea de Mi
Pushkin, obra de M. Tsvietáieva, se insiste en los distintos conceptos
del amor: deslumbrante en la liberalidad honesta,espontánea y al mismo
tiempo sabia, de los cíngaros; y conmovedor, en su patetismo, en el caso
de Aleko, devorado por la pasión y el celo posesivo, víctima culpable
de la mentalidad patriarcal. Porotro, y al modo de la ópera de S.
Rachmaninov, se destaca la idea de “libertad”, aferrada por los gitanos y
alcanzada y perdida por Aleko. En nuestro caso, más cerca de la
interpretación del músico, subrayamos el alcance del choque de
civilizaciones y los valores de la cultura minoritaria y perseguida
(entre ellos, e inseparable del sentimiento de libertad, la elusión del
trabajo explotador,el modo gitano de rehuir la servidumbre laboral).
El libreto de S. Rachmaninov, en efecto,
manifiesta un interés secundario por el problema del amor y focaliza la
atención en el asunto de la soberanía sobre uno mismo y de la oposición
entre las culturas. Aleko procede, como el propio A. Pushkin, de la
clase alta; y se aburre en ese entorno frívolo e insípido (queja
característicamente romántica, de índole existencial: el vacío, la
anemia y la esterilidad de la sociedad aristocrático-burguesa). Como en
tantos creadores, la fuga adquiere la forma de un adhesión a la causa
del otro, de una afiliación a lo lejano (Lord Byron y la lucha
liberal-nacional en Grecia, G. Borrow y los gitanos, T. Gautier y
Oriente, etcétera). Se cifra la libertad en una ingreso en la órbita del
extraño; y S. Rachmaninov, partiendo de A. Pushkin, arroja una nota
crítica al respecto: no es posible, o no siempre es posible, la
transculturalidad. Lamentablemente, y desde el punto de vista
civilizatorio, hemos sido sellados y lacrados como cartas antiguas —pero
como misivas absurdas, mudas, sin dirección y sin remite. De ahí el
fracaso de Aleko en su búsqueda de la libertad (escapar de un mundo de
esclavos y amos de esclavos, de señores y siervos de señores, de
empleados y empleadores); de ahí la frustración de su proyecto
transétnico, arraigado en el malestar socio-cultural y en una
laborofobia instintiva.
En Los cíngaros, y antes de que el relato
aborde el nacimiento y la hipertrofia de los celos, unos versos muy
sencillos presagiaban la corrupción de la empresa:
“Tú nos amas,
aunque hayas nacido entre los ricos.
Pero no siempre es dulce la libertad
para el que está acostumbrado al acomodo (…).
aunque hayas nacido entre los ricos.
Pero no siempre es dulce la libertad
para el que está acostumbrado al acomodo (…).
Habiendo desafiado las cadenas, Aleko es libre
y no se arrepiente de sus días nómadas.
De todos modos, él y el clan siguen siendo los mismos”.
y no se arrepiente de sus días nómadas.
De todos modos, él y el clan siguen siendo los mismos”.
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