Últimamente la idea que más
ronda por mi cabeza es el uso de la violencia con fines revolucionarios.
Las imágenes del descontento social, del despertar de la conciencia, de
esos gritos de rabia en la calle, no hacen sino forzar al pensamiento
en una dirección que parece inevitable confrontar: ¿se puede justificar
la violencia?
Nos parece natural la reacción violenta
que pueda tener una persona atracada; nos parece justificada la bofetada
que le dio la mujer al señor que le tocó el culo en el metro; nos
parece lógica la cruzada que inició George W. Bush en Oriente Próximo
con el pretexto de la prevención terrorista; pero nos parece radical y
repugnante la piedra que una persona encapuchada lanza a la policía. Y
si somos de les poques que no pensamos así, ya están los medios
capitalistas de comunicación para recordarnos la línea del pensamiento
dominante. Al final acabamos sintiéndonos culpables, o llenes de dudas
en el mejor de los casos, por haber llegado a pensar en la posibilidad
de la violencia física.
En los Estados modernos todo encaja a la
perfección: con la centralización del poder y la aglutinación de las
instituciones sociales alrededor de un gobierno despótico, los Estados
modernos monopolizaron el uso legal y formal de la violencia. Legal
porque es la violencia amparada en el marco jurídico (estatal) la única
que no es punible. Formal porque las relaciones de opresión no son sólo
materiales sino que también son simbólicas, y como resultado tenemos una
inmensa mayoría de la población que repudia la palabra violencia porque
han internalizado (y dado por natural) el monopolio estatal de la
misma.
Si el contrato social, del que tanto se
jactan les liberales de bien, existe en verdad y establece que el Estado
es el garante de la seguridad de sus ciudadanes, entonces no me explico
las palizas sistemáticas de la policía antidisturbios en cualquier país
del mundo; las elevadas tasas de desempleo en el sur de Europa; o el
incremento de las familias que viven rozando el umbral de la pobreza. Si
esto ha sucedido es porque antes de todo ya éramos pobres, pero pobres
de conciencia.
Como apuntaba antes, una de las
características del Estado moderno es que abarca prácticamente todos los
espacios de vida, incluyendo lo que se puede y lo que no-se-puede. La
socialización de la policía como un elemento de orden elimina de un
plumazo cualquier conato de insurrección: le encapuchade es una persona
indeseable porque atenta contra el garante del orden. Hemos
internalizado tan profundamente el monopolio de la violencia que
cualquier respuesta física es tachada por la opinión pública con una
ingente cantidad de adjetivos negativos; y peor suerte corren las
personas que andan detrás de las confrontaciones físicas.
Pero nada de esto se podría llegar a
comenzar a entender si no tenemos en cuenta que el Estado moderno,
mediante las dinámicas de socialización en las que se internaliza la
cosmovisión dominante, representa y personifica todos los anhelos de
bienestar que de forma social nos han inculcado. Creo que es útil
comprender este galimatías teórico de la siguiente forma: imaginemos que
la sociedad es una masa de agua en la que nosotres flotamos libremente.
Nadamos hacia un lado, hacia otro… hasta que nos damos con los gruesos
cristales del acuario, el cual delimita la realidad para les que
flotamos en su interior. Pero el acuario (el Estado) no solamente
delimita geográficamente nuestra libertad, también lo hace de otras
maneras: los castillos, las algas, las rocas, los soldaditos del nene…
todas esas cosas que suele haber en un acuario son impuestas sin opción a
negarse. De la misma manera, nuestro acuario estatal nos impone una
forma de pensar estandardizada, unos cánones morales a seguir, una
visión específica de esto, de aquello, de lo otro… Y desde luego que
romper los cristales del acuario no figura en la lista de cosas
permitidas.
El contexto de crisis global que estamos
viviendo en la actualidad es, sin embargo, un buen momento para empezar
a ver nuestro reflejo en el cristal que nos constriñe, y así
haciéndolo, empezar a pensar que hay un cristal entre nosotres y otro
mundo posible. Éste es el momento idóneo para la formación, para
cuestionar todo aquello que damos por hecho, para alzar la voz y hacer
que otres se vean reflejades en ese cristal del acuario. Solamente
cuando esto suceda podremos romper los muros del Estado que nos oprime,
para así acabar de paso con el sistema de organización social que nos
obliga a vivir a la fuerza.
Cada vez más gente comprende que
violencia también es dejar en el paro a más de seis millones de
personas; desahuciar miles de familias dejándolas en plena calle;
explotar la única vida que tenemos para que unes poques puedan salir a
navegar en su yate de lujo. Cuando además entendamos que luchar contra
aquello que nos esclaviza (física y simbólicamente) no es violencia sino
resistencia justificada, y que además estamos obligados moralmente a
resistirnos, entonces podremos decir que al final la violencia sí que
estaba justificada (y no sólo porque a ella nos obligan).
Muches pensarán que estoy justificando
la violencia gratuita; no es así. No es mi intención hacer apología de
nada excepto de la necesidad de ver la realidad social; la verdadera, no
la que nos venden los medios capitalistas de comunicación. Confío en
que ver y comprender la realidad social, la cual sólo tiene una posible
interpretación que se reduce a la “explotación del hombre por el
hombre”, derive en una única y lógica respuesta.
Estoy apelando a esos anhelos de
libertad que todes tenéis como seres humanos que sois. Si bien une no
está dispueste a confrontar físicamente a las fuerzas opresoras del
Estado capitalista, al menos que no ensucie la valentía de los que sí
están por la labor de dar la cara. No es plato de buen gusto correr
delante de una manada de borregos a sueldo, y por ello nadie ha de ser
juzgado en base a su participación, o no, en este tipo de acciones;
suficiente es el reconocer la superioridad ética de la violencia cuando
es resistencia justa. Además, el hecho de que existen grupos sociales
que quieren evidentemente dominar al resto, convierte a la violencia
física en el único camino posible en último término. La pregunta del
millón es, ¿cómo sabremos que hemos llegado al último término? La
respuesta parece sencilla: cuando solamente veamos la sangre de aquellas
personas que, corriendo tras la libertad, se dieron de bruces con el
cristal del acuario que nos oprime.
Y esa sangre ya la estamos empezando a
ver, no solamente en el Estado español, también en otras partes del
mundo. Esto nos muestra que no estamos soles en nuestro acuario; que
existen más acuarios que han de ser destruidos si queremos ser
verdaderamente libres. Y a este respecto no existe duda alguna: la
libertad personal se consigue única y exclusivamente cuando el resto de
personas es libre. Y la libertad pasa, en las condiciones de vida que
nos imponen, por la resistencia activa al brutal poder que nos arruina
la vida; la única que tenemos.
Publicado por La Colectividad
Me ha parecido un texto bastante interesante.
ResponderEliminarSin embargo, desde mi perspectiva, el anarquismo es un pensamiento racional, donde postergamos nuestras necesidades e instintos animales o primitivos, en pos del bienestar de la comunidad completa. En este marco, creo que la violencia física que pueda desatar alguien, creyendo que lo hace por la anarquía o por la comunidad, es algo que no afecta siquiera al gobierno, y que, peor, ayuda a instalar el pensamiento de que el anarquista o el revolucionario es violento y, por ende, malo.
Entiendo que muchas veces lo actos de violencia, sobre todo económica, nos puedan despertar instintos primitivos que nos puedan guiar a la violencia física, pero al no controlarlos los unicos afectados somos nosotros mismos, por que a pesar de que quien reprime en el lugar (policia) sea un perro faldero del gobierno, igual forma parte de la comunidad que queremos mejorar, y personalmente creo que violentarlos no es la mejor manera de ponerlos de nuestra parte.
Por otra parte, es cierto que el estado promulga una forma de pensar estándar y canones morales a seguir, pero ¿No es lo que todo sistema filosófico-político intenta hacer? incluso en el pensamiento anarquico las ideas deben ser compartidas, aceptadas y practicadas.
Saludos.