[El Cabaret Voltaire en 1916]
Estamos
en 1916 y las armas químicas destrozan los pulmones de los soldados que
combaten en el frente. Ese mismo año, el ejército alemán ha descubierto
una nueva combinación de gas aún más letal que las que se habían usado
hasta entonces, y las bajas se cuentan por miles. Las máscaras de gas no
sirven. La mezcla de cloro y fosgeno que cae sobre las trincheras acaba
filtrándose por las protecciones y alcanzando las vías respiratorias.
Los soldados ni siquiera notan los síntomas al principio. Los efectos
del gas tardan varias horas en manifestarse, así que siguen luchando
ajenos a los abismos que han comenzado a abrirse en sus pulmones.
El dueño del local acabará
expulsando a los dadaístas solo unos meses más tarde, cuando se dé
cuenta de que todos aquellos muertos de hambre ni siquiera tienen para
pagar las consumiciones. El Cabaret Voltaire se convertirá en un
restaurante barato para gente de mala vida, uno de esos locales donde no
sé preguntan los ingredientes que llevan los platos. En los años
treinta sus dueños lo decorarán como una casa de campo suiza en un
intento por atraer a una clientela algo mejor, pero no servirá de nada.
El Cabaret Voltaire nunca será otra cosa que un agujero húmedo y oscuro
excavado en medio de Zürich.
A finales de los
años ochenta el local será finalmente abandonado. En las últimas dos
décadas había sido una discoteca de mala fama, pero después de un tiempo
sus dueños se cansarán de intentar mantener el negocio a flote. Durante
los doce años siguientes permanecerá vacío, olvidado en medio de una
ciudad que se apresuraba en destruir todos los túneles que llenaban su
subsuelo y olvidar todas las conspiraciones que se habían urdido en sus
sótanos. Por alguna razón nadie reparó en aquel antro que se caía a
pedazos a causa de la humedd y el abandono. Sin embargo, en el invierno
del 2002 alguien decidió abrir de nuevo el abismo. Un grupo de okupas
derribaron la puerta del local y crearon un centro social que trataba de
recuperar el espíritu provocador y burlón del dadaísmo. Durante más de
tres meses se organizaron recitales, fiestas y proyecciones de cine
similares a los que se habían hecho en el Cabaret Voltaire, aunque quizá
el verdadero espíritu del dadaísmo estaba ya en el hecho de la
okupación. Si dadá estaba en alguna parte era en la puerta destrozada
del local, en las ruinas y los escombros colectivizados, en la burla al
sistema legal, en los delitos que se estaban cometiendo.
Tres
meses después el nuevo Cabaret Voltaire fue desalojado. Ese mismo año
se convirtió en un museo del dadaísmo. El sistema había consumado la más
cruel de sus violencias: convertirlo en parte de él. Ahora, diez años
después y con cientos de visitas diarias, el dadaísmo solo puede ser
homenajeado con un único acto: la reducción del Cabaret Voltaire a
cenizas en el más hermoso de los incendios.
[El Cabaret Voltaire hoy, convertido en museo del dadaísmo]
Extraído de http://vidadeperrxs.blogspot.com.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario