Hoy más que nunca, y sobre todo en un
sistema democrático, tiene inusitada vigencia la vieja máxima que decía
que los gobernantes tienen como fuerza última nada más que la opinión,
dado que la verdadera fuerza (por capacidad y porque nadie puede mandar
si nadie le obedece) pertenece a los gobernados, aunque estos no la usen
casi nunca. Es por este motivo que toda forma de dominio, de la que el
Estado es la más completa, siendo la democracia su articulación más
perfeccionada hasta el momento, ha de asegurarse de un modo u otro para
su propia supervivencia tener de su lado la adhesión de sus dominados.
Este papel de “ganar adhesiones” tradicionalmente se ha reservado para
la propaganda (“una mentira dicha una vez es una mentira, pero dicha mil
veces se convierte en verdad” decía Goebbels, el infame ministro de
propaganda nazi).
En la época en la que vivimos y bajo el
sistema que nos somete (o lo intenta) hay que sufrir una dictadura de la
propaganda y de la imagen, a través de las ya clásicas estructuras de
adoctrinamiento (como la escuela y los sistemas de enseñanza, la familia
y el disciplinamiento a través del trabajo, la ley y las diversas
ciencias y medicinas), a través de los medios de comunicación de masas
(negocio y a la vez propaganda) que hacen con sus continuos bombardeos
de valores, moral, ideología, (des)información… que nos posicionemos al
lado del sistema. Pero no contento con que nos posicionemos a su favor,
la dominación busca hacernos participes del mantenimiento de nuestras
propias cadenas y da una nueva vuelta de tuerca que se añade a la
clásica propaganda que todo stablishment tiene. Ahora nos hace, además,
seguidores de su sistema, impulsando a la vez que frenando nuestra
participación en el, creando una especie de fanatismo democrático que
sustituye, en un mundo globalizado, a los viejos y casi obsoletos
patriotismos: el civismo.
Con el civismo se instaura la mentalidad,
a través de la clásica propaganda del sistema, de defensa de la
democracia, no ya como sistema, sino como forma de convivencia, como
complejo de valores respetables y deseados por todos. Así, el buen
ciudadano que vela por el Orden y el correcto funcionamiento de la
democracia, no piensa que este protegiendo, por ejemplo, un sistema de
relaciones basadas en el sometimiento y la desigualdad (esto es, que un
diputado, senador o concejal que cobra un pastón de nuestros impuestos y
de nuestro trabajo legisle, es decir, nos diga lo que podemos y no
podemos hacer, o que un empresario nos explote por cuatro migajas). No,
el buen ciudadano piensa que esta velando por una correcta y armónica
convivencia. O sea, que el colega de la esquina no se puede mear en la
acera porque deja a mal olor y es un acto incívico, pero las fabricas en
las que nos vemos prácticamente obligados a trabajar- para poder tener
el salario que nos permita subsistir- puede verter al río toda la mierda
permitida (si vierte más no es bonito), que viene a ser generalmente la
que esa empresa quiere, o la infinidad de coches que pululan por las
ciudades pueden hacer polvo el ecosistema y nuestros pulmones, que no
pasa nada. Si acaso ya elevaremos una democrática queja a nuestro
concejal más cercano en un bonito formulario azul claro (incluso puede
que hasta en bilingüe).
El civismo, que lleva aparejados y
potenciados conceptos como la tolerancia (tolerancia con la opresión,
por supuesto, pero no así con la rebelión), o la no violencia (la no
violencia de los descontentos, porque de la Policía en si misma nadie se
queja, a los más hay quejas si algún policía se excede), es un
mecanismo de interiorización de la propaganda del sistema, en la cual se
participa activamente pero solo manteniendo el orden adecuado, ya que un exceso de participación puede llegar a ser
peligroso al reflejar algo que el dominio teme: la iniciativa propia (si
bien, dentro de unos parámetros y hasta un cierto punto la fomenta:
iniciativa empresarial, etc.)
El individuo cívico deja de ser individuo
para convertirse en ciudadano, independientemente de su categoría
social, de lo que gane, de donde viva, etc, aunque, casualidades de la
vida, cuanto más alto se esta en el escalafón social, más cívico se es y
más “conciencia social” se tiene (luego si esa conciencia no sirve ni
para limpiarse el culo o si es perfectamente funcional a los designios
del dominio es un poco lo de menos) . El ciudadano es el paradigma del
nuevo súbdito y colabora a que todo vaya como tiene que ir, pacificando
con su actitud policíaca (siempre en pos de la “buena convivencia”) las
posibles alteraciones del orden, rupturas o disfuncionalidades que haya
en el seno de “su” linda comunidad.
En el fondo el ciudadano no es más que un
ser sobresocializado que por miedo e inseguridad inculcados por el
sistema lo defiende a capa y espada temeroso de sus propias
posibilidades y potencialidades, temeroso de tomar las riendas de su
vida en sus propias manos, ansioso de que lo guíen, de que todo vaya
como debe ir y totalmente plegado a lo artificial. El ciudadano es un
ser temeroso que aborrece la violencia explícita contra esta forma de
vida porque no se atreve a ejercerla y porque teme otra vida posible, y
por ello acaba convirtiéndose en un sumiso seguidor de la sutil
violencia del Estado (de hecho aborrecerá las dictaduras porque en ellas
la violencia es más brutal, menos camuflada, porque en las dictaduras
el poder no se camufla, se ejerce, ya que esa es su fuerza, mientras que
en las democracias el poder se trata de difuminar para ejercerse mejor y
con más comodidad).
Con el civismo la subversión se gana un
nuevo enemigo. Si antes había que luchar contra el Estado, las leyes, la
policía, el capitalismo, la explotación, los patrones, ahora con el
civismo hay que luchar contra los ciudadanos (incluso muchas veces
literal y físicamente). Cierto es que este mecanismo de interiorización
de la propaganda del sistema, esta forma de pseudoparticipación en la
defensa del Orden tiende a resquebrajarse en épocas en las que las vacas
flacas campean a sus anchas y no todo es tan bonito. Cierto es que
hasta el más cívico puede replantearse el tema cuando no llega a fin de
mes. Pero la clase media muchas veces se mantiene en sus status,
incivilizándose más generalmente los que bajaron en el escalafón social
(aunque debemos recordar que “estómagos agradecidos” y “obreros
limpiabotas” hay muchos y a veces son mejores ciudadanos que un
industrial). Sea como fuere y por si el civismo y la propaganda fallan,
siempre estará la gloriosa guardia civil y sus 100.000 nuevas pelotas de
goma para continuar repartiendo democracia.
Fragmento del libro “Contra la Democracia”. Pág. 37-40Pincha aquí para descargarlo
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