1672
Londres
La carga del hombre blanco
El duque de York, hermano del rey de
Inglaterra, fundó hace nueve años la Compañía de los Reales Aventureros.
Los cultivadores ingleses de las Antillas compraban sus esclavos a los negreros
holandeses; y la Corona no podía permitir que adquirieran artículos tan valiosos
a los extranjeros. La nueva empresa, nacida para el comercio con África, tenía
prestigiosos accionistas: el rey Carlos II, tres
duques, ocho condes, siete lores, una
condesa y veintisiete caballeros. Como homenaje al duque de York, los
capitanes marcaban al rojo vivo las letras DY en el pecho de los tres mil esclavos que cada
año conducían a Barbados y Jamaica.
Ahora, la empresa ha pasado a llamarse
Real Compañía Africana. El rey inglés, que tiene la mayoría de las
acciones, estimula en sus colonias la compra de los esclavos, seis veces más caros que
lo que cuestan en África.
Los tiburones hacen el viaje hasta las
islas, detrás de los buques, esperando los cadáveres que caen desde la borda.
Muchos mueren porque no alcanza el agua y los más fuertes beben la poca que
hay, o por culpa de la disentería o la viruela, y muchos mueren de melancolía: se niegan
a comer y no hay modo de abrirles los dientes.
Yacen en hileras, aplastados unos
contra otros, con el techo encima de la nariz. Llevan esposadas las muñecas, y
los grilletes les dejan en carne viva los tobillos. Cuando el mar agitado o la
lluvia obligan a cerrar las troneras, el muy poco aire es una fiebre, pero con las
troneras abiertas también huele la bodega a odio, a odio fermentado, peor que el peor tufo
de los mataderos, y está el piso siempre
resbaloso de sangre, flujos y mierda.
Los marineros, que duermen en cubierta,
escuchan los gemidos incesantes que suenan desde abajo durante toda la
noche; y al amanecer los gritos de los que han soñado que estaban en su país.
Memoria del fuego I. Los nacimientos.
Eduardo Galeano
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