La especial predisposición de las
mujeres a implicarse en las luchas medioambientales y en defensa del
territorio, la naturaleza o los animales, ha sido contemplada desde
diversas perspectivas. Desde el ecofeminismo se ha atribuido
ese especial interés a la proximidad de las mujeres a la naturaleza.
La perspectiva cartesiana incidió en la dicotomía naturaleza/razón,
asociando la primera a las mujeres, lxs etnificadxs y lxs colonizadxs
y la segunda a los varones blancos. Desde esta perspectiva la
libertad del individuo derivaba de su capacidad de abstraerse de los
condicionantes naturales, dominándolos tanto a nivel intrapsíquico
como a nivel externo. La naturaleza fue sometida al dominio del hombre blanco
así como todo aquello que se relacionaba con ella, tal y como las
mujeres, lxs colonizadxs y los animales. El ecofeminismo revierte
esta lógica de dominio, positivizando los valores de la naturaleza y
la “esencial” unión de las mujeres a los mismos. La capacidad
femenina de crear vida genera, según esta perspectiva, una mayor
preocupación de las mujeres por el cuidado del medio natural y la
salud de las comunidades que en él se desarrollan.
Por otra parte, desde el ecologismo
político feminista se elabora una crítica hacia estos discursos,
los cuales, según las autoras partidarias de esta postura, tienden a
elaborar una visión idealizada y parcializada de los intereses
políticos que mueven a las mujeres a emprender luchas en defensa del
medio ambiente. Para estas autoras, la implicación de las mujeres en
las luchas medioambientales está más relacionada con una cuestión
de preservación de los medios de subsistencia y con la distribución
genérica de intereses y tareas. Por ejemplo, basándose en el
movimiento Chipko, movimiento en defensa de los bosques del Himalaya
Uttaranchal, región al norte de la India, MawsdleyII analiza el
ecocentrismo con el que algunas autoras ecofeministas han tratado o
avalado dicho movimiento sin tener en cuenta los factores económicos
o de contexto político que han podido movilizar a lxs habitantes de
esta región a defender su zona boscosa.
Según Mawsdley, la lucha Chipko, nace
con un claro componente de defensa de la pequeña industria local
para favorecer el acceso de esta a las materias primas, en contra de
la explotación de las mismas por parte de las grandes compañías.
Maswdley argumenta que las protestas del movimiento Chipko derivaron,
no únicamente de la defensa de las formas de vida tradicionales que
se oponían a la razón instrumental y a la evolución
tecnocientífica, sino también de que los medios de subsistencia que
podían derivarse de los bosques eran ya muy escasos por de la
degradación ecológica a causa de la gestión estatal de los mismos.
La autodeterminación y autogestión por la que luchaban los
movimientos Chipko tenían como finalidad los intereses de
subsistencia económica de las comunidades de la zona del Himalaia,
más que una identificación de los miembros de este movimiento,
especialmente las mujeres, con la idea de la preservación de una
naturaleza indómita y sus medios de vida relacionados, según
Maswdley.
En las regiones boscosas de la India la
mayoría de las tareas relacionadas con los bosques son
responsabilidad de las mujeres, hecho que ha favorecido su
movilización para defender sus medios de subsistencia. Tanto en la
lucha Chipko, como en las movilizaciones de mujeres en contra de los
riesgos ambientales en otras regiones de occidente, percibimos que
las mujeres, debido a la distribución genérica de tareas, disponen
de especial predisposición para la movilización social y el activismo en cuestiones que afectan
directamente a la salud, el bienestar y la subsistencia de la
comunidad y de sus criaturas.
En este caso, podemos o no adherirnos a
las posturas ecofeministas que afirmarían que la especial co- nexión
entre las mujeres y la naturaleza es un hecho que debe relacionarse
con su capacidad para dar vida, pero tanto si aceptamos esta
perspectiva como si partimos de la idea de que la distribución de
tareas de género es un hecho construido, lo cierto es que las
preocupaciones políticas de las mujeres están dirigidas, en muchas
ocasiones, al cuidado de la comunidad y sus movilizaciones tienen que ver más con la
subsistencia y el bienestar de las personas de su comunidad.
Aun y así desde ambas posturas, la del
ecofeminismo y la del ecologismo político feminista, se rompe con la
tradicional vinculación de feminidad y pasividad: si desde el
feminismo político, la conciencia ética sería el motor de la
movilización y el activismo; desde el ecofeminismo la vinculación
con el medio y su identificación con el mismo, serían los ejes
centrales de la resistencia de las mujeres a la instrumentalización
capitalista y patriarcal de sus tierras y las comunidades vinculadas
a ellas.
La pasividad y el pacifismo forman
parte de los mitos prescriptivos asociados a la feminidad por su
normativa hegemónica de género la
cual, desde la supuesta inferioridad física de las mujeres,
generaliza esta característica al conjunto de la persona. Esta
dinámica favorece la consideración victimizada de las mujeres ante
los arrebatos violentos masculinos, aniquilando parcialmente la
agencia femenina e instigando al miedo y a la indefensión,
convirtiéndose en una forma de control social, que queda en
entredicho ante la virulencia y la agresividad con que las mujeres
defienden sus tierras, sus modos de vida y las comunidades de las que
forman parte.
En este sentido, uno de los ejemplos
que podríamos destacar de deslegitimación del mito de la pasividad
y el pacifismo femenino en las luchas medioambientales y en defensa
de la comunidad y su medio, es la lucha de las mujeres mapuche.
Patricia Troncoso, prisionera política mapuche, estuvo 55 días en
huelga de hambre en el interior de la cárcel en protesta por la
persecución poli- cial al pueblo mapuche y conocido es también el
papel destacado de las mujeres mapuche en las luchas contra la
petrolera Repsol YPF.
En el contexto occidental y tomando
como referencia el movimiento radical antidesarrollista y
antiautoritario, las mujeres también suponen un número muy elevado
entre las personas activistas. Si tenemos en cuenta que estas luchas
suelen caracterizarse por la vulneración de las leyes, a las cuales
se las considera como herramientas que sirven a los intereses de las
grandes corporaciones, y por la acción directa, el amplio
porcentaje femenino destaca todavía más. Valiéndonos del listado,
actualizado en 2009 (III) , de personas encarceladas por emprender
acciones en defensa de la liberación de la tierra y en contra de
la explotación de las grandes corporaciones, observamos que de las 39 personas encarceladas, la en
Estados Unidos y Reino Unido, 12 son mujeres, lo que supondría más
de un 30%. Si tenemos en cuenta que, por ejemplo, en Reino Unido, se
calcula que, de la totalidad de la población carcelaria, el 6,2% son
mujeres y que de este porcentaje solo el 17% lo están por delitos
violentos (homicidios o robos) (IV) la cifra es todavía más
sorprendente. Parece ser que el interés de las mujeres y la
disposición a arriesgar su libertad por la defensa del medio, aun y
cuando esta estadística tampoco pueda aportar datos absolutamente
concluyentes, es evidente incluso por encima de otras luchas, como
por ejemplo aquellas vinculadas con la liberación de los roles de
género, las luchas antipatriarcales, etc. que suelen caracterizarse
por una tendencia más pacífica.
El discurso del ecofeminismo es
rechazado en ocasiones por esencialista, pero no debemos olvidar que
este mismo discurso es enarbolado por ciertas tendencias
“naturalistas” dentro del anarquismo. La positivización de los
valores naturales y de la vinculación con la naturaleza ha sido
universalizada tomando como ejemplo a las mujeres. De esta forma, las
mujeres han servido como territorio inhóspito y como
ejemplo de esta “vuelta a la naturaleza”, ahora ya no solo ellas, sino también los varones deben seguir
el ejemplo anti-civilizatorio al que la modernidad condenó a los subalternos: mujeres, colonizadxs, etnificadxs, etc. Ahora bien, el canto a los instintos,
a lo corporal-natural-instintivo, a las pasiones naturales y a los
deseos, juega un doble matiz perverso cuando quienes lo reclaman son aquellxs
que han accedido a un lugar que ahora rechazan. Sin lugar a dudas el paradigma tecnocientífico
ha generado una ilusión que señala como retroceso todo aquello
que no responde a sus parámetros, haciendo parecer formas de vida
tradicionales en armonía con su medio como aberraciones y a las
comunidades que las defienden como representantes del paletismo más acérrimo. Resulta sin
duda tentador revalorizar aquello históricamente castigado, ahora bien resultaría mucho más
estimulante hacerlo con cierta actitud crítica. El ecofeminismo es acusado de idealizar excesivamente y
mistificar ciertas intenciones de las mujeres en las luchas, obviando el componente económico y de
subsistencia que las mueve a radicalizarse en contra de los intereses
de las corporaciones. De la misma forma, la mistificación por parte
del anarquismo de la renuncia a la razón instrumental resulta
hipócrita en tanto que no cuestiona el lugar desde el que se
formula. Es fácil enunciar la muerte de la razón, del sujeto
racional y cantar a la identificación con el mundo animal mediante
los instrumentos de legitimación propiciados por el mundo occidental
masculino, tales como el lenguaje legitimado, y el lugar de
enunciación válido, tal y como la clase media blanca del mundo
occidental.
I- Apunte para hipersensibilidades
igualitaristas:
Me refiero a mujeres, aunque
evidentemente no considero que solo ellas sean protagonistas de estas
luchas, sino que el interés del
presente artículo está centrado en la implicación de estas en las
mismas.
II- Emma Mawdsley (1999) Repensant
Chipko:
ecofeminisme sota escrutini. Revista
d’Anàlisi Geogràfica. 35. UAB.
III-http://lacizallaacrata.nuevaradio.org/index.
php?p=35 consultar también: http://www.ecopri-
soners.org/prisoners.htm
IV- Datos extraídos de: Cruells, M. y
Igareda, N. (eds) Mujeres, Integración y Prisión. Surt. Barce-
lona: 2005
Laura
En veu alta
No hay comentarios:
Publicar un comentario