En
un bonito texto, en clave ateológica, Bakunin enuncia, mediante una
danza de metáforas, la analogía fundamental entre la Iglesia, la
Escuela y el Estado:
"Henos
aquí de nuevo en la Iglesia y en el Estado. Es verdad que en esa
organización nueva, establecida (...) a guisa de concesiones
necesarias al espíritu moderno (...), la Iglesia no se llamará ya
Iglesia, se llamará Escuela.
Pero
sobre los bancos de esa Escuela no se sentarán solamente los niños;
estará el «menor eterno», el escolar reconocido incapaz para
siempre de superar sus exámenes, de elevarse a la ciencia de sus
maestros y de pasarse sin su disciplina: el pueblo. El Estado no se
llamará ya monarquía, se llamará república, pero no dejará de
ser Estado, es decir una tutela oficial y regularmente establecida
por una minoría de hombres competentes, de «hombres de genio o de
talento», virtuosos, para vigilar y para dirigir la conducta de ese
gran incorregible y niño terrible: el pueblo. Los profesores de la
escuela y los funcionarios del Estado se llamarán republicanos, pero
no serán menos tutores, pastores, y el pueblo permanecerá siendo lo
que ha sido permanentemente hasta hoy: un rebaño. Cuidado entonces
con los esquiladores, porque allí donde hay un rebaño, habrá
necesariamente también esquiladores y aprovechadores del rebaño
(...). El pueblo, en ese sistema, será el escolar y el pupilo
eterno. A pesar de su soberanía completamente ficticia, continuará
sirviendo de instrumento a pensamientos y a voluntades, y por
consiguiente también a intereses, que no serán los suyos. Entre
esta situación y la que llamamos de libertad, de verdadera libertad,
hay un abismo.
Tendremos,
bajo formas nuevas, la antigua opresión y la antigua esclavitud."
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