El trabajo no es, de ningún modo,
idéntico al hecho de que los hombres transforman la naturaleza y se
relacionan a través de sus actividades. En tanto haya hombres,
construirán casas, producirán vestimentas, alimentos, así como criarán
hijos, escribirán libros, discutirán, cultivarán huertas, harán música,
etc. Esto es banal y se entiende por sí mismo. Lo que no es obvio es que
la actividad humana en sí, el puro «gasto de fuerza de trabajo», sin
tener en cuenta ningún contenido e independiente de las necesidades y de
la voluntad de los implicados, se volvió un principio abstracto, que
domina las relaciones sociales.
En las antiguas sociedades agrarias
existían las más diversas formas de dominio y de relaciones de
dependencia personal, pero ninguna dictadura del abstractum trabajo. Las
actividades en la transformación de la naturaleza y en la relación
social no eran, de ninguna manera, autodeterminadas, pero tampoco
estaban subordinadas a un «gasto de fuerza de trabajo» abstracto; al
contrario, estaban integradas en el conjunto de un complejo mecanismo de
normas prescriptivas religiosas, tradiciones sociales y culturales con
compromisos mutuos. Cada actividad tenía su tiempo particular y su lugar
particular; no existía una forma de actividad abstracta y general.
Solamente el moderno sistema productor de
mercancías creó, con su fin en sí mismo de la transformación permanente
de energía humana en dinero, una esfera particular, «disociada» de
todas las otras relaciones y abstraída de cualquier contenido, la esfera
del llamado trabajo una esfera de actividad dependiente incondicional,
desconectada y robótica, separada de lo restante del contexto social y
obediente a una abstracta racionalidad funcional de «economía
empresarial», más allá de las necesidades. En esta esfera separada de la
vida, el tiempo deja de ser tiempo vivido y vivenciado; se transforma
en simple materia prima que necesita ser optimizada: «tiempo y dinero».
Cada segundo es calculado, cada ida al cuarto de baño se convierte en un
trastorno, cada conversación es un crimen contra el fin autonomizado de
la producción. Donde se trabaja, sólo puede haber gasto de energía
abstracta. La vida se realiza en otro lugar, o no se realiza, porque el
ritmo del tiempo de trabajo reina sobre todo. Los niños ya están domados
por el reloj para tener algún día «capacidad de eficiencia». Los
festivos sólo sirven también para la reproducción de la «fuerza de
trabajo». E incluso a la hora de la comida, de la fiesta y del amor, la
aguja de los segundos toca en el fondo de la cabeza.
En la esfera del trabajo no cuenta lo que
se hace, sino que se haga algo en cuanto tal, pues el trabajo es
justamente un fin en sí mismo, en la medida en que es el soporte de la
valorización del capital dinero, el aumento infinito del dinero por sí
solo. El trabajo es la forma de actividad de este fin en sí mismo
absurdo. Sólo por eso, y no por razones objetivas, todos los productos
son producidos como mercancías. Porque únicamente de esta forma
representan el abstractum dinero, cuyo contenido es el abstractum
trabajo. En esto consiste el mecanismo de la incesante Rueda social
autonomizada, de la que la humanidad moderna está prisionera.
Y es precisamente por eso que el
contenido de la producción es tan indiferente a la utilización de los
productos y a las consecuencias sociales y naturales. Si se construyen
casas o se siembran los campos de minas, si se imprimen libros, se
cultivan tomates transgénicos, si las personas enferman, el aire está
contaminado o si «sólo» se perjudica el buen gusto… todo eso no
interesa. Lo que interesa, de cualquier modo, es que la mercancía pueda
ser transformada en dinero y el dinero en nuevo trabajo. Que la
mercancía exija un uso concreto, y que éste sea destructivo, no le
interesa a la racionalidad de la economía empresarial; para ella, el
producto sólo es portador de trabajo pretérito, de «trabajo muerto».
La acumulación de «trabajo muerto» como
capital, representado en la forma-dinero, es el único «sentido» que el
sistema productor de mercancías conoce. ¿«Trabajo muerto»? ¡Una locura
metafísica! Sí, pero una metafísica que se volvió realidad palpable, una
locura «objetivada» en la sociedad con mano férrea. En el eterno
comprar y vender, los hombres no intercambian bajo la condición de seres
sociales conscientes, sino que sólo ejecutan como autómatas sociales el
fin en sí mismo propuesto a ellos.
“La abolición del trabajo”, vv.aa
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