El Estado no podría existir si nuestra
capacidad para determinar las condiciones de nuestra propia existencia,
como individuos en libre asociación con las/os demás, no se nos hubiese
sido quitada. Esta desposesión es la fundamental alienación social que
provee las bases para toda dominación y explotación. Esta alienación
puede ser correctamente rastreada en el surgimiento de la propiedad (y
digo propiedad como tal, no como propiedad privada, ya que desde muy
temprano gran parte de la propiedad era institucional- perteneciente al
Estado). La propiedad puede ser definida como la demanda exclusiva de
ciertos individuos e instituciones sobre herramientas, espacios y
materiales necesarios para la existencia, haciéndolos inaccesibles a los
demás. Este reclamo es reforzado por medio de la violencia explícita o
implícita. Sin libertad para tomar lo necesario para crear sus vidas,
las/os desposeídas/os están forzados a ajustarse a las condiciones
determinadas por las/os auto-proclamadas/os dueñas/os de la propiedad,
con la intención de asegurar su existencia, que se vuelve así una
existencia en servidumbre. El Estado es la institucionalización de este
proceso, que transforma la alienación de la capacidad de los individuos
para determinar su propia existencia en acumulación de poder en las
manos de unos pocos.
Es innecesario e inútil intentar precisar
si la acumulación de Poder o la de riqueza tuvieron prioridad cuando
aparecieron por primera vez la propiedad y el Estado. Ciertamente estos
ahora se encuentran profundamente integrados. Parece como si el Estado
fuese la primera institución en acumular propiedades con el propósito de
crear un excedente bajo su control, un excedente que le dio Poder real
sobre las condiciones sociales bajo las cuales sus súbditos tuvieron que
existir. Este excedente les permitió desarrollar las variadas
instituciones a través de la cuales imponía su poder: instituciones
militares, religiosas/ideológicas, burocráticas, policiales y así. Por
lo tanto, el Estado, desde sus orígenes, puede ser concebido como un
capitalista por si mismo y con intereses económicos propios que sirven
precisamente para mantener su Poder sobre las condiciones sociales de
existencia.
Como cualquier capitalista, el Estado
entrega un servicio a cambio de un determinado precio. O más
precisamente, el Estado provee dos servicios completamente relacionados:
protección de la propiedad y paz social. Ofrece protección a la
propiedad privada mediante un sistema de leyes que la precisan y
limitan, y por medio de la fuerza de las armas, por las cuales tales
leyes son impuestas.
De hecho, solo se puede decir que existe
propiedad privada cuando las instituciones del Estado están ahí para
protegerlas de aquellas/os que simplemente tomarían lo que quisieran.
Sin esta protección institucional, existe solamente un conflicto de
intereses entre individuos. Esta es la razón por la que Stirner [1]
describió la propiedad privada como una forma de propiedad social o
estatal sostenida con desprecio por individualidades únicas. El Estado
también entrega protección a los «bienes públicos» de invasores externos
y de aquellas/os que el Estado considera ser abusados por sus súbditos,
mediante la ley y las fuerzas armadas. Como único protector de la
propiedad entre sus fronteras -un rol mantenido por el monopolio del
Estado sobre la violencia- el Estado establece un control concreto
(relativo, por supuesto, en relación con la capacidad real que tiene de
ejercer tal control) sobre toda esta propiedad. Así, el costo de esta
protección consiste no solo en impuestos y varias formas de servicio
obligatorio, sino también de resignación hacia los roles necesarios para
el aparato social que mantiene el Estado, y la aceptación, en el mejor
de los casos, de una relación de vasallaje con el Estado, el cual puede
reclamar cualquier propiedad o enrejar cualquier espacio público “por el
interés común” en cualquier momento. La existencia de la propiedad
necesita al Estado para su protección y la existencia del Estado
sostiene a la propiedad, pero siempre, en última instancia, como
propiedad estatal, a pesar de lo “privado” que esta supuestamente sea.
La violencia implícita de la ley y la
violencia explícita de los ejércitos y la policía, mediante las cuales
el Estado protege la propiedad, son los mismos mecanismos por los cuales
este asegura la paz social. La violencia por la que la personas son
desposeídas de su capacidad para crear su vida a su manera es nada menos
que la guerra social que se manifiesta a diario en el, por lo general,
continuo (pero tan rápido a veces como una bala policial) asesinato de
las/os que son explotadas/os, excluidas/os y marginalizadas/os por el
orden social. Cuando la gente bajo ataque empieza a reconocer a su
enemigo, frecuentemente actúa contraatacando. La tarea del Estado,
asegurando la paz social, es así un acto de guerra social, por parte de
las/os amos en contra de las/os dominadas/os – la supresión y prevención
de cualquier tipo de contra-ataque. La violencia de aquellas/os que
gobiernan contra los gobernadas/os es inherente a la paz social.
Pero
una paz social basada solo en la fuerza bruta es siempre frágil. Es
necesario para el Estado implantar en las cabezas de la gente la idea
que ellas/os dependen de la continua existencia del Estado y del orden
social que este mantiene. Esto puede ocurrir como en el antiguo Egipto
en donde la propaganda religiosa, asegurando la divinidad del Faraón,
justificaba la extorsión en la que él tomó posesión de todo el excedente
de grano, haciendo a la población absolutamente dependiente de su
voluntad divina en tiempos de hambre. O puede tomar la forma de
instituciones con participación democrática la cual crea una forma más
sutil de chantaje, en la que somos obligadas/os a participar si queremos
reclamar, pero donde estamos igualmente obligadas/os a aceptar “la
voluntad del pueblo” si lo hacemos. Pero, detrás de estas formas
implícitas o explícitas de chantaje, las armas, las cárceles, los
policías y los soldados están siempre ahí, y esta es la escancia del
Estado y la paz social. El resto es solo barniz.
Aunque el Estado puede ser visto como un
capitalista (en el sentido de que este acumuló Poder gracias a la
acumulación de riqueza excedente en un proceso dialéctico), el
capitalismo como lo conocemos, con sus instituciones económicas
“privadas”, es un desarrollo relativamente reciente, cuyos orígenes
están en el comienzo de la era moderna. Ciertamente este desarrollo ha
producido cambios significativos en las dinámicas del Poder, desde que
una parte de la clase dominante no es directamente parte del aparato del
Estado sino excepto como ciudadanos, como cualquiera esas/os que
ellas/os explotan. Pero estos cambios no significan que el Estado haya
sido subyugado a las instituciones económicas globales o que éste se
haya vuelto secundario en el funcionamiento del Poder.
Si el Estado es, por si mismo, un
capitalista, con intereses económicos propios por perseguir y mantener,
entonces la razón por la cual trabaja para mantener al capitalismo no es
que se haya subordinado a otras instituciones capitalistas, sino porque
para mantener su Poder debe mantener su fuerza económica como un
capitalista entre capitalistas. Los Estados débiles terminan siendo
subyugados a los intereses económicos globales por la misma razón que
las empresas pequeñas, porque no tienen la fuerza para mantener sus
propios intereses. Como las grandes corporaciones, los Estados grandes
juegan un papel de igual o mayor importancia que las grandes
corporaciones en determinar las políticas económicas globales. En
realidad, son las armas del propio Estado las que harán cumplir tales
políticas.
El Poder del Estado tiene sus raíces en
su monopolio legal e institucional sobre la violencia. Esto le da al
Estado un Poder material concreto de el cual dependen las instituciones
económicas globales. Instituciones tales como el Banco Mundial y el FMI
no incluyen solamente delegados de todos los mayores poderes del Estado
en el proceso de toma de decisión. Para imponer sus políticas también
dependen de la fuerza militar de los Estados más poderosos, la amenaza
de la violencia física que siempre debe situarse detrás de la extorsión
económica, para que esta funcione. Con el Poder real de la violencia en
sus manos, los grandes Estados difícilmente funcionarán como simples
servidores de las instituciones económicas globales. Por el contrario,
de un modo típicamente capitalista, su relación es una de extorsión
mutua, en beneficio de toda la clase dominante.
Además del monopolio de la violencia, el
Estado también controla muchas de las redes e instituciones necesarias
para el comercio y la producción. Autopistas, trenes, puertos,
aeropuertos, satélites y sistemas de fibra óptica necesarios para las
comunicaciones y redes de información, son generalmente estatales y
siempre sujetos al control del Estado. Investigaciones científicas y
tecnológicas necesarias para nuevos desarrollos de la producción, están
en buena parte dependiendo de complejos estatales como universidades y
el ejército.
De este modo, el Poder capitalista
depende del Poder del Estado para mantenerse a sí mismo. No es un asunto
de subyugación de una parte del Poder sobre otra, sino del desarrollo
integral de un sistema de Poder que se manifiesta a sí mismo como una
hidra de dos cabezas, el Estado y el Capital, un sistema que funciona
como un todo para asegurar la dominación y la explotación, las
condiciones impuestas por la clase dominante para la continuidad de
nuestra existencia. En este contexto, instituciones como el FMI y el
Banco Mundial son mejor entendidas como medios por los cuales los
Estados y las corporaciones coordinan sus actividades con la intención
de mantener la unidad de la dominación sobre la clases explotadas, en
medio de la competencia económica e intereses políticos. Por tanto, el
Estado no sirve a estas instituciones sino que estas sirven a los
intereses de los Estados poderosos y a los capitalistas.
Wolfi Landstreicher
(de su libro La Red de la Dominación)
(de su libro La Red de la Dominación)
CAMINO HACIA UNA SOCIEDAD SIN ESTADO - Miquel Amorós.
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Salud!