Creemos
sinceramente que la presencia de anarquistas refractarios en los
movimientos sociales contribuye a la radicalización de estos. Si además,
se organizan en grupos de afinidad y se federan con mayor o menor
formalidad, mejor que mejor. Continúan una tradición histórica que ha
sido fructífera. Los espacios autogestionados, las cooperativas sin
liberados ni asalariados y las asambleas de barrio son herramientas de
lucha necesarias. Pero ¡ay! Si Teruel existe, el anarquismo de derechas
también. Forzoso es reconocer que los resultados de las elecciones
municipales del pasado 24 de mayo devolvieron la fe en las instituciones
a amplios sectores de la población, más desconfiados con la política
durante el 15M. El anarquismo edificante dejó de estar de moda en
determinados ambientes alternativos. Una parte considerable de
libertarios políticamente correctos ha quedado poco menos que
traumatizada al ver que su medio natural, la clase media depauperada e
informatizada, los estudiantes y la burocracia vecinal emigraban a otros
pantanos. Su reacción no se ha hecho esperar: en multitud de reuniones
los envidiosos del éxito ajeno claman contra el “cortoplacismo”; los
generales sin tropa reivindican un “anarquismo social y organizado” con
“vocación de mayorías”, y, finalmente, los más originales, sienten
voluptuosamente la necesidad de “una gran iniciativa social” que nos
lleve a “conquistar juntos una verdadera democracia”. Tal es el caso de
los autores del manifiesto “Construir un pueblo fuerte para posibilitar otro mundo”, verdadero pastiche ciudadanista que ha tenido la virtud de encandilar a unos centenares de firmantes.
En
cuanto a imaginación y oficio, no se puede decir que sobre a los
redactores, pero, en fin, en la época de la modernidad líquida, lo que
importa es la pericia con los SMS y los whatsapps, no el saber escribir
frases de más de una línea. Ya con el título aluden al eslogan “otro
mundo es posible” de los antiglobis, pero
recuérdese que ellos se referían a otra globalización, a otro
capitalismo, no a un “modelo rupturista” con el que “reconstruirnos como
sociedad libre y soberana” a través de una “democracia libertaria de
las personas, no de los mercados”. El análisis de la “transición” es tan
simple como el “erase una vez” de los cuentos de hadas: lo más alejado
de un balance. “Democracia” es una palabra que se repite ad nauseam,
un claro guiño a los indignados del 15M, bien relacionada con “nuestros
derechos” y “la defensa de nuestras libertades y bienes comunes” ante
una “élite” que “no nos representa”. ¿Qué libertades y qué bienes?
Palabras como “burguesía”, “proletariado”, “conciencia de clase”, “clase
dominante”, “explotación”, “miseria”, “revolución”, “anarquía” o
“autogestión” están completamente ausentes, lo que es normal si tenemos
en cuenta que el manifiesto se dirige a la lumpenburguesía en su mismo
idioma, parte de la cual ha preferido votar a los “compañeros” que
“están optando por la vía institucional”. Estamos ante un intento de
fabricar una “marca” anarquista grata a las clases medias, por eso el
lenguaje usado ha sido expurgado de términos que les resulten molestos y
violentos. El anarquismo guay de los tiempos líquidos no surge como
expresión teórica de la lucha de clases, la revuelta urbana o la defensa
del territorio, sino como ideología de la confrontación pacífica “en
las calles y plazas” entre entes abstractos como “el pueblo”, “la
sociedad” o “la mayoría” (lo que sus “compañeros” políticos llaman
“ciudadanía”) y la maligna “élite” o “el 1%”. Ciudadanismo a largo
plazo, nada contradictorio con el otro, pues solamente intenta “impulsar
la independencia popular”, o sea, ocupar el espacio que aquél ha
abandonado al marcharse por sendas electorales.
Bien.
Como ya hemos hablado suficiente del guisado, hablemos ahora de los
cocineros, pues no son precisamente lo que se dice vírgenes en la escena
libertaria. Los impulsores del manifiesto de Apoyo Mutuo son militantes de variado origen, así como quienes lo han suscrito. De alguna forma Apoyo Mutuo representa en el estado español al plataformismo, la corriente más retrógrada del anarquismo,
caracterizada ante todo por el fetichismo de la organización, el santo
grial del “programa” y el oportunismo sin límites de su práctica. A
pesar de arrogarse una genealogía que arranca con el mismísimo Bakunin,
este fenómeno de feria nació en Chile hace quince años sacando del
desván el tema del “partido anarquista”, centralizado, jerarquizado y
disciplinado, con un programa único. Un “comité ejecutivo” se encargaba de “despertar” a las masas desde fuera para que alumbrasen formas de “poder popular”, gracias a una dirección “correcta” que no dudaba
en enfangarse con aventuras políticas. Izquierdismo de reminiscencias
leninistas, que necesita altos niveles de sectarismo y alucinación para
reinterpretar en clave burocrático-vanguardista una realidad muy alejada
de los delirios autoritarios plataformiles. Es pues un producto de la
desagregación cultural, política, económica y social del capitalismo,
verdaderamente hostil al sueño igualitario, cuentista y propio de los
fragmentos de clase asociados a la gestión que el sistema expulsa en sus
huidas hacia adelante.
El
plataformismo es la única corriente dentro del anarquismo que habla de
“poder” y justifica sin complejos la férrea necesidad de una burocracia
mediadora. La versión española es más light y
posmoderna, tal como expresa su léxico buenrollista, y su vanguardismo
está mejor disimulado en una “red de militantes” y una flexible “hoja de
ruta”. Igual que sus mentores, Apoyo Mutuo considera la desorganización
como el peor de los males y a los espontaneístas como al gran enemigo.
Ignorando cualquier otra consideración, todos los males de la tierra son
causados por falta de organización, y lo que es peor, por falta de un
“programa común” que impide “actuar conjuntamente”. Hay que “acabar con
la dispersión organizativa” y, gracias a una ingeniosa separación entre
objetivos parciales y objetivos finales, “desarrollar las estrategias y
tácticas que se estimen oportunas”, algo que se traducirá en prácticas
reformistas y militantistas de tipo sindicalero, municipalista,
asociacionista o parainstitucional. Como es de rigor, Apoyo Mutuo
postula la necesidad de una burocracia dirigente a la que denomina
“pueblo organizado” que administre el “poder popular”. Ha tenido buenos
maestros en los figurones anarquistas que traicionaron la revolución
durante la pasada guerra civil; por eso han
de estar por la rehabilitación de la casta libertaria que renunció a
todo menos a la victoria de sus renuncias. Revisionismo historiográfico
necesario para la mitificación de un pasado con las miserias a buen
recaudo: el partido de la verdad convertido en verdad de partido. El
manifiesto nos trasmite un mensaje claro: la socialdemocracia libertaria
buenista ha venido para quedarse y que se preparen los impresentables
críticos de lo orgánico y los desorientados
habitantes del gueto. ¡Nada fuera de la “organización”, todo por ella!
¡Abajo el comunismo libertario! ¡Viva la “democracia económica y
política”!
Revista Argelaga, 20-06-2015.
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