Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

lunes, febrero 22

El trabajo es un principio coercitivo social

El trabajo no es, de ningún modo, idéntico al hecho de que los hombres transforman la naturaleza y se relacionan a través de sus actividades. En tanto haya hombres, construirán casas, producirán vestimentas, alimentos, así como criarán hijos, escribirán libros, discutirán, cultivarán huertas, harán música, etc. Esto es banal y se entiende por sí mismo. Lo que no es obvio es que la actividad humana en sí, el puro «gasto de fuerza de trabajo», sin tener en cuenta ningún contenido e independiente de las necesidades y de la voluntad de los implicados, se volvió un principio abstracto, que domina las relaciones sociales.

En las antiguas sociedades agrarias existían las más diversas formas de dominio y de relaciones de dependencia personal, pero ninguna dictadura del abstractum trabajo. Las actividades en la transformación de la naturaleza y en la relación social no eran, de ninguna manera, autodeterminadas, pero tampoco estaban subordinadas a un «gasto de fuerza de trabajo» abstracto; al contrario, estaban integradas en el conjunto de un complejo mecanismo de normas prescriptivas religiosas, tradiciones sociales y culturales con compromisos mutuos. Cada actividad tenía su tiempo particular y su lugar particular; no existía una forma de actividad abstracta y general.

Solamente el moderno sistema productor de mercancías creó, con su fin en sí mismo de la transformación permanente de energía humana en dinero, una esfera particular, «disociada» de todas las otras relaciones y abstraída de cualquier contenido, la esfera del llamado trabajo una esfera de actividad dependiente incondicional, desconectada y robótica, separada de lo restante del contexto social y obediente a una abstracta racionalidad funcional de «economía empresarial», más allá de las necesidades. En esta esfera separada de la vida, el tiempo deja de ser tiempo vivido y vivenciado; se transforma en simple materia prima que necesita ser optimizada: «tiempo y dinero». Cada segundo es calculado, cada ida al cuarto de baño se convierte en un trastorno, cada conversación es un crimen contra el fin autonomizado de la producción. Donde se trabaja, sólo puede haber gasto de energía abstracta. La vida se realiza en otro lugar, o no se realiza, porque el ritmo del tiempo de trabajo reina sobre todo. Los niños ya están domados por el reloj para tener algún día «capacidad de eficiencia». Los festivos sólo sirven también para la reproducción de la «fuerza de trabajo». E incluso a la hora de la comida, de la fiesta y del amor, la aguja de los segundos toca en el fondo de la cabeza.

En la esfera del trabajo no cuenta lo que se hace, sino que se haga algo en cuanto tal, pues el trabajo es justamente un fin en sí mismo, en la medida en que es el soporte de la valorización del capital dinero, el aumento infinito del dinero por sí solo. El trabajo es la forma de actividad de este fin en sí mismo absurdo. Sólo por eso, y no por razones objetivas, todos los productos son producidos como mercancías. Porque únicamente de esta forma representan el abstractum dinero, cuyo contenido es el abstractum trabajo. En esto consiste el mecanismo de la incesante Rueda social autonomizada, de la que la humanidad moderna está prisionera.

Y es precisamente por eso que el contenido de la producción es tan indiferente a la utilización de los productos y a las consecuencias sociales y naturales. Si se construyen casas o se siembran los campos de minas, si se imprimen libros, se cultivan tomates transgénicos, si las personas enferman, el aire está contaminado o si «sólo» se perjudica el buen gusto… todo eso no interesa. Lo que interesa, de cualquier modo, es que la mercancía pueda ser transformada en dinero y el dinero en nuevo trabajo. Que la mercancía exija un uso concreto, y que éste sea destructivo, no le interesa a la racionalidad de la economía empresarial; para ella, el producto sólo es portador de trabajo pretérito, de «trabajo muerto».

La acumulación de «trabajo muerto» como capital, representado en la forma-dinero, es el único «sentido» que el sistema productor de mercancías conoce. ¿«Trabajo muerto»? ¡Una locura metafísica! Sí, pero una metafísica que se volvió realidad palpable, una locura «objetivada» en la sociedad con mano férrea. En el eterno comprar y vender, los hombres no intercambian bajo la condición de seres sociales conscientes, sino que sólo ejecutan como autómatas sociales el fin en sí mismo propuesto a ellos.

“La abolición del trabajo”, vv.aa

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